-Bᴜᴇɴᴏs ᴅɪᴀs

Fuera, en el jardín, los cuatro objetos que Scrimgeour había llevado a los chicos pasaron de mano en mano alrededor de la mesa. Todos prorrumpieron en exclamaciones de admiración ante el desiluminador, el relicario, y los Cuentos de Beedle el Bardo, y lamentaron que Scrimgeour se hubiera negado a entregarle la espada a Harry; sin embargo, nadie se explicaba por qué Dumbledore le había legado a Harry una vieja snitch. Mientras el señor Weasley examinaba el desiluminador por tercera o cuarta vez, su esposa dijo:

—Harry, cielo, están todos muertos de hambre, pero no queríamos empezar sin ti. ¿Puedo ir sirviendo la cena?

Comieron con prisas y después, tras entonar a coro un rápido «Cumpleaños feliz» y engullir cada uno su trozo de pastel, dieron por terminada la fiesta. Hagrid, que estaba invitado a la boda del día siguiente pero cuya corpulencia le impedía dormir en la abarrotada Madriguera, fue a montar una tienda en un campo cercano.

—Suban a la habitación de Ron cuando los demás se hayan acostado.—le susurró Harry a Ginny y Hermione mientras ayudaban a la señora Weasley a dejar el jardín como estaba antes de la cena.

Arriba, en la habitación del desván, Ron examinó su desiluminador y Harry llenó el monedero de piel de moke; lo que metió dentro no fueron monedas, sino los artículos que él consideraba más valiosos, aunque algunos parecieran inútiles: el mapa del merodeador, el fragmento del espejo encantado de Sirius y el guardapelo de «R.A.B.». Cerró el monedero tirando del cordón y se lo colgó del cuello; a continuación cogió la vieja snitch y se sentó a observar cómo aleteaba débilmente. Ginny estaba echada en la cama con su dragona al lado. Por fin, Hermione llamó a la puerta y entró de puntillas.

—¡Muffliato! —susurró la castaña apuntando con la varita hacia la escalera.

—Creía que no aprobabas ese hechizo.—comentó Ron.

—Los tiempos cambian. A ver, enséñame ese desiluminador.

Ron no se hizo de rogar. Lo sostuvo en alto ante sí y lo accionó: la única lámpara que habían encendido se apagó de inmediato.

—El caso es que podríamos haber conseguido lo mismo con el polvo peruano de oscuridad instantánea.—observó Hermione.

Entonces se oyó un débil clic y la esfera de luz de la lámpara subió hasta el techo y volvió a iluminar la estancia.

—Ya, pero mola.—exclamó Ron un poco a la defensiva—. Y según dicen, lo inventó el propio Dumbledore.

—Ya lo sé, pero no creo que te nombrara en su testamento sólo para que nos ayudes a apagar las luces.

—¿Crees que él suponía que el ministerio confiscaría sus últimas voluntades y examinaría todo lo que nos legaba?—preguntó Harry.

—Sí, sin duda.—respondió Hermione—. En el documento no podía aclararnos por qué nos lo dejaba, pero eso sigue sin justificar...

—...¿que no nos lo explicara en vida?—completó la frase Ron.

—Eso es, ni más ni menos.—afirmó Hermione, y se puso a hojear los Cuentos de Beedle el Bardo—.Si estas cosas son lo bastante importantes para dárnoslas ante las mismísimas narices del ministerio, lo lógico es que nos dijera por qué...A menos que creyera que era obvio, ¿no?

—Pues está claro que se equivocaba.—concluyó Ron—. Siempre dije que estaba chiflado; era muy inteligente, de acuerdo, pero estaba como un cencerro. Mira que dejarle a Harry una vieja snitch...?¡Y a Ginny una dragona y un collar antiguo de su propia familia...¿Qué demonios significa?

—No tengo ni idea.—admitió Ginny con la bestia en su hombro—. Cuando Scrimgeour te obligó a cogerla, James, tuve la certeza de que pasaría algo.

—Ya.—dijo Harry, y el pulso se le aceleró al levantar la snitch—. Pero no iba a esforzarme mucho delante del ministro, ¿no?

—¿Qué insinúas?—preguntó Hermione.

