DIX-NEUVIÈME


Los chicos de primero no tenían una puta idea de que hacer. Miss Greta se lo había advertido, pero aún asi, no pensó encontrarse con semejante desastre. Apenas había puesto un pie en el gimnasio, supo que tenía mucho trabajo que hacer.

Luego de cuatro días trabajando en ello, las cosas parecían estar tomando una forma decente. Louis se había encargado de escoger tema, colores, música, decoración. Todo.

Ocupaba un lugar en el centro del salón de eventos, con su laptop sobre el regazo mientras descansaba sobre una silla de madera fina. Sus ojos azules escaneaban línea por línea la pantalla brillante mientras sus dedos volaban golpeando las teclas. Sus orejas se encontraban aisladas del mundo por acción de sus auriculares, poniéndole al día con lo último de My Chemical Romance.

—¿Louis?

Un par de dedos le tocaron brevemente el hombro. El muchacho se arrancó un audífono con brusquedad.

—¿Qué quieres?
—¿Colocamos globos entorno al puesto del DJ?

El mayor asintió, desviando la atención nuevamente al aparato sobre sus piernas.

Aquella semana era particularmente dura. Porque además de la prueba de invierno y el segundo show del Cascanueces, el baile de invierno se había sumado a la lista de eventos consecutivos.

Entonces, ese viernes, todos en la academia tendrían un día sumamente atareado.

El chico se había partido en mil para cumplir con cada una de sus tareas. Debía ensayar, estudiar, coordinar los preparativos del baile y encima, como una misión personal, debía asegurarse de que sus amigos estuvieran bien.

Era más difícil de lo que parecía. Sólo Stan y Harry le habían contado a detalle que era lo que estaba ocurriendo, a diferencia de Elizabeth. Louis había tenido que deducir por su cuenta la gravedad de la situación. Se le había hecho el habito de observar cada pequeña cosa que sus amigos hacían.

Elizabeth comenzaba a tener las encías erosionadas, los dedos magullados y los huesos del pecho enfermizamente prominentes. Además de que llevaba buen rato sin quejarse del período. Estaba seguro de que había dejado de tenerlo.

Stan y Harry variaban continuamente. Sus medicamentos hacían cambios notables en ellos, por lo cual no era tan costoso para el ojiazul de prestar atención.

Era un montón para lidiar solo. Pero debía por lo menos encargarse de echarles un ojo.

Dios sabe que no se perdonaría a si mismo si algo llega a suceder.

—Louis, ¿inflamos ahora los globos o lo hacemos mañana temprano?

—Uhm, ¿Louis? Necesitamos que nos ayudes a ver si el letrero esta derecho.

—Louis.

—Louis.

¡Dios! ¡Me van a hacer mierda el nombre! ¡Qué! ¿Qué quieren? — se arrancó los auriculares con violencia mientras se ponía de pie.

Estaba seguro de que los había dañado y ahora uno no servía. Miró a su alrededor. —Los globos son para mañana, a menos que quieras que todos luzcan tan desinflados como tu autoestima. Ese letrero esta chueco, genios. Esas sillas están muy juntas. El DJ necesita más que dos bocinas, somos trescientos alumnos no veinte.

El ojiazul se alejó de su asiento, apuntando para todos lados y ladrando ordenes con una ración de observaciones sin tacto, nadando en una salsa de sarcasmo, mientras pequeños grupos de alumnos intimidados corrían de aquí para allá, tratando de complacer al dictador paradójico.

A medida que más errores captaban su atención, su mente se fue olvidando de lo que lo había mantenido ausente la mayor parte de las cuatro horas que llevaba ahí. Mientras todos maniobraban entre papel brillante, manteles satinados y tanques de helio, la computadora del ojiazul seguía brillando con la información desplegada en la pantalla de luz blanca.

''Cómo apoyar a un ser querido en momentos difíciles.''

''¿Cómo identificar la depresión?''

''Cómo ser de ayuda a un amigo enfrentando la anorexia.''

''Anemia: por qué debes ayudar a tu ser querido y cómo no descartarla como el peligro que es.''


