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La mañana estaba impregnada de un silencio inquietante, como si el mismo aire estuviera consciente de la carga que Bambam llevaba consigo. El polvo del camino se levantaba con cada paso del caballo, una nube que parecía reflejar la confusión en su mente. La batalla había sido ganada, pero en su corazón, no encontraba paz. Cada vez más, la imagen de Hu YeTao se interponía en sus pensamientos, como una sombra que no podía disiparse. La luna roja estaba cerca, y con ella, la sensación de que algo inevitable y poderoso los observaba desde las alturas, aguardando el momento adecuado para reclamar lo que había comenzado.
Bambam apretó las riendas con fuerza, haciendo que el caballo avanzara más rápido, dejando atrás el campamento militar y dirigiéndose hacia el este, hacia la mansión de las flores, el lugar donde Hu YeTao había encontrado su refugio. A pesar de que la mansión no era más que un punto en el mapa, para él había adquirido una importancia que no comprendía del todo. El joven que allí trabajaba, con sus ojos oscuros y su fragilidad, lo había marcado de una manera que iba más allá de lo físico. Algo más estaba en juego, algo que Bambam no podía ignorar, ni siquiera con la guerra a sus puertas.
Cuando llegó, la mansión se alzaba tranquila ante él, la misma fachada decorada con flores marchitas que había visto tantas veces, pero hoy parecía diferente. Un resplandor tenue parecía emanar de las paredes, una energía extraña que lo hizo sentir como si hubiera cruzado a otro mundo. Bajó del caballo rápidamente, con el corazón acelerado, y al acercarse a la entrada, vio a su hermano, Boss, esperando en el umbral con una expresión que solo podía describirse como desconcierto.
—¿Qué te pasa, Bambam? —preguntó Boss, su voz grave y llena de preocupación. Sus ojos, acostumbrados a la calma estratégica, ahora reflejaban una duda evidente al ver la urgencia en los movimientos de su hermano. Bambam, por un momento, se quedó en silencio, mirando al suelo antes de levantar la vista, consciente de que no podía ocultar lo que sentía.
—Es... nada, hermano. —La respuesta de Bambam fue cortante, aunque su tono no convenció a nadie. Su hermano lo conocía demasiado bien. No necesitaba palabras para leerlo, pero en ese momento, Bambam no sabía qué decir, ni cómo justificar lo que sentía.
Boss lo observó fijamente por un largo momento, sus ojos entrecerrados con desconfianza. Sabía que algo estaba ocurriendo, algo que no era propio de su hermano. Siempre tan imponente, tan seguro en el campo de batalla, pero ahora, frente a la mansión que albergaba secretos mucho más personales, Bambam parecía desconcertado, vulnerable.
—No me mientas —dijo Boss, dejando escapar un suspiro. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia el interior, gesticulando para que Bambam lo siguiera. —Sabes que no soy tonto. Algo está pasando, y te conozco lo suficiente como para saber que no es solo la guerra lo que te consume.
Bambam lo siguió en silencio, su mente llena de pensamientos caóticos. A pesar de que la mansión era un refugio para muchos, para él, se había convertido en una prisión de incertidumbre. ¿Por qué la imagen de Hu YeTao lo perseguía incluso aquí, entre las paredes familiares que siempre lo habían rodeado? No podía entender cómo alguien a quien apenas conocía lograba infiltrarse en su vida de esa manera, ni por qué esa conexión lo sentía más fuerte que cualquier otra batalla que hubiera librado.
El interior de la mansión era igual de opresivo, con una quietud que no parecía natural. Los sirvientes se movían en silencio, las flores marchitas en los jarrones en las mesas daban una sensación de abandono, como si todo a su alrededor estuviera esperando algo. Bambam no podía evitar sentirse atrapado en ese espacio. La mansión de las flores, que antes había sido un lugar de desconcierto para él, ahora se le hacía un laberinto lleno de enigmas.
Boss lo condujo hasta una sala de estar decorada con elegancia pero con una tristeza palpable. Allí, varios sirvientes se encontraban trabajando, pero al ver la llegada de Bambam, todos se retiraron rápidamente. El ambiente estaba impregnado de una quietud que parecía reflejar la tensión en el aire. La ansiedad de Bambam se multiplicaba, y su mirada se desvió hacia las escaleras, como si allí estuviera la respuesta que tanto buscaba.
—¿Por qué estás tan alterado? —insistió Boss, observando cómo Bambam trataba de mantenerse firme mientras su corazón latía con fuerza. —¿Es el joven YeTao? ¿Por qué lo buscas? La guerra no se detiene por un hombre.
Bambam sintió un nudo en la garganta. Cada palabra de su hermano sonaba lógica, pero nada de lo que decía parecía calmar la tormenta que rugía dentro de él.
—No lo sé, hermano... —respondió Bambam, su voz baja y vacilante. —Solo sé que... algo está cambiando dentro de mí, algo que no entiendo. No puedo ignorarlo.
Boss se quedó en silencio por un momento, observando a su hermano con una mezcla de preocupación y comprensión. Había algo en la mirada de Bambam, algo que le decía que no se trataba solo de un capricho o una distracción momentánea. Lo que sentía por Hu YeTao parecía ser algo más profundo, algo que amenazaba con consumirlo.
—Si no lo entiendes... —dijo Boss, su tono más suave de lo habitual—, tal vez es hora de dejar de luchar contra ello. Tal vez el destino ya haya decidido por ti, y todo lo que te queda por hacer es aceptarlo.
