-Esᴄᴀᴘᴀɴᴅᴏ
Fueron momentos muy confusos, de una extraña lentitud. Ginny fue apretujada con la gente por su madre queriendo tenerla a la vista. Harry se levantó y sacó su varita mágica. Hermione miró a todos lados alerta. Muchos magos y brujas se iban percatando de que había pasado algo raro; algunos todavía no habían apartado la vista de donde poco antes se había esfumado el felino plateado. El silencio se propagaba en fríos círculos concéntricos desde el punto en que se había posado el patronus. Entonces alguien gritó y cundió el pánico. Harry, Ginny y Hermione se lanzaron hacia la atemorizada multitud. Los invitados corrían en todas direcciones y muchos se desaparecían. Los sortilegios protectores que defendían La Madriguera se habían roto.
—¡Ron!—chilló Hermione—. ¿Dónde estás, Ron?
Se abrieron paso a empujones por la pista de baile, y Harry vio que entre el gentío aparecían figuras con capa y máscara; entonces distinguió a Lupin y Tonks blandiendo sus varitas, y los oyó gritar: «¡Protego!», un grito que resonó por todas partes.
—¡Ron! ¡Ron! —vociferaba Hermione, casi sollozando, mientras los aterrados invitados los zarandeaban.
Harry cogió de la mano a Hermione para impedir que los separaran, y en ese instante un rayo de luz pasó zumbando por encima de sus cabezas; él no supo si se trataba de un encantamiento protector o de algo más siniestro...
De pronto apareció Ron. Cogió por el otro brazo a Hermione y Harry notó la desaparición de Ginny. La chica se había separado del grupo al ver como querían atacar a la gente, y se dispuso a protegerlos y dar batalla. Harry la vio, y no pudo aguantar el querer ir con ella.
—¡Ginny!—gritó corriendo, interceptado por Lupin.
—¡Huye! ¡Ahora!—vociferó el hombre lobo apartándolo de el.
—¡No sin ella!—le dijo en la cara, —¡Ginny!
La chica escuchó el llamado, se giró y rápidamente agarró la mano del azabache, el chico agarró la otra mano de Hermione, que los apuraba, de pronto, vieron como la castaña giraba sobre sí misma; no se veía ni se oía nada: alrededor todo estaba oscuro, lo único que notaban era la mano de los demás, que apretaban las suyas, mientras los cuatro surcaban el espacio y el tiempo alejándose de La Madriguera, de los mortífagos que se cernían sobre ellos y quizá del propio Voldemort.
Aparecieron frente a algo parecido al autobús noctambulo, pero de distinto color, antes de que los atropellaran, se pegaron a lo que parecía ser una valla.
—¿Dónde estamos? —se oyó la voz de Ron. Todos respiraban rápidamente.
—En Tottenham Court Road —resolló Hermione.
Ginny habló luego de salir de un trance, —Sigan caminando. Hemos de encontrar un sitio donde podáis cambiaros.
De modo que, bajo un cielo estrellado, echaron a andar —y a ratos corrieron— por una calle ancha y oscura, repleta de trasnochadores; las tiendas en ambas aceras estaban cerradas. Un autobús de dos pisos pasó rugiendo y un grupo de gente que salía de un pub miró a los cuatro jóvenes con extrañeza, porque Harry y Ron todavía llevaban las túnicas de gala.
—No tenemos nada que ponernos, chicas.—dijo Ron cuando una chica se echó a reír al fijarse en su atuendo.
—¡Qué descuido no haber traído la capa invisible! —se lamentó Harry—. El año pasado la llevaba siempre conmigo, y...
—Tranquilo, tengo tu capa. Y también he traído ropa para los dos —dijo Ginny
—Procuren disimular hasta que...Sí, ahí mismo.—Hermione avanzó
Los guió por una calle secundaria hasta un oscuro callejón.
