-Eʟ ʀᴇɢʀᴇsᴏ
La única forma de guiar al dragón, era que Ginny tomara el control porque éste no veía a dónde se dirigía; las únicas dos cadenas que quedaban, las usó la chica como si de riendas se tratasen. Con todo, mientras se elevaban cada vez más y Londres se extendía a sus pies como un gran mapa gris y verde, la chica sintió una abrumadora sensación de gratitud por haber logrado huir, cosa que a principio parecía imposible. Ginny sobaba un poco a la bestia, al mismo tiempo que el frío viento le aliviaba el dolor de las quemaduras y las ampollas. Detrás de él, Harry se aferraba al cuello del dragón, detrás, Ron berreaba sin cesar y soltaba improperios (su hermana no sabía si estaba muerto de miedo o loco de alegría), y Hermione, en cambio, sollozaba. La pregunta de cómo y cuándo podrían desmontar se convirtió en un enigma inquietante. Los dragones podían volar por mucho rato, sin detenerse a descansar.
¿Cuánto tardaría Voldemort en enterarse de que habían entrado en la cámara de los Lestrange? ¿Cuánto tardarían los duendes de Gringotts en notificárselo a Bellatrix? ¿Cuánto tardarían en comprobar qué se habían llevado de allí? ¿Y qué pasaría después, cuando descubrieran que había desaparecido la copa de oro? Voldemort sabría, por fin, que estaban buscando los Horrocruxes....El dragón parecía decidido a encontrar una zona aún más fría, porque inició un pronunciado y continuado ascenso a través de jirones de gélidas nubes, de tal manera que Ginny ya no logró distinguir los puntitos de colores de los coches que entraban y salían de la capital. Sobrevolaron campos divididos en parcelas verde y marrón, carreteras y ríos que discurrían por el paisaje como cintas, unas mates y otras satinadas.
El sol descendía poco a poco en un cielo que iba tiñéndose de añil; y sin embargo, el dragón no se detenía, continuaba sobrevolando ciudades y pueblos que los chicos veían pasar y perderse de vista sucesivamente, mientras su enorme sombra se deslizaba por el suelo como una nube oscura. A los tres les dolía todo el cuerpo del esfuerzo que le requería sujetarse al animal, Ginny se había quedado dormida, por lo que ahora el dragón se guiaba solo.
—¿Me lo estoy imaginando —gritó Ron tras un rato de silencio— o estamos descendiendo?
Harry entornó los ojos y vio montañas verde oscuro y lagos cobrizos a la luz del ocaso. El paisaje se vislumbraba más amplio y más detallado, y el muchacho se preguntó si el dragón habría adivinado la presencia de agua por los destellos que producía el sol en los lagos. En efecto, la bestia volaba cada vez más bajo, describiendo una amplia espiral y encaminándose, al parecer, hacia uno de los lagos más pequeños.
—¡Saltemos cuando haya descendido lo suficiente! —propuso Harry—. ¡Lancémonos al agua antes de que nos descubra!
Los demás asintieron (Hermione con un hilo de voz). Harry le veía la panza del dragón, enorme y amarillenta, reflejada en la superficie del agua.
—¡¡Ahora!!
Y los tres saltaron, resbalaron por la ijada y cayeron en picado, saltando de pie al lago, sin imaginar que la caída sería tan brusca: golpearon el agua violentamente y se sumergió como una piedra en un gélido mundo líquido, verdoso y lleno de juncos. Patalearon hacia la superficie y emergieron jadeando. El dragón no había notado nada y ya se hallaba a una considerable distancia, descendiendo también en picado hacia la superficie del lago para recoger agua con el morro cubierto de cicatrices. Los tres chicos nadaron hacia la orilla opuesta. El lago no parecía muy profundo, y en unos segundos, se trató más de abrirse paso entre juncos y barro que de nadar. Al fin se desplomaron, empapados, jadeando y agotados, sobre la resbaladiza hierba.
—¿En serio prefirieron estar mojados?—preguntó Ginny.
Su hermano abrió los ojos, viéndola completamente seca, —¿Por qué tú no estás mojada?
—Pues porque me dejó en la hierba.—obvió, —No tenía intenciones de hacernos daño, tontos.
Cuando todos se reincorporaron, Harry fue quien habló.
—Lo sabe. —Su propia voz le sonó grave y extraña después de haber escuchado los agudos chillidos de Voldemort—. Lo sabe, y piensa ir a comprobar dónde están los otros Horrocruxes. El último —ya se había puesto en pie— está en Hogwarts. Lo sabía. ¡Lo sabía!
—¿Quéeeee?—Ron lo miraba con la boca abierta y Hermione se levantó con gesto de aprensión. —Pero ¿qué has visto? —preguntó—. ¿Cómo lo sabes?
—He visto cómo se enteraba de lo de la copa. Me he metido... en su mente. Está... —Harry recordó los asesinatos— muy enfadado, pero también asustado; no entiende cómo lo supimos y ahora quiere comprobar si los demás Horrocruxes están a salvo, el anillo primero. Cree que el de Hogwarts es el más seguro; en primer lugar, porque allí tiene a Snape, y, en segundo lugar, porque sería muy difícil que entráramos en el colegio sin que nos vieran. Imagino que ahí irá en último lugar, pero aun así podría llegar en cuestión de horas...
—¿Has visto en qué parte de Hogwarts está? —preguntó Ron poniéndose también en pie.
—No, él estaba demasiado concentrado en prevenir a Snape, y no pensó en el sitio exacto donde escondió el Horrocrux...
—¡Espera! ¡Espera un momento! —saltó Hermione mientras Ron recogía la copa y Harry volvía a sacar la capa invisible—. No podemos ir allí sin más, no hemos hecho ningún plan, tenemos...
