·001·

El sonido del molinillo de café llenaba el aire, y Elise D'Orléans observaba con precisión cómo el grano se transformaba en polvo, una rutina que ya conocía de memoria. En la pequeña cafetería en el centro de la ciudad, su vida transcurría entre vapores de leche, tazas y charlas de clientes habituales. Sus compañeras de trabajo, Isabel y Clara, se movían a su lado con la misma facilidad con la que Elise lo hacía, realizando los mismos gestos una y otra vez. La calma era lo que más le gustaba de su trabajo; no le interesaba la atención, ni ser el centro de las miradas.

Esa mañana, el sol apenas iluminaba las calles, y el café humeaba en el aire mientras Elise servía una bebida tras otra, sonriendo brevemente a los clientes que entraban, pero sin nunca hacer más que lo necesario. Su vida, aunque predecible, le gustaba así. En ese instante, todo parecía normal, y para Elise, eso era suficiente.

Pero la paz de la mañana se rompió cuando la gran puerta de la cafetería se abrió de golpe.

El murmullo comenzó de inmediato. Algunas personas se quedaron en silencio, otras empezaron a susurrar, y la tensión en el aire se hizo palpable. Elise levantó la vista por encima del mostrador, y fue entonces cuando lo vio. Christopher Bang. El hombre que hacía que todos en la ciudad se detuvieran a mirar. Alto, con una presencia magnética que dejaba a todos sin aliento, y con una mirada arrogante que no podía ignorarse. Era imposible no reconocerlo: el millonario, el empresario, el hombre que siempre parecía estar en todos los titulares.

De tez clara y facciones definidas, Christopher Bang tenía la misma capacidad de atrapar miradas que una estrella de cine. Su cabello, oscuro pero con destellos plateados, estaba ligeramente despeinado, como si no hubiera necesitado esfuerzo alguno para lucir increíble. Su rostro era una mezcla perfecta entre juventud y madurez, con unos ojos oscuros y penetrantes que se asomaban bajo unas cejas marcadas, tan intensos como un océano sin fin. La mandíbula fuerte y el contorno de su rostro parecían esculpidos para que su presencia fuera aún más imponente, pero lo que realmente destacaba era su postura relajada, casi desafiante, que dejaba claro que no temía a nada ni a nadie.

—¿Qué hace él aquí? — susurró Isabel a su lado, evidentemente sorprendida.

Elise no dijo nada. En su mente, el rostro de Christopher Bang era uno de esos que prefería no ver. Sabía lo suficiente sobre él: su fortuna, su éxito, su poder... y también su manera despreciativa de tratar a las personas que no pertenecían a su mundo. Elise no compartía la admiración generalizada que todos le profesaban. Para ella, era simplemente un hombre arrogante y egoísta, la personificación de todo lo que ella despreciaba.

—¡Rápido! ¡Todo debe estar perfecto para él!— gritó la encargada, Marta, desde el fondo. —Elise, ¿dónde estás? Necesito que te ocupes de la mesa del señor Bang

Elise apretó los dientes. No le gustaba que la mandaran, mucho menos cuando se trataba de un cliente tan insípido como él.

— ¿Por qué no le pides a Clara que lo atienda? — respondió Elise, su voz apenas un susurro de desafío.

Marta la miró con una expresión severa.

— ¡Porque te lo estoy pidiendo a ti! ¡Hazlo ahora!

Elise dejó de lado su taza de café y caminó hacia la mesa de Christopher. El ambiente en la cafetería parecía haberse detenido mientras él tomaba asiento, como si todos estuvieran esperando a ver qué sucedería. Elise mantuvo su postura, indiferente, con una sonrisa profesional, pero fría.

Cuando llegó a su mesa, Christopher levantó la vista y la miró con sus intensos ojos oscuros, como si estuviera midiendo cada uno de sus movimientos. Había algo en su mirada que la hizo sentir incómoda, pero no iba a dejar que su presencia la intimidara.

— ¿Qué desea, señor? — preguntó, manteniendo su tono cortante.

Christopher sonrió de manera burlona, observando cómo Elise se mantenía firme ante él. Parecía divertido por su actitud, como si estuviera acostumbrado a que todos lo trataran con reverencia, pero Elise no iba a darle ese gusto.

— Lo primero que deseo es que me llames por mi nombre, no como si fuera un cliente cualquiera. — Su tono era suave, pero cargado de sarcasmo.

— Si me permite, señor, tengo una regla: no interactuar demasiado con los clientes. Es parte de mi trabajo — respondió Elise, sin cambiar la expresión de su rostro.

Christopher levantó una ceja, aparentemente divertido por su actitud.

— ¿Una regla? Vaya, qué interesante. La gente suele hablar más cuando me ven, pero tú... Pareces todo lo contrario. — dijo, inclinándose un poco hacia adelante, disfrutando de la interacción.

