𝙩𝙝𝙧𝙚𝙚
Profecías.
Atrapenme ahora o me volveré más salvaje.
Ahora iré por tí, ahora soy una salvaje.
— Savage, æspa.
Jamás pensé enamorarme de una prisionera. Pero ella no era cualquier prisionera, era un hada que yo mismo capturé cuando tenía once, el hada que creció entre humanos y que ahora, diez años después, debería asesinar a sangre fría.
En Stradia se cree que un antiguo libro de cuentos fue escrito por los Dioses Estrella y que cada uno de los mil cuentos contiene una profecía que guiará a los humanos a dominar todo el continente de Panahelama. Los niños nacidos en lluvias de estrellas tienen derecho a leer un solo cuento, y este decidirá su destino.
Cuando tenía cinco, fui llevado al Palacio Real por mí madre. Ella me acompañó hasta el Observatorio, donde los guardias y los sacerdotes me separaron de mi familia para siempre. Me mostraron la Sacra Antología y me pidieron que eligiera un cuento. Sin saber nada de lo que pasaba, abrí el libro en una página al azar, y el cuento del Hada y el Cazador selló mi destino.
Un hada criada por los humanos que traiciona su hospitalidad y es asesinada por un cazador. El Sacerdote a mi lado interpretó que yo sería el cazador y que la última oración ("los tiempos de paz volverían a la nación") significaba que una guerra terminaría poco después de que la asesinara. Entonces las esperanzas del pueblo cayeron sobre mí, un niño de cinco años cuya familia había desaparecido, un niño de cinco años que comenzó a entrenar para capturar al hada y, según el cuento, asesinarla cuando cumpliera los veintiún años.
A diferencia de muchos guerreros, no fui entrenado en campos, sino entre hechiceros. Ellos decían que estaba maldito por el destino y que mi futuro se basaba en mi sufrimiento y el de las personas que amara.
— Los Jóvenes Estrella como tú han muerto todos de tristeza tras cumplir su misión, Alí — me dijo un anciano alguna vez mientras tejían una gran red. —. La familia real te detesta y por eso ejecutó a tu familia, y te detesta más porque elegiste un cuento tan importante como ese.
— El Príncipe Agath debió nacer el mismo día que tú, pero solo una persona puede nacer como Joven Estrella y tú fuiste elegido — continuó la única mujer en la sala, una señora ciega que juraba ver todo lo que pasaba en el reino —. Te odian desde tu nacimiento incluso si llegaste aquí hace solo dos años. No dudo que ellos mismos planeen tu muerte tan pronto como asesines al hada.
Así crecí aprendiendo a manejar la espada y bloquear encantamientos mientras los viejos me contaban mi destino. La historia de los Jóvenes Estrella que habían vivido antes que yo y sus predicciones del siguiente. Ellos habían visto mi muerte desde mi nacimiento y hablaban del futuro como si estuvieran en él, así que tomé su palabra como la verdad.
Cuando el Príncipe cumplió diez años y se formó su corte, me mandaron llamar para que se me integrara a ella por deseos del Rey. Aquella vez sentí que me iba a cortar el cuello con la espalda en lugar de solo rozar mis hombros con ella, pero no fue así. Supongo que no podía matar a quien supuestamente traería la paz, pero sentí en sus ojos el deseo de deshacerse de mí.
Poco tiempo después de la ceremonia, Agath ordenó que se iniciaran las expediciones por Srante, el país de las hadas. "El hada debe crecer aquí, así que has de traer a una cría" me mandó decir por medio de un sirviente. "Ni tú ni el pelotón que se te ha asignado podrá volver al reino sin una salvaje alada en tus manos".
Pese a tener solo diez y sin siquiera haber entrado a la pubertad, él ya tenía poder para ordenarme. Y yo, mayor por un día y elegido del destino, no tenía más que acatar sus órdenes.
