-Pʀᴇ Gᴜᴇʀʀᴀ

El hueco se volvió a abrir, y por el pasaron Kingsley y Lupin lo miraban desde abajo, y también Oliver Wood, Katie Bell, Angelina Johnson y Alicia Spinnet, Charlie, Bill y Fleur, y los señores Weasley.

—¡Mamá, papá!—gritaron Ron y Ginny, corriendo a abrazar a sus padres.

Los cuatro se fundieron en un gran abrazo, llorando, felices de haberse reencontrado, las preguntas sobre los ojos de la chica no tardaron, pero solo dijo que es un hechizo, y que pronto cesará

Se oyó el grito de todos, y eso hizo alarmar a la chica, aunque se tranquilizó y sonrió al ver a su dragón.

—¡FireRose!—gritó, y la dragón corrió hacia ella, tirándola al suelo, lamiendo su cara, —Está enorme.

—Mide noventa centímetros.—le dijo su padre.

—¿Por qué hay un dragón aquí?—dijo Seamus, igual que los demás alumnos, asustados.

—Es inofensiva.—tranquilizó Ginny, —Dumbledore me la heredó.

Algunos se acercaron a admirar a la dragón, mientras ella les hacía pequeños trucos con fuego, amistosamente. Pero tuvo que volver por el pasadizo cuando Ginny le dijo a sus padres que no podría quedarse.

—¿Qué ha pasado, Harry? —preguntó Lupin.

—Voldemort está en camino, y aquí están fortificando el colegio. Pero... ¿qué hacen ustedes aquí? ¿Cómo lo han sabido?

—Enviamos mensajes a los restantes componentes del Ejército de Dumbledore — explicó Fred—. No habría estado bien privarlos del espectáculo, Harry. Y el Ejército de Dumbledore lo comunicó a la Orden del Fénix, y la reacción ha sido imparable.

—¿Por dónde empezamos, Harry? —preguntó George—. ¿Qué está pasando?

—Están evacuando a los alumnos más jóvenes, y van a reunirse todos en el Gran Comedor para organizarse. ¡Vamos a presentar batalla!

Hubo un gran clamor y todo el mundo se precipitó hacia el pie de la escalera. Ginny tuvo que pegarse a la pared para dejarlos pasar. Era una mezcla de miembros de la Orden del Fénix, del Ejército de Dumbledore y del antiguo equipo de quidditch de Harry, todos varita en mano, dirigiéndose hacia la parte central del castillo.

—Vamos, Luna —dijo Dean al pasar, y le tendió la mano; ella se la cogió y subieron juntos por la escalera.

El tropel de gente fue reduciéndose, y en la Sala de los Menesteres sólo quedó un pequeño grupo. Harry se acercó a ellos. En ese momento se oyeron pasos y luego un fuerte golpazo: alguien más acababa de salir por el túnel, pero había perdido el equilibrio y se había caído. El recién llegado se levantó agarrándose a la primera butaca que encontró, miró alrededor a través de unas torcidas gafas de montura de concha y farfulló:

—¿Llego tarde? ¿Ha empezado ya? Acabo de enterarme y...y...

Percy se quedó callado. Era evidente que no esperaba encontrarse a toda su familia allí reunida. Hubo un largo silencio de perplejidad, que, en un claro intento de reducir la tensión, Fleur interrumpió preguntándole a Lupin:

—Bueno, ¿cómo está el pequeño Teddy?

Lupin la miró parpadeando, atónito. Los miembros de la familia Weasley cruzaban miradas en silencio, un silencio compacto como el hielo.

—¡Ah! ¡Muy bien, gracias! —respondió Lupin en voz demasiado alta—. Sí, Tonks está con él, en casa de su madre.

Percy y los restantes Weasley seguían mirándose unos a otros, petrificados.

—¡Aquí tengo una fotografía! —exclamó Lupin. Y tras sacarla del bolsillo de la chaqueta se la enseñó a Fleur y Harry; en ella, un diminuto bebé con un mechón de pelo azul turquesa intenso miraba a la cámara agitando unos puños regordetes.

—¡Me comporté como un imbécil! —gritó Percy, tan fuerte que a Lupin casi se le cayó la fotografía de las manos—. ¡Me comporté como un idiota, como un pedante, como un...!

—Como un pelota del ministerio, como un desagradecido y como un tarado ansioso de poder —sentenció Fred.

