-Gʀɪɴɢᴏᴛᴛs

Ginny sintió un gran alivio cuando dieron las seis, y Hermione la levantó para poder abandonar el cuarto,  y salir con sigilo al jardín, donde se había acordado reunirse con Griphook. La chica tuvo que tomar la poción multijugos, y en menos de cinco minutos ya había adoptado la figura de Bellatrix Lestrange, se sentía demasiado incómoda, odiaba verse como ella. Era un amanecer frío, aunque estaban en mayo, y al menos no había viento. Ginny miró el oscuro cielo, donde las estrellas todavía titilaban débilmente, y oyó el murmullo de las olas rompiendo contra el acantilado. Se dijo que iba a echar de menos ese sonido. Unos pequeños brotes verdes asomaban a través de la rojiza tierra de la tumba de Dobby; al cabo de un año, el túmulo estaría cubierto de flores. La piedra blanca donde había grabado el nombre del elfo ya había adquirido un aspecto envejecido. Ginny se dio cuenta de que no habrían podido enterrar a Dobby en un lugar más hermoso que aquél, luego de pensar, con Hermione salieron de detrás de unas rosas.

Bellatrix Lestrange cruzaba la playa a grandes zancadas hacia ellos, acompañada de Hermione y Griphook. Mientras caminaba, guardaba el bolsito de cuentas en el bolsillo interior de otra vieja túnica de las que se habían llevado de Grimmauld Place. Aunque sabía que en realidad era Ginny, Harry no consiguió evitar un estremecimiento de odio. Era más alta que él; el largo y negro cabello le caía formando ondas por la espalda, y los ojos de gruesos párpados lo miraron con desdén; pero, cuando habló, Harry reconoció a su chica a pesar de la grave voz de Bellatrix.

—Ya está —dijo por fin Hermione, cuando terminó de arreglar al pelirrojo—. ¿Qué te parece, Harry?

Era posible adivinar a Ron bajo su disfraz, pero Ginny pensó que se debía a que ella lo conocía muy bien. Ahora Ron lucía un cabello castaño, largo y ondulado; llevaba bigote y una tupida barba; las pecas se le habían borrado de la cara; la nariz era ancha y corta, y las cejas, gruesas. Hermione, Harry y Griphook irían bajo la capa invisible.

Todos juntaron sus manos, también el duende. Se aparecieron en el callejón knockturn, era frío, oscuro, y  estaba algo desolado. Ginny como Bellatrix dio el primer paso.

—Buen día, Madame Lestrange.—la saludó un mago.

La chica no supo muy bien como reaccionar, así que siguió sus instintos, —¿Está Harry Potter muerto, Tom?

—Pues no, per...

—¡Entonces no es un buen día!—le gritó, apartándolo de su camino, con Ron detrás suyo.

Llegaron a Gringotts, todo estaba muy tranquilo, atendían a los primeros clientes, Bellatrix pasó caminando con su aura de superioridad, sin bajar la cabeza, y llegó con un duende, Ron siempre iba tras ella.

—¡Señora Lestrange! —exclamó el duende sin disimular su asombro—. ¡Cielos! ¿En qué... en qué puedo ayudarla?

—Quiero entrar en mi cámara —dijo Ginny.

El anciano se inquietó un poco. Harry echó un vistazo alrededor: otros duendes habían interrumpido su trabajo y miraban con extrañeza a Ginny.

—¿Tiene usted... algún documento que acredite su identidad?

—¿Algún documento que...? ¡Pero si jamás me han pedido ninguno!

—¡Lo saben! —susurró Griphook al oído de Harry—. ¡Deben de haberlos prevenido de que podría venir una impostora!

—Su varita servirá, señora —aseguró el duende, y tendió una mano ligeramente temblorosa. Harry comprendió que en Gringotts estaban al corriente de que a Bellatrix se la habían robado.

—¡Haz algo! ¡Haz algo ya! —le susurró Griphook con apremio—. ¡Lánzales la maldición imperius!

Hermione alzó la varita de espino bajo la capa, apuntó al duende anciano y susurró por primera vez en su vida:

—¡Imperio!

