V. Su adiós
Disclaimer:
Bungō Stray Dogs|文豪ストレイドッグス
y sus personajes, son propiedad intelectual de Kafka Asagiri, ilustrado por Sango Harukawa.
Géneros:
| Fantasía | Sobrenatural | AU |
| Comedia | Bromance | Angst |
Advertencia:
Este capítulo será completamente angst y tendrá contenido explícito relacionado al suicidio y la muerte. Leer bajo su propio riesgo y con cautela. Los vasitos de cloro/lejía están a su derecha, sírvanse.
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Los seres humanos son, en sí mismos, seres maravillosos y únicos. Dazai por supuesto, no se encontraba a sí mismo una pizca de aquellas características especiales que hacen valiosa a una persona. Pero sabía que sí era único; alguien que ve fantasmas como sombras que deambulan por la vida, no podría ser considerado común.
Tampoco podía explicar cómo es que Chūya era tan fácil de percibir hasta que los hilos se conectaron en su cabeza ante la triste confesión que recibió de la persona que abrió la puerta en ese instante.
La dulce pero tranquila Kyouka rompió toda su seriedad en cuanto la alta figura del castaño estuvo frente a ella. Las lágrimas se desbordaron sin fin mientras arrojaba su peso a los brazos de un Dazai desconcertado, reducida a un bulto de hipidos y mocos en menos de un minuto.
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―¿Pero por qué lloras, Kyōka-chan? ¿Te pasó algo, estás bien? ―pero la menor no conjugaba palabra, estaba tan agitada que Dazai tuvo que ayudarla a sentarse en una de las sillas del pasillo y conseguirle una botella de agua en una de las máquinas expendedoras para lograr que hablara coherentemente―. Necesito que te calmes para poder entenderte.
―Mi tío... Él... ―hizo una pausa para beber más agua, porque estaba por volver a romper en llanto. Osamu aprovechó eso para ver a Chūya, que no dudo en escabullirse a la habitación para confrontar la imagen de sí mismo en una cama. La niña continuó―. Los doctores llamaron a mamá está mañana para solicitar que viniéramos cuanto antes... Pidieron nuestro permiso para desconectarlo...
―... ¿Qué? ¡¿Pero por qué?! ―vociferó exaltado. Estaba demasiado sorprendido y molesto, en shock, lo suficiente para no notar que Chūya había vuelto con ellos solo para escuchar de forma inesperada la mala noticia.
―Le declararon muerte cerebral esta mañana... Solo está vivo por las máquinas, pero realmente él...
―Estoy muerto ―murmuró para el único que podía escuchar su lamento. Desde ese momento, Dazai dejó de escuchar la voz de la menor a su lado.
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Fue como una confesión para sí mismo, una afirmación que solo hizo escocer más la garganta del castaño cuando le vio alejarse rápidamente hasta desaparecer como una sombra a la que le ha alumbrado una fuerte luz. Dazai quería correr tras él, pero sus pies no se movieron ni un centímetro de su lugar. ¿Qué iba a decirle? No sabía qué, además tenía una desconsolada niña de catorce años llorando en su hombro porque su tío sería desconectado por la tarde, cuando su madre terminara de llenar el papeleo porque Chūya estaba registrado como donante.
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No quería ni imaginar ver a la señora Kouyou destrozada después de tantos meses luchando porque nadie tocara a su amado hermano, para perder la batalla y tener que dar su consentimiento para algo que le dolía más a ella que a nadie. Ella sabía que, entre los deseos de su correcto y amado hermano, estaba la opción de que, de darse la situación, él deseaba ayudar a otros aún después de su deceso. Y donar sus órganos sanos era el modo.
Pero aun sabiendo eso, Osamu quería ser mezquino y consolar al pelirrojo, así que con dolor en el alma por verse como alguien insensible, se despidió de la jovencita de hebras color ébano y se marchó por el mismo camino por el cual desapareció Chūya. Lo buscó hasta el cansancio, demasiado seguro de que no podría estar lejos de ahí.