La campaña de captura fue tan sangrienta como esperaba. La cosa es que siempre supe que el cuento decía que el hada llegaba sola al reino de los humanos, pero ellos forzaron su llegada al masacrar una aldea pacífica sin motivo ni razón. Las hadas que asesinaron no eran guerreras o hechiceras, era gente alejada de las urbes que sobrevivían a duras penas. Las espadas se llevaron mil vidas sin que yo pudiera hacer nada.
El capitán me regañaba cuando acabó la masacre, llamándome inútil por no haber capturado a nadie. "La misión es capturar una cría, no asesinar todas las hadas que se pongan frente a nosotros" le dije, pero no llegó a contestarme pues algo más se escuchó a lo lejos y, guiado por los instintos, corrí hacia el origen del sonido.
El sonido de algo corriendo me guió hasta una cueva, donde ella se detuvo, cansada. Entonces pude ver al hada que asesinaría por primera vez.
Al igual que todas las crías de hada, su cabello era corto como el mío y los tatuajes mágicos que se forman en los brazos de los no humanos eran apenas visibles en sus manos. Tenía los ojos rasgados y sus alas eran largas, oscuras como la noche. Y lloraba, asustada por la masacre.
— Sé que estás ahí, asesino — me dijo entre jadeos —. Si crees en algo, no me delates y déjame huir. Yo misma prenderé fuego a las ruinas y no mencionaré el ataque, pero déjame vivir.
— No te mataré — le dije, guardando mi espada—. Pero me matarán si te dejo ir y los soldados que vienen conmigo serán ejecutados si regresan con las manos vacías — le dije, y no mentía. El terror a ser desterrado era mayor a la empatía que sentía por el hada.
— Ustedes mataron a mi familia — me contestó, enojada —. El honor de un hada es su familia y yo jamás volveré a tenerlo, pero no quiero que me mates — su voz se quebró mientras hablaba. Lágrimas cayeron de sus ojos oscuros cuando se tiró al suelo, sus largas alas cubriéndola.
— No te mataré ni te dejaré ir, pero mi gente te llevará a Stradia — me acerqué y ella levantó la cabeza —. No veníamos a masacrar, pero los soldados no escucharon mis palabras.
— Los humanos cerraron el paso de las hadas de Stradia hace siglos, no creeré tan baja mentira.
— Mi espada está limpia, esa es la mayor prueba que te puedo dar — me observó, escéptica —. Te llevaremos a Stradia y te tratarán con amabilidad allá. Vivirás en el Palacio Real, lejos de la muerte y tendrás una vida digna que cualquier humano desearía — le dije, pensando que el cuento se cumpliría en la vida real. Pero yo no era hijo de una familia de renombre como ese cazador y ella no había llegado sola al Palacio.
— ¿Cómo puedes decir algo así?— preguntó, aún al borde de las lágrimas.
— Sé que así será — contesté.
Pero la ilusión en la que el mundo era feliz se cayó a pedazos tan pronto como ambos llegamos a dónde el pelotón, que la atacó y apresó con hierro y cadenas sin escuchar mis gritos para que se detuvieran.
En el cuento, el hada sin nombre jamás vuelve a convivir con el cazador hasta el momento que la mata. Y si bien el Rey quería dejar que el hada conviviera libremente con los sirvientes del palacio, Agath se negó rotundamente.
— No importa lo que diga el cuento, esa cosa es una salvaje y no podemos exponer a los cortesanos normales a convivir con tal cosa — objetó en una reunión con su corte presente. Al ser yo parte de ella, era asunto de Agath.
— ¿Entonces qué propones que se haga? ¿Encerrarla y que guarde rencor antes de que el Joven Estrella cumpla veintiuno? ¿Te parece coherente? — preguntó el Rey mientras veía con decepción a Agath.
— Que Alí se haga responsable — contestó el príncipe —. Convivir con los magos hará que la salvaje sienta que tiene libertad, pero ellos son ancianos y necesitan a un soldado. ¿Quién mejor que el propio Joven Estrella?