✧・゚: *✧・゚:*    *:・゚✧*:・゚✧

*Advertencia: se discutirá la anorexia. Las opiniones expresadas reflejan la opinión del personaje, más no deben ser consideradas como información confiable.*

Odiaba su piel seca.

Sus encías dañadas.

Su aliento perpetuamente incómodo que apenas y cedía con una mezcla de enjuague y pastillas de menta.

La anorexia era algo tan común en el mundo del ballet, que ya hasta pasaba por patético.

A Elizabeth no le gustaba vomitar. Tampoco le gustaba matarse de hambre.

Ella sabía que no lo hacía por el ballet en sí.

Era su necesidad de complacer a la gente lo que la orillaba a hacerlo. Era su madre, eran las expectativas colocadas sobre su acicalada y adinerada cabeza de niña de clase alta.

Amaba comer. En algún momento de su vida había llegado a ser de esas personas que prueban todo lo que se les cruza y no fruncen la nariz ante cosas atípicas. Su paladar siempre había estado dispuesto a adquirir nuevos gustos. Sentía que de alguna manera, se sabía más de un país o lugar por su cocina, que por otra cosa.

Sin embargo, llevaba aproximadamente unos tres años haciendo aquello. Purgarse.

A veces se castigaba a si misma comiendo comida deliciosa y trataba de mantenerla en su estómago, pero su cuerpo ya estaba más que acostumbrado a devolverlo todo, por lo que el castigo terminaba en tortura.

Porque se sentía la persona más patética del mundo, cuando, después de llenarse la boca con comida, se encontraba a si misma doblada sobre un escusado, con los ojos llorosos, la nariz ardiendo, la garganta cerrada y el sabor asqueroso de bilis nublándole el juicio mientras su almuerzo flotaba en el agua sucia.

Era como su recordatorio de que, ella misma le había hecho aquello a su cuerpo. Lo había obligado a aceptar que la comida era el enemigo como un hecho innegable. Y ahora, no podía redimirse. Por más que quisiera.

Elizabeth se rodó los ojos a si misma.

Bueno, si podía redimirse. Con ayuda profesional. Pero jamás se lo admitiría a nadie que no fuera ella misma. O Louis. Decirlo en voz alta a alguien que no perteneciera a su pequeño mundo sería aceptar que todo aquello era real. Y que el daño también lo era.

No se sentía preparada para lidiar con el peso de la culpa cuando alguien le señalara todas las consecuencias—a corto y largo plazo— a las que su cuerpo y mente estaban sometidas.

Así que, simplemente pensaba en ello. Todos los días. A distintas horas. Se recordaba a si misma que, no le gustaba hacerlo, que sabia que estaba mal, pero que su cuerpo no cedería pronto.

También mantenía a su mente bien consciente de que se había esforzado para mejorar la situación, al alejarse de los tés y pastillas purgantes.

La pintura le había ayudado un poco con ello. Al retratarse de aquella forma—siempre entre fauna colorida mientras alguna parte de ella sangraba o moría— había aprendido a utilizar a su ansiedad para sentirse asqueada con la idea de inducir a su organismo a trabajar bajo un coctel de químicos.

La pelinegra suspiró. Dejó a sus delgadas manos reposar sobre la superficie de su escritorio. Las acuarelas aún se encontraban frescas sobre el papel de dibujo frente a ella.

Su habitación bañada en la oscuridad de la noche—a excepción de la pequeña extensión de luces fairy rosa chicle colgando sobre su cabeza— no permitía apreciar los recortes de revista, la colcha carísima de un tono de rosa muy pálido, o el maniquí de medio cuerpo que de alguna forma había conseguido meter a la academia.

La habitación exudaba olor a revistas de alta costura, telas caras y perfume de frutas. Tanto ella como su compañera de habitación mantenían un amor casi religioso hacia las pasarelas. Siempre era molestada por Louis diciendo cosas como ''Una mujer que gusta de la ropa. Que innovador'' o algo parecido, pero no le importaba.

De alguna forma, los delicados bordados, la suavidad de las telas y los detalles tan ínfimos y calculados le parecían de lo más exquisito.

