QUINZIÈME

N/A: Chequen el reparto JAJAJA.

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Nueve en punto. Cielo negro, con vientos fríos y fuertes que hacían a los abrigos revolotear y a las ventanas crepitar. Así era la mañana del último ensayo.

Louis roncaba apaciblemente dentro de su dormitorio, envuelto hasta la barbilla en su colcha y sabanas negras. Su cabello se disparaba en distintas direcciones sobre su almohada, a medida que se agitaba en su sueño. Ni siquiera el sonido de la ventana a punto de ceder ante el viento lo inmutaba.

Él y sus amigos habían vuelto bastante tarde a sus dormitorios, por lo que se encontraba agotado.

Harry había conseguido escabullirlos una vez más. Los tres habían colapsado en el dormitorio de Louis, pero apenas dieron las seis, Elizabeth había vuelto a su dormitorio y Stan había partido a un entrenamiento fuera de la academia, por lo que no había nadie que interrumpiera el sueño del ojiazul.

O al menos así fue durante los veinte minutos que le tomó a Harry llegar hasta allí.

Louis, que ya estaba medio despierto, confundió por un momento el sonido de las pesadas gotas de lluvia golpeando el techo, con el sonido de los nudillos del menor tocando la puerta. Permaneció totalmente quieto en su lugar, no completamente consciente todavía. Tal vez, si no se movía, Harry asumiría que estaba muerto, o que había salido. Lo que sea que le llenara su mentecita estúpida, y entonces, lo dejaría tranquilo.

—Louis, sé que estás ahí. Yo mismo te metí en la cama. Levántate ya.

El ojiazul deja salir un gruñido desde lo más profundo de su ser. Sin abrir los ojos, maniobra su camino entre las sabanas y se envuelve en una especie de burrito apretado. —Vete a la mierda de aquí.

Hay un momento de silencio en el que Louis exhala feliz. Por fin, se fue. En cierto sentido se queda un poco dormido. Pasan los minutos y el ojiazul concilia el sueño una vez más.

La puerta de su dormitorio se abre de repente, luego de un rato. No es de golpe, sino como tu madre suele abrirla cuando ya has acabado con su paciencia, pero te quiere lo suficiente como para no gritarte. Inmediatamente, hay un olor dulzón invadiendo la habitación.

—Vamos, Louis. Levanta.

—Levántame esta.

—No hace falta, de aquí se ve que puede hacerlo solita.

Louis toma un puñado de sabanas y se las echa sobre su entrepierna, avergonzado. Desde debajo de la almohada que se ha colocado sobre la cabeza, murmura un ''idiota''.

Harry suelta una risita. Hay un sonido de algo pesado siendo colocado en una superficie dura. El ojiazul se digna a abrir uno de sus ojos, encontrándose con un muy molesto mocoso parado frente a él.

—¿Te causa algún tipo de placer sexual molestarme todos los días?

—Hey, tu fuiste quién se alteró por dos semanas sin hablar conmigo — el ojiverde alzó las manos y se encogió de hombros, a la vez en que tomaba asiento en el diminuto espacio sobrante en la cama de Louis.

El mayor, para nada contento con que le echara en cara su momento de debilidad, le respondió dándole una patada en el trasero, lo que ocasionó que Harry fuera a dar al piso.

El menor abrió la boca para hablar, pero su lengua se vio petrificada al escuchar el sonido de la risa de Louis. No recuerda haberlo oído reírse así. Era un sonido encantador.

—¿Te vas a quedar a quedar a echar raíz en el suelo o qué? — habló Louis, irguiéndose sobre sus codos. Ahora fue el turno de Harry para reír. El ojiazul se odió por no poder contener la sonrisa.

—¿Qué es gracioso?

—Tu cabello... parece que te ha explotado algo.

Louis rueda los ojos y su sonrisa baja de intensidad, pero no deja su cara. Mientras Harry termina de reírse y de ponerse de pie, él escanea sus alrededores: el cielo retumba con truenos y deja caer agua por montones allá afuera. Su habitación se ve mediamente desordenada. Hay una charola con desayuno aún humeante sobre su escritorio. Puede distinguir dos tazas, un bol con melón y un plato con panqueques.

