𓏲 ๋࣭ ࣪ ˖🎐ocho


La mañana llegó lentamente, como un susurro que anunciaba el comienzo de un nuevo día. Los primeros rayos del sol, dorados y cálidos, atravesaron la ventana, bañando la habitación con una luz suave que iluminaba los detalles ocultos en la penumbra de la noche pasada. El aire se sentía pesado, cargado de la quietud del amanecer, como si el tiempo mismo estuviera retenido en ese momento suspendido.

Bambam despertó, sintiendo el calor de los rayos en su rostro. La luz acariciaba su piel, pero su mente no estaba preparada para enfrentar lo que sucedía a su alrededor. Miró a su alrededor, sus ojos, aún somnolientos, observando el lugar en el que se encontraba. La alcoba de Hu YeTao. Todo estaba en desorden: las túnicas tiradas por el suelo, la espada del general, que alguna vez fue su fiel compañera de batalla, también fuera de su alcance, y lo más llamativo de todo, la figura de YeTao, su cuerpo desnudo apenas cubierto por una fina tela que apenas rozaba su piel.

Hu YeTao estaba acostado junto a él, su cabello oscuro y desordenado esparcido por la almohada, dándole un aire aún más encantador. La luz que entraba por la ventana caía sobre su rostro de una manera casi etérea, resaltando la delicadeza de sus facciones, la suavidad de su piel. Su cuerpo, aún cálido y relajado en el sueño, parecía resplandecer con una belleza que no necesitaba ser forzada. Incluso su postura, medio reclinado en la cama, con una pierna doblada de forma casual, parecía destilar una gracia natural, casi inalcanzable para cualquier otro hombre.

El general se quedó inmóvil, observando sin poder evitarlo, sintiendo cómo su corazón latía con una mezcla de confusión y deseo. La imagen de Hu YeTao, en esa posición vulnerable, le desbordaba de sentimientos encontrados. Había algo en él que lo atraía de una manera que nunca había experimentado, algo que trascendía lo físico, lo tangible. Quizás había sido la luna roja, tal vez la conexión que se había establecido entre ellos esa noche, pero algo dentro de Bambam le decía que todo esto iba mucho más allá de una simple pasión momentánea.

El general se incorporó lentamente, sintiendo la suavidad de las sábanas sobre su piel desnuda. No era su costumbre, no era su naturaleza, quedarse así, vulnerado por un momento tan personal. Pero allí estaba, en la alcoba de un hombre que hasta hace unos días había sido solo un desconocido, pero que ahora parecía haberse convertido en algo mucho más importante.

Al intentar levantarse, Bambam observó la fina tela que cubría el trasero de Hu YeTao, que descansaba despreocupado, sin saber que el general le observaba en su estado más vulnerable. Sus ojos viajaron por el cuerpo del bailarín, admirando la perfección de cada línea, cada curva, como si fuera una obra de arte creada por los dioses mismos. Hu YeTao, en ese instante, parecía ser el centro del universo, y Bambam, atrapado en la quietud de la mañana, no pudo evitar sentirse como si fuera parte de un sueño del que no quería despertar.

La habitación estaba impregnada por el aire cálido de la mañana, la luz del sol llenando los rincones, pero Bambam no podía alejarse, ni siquiera moverse con la misma certeza que siempre había tenido. En su mente, los pensamientos se amontonaban, revoloteaban, pero la presencia de Hu YeTao lo mantenía anclado allí, como si la realidad fuera algo incierto y difuso.

Hu YeTao, en su sueño, movió ligeramente la cabeza, y un débil suspiro escapó de sus labios. Era tan humano, tan real, y sin embargo, algo en su expresión lo hacía parecer etéreo, como si estuviera en un plano superior al de cualquier otro ser. Bambam se detuvo un momento, observando esa imagen, consciente de que algo estaba cambiando, pero aún incapaz de entenderlo completamente.

La luz continuaba entrando, bañando la habitación con su resplandor, y por un momento, Bambam se dejó llevar por la tranquilidad del momento. Sabía que debía irse, que no era prudente quedarse, pero al mismo tiempo, algo lo retenía, algo más fuerte que su razón, más profundo que cualquier mandato.

—¿Qué estoy haciendo? —se preguntó en silencio, pero la respuesta ya no importaba.

La luz de la mañana seguía colándose a través de la ventana, iluminando cada rincón de la habitación, pero el aire seguía siendo denso, cargado de una tensión palpable. Bambam aún se encontraba en la misma posición, inmóvil, contemplando el cuerpo de Hu YeTao con una mezcla de fascinación y desconcierto. El sonido de su respiración se había calmado, pero sus pensamientos seguían agitados, recorriendo la misma y tortuosa ruta de la noche anterior.

De repente, sintió un suave roce. La sensación lo hizo tensarse ligeramente, y en el instante siguiente, se dio cuenta de que Hu YeTao, aún en su sueño, había estirado su mano hacia él. Los dedos del bailarín, delicados y ligeros como si fueran plumas, viajaron por su pecho desnudo con una suavidad que desbordaba cualquier expectativa de lo que Bambam había conocido hasta ese momento. Hu YeTao no dijo una palabra, pero su mano, con una destreza natural, delineó con paciencia cada uno de los músculos marcados en su abdomen, como si estuviera trazando una ruta que solo él comprendía.

Bambam cerró los ojos por un momento, sintiendo cómo una corriente cálida y punzante recorría su cuerpo, comenzando desde donde la mano de Hu YeTao tocaba su piel. Los recuerdos de la noche anterior volvieron con fuerza, como una marea arrolladora que no se podía detener. El roce de esos dedos sobre su piel, esa cercanía, esa vulnerabilidad compartida... todo había sido tan intenso, tan visceral. Los ecos de los susurros, las caricias que se transformaron en un fuego imparable, las promesas no dichas, pero que se entendieron perfectamente en cada mirada.