—Tenemos que darnos prisa —dijo Harry con firmeza. Le habría gustado dormir un poco en la tienda nueva, pero eso era imposible ya—. ¿Te imaginas lo que hará cuando se entere de que el anillo y el guardapelo han desaparecido? ¿Y si se lleva el Horrocrux de Hogwarts, porque cree que no está lo bastante seguro ahí?
—Pero ¿cómo vamos a entrar en Hogwarts?
—Iremos a Hogsmeade y ya pensaremos algo cuando veamos qué tipo de protección hay en el colegio. Métete bajo la capa, Ginny; esta vez no quiero que nos separemos.
—Es que no cabemos...—excusó ella.
—Estará oscuro, no importa que se nos vean los pies.
El aleteo de unas alas enormes resonó desde la otra orilla del lago: el dragón se había hartado de beber agua y había echado a volar. Los cuatro amigos interrumpieron sus preparativos y lo vieron remontarse cada vez más alto, una mancha negra contra un cielo cada vez más oscuro, hasta que desapareció detrás de una montaña cercana. Entonces Ginny se puso entre los dos chicos; Harry los cubrió con la capa, tiró de ella al máximo hacia abajo para taparse bien y, juntos, giraron sobre sí mismos y se sumergieron en la opresora oscuridad.
Al descender, Ginny pisó un suelo de asfalto y sintió una profunda nostalgia cuando vio la calle principal de Hogsmeade, tan familiar: los oscuros escaparates, el contorno de las negras montañas detrás del pueblo, la curva de la carretera que conducía a Hogwarts, las ventanas iluminadas de Las Tres Escobas... Y le dio un vuelco el corazón cuando recordó, con una precisión dolorosa, cómo hacía casi un año había aparecido allí sosteniendo a Dumbledore, que no se tenía en pie. Todos estos pensamientos le acudieron en el mismo instante de aterrizar, pero fue sólo un segundo porque, de pronto, cuando apenas hubo soltado los brazos de Harry, Ron y Hermione, sucedió que...
Un grito parecido al que Voldemort había dado al enterarse del robo de la copa hendió el aire. A Harry se le pusieron los nervios de punta y supo de inmediato que lo había desencadenado su aparición. Aunque todavía estaban los cuatro bajo la capa, miró a sus tres amigos, al tiempo que la puerta de Las Tres Escobas se abría de golpe y una docena de mortífagos con capa y capucha salían a la calle a toda prisa enarbolando sus varitas.
—¡Sabemos que estás aquí, Potter, y no tienes escapatoria! ¡Te encontraremos!
—Nos estaban esperando —susurró Harry—. Habían puesto ese hechizo para que les avisara de nuestra llegada. Supongo que habrán hecho algo para retenernos aquí y atraparnos...
Se oyó un chirrido de cerrojos cerca de donde se hallaban. Se abrió una puerta en el lado izquierdo del estrecho callejón y una áspera voz dijo:
—¡Por aquí, Potter! ¡Deprisa!
El muchacho obedeció sin vacilar y los cuatro amigos cruzaron como un rayo el umbral.
—¡Vayan arriba sin quitarse la capa! ¡Y no hagan ruido! —murmuró una figura de elevada estatura que pasó por su lado, salió a la calle y cerró de un portazo.
Ginny no tenía ni idea de dónde estaban, pero entonces distinguió, a la parpadeante luz de una única vela, el bar mugriento y cubierto de serrín del pub Cabeza de Puerco. Corrieron por detrás de la barra, pasaron por otra puerta que conducía a una desvencijada escalera de madera y subieron tan aprisa como pudieron. La escalera daba a una salita provista de una alfombra raída y una pequeña chimenea, sobre la que colgaba un enorme retrato al óleo de una niña rubia que contemplaba la habitación con expresión dulce y ausente.
Desde allí se oían gritos en la calle. Sin quitarse la capa invisible, los chicos se acercaron con sigilo a la sucia ventana y miraron hacia fuera. Su salvador, a quien Harry ya había reconocido, era la única persona que no llevaba capucha. Se trataba del camarero de Cabeza de Puerco.
—¿Se han vuelto locos? —dijo con brusquedad mirándolos de uno en uno—. ¿Cómo se les ocurre venir aquí?
—Gracias —dijo Harry—. Muchas gracias. Nos ha salvado la vida.
El hombre soltó un gruñido, y el chico se acercó a él sin dejar de mirarlo, tratando de ver algo más, aparte del largo, greñudo y canoso cabello y la barba. Llevaba gafas, y tras los sucios cristales lucían unos ojos azules intensos y penetrantes.
—Era a usted a quien vi en el espejo.
Se produjo un silencio. Harry y el camarero se miraron con fijeza.
—Usted nos envió a Dobby.
El hombre asintió y miró alrededor buscando al elfo.
—Creía que vendría con vosotros. ¿Dónde lo han dejado?
—Está muerto —contestó Harry—. Lo mató Bellatrix Lestrange.
El camarero no mudó la expresión y, tras unos segundos, dijo, —Lo siento. Ese elfo me caía bien.
Entonces se dedicó a encender lámparas tocándolas con la punta de la varita, sin mirar a los chicos.
—Usted es Aberforth —dijo Harry a las espaldas del hombre.
Él ni lo confirmó ni lo desmintió, y se agachó para encender el fuego.
—¿De dónde ha sacado esto? —preguntó Harry acercándose a la repisa de la chimenea para coger el espejo de Sirius, la pareja del que él había roto casi dos años atrás.
—Se lo compré a Dung hace cosa de un año —respondió Aberforth—. Albus me dijo qué era, y me ha servido para no perderos de vista.
Ron dio un gritito de asombro.