—¿Me trajiste el desayuno? — respinga, perdido.

Harry voltea a ver la charola y luego al ojiazul, alzando una ceja. —Si, tu me lo pediste. También me pediste que te viniese a despertar, porque Stan se iría y sabias que Elizabeth te dejaría a tu suerte.

Louis se sienta en la cama con mirada confundida. Agacha la cabeza y con ambas manos, agita su cabello hasta que este queda decente. Para entonces, entiende.

—Todo lo que te diga borracho es mentira, Harry. No tenias que tomarlo tan literal.

El ojiverde sonríe y al mayor le llama la atención la manera tan rápida en que aparece y desaparece el hoyuelo en su mejilla. —Ya sé, Louis. Me lo dijiste. Además de esto, prometiste que si te despertaba me ayudarías a estudiar antes de irnos al ensayo. Pero se que no lo harías, así que solo cumplí con despertarte y traerte el desayuno. Se que con resaca a uno le da sed y mucha hambre, así que me aseguré de que tengas algo en el estómago y estés hidratado.

Louis parpadea. —Y si te lo dije, ¿por qué hiciste todo esto?

—Simple amabilidad. Se que tu...

—Ni de broma haría lo mismo por ti— interrumpe el otro, pensándose más inteligente.

Harry le da una sonrisa burlona. —Lo sé. Iba a decir que se que tu no lo harías por mí, pero que, por como ya habrás podido notar, no somos iguales.

El ojiazul le alza una ceja y comienza a levantarse de la cama. Le resulta extraño. Harry no se queda callado como antes, no le deja ser como antes. Se ha vuelto más insolente y respondón. Cacha todos los tiros de Louis en el aire. Le gusta eso.

Mantiene la pelea interesante.

Echa un vistazo a la charola y nota que hay un plato lleno de yogur con frambuesas encima, una taza de café, una de té y un plato con pan tostado.

—Odio el café.

—Lo dijiste ayer, el té es tuyo— habla Harry, tomando la taza caliente de café entre sus manos. —Deberías apresurarte, falta solo media hora para que inicie el ensayo.

Louis toma un panqueque a la vez que le muestra el dedo medio. A medida que mastica, consigue llegar hasta su laptop y poner su playlist de punk rock antes de lanzarse a buscar su atuendo de ese día. Harry lo observa, parado desde la ventana mientras toma pequeños sorbos de café y ocasionales mordidas a un pedazo de melón.

El ojiazul corre de aquí a allá: abre la llave de la ducha y aprovecha el tiempo que le toma al agua calentarse, para buscar un par de pantalones deportivos negros, una camiseta gris y un abrigo amarillo que servía para la lluvia.

Pronto este se encerró en el baño y la habitación quedó sumergida en el ruido de los Sex Pistols y del agua corriendo dentro y fuera de la habitación. Harry permanece un momento simplemente observando, pero él bien sabe que no puede simplemente no hacer nada.

Hace la cama de Louis, sacudiendo las arrugas de la colcha negra. Coloca la ropa limpia sobre la cama, colecta la ropa sucia del suelo y la pone en el cesto al que pertenece, sacude un poquito el escritorio de Louis.

Cuando escucha la llave de la ducha cerrarse, regresa a su lugar cerca de la ventana y actúa como si no hubiese pasado nada. Entonces, Louis abre la puerta del baño.

A pesar de que ambos son chicos, y de que ambos están acostumbrados a estar desnudos alrededor de otra gente—ya que en camerinos se pierde todo tipo de pudor—había cierta atmósfera incómoda en la habitación. No tanto para Harry, sino más bien para Louis. No se explicaba porque sentía cierto calor en la cara cuando tuvo que pasar cerca de Harry para tomar su ropa. Se sentía aliviado de haberse puesto los boxers dentro del baño.