Bambam lo miró fijamente, su mente llena de confusión. A lo lejos, escuchó el sonido de unos pasos que se acercaban, y su corazón se aceleró involuntariamente. No podía decir qué pasaba, pero dentro de él, algo le decía que el momento de enfrentar lo que sentía por Hu YeTao estaba cerca. La luna roja estaba casi en su plenitud, y con ella, el destino de los dos parecía acercarse inevitablemente.
La mansión de las flores, que había sido un refugio distante, ahora se sentía como el escenario donde su verdadera batalla comenzaría. Y no solo con los enemigos externos, sino con los demonios internos que lo atormentaban, aquellos que habían despertado con la llegada de Hu YeTao.
Bambam se quedó de pie, mirando a su hermano Boss con una mezcla de incomodidad y desdén. Las palabras de Boss, tan acertadas en su sencillez, parecían penetrar en su mente como un filo afilado. A pesar de la tormenta de confusión que lo invadía, tenía que mantener la compostura. No podía dejarse arrastrar por lo que sentía, ni permitir que la vulnerabilidad lo dominara. Sabía que su hermano lo observaba con una mirada penetrante, esperando una respuesta que, en su interior, Bambam no estaba preparado para dar.
—No sé de qué hablas —dijo Bambam, su voz tajante y firme, pero el ligero temblor en sus manos lo delataba. Se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la ventana, como si al hacerlo pudiera escapar de la conversación que tanto temía. Miró hacia el horizonte, donde el sol comenzaba a desaparecer, sumiendo el paisaje en una penumbra tranquila. —Jamás me interesaría en alguien como él... Un bailarín... Un hombre de esos... —su tono se volvió más áspero, como si las palabras mismas le quemaran la garganta.
Boss lo observó en silencio, sin mover ni un músculo, como si estuviera esperando que Bambam terminara de convencer a su propio corazón. El aire se volvió denso entre los dos, y Bambam no podía evitar sentir que las paredes de la mansión de las flores se cerraban sobre él, presionando aún más la confusión que lo embargaba.
—Un bailarín... —repitió Bambam, esta vez casi para sí mismo, con un resoplido. Sus palabras, aunque duras, sonaban vacías. A medida que las pronunciaba, un nudo de incertidumbre se formaba en su pecho. No podía imaginarse a sí mismo con alguien como Hu YeTao, no en su mundo, no entre las armas y la guerra. Hu YeTao era tan distinto, tan ajeno a todo lo que Bambam conocía. Pero al mismo tiempo, esa diferencia era lo que lo atraía. El bailarín no era un guerrero, no luchaba con armas, no era como él. Eso lo hacía, de alguna manera, débil en los ojos de Bambam. Y sin embargo, la imagen de sus ojos oscuros, su cuerpo frágil pero cautivador, parecía estar grabada a fuego en su mente.
Boss dejó escapar un suspiro que resonó en la sala, una mezcla de frustración y resignación. Sabía que su hermano estaba mintiendo, no solo a él, sino a sí mismo. No era el tipo de hombre que se dejaba llevar por caprichos, especialmente no por un bailarín, pero había algo en la manera en que Bambam hablaba que lo delataba. Había un conflicto oculto, algo más profundo que su orgullo no podía admitir.
—No tienes que mentir, Bambam —dijo Boss, su voz calmada pero cargada de una sabiduría que solo los años de experiencia podían otorgar. Caminó lentamente hacia su hermano y se detuvo a su lado, mirando también hacia el horizonte. —No eres un hombre de engaños, ni para otros ni para ti mismo. Si te interesa, lo admitirás tarde o temprano. Pero si sigues negándolo, solo te lastimarás más.
Bambam cerró los ojos por un momento, como si el peso de sus palabras lo aplastara. No podía permitir que alguien como Hu YeTao, alguien tan vulnerable, tuviera ese poder sobre él. No debía. No lo permitiría. Se giró hacia su hermano con una sonrisa forzada, tratando de ocultar la tormenta de emociones que azotaba su interior.
—No me interesa, Boss. —Su tono se endureció, como si al repetirlo lo hiciera más real. —No soy un hombre que se deje arrastrar por alguien como él. Tengo mis propios deberes, mis responsabilidades. La guerra... la guerra no me dejaría tiempo para alguien como YeTao.
Boss lo miró con los ojos entrecerrados, leyendo cada palabra no dicha, cada sentimiento oculto en la mirada de su hermano. Sabía que Bambam estaba luchando contra algo mucho más grande que su orgullo, pero no podía forzarlo a enfrentarlo. Era algo que Bambam tendría que descubrir por sí mismo, aunque el tiempo se le estuviera agotando.
—Eso ya lo veremos —dijo Boss, dándose la vuelta y comenzando a caminar hacia la salida. Su tono era grave, pero también llevaba consigo una leve preocupación. —Pero no olvides, Bambam, que el destino a veces se burla de nosotros, y no siempre podemos controlar lo que sentimos.
Bambam se quedó allí, solo, mirando las sombras al caer de la noche. Las palabras de su hermano resonaron en su mente, pero él no podía admitirlo, no podía permitir que ese pensamiento tomara forma. Hu YeTao era solo un capricho, un destello en medio de la oscuridad. Algo que desaparecería tan rápido como había llegado.
Al menos, eso era lo que trataba de decirse.
Sin embargo, a medida que la luna roja comenzaba a ascender en el cielo, una parte de él sabía que su resistencia, por muy firme que fuera, comenzaría a desmoronarse con el tiempo. Y el destino, en su forma más cruel y hermosa, finalmente lo alcanzaría.
