𝙸𝙸𝙸. 𝙾𝚝𝚘ñ𝚘


«No me disgusta el otoño, pero tampoco es mi estación preferida. A pesar de que sus colores son mis favoritos, el otoño es casi tan cruel como el invierno, y me hace recordar la persona tan horrible que una vez fui.

Sí, un recordatorio de todas las palabras que fueron dichas con tanto odio, pero que no reflejaban verdaderamente los sentimientos del corazón. Le agradezco al otoño por haberme permitido descubrir aquel lado tuyo que tanto tiempo me tomó encontrar. Sin embargo, también le reclamo al otoño por haberme convertido en un cobarde al no poder retractarme de mis propias palabras.

Al finalizar las vacaciones de verano, tuvimos que regresar a la escuela y retomar nuestras vidas. Sinceramente, no sabía cómo comportarme. Después de todo lo vivido en verano, donde solo éramos tú y yo; me sentía inseguro de cómo tratarte frente a otras personas. No era por mí, sino por ti; aún no me habías dado una respuesta a lo que éramos, así que no quería presionarte a actuar de manera que no desearas ni hacerte sentir incomodo.

Seguíamos nuestra típica rutina de almorzar juntos, estudiar juntos e irnos juntos. Sin embargo, nuestras demostraciones de afecto se redujeron considerablemente, limitándonos a abrazos en las despedidas o tomarnos de la mano bajo la mesa mientras estudiábamos, nada más.

Repentinamente, dejamos de ir al campo Hikari, tu petición me tomó por sorpresa. Sentí como si un pedazo de mi alma se desprendiera, y una pequeña presión en el pecho casi me hizo llorar. A pesar de ello, acepté con una sonrisa, asegurándote que estaba bien, que no pasaba nada. Aún desconozco los motivos de tu decisión.

Seguíamos encontrándonos en tu salón después de clases para estudiar, y nos quedábamos hasta las seis y media antes de irnos. Jugábamos, bromeábamos, te coqueteaba y te veía sonrojar. Sin embargo, algo no se sentía correcto; el brillo en tu mirada comenzó a apagarse. Mis sospechas se confirmaron ese día, cuando oficialmente comenzó el otoño y las hojas caían al tacto del viento.

Me dirigía al salón como usualmente lo hacía, pero al entrar, mi corazón se partió en mil pedazos. No sabía qué ocurría. Estabas sentado en la última fila, junto a la ventana, mirando el paisaje. El viento movía tu cabello y las cortinas hacían que la escena fuera aún más melancólica. Estabas llorando, tus ojos hinchados, las lágrimas corriendo por tus mejillas, y tu mirada estaba perdida.

— Jung... ¿JungKook? —Me acerqué lentamente a tu puesto—. ¿Pasa algo? —dije en voz suave. Obviamente pasaba algo, Kim, si no, no estaría llorando.

Te sobresaltaste y comenzaste a limpiarte las lágrimas, negando con la cabeza, repitiendo con voz apenas audible que estabas bien.

— No te creo, me vas a decir inmediatamente que te sucede. Has estado así desde hace días. Si es por nosotros, yo podri... —Y negaste fuertemente. Solo pensaba en mis estúpidos sentimientos, como siempre.

— No, no, no eres tú, yo... —Tu voz temblaba, tus manos temblaban. De repente me miraste fijamente, comenzando a llorar. Estaba desconcertado, no entendía nada de lo que te pasaba.

Me senté a tu lado y te abracé fuertemente. Te acurrucaste en mi pecho y te sentía temblar. "¿Qué sucede?" era lo único que pasaba por mi mente mientras acariciaba tu espalda. Yo solo pensaba en mí y en lo que sentía, sin darme cuenta de que todo ese tiempo tú estuviste sufriendo.

— JungKook, por favor, háblame. Respira, ¿qué te pasa? —Acuné tu rostro en mis manos, limpiándote las lágrimas con mis pulgares. Verte en ese estado hacía que mi corazón doliera, como si una espada se clavara en mi pecho.