—Dicen que tienen la capa y ropa, pero...—musitó Harry mirando ceñudo a Ginny, que sólo llevaba el bolsito bordado con cuentas, en el que se había puesto a rebuscar.
—Sí, sí, aquí están —afirmó la castaña-rojiza y, para gran asombro de ambos chicos, sacó del bolsito unos vaqueros, una camiseta, unos calcetines granates y, por último, la capa invisible.
—Pero ¿cómo diantre...?
—Encantamiento de extensión indetectable.—recitó Hermione—. Dificilillo, hasta para Ginny, pero creo que lo ha hecho bin. Bueno, el caso es que conseguimos meter aquí dentro todo lo que necesitábamos.
Y le dio una pequeña sacudida al bolsito, de aspecto frágil; varios objetos pesados rodaron en su interior y se oyó un eco, como el que habría resonado en la bodega de un carguero
—Ay, fueron los libros —musitó mirando a la nada—, y los había ordenado todos por temas. Bueno...Harry, será mejor que cojas la capa invisible. Ron, date prisa y cámbiate.
—¿Cuándo han hecho todo esto?—preguntó Harry mientras Ron se quitaba la túnica.
—Ya se los dije, en La Madriguera. Hacía días que teníamos preparado lo imprescindible, por si había que salir huyendo. Esta mañana, después de que cambiara a Ginny, cogí tu mochila, Harry, y la metí aquí. Teníamos el presentimiento...
—Son increíbles, de verdad —se admiró Ron. Dobló su túnica y se la dio.
—Gracias —contestó ella y, esbozando una sonrisa, metió la túnica en el bolso—. ¡Por favor, Harry, ponte la capa!
Él se echó la capa invisible sobre los hombros, se tapó la cabeza y desapareció al instante. Apenas empezaba a entender qué había pasado.
—Pero los demás...toda la gente que estaba en la boda...
—Ahora no podemos preocuparnos por ellos, ni siquiera por mi niña —susurró Ginny refiriéndose a la dragona—. Es a ti a quien buscan, Harry, y si volvemos, lo único que conseguiremos será exponerlos aún más al peligro.
—Tiene razón —coincidió Ron, sabiendo que su amigo intentaría discutir, aunque no le veía la cara —. Casi toda la Orden estaba allí; ellos se encargarán de protegerlos.
Harry asintió con la cabeza, aunque al reparar en que sus amigos no lo veían, dijo: —Está bien, de acuerdo
—¡Vamos! Debemos ponernos en marcha.—instó Hermione. Volvieron por la calle secundaria hasta la principal, donde varios hombres cantaban y zigzagueaban por la acera de enfrente.
—Oye, sólo por curiosidad: ¿por qué hemos venido a Tottenham Court Road? —preguntó Ron a Hermione.
—Ni idea. Me vino a la cabeza, sin más, pero creí que estaríamos más seguros en el mundo de los muggles, porque aquí no se les ocurrirá buscarnos.
—Es verdad —admitió Ron mirando alrededor—, pero ¿no te sientes un poco...expuesta?
—¿Adónde quieres que vayamos, pues? —replicó Hermione—. No alquilaremos una habitación en el Caldero Chorreante, ¿verdad?, ni nos instalaremos en Grimmauld Place, porque Snape tiene acceso a la casa. Supongo que podríamos ir a casa de mis padres, aunque cabe la posibilidad de que nos busquen ahí...¡Ay! ¿Por qué no se callarán?
Se encontraron pasando por un grupo de hombres, todos borrachos, con botellas de cerveza y de ron vacías, y algunas rotas por el suelo.
—¿Todo bien, preciosa? —vociferó el más ebrio de los individuos hacia la castaña-rojiza—. ¿Te apetece un trago? Deja al pelinegro ése y ven a tomarte una pinta con nosotros.
La chica lo escaneó de arriba a abajo, Hermione agarró a ambos hombres que parecían molestarse cada vez más.