Bambam no pudo evitar tensarse ante las palabras de su hermano. Aunque las mencionaba con la serenidad propia de alguien acostumbrado a manejar secretos y rumores, algo en el tono de Boss lo inquietó. "Donceles", "hijos bendecidos por los dioses"... esas palabras resonaron como una amenaza oculta en el aire, como una advertencia que él no podía ignorar. Sabía que, en su mundo, las sombras siempre acechaban, y las trampas se tendían con más sutileza de lo que uno pudiera imaginar. La guerra, la ambición, los pactos... todo se entrelazaba en una danza peligrosa, y él mismo era un jugador dentro de ese juego.
—Por cierto, Bambam —continuó Boss, sin mostrar la más mínima emoción, como si la conversación fuera simplemente un trámite más en su interminable lista de asuntos pendientes—. Hay rumores que circulan sobre donceles... chicos que han sido marcados por los dioses, hijos especiales, ¿sabes? No te dejes llevar por esas habladurías. Recuerda tener cuidado con ellos. No te involucres demasiado al momento de cazar.
Bambam frunció el ceño, su mirada se endureció, y su mandíbula se apretó al escuchar esas palabras. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, pero fue rápido al tratar de reprimirlo. Los rumores de los donceles no eran nuevos. En ocasiones, surgían historias sobre jóvenes que poseían un poder misterioso, algo que los hacía más que simples mortales, pero siempre se mantenían en la periferia de su mente, algo distante y ajeno. A veces, sin embargo, las historias eran más que meras leyendas, y esa advertencia de su hermano no era algo trivial.
—Lo tengo claro —respondió Bambam, intentando que su voz sonara firme, pero al mismo tiempo, algo en su tono sonó cargado, como si tratara de convencer más a sí mismo que a Boss. No quería que ese tema lo afectara más de lo necesario. Era mejor no pensar en esos seres místicos, con sus ojos llenos de enigmas y sus cuerpos de tentación. Su mente estaba centrada en algo más: el deber, la guerra, la caza. Esas eran las únicas cosas que debían ocupar su mente.
Para desviar la conversación, Bambam cambió de tema rápidamente. —Por cierto, ¿has tenido noticias de Beibei últimamente? —preguntó, sin mirarlo a los ojos, sabiendo que su hermana era uno de los pocos temas capaces de distender la atmósfera tensa que se había formado entre ambos. Beibei, su hermana menor, siempre había sido una presencia calmante en su vida. En medio de todo el caos, ella era el pilar al que siempre podía recurrir. Fuerte, astuta y profundamente sabia en las artes de la diplomacia y el gobierno, Beibei era la cabeza más pensante de la familia.
Boss levantó una ceja al escuchar el cambio de tema, pero no hizo preguntas. Sabía que Bambam no quería continuar con la conversación sobre los donceles y sus posibles implicaciones. Asintió con la cabeza lentamente, como si comprendiera el propósito de la distracción.
—Beibei sigue ocupada con los asuntos en el Palacio de la Noche —respondió Boss, sin vacilar. Su tono no traía consigo la cercanía que Bambam esperaba, pero al menos era lo que necesitaba saber. —No ha habido cambios significativos, pero sigue haciendo lo que puede para mantener la estabilidad en el Imperio. La situación política no ha mejorado, pero Beibei no es una mujer que se deje vencer por las circunstancias. Se las arregla siempre, como siempre.
Bambam se permitió respirar un poco más tranquilo. Beibei siempre había sido su ancla en los momentos más oscuros, la razón por la que podía seguir adelante. En un mundo que constantemente le exigía sacrificios, ella era la luz que lo guiaba. Su hermana sabía lo que era necesario para sobrevivir, pero también sabía cuándo luchar y cuándo retirarse, cuándo callar y cuándo gritar.
—Eso me alegra —respondió Bambam, aunque sus pensamientos seguían siendo pesados, como si el aire a su alrededor se hubiera vuelto aún más denso. —¿Y el resto de las familias? ¿Se mantienen leales? —preguntó, dejando que su tono cambiara a algo más práctico, más centrado en las realidades del poder y las alianzas políticas.
Boss lo miró de reojo antes de responder, como si evaluara las palabras cuidadosamente. —No hay garantías en este juego, Bambam —dijo, su voz grave. —Las alianzas son frágiles. Pero por ahora, sí. Las familias principales no se han movido. Sin embargo, no podemos bajar la guardia. Las tensiones en el norte se sienten más fuertes que nunca, y aunque todo parece en calma, las corrientes subterráneas son más turbulentas que lo que mostramos al mundo.
Bambam asintió con seriedad. Era consciente de la fragilidad de la situación, pero en ese momento, no podía dejar de pensar en Hu YeTao, en cómo se desmoronaba su control sobre sí mismo con cada día que pasaba. La guerra era implacable, y él no podía permitirse distraerse, no podía dejar que una emoción o un deseo lo desbordaran.
De todas maneras, esa advertencia sobre los donceles... ese susurro de lo desconocido... rondaba en su mente, y algo dentro de él lo sabía: tarde o temprano, esas líneas que separaban el deber de los sentimientos terminarían por desvanecerse. Y la pregunta era si estaba preparado para enfrentarse a eso, o si, como tantas otras veces, elegiría ignorarlo y seguir adelante.
Pero, a medida que la noche avanzaba y el silencio se instalaba nuevamente en la habitación, Bambam no pudo evitar pensar en lo inevitable.
Bambam se quedó en silencio por un momento, con la mirada fija en el suelo de madera oscura. La conversación con su hermano había dejado un peso extraño en su pecho, una sensación que no terminaba de disiparse. No eran solo las palabras sobre los donceles, ni la mención de Beibei y su lucha en el Palacio de la Noche. Era algo más. Algo que lo inquietaba desde hacía días.
