❄️ HIVER SOUVENIRS [memorias de invierno]❄️



LOUIS  pasaba sus días en Francia ensayando y leyendo. Las aulas eran lo suficientemente viejas para haber sido testigos de reyes renacentistas ofreciendo bailes de salón dentro de ellas y la biblioteca era tan completa como los diez siglos de literatura que albergaba en su interior.

A diferencia de la academia de Londres, aquí sus compañeros no le veían maravillados cada que el chico coincidía en sus caminos. En su lugar, Louis era visto como un chico común y corriente, lo suficientemente bueno para ser considerado dentro de la escuela de ballet original en la cuna del movimiento, y ya está.

Aquello le sentaba de perlas al ojiazul. Realizaba su usual ruta de su dormitorio al salón de ensayos, y del salón a la biblioteca sin percances, chismorreos o mocosos descuidados metiéndose/hablándole en su camino. Le gustaban muchos sus periodos de estudio en Francia, le hacían sentirse atrapado en las pinturas de vestidos ostentosos y cabelleras blancas debido a la infraestructura rococó que, a pesar del pasar de los años, permanecía intacta.

Durante el mes y medio de estadía, Louis aprendió una cosa: el teatro le gustaba. Nunca lo había probado realmente, y siempre había creído que se asemejaba a una obra de ballet pero con diálogos. Resultaba que no. Era algo mucho más magnifico y elaborado que eso.

Su maestro los había obligado a recrear una opera viejísima. Y Louis había quedado encantado.

Casi tan encantado como para olvidarse de su pequeña revelación de camino a Francia.

Casi, pero no del todo.

Cada momento que pasaba a solas—mientras se duchaba, antes de dormir y al despertar—ojos verdes y pecas le asaltaban la mente sin piedad alguna. Se volvía cada vez más preocupante y molesto a medida que pasaba el tiempo.

Así que, cuando volvió a casa para pasar las últimas tres semanas de sus vacaciones, Louis llamó a la caballería.

Necesitaba contárselo a alguien que no fuese su subconsciente. Él sabia que tendía a ser demasiado racional con las cosas y a veces, eso no le ayudaba en nada cuando se hallaba en un mundo de soñadores. Era imposible ser comprendido por personas que veían todo en mil colores cuando él solo podía ver tres.

Era una tarde de diciembre, apenas dos días para el año nuevo cuando la casa de la familia Tomlinson recibió una visita esperada, pero que no dejaba de sorprender.

El par de ojos pardos se movían a todos lados tratando de evitar a todo el personal a cargo de mantener la mansión. Entre menos preguntas, mejor. Realmente le ponía nervioso cuando la gente le entretenía con los ''¡No te veía desde que eras así de chiquito!'' "¿Y cómo van los estudios? ¡Seguro tu padre ya está entrenándote!''. Era incómodo.

Sin embargo, venía preparado mentalmente para el interrogatorio. Todos en aquella casa sabían que siempre que Louis requería de su presencia, significaba que era importante. Y por supuesto todos querrían salir. La curiosidad y el morbo humano siempre le ganaban a la más determinada de las voluntades.

—¡Liam! — exclamó esa voz femenina que él conocía desde que usaba pañales.

Johanna emergió de su estudio con los brazo extendidos y la expresión de una mujer amorosa. El aludido se olvida por un momento de la ansiedad social que amenazaba con carcomerlo y acepta el abrazo.

—Ha pasado mucho desde que viniste a la casa, ¡mira que grande! La ultima vez tenias el cabello larguísimo— comenta Johanna, sonriendo al tiempo en que desliza sus manos por los brazos del adolescente, cubiertos en un caro abrigo color arena.

Liam ríe. —Si, bueno, ahora decidí cortarlo. Creo que el siguiente paso es raparme.

La mujer sonrío y Liam pudo ver a Louis reflejado en ella por un momento. —Lo que sea que te haga feliz, cariño.

El par charla un par de minutos más y después Liam continua su recorrido por el lugar. Los pisos de mármol y las altas columnas blancas de los pasillos confundirían a cualquiera, pero el castaño sabia muy bien por donde meterse y como llegar. Después de todo, esta vivienda era su segundo hogar.