Después de un rato, tomaste la compostura y me pediste perdón. Te veías tan vulnerable, como si la más mínima brisa otoñal te pudiera derrumbar. Cuando pensé que ibas a actuar como si nada hubiera pasado, hablaste.

— Ya no aguanto más. —soltaste en un hilo de voz.

Ese día abriste tu corazón a mí, me dejaste ver más allá de tu perfecta apariencia y me permitiste conocerte. Casi por completo, casi. Aunque me contaste gran parte de tu vida, tus verdaderos sentimientos seguían siendo un gran misterio para mí, algo que no supe hasta mucho después.

[...]

Te llamabas Jeon JungKook, tenías dieciocho años. A la edad de nueve años tu madre murió por cáncer, a partir de ahí tu vida comenzó a tornarse oscura. Te mudaste con tu padre y su esposa, los cuales tenían dos hijas menores que tú. En un principio todo iba bien, pero tu padre se comenzó a ausentar más de lo debido por cuestiones de trabajo, dejándote solo con tu madrastra.

Ella comenzó a abusar físicamente de ti cuando cumpliste diez años. Te gritaba, te pegaba, te mandaba a dormir sin comer. Y cuando tu padre llegaba decía que estabas muy cansado por la escuela y que te acostabas temprano. Te prohibió juntarte con sus hijas y dejarlos solos en la misma habitación. No tenías a nadie, a excepción de tu padre. Que, si bien estaba poco tiempo en casa, cuando la pasaban juntos sentías que podías respirar. El de verdad te amaba. Hasta el fatídico día en que murió. Dos años después.

Al poco tiempo, menos de un año, tu madrastra consiguió un nuevo marido. Ahora tenías un padrastro y una madrastra. Te preguntaste muchas veces por qué simplemente no te llevaban a un orfanato, creo que la hubieras pasado mejor ahí. Pero la verdadera razón es que tu "Padrastro", se vio reflejado en ti, e hipócritamente te extendió su mano. La cual tomaste al estar tan desesperado dentro de un mundo sin esperanzas.

Tu vida comenzó a girar en torno a lo que él quería, horarios meticulosamente estructurados, desde las primeras horas de la mañana hasta la noche. Cada uno de esos momentos era dedicado a la excelencia académica, todo rígidamente planificado para someterte en estudios intensivos y prácticas repetitivas. Todo para cumplir las expectativas de seres que no tenían ningún tipo de conexión contigo. El maltrato físico había cesado, pero el psicológico se intensificó. Y privándote de todas libertades, lo aceptaste y te adaptaste a ese retorcido estilo de vida.

Oh, JungKook. Buscabas luz en tu camino, pero te encontraste atrapado en la brillante oscuridad, donde en cada paso te alejabas más de la claridad que anhelabas.

[...]

Cuando terminé de escucharte todo empezó a tener sentido de repente: tu forma tan reservada de ser, el tiempo que pasabas solo, tu obsesión por obtener calificaciones perfectas, tu frustración. Todo encajó en mi mente. Todo tuvo un maldito sentido, siempre lo tuvo.

Después de despedirme de ti, abrazarte con todas mis fuerzas y darte un beso en la frente; regresé a casa. Al llegar, lo primero que hice fue hacerme bolita y llorar. Llorar recordando todas tus hermosas sonrisas, aquellas que me dedicabas cada tanto, aquellas que me hacían sentir que todo estaba bien. Llorar recordando todos los efímeros momentos en los que reías y parecías despreocupado. Lloré y lloré, hasta que mi hermana llegó. Entonces me apresuré a lavarme la cara y recomponerme, no quería mostrar mi vulnerabilidad en ese estado.

El otoño nunca me había parecido tan desolado.

Dos días pasaron y las cosas volvieron a la normalidad.... más o menos.

