-Eʟ ʀᴇғᴜɢɪᴏ
Habían llegado a la casa de Fleur y Bill. Ginny había recuperado la conciencia, y empezó a llorar al ver a su hermano mayor. Bill se mostró vulnerable al verla de esa manera, y trató de hacerle una cicatriz a la herida en su brazo, con ayuda de Fleur.
Cuando se tranquilizó, la veela se quedó con ella, mientras su hermano se encargaba de los demás, ya había recibido visitas de todos, menos de Harry, sabía que estaba con el dolor de perder a Dobby. Ginny ya se sentía lista para bajar, estaba envuelta en una bata prestada de su hermano, y se sentó en una de las sillas del comedor, con Ron al frente, los demás estaban tomando té.
Harry se hizo presente, con no tan buena cara, al verlo, la chica movió la cabeza a un lado, indicándole que fueran a hablar. Subieron hasta el cuarto donde ella se estaba quedando, el azabache no pudo decir nada, solo se lanzó a los brazos de la castaña-rojiza, llorando.
—Shhh.—ella le sobaba la cabeza, —Está bien, rayito, está bien. Dobby está tranquilo.
—Yo no pude hacer nada...—lamentaba aferrándose al diminuto cuerpo, —Dobby murió y no pude impedirlo..no pude hacer nada, murió injustamente...así como lo hicieron Cedric, Moody, Hedwig, y Dumbledore...—lloriqueaba, mientras la chica lo medio mecía estando parados, —No puedo seguir haciendo esto...no soy un héroe, no lo soy...
Ginny sonrió, —No lo eres, Harry. No eres un héroe, solo eres un chico, que está destinado a salvar el mundo mágico...pero no estás solo.—besó su mejilla, y las acunó, —Yo estoy contigo, y siempre voy a estar contigo, no te dejaré nunca. Voy contigo hasta el fin del mundo.
El chico sonrió un poco, y se permitió besar a su chica, ambos disfrutaron ese beso, que no tenían desde hace mucho, habían extrañado la sensación. Bajaron luego de que el elegido se relajara, y vieron a Luna tocar un adorno.
—Que bonito es aquí.—dijo ella admirando el lugar.
—Era de nuestra tía.—le sonrió Bill, junto a Fleur en la cocina, —Veníamos aquí de niños. La orden la usa de casa de seguridad...para los que quedamos.
—El duende y yo debemos hablar.—Harry decidió.
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Fueron a la habitación donde dejaron al duende, y Harry fue el primero en hablar, —Perdona que te haya hecho traer aquí. ¿Cómo tienes las piernas?
—Me duelen. Pero se están curando.
Todavía llevaba en las manos la espada de Gryffindor y su mirada era extraña, entre agresiva e intrigada. Harry observó aquel personaje de piel cetrina, largos y delgados dedos, ojos negros, pies alargados y sucios (iba descalzo porque Fleur le había quitado los zapatos), un poco más alto que un elfo doméstico y con una cabeza abombada más grande que la de un humano.
—Supongo que no recordarás... —comenzó Harry.
—¿... que soy el duende que te llevó hasta tu cámara la primera vez que visitaste Gringotts? —lo interrumpió Griphook—. Pues sí, lo recuerdo, Harry Potter. También entre los duendes eres famoso.
Ambos se miraron con cierto recelo, como sopesándose. Dado que a Harry seguía doliéndole la cicatriz, quería acabar la entrevista cuanto antes, pero también temía hacer un movimiento en falso. Mientras intentaba decidir la mejor forma de plantear su petición, el duende rompió el silencio.
—Has enterrado al elfo —dijo con inesperada hostilidad—. Te he visto hacerlo desde la ventana del dormitorio contiguo.
—Sí, en efecto.
Griphook lo miró con el rabillo de sus rasgados y negros ojos, y aseveró:
—Eres un mago muy poco común, Harry Potter.
—¿Qué quieres decir? —repuso el muchacho frotándose distraídamente la cicatriz.
—Has cavado tú mismo la tumba.
—Sí, ¿y qué?
Griphook no contestó y Harry creyó que se estaba burlando de él por haberse comportado como un muggle, pero no le importaba que al duende le gustara o no la tumba de Dobby. Así pues, se preparó para afrontar la cuestión que le interesaba.
—Griphook, quiero preguntarte...
—También has rescatado a un duende.
—¿Q... qué?
—Me has traído aquí y me has salvado.
—Bueno, espero que no me lo eches en cara —dijo Harry, un poco impaciente ya.
—No, no te lo reprocho, Harry Potter —respondió Griphook, y con un dedo se enroscó la delgada y negra barba—, pero eres un mago muy raro.