—¡La cierva plateada! —exclamó—. ¿Eso también lo hizo usted?
—No sé de qué me hablas —dijo Aberforth.
—¡Alguien nos envió un patronus!
—Con un cerebro así, podrías ser mortífago, hijo. ¿No acabo de demostrar que mi patronus es una cabra?
—Ah.
—No pensamos irnos —dijo Harry—. Tenemos que entrar en Hogwarts.
—No seas estúpido, chico.—repuso Aberforth.
—Debemos ir —insistió Harry.
—Lo que tienen que hacer es alejarse de aquí en cuanto puedan.
—Usted no lo entiende. No disponemos de mucho tiempo. Tenemos que entrar en el castillo. Dumbledore, es decir, su hermano, quería que nosotros...
El reflejo del fuego hizo que por un instante las sucias gafas de Aberforth se quedaran opacas, y Harry recordó los ojos ciegos de la araña gigante, Aragog.
—Mi hermano Albus quería muchas cosas, pero resulta que la gente tendía a salir perjudicada cuando él llevaba a la práctica sus grandiosos planes. Aléjate del colegio, Potter, y si puedes sal del país. Olvídate de mi hermano y sus astutos planes. Él se ha ido a donde ya nada de esto puede hacerle daño, y tú no le debes nada.
—Señor Dumbledore —dijo Hermione con timidez—. ¿Es ésa su hermana Ariana?
—Sí —contestó Aberforth, lacónico—. Veo que has leído a Rita Skeeter.
Pese a que el fuego de la chimenea lo bañaba todo con una luz rojiza, era evidente que Hermione se había ruborizado.
—Elphias Doge nos la mencionó.—aclaró Harry para sacarla del apuro.
—Ese imbécil idolatraba a mi hermano —masculló Aberforth, y bebió otro sorbo de hidromiel—. Bueno, lo idolatraba mucha gente, incluidos ustedes cuatro, por lo que veo.
Harry guardó silencio. No quería expresar las dudas e incertidumbres sobre él.
—Tú debes ser Ginny.—apuntó a la castaña-rojiza.
—¿Cómo lo sabe?—inquirió ella con curiosidad.
El anciano hizo una seña en su cuello, indicando el relicario que la chica tenía colgado en el cuello.
—Perteneciente a mi familia...—recordó, —Siempre dijo que se lo dejaría a la mejor bruja que conociera, y a quien gane su total confianza...a su "perfecta aprendiz"— hizo comillas en la última frase.
Ginny no supo cómo reaccionar, ¿en verdad Dumbledore la veía como la mejor bruja que había conocido, como su aprendiz?
—Si le molesta, yo puedo quit...
Aberforth negó, —No...quédatelo. Si mi hermano te lo heredó, estoy seguro que fue por algo, ¿te funciona bien?
—Sí.—asintió, —Pero me dijeron que no me protegerá si no lo llevo puesto, porque no soy una...
—...una Dumbledore.—terminó, y se echó a reír, —Lo siento niña, pero te mintieron, ese relicario es muy especial, y puedes obtener esa protección en conexión con el simple hecho de ser cercana a un Dumbledore...dime, ¿qué tan cercana eras a mi hermano?
—Bueno...hacíamos apuestas, me daba consejos de amor cuando me tiraba en su escritorio y le contaba de mis penas, así que...sí, éramos cercanos.
—¿Quieres activar su conexión contigo?—propuso.
La chica sonrió, —Por favor.
De un momento a otro, la habitación estuvo sin nada, Ginny se encontraba tirada en el suelo, sus tres amigos un poco alejados por petición del anciano, y Aberforth estaba al lado de la niña.
—Lo único que tienes que hacer es dejar que el relicario te toque más allá de lo físico, debes dejarlo rodear tu corazón.—le indicaba, —Y no se preocupen por los de afuera, no podrán escuchar nada.
La castaña-rojiza hacía caso a las indicaciones, tenía los ojos cerrados, "concéntrate en tu respiración, escúchala" la chica respiraba lentamente, sintió como el viejo agarraba el relicario y se lo depositaba en su corazón, "vas a sentir una leve punzada ahora, pero no te desconcentres" y era cierto, sintió una punzada en el corazón, pero no solo ahí, también sintió un picoteo en los ojos, que duró dos segundos, "mira como la cadena rodea tu corazón, no pelees, déjalo, ya casi está" y si lo podía ver, su corazón palpitaba, pero no se negaba a que lo rodeasen. Como si fueran magnetos, estos dos se acoplaron.
La pequeña Weasley tomó una bocanada de aire y se levantó a medias, quedando sentada, veía como un aura la había rodeado, y luego como éste entró en ella.
—Ginn, tus ojos...—dijo Hermione cuando la vio.
—¿Qué tienen mis ojos?—se asustó la chica, y salió corriendo hacia el comedor, que tenía un espejo enorme, casi pega un grito cuando se los vio, —Aberforth...—se acercó al anciano, que sonreía, —¿Por qué mis ojos son azules?
Él rió, —Familia Dumbledore.—señaló sus ojos, —Pero no los tendrás así toda la vida, cuando el relicario se encuentre cien por ciento cómodo, volverás a la normalidad.
—¿Así que tengo que esperar a que se le de la gana de estar cómodo?—se preocupó.
—Algo así.
—Necesitamos entrar en Hogwarts —dijo Harry otra vez—. Si usted no puede ayudarnos, esperaremos a que amanezca, lo dejaremos en paz y buscaremos la forma de hacerlo nosotros solos. Pero si cabe la posibilidad de que nos ayude... Bueno, ahora sería un buen momento para decirlo.
Aberforth permaneció sentado en la silla, mirándolo con aquellos ojos que tanto se parecían a los de su hermano. Al final carraspeó, se levantó, rodeó la mesita y se acercó al retrato de Ariana.