Sentía una atmosfera extraña a nuestro alrededor; me temblaba la voz al hablarte y cuidaba cada palabra que decía. Sentí que volvimos al inicio. Sin embargo, el único extraño era yo; tú seguías actuando como si nada, sonriendo ocasionalmente y tomando mi mano con fuerza cuando completabas algún ejercicio.

Comencé a sentir pena, y creo que lo notaste. Supongo que por eso evitabas hablar de ti. No querías que te vieran con lastima, y yo lo estaba haciendo. La única persona que de verdad te miró por lo que eras, ahora te veía con lástima. No puedo ni imaginar cómo te debiste de sentir. Me odio por eso.

Por la noche estuvimos en una larga llamada, hablando de cosas sin sentido. Eran alrededor de las dos de la mañana, y el sueño me estaba ganando, hasta que el tono de la conversación cambio de sobremanera.

— ... Y por eso opino que el gobierno de cada país maneja el tiempo a conveniencia, están aliados con los Iluminatis. —bostecé estruendosamente.

— Tae... eres un tonto. —Y luego reíste bajito. Si no hubiera sido preso del sueño, la forma en la que pronunciaste mi nombre me habría dado un paro cardiaco. Pero en ese entonces no pensaba bien, menos a esa hora—. Deberías ir a dormir.

— No, estoy perfectamente bien, no tengo nada de sueño. —dije, pero sabrá dios en que idioma. Estoy cien por ciento seguro de que tampoco me entendiste.

— Kim... antes de que te duermas, ¿podrías hacerme un favor?

— ¿Hum...? —Escuchaba tu voz lejana.

— Si algún día vuelve a llover, ¿podrías llevarme corriendo como lo hiciste aquella vez?, ¿podrías... despejarme? — ... — ¿Kim TaeHyung...? ¿Tae...? —En ese momento un fuerte estruendo se escuchó en tu lado de la línea.

— ¡¿Eh?! Santo Dios, me asusté. ¿Qué pasó?, ¿me ibas a pedir un favor? Disculpa, no te escuché. —Un tonto.

— Ah... algo se cayó, no es nada, no te preocupes. Descansa, te quier...—Y cortaste, lo último dicho en un susurro.

Sí, un tonto, eso era yo.

Al día siguiente JungKook no fue a la escuela, ni al siguiente, ni al siguiente después de ese. Los mensajes no te llegaban y tu teléfono estaba apagado. Comencé a preocuparme.

Al cuarto día tu madrastra llegó a la escuela, haciendo un escándalo, y preguntando por su "hijo". Pidiendo información a los profesores para saber con quién se juntaba, y si esas personas sabían algo de él. ¿En serió? ¿Al cuarto día? Por supuesto, como yo era la única persona con la que te la pasabas, la vieja loca acudió a mí. Al pendejo Kim TaeHyung.

— ¡Tú lo sabes, ¿no?! ¿Dónde está mi JungKookie? ¡Dímelo! —Me zarandeaba por los hombros. Señora, si lo hubiera sabido en ese entonces yo también lo habría buscado.

— ¡No lo sé! Y si lo supiera no se lo diría. No hablo con JungKook desde el lunes. — refuté.

— ¿Quién te crees que eres para hablarme así? ¡Y JungKook no volvió a casa el lunes!

— ¿Qué...? Pero si... —"yo hablé por llamada con él"—. ¡¿Y apenas se preocupa por él?!

— ¡Dime, ¿dónde está mi hijo?! —Me apretó fuerte de los hombros. La sangre me hervía al ver como fingía ser la típica madre preocupada. Y que te llamara "hijo" me molestaba aún más.

— ¡Suélteme! Ya le dije que no lo sé, además, ¡JungKook no es su hijo!

Y la cabeza me dio media vuelta. Era la segunda vez en mi vida que me daban una cachetada de esa manera. La señora se fue, hecha una fiera.

El fin de semana pasó y volvió a ser lunes. JungKook regresó a la escuela.

Mis ojos se iluminaron al verte. Recuerdo lo preocupado que estaba, deseando preguntarte qué te había pasado, el motivo de tu ausencia y dónde habías estado. Pero cuando llegó el momento, no supe cómo actuar.