El pulso de Bambam se aceleró, y sin poder evitarlo, su mente comenzó a revivir la noche, cada momento. El roce de los cuerpos, el calor de la piel, la manera en que Hu YeTao se entregó a él con una pasión tan cruda como pura. Recordó la forma en que sus labios se encontraron en un roce que se volvió frenético, cómo su cuerpo se movió al compás de sus deseos, sin reservas. La fragancia a flores que envolvía el aire, la intensidad de sus caricias, y sobre todo, cómo Hu YeTao le había permitido conocer un lado de él que jamás pensó que alguien lograría hacerle ver.

Bambam sintió una mezcla extraña de deseo y angustia. Su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como si quisiera escapar. ¿Qué era esto que sentía? ¿Cómo podía haber caído tan rápido en algo que no planeaba, en algo tan ajeno a la persona que solía ser?

Sin embargo, la mano de Hu YeTao no se detuvo. Los dedos viajaron un poco más abajo, descendiendo por su abdomen, provocando que Bambam tomara aire de manera más profunda, tratando de calmarse, de racionalizar la situación. Pero nada podía calmar la creciente necesidad que despertaba en él cada contacto, cada roce de la piel de Hu YeTao contra la suya.

El bailarín, aún con los ojos cerrados, parecía no tener conciencia del impacto de su toque. Bambam, por un instante, pensó en apartarse, en regresar a su naturaleza, en recordar quién era, en no dejarse arrastrar por algo tan impredecible. Pero, por alguna razón, su cuerpo no respondía como quería. Sus propios dedos se levantaron por instinto, acariciando suavemente la mano de Hu YeTao, guiándola para que siguiera el camino que había comenzado.

Cuando Hu YeTao abrió los ojos, la mirada de Bambam fue inevitablemente fija en él. Sus ojos se encontraron, y no había palabras que decir. El aire entre ellos era denso, tenso, cargado de una necesidad no dicha. Hu YeTao no se apartó. En lugar de eso, se acercó un poco más, rozando el pecho de Bambam con su rostro, sus labios apenas tocando su piel mientras sus dedos continuaban trazando esos círculos delicados, casi como si estuviera dibujando sobre su carne.

—Anoche... —murmuró Hu YeTao, su voz suave y sensual, casi como un susurro al oído de Bambam.

Bambam no pudo evitarlo. Su respiración se agitó. Cada palabra de Hu YeTao parecía calar más profundo en él, hundiéndose como una daga, pero a la vez, algo en su interior le pedía más, le demandaba más. ¿Por qué no podía olvidarlo? ¿Por qué ese hombre le había dejado una marca tan profunda, tan difícil de borrar? No solo en su piel, sino también en su mente y corazón.

No podía evitarlo. La presencia de Hu YeTao era una fuerza que lo envolvía por completo. Sin palabras, Bambam se inclinó ligeramente hacia él, su rostro acercándose al suyo. La línea de tensión entre ellos se deshizo por completo, reemplazada por el magnetismo de sus cuerpos.

Y, de nuevo, se entregaron, sin más promesas que el roce de sus cuerpos, sin más palabras que suspiros ahogados, mientras el sol seguía iluminando la habitación, testigo mudo de todo lo que había sucedido y todo lo que aún quedaba por suceder.

La habitación estaba envuelta en un silencio pesado, el aire cálido de la mañana colándose por la ventana mientras los rayos del sol caían sobre los dos cuerpos entrelazados. Bambam se encontraba allí, inmóvil, su mente una maraña de pensamientos turbulentos, mientras los dedos de Hu YeTao continuaban recorriendo su piel.

Sin embargo, cuando los ojos de Hu YeTao finalmente se abrieron, una ligera sonrisa apareció en su rostro. La mirada del bailarín era intensa, cautivadora, pero también llena de una serenidad que contrastaba con el caos interno de Bambam. Hu YeTao parecía completamente a gusto, como si la cercanía entre ellos no le causara conflicto alguno. Se acercó más, dejando que sus labios casi rozasen la piel del general, el aire entre ellos cada vez más denso.

—Anoche... —murmuró Hu YeTao con una voz baja y tentadora—. Fue... más de lo que imaginaba. No pensé que disfrutaría tanto de algo así.

Bambam cerró los ojos, sintiendo cómo el comentario de Hu YeTao lo golpeaba como una ola. Cada palabra era un eco en su mente, una confirmación de lo que había sucedido entre ellos, pero también un recordatorio de lo que debía evitar. Su cuerpo, sin embargo, traicionaba sus pensamientos. La manera en que Hu YeTao lo miraba, tan directo, tan descarado, hacía que se sintiera más vulnerable de lo que quisiera admitir.

Hu YeTao, sin esperar una respuesta, continuó, su voz cargada de una audacia que desbordaba la habitación.

—No me malinterpretes, Bambam... —su tono era suave, pero su mirada, fija en el rostro del general, no dejaba lugar a dudas de lo que pensaba—. Sé que no soy como las demás personas que sueles tratar... pero lo que compartimos anoche... fue... delicioso. La forma en que nuestras pieles se unieron, cómo nuestros cuerpos se encontraron... todo fue tan perfecto.

Bambam no supo cómo reaccionar. La cercanía de Hu YeTao y su descaro lo estaban desbordando. El bailarín no intentaba esconder lo que sentía; lo expresaba de manera tan natural, tan provocativa, que Bambam apenas podía mantener la compostura. Su respiración se volvió más errática, y la tensión entre ellos creció con cada palabra que Hu YeTao pronunciaba.

—No puedo negar que me gustó... —continuó Hu YeTao, ahora deslizándose aún más cerca, hasta que su rostro estuvo apenas a unos centímetros del cuello de Bambam—. ¿Te gustó a ti también, general? ¿O solo lo hiciste por... obligación?