—Vámonos ya, insecto— vociferó una vez que estuvo listo.

Y si Harry notó el ligerísimo rubor en sus mejillas, no mencionó nada.

* * *

Resultaba algo extraño para Harry ir charlando con Louis de camino al teatro, hablando como si nada. Este, caminaba a su lado preguntando que tanto se había avergonzado a sí mismo la noche anterior, con una expresión neutra en el rostro, como siempre

Como si aquella vez que estaba ensayando solo, él no hubiese entrado dando gritos y empujones. O como si Harry no hubiese estado preocupado más allá de su ser dos días antes de esto, preguntándose que había pasado con el mayor.

El ojiverde se preguntaba si así seguirían las cosas, como si nada hubiese pasado.

De ser así, no podría con la curiosidad. Se lo comería vivo. Tenía que poner un nombre a aquella sensación que le había envuelto cuando Louis había estado delante de él, gritándole, con toda esa molestia y desesperación que nunca le había visto. Hubo cierta intensidad en ello, y eso le intrigaba.

Louis, por su parte, se arrepentía horrendamente de sus decisiones. La resaca le drenaba la vida del cuerpo. No tenia ánimos de nada, ni siquiera de pelear. Por eso no había mandado a volar a Harry en la mañana, y cometió el estúpido error de dejarlo quedarse y acompañarle al ensayo.

¿Por qué cedió? Es decir, lo sabía. Pero, ¿por qué no usó su fuerza de voluntad? ¿Acaso se estaba ablandando?

Su cuerpo entero sufrió un fuerte escalofrío ante la sugerencia.

No, todo menos eso, pensó. Eso sería caer demasiado bajo.

Observa a Harry hablar. La forma en la que su cabello corto y rizado revolotea hacia los lados de su cara, enmarcándola. Su piel pálida aún se ve afectada con moretones que tardan en sanar. Sus labios rosados se tocan cuando articula las palabras y distingue un tono azulado en ellos, debido al frio.

Louis se concentra en lo que sea, aferrándose a los detalles. Con tal de no pensar en todos esos sentimientos reprimidos, cualquier cosa le sirve. Como, por ejemplo, hacer de su borrachera el tema de conversación para el camino.

Le ruega al cielo que Harry no saque el verdadero tema a colación. Supone que lo ha olvidado.

En vez de engranarse en este pensamiento, el mayor se concentra en los surcos que se forman en la cara de Harry cuando abre la boca. Sus pómulos no son afilados, pero sus mejillas son tan delgadas que pareciera que la piel esta sobre el hueso.

—Y Elizabeth tiene las fotos de todo eso, por si quieres amenazarla luego— la voz de Harry lo trae de vuelta al presente.

A Louis le toma un momento asimilar que no ha prestado atención a nada de lo que el menor le ha dicho y de que se encuentran entrando al teatro.

¿De verdad no notó que han caminado fuera de la academia, hasta el teatro a tres cuadras de allí?

Dios, si que podía desasociarse como los grandes.

—Me encargaré de ella cuando la vea— responde Louis, luego de unos segundos.

Y eso es todo.

Para ambos, es confuso.

Es obvio que falta una parte en el rompecabezas. Hay algo que ha quedado sin discutir. Pero ninguno es tan valiente como para hablar primero.

Y cuando alcanzan el escenario, esto sirve de excusa para partir caminos sin despedirse.

* * *

—Lo veo y no lo creo. Realmente has permitido que te escolte hasta aquí. Mírate nada más, sin orgullo alguno. Me impresionas.

—Ándate a la mierda, Elizabeth.

La pelinegra suelta una carcajada maligna antes de continuar estirando. Ha visto todo desde su lugar: los ha visto entrar, quedarse en silencio y separarse incómodamente, refugiándose cada quien en su grupo de amigos y en la obligación de calentar antes de ensayar.

—Anoche eras más divertido— murmura luego de un rato.

Louis se encuentra con una de sus piernas sobre la barra, y con el torso apoyado sobre de esta, tratando de mezclar el dolor y la necesidad de distraerse para lograr estirar los músculos.

