ONZIÈME
Un día en que la lluvia densa y fría hacia imposible salir a correr o caminar por el campus, Louis decidió imitar a Harry: se encerró en un salón a bailar por su cuenta.
Verán, a pesar de que el ojiazul no tenía mucho tiempo en la industria, digamos, profesional, contaba con un talento con el que parecía haber nacido. Sí, nunca había practicado el ballet, pero como ya habíamos dicho hace un tiempo, sus padres le habían obligado a practicar distintas disciplinas mientras crecía, entre ellas, danzas diversas.
Sus conocimientos generales de baile mezclados con el talento dentro de sí, hacían de Louis el prototipo perfecto de un buen bailarín, uno que llegaría muy alto en el rubro.
No importaba si lo veías bailar o no, su sola presencia y apariencia daban un aire de grandeza esperando a brotar: los músculos delgados en sus piernas y brazos que le levantaban la piel a cada paso y movimiento. La cara angulosa de pómulos marcados, los labios finos y el semblante misterioso. Era como el epitome de la masculinidad tan deseada por cualquier coreógrafo de ballet.
Pero Louis, no pensaba tanto de sí mismo. Se consideraba lo suficientemente delgado para ser considerado en el nivel más alto y lo necesariamente talentoso para que no lo desecharan, punto.
La poca apreciación hacia sí mismo no provenía de una falta de vanidad, para nada. Es más, ahora mismo, mientras estira y calienta a ritmo de Foo Fighters, Louis se ve fijamente al espejo, como todos los días. Sus azules ojos siempre se clavan en cada parte, cada detalle de su cuerpo.
Tengo que estar perfecto, siempre se repite. La inseguridad en su propia consciencia no se debía a que se sintiera menos, o no merecedor de su lugar o su talento. Solo que no quería darle lugar a las dudas. No necesitaba de nadie cuestionando si realmente necesitaban a otro como él, de si realmente sus piruetas y rutinas eran tan refrescantes y hermosas como sus maestros las describían.
Él tenía que ser perfecto, de pies a cabeza.
Aquello desataba una especie de batalla en su cerebro: su necesidad de alcanzar la excelencia chocaba con su propia esencia, que no deseaba encajar con los estándares impuestos para él.
Era esperado que fuera popular, sociable y el mejor de todos en cada cosa que hacía, dado a su estatus familiar y económico. Pero, bueno, a estas alturas ya lo conocen.
Louis no era nada de eso, a excepción del ballet. Allí, si era el mejor.
Aunque le doliera en el orgullo y el ego, admitía—para sí mismo solamente— que el ballet le ayudaba a expresar lo que su boca no podía.
No todos lo veían, pues no era obvio, pero Louis bailaba con un dolor y angustia tremendos.
Eran esos sentimientos, junto con muchos otros, lo que causaba que su danza fuese tan seductora a la vista: cuando Louis se movía—y no, no me refiero a un ensayo ni un ejercicio de barra, cuando realmente se movía sobre un escenario— había este sentimiento, al que nadie había podido ponerle nombre, tan arrebatador, que parecía emanar desde el chico hasta cualquiera que estuviera observando.
La audiencia se sumergía en los actos de Louis como si estuviesen viendo al más grande bailarín de todos los tiempos. Aquella esencia era difícil de conseguir siendo un novato como él.
Pero era algo adquirido, con los años de rechazo y duda a sí mismo.
Y aquello, que había brotado de un lugar oscuro y triste, brillaba tan fuerte como una estrella cayendo del cielo, siempre que era su momento.
[...]
Una vez que siente los arcos de los pies lo suficientemente entumecidos y los músculos dolorosamente estirados, Louis da por terminado su calentamiento.
No sabe muy bien cómo es que Harry hace esto. Se requiere tener mucha paz contigo mismo para animarte a bailar en un espacio vacío y cerrado, incluso más que la que se debe tener cuando se baile ante una audiencia repleta.
Recorre la estancia con la mirada, buscando algo o alguien viéndole. Se sentiría más tranquilo sabiendo que debe quedar bien con alguien.
Pero no, está solo. No debe ser perfecto para nadie, más que para él.
¿Cómo no se pueden tener defectos ante una persona que cree ser uno?
Suspira. ''Puedes hacer esto. No te alteres por algo tan estúpido'' habla en voz alta.
Toma el control remoto y presiona Play en el estéreo que Miss Greta siempre utiliza. Ha decidido poner su música en aleatorio, pues conoce al derecho y al revés el orden de las canciones y eso sería como hacer trampa.
