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Isabella caminó con paso firme hacia el escritorio de Elise. Sus tacones resonaban en el piso de mármol, marcando cada uno de sus pasos con una elegancia calculada. Su postura era perfecta, el mentón ligeramente elevado y una sonrisa tan falsa como dulce curvando sus labios. Elise alzó la vista, sintiendo un escalofrío al ver la mirada desafiante de Isabella, cuya presencia siempre parecía llenar la habitación de un aire gélido.
—¿Elise, me acompañas a la oficina de Christopher? —dijo Isabella con una voz cargada de dulzura fingida—. Tengo algo que proponerles a los dos.
Sus palabras eran suaves, pero sus ojos destilaban una astucia que no podía ocultar. Elise parpadeó, asimilando la petición, mientras un atisbo de desconfianza cruzaba su rostro.
—Claro —respondió sin vacilar, esforzándose por mantener una expresión tranquila.
Sabía que Isabella nunca hacía nada sin una intención oculta. La relación entre ellas era como una cuerda tensa, a punto de romperse en cualquier momento, y Elise había aprendido a caminar sobre ella sin perder el equilibrio.
Ambas caminaron hacia la oficina de Christopher en silencio, sus pasos sincronizados como en un duelo invisible. Al llegar, Isabella llamó la atención de Christopher con un delicado movimiento de su mano, como si fuera la dueña del lugar. Él levantó la mirada de su laptop, sus ojos oscuros reflejando una mezcla de curiosidad e impaciencia.
—Christopher, estuve hablando con Félix y decidimos invitarlos a cenar a los dos —anunció Isabella, su voz impregnada de una amabilidad tan perfecta que resultaba inquietante—. A Félix y a mí. Pensamos que sería una excelente ocasión para pasar un buen rato, ¿no crees?
Su tono era aparentemente inocente, pero sus ojos se deslizaron hacia Elise, observando cada una de sus reacciones, buscando una debilidad que pudiera explotar.
Christopher entrecerró los ojos, cruzando los brazos sobre su pecho mientras apoyaba la espalda contra el respaldo de su silla. La incomodidad en su rostro era evidente, y sus labios se tensaron en una línea delgada.
—No creo que... —empezó a decir, con una expresión de disgusto.
Pero antes de que pudiera rechazar la invitación, Elise se adelantó con una sonrisa radiante.
—¡Nos encantaría! —exclamó, su voz firme y decidida.
Christopher giró bruscamente hacia ella, sorprendido. La miró con los ojos entrecerrados, intentando descifrar sus intenciones. Un suspiro pesado escapó de sus labios, claramente molesto, pero no dijo nada.
—Está bien... —murmuró al final, su voz grave cargada de resignación—. Pero la cena será en mi casa.
Isabella pestañeó, desconcertada por un momento antes de recuperar su sonrisa perfecta.
—¿En tu casa? —repitió, fingiendo sorpresa—. No sabía que te gustaba recibir visitas.
—Bueno, siempre hay una primera vez para todo —replicó Christopher con frialdad, clavando su mirada en Isabella con una intensidad que habría intimidado a cualquiera... excepto a ella.
Elise intervino antes de que el ambiente se tornara aún más tenso.
—Perfecto. Yo me encargaré de la comida. Cocinaremos para ustedes. Será una noche especial —declaró, sonriendo con entusiasmo mientras observaba la expresión de incredulidad de Isabella.
Isabella parpadeó, visiblemente sorprendida. No pudo evitar lanzar un comentario cargado de veneno.
—Vaya, lamento decírtelo, Elise, pero Christopher nunca ha cocinado para nadie.
Elise arqueó una ceja, su mirada desafiante.
—Christopher no es la misma persona que tú conocías, Isabella. Desde que lo conozco, me ha cocinado, y esta noche les va a sorprender a todos.
Las palabras de Elise cayeron como un golpe certero. La sonrisa de Isabella vaciló por un segundo antes de recuperarse con una elegancia admirable.
—Nos veremos a las ocho —dijo con una voz fría y controlada antes de girarse y salir de la oficina, su cabello ondeando tras ella como una capa de seda negra.
Elise y Christopher se quedaron en la oficina en silencio. Él la observó fijamente, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de molestia y admiración.
—¿Es en serio, Elise? —espetó, su voz cargada de incredulidad—. ¿Aceptas la cena y encima debemos cocinarles?