Una vez alcanzó la familiar puerta de roble tallado, elaboró un viejo código—ideado cuando ambos chicos aún tenían dientes de leche y las rodillas constantemente raspadas—al tocar la puerta, anunciando su llegada.

Louis se encontraba tumbado en su cama de doseles grises, absorto en su conversación por mensaje. Apenas distinguió el código, rodó los ojos. —Entra, Liam.

El chico se abrió paso en el lugar, ya para nada maravillado con las paredes amarillo mostaza, tapizadas de posters de conciertos y películas de culto. Había pasado demasiado tiempo allí encerrado jugando con muñecas y develando secretos en compañía de su mejor amigo.

Observó con cariño los muebles blancos y cafés, admirándose de lo inmaculados que se veían a pesar de haber sufrido tantas travesuras.

—Deja de olisquear por los alrededores y ven a la cama. Tengo algo que necesito contarte.

—Lo sé, lo mencionaste unas dos veces por teléfono— Liam se deshizo de su abrigo rápidamente, colgándolo en la silla del escritorio de Louis. Las luces del candelabro en el techo brillaron en contraste con la tela verde oscuro de su suéter Gucci de punto tejido a mano.

—Que odioso, eso se anunció en la pasarela apenas ayer— comentó Louis, refiriéndose a lo costoso del atuendo de su amigo.

Liam se sonrojó. —Me lo ha regalado la abuela. Sabes como es. Todavía no se han enfriado las luces del desfile y ya me lo está comprando.

Ambos rieron. El de ojos pardos pronto se tiró sobre la cama, balanceándose con un codo y un lado de la cadera. Louis tomó una de sus almohadas de plumas de ganso y hundió la cara en ella, ahogando un pequeño gemido.

—Escúpelo ya, Louie— rio el otro. Y Louis le hizo caso.

Si, cuando el ojiazul hablaba de sólo contar con tres personas en su vida, se refería a Liam como la primera. Sus familias habían sido amigas desde años atrás y naturalmente, el par siempre fue inseparable.

Ambos compartían la misma naturaleza introvertida, pero Liam representaba la parte optimista mientras que Louis, como ya lo había mencionado, era la contraparte racional. Eran el equipo perfecto.

Liam era alegre, comprensivo y leal como los que más. Siempre había demostrado estar para Louis y Louis siempre había correspondido ese cariño. Y aunque al principio las madres de ambos juraban ver algo más que una amistad real, el tiempo parecía desmentir aquello. Ninguno de los chicos parecía ver al otro como algo más que su amigo del alma.

Y eso estaba bien. Porque así, tanto Liam como Louis contaban con alguien a quien correr por resguardo cuando el hermoso dolor del amor tocara a la puerta de sus jóvenes corazones.

Para cuando el ojiazul terminó de comentarle todo, Liam tenía una sonrisa bobalicona en los labios.

—¡¿De qué carajos te ríes?! ¡Te estoy confesando que me gusta alguien! — exasperó el de ojos azules, con el ceño fruncido y los brazos alzados en el aire.

—Y de un chico, encima— dice Liam, negando a la vez en que se tumba boca arriba en las mantas.

—Eso que importa— descarta el otro rápidamente, —¿Cómo me deshago de ello? No puedo volver a verle la asquerosa cara sin antes haberme ocupado de mis emociones.

Liam le alza una ceja y Louis bufa. —Esta bien, su bonita cara.

—Así esta mejor.

El de cabellos lisos le lanza un cojín bordado a la cabeza y el otro rompe a reír. —¡Li, esto es serio! No te llame para que te burlaras, gran hijo de puta.

—Bueno, bueno. ¿Qué quieres que te diga? Ni siquiera conozco al tipo. No puedo opinar sin saber a quién estoy criticando.

Louis le rodó los ojos poco impresionado. Sin embargo, Liam no se inmuto.

—Bien— Louis lanza la cabeza hacia atrás antes de tomar su teléfono y deslizar rápidamente sus dedos sobre la pantalla.

Se lo tiende a Liam y antes de que este lo coja, se lo aleja. —Si le das like a algo, te juro que te corto la cabeza.

—Ay, Louis. Por supuesto que-

—La del pene, Liam.

—Está bien, Louis. No le daré like a nada— exhala su amigo, quitándole el teléfono. —Por cierto, que stalker, eh. Yo jamás podría- ¿Ese es el que te gusta?