—Ya sabes qué tienes que hacer —dijo.
La niña sonrió, se dio la vuelta y echó a andar, pero no como solían hacer los personajes de los retratos, que salían de los lienzos por uno de los lados, sino por una especie de largo túnel pintado detrás de ella. Atónitos, vieron cómo su menuda figura se alejaba hasta que la engulló la oscuridad.
—Oiga, ¿qué...? —balbuceó Ron.
—Ahora sólo existe una forma de entrar —afirmó Aberforth—. Todos los pasadizos secretos están tapados por los dos extremos, hay dementores alrededor de la muralla y patrullas regulares dentro del colegio, según me han informado mis fuentes. El edificio nunca ha estado tan vigilado. Lo que no sé es cómo esperan conseguir algo una vez que entren, con Snape al mando y los Carrow de subdirectores... Pero eso es asunto vuestro. Al fin y al cabo, dicen que están preparados para morir.
—Pero ¿qué...? —dijo Hermione contemplando el cuadro de Ariana sorprendidísima.
Al final del túnel del cuadro había aparecido un puntito blanco; la figura de Ariana regresaba hacia ellos, haciéndose más y más grande. Pero la acompañaba una figura más alta que ella: un muchacho que caminaba cojeando y parecía muy emocionado. Harry nunca lo había visto con el pelo tan largo; tenía varios tajos en la cara y llevaba la ropa raída y llena de desgarrones. Las dos figuras siguieron aumentando de tamaño hasta que las cabezas y los hombros ocuparon todo el lienzo. Entonces el cuadro entero osciló como lo habría hecho una pequeña puerta, y se reveló la entrada de un túnel de verdad. Y de él salió el verdadero Neville Longbottom —con el cabello muy largo, el rostro lleno de heridas, la ropa desgastada y rota—, que dio un grito de júbilo, saltó de la repisa de la chimenea y exclamó:
—¡Sabía que vendrías! ¡Lo sabía, Harry!
—¡NEVILLE! ¿Qué quiere decir esto...? ¿Cómo...?
Pero Neville acababa de ver a Ron, Ginny y Hermione, y, loco de alegría, fue a abrazarlos. Cuanto más miraba Harry al recién llegado, peor lo veía: tenía un ojo hinchado y amoratado y varios cortes en la cara, y su aspecto desaliñado delataba que llevaba tiempo viviendo en pésimas condiciones. Con todo, su maltrecho semblante resplandecía de felicidad cuando soltó a Hermione y volvió a exclamar:
—¡Sabía que vendrías! ¡Ya le decía yo a Seamus que sólo era cuestión de tiempo!
—¿Qué te ha ocurrido, Neville?—preguntó Ginny examinándolo.
—¿Por qué? ¿Lo dices por esto? —Se señaló las heridas quitándoles importancia con un gesto—. ¡Bah, no es nada! Seamus está mucho peor que yo, ya lo verás. Bueno, ¿nos vamos? ¡Ah! —dijo volviéndose hacia Aberforth—. Quizá lleguen un par de personas más, Ab.
—¿Un par de personas más? —repitió Aberforth, alarmado—. ¿Qué significa eso, Longbottom? ¡Hay toque de queda y un encantamiento maullido en todo el pueblo!
—Ya lo sé, precisamente por ese motivo se aparecerán en el bar. Envíalos por el pasadizo cuando lleguen, ¿quieres? Muchas gracias.
Tendiéndole una mano a Hermione, Neville la ayudó a subir a la repisa de la chimenea y a entrar en el túnel; Ginny la siguió, Ron también, y luego el mismo Neville se metió también por el hueco. Harry se dirigió a Aberforth:
—No sé cómo darle las gracias. Nos ha salvado la vida dos veces.
—Pues cuida de ellos —repuso Aberforth con brusquedad—. Quizá no pueda salvarlos una tercera vez.
Harry trepó a la repisa y se introdujo por el hueco que había detrás del retrato de Ariana. Al otro lado, la castaña-rojiza se encontró unos desgastados escalones de piedra; daba la impresión de que el pasadizo era muy antiguo. De las paredes colgaban lámparas de latón, y el suelo de tierra estaba liso y erosionado. Los chicos se pusieron en marcha.
—No vi esto en el mapa del merodeador.—dijo Harry caminando.
—Porque no existía hasta ahora, los siete pasadizos que conectaban el colegio con el exterior fueron cerraron antes de que empezara el curso —explicó Neville—. Ya no se puede utilizar ninguno de ellos, porque hay maldiciones en las entradas y mortífagos y dementores esperando en las salidas, esta es la única entrada y salida ahora. —Se puso a caminar de espaldas, sonriente, como si no quisiera perder de vista ni un momento a sus amigos—. Pero eso no importa ahora... Oye, ¿es verdad que entraron por la fuerza en Gringotts y escaparon montados en un dragón? Se ha enterado todo el mundo, nadie habla de otra cosa. ¡Carrow le dio una paliza a Terry Boot por contarlo a los cuatro vientos en el Gran Comedor a la hora de la cena!
—Sí, sí, es cierto —contestó Harry.
Neville se echó a reír con alegría y preguntó:
—¿Qué hicieron con el dragón?
—Lo soltamos —dijo Ron—, aunque Ginny quería quedárselo como otra mascota...
—Ay, Ronald, que exagerado eres.—su hermana le sacó la lengua.
—Pero ¿qué han estado haciendo? Había gente que decía que habías huido, Harry, pero yo no me lo creí. Seguro que te traías algo entre manos.
—Tienes razón —dijo Harry—. Pero háblanos de Hogwarts, Neville. No sabemos nada.