Elise se encogió de hombros, cruzando los brazos con aire despreocupado.
—¿Qué pensabas decirle, Christopher? ¿Que no? —respondió con una sonrisa traviesa.
Christopher frunció el ceño, su mandíbula apretada en una expresión de disgusto.
—¡Por supuesto! No quiero estar en el mismo sitio que ese tipo. —Se soltó la corbata con brusquedad, claramente frustrado.
Elise lo observó con una mirada divertida.
—No es para tanto. Además, tu ex nos está poniendo a prueba. ¿No lo ves? Se muere de celos.
Christopher soltó un bufido de ironía.
—¿Celos? ¿De qué?
—De mí. —Elise sonrió con suficiencia—. No soporta que otra persona esté ocupando su lugar. Tenemos que seguir con el jueguito.
Christopher apretó los labios, sus ojos centelleando con irritación.
—Yo me pregunto si alguna vez puedes mantener tu boca cerrada... sí serás... —murmuró entre dientes.
Elise rió suavemente.
—Tú me enredaste en esto, ahora te la aguantas. —Lo señaló acusadoramente—. Además, tú fuiste el que insistió en que la cena fuera en tu casa.
—¿Cómo dices? ¿Yo te tengo que acompañar? —Christopher frunció el ceño, claramente disgustado—. Oh no, yo tengo trabajo.
Elise lo fulminó con la mirada.
—No te estoy preguntando, Christopher. Vamos a la tienda a hacer las compras para la cena de esta noche. Además, debemos hacer de cuenta que estamos juntos.
Él se quedó en silencio, asimilando sus palabras.
—¿A qué te refieres?
—Debemos ir a mi casa por algunas cosas mías. Es obvio que ella va a observar cada rincón para ver si estamos juntos.
Christopher soltó un suspiro, frotándose las sienes.
—¿Es necesario todo esto?
—Un poco sí. Dijiste que ella nunca dejó sus pertenencias en tu casa. ¿Cómo crees que reaccionaría al ver mis cosas ahí?
Christopher se quedó callado, sus ojos oscuros evaluando cada palabra de Elise. Al final, asintió, resignado.
—Está bien. Pero no esperes que disfrute esto.
—Nunca lo esperé —respondió Elise con una sonrisa triunfante.
Ambos salieron de la oficina, dejando atrás un rastro de tensión y emociones no dichas. La cena prometía ser una batalla intensa, y Elise estaba lista para enfrentarse a Isabella en su propio juego.
(..)
Luego de que Christopher manejara siguiendo las coordenadas que Elise le indicaba, estacionó su auto en una calle tranquila. Ambos bajaron, y Christopher observó a su alrededor, frunciendo el ceño.
—¿A dónde me has traído, Elise? No veo ninguna tienda por aquí. —Su tono reflejaba una mezcla de confusión y sospecha.
Elise esbozó una sonrisa traviesa antes de responder:
—Te traje al sitio donde deberías comprar si quieres frutas y verduras frescas. —Sus ojos brillaban con entusiasmo—. Ven, vamos.
Sin darle tiempo a protestar, tironeó del brazo de Christopher, guiándolo hacia unas calles repletas de puestos callejeros. El aire se impregnaba del aroma dulce de las frutas maduras y el murmullo animado de la gente llenaba el ambiente.
Christopher se detuvo en seco, mirando a su alrededor con cautela.
—¿Aquí? ¿Esto es legal? —preguntó, frunciendo el ceño.
Elise lo miró con incredulidad, conteniendo una risa.
—¿Nunca has venido a un mercado callejero? —Su tono mezclaba sorpresa y diversión—. Olvídalo, la gente de tu clase jamás ha tenido que salir a comprar por sí misma.
Christopher entrecerró los ojos, ofendido.
—¿De mi clase? —repitió con una ceja alzada—. ¿Por quién me tomas, Elise?
Ella simplemente se encogió de hombros, dedicándole una mirada desafiante.
—Por alguien que cree que las verduras nacen en estantes pulidos del supermercado.
Él abrió la boca para responder, pero ella ya se había adelantado, acercándose a un puesto de verduras. Christopher la siguió, observándola mientras inspeccionaba cada producto con atención. Elise tocaba, olía y examinaba las texturas, conversando animadamente con las señoras de los puestos, quienes claramente ya la conocían.