La pregunta, simple pero cargada de insinuaciones, hizo que el cuerpo de Bambam se tensara aún más. ¿Qué podía decir? La verdad era que no sabía cómo sentirse. ¿Cómo podía alguien como él, un hombre acostumbrado a ser fuerte, decidido y a controlar todo a su alrededor, caer en las manos de alguien tan... abierto?

—No... no fue por obligación —respondió Bambam, con una voz más grave, un tono bajo que denotaba una mezcla de frustración y deseo. No podía decir lo que realmente pensaba, no podía dejar que Hu YeTao lo desarmara completamente—. Fue... diferente, eso es todo.

Hu YeTao sonrió ante su respuesta, una sonrisa cargada de satisfacción, como si hubiera ganado una pequeña victoria. Se levantó un poco, apoyándose en el pecho de Bambam mientras dejaba escapar un suspiro.

—No eres tan duro como pareces, ¿eh? —dijo, sus palabras suaves y llenas de burla, pero al mismo tiempo, había una verdad que resonaba en ellas—. Me agrada. Me gusta lo que veo cuando... dejas de ser el general y te conviertes en un hombre de verdad.

Bambam no podía evitar que su cuerpo reaccionara ante las palabras de Hu YeTao. La manera en que lo miraba, con una mezcla de desafío y admiración, lo ponía al límite. No era algo que estaba acostumbrado a experimentar, pero no podía negar que algo en su interior se estremecía ante la cercanía del bailarín. Su cuerpo calentándose con cada toque, cada suspiro y cada palabra que salia de los rosados y lindos labios de zorro.

—No sigas hablando así... —murmuró Bambam, pero sus palabras carecían de firmeza. En lugar de apartarse, se quedó allí, en silencio, esperando lo que Hu YeTao haría a continuación.

El bailarín lo miró con una mirada llena de complicidad, como si ya supiera lo que el general necesitaba sin decir una palabra. Sin más preámbulos, Hu YeTao acercó su rostro al de Bambam, sus labios rozaron los de él en un beso suave pero cargado de intensidad. No hubo más palabras, solo la conexión de sus cuerpos, el roce de sus pieles que seguía encendiendo una llama entre ellos.

—Te dije que disfrutarías de esto —susurró Hu YeTao contra los labios de Bambam, como si estuviera sellando una promesa.

Bambam no pudo decir nada más. La voz de Hu YeTao, su cercanía, su descaro, todo lo que lo envolvía, lo había dejado sin palabras, sin defensa.

La respiración de Bambam se tornó pesada. No porque estuviera cansado ni agotado, sino porque cada palabra de Hu YeTao lo arrastraba más profundo en un abismo del que no estaba seguro de querer salir.

El bailarín aún lo observaba con esa mezcla de audacia y picardía, una sonrisa jugueteando en sus labios ligeramente hinchados por los besos de la noche anterior. Sus ojos oscuros eran un pozo de secretos, de insinuaciones, de promesas que Bambam no estaba listo para escuchar, pero que su cuerpo ya había aceptado.

El general trató de alejarse, de marcar una distancia, pero Hu YeTao no lo permitió. Sus delicadas manos lo atraparon con facilidad, aferrándose a su cuello con una suavidad engañosa, con una caricia que electrificó su piel y le hizo recordar lo mucho que había disfrutado la calidez de ese cuerpo frágil, pero tentador.

—No seas tan frío, general —musitó el bailarín con una voz aterciopelada, deslizando sus dedos por la mandíbula del tailandés—. Si ya has caído en mi juego, ¿por qué fingir que no te gustó?

Bambam apretó la mandíbula, sus músculos tensándose bajo la mirada traviesa de Hu YeTao. No podía darse el lujo de ceder otra vez, no cuando aún estaba desnudo en la cama de aquel hombre, no cuando el alba apenas iluminaba sus rostros y su espada seguía en el suelo, lejos de su alcance, junto con su autocontrol.

—No fue un juego —gruñó, tratando de recuperar la compostura, pero Hu YeTao se rió suavemente, como si su intento de dureza le divirtiera más de lo que lo intimidaba.

—Entonces, ¿qué fue? —susurró, acercándose peligrosamente hasta que su nariz rozó la del general—. No me digas que fue por lástima. Eso sería tan... decepcionante.

Bambam sintió una punzada de molestia mezclada con otra emoción que no se atrevía a nombrar. ¿Lástima? No, lo último que sentía por Hu YeTao era eso. Quizá había sido un error dejarse llevar por la calidez de su cuerpo, por la suavidad de su piel, por la dulzura de su aroma. Pero no lo había hecho por compasión.

Lo había hecho porque lo deseaba.

Porque, por más que intentara negarlo, su cuerpo lo había traicionado una y otra vez con aquel bailarín.

—Deja de hablar así —dijo con voz baja, ronca, mientras Hu YeTao continuaba deslizándose por su piel como un veneno embriagador—. No fue nada. No significa nada.

Los labios de Hu YeTao se curvaron en una sonrisa peligrosa, esa que usaba cuando estaba a punto de hacer algo descarado.

—Si realmente no significó nada, entonces no te molestará que lo repitamos, ¿cierto? —dijo en un tono burlón, antes de presionar un beso rápido contra su clavícula, justo en el lugar donde la piel de Bambam aún ardía por la pasión de la noche anterior.

El general contuvo el aliento, sintiendo cómo su autocontrol pendía de un hilo. Pero antes de que pudiera responder, Hu YeTao se apartó con lentitud, deslizándose fuera de la cama con la misma elegancia con la que bailaba, su cuerpo aún envuelto en la fina tela que apenas ocultaba su desnudez. Caminó con calma hasta la ventana, dejando que la luz matinal delineara cada curva de su silueta. Por un momento, el tailandés se perdió en la preciosa figura contraria, su vista desviándose hasta el redondo y firme trasero del bailarín, y en ese momento le vinieron tantas ideas a la cabeza, pero retomó el hilo de la situación.

—Si realmente no te interesa... —continuó con fingida inocencia, mirando hacia el jardín donde los cerezos comenzaban a florecer—. Entonces no tienes por qué volver a buscarme.