—¡Tienes razón! —aceptó Percy.

—Bueno, no está del todo mal —dijo Fred tendiéndole la mano a su hermano.

La señora Weasley rompió a llorar. Apartó a Fred de un empujón, se abalanzósobre Percy y le dio un fuerte abrazo, mientras él le daba palmaditas en la espalda mirando a su padre.

—Perdóname, papá.—dijo Percy.

El señor Weasley parpadeó varias veces, y entonces también fue a abrazar a su hijo.

—¿Qué fue lo que te hizo entrar en razón, Pers? —preguntó Ginny, liberándose de la tensión, sonriendo.

—Llevaba tiempo pensándolo —repuso Percy mientras, levantándose un poco las gafas, se enjugaba las lágrimas con una punta de su capa de viaje—. Pero tenía que encontrar una forma de salir del ministerio, y no era fácil porque ahora encarcelan a los traidores. Conseguí ponerme en contacto con Aberforth y hace sólo diez minutos me dijo que en Hogwarts se estaba preparando la batalla, así que... aquí me tienen.

—Así me gusta. Nuestros prefectos tienen que guiarnos en momentos difíciles — dijo George imitando el tono pomposo de Percy—. Y ahora subamos a pelear, o nos quitarán a los mejores mortífagos.

—Entonces, ahora somos cuñados, ¿no? —dijo Percy estrechándole la mano a Fleur mientras corrían hacia la escalera con Bill, Fred y George...

El techo encantado del Gran Comedor estaba oscuro y salpicado de estrellas, los alumnos estaban parados en orden de las cuatro casas, despeinados, algunos con capas de viaje y otros en pijama, pero todos con su respectiva túnica. Aquí y allá se veía brillar a los fantasmas del colegio, de un blanco nacarado. Todas las miradas — tanto las de los vivos como las de los muertos— se clavaban en el suelo, donde Snape ya decía que entregaran alguna información de Harry Potter, si es que la tenían. Los profesores estaban aterrados, pero no dejaban de estar con sus alumnos. Se hizo un gran silencio cuando Harry dio un paso al costado, revelándose.

—Parece que a pesar de sus exhaustvias estrategias de defensa...—dijo el azabache, mientras la puerta del Gran Comedor de habría, revelando a los otros miembros de la Orden del Fénix, y algunos del Ejército de Dumbledore, —Aún tiene un problema de seguridad, director...me temo que es bastante grande.—lo miró con odio, —Que agallas de tomar su lugar. ¡Dígales lo que pasó esa noche! ¡Dígales como lo miró a los ojos! Al hombre que confiaba en usted, y lo mató. Dígales.

Snape se preparó para un combate contra él. Pero McGonagall fue mucho más rápida, se puso frente a Harry, tomando su lugar. Se hizo un silencio de funeral, pero todos se apartaron para dar espacio. La primera en atacar fue McGonagall, mientras Snape solo se defendía, mientras retrocedía, nadie se dio cuenta como éste desvió los hechizos de la profesora hacia los Carrow, que cayeron al suelo. Snape huyó con el humo negro característico de los mortífagos, rompiendo una luna. Todos vitorearon, mientras la jefa de la casa Gryffindor encendía las antorchas del Gran Comedor. Pero Ginny se dio cuenta como Harry cayó sentado. Se hizo un silencio absoluto, de nuevo.

Se oyó un grito, y Harry, después de reincorporarse, fue corriendo a ver, una niña de la casa Hufflepuff estaba tapándose los oídos mientras gritaba, con miedo y dolor. Luego se oyó a Padma Patil, gritando de igual forma.

Ginny no entendía nada, se había asustado, y luego sintió unas punzadas, pero no propias del relicario, estas ardían, quemaban, la hacían sentir mucho dolor. No pudo contenerse y también comenzó a gritar, pero aún más fuerte que las anteriores, cayendo al piso, y con muecas de dolor.

Harry se acercó a ella rápidamente, queriendo ayudarla, pero la chica no paraba de gritar y retorcerse. No pudo evitar pensar que era su culpa, Voldemort debió descubrir su punto débil, y la estaba torturando aún más que a las otras.

Los demás chicos no sabían que hacer, no sabían ni a quién mirar, porque ya habían tres chicas gritando. De pronto, todas pararon, y solo se escuchó una voz.