Aunque realmente, aquello no figuraba en su lista de ''Si pudiera estudiar algo que no fuese ballet, haría esta cosa.'' Tal vez, tras leer su confesión anterior, has creído que Elizabeth moría por botar los tutús y las medias para irse a enlistar en algún estudio de moda. Pues, no.

Sus ojos azules se alejan del punto muerto que ha estado observando y recaen en su escritorio, con el dibujo a medio terminar frente a ella. Suspira. Tal vez... le gustaría dibujar. A lo que su vista se aferra, sin embargo, no es al retrato de una orquídea flotando en un mar de sangre en el que ha estado trabajando. Es, a un pequeño cuaderno de falso cuero aguamarina. Sus dedos pican por tomarlo y buscar entre las hojas arrugadas por su propio puño, escribiendo demasiado duro sobre los renglones, con la pluma de tinta negra que se esconde entre ellas.

Elizabeth escribe.

Ha empezado hace poco, en realidad. Nada muy serio. A veces escribe frases, otras veces intentos inexpertos de poemas. En ocasiones pequeños cuentos que le llegan a la cabeza tras leer un buen libro o escuchar música todo el día. También palabras sin mucho sentido a las cuales asigna una melodía tonta.

Había dicho anteriormente que la pintura no parecía llenarla completamente. Bueno, cuando descubrió la idea de comenzar a escribir todo lo que le atacaba el cerebro, se dio cuenta de que tenía razón. La pintura nunca la había llenado como lo hacía la escritura.

Actualmente, la pelinegra trabajaba en un cuento sobre una niña. Sabía que era como una extraña analogía hacia su situación, fabricada por su mente, pero le gustaba muchísimo.

Y aunque se moría de ganas por continuar donde se quedó, se había prometido a si misma escribir sólo cuando estuviese muy triste o muy feliz. De hacerlo sintiéndose como en este momento, tal vez arruinaría la esencia.

Así que, ignoró la comezón en sus dedos y continuó con el dibujo.

En eso se sumaban sus días: despertar, comer el desayuno, vomitar antes de ensayar. Ensayar, almorzar, dibujar o escribir, vomitar el almuerzo. Quedarse en su habitación estudiando o trabajando en alguno de los dos hobbies hasta que le daba sueño. Sin cenar.

Aunque últimamente, los chicos le alegraban los días. Pasar el rato estudiando y bromeando le distraía de su realidad. Sobre todo cuando estaba con Stan.

El pelinegro había tenido un cambio reciente y Elizabeth no estaba muy segura de porque o para qué. Sus ojos se veían apagados, y la forma en la que se expresaba de las cosas se veía tintada con cierto aire monótono. Pero, cuando estaban juntos, el tiempo parecía detenerse. Les gustaba molestar a Louis y Harry por la obvia atracción que ambos poco a poco iban desarrollando, pero también disfrutaban de salir juntos a la ciudad a hacer cosas tan simples como tomar un helado o leer libros en la biblioteca del condado.

Siempre había existido cierta conexión agradable entre ambos. Y últimamente esta sólo parecía hacerse más prominente. Le gustaba. Stan le ayudaba a relajarse. Él y los chicos se habían transformado en su lugar seguro.

Elizabeth continuó pintando, con una mejilla sobre su palma extendida mientras, sin notarlo, añadía tonos rosados y violetas a lo que hace un momento era un mar sangriento rodeando una flor, transformándolo así, en algo más hermoso y positivo.

Había creado aguas que reflejaban un bonito atardecer.

Ella no sabía, que su atardecer se acercaba. Y un nuevo día llegaría a cambiarle todo.

✧・゚: *✧・゚:*    *:・゚✧*:・゚✧

Harry estaba enloqueciendo. No se sentía preparado.

El evento estaba a sólo unas horas de distancia. A veintiuno, para ser exactos.

Realmente no estaba muy seguro de lo que pretendían los maestros al autorizar el cambio en su papel. Apenas había entrado al mundo del ballet serio, por Dios. ¿No había alguien más experimentado?

