-Sᴇɴᴛɪᴍɪᴇɴᴛᴏs ᴇɴᴄᴏɴᴛʀᴀᴅᴏs
Consiguieron subir la escalera de piedra sin que los interceptaran, pero cuando se acercaban a los ascensores, a Ginny la acosaron las dudas. Si aparecían en el Atrio con un pegaso, un ciervo plateado y una nutria flotando a su lado, acompañados además de una veintena de personas (la mitad de ellas acusadas de ser hijos de muggles), atraerían una atención que no les interesaba. Acababa de llegar a esa desagradable conclusión cuando el ascensor se detuvo con un traqueteo frente a ellos.
—¡Reg! —gritó la señora Cattermole, y se lanzó a los brazos de Ron—. Runcorn me ha liberado, ha atacado a Umbridge y Yaxley y nos ha ordenado a todos que salgamos del país. Será mejor que le hagamos caso, Reg, en serio. Vamos a casa, cojamos a los niños y... ¿Por qué estás tan mojado?
—Es agua —musitó Ron soltándose de los brazos de la mujer—. Harry, ya saben que hay intrusos en el ministerio, y he oído no sé qué de un agujero en la puerta del despacho de Umbridge. Calculo que tenemos cinco minutos si...
El patronus de Hermione se esfumó con un «¡paf!» y ella miró a Harry, horrorizada.
—¡Harry, si nos quedamos atrapados aquí...!
—Si nos damos prisa no ocurrirá —replicó. Y dirigiéndose al grupo de gente que tenían detrás, que lo miraba boquiabierta y en silencio, inquirió—: ¿Quién tiene una varita mágica? —Cerca de la mitad de los presentes levantaron la mano—. Bien. Los que no tengan varita, que vayan con alguien que sí tenga. Debemos darnos prisa, o nos cerrarán el paso. ¡Vamos!
Lograron meterse en dos ascensores. El patronus de Harry se quedó montando guardia frente a las rejas doradas y, cuando éstas se cerraron, los ascensores iniciaron el ascenso.
—Octava planta, Atrio —dijo la impasible voz femenina.
Harry comprendió al instante que estaban en apuros, porque el Atrio estaba lleno de gente que iba de una chimenea a otra, sellándolas todas.
—¡Harry! —chilló Hermione—. ¿Qué vamos a...?
—¡¡Alto!! —bramó el chico, y la potente voz de Runcorn resonó en toda la estancia; los magos que sellaban las chimeneas se quedaron inmóviles—. Síganme — les susurró a los aterrados hijos de muggles, que avanzaron en grupo conducidos por Ron, Ginny, y Hermione.
—¿Qué pasa, Albert? —preguntó el mago calvo que poco antes había salido de la chimenea detrás de Harry. Parecía nervioso.
—Este grupo tiene que marcharse antes de que cierren las salidas —ordenó Harry con toda la autoridad de que fue capaz.
Los magos que lo escucharon intercambiaron miradas, —Nos han ordenado sellar todas las salidas y no dejar que nadie...
—¿Me estás contradiciendo? —rugió Harry—. ¿Acaso quieres que haga examinar tu árbol genealógico, como hice con el de Dirk Cresswell?
—¡Pe... perdón! —balbuceó el mago calvo al mismo tiempo que retrocedía—. No quería molestarte, Albert, pero creía... creía que iban a interrogar a ésos y...
—Son sangre limpia —aclaró Harry, y su grave voz resonó intimidante en el Atrio—. Más sangre limpia que muchos de vosotros, me atrevería a decir. ¡En marcha! —ordenó a los hijos de muggles, que se metieron a toda prisa en las chimeneas y fueron desapareciendo por parejas.
Los magos del ministerio no se atrevieron a intervenir; algunos parecían desconcertados, y otros, asustados y arrepentidos. Pero entonces...
—¡Mary!
La señora Cattermole giró la cabeza. El Reg Cattermole auténtico, que había dejado de vomitar pero todavía ofrecía un aspecto pálido y lánguido, salía corriendo de un ascensor.
—¿Reg, eres tú?
La mujer miró a su esposo y luego a Ron, que soltó una palabrota en voz alta. El mago calvo se quedó boquiabierto y miraba con cara de tonto a un Reg Cattermole y al otro alternativamente.
—¡Eh! ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué significa esto?