Bambam sintió que un escalofrío recorría su espalda. Era una provocación, una invitación, un desafío. Y lo peor de todo... es que sabía que caería otra vez.

No podía alejarse de Hu YeTao. No todavía.

Porque su cuerpo aún recordaba el calor del bailarín.

Porque su piel aún ansiaba más.

Y, aunque su mente le gritara que debía irse, que debía olvidar lo que había sucedido, sus pies no se movieron. Solo lo observó, sintiendo cómo la trampa se cerraba a su alrededor.

Hu YeTao había ganado. Y lo sabía.

Bambam no dijo nada. No respondió a la provocación, no cayó en el juego del bailarín... o al menos eso quiso pensar.

Sin embargo, en el último momento, cuando ya había tomado su túnica y se disponía a marcharse, sus pasos lo traicionaron. Se acercó a Hu YeTao en silencio, con la misma letalidad con la que se acercaba a sus enemigos en el campo de batalla. Pero esta vez no era una espada lo que blandía, sino un gesto que hablaba más que cualquier palabra.

Se inclinó apenas, lo suficiente para que su aliento cálido rozara la piel expuesta del cuello de Hu YeTao. Y sin darle tiempo a reaccionar, presionó sus labios contra ese punto vulnerable, justo donde la piel era más sensible, donde el pulso latía con rapidez, donde aún quedaban rastros de la noche anterior.

El bailarín no se movió. No dijo nada. Solo contuvo el aliento, sus dedos crispándose levemente sobre la tela de su delgada bata.

El beso no fue urgente, no fue apasionado. Fue lento, deliberado. Un roce suave, una marca invisible, un adiós que no sonaba a despedida.

Cuando Bambam se separó, no le dirigió una última mirada. No quería ver los ojos oscuros de Hu YeTao, no quería confirmar lo que ya sabía: que no podría resistirse a él por mucho tiempo.

Ajustó su túnica con movimientos precisos y sin más, salió de la habitación, dejando atrás la calidez del lecho y la fragancia dulce del bailarín impregnada en su piel.

Hu YeTao se quedó en su sitio, con una sonrisa perezosa dibujada en los labios. Se llevó una mano al cuello, justo donde aún sentía la presión del beso.

—Así que sí te importa... —murmuró para sí mismo, con diversión.

No importaba cuánto lo negara, cuánto intentara resistirse. Bambam volvería. Hu YeTao lo sabía.

𓏲 ๋࣭ ࣪ ˖🎐

Bambam caminó entre las calles empedradas de la ciudad, con la brisa del amanecer revolviendo los mechones sueltos de su cabello. La luz dorada del sol apenas comenzaba a teñir los techos de las casas y los templos de madera, pero él no prestaba atención a la belleza de la escena. Su mente estaba atrapada en el recuerdo de la noche anterior, en la calidez del cuerpo de Hu YeTao, en el susurro de su voz descarada contra su oído.

Había sido una estupidez quedarse tanto tiempo. Una estupidez permitirse siquiera un resquicio de debilidad.

Pero, por más que intentara convencerse de que no era nada, de que el bailarín solo era un capricho pasajero, la sensación que lo invadió al marcharse fue diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado antes.

Era algo antiguo. Algo primario.

Algo que él, un Arathi, no debía permitirse sentir.

Los Arathi, los Cazadores de Almas Perdidas, eran una orden tan antigua como las propias montañas. No se limitaban a cazar bestias o enemigos de carne y hueso; ellos enfrentaban lo que acechaba en la oscuridad, lo que se escurría entre los velos del mundo terrenal y lo espiritual. Espíritus errantes, entidades ancestrales, sombras que devoraban la voluntad de los hombres. Desde su infancia, Bambam había sido instruido en este camino, criado bajo la férrea disciplina de su abuelo, Kun Suriyawong, un nombre temido y respetado en todo el reino.

La primera lección que su abuelo le enseñó, la más importante de todas, fue clara y brutal:

"Los lazos son cadenas. Los sentimientos, veneno. Un Arathi no puede permitirse distracciones."

Desde entonces, Bambam había aprendido a contener su esencia, a suprimir su propia humanidad cuando era necesario. Había nacido para cazar, no para amar.

Pero entonces, ¿por qué cada vez que cerraba los ojos sentía el perfume de Hu YeTao impregnado en su piel?

Se detuvo junto a un puente de piedra que cruzaba el río, apretando la mandíbula con frustración. La corriente serpenteaba bajo sus pies, reflejando el sol naciente con destellos dorados, pero él no veía la calma del agua. Solo sentía la tempestad en su interior.

Había algo en Hu YeTao que lo llamaba, que lo hacía perder el equilibrio. Algo en su risa descarada, en la manera en que sus ojos oscuros lo desafiaban sin miedo. No era normal.

Y ahora, con la advertencia de su hermano resonando en su mente, no podía evitar preguntarse...

"Hay rumores de donceles y de hijos bendecidos por los dioses... No te involucres demasiado al momento de cazar."

¿Qué tal si Hu YeTao no era un simple bailarín?

El mundo estaba lleno de misterios, de cosas que desafiaban la lógica y la razón. Los donceles bendecidos eran seres extraños, raros de encontrar, pero su existencia no era un mito. Se decía que eran hijos de la luna y el sol, que su sangre era diferente, que podían traer fortuna o desgracia a quienes los rodeaban.

Si Hu YeTao era uno de ellos...

Bambam cerró los ojos y dejó escapar un suspiro pesado. No. No debía pensar en eso.

Él era un Arathi. Un cazador. Un guerrero.

No un hombre que se dejara enredar por labios suaves y palabras dulces.

Apretó los puños y reanudó su camino con pasos firmes.

Su abuelo siempre decía que cuando un cazador titubea, su presa se convierte en su perdición. Y él no tenía permitido perder.

