·003·
Elise miró nerviosamente el reloj en su muñeca antes de entrar al edificio. Su respiración estaba agitada y, a pesar de los nervios, no podía dejar de sentir una extraña mezcla de anticipación y ansiedad. Se encontraba frente al rascacielos donde trabajaba Christopher Bang. (Mejor dicho, el dueño) Era un lugar impresionante: un edificio de cristales reflectantes que se alzaba hacia el cielo, una estructura que parecía desafiar la gravedad. Elise se quedó unos segundos observando la majestuosidad del lugar antes de dar el primer paso hacia la entrada.
Unos segundos después, la puerta automática se abrió, y Elise se adentró en el vestíbulo. Al instante, la diferencia de ambiente la golpeó. Todo en ese lugar exudaba lujo, desde el mármol del suelo hasta las modernas lámparas de techo. El aire era fresco y seco, y el silencio estaba impregnado de la seriedad de los negocios. La recepcionista, una mujer joven con una impecable blusa blanca y una sonrisa profesional, levantó la mirada de su monitor cuando Elise se acercó.
— Buenos días, ¿En qué puedo ayudarte? — La mujer preguntó, su tono suave pero eficiente, con esa actitud que parece propia de una oficina tan exclusiva.
Elise se sintió instantáneamente pequeña, como si su ropa no estuviera a la altura de aquel entorno tan sofisticado. Llevaba una falda corta beige y una camisa blanca de mangas con puños en los hombros, algo que consideraba bastante adecuado para una cafetería, pero que en ese lugar parecía demasiado sencillo. A pesar de que sabía que su atuendo no era el más lujoso, se sintió avergonzada al notar las miradas rápidas y despectivas de las otras mujeres que pasaban por allí, vestidas de manera impecable.
Se aclaró la garganta, buscando ser lo más profesional posible. No podía dejar que sus inseguridades la dominaran. Tenía un propósito.
— Buenos días — respondió, tratando de mantener la calma, aunque su voz titubeó levemente — El señor Bang me citó.
La recepcionista la observó por un momento, sin mostrar ningún signo de sorpresa. Elise casi sintió que la mujer la evaluaba, como si estuviera haciéndose una idea de su perfil.
— ¿Y su nombre? — Preguntó la recepcionista, sin perder la compostura.
— Elise D'Orléans. — Contestó, notando cómo sus manos comenzaban a sudar. En ese momento, pensó que probablemente Christopher ni siquiera recordaba su nombre, pues nunca se lo había dicho. Pero no había tiempo para pensar en eso ahora.
La recepcionista frunció el ceño ligeramente, como si estuviera verificando algo en su base de datos, y luego asintió con la cabeza, tomando el teléfono.
— Un momento, por favor. — Dijo amablemente antes de marcar un número.
Elise observó cómo la mujer hablaba al teléfono, y sintió que el tiempo se alargaba en cada segundo de espera. Su ansiedad iba en aumento, pero en el fondo sabía que ya no podía dar marcha atrás. Estaba allí por una razón, y no iba a echarse atrás ahora.
Cuando la recepcionista colgó el teléfono, la miró con una sonrisa cálida, pero profesional.
— Señorita Elise, el señor Bang la espera en su despacho. — Dijo con un tono que, aunque amable, parecía contener una cierta formalidad propia del lugar.
Elise asintió, sorprendida por lo rápido que todo se estaba moviendo. Sentía que el corazón le latía con fuerza, y sin pensarlo mucho, agradeció a la recepcionista por su ayuda.
— Muchas gracias. — Murmuró, con la voz aún temblorosa.
La recepcionista señaló una pequeña zona cerca de las escaleras que llevaba al ascensor.
— El ascensor está por ahí, al fondo. Suba hasta el décimo piso. El señor Bang está esperando.
Elise respiró profundamente mientras se dirigía hacia el ascensor. En su mente, solo había un pensamiento: ¿Por qué había aceptado esta locura? ¿Por qué no había simplemente dado la vuelta y regresado al café? Pero el sueldo era lo que la mantenía allí, y esa necesidad imperiosa de salir de sus deudas. Si renunciaba ahora, quedaría atrapada en ese ciclo para siempre.
Cuando las puertas del ascensor se cerraron detrás de ella, Elise se permitió un suspiro, largo y lleno de incertidumbre. Miró su reflejo en el espejo del ascensor, notando cómo su falda beige se arrugaba un poco por la incomodidad del momento. Se alisó la tela, intentando mejorar su imagen aunque sabía que nada de eso cambiaría lo que estaba por suceder. Su cabello, siempre rebelde, también necesitaba ser arreglado. Con un gesto nervioso, lo acomodó un poco, pero sabía que nada de lo que hiciera la haría lucir menos fuera de lugar en ese ambiente.