No era que dudara de sus capacidades. Es decir, había obtenido una beca en la academia, y ya sólo el que te consideraran en el programa de becas era toda una odisea.

Pero, era demasiada responsabilidad. ¿Y si fallaba? Su calidad de desempeño quedaría manchada el resto de su estadía en el internado. No podía permitirse eso. Ya lo tenía suficientemente difícil con todo el asunto de Niño Moretes.

Los dientes le castañeaban mientras esperaba dentro del aula. Ni siquiera estar en el interior del edificio lo salvaba del crepitante frio que azotaba la ciudad. Había aire helado a todas horas del día y el chocolate caliente, los suéteres de lana y las enormes bufandas tejidas por su difunta abuela se habían convertido en sus mejores amigos. Eso, y los calentadores.

El helado clima sólo le recordaba que las vacaciones se acercaban, y aquello sólo le llenó de más preocupación.

¿Qué haría? Pensó, mientras abría las piernas y apoyaba el torso contra el frio suelo, calentando. No es como que pudiera huir. Sabía que tenía que ir a casa y durar ese agonizante mes y medio con ella. Habría preguntas. Habría gritos. Incluso abuso, estaba seguro.

Un alcohólico jamás cambia. Eso lo aprendió a la dura.

Por más que su madre llamara prometiendo un futuro diferente, un trato diferente, Harry sabía que ese no sería el caso. El gusto hacía el sabor embriagante de aquella sustancia superaba el amor hacía cualquier cosa en la vida de esa mujer.

Alzó el torso del piso y lo dirigió hacia su pierna, inclinándose sobre esta con la espalda recta mientras estiraba los brazos.

Tendría que lidiar con aquello, como lo venía haciendo desde que tuvo uso de razón. Tristemente, era la única persona que le quedaba a su madre. No podía ser tan egoísta y dejarla, su estúpida naturaleza compasiva se lo impedía. Además del hecho de ser menor aún.

Ocupó su mente en cosas menos trágicas.

Al menos, entre toda la basura que le esperaba en casa, estaría él.

Su único amigo y apoyo allí, en el pueblo que le había visto crecer. Sin él, tal vez no estaría aquí tendido en el suelo de la academia de ballet más importante, a las once de la noche, calentando.

Sería una hermosa vista para ojos cansados, cuando le viera apenas llegara a casa.

Suspiro. Cambió de pierna.

Ahora, mañana también era la Prueba de Invierno. Pero no estaba preocupado por ella. Ese examen sería pan comido. Se había matado estudiando Matemáticas, y estaba muy seguro que el grupo de estudio le había ayudado un montón.

Y el baile, oh, el baile. Empezaría apenas terminase la puesta en escena. ¡Qué nervios!

Había utilizado parte de sus ahorros en un traje nuevo. Era muy bonito, de color azul marino. Quería lucir bien en el evento. Algo le decía que muchos cazatalentos estarían allí, y aunque, Louis siempre le decía que jamás se fijarían en él por ser de nuevo ingreso, a Harry le gustaba soñar.

¡Además! Mañana conocía en persona a su nuevo compañero de habitación.

Harry había llegado al extremo de preguntarle a la consejera escolar sobre los prospectos, puesto que no quería repetir malas experiencias. Ella había accedido sólo porque Harry ya lo había tenido difícil.

Se había decidido por Jeongguk, un chico de dieciocho con promedio excelente y destacado en todas las clases, incluidas las de ballet. Y teatro. Harry se había enterado gracias a él que la escuela poseía club de teatro.

Según la consejera, el chico era introvertido y no poseía antecedentes problemáticos, además había añadido por cuenta propia, un registro de exámenes negativos a uso de drogas. Así que el ojiverde no tendría que preocuparse por eso.

Ya vería que tanto de eso era verdad, regresando de las vacaciones.

Decidió dejar de pensar tanto y ponerse a ensayar.

No le tomó mucho colocar su teléfono en el reproductor y comenzar a moverse tentativamente por el lugar. Bailó una versión suave y delicada. El frío era traicionero con el cuerpo y no se arriesgaría a lastimarse a meras horas antes del evento.

