VINGTIÈME

       

El baile escolar se encontraba en su apogeo.

Todos disfrutaban de la exquisita decoración y ambiente que cierto adolescente y compañía habían creado. La temática invernal se volvía una sola junto con el frio que lograba colarse del exterior, donde la nieve no parecía querer ceder pronto.

Las nubes grises de tormenta circulaban alrededor del cielo nocturno, sepultando la ciudad en montículos de hielo, blancos y centelleantes. Los cuerpos pertenecientes a la fiesta estaban más preocupados por sacudirse al ritmo de lo último de Ke$ha que por las crecientes montañas de tesoro helado.

Elizabeth había abordado a Jeon apenas Harry se distrajo, y desde entonces, lo que quedaba del grupo de amigos se había sumergido en una conversación incesante que no se detuvo ni cuando todos se pararon a bailar. La interacción consistía en Stan hablando con Harry mientras este trataba inútilmente de recuperar a su casi-compañero-de-cuarto de las garras stiletto color rose gold de Elizabeth. Por supuesto, aquello era imposible.

La pelinegra se veía despampanante en aquel numerito negro matificado que llevaba alrededor del cuerpo y Jeon parecía lo suficientemente intimidado por ello como para interrumpirla. En su lugar, se dedicaba a observarla con los ojos muy abiertos.

Stan ni siquiera estaba un poco celoso. Aparte de que, el menor no parecía mostrar mucho interés en corresponder las jugadas de Elizabeth, se había convencido hace mucho tiempo de que su cariño hacia la ojiazul jamás debía traspasar las barreras de la amistad. La apreciaba muchísimo como para arriesgar todo aquello por un estúpido crush.

Él era un simple chiquillo de uno de tantos puebluchos pobres en los alrededores de Londres. Su familia era grande y su casa pequeña. Vivian con lo necesario, y a veces aquello se convertía en lo indispensable, puesto que no podían darse abasto entre el sueldo de cajera de su madre y el de conserje de su padre. La oportunidad de estudiar en la academia era el más grande logro en su familia, puesto que ninguno de sus padres había terminado sus estudios. Sus hermanos eran más chicos y aún no alcanzaban la preparatoria.

Había tenido que trabajar desde muy chico para ayudar a sus padres con los gastos, para poder pagarse los útiles y los estudios. El único transporte que poseían en casa era un destartalado Jetta que casi nunca estaba funcionando, por lo que casi todos se movían en autobús.

Ahora, imagínense a un chico como ese, contemplando día a día a la chica que le gusta, cuya vida es muchas veces más fácil que la de él.

Es extraño imaginarte la clase de citas y regalos que podrías ofrecerle a una muchacha cuya posesión más valiosa valía más que la casa y el auto de sus padres. A Stan, el sólo imaginarse llevando por allí a Elizabeth en autobús, contando las monedas, mientras ella ha estado viviendo entre lujos desde que era una bebé, le resulta embarazoso.

Ha llegado a la conclusión de que aquellas cosas eran señales que decían que no era lo suficientemente bueno para pretenderla siquiera. Deja de lado cortejarla y tenerla como novia.

Sabía que era injusto de su parte, él suponer todo eso y no permitir que Elizabeth reaccione—porque honestamente, la conoce lo suficiente y esta seguro de que todo aquello no le importaría—pero, no sólo serían ellos dos. ¿Qué dirían sus padres?

Seguro que no la dejarían andar por ahí de la mano con alguien que no comparte el mismo estatus. Un instinto primitivo se lo decía.

Asi que, aquí estaba. Decidido a sólo mirarla de lejos.

Elizabeth había sido—y seguirá siendo—la luz de sus días.

Es extraño. Apenas se había convencido de dejarla vivir sin saber sus sentimientos, sintió que algo en su interior se apagó. Pero en su lugar, una nueva sensación se asentó en el lugar dejado en su pecho. Y ese algo brillaba con la luz de mil bombillos cada que la pelinegra aparecía en algún momento de su día.

Era algo así como el extremo más importante de la cuerdita que lo mantenía a flote.

Louis, y en cierto forma, Harry, eran parte de ella también. Pero Elizabeth era quien la sostenía.

—Llevo unos diez minutos hablándote, y creo que no me has oído ni siquiera un poco.