Si hubiera podido hablar, habría negado que el hada era una salvaje, pero en ese momento ni siquiera tenía nombre. El Rey negó y, con decepción en la voz, aceptó el arreglo.
— Joven Estrella — me detuvo el propio Rey antes de que saliera con el resto de la corte. Agath gruñó por lo bajo mientras yo reverenciaba a su padre —. Hasta ahora, las decisiones que ha tomado mi heredero son cuestionables, pero confío en que usted, bendecido por el destino, cumpla con las expectativas del reino.
— De lo contrario serás ejecutado — intervino Agath, interrumpiendo al Rey.
Volví a reverenciar pues, por muchas cosas que quisiera decir acerca de 'la salvaje' y las decisiones de su hijo, hablarle al Rey era el mayor delito de todos.
— Alí, un gusto volverte a ver — murmuró la anciana ciega cuando volví al recinto de los hechiceros tras una junta con su corte —. ¿Qué tal las amenazas del Príncipe?
— ¿Dónde está ella? — le pregunté, ignorando su pregunta. Ella ya sabía cómo había ido gracias a la magia, pero yo no había sabido nada del hada desde días atrás, cuando una doncella la acusó de haber estado vagando en las noches por los patios y fue apresada para ser interrogada sin estar yo enterado.
— Los guardias la dejaron aquí hace horas, pero no quiso hablar de su castigo. Lo primero que hizo después de refunfuñar fue preguntar a Amhad por la ceremonia de bautizo — contestó y yo me giré a verla.
— ¿Finalmente escogió nombre? — y es que de las primeras cosas por las que había peleado tras ser titulado como su tutor fue porque ella tuviera el derecho de nombrarse a sí misma. Las hadas no tenían nombres hasta que cumplían los veinte, pero ella solo tenía nueve cuando la traje, así que me parecía justo que ella lo decidiera sola. Un año había pasado de eso. La anciana asintió.
— Ya era tiempo, de cualquier forma. Apuesto a que se hartó de que la llamasen "la salvaje" durante el castigo y pensó en un nombre mientras le ataban las alas.
Un año y medio había pasado desde que volvimos del castillo, ella sumamente lastimada y mirándome con odio. En cuanto nos dejaron solos para que le explicara su condición de refugiada, me lanzó mil y un bolas de luz que puede esquivar gracias al entrenamiento. Pero cedió al final y comenzó a adaptarse pues, según ella, estar con hechiceros le hacía sentir más cerca de casa.
A diferencia de la mayoría de doncellas y cortesanos, los hechiceros no la vieron como una salvaje. "Es solo una niña sin casa, igual que Alí' dijo Amhad, el mismo hechicero que le decía que moriría de tristeza, y dado que él era el más anciano, todos le siguieron la corriente y trataron a la cría de hada como a una hija.
La campana en el centro de la habitación resonó, sacándome de mis pensamientos. Y de pronto la puerta del pequeño santuario de los magos se abrió y de ella salió el hada. Su cabello había empezado a crecer como muestra de que había empezado a pasar de ser una cría a una joven y sus ojos rasgados tenían moretones. Pero sonreía y se veía hermosa con esa sonrisa.
— He elegido un nombre, Asesino — me dijo en cuanto me vió —. Por fin dejaras de decirme "Hada", que Amhad me ha bautizado como Karina.
Y como Karina las cosas empezaron a mejorar. Por cinco años, se mantuvo la paz entre la corte de Agath y ella, con rupturas ocasionales planeadas por el propio Agath para ponerme a prueba. Pero ni Karina cedía a mostrar su lado más violento ni yo cedía a caer en sus provocaciones. Por cinco años se mantuvo una tranquilidad, hasta que cumplí dieciocho años y el Rey murió, pasando la corona a su hijo.
Pese a ser parte de su corte y el Joven Estrella de su generación, mandó decir que no quería ni que yo no que Karina estuviéramos en su coronación. Entonces los magos se fueron y quedamos solos en la habitación.