En algún punto, casi deseó que Louis estuviera parado en el marco de la puerta, observándole.

Tenerlo escondido haciéndole compañía le hacia sentir algo así como seguro. Desaparecía su miedo tonto de ser victima de un asesino en aquel edificio solitario, en medio de la noche.

Pero sabía que no aparecería. Si él mismo se había partido en mil para balancear el estudio con los ensayos, Louis se había hecho completamente polvo. Él pobre había organizado el baile solo—con ayuda de sus tutelados pero igual, organizarlos a ellos fue otra gran hazaña—y Harry no sabe cómo logró acomodar todas esas tareas en veinticuatro horas, pero lo admiraba.

El ojiazul debía estar en coma bajo las sabanas de su cama, soñando otra de sus raras aventuras en conciertos imaginarios.

Louis.

La mente de Harry ha estado pensando mucho en ese chico.

Él cree que se debe a que han pasado mucho tiempo juntos. También a que, inicialmente, el mayor había jurado por todo lo que era bueno, que jamás permitiría que Harry formara parte de su vida. Y ahora, cuatro meses y medio después, aquí estaban. Estudiando, comiendo y saliendo juntos, con el grupo de amigos del ojiazul, que ahora también eran suyos.

Se sonríe a si mismo, sin dejar de bailar.

Cuantas cosas cambiaban del otoño al invierno.

La luz de la luna se filtra por las ventanas, iluminando su delgada y esculpida figura mientras gira y gira, como un pequeño copo de nieve blanca y resplandeciente.

Harry estaba, poco a poco, floreciendo. Un futuro estrepitoso le esperaba.

Y así como del otoño al invierno, muchas cosas cambiarían. Del invierno a la primavera.

✧・゚: *✧・゚:*    *:・゚✧*:・゚✧

El aula apestaba a nerviosismo y anticipación.

Fila tras fila de alumnos se sentaban en los pupitres. Variaban sus quehaceres entre morderse las uñas, secar sus manos sudorosas en la tela de su ropa o verificar que tenían todo lo necesario para la prueba.

Todos los salones se atestaban de cuerpos jóvenes temblando de miedo, y poco a poco, los maestros iban haciendo acto de presencia con folder de exámenes recién impresos en mano y una mirada determinada en el rostro.

Louis y algunos más de su curso habían tenido que asistir en sus vestuarios del Cascanueces, ya que el examen terminaba exactamente media hora antes de la obra y, con el clima fuera, que prometía una nevada, no podían arriesgarse a perder el tiempo de calentamiento, cambiándose.

Así que aquí estaba, con medias bien apretadas y el brillante saco militar del Príncipe Cascanueces que dejaba salir destellos rojos cuando la luz del sol le daba.

Podía escuchar los cuchicheos de chicas—y algunos chicos—comentando sobre su trasero en las mallas.

Dios, ¿dónde estaban todos los protestantes del acoso? ¡Ayuda!

—¡Louis! — sonrío Harry, entrando en todo su esplendor de Príncipe de las Flores mientras se sentaba junto a él.

Cómo el examen era a la misma hora que la clase de Sociología, el menor de ojos verdes estaría con Louis las próximas dos horas y media.

El ojiazul, sin darse cuenta, dejó salir un suspiro que no sabia estaba conteniendo.

—Oh, me ignoras. Que nuevas.

El mayor sólo le rodó los ojos.

—Ocúpate en acomodar tus útiles para el examen.

—No creo que un lápiz a la mitad y una goma de borrar casi inexistente ocupen mucho espacio en la paleta del escritorio, la verdad.

Louis se volvió a ver al rizado. Observó con cautela los objetos que este le había nombrado y, disimuladamente, volteó a ver su propio escritorio, donde una pluma, un lápiz, un sacapuntas y la credencial de la escuela descansaban.

Huh, siempre creyó que Harry sería de los que llevaban hasta regla y calculadora al examen. Parecía del tipo.

—Celulares en la canasta al frente y mirada hacia la pizarra. En cuanto les entregue el examen, comiencen. Buena suerte, la necesitan— se rio la maestra de Sociología, mientras entraba caminando a paso relajado. Iba portando un bonito vestido borgoña y puntiagudos tacones.