—Sé que los están preparando para luchar. —Los alumnos se agarraron unos a otros, mirando alrededor, aterrados, tratando de averiguar de dónde salía aquella voz—. Pero sus esfuerzos son inútiles; no pueden combatirme. No obstante, no quiero matarlos. Siento mucho respeto por los profesores de Hogwarts y no pretendo derramar sangre mágica.

El Gran Comedor se quedó en silencio, un silencio que presionaba los tímpanos, un silencio que parecía demasiado inmenso para que las paredes lo contuvieran.

—Entréguenme a Harry Potter —dijo la voz de Voldemort— y nadie sufrirá ningún daño. Entréguenme a Harry Potter y dejaré el colegio intacto. Entréguenme a Harry Potter y serán recompensados. Tienen tiempo hasta la medianoche.

El silencio volvió a tragarse a los presentes. Todas las cabezas se giraron, todas las miradas convergieron en Harry, y él se quedó paralizado, pero ayudó a Ginny a pararse, y la dejó con Charlie. Entonces alguien de Slytherin hizo presencia, y Harry reconoció a Pansy Parkinson, que alzó una temblorosa mano y gritó:

—¡Pero si está ahí! ¡Potter está ahí! ¡Que alguien lo aprese!

Pero Ginny, ya recompuesta, la fulminó con la mirada, y se puso frente a Harry. El chico no tuvo tiempo de reaccionar, porque de pronto se vio rodeado de un torbellino: los alumnos de Gryffindor se fueron todos a una y plantaron cara a los de Slytherin; a continuación se pusieron los de la casa de Hufflepuff, y casi al mismo tiempo los de Ravenclaw, y se situaron todos de espaldas a Harry y Ginny, mirando a Pansy. Harry, abrumado y atemorizado, veía salir varitas mágicas por todas partes, de debajo de las capas y las mangas de sus compañeros.

—Gracias, señorita Parkinson —dijo la profesora McGonagall con voz entrecortada—. Usted será la primera en salir con el señor Filch. Y los restantes de su casa pueden seguirla.

Harry oyó el ruido de los alumnos de Slytherin saliendo en masa desde el otro extremo del Gran Comedor.

—¡Y ahora, los alumnos menores de edad de Ravenclaw! —ordenó McGonagall.

El lugar fue vaciándose poco a poco. no había alumnos de Slytherin, pero algunos alumnos de otras casas —los mayores— permanecieron parados mientras sus compañeros abandonaban la sala.

Kingsley habló, —¡Sólo falta una hora para la medianoche, así que no hay tiempo que perder! Los profesores de Hogwarts y la Orden del Fénix hemos acordado un plan. Los profesores Flitwick, Sprout y McGonagall subirán con tres grupos de combatientes a las tres torres más altas (Ravenclaw, Astronomía y Gryffindor), donde tendrán una buena panorámica general y una posición excelente para lanzar hechizos. Entretanto, Remus —señaló a Lupin—, Arthur —señaló al señor Weasley— y yo iremos cada uno con un grupo a los jardines. Pero necesitamos que alguien organice la defensa de las entradas de los pasadizos que comunican el colegio con el exterior...

—Eso parece un trabajo hecho a medida para nosotros —dijo Fred señalándose a sí mismo y a George, y Kingsley mostró su aprobación con una cabezada.

—¡Muy bien! ¡Que los líderes suban a la tarima, y dividiremos a nuestras tropas!

—Potter —dijo la profesora McGonagall corriendo hacia Harry, mientras los alumnos invadían la plataforma, empujándose unos a otros para que les asignaran una posición y recibir instrucciones—, ¿no tenías que buscar no sé qué?

—¿Cómo? ¡Ah! —exclamó Harry—. ¡Ah, sí!

Casi se había olvidado del Horrocrux, casi se había olvidado de que la batalla iba a librarse para que él pudiera buscarlo.

—¡Pues vete, Potter, vete!

—Sí... vale...

Consciente de que todos lo seguían con la mirada, salió de la mano de Ginny, con Ron y Hermione atrás, corriendo del Gran Comedor hacia el vestíbulo, donde aguardaban los alumnos que iban a ser evacuados. Dejó que lo arrastraran por la escalera de mármol.

—¡Harry!—paró Ron, —Hermione y yo lo pensamos, no importa si hayamos el horrocrux.

—¿De qué hablas?

—No lo podemos destruir.—interrumpió la castaña, —Fue una idea de Ron, fue brillante.