Elise no cedió ante sus provocaciones. No quería ser parte de ese mundo, no quería ser otra que se dejara llevar por su encanto o por su poder. La indiferencia que él provocaba en ella era casi palpable.

— Lo que me importa es que ordenes algo o te vayas. Si no, seguiré con mi día. — Su tono fue directo, sin un atisbo de interés en mantener la conversación más allá de lo necesario.

Christopher la miró en silencio durante un momento, como si estuviera evaluándola, buscando alguna debilidad, alguna grieta en su armadura. Pero Elise no era fácil de leer. Sabía exactamente lo que pensaba de él y no tenía miedo de mostrarlo.

— Qué interesante... — murmuró, más para sí mismo que para ella. — No me esperaba alguien tan... indiferente. ¿Debería sentirme insultado? O tal vez lo encuentre fascinante.

Elise no respondió. En lugar de eso, dio un paso atrás, esperando a que él decidiera qué hacer. Por fin, él pareció rendirse, o al menos disimularlo.

— Quiero un espresso. Nada de adornos, solo lo básico. — Dijo de manera autoritaria, como si esperara que todo se hiciera inmediatamente a su gusto.

Elise asintió de manera cortante, y antes de dar un paso atrás, lanzó una última mirada a Christopher. Él estaba mirando su teléfono, como si ya no estuviera interesado en la conversación.

El café se preparó en silencio, y Elise continuó con su rutina, sirviendo y atendiendo sin perder demasiado tiempo en lo sucedido. Sin embargo, sus ojos, casi sin querer, se desviaban hacia la mesa de él. Observaba, disimuladamente, como Christopher tomaba su espresso con una calma arrogante, como si nada ni nadie pudiese perturbarlo. No podía evitarlo: estaba allí, en el mismo espacio que ella, pero tan distante en su actitud.

Finalmente, después de unos minutos, Christopher dejó su taza vacía sobre la mesa. Con una mano, tomó un billete de su bolsillo y lo dejó debajo de la taza, sin mirar siquiera a Elise. Se levantó con la misma elegancia indiferente, y sin un solo gesto de reconocimiento hacia ella, pasó por su lado, rozándola levemente. Elise apenas lo miró, concentrada en seguir su trabajo.

Christopher salió de la cafetería, y aunque nadie dijo una palabra, la atmósfera había cambiado. Los murmullos cesaron lentamente, y las miradas curiosas volvieron a centrarse en otros detalles. Elise regresó al mostrador, con la mente aún fija en la figura de Christopher Bang, pero sin que eso alterara su día ni su ánimo. Sabía que no había razón para darle más importancia a un hombre como él.

El día continuó como siempre, con el ruido de las máquinas de café y las conversaciones que se entrelazaban en el aire. Elise siguió con su trabajo, observando a los clientes con la misma indiferencia de siempre, sin que el paso fugaz de Christopher la hubiera dejado con ningún sentimiento significativo. Era solo otro cliente más, otro hombre más en su vida, al que no pensaba darle más espacio que el que ya ocupaba.

La tarde pasó rápidamente. Elise atendió a más clientes, sirvió cafés, tomó pedidos, y se encargó de las tareas que le correspondían con una precisión casi automática. La cafetera silbaba, los clientes entraban y salían, y ella solo pensaba en terminar su jornada. A esa altura del día, su cuerpo ya sentía el cansancio acumulado, y su mente solo deseaba llegar a casa, poner los pies en alto y disfrutar de una noche tranquila.

Finalmente, cuando las agujas del reloj marcaban casi las diez, Elise cerró la caja registradora, se despidió de sus compañeras y salió de la cafetería. El aire fresco de la noche la recibió al salir, despejando ligeramente su mente. Caminó por las calles iluminadas por faroles, perdiéndose en la sensación de la quietud nocturna que tanto le gustaba. El día había sido largo y agotador, y lo único que deseaba en ese momento era una comida rápida, una ducha y una buena noche de descanso.

Pasó por una tienda de comida rápida que estaba justo en la esquina, el lugar iluminado y con la gente en fila esperando sus pedidos. Elise no tenía ganas de cocinar, ni de hacer nada que requiriera más esfuerzo. Su cuerpo pedía descanso, y no quería complicarse con cenas elaboradas. Entró al local, haciendo una pequeña cola, y al llegar al mostrador pidió sin pensarlo demasiado.

— Un combo con papas, hamburguesa doble y una bebida. — Dijo en tono cansado, mientras miraba la pantalla detrás del mostrador donde mostraban los combos.

El chico que la atendió la miró por un segundo, probablemente percibiendo su agotamiento, y asintió mientras comenzaba a preparar su pedido. Elise esperó en silencio, observando cómo las luces del local parpadeaban ligeramente. La ciudad en la que vivía siempre parecía vibrar con energía, pero esa noche, ella solo quería desconectarse de todo.