El punto de todo esto es hacer que los movimientos le salgan del corazón, de bailar sobre sus pies, no sobre una coreografía perfecta.
The Dying Swan, por Saint-Saens, lee su reproductor en voz alta.
Louis siente un tirón en el pecho: aquella canción era una de las melodías más melancólicas y cautivadoras del ballet; había tomado algo tan bello y delicado como el Lago de los Cisnes, y lo había transformado en algo trágico.
Louis se irguió sobre sus dedos, comenzando a bailar. Su mente solo podía pensar en capturar esa esencia de una cosa tan bella como un cisne, agonizando, hasta encontrar el aterrador e incierto final de la muerte.
Sus brazos aleteaban a sus costados como los de una verdadera ave. Los giros que habían comenzado siendo suaves, cuidadosos, ahora eran erráticos y descuidados.
Sus músculos se tensaban y contraían cada vez más, alcanzando poco a poco el inevitable final.
Si Louis pudiese verse a sí mismo, sabría que era uno de sus mejores bailes hasta ahora.
Y es que, a pesar de tratar tanto en ocultarlo, había algo esta ocasión. Algo que hacía que todo el dolor, confusión y tristeza que llevaba dentro saliera a flote en cada aleteo, en cada pirueta.
Sus talones yacían juntos a medida que cruzaba en puntas el salón, subiendo y bajando los brazos, en un intento desesperado de escapar volando de la muerte. Podías ver con claridad la angustia en su rostro, como si tuviese miedo. Sus labios finos eran una línea dura bajo su mirada pérdida.
El ojiazul estaba en su mundo. No sabía ya que estaba haciendo. Solo giraba y maniobraba como Dios le daba a entender; su cabeza era un torbellino de recuerdos y sentimientos embotellados, que poco a poco iban saliendo a través de él.
En algún momento, cerró los ojos. Sentía claramente el duro suelo bajo sus dedos, curvados en punta, preparándose para sostener su cuerpo en un salto. Disfruto estar en el aire los pocos segundos que pudo hacerlo, aterrizando limpiamente y con una lágrima resbalándole de un ojo.
Podía sentirse en el papel a la perfección.
Cuando el triste final llegó, Louis terminó en el suelo, inclinado sobre su propia pierna estirada, de brazos extendidos y cruzados delante de él. Fue algo precioso, la forma en que capturó ese último aliento, antes de dejar la vida.
Hubo un breve momento de silencio, en donde solo se podía escuchar su respiración entrecortada.
Abrió los ojos, encontrándose con otro par de ellos, de verdes irises, viéndole a través del hueco de la puerta, no completamente cerrada.
El mayor suspira, sintiendo sus interiores hervir de frustración. Harry no parecía dejarle libre nunca.
A pesar de todo lo que habían pasado juntos—directa o indirectamente— comenzaba a despreciarlo un poco, cada día que pasaba. Sus personalidades no eran parecidas ni en lo más mínimo. Y ni hablar del carácter.
El menor representaba todo lo que estaba mal en el mundo de Louis. Había vivido por años en el encierro de su propia cautela, quietud e indiferencia, que un poco de ruido se sentía como la más violenta de las sacudidas; Harry era el turista descuidado e impertinente en un museo donde Louis era la escultura de noventa mil dólares que poco a poco caía al piso por culpa del otro.
Tenerlo cerca solo significaba caos y descontrol para el ojiazul. Las dos únicas cosas que no podía permitirse en ese momento. Nunca, en realidad.
Piensa en todo esto mientras se dedica a recoger sus cosas lo más rápido que puede, decidido a salir huyendo de ahí. Puede escuchar al otro hablando con alguien del otro lado de la puerta, y la barrera imaginaria de Louis se levanta, dispuesto a atacar a quien sea que se le cruce.
La puerta se abre de una y Harry es tomado por sorpresa por un Louis muy enojado.
Se siente tan intimidado por la mirada que el ojiazul le está dando, y la presencia del chico es lo suficientemente intensa como para ponerle la piel de gallina.
Seguro lo golpea, o le grita, o lo hace llorar.
Pero en su lugar, el mayor le da una mirada de arriba abajo que le sorprende que no deje agujeros en su ropa. Ve alrededor, como buscando a alguien más. ¿Se habrá dado cuenta?