—Destruiste el diario de Tom con un colmillo de Basilisco.—volvió a hablar el pelirrojo, —Bueno, Hermione y yo sabemos dónde encontrar uno.

—Genial.—dijo Harry, sacó el mapa del merodeador y se los entregó, —Llévenlo, así sabrán encontrarme cuando vuelvan.

—¿A dónde vas?—le preguntó Ginny.

—Buscaré la diadema de Ravenclaw.—dijo, y volvió, para darle un beso, —Te amo, nos vemos luego.

Y así salió corriendo, dejando a la chica atónita. Su hermano y mejor amiga le sonrieron, y ella asintió, dejando que se fueran. Vio por una ventana el exterior, Hogwarts estaba siendo envuelto por un campo protector azulino. Supo que no tenían mucho tiempo, así que salió corriendo hacia la entrada principal del castillo, le demoró poco más de cinco minutos.

—Minnie.—llamó llegando a su lado, —¿Dónde mandaron a Neville?

Minerva la abrazó como a una hija, y empezó a llorar, la chica recordó que era la primera vez que se veían, luego de muchos meses, así que la abrazó de igual forma.

—Ginny, querida.—sorbió su nariz, sobando la mejilla de la chica, —Me tuviste muy preocupada, pequeña. ¿Estás bien?

—Sí.—sonrió, —Estoy perfecta, no te preocupes...

La maestra también sonrió, y se acomodó la túnica, —Bien...Neville está en el puente, lo mandé a explotarlo.

—¿A qué...?

—A explotarlo.

—¿Y lo dices tan tranquila?—se indignó, —¡Yo también quiero!

Se despidió, y volvió a correr hacia el puente, les gritó a algunos niños que todavía no se iban a resguardar, no podían seguir allí.

Se preguntó qué estarían haciendo sus mejores amigos, y cómo estarían, sabía que no estaban muertos, aún no iniciaba la batalla, pero sabía que ninguno estaba seguro, pues se toparían con horrocruxes. Vio a varios alumnos en el inicio del puente, caminó hasta el final, y llegó al lado de Neville.

—Está comenzando.—dijo Ginny suspirando, con miedo.

El campo protector ya estaba siendo golpeado por hechizos por el lado principal de Hogwarts, su lado todavía seguía intacto, pero no por mucho, vieron a carroñeros y mortífagos correr hacia el terreno del puente.

Neville agarró la mano de su amiga, —Estamos juntos, no te dejaré sola, voy a protegerte.

Ambos se sonrieron, y vieron como tres mortífagos quisieron pasar por el campo, que ellos no podían ver, obviamente, fueron destrozados al instante. La multitud que corría se detuvo, con miedo.

—¡Sí!—les gritó Neville, —¿Ustedes y cuántos más?

Pero algo pasó, vieron al cielo, el campo estaba rompiéndose, poco a poco, ahora si comenzaba la batalla, ya no quedaba nada, el campo de fuerza se rompió por completo luego de dos minutos, ya no había protección. Ahora eran las habilidades de todos los estudiantes, contra miles de mortífagos, carroñeros, y otras criaturas. Scabior dio un paso, tembloroso, y cuando vio que no murió, rió, y alentó a los demás a correr con él.

Ginny y Neville se miraron, y luego corrieron, esquivaban hechizos que les lanzaban, y ambos activaron la pirotecnia que Neville había instalado, haciendo que varios mortífagos caigan, los alumnos estaban esperándolos al final de puente, pero cada vez era más difícil llegar a ellos, el puente se caía, y estaba alcanzándolos. La castaña-rojiza dio un grito cuando supo que no llegaba, pero una fuerza la obligó a caer en la plataforma, rodando, a los pies de sus compañeros.

—¡NEVILLE!—se alarmó cuando vio que su amigo no llegó, ya no habían carroñeros.

Se acercó lentamente, y vio como éste se apoyaba con los brazos en el puente, aún vivo. Ella rió, y lo ayudó a pararse.

—Eso salió bien.—dijo él cuando ya estaba en pie.

—Bien. Esto terminó.—Ginny se puso al frente, —Busquen a profesores, a miembros de la Orden del Fénix, que les digan a dónde ir. No salgan del castillo. Peleen como saben hacerlo, ayuden a los que no pueden. ¡Corran!