Una extraña sensación le recorrió el brazo: una especie de tibio cosquilleo que al parecer le salía del cerebro y viajaba por los tendones y las venas del brazo, conectándolo con la varita mágica y con la maldición que acababa de lanzar.

—Y ahora, si tiene la amabilidad de seguirme, Madame Lestrange. —indicó, bajando del taburete y perdiéndose de vista—, la acompañaré a su cámara.

La poción multijugos ya había perdido su efecto cuando llegaron al pasillo deseado. En medio había un gigantesco dragón que impedía el acceso a las cuatro o cinco cámaras de los niveles más profundos de la banca mágica, se trataba de un Ironbelly. Es el dragón más fuerte, y pueda acabar con cada uno de los anteriores a pesar de su lentitud volando. Tenía las escamas pálidas y resecas debido a su prolongado encarcelamiento bajo tierra, y sus ojos eran de un rosa lechoso. En las patas traseras llevaba unas gruesas argollas cogidas a unas cadenas sujetas, a su vez, a unos enormes ganchos clavados en el suelo rocoso. Las grandes alas con púas, dobladas y pegadas al cuerpo, habrían ocupado todo el espacio si las hubiera desplegado. Cuando giró la fea cabeza hacia ellos, rugió de tal forma que hizo temblar la roca, y luego abrió la boca y escupió una llamarada que los obligó a retroceder a toda prisa por el pasillo

—Está medio ciego —dijo Griphook jadeando—, y por eso es más violento aún. Sin embargo, tenemos los medios para controlarlo. Sabe lo que le espera cuando oye los cachivaches. Cuando el dragón oiga el ruido de los cachivaches, creerá que vamos a hacerle daño y se apartará; entonces Bogrod tiene que apoyar la palma de la mano en la puerta de la cámara.

A Ginny no le encantaba la idea, el simple hecho de tener que causarle daño a un animal, le dolía, más si era un dragón, pensaba que podría ser FireRose.

—Lo entrenaron para sentir dolor al escuchar esto.—dijo el duende haciendo sonar una caja.

—Son unos bárbaros.—protestó Hermione.

—Son unos malditos.—apoyó Ginny con el corazón encogido.

Ella amaba a los animales, es cierto que los dragones eran algo temibles pero aún así eran animales. Cuando llegaron al frente del dragón y faltaba mitad de camino, Ginny se acercó lentamente a la criatura.

—Pelirroja ¿Qué haces? Ven acá.—Harry trató de agarrar a su mejor amiga por el brazo pero esta se soltó, —¡Ven!

—¡Para! Déjame un rato.

—No voy a hacer esto todo el día.—se quejó el duende mientras seguía haciendo que la caja suene.

—¡Esperen! Ama a los dragones.—dijo Hermione, haciendo que el duende, a regañadientes, dejara de hacer sonar la caja.

Ginny puso sus manos al frente de la criatura, acercándose lentamente. Tratando de no asustarlo o asustarla.

—Es un macho—dedujo la castaña-rojiza al ver sus facciones de rostro.

Un rugido de miedo es lo que recibió a cambio.

—¡Ginny!—gritaron Harry, Ron y Hermione cuando el dragón abrió su hocico en dirección a Ginny

El dragón sacó su lengua y empapó la cara de la chica con su saliva.

—Tranquilos, es amistoso cuando te tomas un tiempo para estar con él.—rió luego de sacarse algo de la baba que cubría su cara.

Harry, Ron y Hermione no se movían, solo miraban como el dragón acariciaba los cachetes de Ginny con su cara, amistosamente

La Weasley sonreía acariciando al animal, —Eres un buen chico. Esos guardianes de Gringotts no tienen empatía.—dramatizaba un poco.

—Pero...—empezó el duende, sin querer creer lo que estaba viendo.

—¿Qué esperan? Vamos a la bóveda.—dijo Ginny dejando de sobar al dragón, —Un gusto verte amigo, espero que nos volvamos a encontrar.

