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Su pulso cardíaco estaba muy acelerado, estaba en un estado de taquicardia que no sabía cómo solucionar, estaba en el escenario, todos lo estaban mirando, toda una multitud cantando con él, si se desplomaba o se llevaba la mano a su corazón alertaria a todos, si se iba del escenario pidiendo disculpas perdería, se vería débil, seria el foco de la prensa, foco de preguntas y mucho más hablando de él, su personalidad directa, gruñona y malhumorada, se vería aún más débil, ellos no podían saberlo, debían seguir creyendo que todos esos años de ausencia en los escenarios fue debido a un accidente en motocicleta que perjudicó sus vértebras cervicales cuando en realidad su ausencia se debió a un problema cardíaco, una enfermedad congénita que se expandió haciéndole sufrir taquicardia, sumado al consumo de drogas, alcohol y su evidente insomnio en dónde era un milagro verlo dormir lo adecuado, no debían saberlo, ni sus hijos, no debía preocuparlos. Sus ojos azules se fijaron en unos pardos que lo miraban con intensidad y preocupación, ese maldito británico que lograba calar hasta lo más profundo de su ser, él sabía de su condición, él sabía por lo que había pasado, él sabía absolutamente todo lo que pasaba, él sabía lo que estaba ocurriendo, solo atinó hacer un simple gesto que le hizo entender al otro que no debía alarmarse, pero carajo, sabía que ese maldito colmilludo no le haría caso, era demasiado arrogante y decidido, maldito George Harrison, su maldita sonrisa, sus malditos colmillos, su maldita risa, su condenada energía... Y su enorme corazón de oro.
──Cuánto detesto que estés al tanto de mi debilidad y que lo uses para chantajearme y acercarte más a mi enfermo corazón que se desboca ante tu cercanía y palabras.──
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