Hu YeTao.
Apretó los puños con frustración. Era absurdo que un simple bailarín se metiera tan profundamente en su mente, en su piel, en cada resquicio de su conciencia. Había intentado convencerse de que era solo un capricho, un deseo momentáneo alimentado por la guerra, por el peligro, por la necesidad de algo bello en medio de la crueldad de su realidad. Pero cada noche que pasaba sin tocarlo, sin verlo siquiera, sentía cómo crecía en él un anhelo que no podía nombrar.
—Debería olvidarlo —murmuró, casi como una súplica para sí mismo, antes de sacudir la cabeza y volver a levantar la mirada.
Boss lo observaba con la misma expresión fría de siempre, pero en sus ojos había un brillo de perspicacia. No dijo nada, no preguntó, no presionó. Porque Boss conocía demasiado bien a su hermano. Sabía que si lo acorralaba, Bambam se encerraría aún más en sí mismo, como un lobo atrapado en una jaula.
—Deberíamos volver a casa —dijo Boss finalmente, con tono neutro. —El Consejo quiere discutir los próximos movimientos y Wang JiaEr espera tu decisión respecto a la ofensiva del sur.
Bambam asintió mecánicamente.
—Sí. Volvamos.
Pero mientras caminaba hacia su caballo, algo en su interior se revolvía con una inquietud latente.
No importaba cuánto lo negara. No importaba cuántas veces se repitiera que Hu YeTao no significaba nada.
La luna roja se acercaba. Y con ella, un destino del que quizás no podría escapar.
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Bambam había intentado obedecer. Se quedó en la mansión el tiempo suficiente para discutir las estrategias con Wang JiaEr y los consejeros de su hermano, compartió una copa de vino con ellos y asintió a las palabras de Boss, fingiendo estar de acuerdo con su visión. Pero en cuanto las luces se fueron apagando y los pasillos quedaron en penumbra, supo que no podía quedarse más.
Se movió con sigilo, su espada atada a la espalda y la respiración contenida en el pecho. Evitó las zonas iluminadas, avanzando entre las sombras como si fuera parte de ellas. Conocía bien la mansión de los Huang, sus pasadizos secretos y los horarios de los sirvientes. Se deslizó por los corredores laterales, calculando cada paso con precisión.
Todo iba bien, hasta que giró en una esquina y casi chocó con alguien.
La figura frente a él se movió rápido, atrapando su muñeca antes de que pudiera reaccionar. Bambam apretó los dientes, listo para pelear, pero entonces vio el rostro de su oponente.
—Kunpimook —dijo Wang JiaEr en un murmullo bajo, con una sonrisa torcida en los labios—. ¿A dónde crees que vas?
Bambam se tensó. JiaEr no vestía su armadura ni portaba su lanza, solo llevaba una túnica de seda oscura, como si estuviera por retirarse a descansar. Pero en sus ojos brillaba la astucia de siempre, la misma con la que analizaba a sus enemigos en el campo de batalla.
—Eso no te incumbe —respondió Bambam, tratando de soltar su brazo, pero el agarre de JiaEr se mantuvo firme.
—Déjame adivinar... No vas a explorar la muralla ni a patrullar con tus soldados —susurró el otro, acercándose un poco más—. Vas a verlo, ¿verdad?
Bambam sintió que su mandíbula se tensaba.
—Estás imaginando cosas.
JiaEr dejó escapar una risa breve, entre incrédula y divertida.
—¿Desde cuándo te rebajas a mentir tan descaradamente? —Lo soltó al fin, cruzándose de brazos mientras lo miraba con calma—. Si tanto quieres irte, hazlo. Pero dime una cosa antes... ¿Sabes realmente qué es él?
Bambam frunció el ceño.
—¿De qué hablas?
JiaEr suspiró, como si considerara por un instante si debía seguir hablando o no. Luego inclinó un poco la cabeza, sus ojos oscuros brillando con algo cercano a la advertencia.
—Hay cosas que ni siquiera tú puedes controlar, Kunpimook. Cazador o no, deberías pensar bien en lo que estás persiguiendo.
Bambam no respondió. No podía. Algo en su interior se removió con inquietud, como si las palabras de JiaEr despertaran una verdad que aún no estaba listo para enfrentar.
Pero en lugar de detenerse, simplemente ajustó la espada en su espalda y siguió caminando hacia la salida, mientras que Wang seguía hablando. Bambam estaba a punto de ignorarlo y seguir su camino, pero antes de dar un paso más, sintió la presencia de JiaEr a su lado. No se giró a mirarlo, pero lo supo. Ese maldito tenía la costumbre de moverse como una sombra, siempre silencioso, siempre al acecho.
—Te acompaño —declaró JiaEr con total naturalidad.
Bambam chasqueó la lengua y se detuvo por un instante, girando apenas el rostro para encontrarse con la mirada tranquila, pero afilada de su antiguo camarada.
—No necesito compañía —espetó con molestia.
JiaEr arqueó una ceja, como si la respuesta le divirtiera más de lo que lo ofendía.
—No te pregunté si la necesitabas —respondió—. Dije que te acompaño.
Bambam soltó un suspiro frustrado, pasándose una mano por el cabello. Sabía que discutir con JiaEr era una batalla perdida desde el principio. Ese hombre podía ser terco como una montaña, y más aún cuando veía una oportunidad para entrometerse en asuntos ajenos.
—¿Por qué? —preguntó al fin, girándose completamente hacia él—. ¿Desde cuándo te interesa lo que hago fuera de las estrategias militares?
JiaEr entrecerró los ojos y sonrió con algo parecido a la diversión.