—Vale. Verás, necesito ayuda, Griphook, y tú puedes dármela.
El duende no hizo ningún comentario para animarlo a hablar, sino que se limitó a observarlo con ceño, como si jamás hubiera visto a nadie parecido a él.
—Necesito entrar en una cámara de Gringotts.
Harry no había previsto exponer su proyecto de forma tan directa, y lo dijo precisamente cuando notaba una fuerte punzada en la cicatriz en forma de rayo y veía, una vez más, la silueta de Hogwarts. No obstante, cerró la mente con firmeza, pues primero debía ocuparse de Griphook. Ron, Ginny y Hermione lo observaban como si se hubiera vuelto loco.
—Oye, Harry... —dijo Hermione, pero el duende la interrumpió:
—¿Entrar por la fuerza en una cámara de Gringotts? —dijo, e hizo una pequeña mueca de dolor al cambiar de postura en la cama—. Eso es imposible.
—No, no lo es —lo contradijo Ron—. Ya se ha hecho alguna vez.
—Sí, así es —confirmó Harry—. El mismo día que nos conocimos, Griphook: el día de mi cumpleaños, hace siete años.
—La cámara en cuestión estaba vacía en aquel momento —le espetó el duende, y Harry comprendió que, aunque Griphook se hubiera marchado de Gringotts, lo ofendía la idea de que alguien abriera una brecha en las defensas del banco de los magos—. Su protección era prácticamente nula.
—Pues la cámara en que necesitamos entrar no está vacía, e imagino que la habrán protegido muy bien —especuló Harry—, porque pertenece a los Lestrange.
Ron, Ginny y Hermione intercambiaron una mirada, perplejos, pero ya tendría tiempo para explicárselo después de que Griphook hubiera dado una respuesta.
—No tienen ninguna posibilidad —replicó el duende cansinamente—. Ninguna. Acuérdate de la inscripción: «Así que si buscas por debajo de nuestro suelo un tesoro que nunca fue tuyo...»
—«Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado...» Sí, lo sé, la recuerdo a la perfección. Pero yo no pretendo hacerme con ningún tesoro, ni intento coger nada para beneficiarme personalmente. ¿Me crees?
El duende lo miró de soslayo. El muchacho no paraba de notar punzadas en la cicatriz, pero las desechó, negándose a admitir su dolor y la invitación que éste encerraba.
—Si existiera un mago del que pueda creer que no busca un beneficio personal — dijo Griphook al fin—, serías tú, Harry Potter. Los duendes y elfos no están acostumbrados a recibir la protección ni el respeto que tú has mostrado esta noche. Al menos, no a recibirlos de los portadores de varita.
—Portadores de varita... —repitió Harry. Semejante expresión le sonó extraña, pero la cicatriz no cesaba de darle punzadas mientras Voldemort dirigía sus pensamientos hacia el norte, y él ansiaba interrogar a Ollivander, que esperaba en la habitación contigua.
—Hace mucho tiempo que los magos y los duendes se disputan el derecho a utilizar varitas —musitó el duende.
—Bueno, ustedes pueden hacer magia sin necesidad de ellas —observó Ron.
—¡Eso es irrelevante! Los magos se niegan a compartir los secretos de las varitas con los restantes seres mágicos, y de ese modo nos impiden ampliar nuestros poderes.
—Pero los duendes tampoco comparten su magia con nadie —replicó Ron—. No quieren decirnos, por ejemplo, cómo fabrican sus espadas ni sus armaduras. Los duendes saben trabajar el metal de un modo que los magos nunca...
—Bueno, da igual, Ronald, ya cállate —cortó Ginny al ver que Griphook se enfurecía—. Esto no es un combate de magos contra duendes ni contra ninguna otra criatura mágica...
—¡Pues sí, se trata precisamente de eso! —exclamó Griphook soltando una desagradable risotada—. ¡A medida que el Señor Tenebroso adquiere mayor poder, su raza se afirma cada vez más sobre la mía! De tal manera que Gringotts cae bajo el dominio de los magos, los elfos domésticos mueren asesinados, ¿y quién protesta entre los portadores de varita ante estos acontecimientos?
—¡Nosotros! —intervino Hermione. Se había incorporado y los ojos le echaban chispas—. ¡Nosotros protestamos! ¡Y a mí me persiguen tanto como a cualquier duende o elfo, Griphook! ¡Soy una sangre sucia!
—No te llames... —masculló Ron.
