TREIZIÈME
Feliz navidad, año nuevo y día de reyes! x
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Olor a caldo de pollo rancio mezclado con budín de chocolate.
Voces que chacharean a diestra y siniestra por todos lados.
Pies que trastabillan en líneas interminables frente a vagones con mala comida.
Louis se hallaba sepultado en aquel mar de peculiaridades, tratando de pasar lo más desapercibido posible.
Hasta ahora, funcionaba. El tumulto de gente que constituía el almuerzo del tercer periodo abarcaba casi cada centímetro de la cafetería; por lo general se encontraba abarrotada, pero el día de hoy pareciese que todo el mundo había decidido que la comida en la cafetería era una imperdible exquisitez.
Había un ruido excesivo, en el que honestamente, ninguna conversación podía ser cien por ciento distinguida. El lugar parecía más un mercado que un comedor, no podías escuchar ni tus pensamientos.
Louis, por otro lado, no parecía verse afectado por ello. Aún con todo el barullo ocurriendo a su alrededor, yacía en el medio del caos, con libro en mano y su almuerzo a medio comer frente a él.
El ruido lo ayudaba a no pensar, la verdad. Concentrándose en eso no podía pensar en lo mierda que era su vida en aquel momento y, por ende, podía leer agusto. Continuó deslizando su bonita mirada azul por los perversos guiones escritos hace ya muchos años por Lovecraft, mientras comía bocadito a bocadito la ensalada que había estado picando la ultima hora y media.
—¡Louis!
La paz en medio del caos se había desvanecido a la llegada de aquella voz.
Mares rojo sangre se disparaban por todos lados.
Desgracia y muerte arrebataban cada resquicio del lugar; había hombres, mujeres y niños nadando a la deriva de aquel océano de desdicha mientras, junto al ojiazul, se hundían hacia la eterna perdición del sufrimiento de una calma interrumpida abruptamente....
—¡Hey, profe Louis!
—No soy su profesor— el joven hizo énfasis en sus palabras, antes de rodar los ojos con pesadumbre, detrás de su libro.
Ok, tal vez Louis había exagerado un poquito con toda esa desgracia de mares sangrientos.
Pero algo así se sentía. Había logrado exitosamente pasar una hora y media a solas, sin los mocosos de primero que le habían estado jodiendo desde hace dos semanas.
¿Recuerdan el brillante castigo otorgado por su tío?
Este era el maldito resultado. Niños de primero creyendo que es correcto entablar conversaciones fuera de clase. ¿Qué nadie les había informado de las reglas implícitas? Louis no se relacionaba con cualquiera.
—¿Profe Louis? ¿Me ha oído? — la voz de hace un momento suena frente a él y observa a la dueña de ella, sentarse del otro lado de la mesa.
Puede escuchar y ver como el resto de su grupito de alumnos toma asiento en su mesa.
Suspira. Fue lindo mientras duró.
—Lamentablemente si, te he oído Francine.
Ella ríe y algunos otros la imitan.
En serio creen que estoy jugando, piensa internamente el ojiazul. No caen en cuenta de que en verdad los detesto y no me interesa pasar tiempo con ellos.
Los chicos más alejados del joven bailarín comienzan a hacer plática de sobremesa y a devorar sus almuerzos mientras que los más cercanos lo observan disimuladamente mientras fingen concentrarse en sus comidas.
Con excepción de Francine, que ve a Louis directamente.
—¿Qué se te ofrece? — la voz de Louis es barítona mientras cierra de golpe su grueso libro y lo tira dentro de su mochila.
La pelirroja frente a él parpadea un par de veces antes de sonreír y responder. —Nada, solo queríamos pasar el almuerzo con usted.
Louis tiene los codos sobre la mesa y su mejilla descansa en su palma abierta, con una expresión aburrida en su rostro. —Contéstenme algo, ¿por qué están aquí?
Francine ladea su cabeza, dejando que mechones de cabello rojo le acaricien la nariz pecosa.
El pecho de Louis arde a la vez en que su cerebro parece encenderse como un bombillo de luz ante un recuerdo.
Harry.
Y su nariz pecosa.
—Porque queríamos pasar rato con usted— replica un chico cercano a Francine.
—¿De verdad? — habla el ojiazul, con tono condescendiente. De repente el ambiente en la mesa se pone tenso.
—Creemos que más que nuestro asesor es algo así como un amigo...Uhm, como que, tenemos un amigo en usted— dice Francine, sonriendo levemente, arrugando su nariz manchada de putas pecas.
Louis quiere estallar.
El hecho de que lleva dos semanas sin saber de Harry lo ha estado carcomiendo por días. La molestia que siente, y que está a punto de lanzar sobre estos niños, había nacido tras el tercer día de no saber nada del rizado.
Había tratado de evitar sentir preocupación—he de ahí la frustración vuelta molestia— y ahora parecía que su cerebro se determinaba a verlo en todos lados: en las usuales novelas románticas que leía, en sus series favoritas, en su música y en la gente a su alrededor.
Era absurdo y repentino y para nada su estilo.