Y todos lo hicieron, algunos decididos, algunos con miedo, pero todos fueron. Neville y Ginny entraron también al castillo, estuvieron corriendo bastante tiempo, derrotando mortífagos en el camino. Vieron a Harry a lo lejos.

—¡Princesa!—Harry la abrazó, y ella correspondió, —¡Neville! ¿Están bien?

—¡De maravilla! Siento que puedo escupir fuego.—sonrió, emocionado, —¿Has visto a Luna?

—¿A Luna?

—¡Sí! La amo ¡Ya es hora de que se lo diga! ¡Probablemente amanezcamos muertos mañana!

Y se fue corriendo, dejando a la pareja desconcertada. Pero ellos solo aprovecharon el momento, se dieron un largo beso, y luego se miraron, ambos con miedo, pero aún así se sonrieron, y juntaron las frentes, abrazados.

—Voy contigo.—le dijo ella, —No pienso separarme de ti.

Ambos compartieron una última mirada, y el chico asintió, los dos comenzaron a correr hacia la Sala de Menesteres, pero se separaron cuando la chica se acordó de que su hermano y mejor amiga iban a buscar a Harry, decidió esperarlos, también para darle privacidad al azabache.

—Ahí están.—se alegró la castaña-rojiza al ver a su hermano y mejor amiga.

—¿Y Harry?—preguntó Hermione.

—Ya entró.—les explicó, —Pero hay que ir con él.

—De acuerdo, vamos.—su hermano las dirigió.

Los tres entraron a la Sala de Menesteres, cautelosamente, porque divisaron a Draco Malfoy, Blaise Zabini, y Gregory Goyle, apuntando a Harry con sus varitas.

—¡Expelliarmus!—vociferó Ginny, quitándoles las varitas.

—¡Avada kedavra!—Goyle quiso matar.

—¡Desmaius!—dijo Hermione, pero su hechizo hizo que la diadema que Harry ya había tenido en mano, salga volando.

Ron gritó de enojo, y salió tras los Slytherin, —¡Ellas son mi hermana y novia, estúpidos!

Las dos chicas se sorprendieron, y se miraron. Luego hablarían de aquello.

Trataron de escalar la montaña de cosas que Harry estaba alcanzando, para poder recuperar la diadema de Ravenclaw. Y la obtuvieron, el azabache se la mostró a su ex novia, que sonreía. Un rugido estruendoso lo previno del nuevo peligro que lo amenazaba. Se dio la vuelta y vio cómo Ron y Gregory se acercaban a toda velocidad por el callejón.

—¿Tenías frío, canalla? —le gritó Goyle mientras corría.

Pero al parecer éste no podía controlar lo que había hecho. Unas llamas de tamaño descomunal los perseguían, acariciando las paredes de trastos, que en contacto con el fuego se convertían en cenizas.

—¡Aguamenti! —bramó Harry, pero el chorro de agua que salió de la punta de su varita se evaporó enseguida.

—¡¡Corran!!—Ron agarró la mano de Hermione y echó a correr.

Harry y Ginny imitaron el gesto. En ese momento se dieron cuenta de que no era un fuego normal; Goyle debía de haber utilizado alguna maldición que Ginny no conocía. Al doblar una esquina, las llamas los siguieron como si tuvieran vida propia, o pudieran sentir y estuvieran decididas a matarlos. Entonces el fuego empezó a mutar y formó una gigantesca manada de bestias abrasadoras: llameantes serpientes, quimeras y dragones se alzaban y descendían y volvían a alzarse, alimentándose de objetos inservibles acumulados durante siglos, metiéndoselos en fauces provistas de colmillos o lanzándolos lejos con las garras de las patas; cientos de trastos saltaban por los aires antes de ser consumidos por aquel infierno.

Malfoy, Zabini y Goyle habían desaparecido, y Harry, Ron, Ginny y Hermione se detuvieron en seco. Los monstruos de fuego, sin parar de agitar las garras, los cuernos y las colas, los estaban rodeando. El calor iba cercándolos poco a poco, compacto como un muro.

—¿Qué hacemos? —gritó Hermione por encima del ensordecedor bramido del fuego—. ¿Qué hacemos?

—¡Aquí, deprisa, aquí!