—Supongo que estas acostumbrada a escuchar lo mismo.

Hay un momento de silencio, seguido de un fuerte «pam». Elizabeth había lanzado una de sus zapatillas hacia la espalda de Louis, que brinca de sorpresa y lleva volando una mano hasta el lugar del golpe.

—Joder...

—Deja de ser un cretino, ¿quieres?

—Tu empezaste.

Elizabeth rueda el cuello, en vez de los ojos. Esta tratando de quitarse el hábito. De no hacerlo, podría quedarse así, de tanto que lo hace. Louis simplemente le ataca los nervios cada vez que hablan.

—¿Por qué no mejor me dices cual es tu problema? Así ventilas y dejas de ser una molestia— ofrece la ojiazul, sonriéndole dulcemente. —Cuéntame porque te desapareciste dos días enteros y luego apareciste como si fueras Jesús resucitado.

Louis se encontraba haciendo pliés, por lo que aprovecha la ocasión para no verla a los ojos.

—Es un asunto del que nadie sabe, y preferiría que se mantuviese así, si no te importa.

Observa como la chica toma asiento a su lado, a un medio metro de él. —A veces creo que no nos consideras amigos.

Louis hace una excepción y deja que el azul de sus ojos choque con el de los de ella por un momento. —Somos amigos, Eli. Y sabes que prefiero escuchar y lidiar con tu drama, que contar el mío. Yo puedo lidiar con él a solas, sin tu ayuda ni la de Stan, que, por cierto, se aprecia.

—Y eso te ha resultado de perlas, ¿cierto? — refunfuña la chica.

El mayor deja salir un profundo suspiro. —Estoy vivo, Eli. Confórmate con eso.

Minutos pasan y Louis se muda al piso, abriendo sus piernas al máximo, tratando de calentar los músculos en sus ingles. Fija la vista al frente, concentrándose en los chicos de grados inferiores que calientan al otro lado del escenario.

Pronto identifica a los amigos de Harry, y no mucho después, es capaz de distinguir el cabello alborotado del mocoso. Se siente un tanto extraño por mantener sus ojos tanto tiempo sobre él. Pero, considerando las circunstancias, no sería la primera vez que lo veía sin que este lo supiera.

Entre los sentimientos encerrados en su pecho, entremezclado con el resentimiento y la preocupación, estaba una pizca de entretención. Era una palabra extraña, pero era la única que describía ese pequeño sentimiento abatiéndose contra los otros más densos. Y este, ocasionaba esa peculiar fijación en Louis. La de mirar a Harry hasta cansarse, vaya.

Harry se despojó del suéter que llevaba encima, quedando en una camiseta de licra negra. Las mangas cortas enmarcaban sus brazos, flacuchos y un tanto ejercitados. Louis notó otra cosa: la delgadez.

Como ávido espectador de las presentaciones nocturnas del menor, había llegado a familiarizarse un poco con las curvas y formas en su cuerpo. Y sabia, ciertamente, que había bajado de peso considerablemente. Su cerebro pensó en distintas razones para esto.

¿Podría sufrir lo mismo que Elizabeth? Un escalofrío le sacudió los huesos una vez más.

Hey, un momento. ¿Y a él eso que le interesaba?

A él no le importaba nadie que—

—¡Clase! — un par de palmadas resonando por todo el teatro interrumpieron sus pensamientos.

Miss Greta se encontraba parada en uno de los pasillos entre las butacas, con el equipo de vestuario y confección pisándole los talones. —A trabajar.

(...)

Toma aproximadamente una hora y media para que cada participante tenga puesto su respectivo vestuario. Los profesores no son requeridos esta vez. Es Lester Tomlinson quien dirige el ensayo.

La orquesta que tocará en vivo ese día se encontraba en sus posiciones, ya tocando la primera melodía. La escenografía estaba colocada para darle una referencia a los bailarines de los límites que poseían.