—Pues... bueno, Hogwarts ya no parece Hogwarts —afirmó el chico, y la sonrisa se le borró de los labios—. ¿Sabes lo de los Carrow?
—¿Esos dos mortífagos que dan clases en el colegio?
—Hacen algo más que dar clases: se encargan de mantener la disciplina; les encanta castigar.
—¿Como Umbridge?
—No; son mucho peores que ella. Los otros profesores tienen órdenes de mandarnos ante ellos cada vez que cometemos alguna falta. Pero, si pueden evitarlo, lo evitan. Es evidente que los odian tanto como nosotros.
»Amycus, el tipo ese, enseña lo que antes era Defensa Contra las Artes Oscuras, aunque ahora la asignatura se llama Artes Oscuras a secas, y nos obliga a practicar la maldición cruciatus con los alumnos castigados.
—¿Quéeee? —exclamaron Harry, Ron y Hermione a la vez, y su grito resonó por todo el pasadizo.
—Sí, como lo oyen —confirmó Neville—. Este corte me lo gané así —añadió señalando un tajo que tenía en la mejilla—, porque me negué a hacerlo. Aunque hay gente que lo aprueba; a Crabbe y Goyle, por ejemplo, les encanta. Supongo que es la primera vez que destacan en algo.
—Pero te han utilizado de afilador de cuchillos —dijo Ron, e hizo una mueca de dolor cuando pasaron por una lámpara que iluminó las heridas de Neville.
—Bueno, no importa. Como no quieren derramar demasiada sangre limpia, sólo nos torturan un poco si somos demasiado respondones, pero no llegan a matarnos.
Ginny no sabía qué era peor: lo que estaba explicando Neville o la naturalidad con que lo hacía.
—Los únicos que de verdad están en peligro son esos cuyos amigos y parientes dan problemas en el exterior. A ésos los toman como rehenes. El viejo Xeno Lovegood se estaba pasando con sus críticas en El Quisquilloso, y por eso se llevaron a Luna del tren cuando volvía a casa para pasar las vacaciones de Navidad.
—Luna está bien, Neville. Nosotros la hemos visto...
—Sí, ya lo sé. Consiguió enviarme un mensaje.
Neville sacó una moneda de oro del bolsillo y Harry la reconoció: era uno de los galeones falsos que los miembros del Ejército de Dumbledore utilizaban para enviarse mensajes.
—Nos han ido muy bien —dijo Neville mirando sonriente a Ginny—. Los Carrow nunca descubrieron cómo lográbamos comunicarnos, y eso los ponía furiosos. Nos escapábamos por la noche y hacíamos pintadas en las paredes: «El Ejército de Dumbledore sigue reclutando gente», y cosas así. Snape estaba histérico.
—¿Se escapaban? —preguntó Harry, reparando en que Neville hablaba en pasado.
—Bueno, a medida que pasaba el tiempo cada vez era más difícil. Por Navidad perdimos a Luna, y nosotros dos éramos los líderes, por decirlo así. Los Carrow debían de saber que yo estaba detrás de toda la movida, así que empezaron a castigarme más en serio, y entonces pillaron a Michael Corner liberando a un alumno de primer año al que habían encadenado, y se ensañaron con él. Ese hecho asustó mucho a la gente.
—No me extraña —masculló Ron. El pasadizo ascendía un poco.
—Sí, y yo no tenía derecho a pedirle a la gente que pasara por lo que había pasado Michael, así que dejamos de emplear ese tipo de maniobras.—luego miró bien a la Weasley, extrañado, —Aún no sé como la gente pensaba que tú también estabas detrás de la movida.
—¿Que yo qué?—preguntó la chica.
—Sí, decían que te habían visto un par de veces.—rió caminando, —Que los habías ayudado a escapar de sus castigos...debió ser tu relicario Dumbledore.
Ginny paró, —¿Cuánta gente sabe lo del relicario protector?
Si mucha gente lo sabía, ahora ella correría mucho peligro.
—Nadie.—dijo Neville, —Solo Luna y yo, Aberforth nos contó que lo tenías puesto...lo supo porque tiene una especie de conexión con él.
—¿Por eso sentía punzadas?—se extrañó, recordaba haber sentido una que otra punzada leve en el viaje, que nunca comentó.
—Sí. Al parecer ayudabas a los alumnos de forma involuntaria....bueno, como decía, seguimos luchando, trabajando en la clandestinidad, hasta hace un par de semanas. Supongo que entonces decidieron que sólo había una forma de pararme los pies, y fueron por mi abuela.
—¡¿Quéeee?!—exclamaron Harry, Ron, Ginny y Hermione al unísono.
—Sí, así es —dijo Neville jadeando un poco, porque la pendiente del pasadizo era cada vez más pronunciada—. No cuesta mucho imaginarse cómo piensa esa gente. Lo de secuestrar niños para obligar a sus parientes a comportarse les había dado muy buen resultado, y supongo que sólo era cuestión de tiempo que se dedicaran a hacerlo al revés. El caso es —añadió volviéndose hacia sus amigos (a Ginny le sorprendió ver que sonreía)— que con mi abuela les salió el tiro por la culata. Como la vieja vive sola, creyeron que no necesitaban enviar a nadie particularmente hábil. Pues bien — rió muy satisfecho—, Dawlish todavía está en San Mungo, y mi abuela logró huir. Me escribió una carta —añadió dándose unas palmadas en el bolsillo del pecho de la túnica— diciendo que estaba orgullosa de mí, que soy el digno hijo de mis padres, y me animó a seguir luchando.
—¡Qué cool! —comentó Ron.
—Sí, mucho —dijo Neville, la mar de contento—. Lo único malo es que cuando comprendieron que no conseguían controlarme decidieron que Hogwarts podía pasar sin mí. No sé si planeaban matarme o enviarme a Azkaban, pero, sea como fuere, me di cuenta de que había llegado el momento de desaparecer.