La voz de Harry lo saca de su pequeña epifanía. —Efectivamente. No te oí ni un poco.

El ojiverde le rueda los ojos. —Te dije que tiene mucho tiempo que no veo a Louis.

Esto despabiló al de ojos pardos.

Tenia cierta idea de lo que había pasado. Es decir, tenía ojos.

Mientras Elizabeth se ocupaba de vociferar sus deseos carnales hacía el chiquillo de ojos rasgados sentado a unas cuantas mesas de distancia, Stan pudo notar un leve rubor elevarse en el rostro bronceado de su mejor amigo. Podía ver que no se trataba de un sonrojo positivo, sino uno que indicaba furia comenzando a treparle las entrañas.

Eran celos. Y entre más hablaba, más crecía aquella extraña energía que parecía estar irradiando el ojiazul. Finalmente, cuando el DJ abrió pista con ''The Time'' de los Black Eyed Peas, y todo el mundo gritó y corrió a la pista cual estampida de búfalos de agua, Louis emprendió su huida. Discretamente, pero no lo suficiente.

—Yo tampoco lo he visto— murmura Stan, sin querer indicar que sabe algo.

Harry suspira un tanto decepcionado y sigue recorriendo la pista de baile buscando el rostro familiar del amargado mayor.

Hay unos pocos minutos en los que el menor parece resignado. Pero eso se acaba pronto. Tarda más Stan en reaccionar a comparación de Harry, que ya esta lejos de allí y se aleja hacia la salida con grandes pasos apresurados.

—¿Qué pasó? — murmura Elizabeth, de repente dejando libre al otro chico menor. Discretamente, Jeongguk huye de la chica. Stan se carcajea ante ello.

—Al parecer se dio cuenta de que Louis no está en el baile.

—¿¡Qué!? ¿Cómo que no está en el baile? — exclama la ojiazul, acercándose al pelinegro.

—¿De qué te ríes? Louis se fue— habla Elizabeth, mirándole con molestia.

—Es que...— el de ojos pardos observó el camino que el chiquillo había tomado pero decidió no hablar. Le daría un señuelo a la ojiazul para seguirle y realmente se veía aliviado de quitársela de encima. —Nada. No es nada.

Elizabeth le alza una ceja, Stan sólo rueda los ojos.

—No sé que te preocupa. Louis no es mucho de estar en bailes, lo sabemos. Sólo se queda cuando hay asuntos sociales en los que es requerido por su tío o por publicidad. Esta vez los reclutantes de Rusia se fueron apenas empezó la fiesta. Cualquier cosa que hayan querido decirle, seguro ya lo sabe.

La pelinegra negó. —No, Stan. Estoy segura de que se fue. Se fue en serio.

—¿A casa? Genial.

—¿Cómo estás tan tranquilo con ello? — la chica casi le grita. No entiende como el chico puede estar tan relajado con el hecho de que Louis literalmente se fue, sin despedirse.

—Déjalo, Eli. Suficiente ha tenido todo el mes queriendo cuidar de nosotros y de Harry. Necesita el tiempo fuera de toda la mierda de caminar de puntillas sobre cristales rotos.

La muchacha le dedicó una mirada inquisitiva. No sabía cómo se había dado cuenta Stan de que Louis no sólo había estado intentado cuidarlo a él. Se preguntaba que tanto sabía.

Como sea que fuere, a Elizabeth no le cuadraba del todo, ni tampoco se sentía cómoda con la repentina partida del ojiazul. Ni con la actitud de Stan hacía ello.

¿De qué había huido Louis?

¿Por qué a Stan le interesaba tan poco?

—¿Saben qué? — habló, volviéndose a Stan y azotando la mano que este le había colocado en el hombro, lejos de su cuerpo. —Ambos se pueden ir al carajo con todos sus putos secretos.

Stan se volvió a ver sorprendido a la chica, que tenía la vista nublada con molestia y parecía a punto de soltarle un buen golpe.

—¿Ahora que hice? — preguntó el pelinegro, un poco histérico. —El que se fue, ¡fue Louis!

Elizabeth hizo un sonido de disgusto y dio un manotazo. —Coman mierda los dos. Uno por imbécil y el otro por no decir las cosas como son.

—¿Y cuál es cuál?