—¿Por qué no? —replicó ella—. ¡Soy una sangre sucia y a mucha honra! ¡Yo no estoy en mejor posición que tú en este nuevo orden, Griphook!—Se separó el cuello de la bata para mostrar el delgado corte, todavía enrojecido, que le había hecho Bellatrix en el cuello —. ¿Sabías que fue Harry quien liberó a Dobby y que desde hace años intentamos que liberen a los elfos domésticos? —Ron se rebulló, incómodo, en el brazo de la butaca—. ¡Nadie desea más que nosotros que Quien-tú-sabes sea vencido!
El duende la miró con la misma curiosidad con que había observado antes a Harry.
—¿Qué quieren de la cámara de los Lestrange? —preguntó—. La espada que hay dentro es una falsificación; la auténtica es ésta. —Los miró de uno en uno—. Me parece que eso ya lo sabían. Por ese motivo me pidieron que mintiera, ¿no es así?
—Pero la espada falsa no es lo único que hay en la cámara —replicó Harry—. ¿Tú has visto las otras cosas que hay allí? —El corazón le palpitaba más que antes, y redobló sus esfuerzos por ignorar el dolor pulsante de la cicatriz.
El duende volvió a retorcerse la barba con el dedo y le dijo, —Hablar de los secretos de Gringotts va contra nuestro código de honor. Somos los guardianes de tesoros fabulosos; los responsables de los objetos puestos a nuestro cuidado, muchas veces forjados con nuestras propias manos. —Acarició la espada mientras miraba a los cuatro chicos de hito en hito, primero a Harry, luego a los otros tres, y de nuevo a Harry. Al fin murmuró—: Son muy jóvenes para pelear contra tantos.
—¿Nos ayudarás? —lo urgió Harry—. No podemos entrar en Gringotts sin la ayuda de un duende. Eres nuestra única oportunidad.
—Me... lo... pensaré —dijo Griphook con una lentitud exasperante.
—Pero... —musitó Ron, enojado; su hermana le dio un codazo en las costillas.
—Gracias —dijo Harry.
El duende inclinó su enorme y abombada cabeza, y luego flexionó las cortas piernas.
—Creo que el crecehuesos ya ha hecho su trabajo —afirmó mientras se acomodaba con petulancia en la cama de Bill y Fleur—. Quizá pueda dormir por fin. Si me disculpan...
—Sí, desde luego —dijo Harry, pero antes de salir de la habitación cogió la espada que el duende conservaba a su lado.
Éste no protestó, pero al cerrar la puerta a Harry le pareció detectar resentimiento en sus ojos.
—¡Qué imbécil! —susurró Ron—. Disfruta manteniéndonos en suspenso.
—Harry —susurró Ginny apartando a sus dos amigos de la puerta hacia el centro del rellano, todavía oscuro—, me ha parecido que insinuabas que en la cámara de los Lestrange hay otro Horrocrux. ¿Es así?
—Sí, eso supongo, porque Bellatrix se puso histérica cuando creyó que habíamos estado allí. Estaba aterrorizada. Pero ¿por qué? ¿Qué imaginó que habíamos visto o nos habíamos llevado? Debe de tratarse de algo muy importante, pues la aterraba pensar que Quien-vosotros-sabéis se enterara.
—Pero, a ver, ¿no buscamos sitios donde haya estado Quien-ustedes-saben, o donde haya hecho algo importante? —preguntó Ron, perplejo—. ¿Acaso ha estado alguna vez en la cámara de los Lestrange?
—Encontremos el horrocrux, destruyámoslo, y así estaremos más cerca de matarlo a él.
—¿Y qué si la hayamos?—dijo Ginny, —¿Cómo lo destruimos si le das la espada a Griphook?
—Sigo pensando en eso.
Fleur salió de una habitación, ahora debían hablar con Ollivander, querían respuestas a todas sus preguntas.
—Está débil.—les advirtió la rubia, y los dejó entrar.
El fabricante de varitas yacía en la cama más alejada de la ventana; había pasado más de un año en el sótano de la Mansión Malfoy, y Ginny sabía que lo habían torturado al menos en una ocasión. Estaba escuálido y le sobresalían los huesos del rostro bajo la amarillenta tez; los ojos gris plata parecían enormes en las hundidas cuencas, y las manos, posadas sobre la manta, se asemejaban a las de un esqueleto. Los cuatro amigos se sentaron en la otra cama; desde allí no se veía el sol naciente. La habitación daba al jardín que bordeaba la parte superior del acantilado, donde se hallaba la tumba recién cavada.
—Perdone que lo moleste, señor Ollivander —dijo Harry.
—Hijo mío —repuso Ollivander con un hilo de voz—, nos has rescatado. Creí que moriríamos en aquel sótano. Nunca podré agradecértelo... nunca... lo suficiente.