—¡Cerrad la salida! ¡¡Cerradla!! —gritó Yaxley, que había salido precipitadamente de otro ascensor y corría hacia el grupo que se hallaba junto a las chimeneas, por donde ya habían desaparecido todos los hijos de muggles excepto la señora Cattermole. El mago calvo alzó la varita, pero Harry levantó un puño enorme y le propinó una torta que lo mandó por los aires. Y a continuación gritó:
—¡Este hombre estaba ayudando a esos hijos de muggles a escapar, Yaxley!
Los colegas del mago calvo montaron un gran alboroto, y Ron lo aprovechó para agarrar a la señora Cattermole, meterla en la única chimenea que todavía quedaba abierta y desaparecer con ella. Desconcertado, Yaxley miraba a Harry y al mago que acababa de recibir el puñetazo, mientras el verdadero Reg Cattermole chillaba:
—¡Mi esposa! ¿Quién es ese que se ha llevado a mi esposa? ¿Qué está ocurriendo?
Yaxley giró la cabeza, y Harry vio reflejado en su tosco semblante el atisbo de la verdad.
—¡Larguémonos! —le gritó a Hermione y, cogiéndola de la mano, saltaron juntos dentro de la chimenea justo cuando la maldición de Yaxley pasaba rozando la cabeza del muchacho.
Giraron sobre sí mismos unos segundos y, de pronto, salieron disparados de uno de los retretes del lavabo público por donde habían entrado en el ministerio. Harry abrió la puerta del cubículo de un empujón y se dio de narices con Ron, que estaba de pie junto a los lavamanos, forcejeando con la señora Cattermole.
—No entiendo nada, Reg...
—¡Suélteme! ¡Yo no soy su esposo! ¡Tiene que irse a su casa!
Entonces oyeron un ruido en el cubículo que tenían detrás. Al volverse, Harry vio que Yaxley acababa de llegar.
—¡¡Vámonos!! —gritó el muchacho. Cogió a Hermione de la mano otra vez y a Ron del brazo, y los tres giraron sobre sí mismos.
Los envolvió la oscuridad y notaron como si unas vendas les comprimieran el cuerpo, pero pasaba algo raro... Harry tuvo la impresión de que Hermione iba a soltarse. Creyó que se asfixiaba, porque no podía respirar ni ver, y lo único sólido que percibía era el brazo de Ron y los dedos de Hermione, que iban resbalando poco a poco de su mano...
Y de pronto vio la puerta del número 12 de Grimmauld Place, con su aldaba en forma de serpiente; pero, antes de que pudiera tomar aire, oyó un grito y vislumbró un destello de luz morada. Entonces la mano de Hermione se sujetó a la suya con una fuerza inusual y todo volvió a quedar a oscuras.
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En los pocos instantes que tardó Ron en emitir un débil gruñido y Harry en arrastrarse hasta él, este comprendió que no se trataba del bosque del colegio: los árboles parecían más jóvenes y crecían más separados, y el suelo estaba más limpio. Hermione también se había puesto a cuatro patas y acercado a la cabeza de Ron. En cuanto vio a su amigo, las demás preocupaciones se le borraron, porque el muchacho tenía todo el costado izquierdo manchado de sangre, y la cara, pálida y grisácea, destacaba sobre la hojarasca del suelo.
—Está bien, Ron, Ronnie, tranquilo, todo estará bien.—decía su hermana, también cubierta de sangre, pero del chico.
—Shhh, está bien.—lloraba Hermione.
—¿Qué le ha pasado?
—Ha sufrido una despartición —contestó Hermione sollozando.
Harry se quedó mirando, horrorizado, cómo Ginny le desgarraba la camisa. Siempre había pensado en la despartición como algo cómico, pero eso... Se le revolvió el estómago cuando ella dejó al descubierto el brazo de Ron y vio que le faltaba un gran trozo de carne, como si se lo hubieran cortado limpiamente con un cuchillo.
—Rápido, Harry. En mi bolso hay una botellita con una etiqueta que pone «Esencia de díctamo»...Tráemela.
Fue corriendo al sitio donde la castaña-rojiza había aterrizado, cogió el bolsito de cuentas y metió una mano dentro. Al instante desfilaron bajo sus dedos unos objetos tras otros: el lomo de cuero de varios libros, mangas de jerséis de lana, tacones de zapatos...
—¡Date prisa!
Harry recogió su varita mágica del suelo y apuntó a las profundidades del bolso mágico, —¡Accio díctamo!