Y ahora no puede dejar de verlo en la cara de esa chica. Y quiere gritarle.
—Miren chicos, no se equivoquen. Yo voy a cumplir mis horas de castigo con ustedes. Son mi tarea, convivo con ustedes porque tengo que hacerlo, no porque quiero. No necesitan seguirme, no necesitan hablarme. Limitemos nuestra relación al salón de clases, ¿quieren? Dejen de desperdiciar su tiempo, y más importante, dejen de desperdiciar el mío.
Louis toma su mochila y sale de la mesa sin esperar a una reacción.
Fue muy amable, considerando lo mierda que es a veces. Pero eso no le impide quejarse en voz alta de los chicos.
—Tener un amigo en mí, ¿Qué carajos creen que es esto? ¿Toy Story? Maldita sea.
Es suficiente.
Ha pasado esas últimas semanas rompiéndose la maldita espalda para balancear los ensayos hasta las dos de la mañana con sus sesiones de estudio para sus finales y su trabajo como asesor. Es demasiado, ¿y encima tiene que lidiar con niños molestos y el fantasma de Harry acosándole por todos lados?
¡A la mierda!
Camina por los patios de la escuela con un beanie verde sobre la cabeza y los audífonos retumbándole los tímpanos con una canción de Pierce the Veil. Lo único que quería era irse a su dormitorio y dormir unos tres días seguidos.
Incluso extrañaba a Stan, joder. Vean el nivel de desesperación en el que se encuentra como para extrañar a Stan.
Ha estado tan ocupado con todo lo que debe hacer, que solo pisa el dormitorio para dormir y es cuando Stan tiene práctica o clase. Así que no han coincidido en dos semanas.
Su mirada permanece hacia el frente, viendo sin ver. Sus pies le conducen en una línea directa y sin escalas hasta la entrada de su dormitorio, donde puede escuchar a una pretenciosa banda indie sonar tras la puerta.
Admira un momento la superficie blanca de esta antes de entrar; recortes de estrellas de rock legendarias mezcladas con fotos vergonzosas de los inquilinos de aquella habitación adornaban el centro de la puerta, incluyendo el letrerito que marcaba un ''730'', la numeración del cuarto.
Louis no desperdicia mas preciado tiempo de sueño y abre la puerta. No toca, por lo tanto, ve a Stan antes de que este lo vea a él.
La mirada del ojiazul se descompone al caer en cuenta de lo que Stan está haciendo: sobre su escritorio, el pelinegro ingiere pastillas, una tras otra, a la vez que escribe quien sabe que en la computadora.
—¿Qué demonios estás haciendo? — gruñe Louis, avanzando rápidamente y arrancándole el frasco de pastillas de las manos.
La mirada de Stan se ve claramente nublada por aquella basura, y sus reflejos son demasiado lentos como para detener a Louis. El chico responde la demanda de su compañero de cuarto, segundos más tarde de lo que se considera normal.
—No es... lo que parece.
Louis lee el nombre del fármaco, pero su cerebro no lo reconoce. Cualquier cosa que sea debe ser algo fuerte, porque la etiqueta pone que es un tipo de medicamento controlado.
El ojiazul observa largo y tendido a su amigo, de parpados pesados, boca blanca y manos temblorosas. Piensa en cuanto tiempo debe llevar haciéndolo a sus espaldas, cuantas veces confundió los efectos del medicamento con cosas bobas como cansancio y falta de sueño.
Su mente le hace reflexionar. Piensa en Elizabeth, con sus problemas de atención y su desorden alimenticio. Piensa en Harry y la anemia. En si mismo y su miedo a no ser suficiente, su obsesión con la perfección.
Lanza al regazo de Stan el frasco de pastillas, no midiendo la fuerza con que lo hace.
—Si quieres drogarte hasta que se te hinche el huevo, hazlo. Pero desde el primer puto día en que nos conocimos te dije que no quiero nada de drogas en esta habitación. Hazme ese favor, aunque sea.
—Louis... no es... no es así.
—Me importa una mierda, honestamente. Ya me cansé de ser niñera de todo el puto mundo, Stan. Si tanto quieren morirse y destruir lo que queda de ustedes, háganlo. Pero no vayan por ahí preocupándome para después actuar como si nada pasara. No es justo.
El pelinegro comienza a decir algo, pero el ojiazul le deja hablando solo.
Sale de la habitación, decidido a estar en cualquier lugar menos allí.
Sorpresivamente, se encuentra a sí mismo en las aulas donde usualmente espía a Harry.
Luego de una larga caminata escuchando lo que sea en sus audífonos, sus pies le sorprenden llevándole hasta allí. De todos los lugares, este es al que menos pensaba llegar.
Se adentra en el complejo de aulas, guiado por la costumbre a través de los pasillos oscuros por la ausencia de la luz. Pareciera que no hay un alma, pero en ese momento, el espacio es ocupado por dos.
Pronto llega hasta el salón de siempre. La luz de la media tarde entra por las únicas ventanas abiertas de toda la unidad. El estéreo retumba a todo volumen con la melodía más acorde que cualquiera pudiera asignar a la situación que ahora envolvía al grupo de jóvenes.