Antes de que pueda reaccionar, el bailarín comienza a avanzar hacia el pasillo con decisión. Harry, en un ataque repentino de valentía, lo toma por el brazo y le hace volverse apenas unos centímetros.
— Louis, lo siento, no quería molestarte te juro que yo no quería hacer eso— El ojiazul le interrumpe al liberar su brazo de un tirón brusco. El momento parece demasiado dramático, dado que al mismo tiempo en que esto ocurre, un fuerte trueno retumba en el cielo.
Harry sale un tanto derrotado del edificio de aulas de danza, con su celular en la mano. Sus dedos deslizan el aparato arriba y abajo entre ellos, tratando de alguna manera calmar la ansiedad que le ha causado el momento. Ojala no hubiera hecho lo que hizo.
Para cuando llega a su dormitorio, la lluvia cae tan intensamente sobre la ciudad, que pareciera que ha nadado en la piscina con la ropa puesta. Tirita de frio, esperando el confort del calentador de su habitación y el del agua caliente en la ducha.
Pero cuando abre la puerta, se encuentra a su compañero de cuarto Rudy, y a sus amigos fumando marihuana. Y aspirando lo que parece cocaína.
La boca de Harry se presiona en una línea preocupada. Ahora entiende porque todo ese grupo esta tan delgado y pareciese como si la vida hubiera abandonado sus rostros. Es esa cosa.
Cierra la puerta detrás de sí y permanece inmóvil unos segundos. Tiene que ser cauteloso. Si llegara a molestarles, aquello podría acabar muy mal. No sabría qué hacer con seis personas drogadas sobre él.
Decide que lo mejor es ir al dormitorio de Caleb para evitar problemas, cuando Rudy nota que se ha quedado viéndoles mucho tiempo.
Y realmente Harry no recuerda mucho porque su cuerpo estalla en un miedo tremendo, tan abrumador y paralizante que hace a su mente bloquear casi todo lo ocurrido.
Solo recuerda a Rudy gritando, a los otros cinco chicos alterándose por su culpa y a todos poniéndose de pie para arremeter contra él.
Recuerda sentir puños en su cara, en el estómago y la espalda. Recuerda a sus oídos arder por los gritos, pero no puede traer a consciencia que fue todo lo que dijeron.
Lo último que recuerda, es lo más claro y conciso: la puerta abriéndose, chicos a los cuales no conocía, quejándose del ruido, pero que al darse cuenta de que estaba pasando, salieron en su defensa.
Luego de eso, se desvaneció.
* * *
Louis esta en el descanso de su clase de ballet, cuando la profesora Greta lo aborda.
—Louis— le llama ella, entregándole un celular.
El ojiazul le ve con desconcierto. —¿Profesora?
Ella sonríe y da un golpe con su dedo en la pantalla, que se ilumina al empezar a reproducir un video.
Es él.
Ayer. Bailando solo. ¿Cómo pudo obtenerlo?
—P-profesora Greta— exhaló Louis, pálido de repente.
La mujer no habló. En su lugar, le dedicó una mirada divertida. Su boca sonreía, de esa forma en la que una madre lo hace cuando descubre a su hijo haciendo algo que no debería.
—Louis, ayer mientras ensayabas por tu cuenta, volví al edificio por unas cosas que olvide en mi última clase. Encontré a Harry observándote, y antes de saber que eras tú, habría jurado que estaba viendo a un fantasma. Realmente le has conmovido, sin buscarlo. Y a mí también. Así que te he grabado, para mostrárselo a tu tío— Miss Greta sonríe apenas. —Para tomar en cuenta el devolverte tu puesto en el recital de invierno.
Hay un breve segundo en el que Louis boquea como un pez fuera del agua, incapaz de conectar las palabras con la boca. Pero pronto se le pasa y una mirada seria reemplaza al semblante atónito que antes tenía.
—Sé que es repentino— se disculpa la mujer. — Pero, ambos sabemos que puedes hacerlo funcionar aun cuando quede tan poco tiempo. ¿Verdad?
No quiere hablar. Le gustaría irse caminando, dejarle con la palabra en la boca.
Pero no puede hacerlo. El irse. Es la profesora Greta, la única maestra en todo el internado a quién le tiene respeto. Y la única que se lo merece, la verdad.
—Es verdad, profesora.
Ella sonríe y le da un apretón al hombro del chico. —Estoy segura de que darás tu máximo, ahora que has conocido un poco de humildad.