Una botellita marrón salió disparada del bolso; el chico la atrapó y volvió rápidamente junto a Hermione y Ron, que tenía los ojos entornados; entre sus párpados sólo se veían dos estrechas franjas blancas de globo ocular.
—Se ha desmayado —afirmó Ginny, también muy pálida; ya no tenía el físico de Jane—. Destapa la botella, Harry.
Harry quitó el tapón de la botellita y su amiga la cogió y vertió tres gotas de poción en la sangrante herida. Salió un humo verdoso y, cuando se hubo disipado, Harry vio que había dejado de sangrar. Ahora tenía el aspecto de una herida de varios días, y una fina capa de piel nueva cubría lo que momentos antes era carne viva.
—¡Uau! —exclamó Harry.
—Es lo único que se va a atrever a hacer —dijo Hermione con voz trémula—. Hay hechizos que lo curarían del todo, pero tiene miedo de intentarlo por si los hace mal y le causa más daño. Ya ha perdido mucha sangre.
—¿Cómo se lo ha hecho? —Harry trataba de comprender qué había ocurrido—. ¿Por qué estamos aquí? Creía que íbamos a Grimmauld Place.
La chica respiró hondo, al borde de las lágrimas.
—Me parece que ya no podremos volver ahí, Harry.
—Pero ¿por qué...?
—Cuando nos desaparecimos, Yaxley me agarró y no logré soltarme, porque él tenía demasiada fuerza; todavía me sujetaba cuando llegamos a Grimmauld Place, y entonces... Bueno, creo que debe de haber visto la puerta, y habrá pensado que íbamos a quedarnos allí, porque aflojó un poco la mano. Yo aproveché ese momento para desasirme y conseguí traeros aquí.
—Pero entonces... ¿dónde está Yaxley? No querrás decir que se ha quedado en Grimmauld Place, ¿verdad? Él no puede entrar en la casa.
Hermione asintió. Las lágrimas que le anegaban los ojos despedían destellos. —Me parece que sí puede, Harry. Lo he obligado a soltarme con un embrujo de repugnancia, pero ya había traspasado conmigo el perímetro de protección del encantamiento Fidelio. Como Dumbledore está muerto, los Guardianes de los Secretos somos nosotros, de modo que le he revelado el secreto, ¿no?
Harry no debía engañarse: Hermione tenía razón, y era un golpe muy duro. Si Yaxley podía entrar en la casa, no había forma de que ellos regresaran a ella. A lo mejor, en ese mismo momento, el mago estaría llevando a otros mortífagos a Grimmauld Place mediante Aparición. Por muy siniestra y agobiante que fuera la casa, había sido su único refugio seguro; y ahora que Kreacher estaba mucho más contento y se mostraba tan amable, incluso se había convertido para ellos en lo más parecido a un hogar. Con una punzada de pesar que no tenía nada que ver con el hambre, Harry imaginó al elfo doméstico preparando con ilusión el pastel de carne y riñones que ni sus amigos ni él llegarían a comer jamás.
—Lo siento muchísimo, Harry.
—No seas tonta, no ha sido culpa tuya. Si alguien tiene la culpa, ése soy yo...
Se metió una mano en el bolsillo y sacó el ojo de Ojoloco; Hermione retrocedió, impresionada.
—Umbridge lo había incrustado en la puerta de su despacho para espiar a sus empleados. No fui capaz de dejarlo allí, pero así es como se enteraron de que había intrusos.
Antes de que la chica replicara, Ron soltó un gruñido y abrió los ojos. Todavía estaba pálido y el sudor le perlaba la cara.
—¿Cómo te encuentras? —susurró su hermana.
—Fatal —respondió Ron con voz ronca, y compuso una mueca de dolor al notar la herida del brazo—. ¿Dónde estamos?
—En el bosque donde se celebró la Copa del Mundo de quidditch —contestó Hermione—. Necesitábamos un espacio cerrado, protegido, y este lugar fue...
—... lo primero que se te ocurrió —terminó Harry paseando la mirada por el claro del bosque, aparentemente desierto. Pero no pudo evitar recordar qué había sucedido la última vez que se habían aparecido en el primer sitio que se le ocurrió a Hermione, ni que los mortífagos sólo habían tardado unos minutos en encontrarlos. ¿Habrían empleado la Legeremancia en aquella ocasión para averiguarlo? Y ahora, ¿acaso Voldemort o sus secuaces sabrían ya adónde los había llevado Hermione?