—Él paga. —dijo de pronto, señalando a Christopher sin mirarlo siquiera.
Christopher parpadeó, sorprendido.
—¿Perdón?
—¿Qué? Son tus invitados, ¿no? —replicó ella con naturalidad, mientras elegía un manojo de hierbas frescas.
Él chistó la lengua, mirando a la vendedora que le sonreía con complicidad. Sacó la billetera y pagó, negando con la cabeza.
—Esto es nuevo… ser utilizado como cajero ambulante.
Elise lo ignoró, caminando hacia otro puesto de frutas. Sus ojos se iluminaron al ver un contenedor repleto de moras frescas.
—¿Son moras de temporada? —preguntó, sus palabras cargadas de emoción.
La señora del puesto asintió.
—Sí, hija. Justo las cosechamos esta mañana.
—Oh, me llevaré medio kilo. —dijo Elise sin dudarlo.
Christopher la observaba, incrédulo.
—¿Medio kilo? ¿No crees que es mucho?
—Toma, prueba una. —Elise tomó una mora y se la acercó a Christopher. Él retrocedió instintivamente.
—No, gracias. Tienen muchas calorías.
Ella puso los ojos en blanco, acercándola aún más.
—Oh, vamos, Christopher. Es una mora, no veneno. Prueba.
Dudó por un segundo, pero terminó cediendo. Mordió la mora, y el sabor dulce y ácido explotó en su boca. Sus ojos se encontraron con los de Elise, quien lo miraba con una sonrisa satisfecha.
—¿Y? ¿Qué tal?
—Está… deliciosa. —admitió en voz baja, sin apartar la mirada de ella.
Elise bajó la vista, ocultando el rubor en sus mejillas.
—Lo sé. Son las mejores.
Christopher la observó mientras seguía eligiendo frutas, charlando con las vendedoras con una amabilidad y encanto natural. Había algo en la forma en que interactuaba con la gente que lo desarmaba. Ella era diferente, genuina, tan distinta a todo lo que él conocía.
Después de una tarde de compras y risas, pasaron por el departamento de Elise para recoger algunas de sus cosas antes de dirigirse a la casa de Christopher. Al llegar, Elise comenzó a esparcir sus pertenencias por la sala.
—¿Es necesario todo esto? —preguntó Christopher, mirando cómo su espacio personal era invadido lentamente.
—Sí, un poco sí. —respondió Elise con una sonrisa maliciosa—. Dijiste que nunca conviviste con ella y que tampoco dejaba sus pertenencias. ¿Cómo crees que reaccionaría al ver mis cosas aquí?
Christopher suspiró, resignado.
—Si tú lo dices… Bien, iré a preparar la cena.
—Yo estaba pensando en hacer Tteokbokki. —comentó Elise casualmente.
Él giró bruscamente, mirándola con desaprobación.
—¿Sabes la cantidad de carbohidratos que lleva eso? Haré Bibimbap. Es… más sano.
—¿Hace cuánto no comes algo delicioso sin preocuparte por las calorías?
—No lo sé. Desde que empecé a cuidar mi salud.
Elise rio suavemente.
—Hagamos un trato. Tú preparas tu Bibimbap y yo hago Tteokbokki. El que haga el platillo más delicioso, gana.
Christopher sonrió con suficiencia.
—¿Quieres perder, Elise? Creo que aún no comprendes que Christopher Bang es bueno en todo.
—¿Ah, sí? —replicó ella, alzando una ceja desafiante.
—Así es. Y vas a perder, Elise D'Orléans.
—Oh, eso lo veremos, Christopher Bang.
Ambos se pusieron manos a la obra en la cocina. Christopher picaba las verduras con destreza, sus movimientos rápidos y precisos. Elise lo observó con asombro.
—¿De dónde sacaste esas habilidades? Pareces un chef profesional.
Él sonrió con autosuficiencia.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí.
Entre bromas y risas, se lanzaban ingredientes mientras cocinaban. Elise accidentalmente salpicó salsa sobre Christopher, quien la miró con falsa indignación antes de devolverle el gesto con una pizca de harina. Ambos rieron, el ambiente ligero y lleno de complicidad.
En un momento, Christopher se acercó para ayudarla a cortar unas verduras. Se colocó detrás de ella, guiándola con sus manos firmes sobre las de ella. Elise sintió su respiración cerca de su cuello, su corazón acelerándose. Pero disimuló su nerviosismo con una broma.