La muchacha le dio una mirada harta. Stan levantó las manos, rindiéndose.

—Date una buena mirada en lo que a conducta respecta y averígualo tu solo— ladró, al mismo tiempo en que extraía su teléfono celular de su escote y comenzaba a teclear rudamente un número.

Stan observó aquello de cejas fruncidas. —¿Quién carga el teléfono en las tetas?

Elizabeth le mostró el dedo medio, mientras esperaba a que atendiera quien sea que estuviera del otro lado de la línea.

—Honestamente no sé qué hice...

—¡Louis y tu se la viven hablando crípticamente! Cómo si no fuera más fácil simplemente decir ''No me gusta esto. Puto día de mierda, nadie me hable. Estoy triste, abrácenme. Me gusta Harry, no sé cómo acercármele. No estoy de humor.'' ¡Pero no! Se manejan como si todo el puto mundo supiéramos que es lo que sienten, y si no los tratamos o no los entendemos, se cierran cual puta almeja y honestamente estoy hasta los huev- ¡LOUIS WILLIAM TOMLINSON! ''

Stan mantenía los ojos bien abiertos ante el repentino regaño de su amiga, pero apenas averiguó a quién había llamado, sintió que estos saltaron fuera de sus cuencas por un segundo.

Elizabeth movía los ojos de lado a lado, escuchando lo que sea que el ojiazul estuviera diciendo.

—¡Nada! ¡Cállate! Ni siquiera avisas. ¡Qué tal que te pasa algo! ¿Quién sabría dónde encontrarte? —pausa— ¡Baboso! ¡Harta me tienes con tus tonterías! —pausa— Más te vale que te vaya bien en Francia! ¡No quiero fallas! —pausa—¡Si, cuídate, adiós!

Stan le veía con la cabeza ligeramente inclinada y una mirada entretenida.

—¿Qué?

—¿Sabías que eres tremendamente sexy cuando te enojas?— se carcajeó.

Y el rubor en las mejillas de Elizabeth señaló al pelinegro de haber hablado de más.





Mientras tanto, fuera, entre copos de nieve, Harry observaba el oscurecido cielo, sintiendose culpable.

Preguntándose porque la persona que le había estado quitando el sueño, se había ido sin despedirse.



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El tren se meneaba cada ciertos minutos, marcando su paso sobre los rieles por los que se

deslizaba a alta velocidad. Se suponía que la tormenta de nieve que se formaba, bloquearía cualquier medio de transporte a la mañana siguiente. Así que, su decisión parecía ser la correcta.

Louis viajaba en uno de los vagones caros, donde poseías una especie de cama y mantas para cubrirte durante el tiempo que te tomara alcanzar tu destinación.

Su cabeza rebotaba levemente contra la amplia ventana que dejaba entrar los rayos de la luna que conseguían escapar a las espesas nubes.

No estaba dormido del todo, por lo que sus pestañas de vez en cuando dejaban de acariciar la loma de sus pómulos, al abrirse sobresaltadas por una sacudida particularmente fuerte. Su nariz de botón se encontraba enrojecida por el frio que vencía al calentador.

Sus audífonos lo mantenían aislado del traqueteo metálico del tren y de la ocasional charla entre los pasajeros, con la queda melodía de The Only Exception de Paramore inundando sus tímpanos y mezclándose con aquel ambiente oscuro, gélido y lúgubre.

De alguna manera, la luz del astro sobre el cielo, la oscuridad del tren y la ocasional luz vial que flasheaba por las ventanas se entrelazaban entre ellas, creando un sentimiento parecido a la melancolía, dentro del pecho del joven.

Pero, ¿realmente era melancolía?

No. No lo era. Y lo sabía muy bien. Los celos sólo se lo habían confirmado.


Suspiró. Sabia que las cosas habían cambiado apenas puso pie en la academia, al inicio de semestre. Su tan preciada y convencional rutina habría de sufrir una horrible partida con la llegada de personas nuevas en su vida y acontecimientos inesperados.

Él había vivido a sus anchas representando su papel del mejor bailarín en su generación.