—Quedémonos aquí, de momento —propuso Harry.
Ginny se puso en pie, aliviada.
—¿Adónde vas? —le preguntó Ron.
—Si vamos a quedarnos, tenemos que poner sortilegios protectores —respondió ella. Levantó la varita y caminó describiendo un amplio círculo alrededor de los tres chicos, sin parar de murmurar conjuros. Harry notó pequeñas alteraciones en el aire; era como si Ginny hubiera llenado el claro de calina, —¡Salvio hexia!, ¡Protego totalum!, ¡Repello Muggletum!, ¡Muffliato!... Podrías ir sacando la tienda, Harry.
—¿La tienda? ¿Qué tienda?
—¡En mi bolso, hombre!
Esta vez no se molestó en rebuscar dentro, sino que utilizó directamente un encantamiento convocador. La tienda surgió hecha un lío de lona, cuerdas y palos, y la reconoció enseguida, en parte porque olía a gato: era la misma en que habían dormido la noche de la Copa del Mundo de quidditch. Así pues, los tres metieron a su amigo, mitad en brazos y mitad a rastras, en la tienda. El interior era exactamente como Ginny lo recordaba: una estancia pequeña, con su retrete y su cocinita. Apartó una vieja butaca y con cuidado puso a Ron en la cama inferior de una litera. Ese cortísimo desplazamiento hizo que palideciera aún más y, una vez sobre el colchón, cerró los ojos y permaneció un rato callado.
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Trataron de destruir el guardapelo, repetidas veces, con repetidos encantamientos, pero nada daba resultado. Como Ron estaba mal del brazo, Ginny siempre se quedaba con él, no se separaba de su lado, Harry y Hermione pasaban más tiempo juntos debido a ello. Se habían turnado para llevar puesto el guardapelo, porque se dieron cuenta que los hacía cambiar, tenían unas actitudes muy extrañas y molestas, por ello, tomaron la decisión.
—Ten.—le ofreció Ginny una taza de té a su hermano, que trataba de encender el radio.
—Gracias, Ginns.—lo dejó en la mesa y el radio hizo su típico sonido, Harry y Hermione estaban afuera de la tienda mientras ellos trataban de no escuchar malas noticias, sobre su familia.
No podían viajar, por la condición de Ron, la chica escuchó ruidos de afuera, al parecer el azabache le estaba gritando a la castaña, salió y vio como ello era cierto.
—¡Quítate el guardapelo, ahora!—le ordenó a Harry, quien volteó al instante, confundido.
Él hizo caso, y se lo entregó a su mejor amiga.
—¿Estás mejor?—le preguntó Hermione, a Ginny no le importaba, le había dejado de importar el cómo estén ellos, incluso le había dejado de preocupar el cómo se sentía Harry, o si lo hería con sus comentarios, solo le importaba su hermano.
la chica lo miró seriamente antes de ponerse el guardapelo y volver a la tienda, —Es mi turno.
Pasaron las horas y ya era de noche, Ginny salió a pasear luego de escuchar un ruido, se limitó a caminar por el círculo protector en el que se encontraban, pudo oír voces, vio a gente caminando, carroñeros. Ellos no la podían ver, pero olían todo, lo cuál los extrañaba, la chica procuró no respirar, y cuando ellos se alejaron, suspiró aliviada.
—Carroñeros.—escuchó a Harry tras ella, —sí funcionan tus hechizos.
Ella lo miró sin mucha expresión, y habló aún sin querer hacerlo, —Eso era obvio, Harry. Nunca dudé de ello.
Comenzó a querer irse, cuando el chico le agarró el brazo, —Hey, ¿qué pasa? Nunca habías dicho mi nombre con ese tono.
—No pasa nada, tengo que ir a ver a Ron.
—¿Vas a seguir evitándome? Hermione estará con él.
Le dio una falsa sonrisa, —Entonces ella debe estar extrañándote.—y sin decir más, partió camino hacia la tienda.
Harry se quedó dolido parado, no entendía la actitud de la chica, parecía que de un momento a otro lo había dejado de tratar igual, ¿es que se puede sentir y dejar de sentir de un día para otro? porque eso es lo que él sentía que ella estaba haciendo. Ya no tenían tiempo para estar cerca, ni siquiera notaba el mínimo esfuerzo de ella para estar con él. Después de haberse confesado de todo, haberse dicho que se amaban y que iban a luchar por lo suyo, ¿iban a tirarlo todo por la borda? Harry no quería eso, nunca lo quiso, y nunca lo querrá, pero le confundían mucho las actitudes de Ginny.