Las puertas de la mansión Huang se alzaban imponentes bajo la luz del sol de la mañana, con su madera oscura decorada con grabados en oro y detalles en rojo bermellón. Bambam cruzó el umbral sin dirigir palabra a nadie, su semblante serio y sus pasos veloces demostraban que no estaba de humor para ninguna interrupción.

Los sirvientes, acostumbrados a la presencia del general, apenas se atrevieron a mirarlo de reojo, percibiendo la tensión que irradiaba su figura. Sin embargo, una persona sí le observó con especial interés desde la penumbra de una de las esquinas del gran vestíbulo. Wang JiaEr, con su característico aire de superioridad, le sonrió con sorna, cruzado de brazos, apoyado despreocupadamente contra una de las columnas.

—¿Regresando tan temprano? —su voz fue apenas un murmullo, pero suficiente para que Bambam lo escuchara al pasar.

El tailandés no respondió. Ni siquiera se detuvo. Siguió caminando con la mirada al frente, como si las palabras de JiaEr fueran meros susurros del viento. Sabía que su amigo le observaba con diversión, intentando leerlo, intentando encontrar en su expresión algún indicio de lo que había estado haciendo la noche anterior. Pero Bambam no le daría el gusto.

Cruzó los pasillos de la mansión con determinación, su mente puesta en un solo propósito. Al llegar a su alcoba, cerró la puerta con un golpe seco y dejó escapar un suspiro pesado. Su habitación era amplia, con un ventanal que ofrecía una vista perfecta del jardín de los ciruelos, cuyas flores rosadas aún danzaban con la brisa matutina. Un biombo de madera separaba la zona de descanso del lugar donde guardaba su armadura y armas.

Sin perder tiempo, se quitó las túnicas que aún conservaban el perfume de Hu YeTao, un rastro de la noche que ahora quería borrar de su cuerpo y su mente. Se vistió con ropajes más adecuados para el combate: una camisa negra de tela gruesa, pantalones ajustados y botas resistentes. Tomó su cinturón de cuero donde descansaba su daga y, por último, se acercó al soporte de su espada.

La hoja relució en cuanto la sacó de su funda. Era un arma formidable, herencia de su abuelo Kun Suriyawong, el legendario Arathi. Su filo estaba grabado con inscripciones ancestrales, encantamientos de protección y poder que resonaban con su propia esencia. La sostuvo con fuerza, sintiendo el peso familiar en su mano.

No podía permitirse más distracciones.

Con la espada bien sujeta a su cintura, salió de la alcoba sin vacilar. Se movió como un fantasma por los pasillos de la mansión, evitando cualquier encuentro innecesario. No quería preguntas, no quería miradas curiosas. Su destino era claro: las llanuras del sureste.

Aquel lugar era conocido por su desolación y el constante acecho de espíritus errantes. Las historias sobre viajeros que nunca regresaban, de sombras que devoraban el alma de los incautos, eran comunes en los pueblos cercanos. Pero para Bambam, aquel era el único sitio donde podía encontrar algo de claridad.

Cuando abandonó los muros de la ciudad, la brisa se tornó más fría, como si la naturaleza misma le advirtiera que se acercaba a un lugar donde la muerte y la vida convergían en un mismo plano. El cielo se oscurecía levemente en el horizonte, cubierto por nubes que anunciaban tormenta, pero no era solo el clima lo que cargaba el ambiente de tensión.

Las llanuras del sureste no eran territorio de los vivos.

El pasto se tornaba seco y quebradizo conforme avanzaba, y el aire olía a tierra húmeda, como si la misma tierra exhalara los lamentos de los caídos. En la distancia, se podían ver los restos de antiguas estructuras, templos abandonados donde, según se decía, los monjes intentaron sellar la presencia maligna que ahora rondaba libremente.

Bambam se detuvo en la cima de una pequeña colina y desenvainó su espada con un movimiento fluido. La noche anterior había permitido que algo dentro de él flaqueara, pero ahora debía recordarse quién era. Un cazador. Un Arathi. Un guerrero sin ataduras.

Cerró los ojos y respiró hondo, concentrándose en el entorno. El viento susurró a su alrededor, y con ello, llegaron los primeros indicios de lo que buscaba. Un murmullo lejano, una presencia que erizaba su piel.

No estaba solo.

Los espíritus ya habían notado su llegada.

La luna se alzaba sobre las llanuras del sureste como un ojo impasible, observando el mundo con su pálida luz. El aire era denso, pesado con el aroma de tierra húmeda y la energía etérea de los espíritus que vagaban sin descanso. Bambam desmontó con un movimiento fluido, sus botas hundiéndose levemente en el terreno blando. El caballo, inquieto, pateó el suelo y resopló, como si sintiera la presencia de aquellos que no pertenecían al mundo de los vivos.

Bambam ajustó el agarre en su espada. No era cualquier arma; su hoja, forjada con materiales bendecidos por monjes ancestrales, vibraba con la energía de su portador. En la empuñadura, inscripciones en una lengua olvidada brillaban débilmente bajo la luz lunar.

—Que inicie la cacería —susurró, sus ojos afilados escaneando la neblina que se arremolinaba entre los árboles torcidos.

El primer ataque llegó sin previo aviso. Una sombra se deslizó desde la bruma, con una velocidad imposible, y se lanzó contra él con un chillido agudo que rasgó el silencio de la noche. Bambam apenas tuvo tiempo de reaccionar, inclinándose hacia un lado mientras el espectro pasaba zumbando junto a él, su forma difusa agitándose como una masa de humo y carne en descomposición. Giró sobre sus talones y blandió la espada en un arco amplio. La hoja cortó el aire, dejando un rastro luminoso, pero la criatura se desvaneció antes de que pudiera tocarla.

—Juguetón, ¿eh? —murmuró con una sonrisa torcida, volviendo a tomar posición de combate.

