·015·
El sonido insistente de mi teléfono me despertó. Adormilada, me incorporé con un suspiro y busqué a tientas el aparato.
—¿Dónde lo dejé...? —murmuré, frunciendo el ceño mientras intentaba recordar.
Mi mirada recorrió la habitación hasta que, de pronto, lo recordé. La noche anterior, Christopher me había llevado a casa, y yo, aún molesta, dejé mi bolso en el sofá antes de irme directo a la cama. Caminé hasta la sala y, efectivamente, ahí estaba. Tomé el teléfono y contesté sin siquiera mirar quién llamaba.
—¿Sí? —Mi voz sonaba ronca por el sueño.
—Dios mío, Elise. ¿Por qué tardaste tanto en contestar? —La voz de Christopher se escuchaba irritada al otro lado de la línea.
Suspiré pesadamente, frotándome la frente.
—¿Qué quieres, Christopher? Es sábado. —Recién despertaba y ya estaba de mal humor.
—Prepara una maleta liviana y llévate ropa cómoda. Vamos a Gangneung. Paso por ti en una hora, tenemos que tomar un vuelo.
Fruncí el ceño, confundida.
—¿Qué? ¿Y recién ahora me lo dices? —Me revolví el cabello, frustrada—. ¿A qué vamos?
—Es la entrega de unos premios. Me darán un reconocimiento como uno de los mejores arquitectos del país... y del mundo.
Puse los ojos en blanco.
—¿Y yo qué pinto ahí?
—Bueno, eres mi novia, ¿no? No sería adecuado que fuera sin mi pareja. ¿Qué diría la gente? —Su tono irónico hizo que apretara los dientes. Sabía perfectamente que la opinión pública le importaba poco.
Pero antes de que pudiera responder, él añadió con evidente desinterés:
—Isabella asistirá como parte del equipo de relaciones públicas. Va con...
—Félix. —Completé con un suspiro, ya entendiendo la situación.
—Exacto.
Mordí mi labio. No estaba emocionada por el evento, pero la idea de un viaje sí que lo hacía más atractivo.
—Está bien, me daré una ducha y prepararé mi maleta.
—Solo serán tres días. Además, tenemos que ver al señor Lee para que firme los papeles de la obra.
Fruncí el ceño de nuevo.
—¿"Tenemos"?
—Si no mal recuerdo, Elise, el señor Lee vendió su parte con la única condición de que una parte del proyecto lleve su nombre. Así que sí, tenemos.
Bufé, resignada.
—Está bien...
—En una hora estoy allí.
—Ah, Christopher. Me llevo el traje de baño. Que tu vida solo sea trabajo no significa que me arrastrarás en ella. —Dije con una sonrisa, disfrutando el golpe a su perfeccionismo. Antes de que pudiera responder, corté la llamada.
Con energía renovada, corrí a mi armario y saqué mi maleta. Elegí ropa cómoda para los tres días y me di una ducha rápida. Cuando salí, me puse un short de jean y un body verde de lycra que realzaba mi figura. Me até el cabello en una coleta con cintas y coloqué mis lentes de sol sobre mi cabeza. Acomodé mis cosas en la maleta, asegurándome de no olvidar mi bikini.
El solo pensamiento de visitar la playa me emocionaba.
Minutos después, el timbre sonó. Me asomé y me encontré con Christopher, vestido de manera sorprendentemente casual: una remera negra ajustada y pantalones a juego. Estaba tan acostumbrada a verlo con trajes que la imagen me descolocó por un segundo.
—¿Lista, Elise? —preguntó, mirándome con una ceja arqueada.
Asentí con emoción contenida.
—Vamos. —Tomó mi maleta sin siquiera preguntar, y yo agarré mi bolso de mano antes de salir del edificio.
El trayecto hasta el aeropuerto fue tranquilo. No hablamos mucho, pero el silencio no era incómodo. De hecho, me encontraba demasiado emocionada por el viaje como para notar si lo era o no. Hacía mucho que no tomaba un avión. Y mucho más que no visitaba la playa.
Sin embargo, cuando Christopher tomó una ruta diferente a la habitual, lo miré con el ceño fruncido.
—Espera... ¿a dónde estamos yendo?
—A tomar el avión. —Respondió con naturalidad.
—Pero... aquí no es... —Mi voz se apagó cuando vi lo que tenía frente a mí.
Un avión privado.
Mis ojos brillaron de emoción mientras miraba a Christopher. Él, al notar mi expresión, sonrió de lado.
—Sí. Viajaremos en avión privado.
Al estacionar, varias personas se acercaron para saludarlo y ayudar con el equipaje. Me bajé del auto aún maravillada.
—¿Lista? —preguntó él, posicionándose a mi lado.
Asentí, aunque mi corazón latía más rápido cuando tomó mi mano. El leve contacto me tomó desprevenida y di un pequeño respingo. Christopher, sin embargo, simplemente la apretó con suavidad, transmitiéndome confianza.
Subimos juntos la escalinata del avión, donde dos azafatas y los pilotos nos esperaban con una bienvenida formal.
—En 15 minutos despegamos, señor Bang. —informó uno de los pilotos.
Christopher asintió y nos dirigimos a nuestros asientos. Él tomó uno junto a la ventana y, sin mucho interés, sacó su teléfono. Yo, en cambio, no podía dejar de mirar alrededor, fascinada por el lujo del avión.
—¿Y los demás? —pregunté, refiriéndome a su equipo.