—Desde que mi buen amigo y prestigioso general Kunpimook Bhuwakul se escurre en la noche como un ladrón en vez de enfrentar lo que realmente siente.
Bambam sintió que la rabia lo atravesaba en un destello.
—No digas estupideces —gruñó.
—¿De verdad? —JiaEr inclinó un poco la cabeza, examinándolo como un depredador a su presa—. Porque desde aquí se ve bastante claro.
Bambam dio un paso adelante, amenazante, pero JiaEr ni se inmutó. No era un subordinado temeroso ni un noble cobarde. Era alguien que conocía el peso de la guerra tanto como él.
—Esto no tiene nada que ver con sentimientos —espetó Bambam entre dientes—. Es solo...
—¿Un capricho? —JiaEr alzó una ceja—. ¿Una obsesión? ¿O algo más?
Bambam no respondió. Se limitó a fulminarlo con la mirada antes de girarse y seguir caminando. No tenía por qué darle explicaciones. No tenía por qué dudar.
Sin embargo, los pasos de JiaEr resonaron a su lado, siguiéndolo con la misma calma imperturbable de siempre.
—Puedes intentar ignorarme, pero no pienso dejarte ir solo —dijo con una sonrisa—. Al menos déjame ver de qué se trata todo este escándalo.
Bambam cerró los ojos un segundo, conteniendo la frustración que le provocaba la presencia de JiaEr. Pero en el fondo, una parte de él sabía que era inútil oponerse.
Así que sin decir nada más, siguió avanzando por la noche, con JiaEr pisándole los talones.
El sonido de sus pasos apenas perturbaba la quietud de la noche. Bambam no dijo nada mientras avanzaban por los pasillos oscuros de la mansión, pero su mente no dejaba de girar. La presencia de JiaEr a su lado no era un obstáculo, pero sí una molestia.
—Sabes... —JiaEr rompió el silencio con su tono usualmente despreocupado—. No eres el único con interés en la Mansión de las Flores.
Bambam se detuvo en seco, girándose para mirarlo con una ceja en alto.
—¿Qué?
JiaEr se encogió de hombros, como si su comentario no tuviera mayor importancia.
—Digo que tampoco me importaría hacer una visita ahí.
Bambam lo miró con sospecha. JiaEr nunca hacía nada sin razón, y si ahora quería acompañarlo, tenía que haber un motivo oculto.
—Pensé que no te interesaban esos lugares —comentó con ironía.
—No me interesan en sí —respondió JiaEr con calma—, pero hay alguien ahí que... bueno, digamos que me gustaría volver a ver.
Bambam frunció el ceño.
—¿Quién?
JiaEr sonrió de lado, como si estuviera recordando algo que lo divertía.
—Un chico llamado YiEn. No es alguien tan reconocido como Hu YeTao. De hecho, cuando llegué a este reino, él fue de los pocos que nadie parecía notar. Ignorado, callado, pero con una mirada que no olvido.
Bambam lo observó en silencio. No era propio de JiaEr hablar así de alguien.
—¿Y qué tiene ese YiEn de especial?
JiaEr se cruzó de brazos, inclinando ligeramente la cabeza.
—Supongo que eso es lo que quiero descubrir. Pero tú también tienes tus propias razones para ir, ¿o me equivoco?
Bambam apartó la mirada, sin querer admitir nada.
—Haz lo que quieras —murmuró antes de retomar el camino.
JiaEr sonrió y siguió sus pasos, pero ahora con una expresión más reflexiva. Había muchas cosas ocultas en esa mansión. Y tanto él como Bambam estaban a punto de descubrirlas.
La Mansión de las Flores se alzaba en el corazón de la ciudad como una joya oculta entre los callejones adoquinados, envuelta en un aura de misterio y seducción. Su entrada principal estaba custodiada por dos enormes linternas de papel rojo que titilaban bajo la brisa nocturna, proyectando sombras danzantes sobre las puertas talladas con motivos de dragones y flores de ciruelo. Desde el interior se escuchaba el murmullo de risas ahogadas, el roce de la seda contra el suelo de madera y la suave melodía de un guzheng, cuyas notas flotaban en el aire como un canto de sirena.
El aroma del incienso de sándalo impregnaba cada rincón, mezclándose con el dulce perfume de los lirios y los pétalos de jazmín esparcidos por los pasillos. El edificio, amplio y ornamentado, estaba construido con finas columnas de madera lacada y biombos dorados que ocultaban parcialmente las habitaciones donde los clientes y los artistas se entregaban a su propio juego de pasiones y secretos.
Dentro, la iluminación era tenue. Cientos de lámparas colgaban de los techos, filtrando la luz de las velas a través del papel de arroz, tiñendo el ambiente de tonos cálidos y suaves. Sirvientas vestidas con túnicas ligeras de gasa se movían con gracia, ofreciendo copas de vino y bandejas con frutas frescas a los invitados.
En el patio interior, donde una fuente de piedra dejaba caer hilos de agua cristalina en su estanque, los donceles y doncellas se reunían para entretener a los nobles y oficiales de alto rango. Algunos tocaban instrumentos de cuerda con delicadeza, mientras que otros, envueltos en túnicas de colores pálidos y gasas traslúcidas, danzaban con movimientos calculados, como si fueran hojas flotando en el viento.
Los hombres que trabajaban en la mansión eran de una belleza etérea, sus rostros finamente maquillados para acentuar la curva de sus labios y la profundidad de sus ojos. Algunos tenían largas cabelleras que caían como cascadas de tinta negra sobre sus espaldas desnudas, mientras que otros llevaban el cabello recogido con peinetas de jade y horquillas doradas. Caminaban con la elegancia de cisnes, sabiendo que cada paso, cada inclinación de cabeza, era una obra de arte meticulosamente ensayada para complacer a quienes los observaban.