—¿Así cortas siempre? Creí que eras perfecto en todo.
Christopher rio suavemente.
—Cuidado, o accidentalmente puedo cortarte un dedo.
Cuando ambos terminaron, se sentaron a probar sus platillos. Elise probó el Bibimbap de Christopher y sus ojos brillaron.
—Está… increíble.
Christopher sonrió, satisfecho.
—Lo sé.
Él probó el Tteokbokki de Elise, y su expresión cambió.
—Esto… está delicioso.
Ambos se miraron en silencio, sus ojos hablando más de lo que sus palabras podrían decir. Por un momento, el mundo se detuvo. La conexión entre ellos era palpable, intensa. Pero ninguno dijo nada, simplemente continuaron comiendo, intentando ignorar los latidos acelerados de sus corazones.
Elise apartó la mirada rápidamente, sintiendo cómo su respiración se volvía inestable por un segundo.
—Creo... que deberíamos alistarnos para los invitados —murmuró, su voz apenas un susurro en el aire.
Christopher carraspeó y asintió, enderezando su postura como si con ello pudiera disipar la atmósfera tensa que se había instalado entre ambos.
—Claro, tienes razón —dijo con su tono habitual, como si nada hubiera ocurrido.
Elise humedeció sus labios antes de añadir:
—Voy a darme una ducha, si no te molesta.
—Oh, no, claro que no. Ve —respondió él con un gesto de la mano—. Yo... terminaré de limpiar esto y... eso haré.
Desvió la mirada, fingiendo ocuparse en ordenar un par de cosas, pero Elise notó su repentino nerviosismo. Una pequeña sonrisa jugueteó en sus labios al verlo así. Había algo en esa torpeza inusual de Christopher que le resultaba... ¿tierno?
—Okey, no me tardo —dijo, antes de girarse y dirigirse a la ducha.
El agua caliente la ayudó a despejar su mente, relajando la tensión en sus músculos. Tras secarse, escogió un vestido corto blanco que realzaba su figura sin esfuerzo. Dejó su cabello suelto, permitiendo que sus ondas naturales cayeran con gracia sobre sus hombros. Un maquillaje ligero, casi imperceptible, fue el toque final antes de salir de la habitación.
Al llegar al salón, encontró a Christopher ya listo. Se había duchado y cambiado, y llevaba unos pantalones oscuros combinados con una chomba azul. A Elise le bastó una sola mirada para reconocer lo bien que le sentaba ese color.
Respiró hondo antes de anunciar su presencia:
—Ya... estoy lista.
Christopher, sorprendido, giró de inmediato, pero Elise notó que algo en su expresión se endureció al verla. Bajó la vista hacia su mano, donde sostenía un papel.
—¿Qué haces? —preguntó, acortando la distancia entre ambos.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, pudo ver lo que tenía en sus manos.
—¿Ese es...?
—Sí, el contrato —confirmó él, sin apartar la vista del documento—. Lo encontré en una de las mesas.
Christopher dobló el papel y lo alejó sutilmente de su vista.
—Iba a esconderlo para que Isabella ni nadie lo viera —añadió con tono serio.
—Oh... —Elise parpadeó, sintiendo cómo una extraña sensación se instalaba en su pecho. ¿Por qué estaba mirándolo otra vez? ¿Quería cambiar algo en los términos?
Sacudió la cabeza, tratando de deshacerse de esas preguntas.
—Bueno, creo que los invitados están por llegar. Iré a revisar que no falte nada.
—Está bien, yo dejaré esto en mi despacho. Ahí no entrará nadie —dijo Christopher antes de girarse y desaparecer por el pasillo.
Elise exhaló lentamente, recomponiéndose. Caminó por la casa, asegurándose de que todo estuviera en orden para la velada. Copas limpias, velas encendidas, la mesa dispuesta con elegancia... Nada podía quedar al azar.
Pasaron unos minutos antes de que la voz de Isabella rompiera la tranquilidad del jardín.
—Permiso —anunció con su tono característico.
Elise levantó la vista y encontró a Isabella junto a Félix, ambos impecables como siempre.
—¡Oh! Sean bienvenidos —dijo con una sonrisa educada.
Isabella la recorrió con la mirada de arriba abajo antes de hablar:
—Oh, Elise, qué bonito vestido.