Aquel que pasaba exámenes y sabia más que todo su salón, a pesar de no asistir regularmente a clases. Ese que acudía a clases en la academia más antigua y prestigiada de Francia durante las vacaciones de invierno y pasaba las de verano en casa, de viaje o aprendiendo técnicas nuevas en algún lugar lejos de Europa. El chico que se deslizaba por su mansión de pisos marmoleados con su suéter de cachemira, introvertido, ocupando la cabeza en cosas más extraordinarias que simplezas como lo era la vida diaria.

Ahora, su naturaleza callada era desafiada por una sola persona. Y por una serie de eventos impredecibles que poco a poco le movían más el piso. Parecía que el fin de todo lo que había creído conocer, se acercaba. Era un tanto raro, saber que probablemente tendría que adaptarse a una nueva realidad muy pronto. Alejarse y envolverse de lleno en sus clases francesas le resultaría un tanto catártico, adivinaba.

Todo se ha complicado tanto, pensó. Pero en unas horas será un nuevo día, y un país distinto. Y todo quedará atrás momentáneamente.

¡Záz!

Una sacudida particularmente fuerte le hizo saltar en su lugar. Já, si claro, todo quedará atrás y una mierda.

Su cerebro permanecía sacudiéndose de un lado a otro dentro de su cráneo.

La canción y su letra habían desatado la función que todo el mundo posee de divagar en pensamientos y recuerdos que encajan con el ánimo de la composición. Por ende, su mente se había tirado un clavado largo y profundo dentro de las claras aguas de sus últimos cinco meses.

Hayley Williams cantaba sobre juramentos en contra del amor y una única excepción, y Louis, en su tímida y reservada naturaleza se volvía un montón de nieve derretida sobre su asiento, al sentir como los dedos helados de aquellas aguas le traían a un chiquillo de ojos verdes y rizos precarios a la cabeza.

Un jadeo sorprendido se escapó de los labios del ojiazul, y la pálida luna junto al pesado vagón de tren fueron los únicos testigos de aquel sonido de auxilio. Un chico de apenas dieciocho años estaba pataleando contra la corriente de las olas de su propia mente, luchando por su vida y por mantenerla a flote, sin caer en aquella realización que poco a poco comenzaba a arrebatarle todo.

Louis se estaba ahogando y nadie podía ayudarlo. Se ahogaba en un mar de ojos esmeraldas.

Ciñó la manta contra su cuerpo mientras un gran escalofrío le trepaba la espalda y le hacia estremecerse con fervor sobre su lugar. Sentía el peso del agua comenzar a convertirlo en un bulto inanimado.

Las visiones en su cabeza no se detenían.

Up until now i had sworn to myself that i'm contempt with loneliness/ Hasta ahora me había jurado a mí mismo estar contento con la soledad

Cuz' none of it was worth the risk/ porque nada de ello había valido el riesgo

Había leído mil veces, en sus novelas románticas, que cuando uno se da cuenta de que gusta de alguien, el tiempo se detiene, las estrellas se alinean y tu cabeza se vuelve un desastre.

Las sacudidas incesantes del tren y las estrellas inmóviles en el cielo le probaban que lo único que era cierto de aquella historias, era que la cabeza se te convierte en budín.

Todo lo que puede ver es la sonrisa de Harry y sus dientes blancos y grandes. Sus pecas. Sus hoyuelos.

Una sacudida en su estómago le hace sonreír apenado consigo mismo. Entre la canción tintando con otro matiz todos sus recuerdos—hasta ahora sellados con rencor en el sobre de su memoria—y su propio yo ajustando cuentas sobre su recién descubierto gusto hacia la existencia del chiquillo latoso, Louis se sentía entre nubes.

Odia esto.

Bueno, odia sentirse tan idiota.

¡Todos estos meses! Todos estos meses Harry ha ido creándose un espacio especial en su corazón. Cada broma, cada favor, cada noche de verle bailar, cada mirada de ojos verdes e inocentes. Lo había ablandado, tan lentamente, que ni siquiera él lo había notado. No hasta que fue demasiado tarde.

Exactamente, hace unos días, cuando los revoloteos en su pecho comenzaron.

Los celos habían anunciado la caída de su imperio. Del Louis que se jactaba de ser frio y de no ser capaz de sentir cariño más allá de la amistad.


Quiere arrancarse los auriculares, pero la película sobre Harry dentro de su cabeza y la sensación que ha traído consigo se han vuelto instantáneamente adictivas como para desecharlas ahora mismo.