—Ésta es la snitch que atrapé en mi primer partido de quidditch. ¿No te acuerdas?

Hermione puso cara de desconcierto. Ron, en cambio, dio un grito ahogado, señalando alternativamente a su amigo y la snitch, hasta que recuperó el habla.

—¡Es la pelota que casi te tragas!

—Exacto —confirmó Harry, estaba a punto de llevársela a los labios, pero el estornudo de fuego de cierta dragón bebé los interrumpió.

—¡Awww!—dijo Ginny con ternura llevándose las manos al corazón, —¡Mi bebé tuvo su primer estornudo! Ven con mamá, mi amor.—extendió los brazos y la pequeña dragón fue corriendo hacia su dueña, dejándose abrazar, —Eres una pequeña muy linda, ¿Quién es linda? Tú, bebé—rozaba sus narices, —Tú, sí, tú.

—Wow, en serio planeas quedártela.—se reprimió Ron.

—Claro que pienso quedármela.—lo miró su hermana, —Pienso quedármela todo el tiempo posible.

—Pero, es una bestia.—arrugó la nariz.

La dragona lo miró con mala cara.

Ginny se ofendió, —¡Hey! No le digas así a FireRose.

—Vaya, ya tiene nombre.—medio sonrió Harry.

—Bueno, volviendo al tema, la espada...—dijo Hermione al fin—. ¿Por qué querría Dumbledore que Harry tuviera la espada?

—¿Y por qué no me lo dijo directamente? —se preguntó Harry en voz baja—. Estaba allí mismo, colgada en la pared de su despacho, durante todas las charlas que mantuvimos el año pasado. Si quería que la tuviera yo, ¿por qué no me la dio entonces?

Era como estar en un examen ante una pregunta que tendría que saber contestar pero su cerebrofuncionara con angustiosa lentitud. ¿Acaso se le había escapado algún detalle de las largasconversaciones sostenidas con Dumbledore el año anterior? ¿Debía conocer el significado de todoaquello, o tal vez Dumbledore confiaba en que lo entendiera?

—Y respecto a este libro.—terció Hermione—, los Cuentos de Beedle el Bardo... ¡Nunca había oídohablar de esos cuentos!

—¿Que nunca habías oído hablar de los Cuentos de Beedle el Bardo? —repuso Ginny con incredulidad—. Bromeas, ¿no?

—¡No, lo digo en serio! —exclamó Hermione, sorprendida—. ¿Ustedes los conocen?

—¡Pues claro!—Ron se unió.

Alzando la cabeza, Harry salió de su ensimismamiento. El hecho de que Ron hubiera leído un libroque Hermione ni siquiera conocía no tenía precedentes. Ron, sin embargo, no entendía la sorpresa de susamigos.

—¡Venga ya!—dijo, —Pero si, según dicen, todos los cuentos infantiles los escribió Beedle, ¿no? Por ejemplo,«La fuente de la buena fortuna», «El mago y el cazo saltarín», «Babbitty Rabbitty y su cepacacareante»...

—¿Cómo dices? —preguntó Hermione con una risita—. ¿Cuál es ese último título?

—¡Me toman el pelo! —protestó Ron, incrédulo—. Tienen que haber oído hablar de Babbitty Rabbitty.

—¡Sabes perfectamente que Harry y yo nos hemos criado con muggles, Ron! —le recordó Hermione—. A nosotros no nos contaban esos cuentos cuando éramos pequeños. Nos contaban «Blancanieves y los siete enanitos», «La Bella y la Bestia» «La Cenicienta»...

—¿«La Cenicienta»? ¿Qué es eso, una enfermedad?—preguntó Ron.

—¡Anda ya! Entonces ¿son cuentos infantiles?—quiso saber Hermione inclinándose de nuevo sobrelas runas grabadas en la tapa del libro.

—Sí...—habló Ginny, —Bueno, mira, al menos la gente asegura que todas esas historias las escribió Beedle. Yo no conozco las versiones originales.

—Pero ¿por qué querría Dumbledore que las leyera? En ese instante se oyó un crujido proveniente del piso de abajo.

—Debe de ser Charlie; estará intentando que vuelva a crecerle el pelo, ahora que mi madre duerme.—dijo Ron, inquieto.