— ¿Qué estoy haciendo aquí? — Se preguntó en voz baja, casi sin querer escuchar la respuesta. — Estoy aceptando trabajar para el hombre que más odio en este mundo. Pero… por el sueldo… tal vez valga la pena. Tal vez.
El ascensor llegó al décimo piso, y Elise se preparó para salir. Sus pasos resonaron en el pasillo de mármol pulido, donde una decoración sobria, pero impresionante, le dio la bienvenida. El largo pasillo estaba adornado con algunas pinturas modernas y floreros discretos, que hacían de ese lugar un entorno aún más impersonal. Elise caminó con paso lento, y por un momento, pensó que todo esto era una pesadilla. Sin embargo, al final del pasillo, frente a ella, se encontraba una enorme puerta doble. Era la puerta al despacho de Christopher.
Llegó a la puerta, pero no sabía si debía esperar allí o si podía entrar directamente. Miró a su alrededor, y vio que al lado de la puerta había un escritorio vacío. No estaba segura si era el escritorio de la secretaria de Christopher o simplemente otro espacio desocupado. En ese momento, dudó.
— ¿Debo esperar o entrar? — Pensó mientras se mordía el labio inferior.
Finalmente, tomando una bocanada de aire, tocó la puerta con firmeza. El sonido reverberó en el pasillo, haciendo que su nerviosismo aumentara.
— Adelante. — La voz de Christopher, esta vez sin el tono distante o arrogante que esperaba, la hizo saltar. El tono era más relajado, y, aunque Elise no lo entendiera completamente, no parecía ser tan despectivo.
Con un poco de miedo, empujó la puerta y entró al despacho. El lugar era amplio, luminoso, pero había algo en el aire que hacía que todo se sintiera imponente y frío. Christopher estaba sentado en su silla de cuero, con una laptop abierta frente a él, mientras que al lado se encontraba otro hombre, quien también lo observó al notar su entrada.
Ambos se quedaron mirándola un momento, y Elise sintió la incomodidad apoderándose de ella. El otro hombre se incorporó de inmediato y se colocó al lado de Christopher.
— ¡Ven, pasa! — Christopher la invitó amablemente, o al menos eso le pareció. Su voz parecía cálida, pero Elise no sabía si creérselo.
Elise cruzó el umbral con paso inseguro, mirando al suelo mientras avanzaba. Se detuvo a un costado del escritorio, y Christopher la observó durante un segundo que pareció eterno.
— Edwin, ella es… — Christopher vaciló, como si estuviera buscando su nombre. No le sorprendió. No le había preguntado antes, ni siquiera le interesaba.
— Elise D'Orléans. — Terminó la frase Elise, alzando la voz apenas para que lo escuchara.
— Claro, sí. Lo lamento mucho, nunca pregunté tu nombre. — Christopher se recostó en su silla, como si estuviera deliberando algo. — Elise, él es Edwin, mi mano derecha.
Edwin sonrió mientras extendía su mano.
— Un gusto, Elise. ¿Tu nombre es Italiano? — Preguntó con un tono de genuina curiosidad.
— Francés. — Respondió Elise educadamente, tratando de mantener la calma. — Mis padres son franceses.
— Qué interesante. — Edwin asintió mientras se reclinaba en su silla, mirando a Christopher, que parecía distraído con la pantalla de su laptop.
Elise entregó el currículum a Christopher, su corazón acelerado. Mientras lo hacía, se sintió un poco torpe, como si su propia presencia allí no tuviera sentido. Explicó sus estudios, su carrera en contabilidad, los cursos de idiomas. Pero sabía que esa parte no era lo que importaba. Christopher ya había hecho su oferta. Y al escuchar su pregunta, Elise no pudo evitar sentirse un poco herida.
— ¿Por qué una chica con tantas credenciales trabaja en una cafetería? — Su tono era genuinamente curioso, pero Elise, al no poder evitarlo, soltó una pequeña risa amarga.
— Porque las empresas no me toman en serio. A las personas como yo, no nos dan oportunidades por no tener experiencia. En las empresas solo aceptan a las chicas guapas y huecas. — La última parte salió de su boca sin pensar, y cuando vio la cara de Edwin intentando contener la risa, se sintió aún más avergonzada.
Christopher la observó, la burla apenas contenida en su mirada.