—Pero...—cuestionó Ginny, confundida— ¿no vamos... no estamos volviendo a Hogwarts?
—Sí, claro. Ya verás. Casi hemos llegado.
Doblaron una esquina y llegaron al final del pasadizo. Otros escalones conducían hasta una puerta igual que la que había oculta detrás del retrato de Ariana. Neville la abrió y entró. Harry lo siguió y oyó cómo el chico le anunciaba a alguien:
—¡Miren quienes han venido! ¿No se los decía yo?
—No más comida de ave, espero.—se escuchó la voz de Seamus, —A las justas la digerimos.
Una vez los cuatro estuvieron en la habitación, se oyeron gritos y exclamaciones:
—¡¡Harry!!
—¡Es Potter! ¡¡Es él!!
—¡Ron!
—¡Ginny!
—¡Hermione!
Ginny percibió una confusa imagen en la que se mezclaban tapices de colores, lámparas y caras. Un instante más tarde, los cuatro amigos se vieron sepultados por cerca de una veintena de personas que los abrazaban y les daban palmadas en la espalda, les alborotaban el pelo y les estrechaban la mano. Era como si acabaran de ganar una final de quidditch.
Ginny sonreía, algunos le agradecían por salvarlos, y solo les respondía que no era nada, aunque no se acordaba ni supiera de aquella salvación. Las chicas la abrazaban como si de una hermana se tratase, los chicos la alzaban dándole vueltas, o la abrazaban con fuerza. Las preguntas sobre los ojos de la chica aparecieron, pero les dijo que había sido un hechizo, y que ya pasaría.
—¡Bueno, bueno! ¡Cálmense! —gritó Neville, y el grupo se retiró.
Ginny vio por fin dónde se encontraba. Sin embargo, no reconoció la enorme estancia, que parecía el interior de una lujosa cabaña en lo alto de un árbol, o quizá un gigantesco camarote de barco. Había hamacas multicolores colgadas del techo y de un balcón que discurría por las paredes, forradas de madera oscura, sin ventanas y cubiertas de llamativos tapices. Éstos tenían distintos colores de fondo, como el escarlata, con el león dorado de Gryffindor estampado; el amarillo, con el tejón negro de Hufflepuff; y el azul, en el que destacaba el águila broncínea de Ravenclaw. Los colores verde y plateado de Slytherin eran los únicos que faltaban. Asimismo había estanterías repletas de libros, varias escobas apoyadas contra las paredes, y en un rincón una gran radio de caja de madera.
—¿Dónde estamos?—habló Harry.
—En la Sala de los Menesteres, ¿dónde si no? —contestó Neville—. Supera las expectativas, ¿verdad? Verás, los Carrow me perseguían, y yo sabía que sólo había una guarida posible, así que conseguí colarme por la puerta ¡y esto fue lo que encontré! Bueno, cuando llegué no estaba exactamente así; era mucho más pequeña, sólo había una hamaca y unos tapices de Gryffindor. Pero a medida que han ido llegando miembros del Ejército de Dumbledore se ha agrandado más y más.
—¿Y los Carrow no pueden entrar? —preguntó Ginny mirando alrededor en busca de la puerta.
—No, qué va —respondió Seamus Finnigan, a quien Ginny no reconoció hasta que lo oyó hablar, porque el muchacho tenía la cara hinchada y cubierta de cardenales —. Es una guarida perfecta: mientras uno de nosotros se quede aquí dentro, ellos no pueden entrar, porque la puerta no se abre. Y todo gracias a Neville; él sí entiende cómo funciona esta sala. Mira, tienes que pedirle exactamente lo que necesitas, por ejemplo: «No quiero que entre nadie que apoye a los Carrow», y entonces lo cumple. Tan sólo debes asegurarte de no dejar ninguna laguna. ¡Neville es un genio!
—La verdad es que es muy sencillo —dijo Neville con modestia—. Resultó que llevaba aquí un día y medio y tenía un hambre voraz, así que pensé que me encantaría comer algo y al punto se abrió el pasadizo que conduce hasta Cabeza de Puerco. Lo recorrí y me encontré con Aberforth. Él nos ha suministrado comida, porque, por algún motivo, eso es lo único que la Sala de los Menesteres no es capaz de proporcionar.
—Ya, claro. La comida es una de las cinco excepciones de la Ley de Gamp sobre Transformaciones Elementales —dijo Ron para asombro de todos los presentes.
—Llevamos casi dos semanas escondidos aquí —continuó Seamus—, y siguen apareciendo más hamacas cada vez que las necesitamos. Y cuando empezaron a llegar chicas, la sala creó un cuarto de baño que no está nada mal...
—Es que pensamos que nos gustaría lavarnos un poco, ¿sabes? —aportó Lavender Brown. La chica volvió a recorrer la estancia con la mirada y reconoció muchas caras: las gemelas Patil, Terry Boot, Ernie Macmillan, Anthony Goldstein, Michael Corner.
—Pero cuéntenos qué han estado haciendo —dijo Ernie—. Hemos oído muchos rumores e intentado seguirles el rastro escuchando «Pottervigilancia». —Señaló la radio y agregó—: ¿Es verdad que lograron entrar en Gringotts?
—¡Sí, es verdad! —dijo Neville—. ¡Y lo del dragón también es cierto!
Hubo una salva de aplausos y algunos gritos; Ron agradeció las felicitaciones con una reverencia.
—¿En qué andaban metidos? —preguntó Seamus, impaciente.
Antes de que los chicos pudieran eludir esa pregunta formulando alguna otra, Harry notó una terrible punzada en la cicatriz. Se giró rápidamente para darles la espalda a todos aquellos rostros llenos de curiosidad y alegría.