Louis asiente, sin estar muy seguro de sí debería hablar o no.
Miss Greta suspira y cruza los brazos sobre su pecho. Su sonrisa satisfecha no parece querer irse pronto. —Bueno, creo que como premio podría relevarte de tus clases esta semana.
—Hoy es viernes— murmura Louis, para nada divertido con la ironía de la maestra.
En contrario, ella ríe. —Pues es perfecto, ¿no? Es un fin de semana bastante largo si me lo preguntas. Si fuera tú, iría a dormir un rato. O tal vez estudiaría para mis exámenes finales.
El ojiazul se limita a elevar un poco las comisuras de su boca, en un intento de sonrisa respetuosa. —Creo que eso hare, profesora, gracias.
La profesora lo despacha con un asentimiento y pronto él se ve ajustándose la sudadera roja que lleva encima, preparándose para salir al frio del medio día. Realmente no le queda otra.
Ahora que tiene lo que tanto añoraba—su puesto en la obra, eso es— siente como si ya no tuviera sentido seguir esforzándose por demostrar algo al bailar. Toda la competencia, la determinación ciega, se había ido ahora que tenía lo que quería.
Se abrió paso entre los pasillos de cemento de la escuela, bajo los techos en arcos que cubrían las cabezas de todo el alumnado de aquella lluvia que no parecía querer irse apenas había llegado el mes. Era un hervidero de chicos y chicas yendo de aquí para allá, cargando libros y mochilas de ensayo mientras luchaban por llegar a tiempo a su siguiente clase de ballet, o tal vez para alcanzar un lugar en la biblioteca.
Louis los veía ir y venir con la calma de alguien que ya aceptó su terrible destino. Y no era por mediocridad.
Al contrario, el ojiazul bien sabía que aquellos exámenes no le hacían siquiera cosquillas. No eran difíciles, si utilizabas bien la lógica, era simple descarte de opciones.
Malo para aquellas personas a quienes los nervios les ponían la cabeza echa un desastre. Por ellos si sentía lastima, era como una sentencia de muerte.
Como sea, no era como que le quitara el sueño. Solía estudiar unos tres días antes de la prueba. Eso le había servido siempre. Así que, por mientras que ese tiempo llegaba, aprovechaba para burlarse internamente de las caras de desesperación pura esparcidas por la manada de pobres diablos que eran sus compañeros.
Tenía las manos en los bolsillos de su sudadera, y su andar era seguro como siempre. La espalda recta, los hombros bien alineados y los pasos dados sin una gota de duda, aun cuando no supiera con certeza a donde se dirigía. La postura común de un buen bailarín, dirían algunos.
Su mirada era seria igual que siempre, mientras sus oídos se encontraban ocupados escuchando "Over", lo último de Drake.
Había una costumbre secreta entre el alumnado, de la cual Louis no era conocedor. Tal vez porque tenía que ver con él.
Cualquiera que por azar del destino, se encontrara en el camino del muchacho, debía moverse rápidamente. Y no, no era algo inculcado por miedo ni por acciones del ojiazul.
Todos compartían una especie de respeto y admiración muda por el chico. No se sabía si por la posición de su familia en el mundo del arte o si simplemente era por su talento, pero todos consideraban a Louis como alguien demasiado imponente e intimidante si le tenías muy cerca.
La mayoría de las veces en que él hacía sus recorridos entre clases por los pasillos, no faltaba quien volteara a verle, algunos por unos segundos, otros por todo lo que tardaba de pasar de un salón a otro. A excepción de Rupert y sus amigos, casi todo el cuerpo de estudiantes consideraba a Louis algo así como una celebridad en la escuela. Siquiera cruzar palabra con él, era considerado un logro.
Harry estaba al tanto de ello, al igual que todos. Y no era algo que se comentara en voz alta. Era como un acuerdo silencioso al que accedías apenas te topabas con el joven de ojos azules.
Entonces, el ser considerado siquiera parte de los conocidos de Louis significaba mucho, y no tanto por el pedestal en que colocaban todos al chico, sino porque era obvio que no gastaba palabra con cualquiera.
Como antes había dicho, el ojiverde tenía una tendencia por las personas cerradas.
[...]
Ambos se encontraban en el mismo pasillo, pero ninguno de los dos lo sabía.
Y ahora, la atención no se dirigía exclusivamente a Louis. Harry se había catapultado a la fama del chisme estudiantil gracias a lo ocurrido la noche anterior.