— ¿Y tú te consideras una chica hueca? — Su tono burlón hizo que Elise se pusiera aún más roja.
— No… — Contestó rápidamente, desviando la mirada. Se sintió estúpida, como si todo estuviera en su contra.
Edwin, al parecer disfrutando del momento, dejó escapar una pequeña risa.
— Me cae bien esta chica. — Dijo con una sonrisa mientras lanzaba una mirada cómplice a Christopher.
Christopher, sin embargo, ya estaba de vuelta en su laptop, como si hubiera perdido el interés por la conversación. Elise sintió que ya había pasado la prueba, pero lo que vino después la dejó paralizada.
— El puesto que te ofrezco es ser mi secretaria. — Christopher la miró por encima de la pantalla. — Fuera está tu escritorio. El sueldo es de seis mil al mes, más beneficios y dos breaks al día. Entras a las 9 a.m. y sales a las 5 p.m. Puedes empezar hoy. Edwin te mostrará todo. — Y con esa frase, él volvió su mirada a la pantalla, como si no fuera nada importante.
Elise no podía procesar lo que acababa de escuchar. Se quedó allí, inmóvil, intentando entender lo que había ocurrido. Se le pasó por la cabeza que tal vez se trataba de una broma, pero la seriedad de Christopher no dejaba margen para dudas. Se estaba ofreciendo un puesto con un sueldo más que atractivo.
— ¿Qué? — Su voz salió temblorosa, casi sin creerse lo que escuchaba.
— ¿Hay algo malo? — Christopher la miró finalmente, alzando una ceja.
— Es solo que… — Elise titubeó. ¿De verdad quería esto? ¿Sería capaz de trabajar para él? Pero la necesidad era más fuerte que su orgullo. — Es que ni siquiera he renunciado a mi trabajo en el café y no sé cómo decírselo a mi jefe.
Christopher, impaciente, frunció el ceño.
— Pues llama y avisa que no irás más. ¿Quieres o no el puesto? — Su tono dejó claro que ya no estaba dispuesto a escuchar más excusas.
Elise, incómoda por su arrogancia, asintió.
— Bien, llamaré para renunciar.
— Perfecto. Edwin te mostrará todo lo que necesitas saber. — Christopher concluyó, y volvió a concentrarse en su laptop, dando por cerrada la conversación.
Edwin, sin embargo, pareció más animado.
— ¡Nos vemos pronto, Elise! — Dijo con una sonrisa amplia. — Te espero en el piso de abajo para que te enseñe todo.
Elise salió del despacho sin decir una palabra más. Su cabeza daba vueltas, y el sonido de sus tacones resonaba en sus oídos mientras caminaba por el pasillo. La oferta era demasiado buena, pero no sabía qué esperar de ese trabajo. Tampoco sabía si estaba dispuesta a someterse a las reglas de ese hombre tan arrogante.
Pero lo cierto era que no tenía muchas opciones. El riesgo de aceptar ese puesto era grande, pero la recompensa parecía mucho más grande aún.
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—Lo siento, Marta. De verdad... no quería hacerlo así. Estaba… no sabía cómo decirte, y todo pasó tan rápido…— Mi voz tembló un poco, incapaz de mantener la compostura.
La pausa al otro lado de la línea fue larga, como si Marta estuviera conteniendo su enojo.
— Me parece una falta de respeto que me llames por teléfono para esto. ¿Acaso no tenías la decencia de hablar conmigo cara a cara? — Su tono estaba cargado de frustración, y no pude evitar sentirme aún más pequeña.
— Lo siento, de verdad...— repetí, esta vez más bajito. — Puedo pasar a dejarte el uniforme, si quieres. Me disculpo por no haberte avisado antes.
Hubo un suspiro pesado al otro lado de la línea, y aunque Marta no lo dijera, se notaba que estaba realmente molesta.
—Haz lo que quieras. Pero la próxima vez, Elise, espero que tengas más respeto por las personas que te dieron una oportunidad.
Las palabras me dolieron, pero no podía decir nada más. No podía cambiar lo que ya estaba hecho.
—Entiendo…— musité, y antes de que pudiera decir algo más, corté la llamada.
Con la sensación de haber fallado, guardé el teléfono en el bolso y traté de tomar aire. Me giré rápidamente, y un sobresalto me recorrió al ver a Christopher de pie, observándome con esa expresión neutral que tanto me inquietaba. No había dado ningún paso, ni un suspiro. Simplemente estaba allí, como si hubiera aparecido de la nada.
— ¿Estás bien?— preguntó, y su tono, aunque aún serio, tenía algo que me hizo preguntarme si realmente le importaba.