Haciendo un tremendo esfuerzo, Harry salió de la mente de Voldemort y volvió a la Sala de los Menesteres, tambaleándose un poco y con la cara cubierta de sudor. Ron lo sujetó.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Neville—. ¿Quieres sentarte? Debes de estar cansado, ¿no?
—No, no, gracias —dijo Harry, y miró a Ron, Ginny y Hermione para transmitirles que Voldemort acababa de descubrir la desaparición de otro Horrocrux. Se les agotaba el tiempo, porque si el Señor Tenebroso decidía ir a Hogwarts a continuación, perderían su oportunidad—. Tenemos que espabilarnos —dijo, y por la expresión de sus tres amigos supo que lo habían entendido.
—¿Qué vamos a hacer, Harry? —preguntó Seamus—. ¿Qué plan tienes?
—Ah, sí, un plan —repitió Harry, empleando toda su fuerza de voluntad para no volver a sucumbir a la ira de Voldemort, con la cicatriz aún doliéndole—. Verás, Ron, Ginny, Hermione y yo tenemos que hacer una cosa, y luego saldremos de aquí.
Las risas y gritos de alegría se interrumpieron. Neville pareció desconcertado.
—¿Qué quieres decir con «saldremos de aquí»?
—No hemos venido para quedarnos, Neville —dijo Harry frotándose la dolorida frente—. Tenemos que hacer una cosa muy importante...
—¿De qué se trata?
—No puedo... decírselo.
Una oleada de refunfuños se propagó entre los presentes. Neville arrugó la frente. —¿Por qué no puedes? ¿Porque tiene relación con combatir a Quien-tú-sabes?
—Pues sí...
—Entonces te ayudaremos.
Todos los miembros del Ejército de Dumbledore asintieron con la cabeza, algunos con entusiasmo, otros con solemnidad. Dos muchachos se levantaron de los asientos para demostrar que estaban dispuestos a entrar en acción de inmediato.
—Perdona, pero no lo entienden. —Harry tenía la impresión de haber dicho eso muchas veces en las últimas horas—. No podemos... contárselos. Tenemos que hacerlo... solos.
—¿Por qué? —preguntó Neville.
—Porque... —Harry estaba tan ansioso por buscar el Horrocrux restante, o al menos poder hablar en privado con Ron, Ginny y Hermione para decidir por dónde comenzar, que le costaba pensar. Y la cicatriz seguía ardiéndole—. Dumbledore nos encomendó una misión —anunció escogiendo con cuidado las palabras—, y no quería que se la dijéramos a nadie... Bueno, quería que lo hiciéramos nosotros cuatro solos.
—Nosotros somos su ejército —repuso Neville—: el Ejército de Dumbledore. Íbamos todos en el mismo barco y lo hemos mantenido a flote mientras ustedes cuatro estaban por ahí...
—No hemos estado precisamente de merienda campestre, tío —dijo Ron.
—Yo no digo eso, pero no entiendo por qué no confían en nosotros. Todos los presentes han estado combatiendo, y si se han refugiado aquí es porque los Carrow los perseguían; todos han demostrado que son leales a Dumbledore y a ti, Harry.
—Mira... —murmuró Harry sin pensar lo que iba a decir; pero daba lo mismo porque en ese instante la puerta del túnel se abrió detrás de él.
—¡Hemos recibido tu mensaje, Neville! ¡Hola, chicos! ¡Ya me imaginé que los encontraría aquí!—Eran Luna y Dean.
Seamus dio un grito de júbilo y corrió a abrazar a su mejor amigo.
—¡Hola a todos! —saludó Luna con júbilo—. ¡Qué contenta estoy de haber vuelto!
—¡Luna! —exclamó Harry, confuso—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has...?
—Yo la he llamado —dijo Neville mostrándole el galeón falso—. Le prometí a ella que si volvías les avisaría. Todos creíamos que si regresabas sería para hacer la revolución. Suponíamos que íbamos a derrocar a Snape y los Carrow.
—Pues claro que eso es lo que vamos a hacer —repuso Luna alegremente—, ¿verdad, Harry? Los vamos a echar de Hogwarts, ¿no?
—Escuchen—dijo Harry, cada vez más asustado—. Lo siento, pero no hemos vuelto para eso. Tenemos que hacer algo, y luego...
—¿Nos vas a dejar tirados? —preguntó Michael Corner.
—¡No! —saltó Ginny—. Lo que vamos a hacer los acabará beneficiando a todos, al fin y al cabo es para librarnos de Voldemort...
—¡Entonces déjennos ayudar! —insistió Neville, ceñudo—. ¡Queremos participar!
Ginny oyó otro ruido a sus espaldas y se dio la vuelta. Sintió como si dejara de latirle el corazón: Fred estaba entrando por el hueco de la pared, y la seguían George y Lee Jordan. Sus hermanos gemelos la miraron y compusieron una sonrisa radiante.
La chica fue directamente a correr, y tirarse a los brazos de sus hermanos, feliz de verlos, quería llorar. Sus hermanos la recibieron, se quedaron así unos segundos, y luego la dejaron, pero seguían a su espalda.
—Aberforth está un poco mosqueado —dijo Fred alzando una mano para responder a los saludos de los chicos—. Quería echar una cabezadita, pero su bar se ha convertido en una estación de ferrocarril.
Detrás de Lee Jordan apareció la ex ex novia de Harry, Cho Chang. Ella le sonrió, y Ginny enarcó una ceja, pero luego vio que Harry solo la miraba a ella, después de darle una sonrisa de boca cerrada a la asiática, incómodo.
—Recibí el mensaje —dijo Cho mostrándole el galeón falso, y fue a sentarse junto a Michael Corner.