Harry la agarró del brazo guiándola, —¿Estás bien?

—Perfectamente bien, es tan lindo.—Ginny caminaba.

—¿Segura que estás bien?—seguía el azabache.

—James, ¿qué parte de "perfectamente bien", no entendiste?—jugó la castaña-rojiza.

—Es que no quería que haga daño.—agarró la cintura de la chica.

—Aw, ¿porque sin mí no pueden vivir? Porque saben que si Hermione y yo nos separamos no funcionamos bien. Y necesitan de las dos para sobrevivir y...—puso sus manos al rededor de cuello de Harry.

—Porque te amo, y siempre lo he hecho.—cortó el peli negro besando a su ex novia, si se podía decir así

El carraspeo de Ron los interrumpió, —¿Vienen o no?

Ginny rodó los ojos divertida y fue con Hermione para poder entrar.

—¡Que ponga la mano sobre la puerta! —instó Griphook a Harry, y el azabache volvió a apuntar con su varita a Bogrod.

El anciano duende obedeció: puso la palma sobre la madera y la puerta de la cámara desapareció, revelando de inmediato una abertura cavernosa, llena hasta el techo de monedas y copas de oro, armaduras de plata, pieles de extrañas criaturas (algunas provistas de largas púas; otras, de alas mustias), pociones en frascos con joyas incrustadas, y una calavera que todavía llevaba puesta una corona.

—¡Rápido, buscad! —urgió Harry, y todos entraron en la cámara.

Les había descrito la copa de Hufflepuff a sus tres amigos, pero cabía la posibilidad de que el Horrocrux guardado en esa cámara fuese el otro, el desconocido, y ése no sabía cómo era. Apenas había tenido tiempo de echar un vistazo alrededor cuando oyeron un sordo golpetazo a sus espaldas: había vuelto a aparecer la puerta y los había encerrado completamente a oscuras.

—¡No importa, Bogrod nos sacará de aquí! —dijo Griphook cuando Ron dio un grito de congoja—. Pueden encender sus varitas, ¿no? ¡Pero dense prisa, nos queda muy poco tiempo!

—¡Lumos!

Ginny movió su varita hacia uno y otro lado para iluminar la cámara; vio montones de centelleantes joyas, así como la espada falsa de Gryffindor en un estante alto, entre un revoltijo de cadenas. Harry, Ron y Hermione también encendieron sus varitas y examinaban los montones de objetos que los rodeaban.

—Harry, ¿esto podría ser...? ¡Aaaaah! —Hermione gritó de dolor.

Harry la iluminó con su varita y vio que soltaba un cáliz con joyas incrustadas. Pero, al caer, el objeto se desintegró y se convirtió en una lluvia de cálices, de modo que un segundo más tarde, con gran estruendo, el suelo quedó cubierto de copas idénticas que rodaron en todas direcciones y entre las que era imposible distinguir la original.

—¡Me ha quemado! —gimoteó Hermione chupándose los chamuscados dedos.

—¡Han hecho la maldición gemino y la maldición flagrante! —explicó Griphook —. ¡Todo lo que tocas quema y se multiplica, pero las copias no tienen ningún valor! ¡Y si sigues tocando los tesoros, al final mueres aplastado bajo el peso de tantos objetos de oro reproducidos!

—¡Está bien, no toquen nada! —ordenó Harry a la desesperada.

Pero en ese momento Ron empujó con el pie, sin querer, uno de los cálices que habían rodado por el suelo, y aparecieron cerca de veinte más; Ron dio un salto, porque medio zapato se le quemó en contacto con el ardiente metal.

—¡Quédense quietos, no se muevan! —gritó Ginny agarrándose a Ron.

—¡Limítense a mirar! —pidió Harry—. Recuerden que es una copa pequeña, de oro. Tiene grabado un tejón, dos asas... Y si no, a ver si ven el símbolo de Ravenclaw por algún sitio, el águila...