Azota su cabeza contra el mullido cojín del sillón donde esta tendido. Deduce, a medida que la canción alcanza su final, que es imposible.


Sabía que Harry no podía enterarse jamás. Sabia que le daba miedo abrirse a una persona. Y sabia que nunca había gustado de nadie. Era raro. No sabía qué hacer.

Se muerde el labio. Cierra los ojos con fuerza y se lleva las manos a la cara. Sus dedos se flexionan sobre su frente arrugada mientras gime con frustración.

Que triste. Ha sido bonito todo eso de descubrir su propio secreto, bien enterrado dentro de su mente. Toda esa sorpresa, curiosidad y anticipación.

Lastima que no puede durar. Harry y él quieren cosas diferentes. Tienen planes diferentes. Vidas diferentes. Dejarse llevar sólo arruinaría el brillante futuro que tenía por delante.


Así que, tan fácil como la llama del amor primerizo se encendió, también se extinguió, a las afueras de París.

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Los días pasaron.

La academia se fue vaciando, poco a poco, de los alumnos que la habían llenado de vida durante cinco largos meses. La partida de los jóvenes había comenzado desde que el baile de invierno había concluido.

Stan y Elizabeth se habían ido en cuanto pudieron. Harry, en cambio, todavía seguía fuera de las instalaciones. A diferencia de los demás, no podía pagar un camión, ni contaba con alguien que le buscara en auto. Tenía que esperar el autobús, y seguir tomando varios de ellos hasta alcanzar su hogar.

Sentado en la parada del vehículo, apoyó la barbilla sobre sus puños cerrados, mientras balanceaba sus codos sobre su regazo. Observó la calle transitada frente a él mientras su mente divagaba con la ayuda de la suave melodía de Someone Like You de Adele, brindada por su único audífono funcionando.

Sonrío. Siempre le había gustado escuchar baladas melancólicas observando a la nieve caer. Alzó sus ojos verdes al cielo, causando que los copos sobre su beanie azul resbalaran de este. Piensa en sus planes para aquellas vacaciones.

Quería seguir ensayando por su cuenta—probablemente lo haría en el viejo y diminuto estudio de danza en el que había aprendido a bailar—, pero también quería entrenar.  Durante su estancia en la academia, se había acostumbrado a asistir regularmente al gimnasio, y para el final del ciclo escolar, había ganado un poco de masa muscular y su apariencia de chiquillo había comenzado a desdibujarse.

Aquello le gustaba. Entre más rápido se deshiciera de ella, mejor. No podía esperar para seguir cultivando cambios en su cuerpo.

Suspiró.

No quería irse.

Era bastante deprimente. Constantemente volvía la cabeza, dispuesto a observar por milésima vez la infraestructura exterior de la academia. El estilo lujoso de aquella institución sería un bonito recuerdo por los dos meses que pasaría lejos de allí, de vuelta a su vida sencilla y sin lujos.

Recordaría a Stan, Louis y Elizabeth con cariño mientras trabajaba en algún negocio de su pueblo, tratando de juntar dinero para los gastos de su próximo semestre. Tal vez, fantasearía con la comida de la cafetería, las tiendas y luces de la gran ciudad.

Incluso recordaría las cosas tontas como su amistad extraña con Louis. Los momentos en que el ojiazul no era tan huraño y se permitía reír con él. Pensar en el muchacho le trajo inmediatamente a la mente la primera vez que hablaron como se debía, en el baile de las calabazas.

Se carcajeó solo, recordando el incidente de Louis con el mesero, pero pronto guardó silencio cuando el recuerdo del baile que compartieron y la voz de Adele se entrelazaron como las piezas de un rompecabezas.

Ay, le había encantado estar en la academia. Atesoraría cada recuerdo. Y cada persona que esta le había brindado.

Cruzó los brazos sobre su regazo, mientras dejaba que su cerebro divagará un poco de más en sus recuerdos de los ojos de Louis, la cara de Louis, los labios de Louis...

El chirriar de unas llantas frenando sobre la calle nevada le hizo salir de sus inusuales pensamientos. Volvió la vista hacia el flamante convertible negro que aún humeaba de haber estado encendido durante un buen rato.