—Lo hicimos de buen grado.
Le dolía cada vez más la cicatriz. Tenía la certeza de que apenas les quedaba tiempo para llegar antes que Voldemort a aquello que perseguía, y para intentar frustrar sus planes. Sintió una pizca de pánico... Sin embargo, había tomado una decisión al optar por hablar primero con Griphook. Fingiendo una calma que no sentía, rebuscó en el monedero de piel de moke y sacó las dos mitades de su rota varita.
—Necesito ayuda, señor Ollivander.
—Pídeme lo que quieras, lo que quieras, hijo.
—¿Puede reparar esta varita? ¿Tiene arreglo?
Ollivander tendió una temblorosa mano y Harry le puso las dos mitades, unidas sólo por un hilillo, en la palma.
—Acebo y pluma de fénix —musitó Ollivander—; veintiocho centímetros; bonita y flexible.
—Sí, sí —dijo Harry—. ¿Puede...?
—No puedo —susurró Ollivander—. Lo siento, lo siento mucho, pero una varita que ha sufrido semejante daño no puede repararse por ningún medio que yo conozca.
Harry se había preparado para oír esa respuesta, pero aun así le afectó mucho. Cogió las dos mitades y volvió a guardarlas en el monedero colgado del cuello. Ollivander no le quitó la vista al bolsito en que había desaparecido la varita rota hasta que Harry, sacándolas del bolsillo, le mostró las dos varitas que se había llevado de casa de los Malfoy.
—¿Puede identificar éstas? —preguntó.
El fabricante cogió la primera, se la acercó a los descoloridos ojos, la hizo rodar entre los nudosos dedos y la dobló un poco, —Nogal y fibras de corazón de dragón —sentenció—; treinta y dos centímetros; rígida. Pertenecía a Bellatrix Lestrange.
—¿Y qué me dice de esta otra?
Ginny intervino, —No será necesario —reconocería esa varita donde sea —. Espino y pelo de unicornio; veinticinco centímetros; bastante elástica...—la agarró, —Era de Draco Malfoy.
—¿Era? —repitió Harry—. ¿Ya no lo es?
—Es posible que no. Si tú se la quitaste...—dijo la chica.
—Sí, se la quité.
Ollivander asintió, —... entonces es posible que sea tuya. La forma de cogerla es importante, por supuesto, pero también depende mucho de la propia varita. En general, cuando alguien gana una varita, la lealtad de ésta cambia.
Todos guardaron silencio y sólo se oía el lejano murmullo del mar.
—Habla usted como si las varitas tuvieran sentimientos —observó Harry—, como si pensaran por ellas mismas.
—Verás, la varita elige al mago —explicó Ollivander—. Los que hemos estudiado el arte de estos instrumentos siempre lo hemos tenido claro.
—Y, ¿qué sabe de las reliquias de la muerte?
El viejo dudó, —Se rumora que son tres...la varita de saúco, la capa de invisibilidad, que te esconde de tus enemigos, y la piedra de la resurrección, para traer a seres desde la muerte. Juntas, convierten a cualquiera en el amo de la muerte. Pero pocos creen en verdad que esos objetos existan.
—¿Usted cree? ¿Piensa que existen, señor?
—Bueno...no veo razones para darle crédito a cuentos para niños.
Ginny negó, —Miente. Sabe que existe una. Se lo dijo a ya-sabe-quién, le habló de la varita de sáuco, ¿dónde podría encontrarla?
—Me hizo sufrir, además, solo le hablé de rumores. No me aseguro que la vaya a encontrar.
Harry interrumpió, —Halló la varita, señor...descanse.
Antes de que los cuatro salieran, Ollivander le dijo a Harry que si Voldemort tenía la varita de saúco, no tendría oportunidad contra él, porque lo estaba buscando.
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Lupin había tenido una pequeña aparición y se enteraron de que Tonks ya había tenido a su bebé, era un niño, Teddy Remus Lupin, y generosamente, Lupin nombró a Harry y Ginny sus padrinos, dijo que Dora también estaba de acuerdo, esa noticia llenó de alegría a ambos adolescentes.
Ya tenían los planes hechos y habían terminado los preparativos. En el dormitorio más pequeño, sobre la repisa de la chimenea, había un frasquito de cristal que contenía un solo pelo negro, largo y grueso, que habían recuperado del jersey que Ginny llevaba puesto cuando estuvieron en la Mansión Malfoy.
—Y utilizarás su varita —indicó Harry señalando la varita de nogal—. Yo creo que darás el pego.