—Sí, todo bien.— Respondí, tratando de encontrar mi voz, aunque la vergüenza aún me nublaba.
Dije unas últimas palabras a Marta, como si no quisiera que se quedara con un mal sabor de boca por nuestra llamada, y apreté el botón rojo en mi teléfono, cortando la comunicación. Mi mente aún daba vueltas al hecho de que había dejado todo atrás, de que de alguna manera me había deshecho de lo único que conocía.
—¿Cómo te fue con la renuncia?— La pregunta de Christopher rompió el silencio, y me sentí completamente atrapada.
—No muy bien...— dije, mi tono algo más bajo de lo que pretendía. No podía esconder mi incomodidad, y aún más al sentir su mirada sobre mí.
Christopher asintió, sin mostrar mucho interés. Era evidente que lo que sucedía a mi alrededor no le afectaba en lo más mínimo. No esperaba apoyo ni una palabra de consuelo, pero tampoco me estaba preparando para su indiferencia. Simplemente, me observaba, evaluándome como un objeto más en su vida.
—¿Edwin te ha enseñado el edificio?— continuó, como si estuviera preguntando algo trivial.
Negué con la cabeza, sintiéndome aún más perdida.
—No…— respondí, mi voz titubeante.
Christopher suspiró con algo de frustración, como si la situación me perteneciera completamente y no pudiera hacer nada por evitarlo.
— Muy bien. Te enseñaré yo. — Dijo, con un tono que dejaba claro que no tenía intención de que me quedara sin saber qué hacer.
Casi sin esperar, empezó a caminar, señalando hacia un pasillo que nunca había notado. Yo lo seguí, con los tacones resonando en el suelo, mientras me hablaba sobre el edificio.
— Este es el piso principal. Aquí se encuentran los despachos de los directores y algunos departamentos más importantes. — Su voz era profesional, pero no podía evitar notar lo mecánico de sus palabras. — El piso de arriba es el de Recursos Humanos. Aquí trabajamos la mayoría, pero también tienes los de Finanzas y los de Marketing. Cada sección tiene su propio puesto.
Caminamos más allá, hasta una zona donde se encontraban varias puertas. Me señaló a una, y me explicó rápidamente el departamento que trabajaba allí.
— Y aquí tienes la sala de descanso. Es donde los empleados se relajan un poco antes de continuar con su jornada.— Me indicó una puerta de cristal, que se abría hacia una sala con sillones de cuero, mesas de café y una decoración moderna.
Estaba claro que nada de esto tenía el ambiente frío y deshumanizado de las oficinas tradicionales. Aquí, todo parecía pensado para impresionar, pero de una manera algo impersonal.
Seguimos caminando, hasta que llegamos a una cafetería impresionante. Los pisos brillaban bajo la luz, y los baristas detrás del mostrador servían café con una destreza que me hizo pensar en el café de mi antiguo trabajo.
Sin pensarlo mucho, decidí preguntar, no sé por qué, pero algo me impulsó.
— ¿Por qué no vienes aquí? — Pregunté, mirando las máquinas de café y los pequeños detalles de la cafetería. — Si ya tienes una aquí, ¿por qué solías ir a la cafetería donde yo trabajaba?
Christopher me miró fijamente, como si no entendiera del todo la pregunta. Me tomó completamente por sorpresa cuando se acercó a una de las máquinas y comenzó a preparar un café.
— El café que servían allí… era bastante bueno. — Dijo, mientras trabajaba en la máquina con una concentración absoluta. — Y también me gustaba cómo me atendían.
Mi ceja se alzó en un gesto involuntario. Sabía que no lo decía en serio. La ironía en su tono era evidente, y no pude evitar recordar cómo siempre había sido bastante fría conmigo en esos momentos.
— ¿En serio? — Respondí, sin poder evitarlo. — Yo siempre pensé que estabas molesto por mi actitud.
Christopher me miró de reojo, sin dejar de preparar el café. No dijo nada más, solo sonrió de una manera que no pude interpretar.
El sonido de la máquina de café llenó el espacio mientras él continuaba con su tarea, y yo, de alguna manera, sentí que la situación se estaba volviendo más extraña de lo que ya era. Pero, al final, el café estaba listo, y él lo puso frente a mí sin decir una palabra más.
La pregunta de por qué estaba aquí, de por qué todo había dado un giro tan abrupto, seguía sin respuesta. Y con cada paso que daba dentro de este mundo tan distante, me preguntaba si realmente tenía el valor de quedarme.
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