Habían pasado ya dos meses desde esa noche en que Jung Hoseok se atrevió a visitar a Lee Harumi.

Realmente el sentimiento de extrañar estaba presente. No habían podido sacarse de la mente, ni aunque así lo desearan.
Dos almas jóvenes que quizá nunca podrían dormir juntas, pero sí soñarse, anhelarse.
Estar ahí entre lo que duele y lo que se ama.
En lo que querían, pero no podían tener.
Les gustaba lo difícil, les atraía lo complicado.
Se habían enamorado de lo imposible.

Y yo tan conmovido por su lejanía, por su amor.
Necesitaba hacer algo.

Ese día definitivamente marcaría un antes y un después en la historia.
Tenían en mente grabada la palabra soltar.

Cada vez que el se acordaba de ella, cada vez que la soñaba y la tentación de hablarle le poseía, cada que sentía la necesidad de volver a buscarla, donde se sintió feliz.
Cada vez que se decía que estaba enamorado, se decía así mismo, que la debía soltar.

Debía dejarla ir, no porque el estuviese aquí, sino, porque ella estaba allá.
Pero... ¿Quien decía que el romance no podía tener la fuerza de mil soles o la belleza de cientos de lunas?

Mientras ellos esperaban ansiosos el momento para reencontrarse.
Sus ojos pasaban siempre por los míos. Se convertían en el sol que eclipsó a la luna, y se reflejaba en mi mirar.

Y mientras ellos esperaban ansiosos el momento para reencontrarse.

Yo alcancé a crearlo.

Así el eclipse lunar dio paso a su historia. Brindándoles una nueva oportunidad.