— Yo entiendo por qué te odio, pero en los siete años que he vivido aquí jamás he entendido por qué te odia el Rey — dijo, sentándose en la silla de la anciana —. ¿También les mentiste a ellos?
— La familia Real tiene motivos para guardarme rencor — le contesté vagamente. No importaba qué tanto le contara, ni los viejos ni yo teníamos permitido hablarle de los Dioses Estrella ni de su destino.
— ¿Sabes? A veces siento que debería agradecerte en lugar de odiarte — murmuró —. Si me hubieras dejado escapar, probablemente sería más feliz pero no tendría honor ni un hogar. Al menos aquí me siento querida.
— Te queremos, Karina. Ni los ancianos ni yo querríamos que algo malo te pasase — no mentía, pero todos sabemos que no podía evitar la realidad
— Amhad dice que estamos malditos por el destino. El día que me bautizó, dijo que todas las Karinas que conocía habían sido asesinadas por la gente que amaba — la observé con tristeza —. Amar es algo muy fuerte entre las hadas y mis padres decían que solo somos capaces de amar a un solo ser en el universo, pero sé que quiero a los ancianos y a ti, aunque sea un poco.
— ¿Me odias y me quieres a la vez?
— No te querré por completo salvo que hagas algo digno de eso, pero te odiaré en cuanto tu espada se manche de sangre de los míos.
— ¿Por qué mataría a los tuyos? — levantó una ceja. Pensé que era con burla, pero descubrí que era con sorpresa gracias al tono de su voz.
— ¿No has escuchado las nuevas historias de los ancianos? — negué, y es que con la muerte del Rey, me habían mandado de un lado a otro para bendecir el lugar gracias mi posición como 'Joven Estrella' —. Dicen que el nuevo Rey iniciará una nueva guerra con Srante y que mandará a sus enemigos del Palacio a luchar. Y, hasta donde entiendo, tu eres su enemigo.
— Una guerra, así que eso planea — negué con la cabeza —. Está bien que resienta no ser quien traiga la paz, pero esto es otra cosa... — murmuré sin pensar.
— ¿Me usarán en esa guerra? — preguntó de la nada—. Los viejos murmuran de profecías y dicen que volveré a mi reino sólo para morir ahí. Y pensé que los míos tal vez me verían como una traidora.
En ese momento noté que no quería verla morir, por más inevitable que fuera. Solo era una chica que había perdido todo y que se aferraba a la vida con todo lo que podía. Sin importar lo que pasara con la profecía, necesitaba que saliera viva.
Tal y como dijo Karina, al siguiente año, el Rey Agath hizo la guerra a Srante e intentó mandar a gente de manera estratégica. Y si bien mi nombre aparecía en las listas, fue consenso que no debían enviarme a matar hadas. Los Sacerdotes intervinieron diciendo que mi espada se había mantenido limpia hasta entonces y que debería mantenerla así para matar con dignidad a Karina. Agath no tuvo de otra más que aceptarlo.
Aún así, no desistió de alejarme de Karina al enviarme a la frontera norte a rezar por el bien del reino. Un viaje de dos años que se excusaba ante mi posición como Joven Estrella y en él que tendría vía libre para poner a "la salvaje" en contra del reino.
— Cuando vuelvas, no esperes vernos a todos con vida o a Karina con los mismos ojos — me dijo la anciana ciega —. Le harán saber tu destino y la maltratarán hasta que no haya más que resentimiento en ella. Cuando vuelvas estarás a nada de cumplir veintiuno y te harán matarla antes de que anochezca. Y después, él buscará una excusa para matarte no más pronto.
No hacía falta mencionar de quién hablábamos.
— Tienen que protegerla, no debería morir — le pedí, pero ella negó.
— Agath no cree en la magia y nos ha visto como enemigos desde que te aceptamos como parte de los nuestros pese a no tener aptitudes. Usará cualquier excusa para matarnos y aprovecharán que Karina nos quiere para destrozarla.