No estaba seguro de todo lo que recordaba, pero los moretones esparcidos en su rostro y cuerpo eran recordatorio suficiente de que aquello no había sido para nada placentero.
El niño de ojos verdes mantenía la mirada en sus pies, tratando por todos los cielos de esconder su rostro manchado por la sangre coagulada bajo su blanca piel.
Las personas murmuraban y señalaban a sus espaldas, especulando la razón de aquellas heridas. ¿Una pelea? ¿Acaso el chico nuevo era secretamente un chico rudo disfrazado bajo su cara angelical? ¿O se había cruzado en el camino de la persona equivocada?
Cualquiera que fuera la causa, todos estaban hablando de ello. Pocos sabían realmente lo ocurrido, es más, solo los ocupantes del edificio de Harry lo sabían.
El director les había pedido que no esparcieran la información de lo ocurrido hasta contactar con los padres de todos los involucrados.
No les convenían problemas legales, y no tenía certeza de a qué tipo de familias pertenecían.
Se suponía que Harry iba en camino a la oficina del director para dar su testimonio.
Su cabeza era un torbellino que no parecía quedarse quieto; toda la mañana había tratado de recordar lo sucedido, pero solo había conseguido darse una jaqueca.
Habia pasado la noche en la enfermería, y apenas pudo dormir. Tenía demasiadas cosas en que pensar, porque encima de todo eso de la amnesia, ¿Cómo les diría que su mamá es una alcohólica con la que no pueden contar para continuar con los procedimientos de la escuela?
Seguro lo expulsaban.
Volvería a su pueblo, con la vergüenza aplastante sobre su cabeza mientras su madre le gritaba que le había advertido que no podría con ello.
El solo pensar en aquello lo hacía caminar con la cabeza más gacha. Podría hasta temblar del miedo de saberse despojado de sus sueños.
La ansiedad le trepa por el pecho como un puma dispuesto a aniquilarle de un zarpazo, y puede sentirse temblar mientras camina.
Los murmullos aumentan a su alrededor. La gente lo nota, la gente se da cuenta de que está cayéndose a pedazos. Pueden verlo en sus ojos, en la forma en que reflejan lo afligido que esta por dentro.
El dolor en su cabeza comienza a punzarle en las sienes, y puede sentir su corazón en su garganta.
Necesita recordar que pasó. Necesita hacer lo posible por manejar todo esto él solo, no debe, no puede necesitar a nadie. Si averiguan que su madre no se ocupa de él, lo mandarán de regreso.
No puede dejar que eso pasé. No puede estar tan cerca de todo lo que ha querido en la vida y ver como simplemente se lo arrebatan de las manos.
Alza una mano para limpiarse el sudor de la frente, y siente como una gota caliente le cae en el dorso de esta. Inhala sorprendido al tiempo en que se pasa las puntas de los dedos por debajo de los ojos.
Está llorando.
Ha estado llorando casi todo el camino, que no parece terminar nunca a pesar de ser un maldito pasillo. Es por eso que la gente murmura, y señala y le mira.
Su corazón se encoje de vergüenza y aprieta el paso para salir lo más rápido que puede de allí.
Louis va andando con paso decidido cuando siente a alguien colapsar contra él. El ojiazul gruñe audiblemente, trastabillando hacia atrás debido a la fuerza del golpe.
—¿Qué nadie te ha dicho que no corras en los jodidos pasillos?
Harry alza la cara, roja de vergüenza. —Lo siento, yo no estaba viendo por donde iba.
Su voz se atora en su garganta una vez que se da cuenta de que es Louis, y una ola nueva de mortificación le hace temblar de temor. ¿Hay algo peor que la vergüenza, un nivel extremo? Porque así se siente.
El intercambio de palabras pasa en un par de segundos y Harry continua su camino.
Un firme tirón a su bufanda le hace frenarse en seco, y cuando reconoce el fuerte agarre de las manos de Louis en la espalda de su abrigo, no se resiste.
—¿Qué mierda es eso?
Error. Harry comienza a retroceder. ¿En dónde había quedado aquello de no depender de nadie?
Pero tampoco había anticipado a Louis reaccionando a la defensiva por los moretones en su cara.
—N-nada. No es nada— Harry da un paso hacia delante, dandole la espalda y Louis le toma del cuello del abrigo negro que lleva encima.
El ojiazul le da media vuelta de una, haciéndolo encararle.