—Parece que alguien más también vino disfrazada para la obra— murmuró Harry, haciendo reír a Louis y a otros cuantos allí cerca.

Christian Louboutin. La profesora si que sabe gastar su dinero— susurró Louis.

—¿Qué es eso?

El ojiazul volteó a ver a Harry. —Oh, cariño. Cuanto lo siento.

—¿Por qué?

—Porque seas pobre.

Harry ahogó su risa y consiguió golpear el hombro del mayor sin que la maestra lo notase.

—Al menos te tengo a ti para sacarme de ella.

—Calla-

¡Oh, Louis! ¿No dijiste que estaríamos juntos para siempre? — dramatizó el ojiverde, citándose a si mismo hace unos cuantos meses, aquella vez en que armó un escándalo.

—Por la puta-

¡Louis Tomlinson! Primera advertencia— reprendió la maestra.

La clase rio y Harry rio con ellos.

—Idiota.

El chico de cabello rizo le batió las pestañas y el corazón de Louis siguió el movimiento cuando dijo.

—Idiota. Pero tu idiota.


¿Pero qué demonios?

✧・゚: *✧・゚:*    *:・゚✧*:・゚✧

La obra había salido mucho mejor que en el estreno. Lo cual era una sorpresa para todos, puesto que no creyeron que eso fuera posible.

Louis había estado aturdido desde que dejó el escenario. Las luces amarillas del teatro, el rojo brillante del telón, la nieve que caía afuera y el viento helado que le revolvía los cabellos mientras huía de ahí a paso apresurado, no ayudaban en nada a su nublada cabeza.

Harry se había lucido. Había recibido un aplauso atronador y distintivamente suyo, puesto que, acabado su turno en el baile, nadie aplaudió de la misma forma para los demás bailarines que compartían la pieza con él.

Louis no se pudo explicar a si mismo, por qué cuando Harry había comenzado a bailar, su piel se erizó, ni porque olas de emoción y aprehensión parecían abatirlo dentro como si se tratara de una playa esperando un tsunami. No había podido explicárselo en el momento, y definitivamente no podía explicárselo ahora.

¿Qué había pasado?

Estaba seguro que todo esto de cuidar por sus amigos y mocoso, le estaba afectando. Le estaba haciendo encariñarse. No era malo, pero era un lujo que no podía permitirse. Confiar de nuevo era algo que no se tomaba a la ligera. Ya había explicado porque.

Sus pies le guían directo y sin escalas hasta su habitación, y no detiene su marcha hasta que esta dentro de la ducha, desnudo y con el agua casi hirviendo, levantando vapor en el baño.

Harry no era la razón entera de que estuviese tan fuera de sí.

Stan también le había ocasionado aquello.

El pelinegro había acudido tras bambalinas para desearle suerte a sus tres amigos y para darle la patada de buena suerte a Harry entre ellos. En un momento, Stan estiró los brazos, pidiendo un abrazo silencioso de parte de Louis.

Cuando sus mangas se corrieron, las vio: marcas.

Marcas de cortes. Viejas y cicatrizadas.

Mientras abrazaba a Stan, se sintió a si mismo temblar mientras, poco a poco, su cerebro le recordaba las veces en que Stan usaba mangas demasiado largas, o capas de suéteres y camisetas de ese tipo.

Esa era la razón.

Y la noche en que hablaron, no lo había mencionado.

Se sentía confundido. ¿Cuánto tiempo llevaba eso?

¿Había contribuido con su estúpida forma de ser?

¿Acaso había empeorado? ¿Mejorado?

Dio un golpe contra la pared.

¿Siquiera le es de ayuda a Stan?


Terminó su ducha con un amargo sabor en la boca que no se fue tras cepillarse los dientes.

En vez de pensar en todas las cosas alarmantes que le inundaban la cabeza, se ocupó a si mismo en peinarse y meterse en el traje que le esperaba sobre su cama.

Junto a este, estaba un sobre, perfectamente sellado con un viejo escudo pintado en cera.