Ante el tono burlón de Liam, el ojiazul le arrebato el aparato. —¿Por qué crees que quiero deshacerme de esto? No pueden verme babeando por alguien así.

El castaño ve a su amigo fijamente. —Es adorable, Louis.

¿Qué, qué?

—Tiene cara de bebito, ¡y esas pecas! ¿Y dices que es odioso?

—Oh, no. No empieces con eso, nunca se calla la boca, te lo juro. Tu también lo odiarías.

—Oh, definitivamente es un bebé.

—¡No te pongas de su lado!

Liam se echa a reír. —Louis, nunca te has enamorado, deberías intentarlo. Ya tienes casi veinte.

—No quiero. No es regla enamorarse.

—Pues no, pero la vida es un poco aburrida sin ello, cariño.

—Puedo enamorarme de alguien apuesto y refinado, no de alguien menor y molesto.

Liam rie más fuerte.

—¡¿Qué te hace tanta gracia, idiota?!

—Estás en problemas, Louis. En serios problemas.

El ojiazul trata de ahogarlo con una almohada, resultando en una improvisada guerra de almohadas en el suelo.

Pero, Liam tenía razón.

Aquello sólo era el principio

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HARRY  había gastado cada centavo del sueldo de su segundo trabajo en pagarse la membresía del gimnasio y la de la academia de baile donde ensayaba.

Realmente había vertido todas sus energías en dichas actividades, pues sabia que si pasaba demasiado tiempo en casa, su madre y sus vicios le afectarían. Como ya lo habían hecho antes.

Y no podía permitirse una distracción como esa. Necesitaba ser el mejor bailarín de su generación. Jamás lo lograría si no trabajaba duro por ello.

Lentamente, al igual que su rendimiento, su apariencia física fue cambiando.

Atrás habían quedado sus facciones rellenas de grasa infantil y el cabello rizado sobre las orejas. En su lugar, una prominente mandíbula acaparaba la atención de su rostro y sus oídos se veían cubiertos por una capa de cabello más largo y ondulado que le rozaba los lóbulos. Lo que alguna vez había sido una piel tersa, ahora se tapizaba en ocasionales granitos de acné y uno que otro vello facial.

Su cuerpo mostraba músculos más largos, un abdomen más plano y piernas más largas. Había cambiado los interminables brazaletes de cuentas multicolor por mínimas pulseras de cuero y sus viejos Supras por unos nuevos Converse blancos (cortesía de Niall en navidad).

En la mente de Harry aquello no era importante. Lo importante era la carrera que poco a poco iba construyéndose y el empeño que ponía en ello.

Su gran ejemplo era Niall. Tan sólo tenía tres años más que él, pero poseía un lugar reconocido en la industria. Era el primer bailarín del Royal Opera Ballet, el representativo del Reino Unido. En tan corto tiempo, él pudo lograr todo aquello por lo que Harry y el resto del alumnado de la academia trabajaban tan duro. ¡Que orgullo!

Harry sería así de bueno algún día.

Todo eso cruzó su mente mientras caminaba a casa.

Aquel día llovía. Era ciertamente raro ya que él nunca había visto que lloviese y nevara al mismo tiempo. Pero bueno, podría ser una predicción para el año nuevo que en unas horas entraría.

Sus brazos dolían debido a las bolsas de compra que cargaba con determinación. Quedaba poco para llegar a su casa. Desde su lugar podía observar las colinas de pasto seco lleno de nieve rancia y el ladrillo de las casas.

Se preguntaba si su madre estaba ya borracha, o si esperaría a que dieran las doce.

Suspiró. Era patético, su estilo de vida. Siempre se lamentaba por no ser capaz de ejercer una profesión de verdad. Sólo de esa forma conseguiría dinero suficiente para mudarse lejos de su madre.

Y aún así, aún teniendo ese dinero, lo dudaría. Su naturaleza bondadosa nunca le permitiría abandonar así como así a su madre, por más problemática que esta resultara.

Para cuando alcanzó la entrada de su vivienda, Harry fue capaz de escuchar la música brotando con fuerza en el interior. Suspiró de nuevo. Seguramente su madre tendría una fiesta.