Louis y los que estaban próximos a entrar a escena, observaban desde las piernas del telón. Los demás se encontraban sentados en las butacas, observando el espectáculo hasta que llegara su turno.

Lester, parado a unos metros delante de ellos, estaba siendo aún mas exigente que los maestros del ensayo de ayer, por lo que había cierto nerviosismo en el aire. Se suponía que este era el ensayo para relajarse.

—Estoy tan jodida— murmura Elizabeth, al lado de Louis.

—No más jodida que yo. Piensa, si esta tan ávido de buscar defectos y de demostrarle a todos que no tiene favoritismos... eso solo significa que estoy frito. Va a encontrarme mil errores para que todos los vean.

—Si, bueno, tu no compraste zapatillas nuevas para el evento— el ojiazul se vuelve a ver a su amiga, que se encontraba tratando de ablandar la nueva adquisición.

—Error de principiante— regaña Louis, tomando la zapatilla de sus manos. No tarda mucho en escucharse un pequeño «click».

—Gracias. Todos creen que lo más difícil del ballet es mantenerte en puntitas. Pero no, la parte difícil es tronar las suelas de las malditas zapatillas.

Louis suelta una risita.

Concentra su atención en su tío, y la mirada impasible en su cara. De esta manera, puede ver el parecido familiar.

Se pregunta si será muy duro con él cuando le toque ensayar su parte. Tendría que esforzarse a tope ahora. No sabía que tanta movilidad le otorgaba el traje de cascanueces, y honestamente, no pensaba ceder. Prefería moverse como debía, arriesgándose a quedarse con el traje hecho jirones frente a todos, antes que titubear sobre sus pies cada vez que el traje limitara el movimiento de su cuerpo.

Mientras Louis se debatía, un par de inocentes ojos verdes se dedicaban a examinar cada parte de él. Aquel traje de príncipe le sentaba tan bien.

Harry podía notar que algo estaba estresando al ojiazul. A decir verdad, se veía un tanto nervioso. No entendía el porqué, si el ensayo de ayer había sido un éxito rotundo.

Aunque, bueno... su tío probablemente se pondría un poquito más exigente con él.

Solo esperaba que le pusiera entusiasmo. Le decepcionaba un poco ver tanto talento desperdiciado.

(...)

Hasta ahora, todos los números habían salido relativamente bien. Correcciones no faltaron, pero fueron menores. Incluso Louis se había salvado.

Ahora venia una escena importante del segundo acto. Era el baile de coqueteo entre Clara y el Príncipe, cuando llegaban al reino del Hada de Azúcar.

Todos estaban esperando impacientes. Algunos disfrutaban de ver a Louis bailar, y otros, simplemente querían terminar e irse a estudiar.

—Luces azules y blancas por favor. Un tono muy tenue de rosa, para el romance— Lester daba ordenes en voz alta a la gente en iluminación, y estos cumplían sus caprichos apenas salían de su boca.

Una vez que el reflector blanco se poso sobre las figuras de los dos bailarines en el escenario, hubo un silencio. Lester dio una pequeña seña. La música cobró vida.

A Harry le maravillaba la forma en la que Louis podía proyectar tanta firmeza y fuerza, aún cuando estuviese ejecutando pasos delicados. Se preguntaba cuántos años de practica le habrá tomado adquirir esa habilidad.

Había querido prestar atención a la chica, a la escena completa de los bailarines representando a los dulces y a la entrada triunfal de Elizabeth en aquel vestuario rosado tan bonito. Pero sus ojos solo podían ver a Louis.

Se robaba el aliento de quien lo viese. Sus piernas fuertes lo propinaban altísimo cuando saltaba, y le daban la estabilidad de una roca cuando tocaba el suelo, o cuando alzaba por los aires a su compañera.

—Clara, esas manos de ogro. El cuello. Elizabeth, mueve los brazos. Louis, menos «odio a todos» y más «amo el olor del azúcar por la mañana».

Las instrucciones fueron acatadas rápidamente. Pronto, el momento de brillar de Clara y el príncipe terminó, y comenzó la demostración de los dulces y las flores.