Sus cejas se alzaron con sorpresa. Su corazón comenzó a latir con fuerza.

No, no podía ser. Si lo era, significaba que había cruzado todo el camino de casa a su pueblo sólo para recogerle.

—¿Piensas quedarte ahí y verme todo el rato? Sube— aquella voz comenzó a salir apenas el cristal de la ventana del conductor hubiera descendido un ápice.

Harry contempló un momento con emoción y cariño aquellos ojos azules y cabellos rubios, antes de subir rápidamente al auto.

Apenas hubiera estado dentro, se lanzó con ímpetu hacia los brazos extendidos que lo esperaban.

—¡Viniste por mí!

—Todo por ti, Hazzy— murmura el chico mayor contra su cabello, suspirando con cariño.

Que manera de empezar las vacaciones, pensó Harry, que estar entre los brazos de él.

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Los dos meses que la academia les proporcionaba como descanso se decían largos, pero en realidad, pasaron rápido. Sin embargo, muchas cosas habían cambiado con el curso de los días.

El día marcado para el regreso a clases era, sorpresivamente, uno soleado. A pesar del aire frio que soplaba sin detenerse, las nubes que parecían siempre ocupar el cielo inglés, habían decidido rendirse aquel día ante el gran astro que brillaba sobre el cielo.

Aquello, sólo señalaba una de las muchas cosas inusuales que ocurrirían ese día.

Pronto ese hecho perdió protagonismo, todo gracias a la lujosa camioneta negra que aparcó en la entrada de la institución. De ella, bajaron un hombre y una mujer de ojos azules, y pronto, un joven que compartía el mismo trato, abandonó el vehículo también.

La familia Tomlinson se abrió paso por la multitud de chicos sorteando su lugar entre el tumulto de personas y equipaje. No dieron mucha guerra, ya que la mayoría se hacia a un lado apenas veía a Louis. Encima, verlo con su familia, era rarísimo.

El parecido entre el actor Norman Reedus y el padre de Louis daba muchísimo miedo. Podría decirse que eran la misma persona. Entre eso y la belleza de la madre de Louis, el trío atraía mucho la atención.

—¿Seguro que estás bien por tu cuenta? — interrogó su madre por la décima vez.

Louis le rodó los ojos. —¿Quién lleva estudiando aquí dos años?

Fue el turno de su madre de virar los ojos. El chico rio. Lucían idénticos cuando hacían ese gesto. —Bueno, bueno. Yo sólo decía.

—Iremos a ver a tu tío y después te buscaremos para salir a almorzar los cuatro antes de que comience la bienvenida— instruyó su padre, tomándole de los hombros y comenzando a caminar. Su madre sostenía la otra mano de su padre.

Como frente unido continuaron caminando hasta que Louis reconoció a dos matas de cabellos negros que le habían hecho compañía aquellas vacaciones.

—¡Son mis ojiazules favoritos! — exclamó Stan apenas vio a la familia acercarse.

—¡Oye! — rezongó Elizabeth, cruzándose de brazos. Pronto abandonó el gesto y corrió a corresponder el abrazo que la familia del ojiazul le ofrecía. —Señor y señora Tomlinson, tanto tiempo sin vernos.

Los adultos y el par de chicos se comprometieron en una animada charla acerca de cómo los pelinegros habían prácticamente vivido en la mansión familiar durante la última semana de vacaciones. Louis no participaba, estaba demasiado ocupado pensando en otra cosa.

Sus ojos azul pálido registraban los perímetros como rifles de asalto. Su mente y su corazón latían a un mismo ritmo agitado que susurraba un nombre de cinco letras.

¿Dónde estaba Harry?

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1)captaron quién POR FIN salió?

2) por fin tenemos una confesión. fue apresurado, a tiempo, tierno? les recordó a su primer amor? quería capturar esa conmoción de descubrir que tu corazón late pensando en alguien, no sé si lo logré jeje

3)Subiré retazos de recuerdos de Louis y Harry, explicando lo que pasó en vacaciones, antes de reencontrarlos de nuevo. Por eso tan breve el cap.



Oh, sólo les recuerdo que, la noche del baile, Louis y Harry lucían asi (de edad, no de ropa, ahr):

si, son re fetos en el libro :)

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