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Los días siguientes partían a pie por la condición de Ron, siempre estaban en parejas, Harry y Hermione adelante, Ginny y Ron atrás, y para ser sinceros, ambos hermanos se estaban desilusionando, y les empezaba a doler el hecho de ver a los dos amigos juntos todo el tiempo, no se separaban, los dejaban atrás, de lado, solo se preocupaban por ellos. Cada que podían, escuchaban la radio, esperando no escuchar el nombre de alguno de sus familiares.
Ninguno sabía en si qué hacían, solo eran unos adolescentes tratando de salvar al mundo. Habían pasado muchos días, y como siempre, Ginny estaba con Ron, él recostado en la cama, y ella sentada en el piso recostada en la pared de la cama. Hermione le cortaba el cabello a Harry cuando la escucharon caminar a la mesa principal.
Hablaban de cómo podrían destruir los horrocruxes con el veneno de basilisco, la cuál absorbe lo que la hace más fuerte, convirtiéndola en una buena destructora de ellos. Ron se levantó, tenía una cara de molesto, Ginny, desconcertada se paró tras él, vio como su hermano usó el desiluminador que le heredó Dumbledore, confundiendo a los tres amigos, hicieron su aparición.
—Robaron la espada.—dijo Ron, comentando lo que había oído en la radio, luego devolvió la luz, vio que sus amigos lo miraban atontados, —sí, todavía seguimos aquí. Pero continúen, no queremos arruinar su diversión.
Harry cerró un libro, y se giró para verlo. —¿Qué te pasa?
—¿Qué? No pasa nada...no, según ustedes.
—Oye, si tienes algo, lo tienes que decir, ¿qué esperas? Escúpelo.
—Está bien, lo escupiré.—Ron hablaba con desagrado puro, —Pero no esperes que estemos agradecidos porque ahora hay otra maldita cosa que buscar.
Harry resopló, —Creí que sabías lo que estábamos haciendo.
—Yo también creí saberlo.
Antes de hablar, Harry miró a Ginny, que se encontraba medio escondida detrás de su hermano mayor, sin querer mirar a nadie, —Ron, no entiendo qué quieres.—La rabia estaba acudiendo en su ayuda—. ¿Creías que nos alojaríamos en hoteles de cinco estrellas, o que encontraríamos un Horrocrux un día sí y otro también? ¿O tal vez creías que por Navidad habrías vuelto con tu mami?
—¡Creíamos que sabías lo que hacías! —replicó Ron, y sus palabras atravesaron a Harry como cuchillos—. ¡Creíamos que Dumbledore te había explicado qué debías hacer! ¡Creíamos que tenías un plan!
—¡Ron! —gritó Hermione, y esta vez se la oyó perfectamente, pero el chico volvió a hacer oídos sordos.
—Bueno, pues lamento decepcionarlos —dijo Harry con voz serena, aunque se sentía vacío, inepto—. He sido sincero con ustedes desde el principio, les he contado todo lo que me dijo Dumbledore. Y por si no te habías enterado, hemos encontrado un Horrocrux...
—Sí, y estamos tan cerca de deshacernos de él como de encontrar los otros. ¡O sea, a años luz!
—Quítate el guardapelo, Ron —le pidió Hermione con inusitada vehemencia—. Quítatelo, por favor. Si no lo hubieras llevado encima todo el día, no estarías diciendo estas cosas.
—Sí, las estaría diciendo igualmente —la contradijo Harry, que no quería que su amiga le facilitara excusas a Ron. —¿Creen que no me doy cuenta de que cuchichean a mis espaldas? ¿Que no sospechaba que pensaban todo esto?
—Harry, nosotros no...—decía Hermione
—¡No mientas! —saltó Ron—. ¡Tú también lo dijiste, dijiste que estabas decepcionada, que creías que Harry tenía un poco más de...!
—¡No lo decía en ese sentido! ¡De verdad, Harry!
—¿Sabes por qué Ginny y yo siempre escuchamos la radio?—preguntó el pelirrojo—Para asegurarnos de que no digan el nombre de ¡Fred, el de George, el de mamá o el de papá!