—De hecho, sí, ¿Me das uno?—pidió poniendo una mano atrás para calmar a sus amigos.
Los chicos ebrios rieron y se miraron entre sí, uno le dio un vaso a la chica, ella lo agarró y lo observó delicadamente. Antes de hablar, le tiró encima el interior del vaso.
—Aléjate de mi.—lo miró y luego se giró.
—Vayamos a algún local.—urgió Hermione al ver que Ron iba a contestar a los borrachos—. Mira, ahí mismo.
Era una pequeña y cochambrosa cafetería que permanecía abierta por la noche. Una fina capa de grasa cubría todas las mesas de tablero de formica, pero al menos el local estaba vacío. Harry se sentó a una mesa y Ron se sentó con Hermione, que se sentía incómoda al estar de espaldas a la entrada, de manera que giraba la cabeza con tanta frecuencia que parecía aquejada de un tic nervioso.A Harry no le hacía ninguna gracia quedarse sentado, pues mientras andaban al menos mantenía la ilusión de tener un objetivo. Bajo la capa notó que los últimos vestigios de la poción multijugos dejaban deactuar y que sus manos recuperaban el tamaño y la forma habituales. Así que sacó las gafas del bolsillo yse las puso.
Pasados uno o dos minutos, Ron dijo:
—Pues el Caldero Chorreante no queda muy lejos. Está en Charing Cross.
—¡No podemos ir, Ron! —saltó Hermione.
—No propongo que nos quedemos allí, sólo que vayamos para enterarnos de qué está pasando.
—¡Ya sabemos qué está pasando! Voldemort se ha apoderado del ministerio, ¿qué más necesitamosque nos digan?
—¡Vale, vale! Sólo era una idea.Volvieron a sumirse en un incómodo silencio. La camarera, que mascaba chicle sin parar, se acercó ala mesa.
—¿Café?
—Un capuchino por favor.—pidió la castaña.
—Un latte, por favor.—pidió la castaña-rojiza.
—¿Tú?—apuntó a Ron.
Él dudó bastante, —Am, lo que pidió ella.—apuntó a Hermione, y la camarera se volteó a Harry, que ya se había sacado la capa.
—Eh, lo mismo que ella.—apuntó a Ginny.
La camarera se fue tarareando una canción que oía en sus audífonos.
—Propongo que busquemos un sitio tranquilo donde desaparecernos y nos vayamos al campo. Entonces podremos enviarle un mensaje a la Orden.
—Pero ¿tú sabes hacer eso del patronus que habla? —preguntó Ron.
—He estado practicando y creo que sí —respondió Ginny.
—Bueno, mientras eso no les cause problemas...Aunque quizá ya los hayan detenido. Vaya, esto es asqueroso —masculló Ron tras beber un sorbo de aquel café espumoso y grisáceo.
La camarera, que lo oyó, le lanzó una mirada de reprobación y fue a atender la otra mesa, pero el obrero más corpulento —rubio y muy musculoso— le hizo un ademán para que se marchara. La camarera se quedó mirándolo fijamente, ofendida.
—¿Por qué no nos vamos? No quiero beberme esta porquería.—dijo Ron—. ¿Tienes dinero muggle para pagar, Hermione?
—Sí, cogí todos mis ahorros antes de ir a La Madriguera. Supongo que las monedas estarán en el fondo. —Y metió una mano en su bolsito de cuentas.
Entonces, los dos obreros hicieron el mismo movimiento a la vez, y Harry los imitó sin darse cuenta.Un instante después, los tres enarbolaban sus varitas mágicas. Ron, que tardó unos segundos en comprender qué estaba ocurriendo, se lanzó por encima de la mesa y, de un empujón, tumbó a Hermione en el banco donde se sentaba. Ginny hizo lo mismo sola. La potencia de los hechizos de los mortífagos destrozó la pared alicatada en el mismo punto en que un momento antes se hallaba la cabeza de Ron, y Harry, chilló:
—¡Desmaius!