—En fin, tendríamos que acostarnos —susurró Hermione—. Mañana no podemos dormirnos.

—No —coincidió Ron—. Un brutal triple asesinato cometido por la madre del novio estropearía unpoco la boda. Ya apago yo la luz.

Volvió a accionar el desiluminador y Ginny con Hermione salieron del dormitorio.

A las tres en punto de la tarde del día siguiente, Harry, Ron, Fred y George se plantaron frente a la gran carpa blanca, montada en el huerto de árboles frutales, esperando a que llegaran los invitados de laboda. Harry iba a tomar una abundante dosis de poción multijugos y convertirse en el doble de un muggle pelirrojo del pueblo más cercano, Ottery St. Catchpole, a quien Fred le había arrancado unos pelos utilizando un encantamiento convocador. El plan consistía en presentar a Harry como «el primo Barny» y confiar en que los numerosos parientes de la familia Weasley lo camuflaran.

Los cuatro chicos tenían en la mano un plano de la disposición de los asientos, para ayudar a los invitados a encontrar su sitio. Hacía una hora que había llegado una cuadrilla de camareros, ataviados con túnicas blancas, y una orquesta cuyos miembros vestían chaquetas doradas; y ahora todos esos magosse hallaban sentados bajo un árbol cercano, envueltos en una nube azulada de humo de pipa.

Desde la entrada de la carpa se veían en su interior hileras e hileras de frágiles sillas, asimismo doradas, colocadas a ambos lados de una larga alfombra morada; y los postes que sostenían la carpa estaban adornados con flores blancas y doradas. Fred y George habían atado un enorme ramo de globos(cómo no, dorados) sobre el punto exacto donde Bill y Fleur se convertirían en marido y mujer. En el exterior, las mariposas y abejas revoloteaban perezosamente sobre la hierba y el seto. Como hacía unradiante día estival, Harry se sentía muy incómodo, pues la túnica de gala que llevaba puesta le apretabay le daba calor.

—Cuando yo me case —dijo Fred tirando del cuello de su túnica—, no armaré tanto jaleo. Podrán vestirse como les apetezca, y le haré una maldición de inmovilidad total a nuestra madre hasta que haya terminado todo.

Ginny y Gabrielle estaban siendo vestidas en la sala con ayuda de Molly y Hermione. Fleur estaba más atrás admirándolas con una sonrisa.

—Cuidado.—pidió Ginny en un pequeño chillido apoyándose en el lomo de una silla cuando su madre apretó el corsé que debía ir debajo del vestido, —Quiero seguir respirando.

—Tranquila, hija, te vas a ver preciosísima.—sonrió su madre.

Luego fue a hacer lo mismo con Gabrielle.

—Ven, te ayudo.—dijo Hermione agarrando el precioso vestido rojo con moño adelante, se lo pasó por los brazos y lo dejó caer cuando su mejor amiga se acomodó las mangas, se puso por detrás y le subió el cierre.

Le puso la respectiva tiara y le dio la vuelta a su amiga. Fleur llegó a su lado para ver como quedó.

Bella cual pgincesa—exclamó la francesa cuando la chica sonrió.

Cuando Gabrielle ya estaba lista, su madre se volteó a ver a su hija, casi llora al verla, las demás tuvieron que consolarla cuando la castaña-rojiza tenía que irse.

Ginny vio a Harry leyendo el periódico, se bajó el cierre del vestido con la ilusión de que él se lo subiera, se acercó sigilosamente y habló.

—¿Podrías cerrar mi cremallera, James?—pidió de espaldas.

Harry se desconcertó un poco al ver la espalda descubierta de su mejor amiga, tuvo que tomar aire al ver como se recogió el cabello a un lado. Se acercó con cautela y cerró un poco sus ojos al ver como la chica se estremecía por su tacto, subió el cierre y ambos se miraron.

Ninguno aguantó la tentación de besarse, un beso tranquilo y amoroso, deseaban no separarse nunca, quedarse siempre juntos. Un beso interrumpido por un quejido.

—Buenos días.—dijo George con una sonrisa de burla, y les guiñó un ojo. La chica se fue rápido de ahí.

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