Me dirigía hacia tu salón cuando te vi saliendo de él rápidamente.

— ¿¡JungKook!? —Te detuviste en seco y corrí hacia dónde estabas—. Oye, ¿qué te pasó? Desapareciste de la nada... me preocupé.

— Estaba donde unos tíos. —No te creí.

— ¿Qué? Pero ni siquiera avisaste, todos estaban preocupados por ti. No te llegaban ni los mensajes ni las llamadas. —Tu mirada era fría, más que el invierno.

— ¿Quiénes son todos?... Y se me dañó el teléfono. Me tengo que ir, hablamos después. —Te diste media vuelta, dispuesto a irte. Pero tomé tu brazo, deteniéndote.

— JungKook... ¿todo bien? ¿Estamos bien? ... si quieres hablar, yo...—Tomaste mi mano delicadamente y la apartaste de tu brazo. Me dedicaste una mirada melancólica y te fuiste... mi pecho dolió. Mi mundo comenzó a derrumbarse.

[...]

Una semana paso de ese acontecimiento. Una semana en la que todo se fue a la mismísima mierda. Dirían: "TaeHyung, ¿qué pasó?" Pero es que ni yo lo sé.

Me comenzaste a evitar. Cada vez que nos cruzábamos y te saludaba, me ignorabas por completo. Después de clases, no te encontraba en tu salón ni en ninguna otra parte de la escuela. Mis llamadas y mensajes quedaban sin respuesta. Mas que sentirme dolido estaba... resentido.

Al fin y al cabo, fuiste tú quien me pidió que no te evitara. ¿Por qué me estabas haciendo eso? No te entendía, y cegado por la rabia, también comencé a ignorarte. Fue muy inmaduro de mi parte, lo reconozco. Desde entonces, me he arrepentido muchas veces de todo eso. Sin importar cuánto tiempo pase, la culpa nunca se irá.

Un mes pasó, un mes; y el frío del otoño se intensificaba, dando paso al tan ansioso invierno, que no tardaba en llegar. Me hacía el fuerte, no quería llorar, no quería dejar que me afectara, pero todo eso se reflejaba en mis acciones. Dejé de comer, de ser tan amable, de escuchar música, y de dibujar, aunque lo hiciera pésimo, me gustaba.

Simplemente dormía, la mayor parte de mis días se iban en sueños.

Empecé a usar todos los abrigos que mi madre me pedía que usara. Iba a la escuela esperando que el último periodo terminara pronto. No soportaba la idea de verte y actuar como si todo lo que vivimos hubiera sido solo un sueño, aunque eso parecía. Un hermoso sueño.

— Oye, Kim, ¿podrías llevar estas cajas a la sala de profesores? —La última clase del día había terminado. Asentí cordialmente. — Bien y... ¡Hey, tú! Jeon, ven aquí un momento, ayúdalo a llevar esas cajas a la sala de profesores. Gracias, lo dejo en sus manos.

El camino hacia el salón de profesores fue incómodo, para ser honesto. Un silencio inquietante se estableció entre nosotros mientras dejábamos las cajas donde se nos había indicado. Sentía la necesidad de decirte algo, de preguntarte cómo estabas, pero simplemente me quedé en silencio.

Salimos juntos de la escuela, percatándonos de que había comenzado a llover, y cuando estaba a punto de irme, llegó el momento que me marcaría para siempre. Ese que cada noche martilló mi cabeza. Rebobinándose una y otra vez.

La última lluvia de otoño. Nuestro último encuentro.

— Kim TaeHyung... lo siento. —Debí ser yo el que se disculpara—. Te hice daño, y... me alejé de ti sin explicaciones. Yo... perdóname.

— No me hiciste daño. No te des tanta importancia. —suspiré pesadamente—. Yo estoy bien, estabas pasando por una situación difícil, lo entiendo. Solo estaba siendo una molestia. —Me sumergí en la lluvia, había dejado el paraguas. ¿Qué pensaba en ese entonces?