El suelo bajo sus pies vibró. Más sombras emergieron de la neblina, figuras distorsionadas con rostros de pesadilla, sus extremidades alargadas y retorcidas en ángulos imposibles. Ojos vacíos lo observaron con hambre, con un odio que iba más allá de la comprensión humana. Estos no eran simples espíritus errantes. Eran bestias, entes condenados por su propia maldad en vida, atrapados en un ciclo de tormento y furia.

Bambam no esperó. Avanzó con rapidez, su espada danzando en la oscuridad. El filo de su arma se hundió en el primer espectro, que dejó escapar un grito inhumano al ser atravesado. La energía espiritual chisporroteó alrededor de la hoja antes de disiparse en un estallido de luz azul. No había tiempo para saborear la victoria. Otro se lanzó sobre él, sus garras espectrales rozando su hombro y quemándole la piel como si fuera fuego líquido.

Soltó una maldición y rodó hacia atrás, respirando pesadamente. No podía pelear a la defensiva. Si lo hacía, terminaría atrapado en un juego de desgaste en el que no tenía ventaja. Estos seres no se fatigaban, pero él sí.

—Vamos, ¿eso es todo lo que tienen? —escupió con burla, alzando la espada con ambas manos.

Los espíritus rugieron en respuesta y se lanzaron sobre él al unísono. Bambam giró sobre sí mismo, la hoja cortando el aire con una precisión letal. Dos de las entidades desaparecieron en explosiones de luz, pero una tercera logró colarse entre su defensa y se aferró a su brazo con dedos huesudos y putrefactos. Un dolor lacerante recorrió su cuerpo, como si el espíritu estuviera drenando su energía vital.

Con un gruñido de esfuerzo, Bambam liberó una ráfaga de qi a través de su piel, una técnica de purificación que hizo que la criatura chillara y soltara su agarre. Sin perder tiempo, clavó la espada en su núcleo, destruyéndolo al instante.

El campo de batalla quedó en silencio. La neblina se disipó ligeramente, revelando los restos espectrales que se desvanecían en el aire. Su pecho subía y bajaba con fuerza, el sudor pegándose a su piel. Pero aún no había terminado.

Desde la oscuridad más profunda, algo se movió.

Bambam se tensó. Lo que emergió de las sombras no era como los otros. Era más grande, más sólido. Sus ojos brillaban como brasas, y su cuerpo parecía hecho de fragmentos de otros espectros, una amalgama de almas condenadas fusionadas en una única entidad monstruosa.

—Un espíritu devorador —musitó, con una mezcla de asombro y precaución.

Estos eran los más peligrosos. No solo poseían la fuerza de incontables almas atrapadas en su interior, sino que podían adaptarse, aprender de sus oponentes y evolucionar. Enfrentarlo solo sería un suicidio para cualquiera que no estuviera a su nivel. Pero Bambam no era cualquiera.

El monstruo se movió primero. Su velocidad no coincidía con su tamaño; en un instante, estaba frente a él, su brazo fantasmagórico materializándose en una garra afilada que descendió como un rayo. Bambam apenas logró bloquear con su espada, pero el impacto lo lanzó varios metros hacia atrás, estrellándolo contra un árbol con un crujido sordo. Un dolor agudo se propagó por su espalda, pero lo ignoró.

—Así que pegas fuerte —murmuró, escupiendo sangre al suelo.

El espíritu devorador rugió y avanzó de nuevo. Esta vez, Bambam no esperó a ser atacado. Usando la fuerza de sus piernas, se impulsó hacia adelante, deslizándose bajo el brazo de la criatura y lanzando un tajo ascendente. La espada cortó su costado, pero el monstruo no mostró señales de dolor. En su lugar, la herida se cerró casi de inmediato.

—Genial, regeneración —resopló con frustración.

Tenía que cambiar de estrategia. Usando su velocidad, se movió en círculos alrededor de la criatura, lanzando ataques precisos en los puntos donde la energía espiritual era más densa. Cada corte debilitaba su núcleo, pero no lo suficiente. La bestia aprendía, adaptándose a sus movimientos.

De repente, la criatura cambió de táctica. En lugar de atacar con sus garras, su cuerpo se fragmentó en múltiples sombras que lo rodearon, envolviéndolo en una prisión de oscuridad. Bambam sintió un escalofrío recorrer su espalda. Si lo atrapaban, no habría escape.

Cerró los ojos y exhaló. Concentró toda su energía en la espada, canalizando su qi hasta que la hoja comenzó a arder con un brillo dorado. Abrió los ojos y, con un grito de guerra, giró sobre sí mismo en un torbellino de luz. La explosión de energía disipó las sombras y golpeó de lleno al espíritu devorador, atravesando su núcleo.

El rugido final de la bestia sacudió el aire, y su forma se desintegró en miles de fragmentos de luz que ascendieron al cielo antes de desaparecer.

Bambam cayó de rodillas, respirando con dificultad. Su cuerpo estaba agotado, pero lo había logrado. La caza había terminado.

Se puso de pie con esfuerzo y enfundó su espada. Observó el cielo, donde la luna seguía brillando, testigo de su batalla.

—Uno menos —susurró, antes de girarse y caminar de regreso a su caballo.

Sabía que esto no era el final. La guerra contra los espíritus nunca terminaba. Pero por ahora, al menos, había traído un poco de paz a estas tierras malditas.

Las llanuras del sureste se extendían bajo un cielo cubierto de nubes pesadas, con el eco del viento silbando entre la maleza alta y los árboles nudosos. Bambam se movía con cautela, con su espada firmemente sujeta en la diestra, sus sentidos aguzados para percibir la más mínima alteración en la energía circundante. Como cazador de espíritus, había aprendido a identificar los cambios en el aire, los susurros del otro mundo que anunciaban la presencia de entidades invisibles para el ojo común.

