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El chillido de la cama moviéndose sin control era suficiente para dejar a la imaginación lo que sucedía en aquel cuarto.
Una tarde fresca de otoño, donde el sol se ocultaba una hora antes de lo habitual. Dejando entrar por la ventana rastros anaranjados.

Puede que la temperatura afuera estuviese descendiendo en aquel momento mientras que muy al contrario, los amantes que reinaban entre las sabanas de la cama perteneciente a la mujer, eran dos pieles unidas de fuego ardiente.

Una diosa de piel pálida y largos cabellos rebeldes, ondulados, libremente sueltos, subiendo y bajando junto a ella. Llegando las puntas hasta su cintura. Oh, cintura divinamente delgada, presa por las grandes manos de su amante. Amante masculino que no piensa soltarla con miedo a perderla.
Reclamandola en cada vaivén.
Reclamandola suya. Solo suya.

Porque cuando terminara su sesión de amor y pasión, ella volvería a ser un ser libre, sin dueño. Cuando no estaban haciendo el amor, eran compañeros de la vida, una relación sin compromiso a decir verdad. No eran propiedad del otro, de nadie.
Por esa misma razón, en cada encuentro, demostraría con su cuerpo y su pasión su más profundo deseo de entregarse completamente a su amante así como buscaba apropiarse de ella. Como su más bajo instinto siente que debe ser.

Dejar en claro todos esos bestiales sentimientos, transmitidos con su carne, sus caricias, los besos, los chupetones, las mordidas y cuantas cosas más que hacen cuando se despejan de sus prendas.

Y qué bien lo hace.

─ ¡No pares, no pares! Estoy tan, ah, me vengo, me vengo. ¡Ah! ¡Me vengo!

Es inevitable sentirse tan orgulloso de si mismo cuando logra complacer hasta la cúspide a su amante. Más cuando sabe que él, solo él logra sacar ese lado lujurioso que Kagura esconde cuando es una persona normal.

Tan sarcástica, tenaz y prácticamente inalcanzable. El cambio radical cuando se deshace en gemidos al montarlo es lo que Sesshomaru más disfruta en la vida.

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