Su tono era dulce, pero Elise pudo percibir el filo oculto en sus palabras.
Antes de que pudiera responder, sintió la presencia de Christopher a su espalda. Él dejó escapar un suspiro largo, casi resignado, antes de intervenir.
—Muchas gracias, Isabella —Elise sonrió con un toque travieso—. Es el favorito de Christopher, ¿verdad, cariño?
Christopher tardó un segundo en reaccionar, pero al final asintió, siguiéndole el juego.
—Sí... —murmuró con cierta incomodidad.
Isabella enarcó una ceja, pero su expresión no se rompió. Sin embargo, Elise notó el leve endurecimiento de su mandíbula.
—Bueno, ¿vamos a cenar? —propuso Christopher, dirigiéndose a la mesa donde la comida ya estaba servida.
Elise tomó asiento con una expresión radiante.
—¡Oh, les va a encantar la cena! Christopher y yo la hemos preparado juntos.
Dijo su nombre con un tono deliberadamente dulce, sabiendo perfectamente que eso haría que Isabella se removiera incómoda en su asiento.
—¿Christopher cocinó? —repitió Isabella, sorprendida.
—Cada día descubrimos a un Christopher distinto... qué interesante —murmuró, y aunque intentó sonar neutral, los celos se filtraron en su tono.
Félix, en cambio, sonrió con sinceridad.
—Christopher, cada día subes a un nuevo nivel. Esto es imposible para los demás —bromeó.
Christopher se encogió de hombros con una sonrisa leve.
—Seré sincero, hacía mucho que no cocinaba, pero hoy... bueno, quise hacerlo —respondió, lanzando una mirada fugaz hacia Elise.
Isabella chasqueó la lengua con discreción antes de tomar un sorbo de vino.
—Voy al baño... con su permiso —anunció, levantándose de la mesa.
Elise, en un impulso, se puso de pie.
—¿Quieres que te acompañe?
Isabella se giró lentamente, clavando en ella una mirada fría.
—Sé dónde está el baño.
Elise sintió que acababa de quedar en ridículo y, para disimular, tomó una decisión apresurada.
—¿Quieren más vino? Iré por otra botella.
—Sí, por favor —dijo Christopher, aparentemente distraído.
Elise se dirigió a la cocina y apoyó las manos en la encimera. Tomó una bocanada de aire, intentando tranquilizar sus nervios. No podía permitirse bajar la guardia ahora.
Cuando regresó con la botella, Isabella también volvía del "baño". Pero su expresión era distinta. Más afilada. Más contenida.
Sus ojos se deslizaron por la habitación hasta detenerse en Elise. Algo había visto.
Elise le sostuvo la mirada y, con una sonrisa ladina, sirvió el vino en su copa, sin apartar los ojos de ella.
La noche apenas comenzaba, y la tensión en el aire prometía que aquello estaba lejos de ser una simple cena tranquila.
El sonido del teléfono de Félix interrumpió la conversación. Él nos miró con una expresión de disculpa antes de hablar.
—Lo siento, debo contestar.
Christopher asintió en silencio, y la mesa quedó sumida en un silencio incómodo. Solo quedábamos nosotros tres, y no tardó en ser Isabella quien rompiera la quietud.
—Christopher, por cierto, Félix ha empezado a trabajar en la empresa como asesor —soltó con naturalidad, aunque su mirada estaba fija en él, como si esperara con ansias su reacción.
Observé a Christopher de reojo y noté cómo su mandíbula se tensaba al instante. Sus músculos se marcaron bajo la tela de su camisa, y su agarre en el tenedor se hizo más fuerte.
Entonces, dejó escapar una risa irónica, sin siquiera molestarse en disimular su incredulidad.
—¿Sin mi consentimiento ni mi aprobación? —preguntó, con una calma que resultaba inquietante.
—Tu padre firmó, mi padre firmó... y yo también firmé —respondió Isabella con una sonrisa que dejaba en claro cuánto estaba disfrutando de su molestia.
Christopher exhaló un suspiro largo y pesado, como si estuviera intentando contener su enojo.
—Mi padre ha firmado —repitió en un tono seco—. Muy bien. Si él, tu padre y tú ya han tomado la decisión, entonces mi firma es solo un trámite simbólico. No hace falta que lo haga.