Era el escudo de la academia Le Roi du Solei, en Francia.

El ojiazul le prestó atención después de haberse colocado la camisa dentro de los pantalones.

Con dedos fuertes y sin dudar, abrió la carta.

''Bonjour, Monsieur Tomlinson.

Saludos de nosotros, para usted. Esperamos que su próxima estancia en nuestra academia sea tan agradable cómo lo ha sido los últimos.....''

✧・゚: *✧・゚:*    *:・゚✧*:・゚✧

El gran salón se iluminaba con luces azules que parecían violetas a veces, acompañadas de las pequeñas luces de gota de color amarillo. Los alrededores se veían adornados con copos de nieve, telas plata y azul marino, ramas de arboles con esferas de cristal transparente sobre ellas.

Louis y su equipo se habían lucido. El lugar era espectacular. Una pequeña fantasía invernal.

Más que invernal, para el ojiazul le parecía infernal. Haberle dedicado tanto tiempo a aquella obra había hecho desarrollar hacía contra ella, por lo que verla le resultaba detestable.

—¿Quieres quitar esa cara de culo? ¡Esto esta bellísimo!

—No tan bello como usted esta noche, señorita Bishop.

Elizabeth se volvió a ver al hombre que le había dicho aquello, con una sonrisa incomoda. —Oh, lo sé. Muchas gracias.

Emprendió la huida con Louis del brazo, sin que este protestara.

—¿Y a ese quién lo invitó?

Louis rio y el semblante de la pelinegra se iluminó.

—Es que ese vestido negro que llevas esta para morirse, Eli.

La pelinegra alzó el mentón al tiempo en que se acomodaba un mechón de cabello tras la oreja.

—Gracias, ese era el objetivo. Eclipsar a todas estas perras.

El ojiazul rio de nuevo.

—¡Ves! No es tan difícil reír. ¿Por qué habías estado tan serio?

—Francia— respondió simplemente Louis, borrando su semblante alegre.

No era toda la verdad, pero tampoco era mentira.

—Oh— asintió la chica. Los broches dorados sobre su cabeza captaron la luz, dejando que reflejos pintaran las paredes cercanas a donde estaban. —¿Tan pronto? Pensé que te darían tiempo de ver a tus padres.

—Yo solicité irme antes. Pero... no lo sé. La idea de ir me da pereza.

—Nadie te obliga a irte a un internado francés todos los años, durante las vacaciones. Es decisión tuya, ¿sabes?

Louis le rueda los ojos. —Necesito ir a pulirme con los mejores. No puedo permitirme perder el tiempo comiendo basura durante las vacaciones.

Elizabeth suspira, alejando su brazo del ojiazul.

—Al menos puedes comer.


El mayor se vuelve a verla. Una expresión apologética le llena el rostro, y esta pronunciando una disculpa cuando Stan y Harry los abordan.

—Elizabeth— su amigo de cabello azabache estira el nombre mientras le tiende la mano a la chica, que acepta tomarla. —Te bañaste, condenada. ¡Ve que preciosura de mujer!

Stan la hace dar un par de vueltas y ella ríe, golpeándole el pecho apenas termina.

Louis ríe con ellos y se vuelve a ver a Harry. Se siente complacido de encontrar que su pecho no se agita con el sentimiento que lo hizo durante la obra. Sin embargo, hay un pequeño revoloteo, casi minúsculo, cuando lo ve en ese traje. Se ve muy bien.

—Te ves muy bien— murmura, antes de poder detenerse.

Harry se sonroja y Louis inmediatamente quiere saltar a golpearlo cuando el rubor hace que sus pequitas resalten, oscureciéndose como lunares.

—G-gracias— responde, encontrando miradas un segundo y después volviendo a ocuparse en lo que está haciendo.

El menor está buscando a alguien. Louis nota como sus ojos examinan todo el lugar y como atrapa ocasionalmente a su labio inferior entre sus dientes.

El grupo de amigos se encuentra parado cerca de sus asientos designados. La mesa de postres se encuentra cerca, y el par de pelinegros en el grupo no pierde el tiempo. Pronto están de regreso con varios pastelillos en las manos. Stan le tiende uno de vainilla a Louis.