Un gran chorro de luz roja golpeó en la cara al mortífago rubio, que se desplomó inconsciente. Su compañero, sin saber quién lanzaba el hechizo, disparó contra Ron: unas relucientes cuerdas negras salieron de la punta de su varita y maniataron al chico de pies a cabeza. Entonces Harry le lanzó el mismo hechizo aturdidor a aquel mortífago de cara deforme,pero no apuntó bien y el hechizo rebotó en la ventana.
—¡Expulso! —bramó el mortífago, y la mesa que había detrás de Harry saltó por los aires. La onda expansiva lanzó al chico contra la pared, y notó cómo la varita se le iba de la mano.
—¡Petrificus totalus! —gritó Hermione, escondida en un rincón, y el mortífago cayó hacia delante como una estatua derribada, dando un fuerte golpe sobre el revoltijo de porcelana rota, madera y café.Ella salió arrastrándose de debajo del banco, sacudiéndose trocitos de un cenicero de cristal del pelo y temblando de pies a cabeza
—¡Diffindo!—conjuró Ginny con adrenalina.
La camarera salió de la cocina y vio todo el desastre y a hombres paralizados, miró a la castaña-rojiza con confusión y temor.
—Vete.—le dijo ella, —Que te vayas, sal de aquí.
Y la chica volvió a la cocina, a salir de ese lugar.
Las cuerdas, una vez cortadas, se desprendieron. Ron se levantó y agitó los brazos para recobrar la sensibilidad, usó el desiluminador, Harry recogió su varita y se abrió paso entre aquel estropicio hasta donde yacía el mortífago rubio y corpulento, tendido sobre el suelo.
—Debí haberlo reconocido; estaba en el castillo la noche en que murió Dumbledore —comentó, y acto seguido le dio la vuelta al otro con el pie; el mortífago miró con nerviosismo a los tres.
—Éste es Dolohov —dijo Ron—. Vi su fotografía en unos antiguos carteles de busca y captura que difundió el ministerio. Creo que el otro es Thorfinn Rowle.
—¡Qué más da cómo se llamen! —chilló Hermione—. Lo que importa es cómo nos han encontrado y qué vamos a hacer ahora.
En la calle, oyeron a los hombres que poco antes se habían metido con Ginny, ahora molestando a otra chica.
—¿Qué hacemos con ellos? —le susurró Ron en la oscuridad y, bajando más la voz, agregó—:¿Matarlos? Ellos nos matarían si pudieran; casi lo consiguen.
Estremeciéndose, Hermione dio un paso atrás y Harry negó con la cabeza.
—Les borraremos la memoria —decidió—. Eso es lo mejor; así nos perderán el rastro. Si los matamos, quedará claro que hemos estado aquí.
—Tú mandas —aceptó Ron con alivio—. Pero yo nunca he hecho un encantamiento desmemorizante. Ginny, tú eres la mejor en hechizos.
La chica inspiró hondo para tranquilizarse, apuntó a la frente de Dolohov con la varita y dijo—: ¡Obliviate!
En el acto, Dolohov se quedó como atontado, sin poder enfocar la mirada.
—¡Fantástico! —exclamó Harry, y palmeó en la espalda a su amiga—. Ocúpate del otro mientras Ron y yo recogemos un poco todo esto.
—¿Recoger, dices? —se extrañó Ron mirando alrededor. La cafetería había quedado parcialmente destrozada—. ¿Por qué?
—¿No crees que si al despertar se encuentran en un local donde parece haber caído una bomba se preguntarán qué ha pasado?
—Ya. Sí, claro. —Tuvo dificultades para sacar la varita del bolsillo—. No me extraña que me cueste tanto, Hermione. Metiste mis vaqueros viejos en el bolso. ¡Me aprietan mucho!