Los clientes, en su mayoría hombres de poder y fortuna, se reclinaban en cojines bordados con hilos de oro, degustando licores exquisitos y perdiéndose en la mirada de sus acompañantes. Había conversaciones en voz baja, risas contenidas, y miradas cargadas de deseo e intriga. Entre ellos, algunos discutían sobre política y guerra, mientras que otros simplemente se dejaban seducir por la belleza etérea de los jóvenes que les servían.
Y entre todo ese bullicio controlado, había figuras más discretas, sombras entre las sombras. YiEn era uno de ellos.
A diferencia de Hu YeTao, cuya destreza en la danza lo había convertido en el favorito de la casa, YiEn rara vez llamaba la atención. No porque careciera de atractivo, sino porque parecía no desearlo. Era un joven de movimientos silenciosos y una presencia sutil, un espectro entre los muros dorados de la mansión. Sin embargo, había algo en él que atrapaba a quienes se tomaban el tiempo de mirar más allá de la superficie.
Y JiaEr había sido uno de ellos.
Cuando Bambam y JiaEr cruzaron el umbral de la mansión, fueron recibidos por el aroma embriagador del loto en flor. Los ojos de Bambam recorrieron el lugar con calma, pero su corazón latía con más fuerza de lo que le gustaría admitir. Sabía lo que buscaba, pero se negaba a aceptarlo. Mientras tanto, JiaEr, con su porte relajado, escaneaba el ambiente en busca de un par de ojos familiares.
La noche apenas comenzaba, y ambos estaban por descubrir que la Mansión de las Flores escondía más secretos de los que jamás imaginaron.
Bambam avanzó por los pasillos con la mirada fría y los labios apretados, su porte regio contrastaba con el ambiente embriagador de la mansión. No era su primera vez allí, pero esta vez se sentía distinto. La fragancia dulzona del incienso lo mareaba más de lo habitual, y el susurro de las telas sedosas deslizándose sobre la piel de los donceles le resultaba inquietante. No debía estar aquí. No debía buscarlo.
A su lado, JiaEr caminaba con la confianza de un hombre que conocía demasiado bien estos pasillos. Sus ojos oscuros brillaban con picardía mientras observaba el ambiente con una mezcla de curiosidad y anticipación. Se detuvo un momento para tomar una copa de licor dulce de manos de una de las sirvientas y le sonrió con descaro antes de continuar.
—No esperaba que fueses un hombre tan impaciente, Kunpimook —comentó, con un tono que llevaba un matiz de burla.
Bambam ni siquiera se molestó en responder. No era impaciencia lo que lo traía aquí, sino algo que no lograba comprender del todo. Su mente aún resonaba con las palabras de su hermano. Hijos bendecidos por los dioses.
Él no creía en cuentos de ancianos, pero era innegable que algo en Hu YeTao lo había envuelto en una red invisible, atrayéndolo de manera que ningún otro lo había hecho antes. Y ahora, aquí estaba, desafiando su propio sentido del deber por una sombra vestida de seda y perfume.
JiaEr, sin embargo, tenía una razón mucho más clara para su presencia en la Mansión de las Flores. Se inclinó levemente hacia Bambam mientras caminaban, su tono de voz descendiendo a un susurro confidente.
—He venido por alguien —dijo, con una sonrisa ladina.
—No me interesa —respondió Bambam, intentando cortar la conversación.
Pero JiaEr no se desanimó.
—No es como YeTao —continuó, ignorando la frialdad de su compañero—. Este chico es distinto. Casi nadie lo nota, pero yo sí. Su nombre es YiEn.
Bambam arqueó una ceja, finalmente dándole un vistazo de reojo.
—¿YiEn? Nunca lo he escuchado.
—Porque no es como los otros —dijo JiaEr, su voz perdiendo su tono juguetón y tornándose más seria—. Es un fantasma en este lugar. No baila como YeTao, ni se muestra abiertamente. No es la joya de la mansión, no es el favorito de los clientes. Pero tiene algo... Algo que no puedo explicar.
Bambam bufó con desinterés, pero en el fondo comprendía esa sensación. También había algo en YeTao que no podía explicar.
Siguieron caminando, pasando por los pasillos donde los donceles y doncellas se mecían al ritmo de la música, entregados a la danza o al entretenimiento de los invitados. Algunos giraban graciosamente sobre sus pies, sus ropajes flotando como pétalos en la brisa, mientras que otros reían suavemente con los nobles, sirviendo licor con una sonrisa cautivadora.
Pero Hu YeTao no estaba entre ellos.
Bambam continuó su camino con pasos firmes, apartando con desdén las miradas que intentaban atraparlo. No era un cliente. No estaba aquí para los juegos ni para las sonrisas coquetas. Sus ojos buscaron entre la multitud, pero el bailarín no estaba en el salón principal.
JiaEr, por su parte, se había separado de él, observando en dirección a un rincón apartado de la mansión. Sus ojos finalmente encontraron lo que buscaban. Allí, en las sombras, YiEn estaba de pie, con la cabeza ligeramente inclinada y las manos entrelazadas frente a él. No vestía colores vibrantes ni sedas llamativas. Su túnica era de un azul oscuro discreto, y su expresión era inescrutable.
Wang JiaEr sonrió para sí mismo.
Bambam, sin embargo, no tenía ojos para nada más.