Mientras Harry abandonaba su lugar para prepararse, pensó en la trama del ballet.

¿Cómo una aventura donde alguien le regala un cascanueces a una niña es algo navideño? El cascanueces pelea con ratones, se vuelve príncipe, la lleva por un bosque hasta topar con el castillo de un hada que les ofrece bailes de sus preciados dulces y flores, para después concluir con que todo es un sueño de Clara.

A veces no entendía el punto de ciertas obras. Pero era bonito, y un clásico de la navidad, así que no había mucho de donde pelear.

(...)

—Los brazos no son fideos.

—Epa, ahí son dos pasos separados, no me los mezclen. Es arriba, abajo, salto... PAUSO, y después giro.

—Otra vez. Desde el principio. Elizabeth, cuando alces los brazos quiero ver fluidez, no palos de escoba. Prueba a mover los pies un poco mas lento.

El tiempo voló para Harry luego de haber entrado por primera vez en el vals de las flores. Se sentía realmente una pequeña flor flotando por el aire. Amaba esa melodía, desde que era un pequeño. El crescendo de la música siempre le había puesto la piel de gallina, y ahora, que cumplía su sueno de bailarla ante una audiencia importante, se sentía en las nubes.

Louis lo notó, naturalmente.

Desde su lugar en el escenario, junto a su compañera, podían ver a todos en acción.

Notaba un pequeño retazo de pasión emanar del menor a medida que se movía por el escenario junto al resto de sus compañeros. Le resultaba entretenido a Louis, se veía que a Harry le gustaba expresar todo, pero la inexperiencia lo limitaba.

Con algo de entrenamiento estaría listo para saltarse clases y practicar con su curso.

Ojalá que eso no pasara pronto. No soportaría compartir otra clase con él, y menos una de las más extensas.

Dejando de lado su agriedad, se dejó envolver por la simetría de todos los bailarines, meciéndose al mismo ritmo y nivel, todos sumergidos en la armonía de esa canción. Era como ver flores reales meciéndose con el viento de la primavera. Se sorprendió a si mismo cuando sintió los vellos en su nuca erizarse de emoción.

El número terminó, y la orquesta continuó tocando, cambiando la melodía al esperadísimo grand pas de deux entre Louis y Elizabeth.

Justo cuando los alumnos libres comenzaron a buscar un lugar para admirar el numerito, la voz de Lester Tomlinson interrumpió todo.

—Muy bien, quienes no sean necesitados en las próximas escenas puede retirarse. Nos vemos mañana, mucho éxito a todos. La cita es a las siete. No olviden quitarse los vestuarios y dejarlos en su sitio para que sean lavados y planchados.

Harry se quedó parado donde estaba, confundido. Todos comenzaron a desalojar el recinto, rumbo a los camerinos.

Sabía que, según las ordenes del tío de Louis, solo quedarían Elizabeth, la orquesta y su sobrino, junto con la chica que hacía a Clara.

Que extraño.

Apenas se alejó del lugar, la orquesta reanudó su melodía. Y así, con meros segundos de haber comenzado, Lester ya estaba gritándole al par de chicos.

Harry se encogió de disgusto.

Solo esperaba que Louis no resultase muy afectado al final.

* * *

Para cuando su tío los dejó ir, Louis estaba considerando seriamente el asesinato.

Lester se había excedido con el número de veces en que lo había obligado a cargar a Elizabeth. Siendo tan obsesiva como era con lo del peso, estaba llegando a un punto en que a Louis le dolía más sentir sus huesecillos encajársele en el cuerpo, que cargar con todo su peso.

Estaba seguro de que tenía moretones en cada lugar en donde las caderas y rodillas de Elizabeth habían estado.

El ojiazul soltó un gruñido audible al alcanzar el exterior del teatro. Había mantenido la estúpida esperanza de que, después de seis horas de ensayo, el clima habría cambiado, aunque sea un poco. Pero no, seguía tan mierda como lo estaba cuando despertó.