Ginny la cogió con asco, como si le fuese a dar una enfermedad el simple hecho de tocarla, —La odio —musitó—. La odio, de verdad. Me produce una sensación muy rara, y no me funciona bien. Es como un trozo de... de ella.
Harry recordó que Ginny no le había hecho caso cuando él se quejó de que no le gustaba la varita de endrino; al contrario, había insistido en que eso de que no funcionara bien eran sólo imaginaciones suyas y que únicamente tenía que practicar. Pero decidió no pagarle con la misma moneda; la víspera del asalto a Gringotts no parecía el momento idóneo para provocar enfrentamientos.
—Supongo que te resultará más fácil si te metes en la piel del personaje —le sugirió Ron—. ¡Piensa en todo lo que ha hecho esa varita!
—¡Pero si a eso mismo me refiero! —replicó su hermana—. Ésta es la varita que torturó a los padres de Neville, y a quién sabe cuánta gente más. Y sobre todo ¡es la varita que mató a mis padres y a Sirius!
Harry no había caído en la cuenta; al mirar ahora aquel instrumento, sintió un incontrolable impulso de romperlo, de cortarlo por la mitad con la espada de Gryffindor, que estaba apoyada contra la pared, a su lado.
—Echo de menos mi varita —dijo la chica con tristeza—. Es una lástima que no la vaya a poder usar en un tiempo.
El duende entró en el lugar, y los cuatro amigos le prestaron atención, pero Harry fue quien habló.
—Estábamos repasando los últimos detalles, Griphook. Les hemos dicho a Bill y Fleur que partiremos mañana, y que no es necesario que se levanten para despedirnos. Habían sido intransigentes en ese punto, porque Ginny tendría que transformarse en Bellatrix antes de marcharse, y cuanto menos supieran o sospecharan sobre lo que se disponían a hacer, mejor. También les habían comunicado que no regresarían, por lo que Bill les prestó otra tienda de campaña, ya que habían perdido la de Perkins en el episodio con los Carroñeros.
Pero, sobre todo, todos tenían muchas ganas de librarse de Griphook. Sin embargo, cómo y cuándo exactamente iban a separarse del duende sin entregarle la espada de Gryffindor seguía siendo una pregunta sin respuesta. Aún no habían decidido cómo lo harían, porque el duende casi nunca dejaba solos a los cuatro jóvenes más de cinco minutos. «Podría darle clases a mi madre», había comentado un día Ron, porque los largos dedos del duende asomaban una y otra vez por los bordes de las puertas. Harry, que no había olvidado la advertencia de Bill, sospechaba que Griphook estaba alerta por si los chicos intentaban alguna artimaña. Además, había perdido toda esperanza de que Hermione, que desaprobaba la intención de engañar al duende, aportara alguna idea luminosa para llevar su plan a buen puerto; en cuanto a Ron, lo único que había dicho, en las raras ocasiones en que conseguían liberarse de Griphook unos minutos para hablar a solas, era: «Tendremos que improvisar, colega.»
Ginny durmió mal esa noche, no paraba de dar vueltas en la cama, tenía miedo de lo que iba a pasar, no creía poder soportar todo. Decidió ir a buscar a Harry, sabía que solo en sus brazos iba a poder tranquilizarse.
—Ron, Ronald...—levantó a su hermano, que se dio la vuelta, ignorándola, —Ve a mi cuarto, quiero estar con Harry.
Su hermano se levantó al instante, mirándola con acusación , perplejo por el comentario.
—Ay, no seas imbecil.—su hermana comprendió el por qué de esa mirada, —Solo quiero estar con él, me hace sentir paz. No vamos a hacer nada, asqueroso.
—Ay ajá.—se sobó los ojos, bostezando, —¿Estará Hermione?
—Iu.—se asqueó, pensando en la retorcida mente de su hermano, —Pero sí. Estarás con ella, solo no la asustes.
Su hermano solo le hizo una seña militar mientras salía del dormitorio con una manta colgada al hombro.
La chica se acercó a la cama donde estaba Harry, quiso despertarlo, pero ya estaba despierto, —¿Tampoco podías dormir?
—No.—sonrió, —Pero contigo aquí creo poder logarlo.
La jaló por un brazo para que se quede en la cama, quedaron echados mirándose mutuamente, sonriendo.
—Hey.—la llamó él, —Te amo.
—Te amo.—dijo la castaña-rojiza sonriendo.
Ambos se besaron, un beso tierno lleno de amor y miedo, nunca sabían cuándo ese podría ser su último beso. Su vida ahora estaba en un constante peligro, y en cualquier momento, uno podría morir.
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