No tardó en sentirlo: una presión en el ambiente, un frío repentino que le erizó la piel. Giró justo a tiempo para ver cómo una figura amorfa emergía de entre las sombras de los árboles, con ojos espectrales brillando en un tono carmesí. Con un rápido movimiento, Bambam se impulsó hacia adelante, desenvainando su espada en un destello de acero. El espíritu chilló al esquivar su ataque y se desvaneció en una neblina oscura, solo para reaparecer detrás de él. Bambam giró sobre su eje y lanzó un tajo ascendente, desgarrando el aire y obligando a la entidad a retroceder.

La batalla continuó en una danza violenta de ataques y esquivas. Los espíritus eran astutos, deslizándose entre sombras y tratando de flanquearlo con movimientos impredecibles. Bambam, con su entrenamiento y experiencia, se mantuvo firme, su espada destellando con cada corte certero. Sin embargo, uno de los espíritus logró encontrar una abertura: con un chillido agudo, lanzó una garra espectral que cortó a través de la tela de su túnica y se hundió en la carne de su brazo izquierdo. Bambam contuvo un gruñido de dolor y retrocedió, sintiendo la sangre caliente deslizándose por su piel.

Respiró hondo, reajustó su postura y se preparó para el siguiente asalto. Pero entonces, algo lo hizo detenerse. Entre la bruma que flotaba en la llanura, más allá de los espíritus que acechaban, percibió algo distinto. No solo la presencia de otra entidad, sino de alguien más... una persona.

Entre la neblina, una silueta se perfilaba contra la luz tenue de la luna. Era esbelta, de movimientos fluidos, casi etéreos. No podía distinguir su rostro, pero sí el tenue ondear de sus ropajes blancos y rojos, contrastando con la oscuridad que los rodeaba. El corazón de Bambam se aceleró. ¿Quién era? ¿Qué hacía allí, en un lugar tan peligroso?

Por un instante, su atención se dividió entre la amenaza de los espíritus y la misteriosa figura. Un error que podía costarle caro. Los espectros aprovecharon su distracción y se lanzaron sobre él con renovada furia. Bambam apretó los dientes y, con un grito de guerra, volvió a la carga, decidido a acabar con sus enemigos y descubrir la identidad del extraño que lo observaba desde las sombras.

El filo espectral rozó la piel de Bambam, dejando una línea carmesí sobre su brazo izquierdo. Un dolor punzante se extendió por su carne, pero el general no se permitió vacilar. Sujetó con firmeza su espada envuelta en energía dorada, sus ojos ardiendo con determinación mientras su oponente, una entidad formada de sombras y odio ancestral, siseaba con un sonido similar al de una serpiente.

Bambam giró sobre sus talones, su postura perfecta, la fuerza de su entrenamiento reflejándose en cada movimiento. Con un solo corte descendente, la energía de su arma hendía el aire, disipando a una de las criaturas en un destello de luz dorada. Pero antes de que pudiera recuperar el aliento, una presión gélida se acumuló a su espalda. Un nuevo espectro emergía de las sombras de los árboles torcidos, con sus ojos vacíos fijos en él.

Bambam chasqueó la lengua. No era la primera vez que enfrentaba la tenacidad de los errantes nocturnos, almas atrapadas en la tierra por rencores y tragedias. Pero algo en el ambiente se sentía distinto. Algo nuevo. Algo vivo.

Una figura se perfilaba entre la bruma de las llanuras, un destello blanco y rojo que contrastaba con la oscuridad circundante. Bambam entornó los ojos, tratando de enfocar la silueta. No era un espíritu, de eso estaba seguro. Su postura, la forma en que la tela de sus vestiduras ondeaba con la brisa, indicaban que era un ser de carne y hueso.

—¡Muéstrate! —rugó Bambam, girando su espada en un arco protector frente a él. Su voz retumbó en la llanura.

No hubo respuesta. Solo el murmullo del viento y el siseo de los espíritus acechando en la periferia de su visión. Pero entonces, un movimiento. Un paso ligero sobre la hierba.

Bambam sintió un escalofrío recorrer su espalda. El doncel no se alejaba. No huía. Al contrario, parecía observarlo con un interés inquietante.

El general se tensó. Si esa figura estaba aquí, en un sitio plagado de criaturas malditas, solo podía significar dos cosas: o era alguien con habilidades extraordinarias o alguien demasiado insensato como para entender el peligro en el que se encontraba.

Pero no era el momento de distraerse.

Los espíritus aprovecharon su desconcierto. Tres sombras espectrales se deslizaron hacia él al unísono. Bambam alzó su espada justo a tiempo, desviando una garra negra que buscaba su cuello. Un golpe lateral le rozó las costillas, dejándole sin aire por un instante. Se giró, cortando el aire con una finta precisa, y sintió cómo la esencia oscura de una de las criaturas se disipaba al contacto con su acero encantado.

El sonido de una risa suave y etérea flotó en el aire.

Bambam se congeló.

El doncel había reído. No de manera burlona, sino con una ligera fascinación, como si contemplara una escena de danza en un festival, no una lucha a muerte contra fuerzas del más allá.

El general sintió que su pulso se aceleraba, no por la batalla, sino por la presencia desconocida que se mantenía a la distancia, observándolo con ojos que no podía ver con claridad.

—¡Si no quieres morir, aléjate de aquí! —bramó.

Pero la silueta no se movió. Solo permaneció allí, como una presencia espectral propia de la noche, una interrogante sin respuesta en medio del campo de batalla.

Bambam apretó los dientes y redobló sus ataques. No podía permitirse más distracciones. Derribó al último de los espíritus con una estocada certera, la energía dorada de su espada purificándolo en un destello cegador. Un grito agónico se perdió en el viento nocturno.

Cuando por fin la quietud volvió, Bambam jadeó y giró sobre sus talones. Su brazo herido palpitaba, un recordatorio de su descuido. Su mirada volvió a la figura de blanco y rojo.

Pero ya no estaba allí.

La llanura había recuperado su inquietante silencio. No quedaban rastros de la presencia que había sentido. Ni un susurro, ni una pisada.