— ¿Qué...? No, ¿en serio estás bien?... Déjame explicarte, yo...

— ¿Por qué no debería de estarlo? —Mis ojos comenzaron a arder y mis pasos fueron acelerando. No quería enfrentar ese momento, no estaba preparado.

— Yo rompí nuestra promesa y...

— No te preocupes, era una promesa sin importancia, al fin y al cabo. Todo está bien. —Se comenzó a formar un nudo en mi garganta. Nada estaba bien. No debí decir eso.

— ¿Sin importan...? ¿Qué dices? ¿"Todo está bien"?

— Sí. —Sentí las lágrimas recorriendo mis mejillas, confundiéndose con la lluvia. Agradecí al clima en ese momento.

— Entonces, ¿por qué estás llorando? —Ay.

— ¿Qué...? No, yo no... no estoy... Es la lluvia. —Escondí mi cara, pasando los puños por mis ojos, tratando de evitar que salieran más lágrimas.

— TaeHyung, por favor, mírame, déjame explicarte... —Me tomaste por los hombros para quedar frente a ti. Tu expresión era de angustia y tu voz apenas audible por el agua que caía.

— No, no, yo entiendo lo que pasó. —Me zafé de tu agarre—. E-entiendo que necesitabas tu espacio... yo r-realmente lo entiendo. —No, no entendía nada. Mi voz temblaba a más no poder, no era capaz de mirarte directo a los ojos—. Pero... yo creí que era importante para ti. Yo... d-dijiste que era especial. —Mis lágrimas incrementaban—. Me prometiste que me explicarías si tenía dudas, s-si me sentía inseguro. Yo... entiendo, pero me duele. —Mi corazón dolía.

— Mi padrastro... —Escuché tu voz temblar y vi tus ojos cristalizarse.

— Ah, tu padrastro. Sí, él. —Debí haberme callado en ese mismo instante—. Haces todo lo que él te dice, lo entiendo, seguro te pidió alejarte de todas tus distracciones, pero JungKook...

— No, Tae, escúchame. —Cómo desearía que volvieras a pronunciar mi nombre.

— Eres un egoísta... Solo piensas en ti mismo y en lo que te conviene. Nunca te importó cómo me sentía. —El egoísta era yo.

— ¿Qué... mierda? —reíste sin gracia. Tu lengua chocó internamente con el lado izquierdo de tu boca, en un gesto de molestia—. Yo... no necesito estar con un hombre, Kim — sentí como mi mundo se caía al oírte decir esa simple frase—. No necesito que te compadezcas de mí.

La lluvia se intensificaba a la par con mis sentimientos, me desbordaba; como si el otoño quisiera apagar las llamas de nuestras palabras. Aquellas que poco a poco nos estaban consumiendo, haciéndonos daño.

— ¿Qué...? —Estaba completamente desconcertado, mi pecho ardía—. ¿Es... porque soy un hombre? Eres un... —reí ofendido—. ¿Qué tiene que ver? Solo estas poniendo excusas, te alejas de todo lo que de verdad te importa y ocultas lo que de verdad piensas... ¿por qué no le haces frente a tus problemas? ¿Acaso no tienes fuerza de voluntad? ¿Eres un esclavo? —Mi voz se quebró—. ¿¡Qué te pasa!? ¿Por qué no te esfuerzas por lo que realmente quieres?

— ¡Me estoy esforzando! —No supe si eran tus lagrimas o las de la lluvia lo que bajaba por tu mejilla.

— ¡Pues no es lo que parece! ¡Deja de oprimir tus verdaderos sentimientos y toma una decisión!

Fue entonces que me di cuenta...

— No necesito tu lástima, Kim TaeHyung. No sabes lo que es estar atrapado.

Que las palabras pueden herir a las personas...

— No, no lo sé. ¡Pero se trata de que afrontes tu realidad! ¡Deja de ser tan cobarde!

Y aunque lo intente... nunca podré retractarme.»

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