— ¿Por qué han de destrozarme?— preguntó Karina, observando desde atrás —. ¿A dónde te vas, Asesino? ¿Irás a la guerra después de todo?
— Eres un hada después de todo, Karina — dijo la anciana —. Podrás haberte criado aquí, pero eres lo que eres y Agath jamás te tratará bien por más buena que seas con él.
— Y yo jamás lo trataré bien a él si manda a Alí a la guerra.
— Primero, no me mandarán a la guerra: iré a un templo a rezar por Stradia — me acerque a ella —. Y segundo: Ni se te ocurra insultar al Rey en presencia de nadie más que los que estamos aquí.
— ¿Me matarán si lo hago?
— Si, también si no lo haces — habló la anciana —. Todos sabemos que te lo dirán tarde o temprano, pero te matarán pase lo que pase — observé con miedo a la anciana, que se acercó a Karina con cuidado y le tomó la mano.
— Tu nombre selló tu destino, igual que Alí selló el suyo al leer esa profecía — desde atrás, supe que tenía que detenerla, pero alzó una mano y me detuvo, haciendo uso de su magia contra mí por primera vez que tengo memoria —. Elegiste bien al llamarle Asesino, pues su destino era traerte al palacio y después asesinarte para "proteger a la nación".
— ¿Qué? — murmuró Karina, observando alternadamente a la anciana y a mí —. Estás mintiendo, ¿No? Estás mintiendo, ¿Cierto, Alí?
No pude responderle.
Y por primera vez, ví rastros de su verdadera forma: Sus ojos se volvieron completamente negros y sus mejillas comenzaron a mostrar escamas. Sus alas oscuras se alargaron como brazos.
— ¡Tu, maldito asesino! — me gritó, tan furiosa como cuando la ví por primera vez en una celda. Sabiendo que jamás me perdonaría, salí corriendo. Sus gritos se escuchaban incluso fuera del recinto de los magos. Y con el alma destrozada, sabiendo que ni siquiera había sido capaz de despedirme de ella, partí al norte del país.
Dos años después, la guerra estaba peor que nunca y el viaje que debió haber terminado en julio terminó a solo días de mi cumpleaños.
Tal y como dijo la anciana, ninguno de los magos estaba vivo cuando volví. La corte me miró con malos ojos a mi regreso y, tras reportar todo lo que había pasado en el viaje, dos guardias me apresaron tan rápido que ni siquiera fui capaz de sacar mi espada para defenderme.
Agath me acusó de traición, claramente. Dijeron que habían investigado a mi familia y se descubrió que era de un grupo de rebeldes que habían intentado derrocar al rey anterior. Y dado que había crecido con ellos y con los magos, que habían sido una fuerza antiabsolutista desde siempre, se había concluido que intentaría traicionar al Rey una vez asesinara al Hada.
— Son solo tres días los que estarás encerrado — dijo el guardia —. Pero puedes practicar con el arma: La salvaje se volvió una amenaza y ha estado contenido por semanas.
— Karina no es una salvaje — le dije, furioso.
— Esa cosa ni siquiera merece un nombre — replicó, pero no di pelea. Tenía que pensar en algo y ese algo tenía que salvar a Karina, dado que ella no merecía nada de lo que había pasado.
Y resulta ser que, a lo largo de los ocho años que estuve con ella, los ancianos me dieron pistas de lo que tenía que hacer
Dado que el país estaba en guerra, no se podía hacer una presentación del asesinato de un hada. Además, un ataque sorpresa se hizo presente en la madrugada y Agath ordenó que nos soltaran a ambos tran pronto saliera el sol. Los guardias me guiaron hasta uno de los patios del palacio, patio donde llevaron un ser encadenado que no parecía ser la Karina que conocí.
Cerraron todo lo que podían pusieron una red en el techo, haciendo un ruedo improvisado antes de desencadenar lo que alguna vez fueron las alas oscuras de Karina. Y tan pronto como lo hicieron, un ser que parecía sacado de mis pesadillas se abalanzó sobre mí y me observó con furiosos ojos oscuros.