—Oh, pero a nivel simbólico sería un lindo gesto —dijo Isabella con dulzura, sacando de su bolso una carpeta azul—. Me encantaría que lo firmes, Christopher.
Le extendió la carpeta con un aire inocente.
—Iré por un bolígrafo. —Se levantó de su asiento con calma, como si todo estuviera perfectamente planeado.
Me quedé mirando la carpeta con asombro. No podía creer hasta qué punto Isabella era capaz de llegar solo para hacer enojar a Christopher. Sabía que todo esto era una provocación, una prueba para medir su paciencia, para mantenerlo bajo su control... Pero también sabía que Christopher no era fácil de manipular.
Entonces, vi algo que me puso en alerta. Isabella caminaba hacia el despacho de Christopher.
Mi respiración se agitó al recordar que, más temprano, Christopher había dejado el contrato de nuestro compromiso en algún sitio. Si ella lo veía...
Me levanté de golpe, siguiendo sus pasos apresuradamente. Cuando llegué al despacho, el peor escenario posible ya se estaba desarrollando frente a mis ojos.
Isabella sostenía el contrato entre sus manos y lo leía con una expresión de sorpresa e incredulidad.
—Dámelo —dije con urgencia, avanzando hacia ella.
Pero Isabella no cedió. Su agarre se afianzó en el papel y comenzamos a forcejear. Sentí cómo el documento se arrugaba y, en un instante, el sonido del papel rasgándose llenó la habitación.
Ambas nos quedamos paralizadas, mirando los restos del contrato en nuestras manos.
—¿Es un contrato de compromiso? —preguntó Isabella, con un tono peligroso.
Mi mente se quedó en blanco. Sentí cómo el mundo se me venía abajo. No sabía qué decirle. No había excusa posible, porque ya lo había visto todo.
Isabella no esperó respuesta. Con pasos firmes, salió del despacho con los restos del contrato en la mano.
Mi corazón latía con fuerza cuando la vi dirigirse a la mesa, donde Christopher nos esperaba con los brazos cruzados.
—¿Qué es esto, Christopher? —preguntó Isabella con voz seria, levantando el papel roto.— ¿Firmaron un contrato de compromiso?
Christopher se giró hacia nosotras, y su expresión se endureció al instante al vernos con los restos del contrato.
—¿Qué? ¿Un contrato de compromiso? —intervino Félix, confundido.
Sentí la mirada de Christopher clavarse en mí. Era intensa, dura... y cargada de algo que no podía descifrar. Me quemaba la piel. No pude sostenerle la mirada. Me sentí estúpida. Avergonzada.
—Se trata de un tema personal... —murmuré, tratando de encontrar las palabras adecuadas para justificar lo que estaba ocurriendo.
Christopher intentó tomar el control de la situación.
—Es algo que acordamos entre nosotros —dijo, esforzándose por mantener la calma—. No es nada importante.
Pero Isabella no estaba dispuesta a dejarlo pasar.
—"Me acompañarás siempre que lo necesite cualquier día de la semana" —leyó en voz alta—. "Comprarás chocolate siempre que te lo pida".
Alzó una ceja con una mezcla de burla e incredulidad.
Félix soltó una carcajada, rompiendo la tensión.
—¿Por qué no se me ha ocurrido a mí escribir algo así? —bromeó, riéndose de la situación.
Christopher cerró los ojos con frustración y exhaló con fuerza. Finalmente, se puso de pie y caminó hacia Isabella con paso firme.
—¿Me lo devuelves? —preguntó con un tono bajo, pero peligroso.
Le arrebató el papel sin darle opción a resistirse. Luego, sin apartar la mirada de ella, añadió con frialdad:
—Ven conmigo. Tú y yo tenemos que hablar.
Observé cómo se alejaban, sintiéndome completamente agotada.
Suspiré y caminé hacia la cocina, necesitando alejarme de todo. Félix me siguió poco después.
—Lo siento, Elise, no era mi intención —dijo con sinceridad, carraspeando—. No lo dije para burlarme. No me malinterpretes... Admiro mucho su relación y el cariño que se tienen. Lo siento en serio.
Tomé un vaso de agua y me obligué a respirar hondo antes de responder.
—Está bien. No pasa nada.
Félix sonrió con amabilidad antes de añadir:
—Si Isabella me hubiera pedido algo así, yo habría saltado de alegría. Es un detalle... Un contrato magnífico, si me lo permites decirlo.