Cuando finalmente le entregaron su pedido, Elise salió del local y comenzó a caminar hacia su departamento. El olor a comida rápida la acompañaba mientras se dirigía a su destino, lo que hacía que su estómago rugiera de hambre. Solo pensaba en lo que le esperaba al llegar: una ducha caliente, su cena frente a la televisión y, finalmente, la quietud de su hogar, lejos del bullicio del mundo exterior.

Al llegar a su edificio, subió las escaleras con paso lento, cansada pero aliviada de estar tan cerca de su refugio. Abrió la puerta de su departamento con la llave, dejando que el sonido de la cerradura girara como una señal de bienvenida. En cuanto entró, el calor de su hogar la envolvió, y sin pensarlo demasiado, se quitó los zapatos justo en la entrada, dejándolos caer en el pequeño zapatero junto a la pared. Después, sin perder más tiempo, se dirigió al pasillo que llevaba al baño.

La ducha caliente fue lo único que necesitaba para sentir que el día finalmente se había terminado. Elise dejó que el agua cayera sobre su cuerpo cansado, relajando cada músculo que había estado tenso durante todo el día. Cerró los ojos y dejó que la tranquilidad del agua y el silencio de la casa la envolviera. Sabía que estaba agotada, pero también sabía que necesitaba algo más para desconectar por completo. No quería pensar en el trabajo, ni en los clientes que había atendido, ni mucho menos en el hombre arrogante que había irrumpido en su día como un remolino.

Cuando salió de la ducha, se envolvió en una toalla grande y se dirigió a su habitación. Abrió el armario y se puso un conjunto cómodo, unos pantalones de pijama y una camiseta de algodón. Luego, se dirigió a la pequeña cocina, donde ya había colocado la bolsa con la comida rápida sobre la mesa.

Colocó la comida sobre la mesa, se sirvió una bebida y se acomodó en su sillón favorito. El sonido de la televisión comenzó a llenar el ambiente mientras se ponía a comer. No tenía ganas de hacer nada, ni de salir, ni de interactuar con nadie. Solo quería ver algo que no requería mucha atención y distraerse un rato.

El control remoto en sus manos pasó de un canal a otro sin mucho interés hasta que se detuvo en un canal de noticias. Las imágenes se cambiaban rápidamente en la pantalla, hasta que una foto le llamó la atención: Christopher Bang la misma figura arrogante que había visto ese mismo día. La noticia hablaba sobre su última inversión en una nueva empresa tecnológica, y mostraba una foto de él, de pie junto a su último proyecto, rodeado de personas que lo miraban con admiración.

Elise resopló y dejó caer el control remoto sobre la mesa. A pesar de que había intentado desentenderse de él, no podía evitarlo. Las noticias de Christopher parecían seguirla, y las imágenes de su rostro seguían apareciendo en todas partes. La televisión no hacía más que recordarle que el hombre, al que no quería ni pensar, estaba en todas partes.

Suspiró con frustración, mirando cómo la noticia continuaba en la pantalla, con más fotos de él en distintas situaciones. ¿Por qué tenía que ser siempre él? Pensó, molesta. ¿Por qué todo el mundo parece tan obsesionado con él?

Abrió su teléfono con la esperanza de distraerse con algo diferente, pero tan pronto como desbloqueó la pantalla, la inundación de noticias y fotos de Christopher continuó. Páginas de fans, titulares de revistas, artículos sobre sus inversiones, entrevistas… todo parecía girar en torno a él. Elise cerró la aplicación de redes sociales de un golpe, sintiendo cómo su paciencia comenzaba a agotarse. Sabía que no le interesaba lo más mínimo la vida de ese hombre, pero algo sobre esa presencia omnipresente de él la fastidiaba profundamente.

Con un suspiro largo, dejó el teléfono en la mesa y terminó su comida en silencio, sin ganas de seguir interactuando con el mundo exterior. Al terminar, se levantó, metió los restos en el contenedor de basura y comenzó a apagar las luces de la casa. La televisión quedó en silencio, y la luz suave de la lámpara de la mesita de noche era todo lo que iluminaba el espacio.

Cansada, se dirigió hacia su cama, dejando la ropa fuera de lugar mientras se tumbaba bajo las sábanas. Cerró los ojos con la esperanza de olvidar todo lo que había sucedido ese día, sobre todo el encuentro con Christopher Bang, pero en el fondo, algo en su mente seguía dando vueltas. ¿Por qué su presencia le molestaba tanto? Era solo un hombre más, ¿verdad?

Elise apagó la lámpara, se acurrucó bajo las sábanas y, finalmente, se quedó dormida, esperando que el nuevo día la despertara con más calma.



Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top