—Vaya, lo siento —se disculpó ella, Harry la oyó murmurar una sugerencia de dónde podía meterse Ron la varita.
Una vez que la cafetería hubo recuperado su aspecto habitual, los tres amigos pusieron a los mortífagos en la mesa donde se habían sentado al entrar, uno frente al otro.
—¿Cómo nos habrán encontrado? —preguntó Hermione contemplando a los dos individuos inconscientes—. ¿Quién les dijo que estábamos aquí? —Y mirando a Harry, añadió—: No será que todavía llevas el Detector, ¿verdad?
—No, no puede ser —intervino Ron—. El Detector se desactiva cuando cumples diecisiete años. Lo prescribe la ley mágica: no se lo pueden poner a un adulto.
—No que tú sepas —replicó Hermione—. ¿Y si los mortífagos han encontrado la manera de ponérselo a alguien aunque sea mayor de edad?
—Pero Harry no se ha acercado a ningún mortífago en las últimas veinticuatro horas. ¿Quién podría haberle reactivado el Detector?
Hermione no contestó. Harry se sentía contaminado, mancillado...¿Y si en efecto los mortífagos los habían encontrado mediante esa argucia?
—Si yo no puedo emplear la magia, y ustedes tampoco si están cerca de mí, sin que delatemos nuestra posición...—musitó.
—¡No vamos a separarnos! —le espetó Ginny.
—Necesitamos un sitio seguro donde escondernos —dijo Ron—. Déjanos pensar.
—Grimmauld Place —propuso Harry.Los otros tres lo miraron boquiabiertos.
—¡No seas tonto, Harry! ¡Snape puede entrar ahí!
—El padre de Ron dijo que han hecho embrujos contra Snape. Y aunque haya logrado burlarlos —insistió, vista la vehemencia con que Ginny había rechazado su propuesta—, ¿qué importa? ¡Les juro que me encantaría encontrármelo!
—Pero...—dijo esta vez la castaña.
—¿De qué otro sitio disponemos, Hermione? Es nuestra mejor alternativa. Snape sólo es un mortífago, pero si todavía llevo el Detector, montones de esos indeseables nos perseguirán allá donde vayamos.
Hermione no pudo rebatir tales argumentos, aunque le habría gustado hacerlo. Mientras ella descorría el cerrojo de la puerta de la cafetería, Ron accionó el desiluminador para volver a iluminar el local.Entonces Harry contó hasta tres y anularon los hechizos que les habían hecho a sus víctimas, y antes deque los mortífagos se recuperaran de su sopor, los cuatro jóvenes se sumieron de nuevo en una opresiva oscuridad. Pasados unos segundos, los pulmones de Ginny se expandieron por fin. La chica abrió los ojos y vio que se hallaban de pie en medio de una placita bastante fea que le resultaba familiar. Rodeados de casas altas y descuidadas, distinguieron el número 12, porque Dumbledore —el Guardián de los Secretos— les había revelado su existencia; corrieron hacia allí comprobando cada poco que nadie los perseguía ni observaba. Subieron a toda prisa los escalones de piedra y Harry golpeó la puerta una sola vez con la varita. Enseguida oyeron una serie de sonidos metálicos y el ruido de una cadena. Entonces la puerta se abrió de par en par con un chirrido, y los cuatro amigos traspusieron el umbral.
Cuando Harry cerró la puerta tras ellos, las anticuadas lámparas de gas se iluminaron, arrojando una luz parpadeante en todo el largo vestíbulo. La casa continuaba tan tétrica como Ginny la recordaba; había telarañas por todas partes y las cabezas de los elfos domésticos, colgadas en la pared, proyectaban extrañas sombras en la escalera. Unas largas y oscuras cortinas tapaban el retrato de la madre de Sirius, y lo único que no se mantenía en su sitio era el paragüero, con forma de pierna de trol, que estaba tumbado como si Tonks acabara de derribarlo otra vez.
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