Dirigieron las varitas hacia todos los recovecos, girando con cuidado sobre sí mismos. Era imposible no rozar nada. Harry provocó una cascada de galeones falsos que se amontonaron junto con los cálices. Apenas les quedaba espacio; el oro despedía mucho calor y la cámara parecía un horno. La varita de Harry iluminó escudos y cascos hechos por duendes y depositados en unos estantes que llegaban al techo; dirigió la luz un poco más arriba, y de pronto le dio un vuelco el corazón y le tembló la mano.

—¡Ya la tengo! ¡Está ahí arriba!

Ron, Ginny y Hermione apuntaron también con sus varitas en esa dirección, y la pequeña copa de oro destelló bajo los tres haces de luz: era la copa que había pertenecido a Helga Hufflepuff y luego pasado a ser propiedad de Hepzibah Smith, a quien se la había robado Tom Ryddle.

—¿Y cómo demonios vamos a subir hasta ahí sin tocar nada? —preguntó Ron.

—¡Accio copa! —gritó Hermione, que en su desesperación había olvidado las explicaciones de Griphook durante las sesiones preparatorias.

—¡Eso no sirve de nada! —gruñó el duende.

—Entonces ¿qué hacemos? —preguntó Harry fulminándolo con la mirada—. Si quieres la espada, Griphook, tendrás que ayudarnos un poco... ¡Eh, espera! Puedo tocar las cosas con la espada, ¿verdad? ¡Dámela, princesa!

Ella sacó el bolsito de cuentas, revolvió en su interior unos segundos y extrajo la reluciente espada. Harry la asió por la empuñadura de rubíes, y cuando tocó con la punta de la hoja una jarra de plata que había allí cerca, no se multiplicó.

—Perfecto —dijo—. Ahora debería meter la espada por un asa... Pero ¿cómo voy a llegar tan arriba?

El estante en que se hallaba la copa quedaba fuera del alcance de todos, incluso de Ron, que era el más alto, y el calor que desprendía aquel tesoro encantado ascendía en oleadas. El sudor le resbalaba a Harry por la cara y la espalda. Tenía que hallar la manera de alcanzar la copa. El dragón rugía tras la puerta de la cámara, y los ruidos metálicos de los cachivaches se oían cada vez más fuertes. Estaban atrapados; no había forma de salir.

—Hermione —dijo mientras el ruido metálico seguía intensificándose—, tengo que subir ahí, tenemos que deshacernos del...

La chica alzó la varita, apuntó a Harry y susurró, —¡Levicorpus!

Harry se elevó como si lo tiraran de un tobillo y chocó contra una armadura de la que empezaron a salir réplicas, como cuerpos al rojo, que llenaron aún más la abarrotada estancia. Derribados por la avalancha de armaduras y gritando de dolor, Ron, Ginny, Hermione y los dos duendes chocaron contra otros objetos que al punto se multiplicaban. Medio enterrados en una marea cada vez mayor de tesoros candentes, forcejearon y chillaron mientras Harry metía la punta de la espada por el asa de la copa de Hufflepuff y lograba ensartarla en la hoja.

—¡Impervius! —chilló Hermione en un intento de protegerse y proteger a Ron y los duendes del ardiente metal.

Entonces, un grito aún más fuerte obligó a Harry a bajar la vista: sus amigos estaban hundidos hasta la cintura en los tesoros, luchando para impedir que Bogrod quedara completamente sumergido, pero Griphook ya estaba enterrado del todo, y lo único que se veía de él eran sus largos dedos. Harry los agarró como pudo y tiró de ellos. El duende emergió poco a poco, aullando de dolor y cubierto de ampollas.

—¡Liberacorpus! —gritó Harry y, con gran estrépito, el duende y él aterrizaron en la superficie de la montaña de tesoros, cada vez más alta, y a Harry se le cayó la espada de las manos—. ¡Cójanla! —gritó, soportando el dolor que le producía el contacto con el ardiente metal. Griphook volvió a subírsele a los hombros, decidido a alejarse cuanto pudiera de aquella creciente masa de objetos candentes—. ¿Dónde está la espada? ¡Tenía la copa ensartada!

Los ruidos metálicos al otro lado de la puerta se volvían ensordecedores. Era demasiado tarde...