Sonreí levemente por cortesía, sin tener fuerzas para responderle. Félix entendió la indirecta y se marchó.
Cuando fui a buscar mi bolso para marcharme, las voces de Christopher e Isabella llamaron mi atención. Me detuve en seco, sin intención de espiar, pero sus palabras eran demasiado intensas para ignorarlas.
—No sé a qué estás jugando, Isabella —dijo Christopher, su tono era seco, casi cortante—, pero no puedes meter a Félix en la empresa.
—Ya lo he hecho —replicó ella con absoluta seguridad, cruzándose de brazos.
Hubo un tenso silencio. Pude imaginar la mandíbula de Christopher tensándose, sus manos crispándose en puños, luchando por controlar su temperamento.
—Anula ese contrato, Isabella —exigió con voz grave—. Sabes que no lo permitiré. Me enfrentaré a él si es necesario.
Isabella soltó una risita despectiva.
—Haz lo que quieras, Christopher. Me da igual.
Un amargo resoplido escapó de los labios de Christopher.
—Genial —ironizó, su mirada debía estar ardiendo de furia—. Solo haces esto para volverme loco.
—No todo gira a tu alrededor —Isabella alzó la barbilla, desafiante—. No eres el centro del mundo.
—Si crees que puedes hacer lo que quieras, te equivocas —su voz se endureció aún más—. Deberías actuar con más sensatez. Tanto tú como tu padre.
Christopher estaba al borde de perder el control. Su pecho subía y bajaba con respiraciones entrecortadas. Isabella, en cambio, parecía disfrutar cada segundo de su desesperación.
—Esto no hubiera pasado si te hubieras interesado más en la empresa —disparó ella con frialdad.
La tensión en el ambiente era sofocante.
—La empresa me da igual —Christopher dio un paso hacia ella, acortando la distancia, su voz ahora era un susurro peligroso—. Te voy a ser sincero, Isabella… esperaba que fueras un poquito más inteligente.
El rostro de Isabella se endureció, pero sus ojos delataron un destello de furia y… ¿herida? Sin embargo, se recuperó rápido.
—Claro, porque tener un contrato con tu "novia" es la idea más brillante del mundo, ¿verdad?
Christopher negó con la cabeza y dejó escapar un suspiro, como si de pronto entendiera algo.
—Estás celosa —dijo con calma, analizándola—. No importa cuánto lo niegues, Isabella.
El gesto de Isabella se torció, pero antes de que pudiera responder, una tercera voz los interrumpió.
—¿Está todo en orden?
Era Félix. Su tono era amable, pero su mirada desconfiada se posaba en ambos.
—Sí, mejor ya nos vamos —dijo Isabella rápidamente, sin mirarlo a los ojos.
Christopher no respondió. Solo se quedó allí, observándola en silencio, como si acabara de confirmar algo que llevaba tiempo sospechando.
Y yo… yo me alejé sigilosamente. Había escuchado demasiado.
Yo también tomé mi bolso y me dirigí a la entrada. Christopher se había quedado de pie, de espaldas a mí, observando el jardín.
—Yo también me voy —dije con voz seria.
—Espero que estés satisfecha —respondió sin volverse—. Si querías arruinar la noche, lo has conseguido.
Su tono era frío.
Mis labios temblaron, pero me obligué a hablar con firmeza.
—¿También es culpa mía? —pregunté, sintiendo cómo la frustración se acumulaba en mi pecho—. Todo es culpa mía porque fui la única que firmó ese contrato, ¿no?
Christopher giró el rostro apenas lo suficiente para mirarme de reojo.
—No fui yo quien nos metió en este lío.
—Ni yo quien tuvo la brillante idea de poner celosa a su ex con un contrato estúpido —repliqué, con la voz quebrándose levemente.
Él desvió la mirada.
—Haga lo que haga, tú solo ves lo malo —susurré, sintiendo un nudo en la garganta.
Christopher guardó silencio por unos segundos. Luego, dejó escapar un suspiro y murmuró:
—Vamos. Te llevo a casa. Es muy tarde para que vayas sola.
Dicho eso, fue en busca de sus llaves.
Lo observé por un instante, sintiéndome agotada. No tenía fuerzas para discutir más. Así que simplemente asentí y lo seguí hasta su auto, preguntándome cómo habíamos llegado a este punto.
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