Siente algo muy parecido a la rabia hirviendo cada vez más fuerte en el fondo de su estómago. ¿Quién mierda le ha golpeado el rostro a Harry?
¿Quién se atreve siquiera a levantarle la mano a alguien tan inocente?
La expresión dura de Louis se ablanda ante los ojos de Harry, que respira muy rápido sin saber que hacer o decir. Esto definitivamente no lo esperaba.
Pensaba que a Louis no le interesaba su vida, ni lo que le pasara. Pero ahora, el ojiazul parecía afligido y un tanto molesto por verle así.
La gente alrededor era un barullo dividido entre suspiros conmovidos y exclamaciones incrédulas.
Y es que Louis parecía no tener emociones para nadie que no fuera Elizabeth, o Stan.
Ahora, estaba en medio del pasillo con el niño de los moretones negros y violetas, con las manos sosteniéndole la cara mientras examinaba cada parte de ella.
Harry se sentía expuesto. Las lágrimas no cesaban por más que quisiera, sentía los ojos pesados por lo rojos que debían estar ahora y encima, tenía a Louis cerca de su rostro mientras este admiraba con creciente rencor los golpes que tenía.
—¿Quién hizo esto?
—No lo sé— sollozó Harry.
—No trates de cubrirlo, no te hará nada nunca más. ¿Quién fue?
—De verdad, no lo sé.
—¡No me mientas Harry! — exclamó Louis, sacudiendo sus manos, que se encontraban acunando la mandíbula del menor.
El chico comenzó a llorar más fuerte. —N-no me acuerdo, Louis.
El ojiazul suspiró y abrazó a Harry contra sí. El menor siseó del dolor por la fuerza de Louis contra los otros moretones.
—¿Tienes más? — el tono del mayor sonaba indignado.
—S-si.
—Ven conmigo— murmuró Louis, tomándole del brazo. Comenzaron a avanzar, y el chico no tardó mucho en notar las miradas, a medida que pasaban entre la gente.
—¡¿Qué carajo están viendo?! — gritó, haciendo que algunos retrocedieran. —En vez de ver deberían haberle ayudado.
Silencio total.
Louis negó y terminó de abrirse paso hasta un salón que él sabía siempre estaba vacío.
Una vez dentro, echo el cerrojo a la puerta y se dirigió a Harry, que estaba dándole la espalda.
—Harry...
—Fue mi compañero de cuarto y sus amigos, pero no recuerdo sus rostros.
Louis le dio la vuelta una vez más.
—No me importa. Me ocuparé de eso luego. ¿A dónde ibas?
—A la oficina de tu tío.
Harry ve una expresión de alarma inundar el rostro del ojiazul. —Harry, tu nariz.
Puede sentir una gorda gota de sangre resbalarle por la boca. Rápidamente se limpia la nariz con la manga del abrigo.
—Es mi anemia no te preocupes.
Louis ve inexpresivo la cara infantil del chico frente a él, que trata de parar la sangre que sale de su nariz con un pedazo de papel que se saca del bolsillo.
Uno de sus ojos está casi negro alrededor, su nariz tiene una bandita encima, uniendo la herida que antes estaba abierta en su tabique. Sus pómulos tenían un tono violeta, escondiendo sus pecas. Sus labios estaban abiertos y reventados.
La lluvia golpea las ventanas del aula y el frio no parece dejar el aire ni estando dentro.
Harry pasa de sollozar audiblemente a simplemente suspirar, poco a poco reganando la calma.
Sin pensar, Harry toma a Louis de la cintura y le abraza con fuerza, mordiéndose el labio para no quejarse del dolor.
Louis se queda inmóvil por unos segundos, pero pronto sucumbe y envuelve cuidadosamente sus brazos alrededor de Harry.
Odia los abrazos. Pero ni él es tan mierda como para negárselo en un momento como este.
Harry aprecia cada segundo del abrazo, pues sabe que tiene que conseguir fuerza de algún lado para afrontar lo que se viene.
Una vez que se separan, le sonríe a Louis.
—Gracias— dice, y sin darle tiempo a reaccionar, sale rápidamente del aula, dejando solo al mayor.
Ah, no sin antes darle un rápido beso en la mejilla.
Louis se queda sin saber qué hacer.
Se siente a si mismo llevar sus dedos a donde los labios de Harry han estado.
Lo aprecia unos momentos antes de limpiarse el beso.
Reitera, ¿cómo alguien golpea de esa forma a un chico así?
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