—Sabes que no como sin-

El chico le tiende una servilleta color negro.

—Te acordaste, te amo.

—Oh, espera a que acabe el baile, tesoro. Después de eso me haces lo que quieras— responde Stan.

Elizabeth rueda los ojos. —Gays.

—Homofóbica— le dice Stan, sacándole la lengua.

Himifibiqui— Eli bizquea y se burla.

Louis se suelta a reír.

Realmente le costaba mantener la fachada amargada estos días. Y aún estando tan aturdido como lo estaba, estar con los chicos esos últimos días le había ayudado a controlar sus emociones y dejar que todo fluyera. Ahora, estar con ellos en la ultima noche de escuela, escuchando sus tonterías, le ayudaba a olvidarse de todo lo que le carcomía la mente.

Por lo menos un momento.

Y por un momento, me refiero a, antes de que se de cuenta de que Harry se fue.

Su tío habla por el micrófono y pide a todos que se sienten. Tras un par de protestas por parte de Stan, el grupo acude a sus lugares.

Justo antes de que el rizado llegue a su mesa, es interceptado por Louis. Ve que va acompañado de un chico de cabello negro obsidiana.

—Louis, ¡mira! Este es-

—Creí que te sentarías con nosotros— le molesta el mayor.

Harry se muerde el labio. Louis quiere pegarle.

—Es que... no puedo.

Siente que algo se aprieta en su pecho. —Que curioso.

—Oh, Louis...

—Como sea.


—¡Elizabeth, ve eso!

La voz de Stan atrae la atención de la pelinegra y pronto, los dos ven lo que Louis está haciendo.

El ojiazul ignora las miradas de sus amigos y se sienta con aires de rey en su lugar. Su mente va a mil por hora mientras se vuelve a ver al chiquillo traicionero.

Los ojos del chico—que ahora deduce es el mentado compañero de habitación—son grandes y su sonrisa le recuerda a Louis a un conejo. Harry sonríe muy grande para su gusto y ambos hablan efusivamente. A continuación toman asiento en la misma mesa, al lado del otro.

—Cristo, pero que guapo es.

—Ya vas a echarle los perros. No tienes vergüenza.

—La verdad no. ¿De qué semestre será?


Louis entrecierra los ojos. Cabello cuidado, bien peinado. Traje de Gucci. Zapatos bien lustrados. Aire tímido. Sonrisa de niño.

Harry charlaba animadamente con el sujeto mientras este parecía sólo sonreír y asentir.

—Se ve chiquito, no seas robacunas.

—Esta riquísimo— suspira Elizabeth.

—Guácala.

Los comentarios de sus amigos no ayudan para nada.

Lo que había sentido al principio era traición. ¿Cómo osaba Harry dejarle a él y a sus amigos abajo por un extraño?

Pero ahora, con Elizabeth saboreándose la apariencia de aquel chico y Stan (que se supone muere por la ojiazul) estando de acuerdo con ello sin protestar, se sentía como aire a brasas que ya ardían violentamente.

Conforme avanza la noche, progresivamente, algo hierve dentro de él.

Lo peor de todo es que sabe lo que es.

Y ese algo le hace retirarse del baile.

Porque no puede ser.


Se niega.



Así que toma sus pertenencias de su habitación, ya empacadas con anterioridad.

Las toma y entre celebraciones y preguntas confundidas de personas allegadas, se pierde en la noche, en un tren hacía Paris.


__________________

hola, tarde pero seguro <3

prebumta:

que creen que pase a futuro con cada personaje mencionado, basandonos en lo que dejaron ver este cap?

aclaración:

la adición de Jeongguk no es, ni por un segundo, algún tipo de imposición hacia el mundo del k-pop. me gusta ser diversa con mis personajes. sometí el personaje a votación, gano la nacionalidad coreana y de ahi, ganó jeon. esto es un fic %100 larry, bien? don't come at me w bullshit

todos en el post pasado fueron buenos, pero recibi inbox medio problematicos, so, eso!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top