Louis podría llorar de pena. Harry es tan atento a los detalles; se ha asignado a si mismo a bailar al compás de un ritmo que pareciera escrita para él, con movimientos semejantes a lágrimas hechas arte. Esta llorando sin realmente hacerlo.
Es como la máxima expresión de un sentimiento, evocarlo sin físicamente manifestarlo.
Harry se mueve arriba abajo y alrededor con Boys Don't Cry de The Cure.
El ojiazul lo ve hacer sin moverse de donde está. Inconscientemente se lleva una mano al pecho, ardiendo de un sentimiento extraño a su corazón, todo por el niño perdido que danza frente a sus ojos.
El ojiverde se percata del par de ojos ajenos que lo observan, y para en seco frente a la puerta entreabierta.
Ambos sostienen miradas. Hay un breve momento en que la música se traga el silencio que han dejado los pies de Harry, ahora quietos a la espera de cualquier movimiento por parte del intruso que le ha interrumpido.
Pero no hay nada. Pronto la música se extingue y no hay nada más que el silencio envolviéndoles completamente. Allí, Louis pone los dedos sobre aquel sentimiento extraño.
Resentimiento.
Siente una pizca de hostilidad invadirle de repente, nublándole todos los sentidos. Ver a Harry expresando su tristeza, su vulnerabilidad, le hizo acordarse de que nadie se preocupa por la suya, y de que no ha podido expresarla a rienda suelta.
Y todo es culpa del mocoso frente a él.
Se había ido por días sin dejar un rastro. Lo había dejado con el repugnante hedor de la inseguridad impregnado dentro del pecho, aquella que tanto había evitado toda la vida. Y lo peor era, que lo sentía por otra persona que no era el mismo, lo cual era todavía más ridículo.
Lo había afectado al grado de alucinarlo en todos lados, en tener su nombre en la punta de la lengua en cada conversación. Cualquier interacción hacia a Louis tener los nervios de punta, cuidando en todo momento de que aquel maldito nombre no escurriera de sus labios. De haber sido así, todos habrían descubierto la razón por la cual el ojiazul había estado tan agitado aquellos últimos días.
Volviendo al ahora, ambos chicos se veían directamente a los ojos.
Harry podía captar la intensidad de las emociones abatiéndose dentro del otro, pues la turbiedad de su mirada era como el reflejo en un espejo.
Tenía miedo de abrir la boca, o de moverse siquiera. Parecía como si Louis fuese a saltarle encima y arrancarle la garganta de una sola; la respiración del menor se volvió pesada y agitada al pasar de los segundos. ¿Por qué estaba él allí en primer lugar? ¿Y por qué lucía tan enojado?
—Louis....
El mayor respondió con sus manos sobre los hombros del más chico, dándole un fuerte empujón.
—Louis.
—Cállate, Harry.
—¿Por qué me empujas? ¿Qué haces aquí?
Louis no tuvo una respuesta. Simplemente le dio otra mirada disgustada.
—Louis.
El ojiazul se da media vuelta sobre sus pies y comienza a alejarse de aquel lugar.
Harry tarda un par de segundos en reaccionar, pero pronto emprende la marcha, persiguiendo el paso apresurado de Louis.
El mayor había querido abrir la boca para gritar en voz alta y echarle en cara a aquel mocoso lo espantoso que había sido cargar con el asco y la culpa de preocuparse por alguien más que no era él mismo.
Solo que su orgullo y cobardía habían ganado aquella batalla y por supuesto, optaba por alejarse y simplemente cesar cualquier tipo de contacto con Harry. Sería el pretexto perfecto.
—¡Hey! — los dedos flacuchos del menor se adherían a la capucha de su sudadera como si se tratase de una pequeña ancla.
Louis trató de sacudirse al chiquillo de encima, pero parecía determinado a no dejarlo ir sin obtener una explicación.
—Louis, ¿por qué me ignoras?
El ojiazul se volvió a verle y le dio una mirada incrédula.
—¿¡Qué!? — exclama Harry, Louis nunca le había escuchado tan alterado. —¿¡Qué pasa Louis!? ¡Háblame!
—No me da la gana hablarte— replica fuertemente el otro.
Le toca al menor dar una mirada desconcertada. —¿Qué te hice? Solo estaba bailando...
Louis rueda los ojos con pesadumbre y trata de emprender la huida nuevamente, pero Harry lo sostiene fuertemente de la muñeca antes de que pueda dar un paso más. Este voltea a ver su mano como si tuviese la peste.
—Suéltame.
—No.
—¿Por qué no?
—¡PORQUE TE ODIO! ¡ME DEJASTE POR DOS SEMANAS CON EL ALMA EN UN PUTO HILO, POR ESO!
Hubo un crudo silencio; el aire fuera de la estancia hacia vibrar las ventanas de una forma tétricamente acorde a la situación. Harry tiene la mirada fija sobre el agitado ojiazul frente a él, que le ve con cierto dejo de arrepentimiento.
Como si lo que ha dicho no se suponía que Harry lo supiera.
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