—¡Ahí está!

Fue Griphook quien la vio y quien se lanzó por ella, y en ese instante Harry comprendió que el duende nunca había confiado en que los chicos cumplieran su palabra. Sujetándose fuertemente al cabello de Harry para no precipitarse en aquel hirviente mar de oro, Griphook cogió el puño de la espada y la levantó manteniéndola fuera del alcance de Harry. La pequeña copa de oro, aún ensartada en la hoja, voló por los aires. Con el duende a cuestas, Harry se lanzó y logró atraparla. Aunque le abrasó la mano, no la soltó ni siquiera cuando un sinfín de copas de Hufflepuff empezaron a salir de su puño y le cayeron encima, al mismo tiempo que la puerta de la cámara se abría y él resbalaba por una creciente avalancha de oro y plata ardiente que los empujó a todos hacia el exterior.

Lograron salir de la bóveda con pura suerte, pero Griphook fue más rápido, y cuando vio a los guardias llegar, gritó «¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Auxilio! ¡Ladrones!».

—¡Griphook!—bramó Harry con odio, viéndolo escapar.

—Maldito ladrón.—se quejó Ron, —Al menos Bogrod se quedó.

Y en ese mismo instante, el dragón le escupió fuego, quemándolo vivo.

—Que mala suerte.—dijo el cuarteto de oro a la vez.

Tuvieron que esconderse tras los dos murales, pues los hechizos no tardaron en llegar cuando los distinguieron.

—¡No se queden ahí, hagan algo!—les gritó la pelirroja.

—Ginny, Hermione. Ustedes son las de las ideas brillantes—acordó Ron sin moverse para que no le caigan los hechizos.

Las mejores amigas se miraron y luego al dragón.

—Se no ocurre algo pero es de...locos—admitió la castaña

—Solo...hagan lo que nosotras—dijo Ginny—¡Reducto! ¡Relashio!

El hechizo hizo que el barandal salga volando, y que las gruesas argollas que sujetaban al dragón se rompieran con un fuerte estallido.

—Muy bien...ven amigo, ven, ven—llamaba al dragón, tratando de que no le caigan hechizos y cuando estuvo frente a ella saltó a su lomo.

Se posicionó en sus dos primeras púas gigantes para poder dirigirlo un poco.

—¿Qué esperan?—gritaron las Gryffindor cuando ya se había subido, Hermione se agarraba de una sola púa.

Harry y Ron saltaron y se agarraron igual que Hermione.

Al parecer Ginny era la única que estaba más cómoda, —Vamos amigo, vamos...¡Defodio!

La chica ayudaba al dragón a agrandar el pasillo minando el techo, y el animal luchaba por ascender buscando aire puro y alejarse de los duendes, que chillaban y agitaban los cachivaches sin cesar. Harry, Ron y Hermione imitaron a Ginny, y destrozaron el techo con otros hechizos excavadores. Fueron dejando atrás el lago subterráneo, y la enorme bestia, que avanzaba lentamente, gruñendo, parecía intuir que cada vez estaba más cerca de la libertad. Detrás de ellos, en el pasillo, la cola provista de púas se sacudía entre las rocas y los trozos de gigantescas estalactitas desprendidas del techo y las paredes, y el estruendo de los duendes se oía cada vez más lejos; mientras que, por delante, el dragón seguía abriendo camino con sus llamaradas.

Al fin, gracias a la combinación de los hechizos y la fuerza bruta de la bestia, los chicos consiguieron salir del destrozado pasillo y llegaron al vestíbulo de mármol. Los duendes y magos que estaban en esa zona corrieron a guarecerse, y el dragón tuvo, por fin, espacio suficiente para desplegar las alas. Entonces giró la astada cabeza hacia la entrada, olfateando el aire fresco del exterior, y con Harry, Ron, Ginny, y Hermione todavía aferrados al lomo, atravesó las puertas metálicas, que se doblaron y quedaron colgando de los goznes, salió tambaleándose al callejón Diagon y echó a volar.

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