Harry agarró un par de gruesas escobas de un montón de trastos y le lanzó una a Ron, que montó en ella con Hermione detrás, luego le dio una a Ginny. Harry montó en la otra y, dando fuertes pisotones en el suelo, los tres se elevaron y esquivaron por poco el pico con cuernos de un saurio de fuego que intentó atraparlos con las mandíbulas. El humo y el calor resultaban insoportables; debajo de ellos, el fuego maldito consumía los objetos de contrabando de varias generaciones de alumnos, los abominables resultados de un millar de experimentos prohibidos, los secretos de infinidad de personas que habían buscado refugio en aquella habitación. Ginny no veía ni rastro de Draco ni de sus secuaces. Descendió cuanto pudo y sobrevoló a los monstruos ígneos, que seguían saqueándolo todo a su paso; los buscó, pero sólo veía fuego. ¡Qué forma tan espantosa de morir! Ginny nunca había imaginado nada parecido.

—¡Salgamos de aquí, Harry! ¡Salgamos de aquí! —gritó Ron, aunque el denso y negro humo impedía ver dónde estaba la puerta.

Y entonces, en medio de aquella terrible conmoción, en medio del estruendo de las devoradoras llamas, Ginny oyó un débil y lastimero grito.

—¡Es demasiado arriesgado! —gritó Ron, pero Harry miró a Ginny, y viraron en el aire.

Pasaron por encima de la tormenta de fuego, buscando alguna señal de vida, una extremidad o una cara que todavía no estuviera calcinada. Y entonces los vio: estaban encaramados en una frágil torre de pupitres calcinados. Ambos chicos descendieron en picado hacia ellos. Draco la vio llegar y levantó un brazo; pero la sudorosa mano de Malfoy resbaló al instante de su presa.

—¡¡Si morimos por su culpa, los mato, chicos!! —rugió Ron.

En el preciso instante en que una enorme y llameante quimera se abatía sobre ellos, Harry subió a Zabini a su escoba y volvieron a elevarse, cabeceando y balanceándose, mientras Malfoy se montaba en la de Ginny.

—¡La puerta! ¡Vamos hacia la puerta! —gritó Malfoy al oído de Ginny, y ésta aceleró, yendo tras Ron, Hermione, Harry y Zabini a través de una densa nube de humo negro, casi sin poder respirar.

Si no calculaba mal, estaba la puerta, abierta. Ron, Hermione, Harry y Zabini habían desaparecido, y Malfoy chillaba y se sujetaba a Ginny tan fuerte. Entonces, a través del humo, la chica atisbó un rectángulo en la pared y dirigió la escoba hacia allí. Unos instantes más tarde, el aire limpio le llenó los pulmones y se estrellaron contra la pared del pasillo que había detrás de la puerta.

Malfoy quedó tumbado boca abajo, jadeando, tosiendo y dando arcadas; Harry rodó sobre sí, se incorporó y comprobó que la puerta de la Sala de los Menesteres se había esfumado y Ron y Hermione junto a Ginny estaban sentados en el suelo, jadeando, al lado de Zabini, todavía inconsciente. Todos se levantaron, adoloridos.

Sin decir nada, Harry agarró el colmillo de Basilisco, y se lo clavó a la diadema, haciendo que se destruyera, y saliera un humo negro de ella, junto a un grito lejano. Ron fue más rápido, pateó la diadema dentro de la Sala de Menesteres, y esta se cerró, consumiéndose.

Harry se sentó de nuevo, adolorido, Ron, Ginny y Hermione fueron hacia él. Zabini había aprovechado ese momento para agarrar a Malfoy y salir, pero este forcejeó un poco, sin irse. Ginny lo miró, suplicándole que se quedara. Este dudó mucho, y la chica tuvo que ir con él.

Blaise ya lo había abandonado.

—No te vayas.—le pidió, —Quédate, Draco. Por favor. Quédate a luchar a mi lado.

El rubio platinado negaba varias veces, queriendo llorar, —No puedo, me matará, tiene a mi familia. No tengo salida, Ginny.

—Si la tienes.—seguía diciendo, —Draco, claro que la tienes. Solo déjame darte la ayuda.

Se abrazaron, y Malfoy se aceró a su oreja, —Perdón.

Y así, salió corriendo, huyendo de ahí. La castaña-rojiza estaba por llorar, pero tuvo que dejar todas sus emociones de lado cuando volvió con sus amigos. Harry todavía seguía en el suelo.

—Ya sé dónde está.—fue lo único que dijo, jadeando, casi sin aire.

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