—¿¡Y crees que yo no lo escucho!?—se defendió el azabache, —¿¡Crees que no sé lo que sienten!?
—¡No, tú no sabes lo que sentimos! Tus padres están muertos. Tú no tienes familia.
—¡Ron!—regañó Ginny, se había pasado de la raya.
Harry se abalanzó sobre Ron, Ginny y Hermione trataron de separarlos.
—¡Entonces vete! ¡Lárgate!
—¿Y tú?—Ron señaló a Hermione con la cabeza, —¿Vienes o te quedas?
Hermione no se movió, pero parecía querer llorar.
—Los vimos juntos las otras veces.—espetó Ron molesto, Ginny a su lado solo tenía la mirada en el piso.
—Ron...te juro que no pasó nada, Ginn te lo juro.—se excusaba Hermione, queriendo llorar.
El pelirrojo agarró su mochila y Ginny hizo lo mismo, dispuesta a ir con el.
—No.—paró a su hermana,—Tú te quedas...puede quedarse ¿No?—preguntó irónico.
—Por supuesto que sí.—contestó Harry a la defensiva.
—No te voy a dejar solo.—dijo Ginny aguantando sus lágrimas
—No, tú quédate aquí, al menos estarás segura.—besó la cabeza de Ginny.
—Ron ¡Ron!—llamaba Hermione, saliendo de la carpa tras el pecoso, quien ya se había ido.
Ginny tenía una mano en su abdomen y otra en su corazón, estaba sufriendo, demasiado.
—Pelirroja...—comenzó Harry suavemente, llamando a la castaña-rojiza.
—Ronnie...—susurró antes de salir corriendo e irse a un lado de la tienda.
—¡Ginny!—escuchaba a Harry llamarla
Su hermano se había ido, y con él, la poca comodidad que sentía. Ella también pensaba que había algo entre Harry y Hermione, aunque ambos le hayan jurado que se veían como hermanos. Pero es que estaban juntos todo el tiempo, más ahora. Como si solo ellos dos estuvieran buscando los horrocruxes.
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Al día siguiente, no quiso salir de la carpa, no quería hablar, no quería ayudar, no quería hacer nada, se trasladaron a una colina cubierta de brezo y azotada por el viento.
Nada más llegar allí, Ginny se alejó y acabó sentándose en una gran roca, cabizbaja; Harry y Hermione se fueron a otro lado. El chico echó a andar por el brezal a grandes zancadas, describiendo un círculo alrededor de la consternada Hermione y realizando los hechizos de protección que normalmente hacía Ginny. Pasaron varios días sin hablar de Ron. Harry estaba decidido a no volver a mencionar su nombre jamás, Hermione parecía saber que era inútil sacar el tema a colación, aunque a veces, por la noche, cuando ella creía que él dormía, Harry la oía llorar, y Ginny, se mantenía alejada de ambos, pero sabían que lo hacía para poder sufrir en paz. Durante el día se dedicaban a determinar las posibles ubicaciones de la espada de Gryffindor, pero, cuanto más hablaban de los sitios donde Dumbledore podría haberla escondido, más desesperadas y rocambolescas eran sus especulaciones. Por mucho que se estrujara el cerebro, Harry no conseguía recordar que Dumbledore hubiera mencionado algún lugar que considerara ideal para esconder algo.
En la noche, Ginny estaba sentada con la mirada perdida, Harry le tendió la mano cuando empezó la música de la radio, invitándola a bailar. Ginny levantó la cabeza y negó, Harry volvió a insistir tres veces pero la castaña-rojiza volvía a negar, así que aunque le partiera el alma, optó por ir con su mejor amiga.
Ella si aceptó su mano, empezaron a bailar, riendo. Sacándole algunas sonrisas a Ginny, eran mejores amigos, se veía la hermandad que emanaba de la relación que tenían Harry y Hermione, Ginny recién lo entendía.
Pero todo eso se fue al vacío cuando al terminar la música, ellos quedaron cerca, cara a cara. Dudando entre besarse o no. Ninguno se percató de cuándo Ginny volvió a colocar su cabeza entre sus rodillas, como si nunca hubiese visto nada. Porque ella nunca les diría a ellos que la habían herido con tan solo eso, porque ella prefería saber que la hirieron y sentirse mal ella, a que ellos sean los que se sientan mal. Porque Ginny ya había sufrido demasiado, un poco más no hacía daño,
¿No?
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