— Karina, soy yo — le dije, bajando la espada, pero ella no bajó la guardia y salió disparada hacia la red, tratando de romperla —. Karina, los magos la hicieron antes de que llegaras, no hay forma de que la rompas.
— Dijeron que jamás me harían daño — dijo una voz en mi cabeza, y entendí que esa era la forma en que se comunicaba conmigo —. Dijiste que jamás me pasaría nada, que viviría una vida diga — volvió a girarse hacia mí y noté tristeza en su voz.
— Y te dije que no te mataría, creeme por favor — le grité, bajando la espada —. Por favor, necesito hablar contigo como antes.
Lancé la espada en la dirección más lejana a mí y ella se acercó.
— ¿Los humanos que me encerraron? — preguntó mientras tomaba su forma humana de nuevo, pero ahora como un hada adulta con la piel gris y tatuajes oscuros que llegaban hasta su cuello.
— No se podrán acercar. En la profecía no hay humanos cerca. Hoy estamos solos los dos — dije, acercándome a ella también. Nos detuvimos a pasos del otro —. Nunca pude cumplir nada de lo que te prometí ni darte nada que quisieses, pero hoy se acaba eso.
Acerqué mi mano a la suya y ella me la dió.
Y con una daga que ocultaba en mi manga, le saqué el dedo pulgar.
— Tu... — gritó mientras se alejaba, a nada de transformarse de nuevo, pero se detuvo al ver que, con la daga llena de sangre oscura, me destrozaba las manos.
— El cuento decía que yo te asesinaría y mostraría tu pulgar derecho al Rey para demostrarlo, pero jamás hay un cadáver — murmuré mientras aguantaba los gritos de haber destrozado mis manos —. Los ancianos dijeron que morirías en tu reino por tristeza, no por mi culpa.
— Entonces vuela, Karina. Hay un ataque en el este del país, las campañas de hadas te recogerán y te cuidarán hasta tu muerte — ella observaba en silencio, sorprendida.
— Mientes de nuevo, estoy atrapada — dijo, sujetando su mano.
— No — la miré —. Crecí con hechiceros y aprendí a repeler su magia a cualquier costo, nunca me dijeron para qué serviría.
Pero tenían un motivo.
Sangre por magia, una abertura en una red tan poderosa costaría mil cortadas.
Eso, o una vida.
Y que la sangre pague sangre, una vida por una vida.
Lo último que ví antes de hacer el sacrificio fue a Karina llorar mientras la sangre que había caído al suelo se volvía dorada, al igual que la red.
Entonces ella extendió su ala hacia mí.
Y con delicadeza, me dió el golpe de gracia en la garganta a la vez que la red caía. Ya no había magia que la sostuviera en pie.
Palabras totales: 3826
𖤍 Mis personajes son:
Creo que no voy a poder hablar de todos, así que digamos de Alí y Karina. Creados para la historia pero que se han ganado mi corazón y que merecen el cielo.
𖤍 ¿Cómo te sentiste?
Muy bien, de hecho. La fantasía es mi género favorito y no tuve que hacer investigaciones porque, bueno, mi biblioteca se basa en esto. Crear Stradia, los conflictos, Srante y otros países de Panahelama fue hermoso, una lástima no poder hablar más de ellos.
𖤍 ¿Tuviste dificultades?
El límite de palabras. Por primera vez, creé una historia tan larga que, si me dicen que la haga novela, la hago con gusto. Hay muchas cosas que no pude poner porque las palabras no daban para eso, pero si llego a reescribirla (que seguramente lo haga), definitivamente se volverá una novela corta.
𖤍 ¿Qué disfrutaste?
¿Escribir?Originalmente iba a escribir algo más alegre, pero escuché la nueva canción de Bring The Horizon y todo cambió. Luego apareció æspa y todo se puso en su lugar. Repito: Escribir esto en general fue increíble y, si por mi fuera, lo volvería a escribir, esta vez sin límite de palabras.
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