Abrió la puerta gesitante, esperando encontrar a muchas personas juntas. En su lugar, hallo a su madre apresurándose a limpiar la pequeña sala de estar.

—¿Trajiste todo lo que te pedí?

Harry asintió y prosiguió a cerrar la puerta. Acto seguido, comenzó a colocar todo lo que había comprado sobre la mesa.

—¿Dónde está la champaña?

—No me alcanzaba para la que querías, sólo pude comprar cidra.

Su madre hizo un mohín despectivo. —¿Y qué tú no tienes dinero?

''Si, pero no pienso gastarlo alimentándote el vicio'' pensó Harry. —No, lo he gastado todo completando para el pavo que encargaste.

Hubo silencio y su cuerpo se tensó con experiencia. Sabía lo que venía.

Su cabeza se inclinó en el momento justo para escuchar como silbaba por los aires una copa de vidrio, apenas rozándole la oreja antes de estrellarse espectacularmente contra el piso.

Lo sabía. Aquí venia la cantaleta.

—¡Te crees la gran cosa por tener tu propio dinero! ¿Crees que eres mejor que yo por estudiar? Sin mi no estarías estudiando, niño idiota.

—No creo eso, mamá. De verdad creo que-

—Ya cállate. Mejor ayúdame en la cocina— despotricó su madre, con tono aún irritado.

El tiempo que tardó Harry de deshacerse de las cosas que restaban en las bolsas fue el tiempo que le tomó a su madre para impacientarse.

—Ya no me ayudes, gracias. No sirves para nada.

—Ma, estaba ocupado terminando de acomodar todo— murmura el chico, acercándose a la izquierda de la mujer para comenzar a levantar los platos limpios.

En su lugar, recibe un golpe de un codo en las costillas.

—Largo de aquí.

—Pero...

—¡Largo de aquí, dije! Ya no quiero que me ayudes.

Harry se guardó el resoplido y se fue de nuevo a la sala, dispuesto a continuar guardando la comida que había traído.

Si, esto era todos los días. Los cambios de humor de su madre eran injustos y groseros, pero no podía hacer mucho, salvo soportarlo.

Que manera de pasar el año nuevo, ¿no?

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STAN  había tenido que sacrificar las vacaciones. Había fallado la prueba de invierno. Una sola materia le había hecho quedarse en la academia: Química.

Cada día que pasaba lejos de su propia habitación en casa se odiaba un poco a si mismo por no haber aprovechado como se debía las sesiones de estudio con sus amigos.

Debido a esto, su beca se veía en juego. Y eso no era bueno.

Debía calificar para las pruebas de verano. Tenía que ser seleccionado en la subdivisión juvenil del equipo local. Con el pago, podría pagar las deudas de su familiar y sacarlos adelante.

Pero, a juzgar por su situación actual, parecía que nada estaba saliendo como se suponía que debía. Desde que le habían diagnosticado la depresión, Stan había observado como todo se complicaba lentamente. Era como si el mundo conspirara en su contra.

Pero no era culpa de nadie más que de si mismo. Siempre estaba arruinándolo. Lo arruinó por no estudiar. Arruinó su amistad con Louis por preocuparlo con sus estupideces, arruinó su oportunidad con Elizabeth al ser tan poca cosa.

Lo mejor era no agobiarlos más. Alejarse para evitar herirlos más de lo que había conseguido ya. No quería arrastrarles en lo que poco a poco se estaba convirtiendo, en ese ovillo lleno de odio propio y desesperación. Había leído todo acerca de su condición. No podía permitirse ser igual.

Así que, había mentido. Sus amigos creían que había partido a casa, igual que ellos. Pero aquí estaba, repitiendo el curso.

Lo que Stan no sabía, es que esto sólo era el principio de lo que sería el año que pondría a prueba de lo que estaba hecho.

Pero no enfrentaría dicha prueba solo. Louis, Harry y Elizabeth le acompañarían.

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Re vago Stan, si, asi es su personaje.

Volví. El próximo cap ya casi esta y estoy desesperada conmigo misma porque  aun ni termino y estoy emocionada por subirlo, se que les va encantar a todos jajajaj. Pedo y fuera, paz.

Pregunta:

Cual es su canción favorita del 2012? La mía es blow me one last kiss de pink

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