—Supongo que abordando el avión comercial. O quién sabe. —Respondió sin darle importancia.
—Oh... creí que todos viajábamos juntos.
—Me gusta viajar solo.
Lo observé, confundida.
—Pero... no estás solo. —Levanté una ceja.
Él solo murmuró un "Ujum" y siguió en su teléfono. No sabía si tomarlo como un desaire o si simplemente era su forma de ser.
Tras una hora y media de vuelo, aterrizamos en Gangneung. Una furgoneta ya nos esperaba. Me despedí con amabilidad de la tripulación y subimos al vehículo.
—Uhhh, espero llegar e irme directo a la playa. —Dije, entusiasmada.
—¿Qué? —Christopher me miró como si hubiera dicho una locura—. No, nada de playa.
Lo miré incrédula.
—Christopher...
—Tenemos cosas que planificar.
Rodeé los ojos.
—Para eso tienes a Isabella. —Mi tono era más ácido de lo que pretendía—. Ya te dije que no me arrastrarás a tu aburrido trabajo.
Al llegar al hotel, otras dos furgonetas hicieron lo mismo. Christopher me tomó de la mano al bajar.
Allí, nos esperaban su mejor amigo, Erwin, acompañado de una mujer que reconocí de vista. Sabía que era la otra socia y también su mejor amiga.
De la otra furgoneta descendieron Isabella y Félix.
Inmediatamente, sentí las miradas de las dos mujeres recorriéndome de arriba abajo. Me inspeccionaban con descaro, y entendí por qué. Ellas iban impecablemente vestidas, con una elegancia digna de una alfombra roja, mientras que yo vestía lo más cómodo posible.
No me arrepentía de mi atuendo, pero sus miradas sí me fastidiaban.
—¿Qué? —solté, mirándolas desafiante—. Es mi estilo, y no pienso cambiarlo.
Christopher apretó mi mano y avanzamos hacia el hotel.
—Nos vemos en una hora en el lobby. —Dijo antes de desaparecer de mi vista.
La habitación era hermosa, con una vista impresionante al mar. Sin embargo, lo primero que noté fue la única cama.
—Christopher... hay una sola cama. —Lo miré, cruzándome de brazos.
Él, sentado en un sillón, ni siquiera levantó la vista de los papeles en su mano.
—Lo sé.
Mi ceja se arqueó.
—¿Y tú… dónde dormirás? ¿O te están preparando otra habitación? —pregunté, todavía de pie junto a la puerta, con la maleta en mano.
Christopher finalmente levantó la vista de sus papeles, suspirando como si mi pregunta le pareciera una pérdida de tiempo.
—Si quieres que me cambie de habitación, lo haré… pero Isabella lo notará. Y ya sabes lo que eso significa.
Mi expresión cambió. Claro, si pedía otra habitación, Isabella empezaría a sospechar. Y lo último que necesitaba era darle razones para desmantelar la farsa.
—Voy a dormir en el sofá, Elise. No te preocupes —añadió, viendo que no respondía.
Rodé los ojos y dejé la maleta junto a la cama.
—Como si me preocupara por tu comodidad.
Christopher soltó una risa baja y dejó los papeles sobre la mesa ratonera.
—Vístete si lo necesitas. Nos esperan en una hora en el lobby.
Dicho eso, se puso de pie y caminó hacia el balcón. Me mordí el labio mientras lo observaba. Aún vestía esa remera negra que resaltaba su espalda ancha y sus brazos fuertes. Era injusto que un hombre como él fuera tan irritante y, al mismo tiempo, tan atractivo.
Sacudí la cabeza para quitarme esos pensamientos y abrí la maleta. Aunque me sentía cómoda con lo que llevaba puesto, no quería que Isabella ni la otra mujer tuvieran más razones para mirarme por encima del hombro.
Saqué un vestido corto de lino blanco con tirantes finos y me lo puse. Era ligero y fresco, perfecto para el clima de Gangneung. Me solté el cabello y dejé que las ondas cayeran sobre mis hombros, dándome un aspecto más despreocupado. Me miré en el espejo. Sí, esto era mejor.
Cuando salí del baño, Christopher ya no estaba en la habitación, pero su saco seguía sobre el sillón. Suspiré y tomé mi bolso antes de salir.
Bajé al lobby y los encontré a todos reunidos. Christopher estaba con Erwin, conversando con seriedad. Isabella, por otro lado, se veía impecable en un vestido azul ajustado, con Félix a su lado.
En cuanto me vio, su mirada recorrió mi atuendo con detenimiento.
—Parece que al menos intentaste arreglarte —dijo con una sonrisa cínica.
Le sostuve la mirada, sonriendo con dulzura.
—Sí, pero sin tanto esfuerzo. Lo natural siempre luce mejor.
Pude ver el brillo de fastidio en sus ojos, pero no le di tiempo a responder. Me acerqué a Christopher y tomé su brazo con familiaridad.
—¿Nos vamos? —pregunté con una sonrisa.
Él asintió, ignorando la tensión en el ambiente.
—El restaurante está reservado. Vamos.
Salimos del hotel en dirección al lugar donde cenaríamos. Gangneung de noche era hermoso, con el sonido de las olas de fondo y una brisa fresca que acariciaba la piel. Caminábamos en grupo, pero yo podía sentir las miradas de Isabella clavadas en mí.
Sonreí para mis adentros. Esto apenas comenzaba.
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