—Bueno, ¿qué plan tienes, Harry? —preguntó George.
—No tengo ningún plan —contestó el muchacho, desorientado por la repentina aparición de todos sus compañeros e incapaz de asimilar la situación mientras la cicatriz siguiera doliéndole tanto.
Ginny se dio cuenta, y fue hasta él, abrazándolo y sobando con delicadeza la cicatriz, Harry juntó sus frentes luego de eso. La mayoría cuchicheaba sobre ellos, algunas chicas y chicos aún celosos, algunos con ternura.
—Ah, entonces improvisaremos, ¿no? ¡Me encanta! —dijo Fred, mientras la pareja hacía la acción.
—¡Tienes que hacer algo para detener esto! —le dijo Harry a Neville—. ¿Por qué les has pedido a todos que volvieran? ¡Es una locura!
—Vamos a luchar, ¿no? —dijo Dean sacando también su galeón falso—. El mensaje decía que Harry había vuelto y que íbamos a pelear. Pero tendré que conseguir una varita mágica...
—¿No tienes varita? —preguntó Seamus.
De pronto, el cuarteto hizo su propio círculo, Ron se volvió hacia Harry y le dijo:
—¿Qué hay de malo en que nos ayuden?
—¿Cómo dices?
—Mira, son capaces de hacerlo. —Ron bajó la voz y, sin que lo oyera nadie más
excepto Ginny, y Hermione, que estaban entre ambos, susurró—: No sabemos dónde está y disponemos de poco tiempo para encontrarlo. Además, no tenemos por qué revelarles que es un Horrocrux.
Harry se quedó mirándolo y luego consultó con la mirada a las chicas, Hermione murmuró:
—Creo que Ron tiene razón. Ni siquiera sabemos qué estamos buscando. Los necesitamos. —Y al ver que Harry no parecía convencido, añadió—: No tienes por qué hacerlo todo tú solo.
El chico intentó pensar lo más rápidamente posible, aunque todavía le dolía la cicatriz y la cabeza volvía a amenazar con estallarle. Dumbledore le había advertido que no hablara de los Horrocruxes con nadie, salvo Ron, Ginny y Hermione. «Nosotros crecimos rodeados de secretos y mentiras, y Albus... tenía un talento innato para eso...» ¿Estaba haciendo él lo mismo que Dumbledore, es decir, guardarse sus secretos, sin atreverse a confiar en nadie? Pero Dumbledore había confiado en Snape, ¿y qué había conseguido con eso? Que lo asesinaran en la cima de la torre más alta...
—De acuerdo —les dijo en voz baja—. Está bien, escuchen... —se dirigió a los demás, que dejaron de armar jaleo.
Fred y George, que estaban contando chistes a los que tenían más cerca, guardaron silencio, y todos miraron a Harry, emocionados y expectantes.
—Estamos buscando una cosa, una cosa que nos ayudará a derrocar a Quien- ustedes-saben. Está aquí, en Hogwarts.
—Bien, ¿y qué es?—preguntó Neville, ansioso.
—No sabemos.
Dean habló, —¿Dónde está?
—Tampoco sabemos...sé que eso no ayuda mucho.
—No ayuda en nada.—dijo Seamus.
—Es posible que perteneciera a Ravenclaw. ¿Alguien ha oído hablar de un objeto que perteneciera a la fundadora de la casa, o ha visto alguna vez un objeto con el águila dibujada, por ejemplo?
Miró esperanzado al grupito de miembros de Ravenclaw —Padma, Michael, Terry y Cho—, pero fue Luna la que contestó.
—Bueno, está la diadema perdida. Ya te hablé de ella, ¿lo recuerdas, Harry? La diadema perdida de Ravenclaw. Mi padre está intentando hacer una copia.
—Sí, pero la diadema perdida —intervino Michael Corner poniendo los ojos en blanco— se perdió, Luna. Ése es el quid de la cuestión.
—¿Cuándo se perdió? —preguntó Harry.
—Dicen que hace siglos —respondió Cho, y a Harry le dio un vuelco el corazón al escuchar eso, que no daba buenas noticias —. El profesor Flitwick dice que la diadema se esfumó cuando desapareció la propia Rowena. Mucha gente la ha buscado —añadió mirando a sus compañeros de Ravenclaw—, pero nadie ha encontrado nunca ni rastro de ella, ¿no?
Todos negaron con la cabeza.
—Perdón, pero ¿qué es una diadema? —preguntó Ron.
—Es una especie de corona —contestó Terry Boot—. Dicen que la de Ravenclaw tenía poderes mágicos, como el de aumentar la sabiduría de quien la llevara puesta.
—¿Y nadie ha visto nunca algo parecido?—dijo el azabache.
Todos volvieron a negar con la cabeza. Harry miró a Ron, Ginny y Hermione y vio su propia decepción reflejada en sus rostros. Un objeto perdido hacía tanto tiempo (a simple vista, sin dejar rastro) no parecía un buen candidato a ser el Horrocrux escondido en el castillo... Antes de que formulara otra pregunta notó de nuevo una tremenda punzada en la cicatriz. Por un instante, la Sala de los Menesteres se desdibujó y el muchacho vio cómo sus pies se separaban del oscuro suelo de tierra, y sintió el peso de la gran serpiente sobre los hombros. Voldemort volvía a volar, aunque Harry no sabía si iba hacia el lago subterráneo o al castillo de Hogwarts; pero, fuera a donde fuese, a Harry le quedaba muy poco tiempo.
—¿Pasó algo?—preguntó Ginny al ver como su hermano Fred se volteaba.
—Snape lo sabe.—dijo él, sin gracia, —Sabe que Harry estuvo en Hogsmade.
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