Se ajustó el gorro de su abrigo amarillo tanto como pudo antes de comenzar a caminar hasta la academia. La lluvia caía tan fuerte, que en cierta manera sentía alivio cuando las pesadas gotas le golpeaban la espalda y los hombros.

Se sentía un tanto agitado. Todo lo que oía era sus pisadas sobre la grava mojada, el sonido del agua contra la lona mostaza de su abrigo y los truenos en el cielo. Sonrió para si mismo. Adoraba de alguna forma este tipo de días, especialmente cuando estaba tan frustrado como lo estaba en ese momento.

Sin tener audífonos y música en donde concentrarse, estaba solo con sus pensamientos por las siguientes dos cuadras y tantos metros hasta su dormitorio. Y claro, la situación sin resolver tomó el control de ellos.

¿Qué podía hacer ahora?

Era obvio que aquello no debió salir jamás de su boca. Harry no debía enterarse de todos los sentimientos encontrados que le había provocado. Era exponerse demasiado ante una persona a la cual no le confiaba ni un vaso de agua.

Pero, ¿entonces? Sabía muy en su interior que el chiquillo estaba esperando el momento indicado para preguntarle por ello. Y siendo sincero consigo mismo, Louis no tenía idea de que respondería.

¿Tenía que responderle? Podría dejarlo con la palabra en la boca, o callarlo con un ''déjalo ir, niño.'' Si, eso funcionaría.

A medida que se acercaba a la entrada de la academia caía en cuenta de que había jurado, desde que dejó la casa de sus padres, de que no se metería en más líos emocionales. Nada de dramas, ni sentimientos dependientes. Era la escuela y nada más. (Bueno, su definición de ello).

Y ahora, ¿Qué estaba haciendo? Todo lo contrario. Por Dios. Daba pena.

Se dio un momento de silencio, procesando todos sus pensamientos.

Para cuando alcanzó su edificio, pensó: ¿Y realmente odiaba a Harry?

Bueno, el chico si era molesto. Era tan inocente en las cosas importantes. Eso sacaba de quicio a Louis. Como le gustaría darle un golpe de realidad. Pero no era su asunto, ciertamente.

Además, nunca se callaba. Siempre hablaba, hablaba y hablaba. Parecía hilo de media cada que alguien lo incluía en una conversación. Sin ignorar que era algo extra con algunas cosas, lo que hacia que Louis se retorciera por la vergüenza ajena.

Pero no podía negar que siempre lo sacaba de aprietos. Y sin chistar. Eso era muy noble de su parte. Ah, y también aguantaba toda la mierda que le tiraba, sin lloriquear.

Bueno, si lo ponía así, no sonaba tan mal.

Era imperfecto e incómodo, como muchos. Stan era algo así cuando le conoció. Hmm... tal vez había estado siendo muy duro con el chico.

Cuando llegó a su piso, tenía una pequeña sonrisa. Tal vez...

Tal vez podría darle a Harry una oportunidad. Pero una muy pequeña. Diminuta, casi.

No lo sabía. Trabajaría en ello.

Louis alzó la vista de sus pies, con optimismo renovado y una sonrisa un poco más grande que la anterior. Sintió lo más cercano a la alegría y la ironía mezcladas, de solo pensar en que antes proclamó odiarlo y no tener interés en las relaciones sociales, y ahora estaba considerando hablarle.

Pero este momento bueno, se fue tan pronto como vino.

Las chicas en el corredor de su dormitorio le dieron miradas preocupadas apenas se acercó. El ojiazul registró esto antes de escuchar la razón de ellas: había llantos y gritos saliendo de su cuarto.

Un presentimiento horrendo le hizo encoger el corazón. Corrió, ignorando la protesta de sus músculos cansados, hasta que llegó a su puerta. Abrió y cerró de golpe, presa del pánico.

Y lo que se encontró sería algo que recordaría toda la vida.


En el suelo, entre las sombras de la habitación oscura, estaba Stan. En medio de un ataque de pánico.

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