Subió por una estrecha escalera de madera que crujió bajo su peso, dirigiéndose a la zona privada de los artistas. Allí, el aire era más denso, impregnado del perfume de los cuerpos y del incienso que quemaba en pequeños recipientes de cerámica. Las sombras se alargaban en los pasillos, dibujando figuras que parecían cobrar vida con la titilante luz de las velas.
Y entonces lo vio.
Hu YeTao estaba sentado en el alféizar de una ventana, con un pie descalzo apoyado en el marco y la mirada perdida en la noche. La luz de la luna bañaba su piel como un manto plateado, resaltando la curva de su cuello y la delicadeza de sus facciones. Su cabello caía en suaves ondas sobre su hombro, y sus labios, ligeramente entreabiertos, parecían atrapados en un pensamiento lejano.
Bambam sintió que algo se tensaba en su pecho.
No hizo ruido al acercarse, pero YeTao no necesitó verlo para saber que estaba allí.
—Sabía que vendrías —murmuró el bailarín, sin apartar la vista de la luna.
Bambam entrecerró los ojos.
—¿Por qué?
YeTao inclinó la cabeza apenas, su sonrisa era un reflejo de la luz en el agua.
—Porque la luna roja está cerca.
Bambam sintió un escalofrío recorrer su espalda.
No creía en supersticiones, pero en ese momento, mientras el viento nocturno acariciaba la piel de YeTao y la luna brillaba como una advertencia en el cielo, no pudo evitar sentir que algo estaba cambiando.
Y que ya no había vuelta atrás.
El silencio se extendió entre ellos como un velo invisible, tenso y expectante. Bambam no apartó la mirada de Hu YeTao, buscando en su rostro alguna señal de burla o ligereza, algo que desmintiera el peso de sus palabras. Pero el bailarín se mantenía sereno, con la piel resplandeciendo bajo la luz lunar y sus ojos oscuros perdidos en la vastedad de la noche.
—¿Qué significa eso? —preguntó Bambam finalmente, cruzándose de brazos, como si así pudiera contener la incomodidad que le provocaban aquellas palabras.
YeTao deslizó los dedos sobre el alféizar de la ventana, como si trazara un patrón invisible sobre la madera pulida.
—¿Nunca has escuchado las historias? —respondió con voz suave—. Cuando la luna se tiñe de rojo, los dioses marcan a los que han sido destinados a encontrarse. Es una señal, un lazo invisible que une a dos personas, sin importar la distancia, sin importar las circunstancias.
Bambam resopló, intentando disimular el estremecimiento que recorrió su columna.
—Eso son solo cuentos de ancianas.
YeTao giró la cabeza entonces, y por primera vez en esa noche, lo miró directamente. Sus ojos parecían atravesarlo, sosteniéndolo en un lugar donde no podía escapar.
—¿Lo son? —preguntó, con una sonrisa apenas perceptible en la comisura de los labios—. Entonces, ¿por qué sigues viniendo aquí?
Bambam abrió la boca para responder, pero ninguna palabra salió.
Él también quería saberlo.
Todo en su interior le gritaba que se alejara, que esto no era más que una distracción, una trampa peligrosa. Y, sin embargo, cada noche terminaba regresando. Como si algo lo empujara en esta dirección, como si la idea de mantenerse alejado le resultara insoportable.
Carraspeó, desviando la mirada hacia la ventana.
—No tengo tiempo para supersticiones —dijo con frialdad—. Vine porque...
Se interrumpió. ¿Porque qué? No tenía ninguna razón válida. No tenía ninguna excusa lógica.
YeTao no dijo nada, pero la media sonrisa en sus labios le dejó claro que no necesitaba responder. La verdad estaba allí, flotando entre ellos, sin necesidad de palabras.
Bambam apretó la mandíbula.
—Esto no significa nada —insistió, como si al decirlo en voz alta pudiera convencerse a sí mismo.
YeTao inclinó la cabeza, divertido.
—Si eso es cierto... entonces quédate un poco más y dime que no sientes nada.
El reto quedó suspendido en el aire, y Bambam supo en ese instante que había caído en una trampa de la que no sabía cómo salir.
El ambiente en la Mansión de las Flores era distinto esa noche. Las lámparas de papel teñían los pasillos de un resplandor ámbar, y el incienso flotaba en el aire como un susurro antiguo, envolviendo cada rincón con su aroma adormecedor. Afuera, el viento de la primavera agitaba las cortinas de seda y hacía danzar las sombras proyectadas en las paredes.
Hu YeTao avanzó con la ligereza de un felino, su silueta esbelta moviéndose con naturalidad entre los pliegues de su túnica fina. Sus ojos, oscuros y afilados, destellaban con una emoción contenida mientras se acercaba a Bambam. No debía, lo sabía. No debía traspasar esa línea que los separaba. Y, sin embargo, algo en su pecho palpitaba con insistencia, guiándolo a él, como si el destino se burlara de su autocontrol.
Bambam no se movió cuando YeTao acortó la distancia entre ellos, ni siquiera cuando sintió la calidez de su aliento acariciar su piel. El bailarín apenas inclinó la cabeza y con la suavidad de una pluma, apoyó su frente contra la clavícula del tailandés.
Un suspiro escapó de sus labios, cálido, con la ligereza de un pétalo que cae sobre la superficie de un lago. Lentamente, con una delicadeza casi reverente, YeTao deslizó los brazos alrededor de la cintura del general, abrazándolo como si temiera que el otro desapareciera.
Bambam sintió la presión del abrazo, el peso liviano de un cuerpo que, a pesar de su fragilidad aparente, parecía cargar con algo mucho más denso y profundo. El latido de YeTao contra su pecho era suave, pero innegable, sincronizándose con el suyo de una manera que no entendía.