Bambam frunció el ceño.

—... Maldita sea.

La herida ardía, pero su inquietud era peor. No por los espíritus, no por el combate. Sino por el doncel.

Porque en el fondo, Bambam sabía que esa no sería la última vez que lo vería.

Bambam sintió cómo la adrenalina aún corría por su cuerpo mientras observaba el corte sangrante en su brazo izquierdo. No era la primera vez que un espíritu lograba herirlo, pero esta vez había algo distinto en el aire, algo que le erizaba la piel.

La brisa nocturna traía consigo un rastro apenas perceptible para cualquier otro, pero no para un cazador. El aroma sutil, casi embriagador, se mezclaba con la esencia de la batalla. Un rastro, sí, pero no uno común. Sus ojos se entrecerraron, analizando la huella dejada en el aire. Su corazón latió con fuerza al reconocerlo.

—No puede ser... —susurró para sí mismo.

El rastro era inconfundible, pertenecía a un Huli Jing, un zorro espíritu. Sin embargo, había algo más, algo que lo confundía. Entre la esencia habitual del Huli Jing, había un destello inusual, un resplandor dorado, cálido...

—Zhao Jun... —murmuró, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

El dios de la guerra.

Era raro. Zhao Jun, con su vínculo al dragón, era un ser envuelto en la furia de la batalla y la estrategia, pero nunca había habido registros de un Huli Jing mezclado con su esencia. Un híbrido entre lo astuto y lo combativo, entre el engaño y el poder de la guerra.

Bambam se irguió, apretando los dientes. Las heridas que llevaba eran lo de menos en ese momento. Levantó la mirada hacia el horizonte, donde la silueta de aquel desconocido había desaparecido. Los ropajes blancos y rojos aún danzaban en su mente como un espejismo. Tenía que saber más. Tenía que encontrarlo.

Sin perder más tiempo, se lanzó en la persecución, guiado por la estela de energía que solo un cazador podía seguir.

La confusión de Bambam se tornó aún más profunda cuando, al analizar el rastro con más atención, se dio cuenta de algo aún más desconcertante. Su mente, entrenada para rastrear incluso las huellas más esquivas, comenzó a despejar las dudas, pero solo trajo consigo más preguntas.

La esencia que había detectado no era un Huli Jing cualquiera. El rastro, aunque similar al de aquellos que había cazado antes, no provenía de cualquier criatura de ese tipo. El único Huli Jing cerca de su territorio, uno que conocía bien, era el que había cruzado su camino muchas veces. Hu YeTao. Un ser enigmático que parecía tan efímero como los espíritus mismos, pero que, al mismo tiempo, había dejado una marca en Bambam que no podía borrar.

Era imposible que ese rastro fuera de él. Hu YeTao no podría estar aquí. Sin embargo, el aroma sutil que llenaba el aire no era solo el de un Huli Jing cualquiera; también llevaba consigo una mezcla extraña, una esencia que resonaba con la furia de la guerra, como si algún tipo de poder mayor estuviera infundiéndose en la criatura. El estallido de esa energía, la combinación de lo astuto con lo destructivo, estaba más allá de lo que cualquier cazador podría haber imaginado.

Bambam frunció el ceño, sintiendo la furia crecer dentro de él, alimentada por la incertidumbre. La esencia del dragón de Zhao Jun resonaba de una manera inquietante, amplificando la confusión. Esa mezcla de poder ancestral y agilidad astuta de un Huli Jing era algo que no podía ignorar. Un suspiro de frustración escapó de sus labios, y la rabia comenzó a llenarlo, como si una fuerza imparable lo estuviera arrastrando hacia lo desconocido.

La verdad era que no estaba seguro. A pesar de sus años de experiencia y la conexión que había logrado cultivar con el mundo espiritual, este rastro lo dejaba sin respuestas. Pero algo le decía que no era una coincidencia. Algo le decía que esa esencia que se entrelazaba con el Huli Jing, con la furia de Zhao Jun, no podía ser de nadie más que de la persona que ya había entrado en su vida de manera irreversible.

El deseo de entender, de destapar el misterio que se cernía sobre Hu YeTao, lo arrastró con más fuerza que nunca. Sin pensarlo dos veces, Bambam apretó los dientes, la furia quemando su pecho, y comenzó a correr hacia el lugar de donde provenía el rastro, ignorando los riesgos, ignorando incluso su propio bienestar. El rastro ya se desvanecía, pero la ira en su interior lo guiaba, una ira alimentada tanto por la duda como por la revelación, por la idea de que la presencia de Hu YeTao no solo era más complicada de lo que había imaginado, sino que estaba conectada con algo mucho más grande y peligroso que él mismo.

Cada paso que daba parecía acercarlo más a un destino incierto. El aire se espesaba, cargado con una mezcla de energía espiritual y la peligrosa esencia de la guerra. El terreno se volvía cada vez más inhóspito, y las sombras de los árboles parecían alargarse más de lo normal. Los espíritus que normalmente acechaban en ese lugar comenzaron a dispersarse, como si reconocieran que algo más grande se estaba desarrollando en su dominio.

Bambam se detuvo por un momento, respirando con dificultad. Una punzada de incomodidad lo invadió, y por un segundo, se permitió dudar. Pero esa duda no duró mucho. Al volver a mirar el horizonte, sintió la urgencia de lo que estaba por suceder. La batalla que se estaba librando no solo involucraba a los espíritus. No solo era una cuestión de cazar y capturar, sino que algo mucho más personal y peligroso se cernía sobre su destino.

A pesar de las preguntas, de las confusiones que lo atormentaban, Bambam no podía escapar del destino que lo había llevado hasta allí. La furia en su corazón solo aumentaba, porque sabía que de alguna manera, Hu YeTao estaba ligado a todo esto, y si había algo que no podía permitir, era que alguien o algo lo alejara de su control. Sin importar lo que tuviera que enfrentar.

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