No se apartó.
No hizo nada de lo que debería haber hecho.
Su mente le decía que lo empujara, que no se permitiera caer en esa trampa de caricias y promesas implícitas. Él no era un hombre que se quedaba, no era alguien que se detenía por un simple deseo efímero. Y, sin embargo, sus brazos, acostumbrados a cargar armas, a sostener la vida y la muerte en la palma de sus manos, ahora temblaban con la duda.
—Debería irme —susurró, su voz apenas un murmullo.
YeTao alzó la cabeza con lentitud, sus pestañas largas temblando como las alas de una mariposa. Sus ojos se encontraron con los de Bambam, y en ese instante todo pareció reducirse a ellos dos, a la cercanía de sus cuerpos, a la electricidad contenida en el aire.
—Entonces, ¿por qué no lo haces? —preguntó, su voz sedosa, pero firme.
Bambam no tuvo respuesta.
El bailarín ladeó el rostro, sus dedos deslizándose por la tela del uniforme del general con un gesto casi inconsciente, como si quisiera memorizar su textura, asegurarse de que realmente estaba allí.
—No me mientas, Kunpimook —murmuró, su tono bajo y envolvente, utilizando su nombre con una familiaridad que lo hizo estremecer.
Bambam cerró los ojos por un instante. Sentía el pulso de YeTao vibrar contra él, sentía la calidez de su cuerpo, la fragancia de su piel, la manera en que la luna roja afuera parecía intensificar la conexión entre ambos.
No podía mentir.
No esa noche.
No cuando la luna roja marcaba su destino sin posibilidad de escape.
La presión de las palabras de YeTao se asentó sobre Bambam como un peso invisible, pero a la vez, lo liberaba de una carga que no sabía que llevaba. No se atrevió a apartarse, no pudo. Estaba atrapado entre la razón que le decía que debía marcharse, y el deseo que le pedía quedarse, sumergirse en ese abrazo que parecía quererlo más allá de lo físico. YeTao no solo lo había rodeado con sus brazos, sino que parecía envolverlo en una suavidad que, en su vida, solo la guerra le había negado. Ahora, sin embargo, era algo nuevo, algo más profundo, algo que no podía comprender completamente.
El bailarín, al sentir la resistencia diminuta del general, lo presionó un poco más contra su cuerpo, como si buscara traspasar esa barrera de indiferencia que Bambam había levantado en los últimos días. La respiración de Bambam se volvió más pesada, sus pensamientos difusos. No podía ignorar lo que su corazón gritaba, ni siquiera cuando su mente decía lo contrario. Hu YeTao era algo más que un simple bailarín. Había algo en su mirada, en su forma de moverse, algo que lo conectaba con una parte de Bambam que él mismo no conocía, algo que parecía ir más allá del cuerpo y del deseo.
Bambam, consciente de su falta de control, luchó contra sí mismo, pero solo logró apretar los dientes con frustración. Había jurado no caer, no dejarse atrapar en la red de lo que sabía podría ser una ilusión. Sin embargo, en ese momento, su mundo parecía girar solo alrededor de esa figura que lo sostenía, que lo abrazaba sin temor, como si ambos fueran la misma cosa.
La voz de YeTao rompió el silencio de la habitación, suave y cálida:
—No necesitas mentir más, Bambam. Yo lo sé. Y lo sabes tú también. No hay nada que ocultar entre nosotros. No esta noche.
Bambam no pudo responder, no porque no quisiera, sino porque simplemente no sabía qué decir. La verdad estaba ahí, flotando entre ellos, en el espacio que los separaba y, a la vez, los unía con una intensidad que el general no había experimentado nunca. La luna roja afuera parecía hacerse eco de sus sentimientos, tiñendo la habitación con una luz extraña y mágica, que solo aumentaba la sensación de inevitabilidad.
El bailarín, al notar la quietud en Bambam, levantó lentamente su rostro, sus ojos buscando los del general. En su mirada, había una mezcla de certeza y vulnerabilidad, como si en ese momento estuviera dando más de lo que cualquier palabra pudiera explicar. Con un suspiro, acercó su rostro al de Bambam, dejando que la cercanía se hiciera más intensa, más profunda, sin prisa, sin necesidad de apresurar lo que ya estaba sucediendo.
Y, en ese instante, Bambam entendió. Entendió que no se trataba de un juego, ni de un momento pasajero. Era algo más. Algo que estaba más allá de lo que ambos podían controlar. Un destino sellado bajo la mirada de la luna roja, que observaba todo desde lo alto, como testigo silencioso de lo que se estaba desarrollando en esa habitación.
Bambam, finalmente, cedió. Sus manos, que siempre habían sido firmes y decididas, ahora se posaron suavemente en la espalda de YeTao, como si aceptaran lo que su corazón ya sabía. No dijo nada. No necesitaba hacerlo. La conexión entre ellos era clara, sin necesidad de palabras.
Hu YeTao, al sentir la respuesta de Bambam, sonrió débilmente, pero su sonrisa no era solo de satisfacción. Era una sonrisa llena de comprensión, como si finalmente ambos se hubieran encontrado en la inmensidad de sus propios mundos. Y sin más, sin hablar más, se dejó llevar, permitiendo que las manos de Bambam lo atrajeran aún más hacia él, fusionando sus cuerpos en un abrazo lleno de promesas no dichas.
El tiempo se detuvo en ese instante, en esa habitación bañada por la luz de la luna que comenzaba a cambiar, mientras el destino de Bambam y Hu YeTao, marcado por algo mucho más grande que ambos, seguía su curso, sin vuelta atrás.
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