Cuando la desesperación fue mucho para su cabeza, pasó algo que no esperaba. Dazai cruzó la calle por el paso de cebra, pero la luz estaba verde y un automóvil a una considerable velocidad no le vio a tiempo. El rechinido de las llantas quemando en el asfalto y un par de gritos asustados inundaron sus oídos trayéndolo tardíamente a la realidad.
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―¡¿En qué demonios estabas pensando?!
―¡En encontrarte!
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Bien, hace falta explicar mejor la situación anterior. Chuuya estaba hecho una furia, no había parado de gritarle en todo el camino desde donde encontró al castaño, hasta volver a la casa. Iban en un taxi, por supuesto que Osamu había venido aprendiendo su lección y, para no parecer un desquiciado y asustar al conductor, se puso sus audífonos y los conectó al celular, fingiendo atender una llamada.
En esas, se gritaron de todo un poco mientras Nakahara intentaba entender quién demonios cruza una calle sin ver. Ah, claro, un suicida... A veces olvidaba que este chico tiene costumbres más extrañas que nadie que haya conocido en su vida; cuando estaba vivo. En ese momento, cuando logró empujarlo y sacarlo del camino justo a tiempo para evitar el impacto del auto, agradeció haber llegado a tiempo para salvarlo, así como sentía, luego de reflexionarlo, que Dazai lo había salvado.
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―Dazai... Gracias, por ayudarme ―dijo en voz baja cuando al fin estuvieron dentro de la enorme casa.
―No digas eso, no llegué a tiempo... Yo no pude, ¡no pude...!
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Chuuya no le dejó continuar, en su lugar, lo rodeó entre sus brazos como pudo e intentó secarle las lágrimas porque, aunque sabía que ya no tendría marcha atrás y que no era justo, él que todavía estaba vivo y sano no debería estar sufriendo por alguien que ya no va a estar más, alguien que apenas conocía si se podía contar el hablar con un ente paranormal como conocer a alguien.
Ese día, Osamu utilizó por primera vez una de las camas en la habitación que está debajo del pre-ático. Se sacó los zapatos y se lanzó de espaldas a la cama, cubierta por sábanas de un color azul oscuro que asemejaba una profunda galaxia vacía y sin estrellas, algo que reflejaba muy bien la profundidad de su alma en esos momentos, algo difícil de vislumbrar y de explicar, como todo lo relacionado al mismo Chūya en sí.
Y Chūya se acostó a su lado, ambos mirando el techo, con un sentimiento indescriptible pesándoles en el pecho. Según los cálculos de Dazai, faltaba muy poco para que realmente Chūya terminara de volverse realmente un fantasma. Ambos se giraron sobre sus costados hasta quedar mirándose de frente, sin abandonar sus posiciones en la cama. Osamu podía apreciar como desde la almohada hasta el colchón del lado del pelirrojo, se hundían por su supuesto peso; de nuevo no podía concebir que él no fuera realmente una persona tácita, en todo el sentido de la palabra.
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―Chūya ―dijo el castaño tomando una de sus manos, negándose a la posibilidad de que esa fuera la última oportunidad de sentirlo entre sus manos. Era la primera vez que reparaba en el frío tacto de sus dedos sin los guantes, ni siquiera notó cuándo se los quitó.
―No te atrevas a llorar o te golpearé, bastardo ―acotó Chūya, aunque ambos sentían que era una absurda mentira. Él terminó de entrelazar sus dedos, e inevitablemente comenzó a llorar. En realidad, no quería ver a Dazai llorar porque sentía que eso solo confirmaba cruelmente que en verdad estaba muerto.
―Eso es injusto, enano. Tú ya estás llorando ―confirmó.
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Allí, en el silencio de aquella habitación, compartieron un momento tan íntimo como ver a otro hombre llorar. No es que Chūya nunca lo hubiese hecho frente a otras personas, su misma hermana había sido testigo en más de una ocasión de esos momentos en los que el pelirrojo se desbordaba, superado por todos los problemas que una persona joven puede llegar en su momento a enfrentar; pero Kouyou es familia, Dazai en cambio era... Ni siquiera sabía cómo clasificarlo.
Y por otro lado estaba Dazai, ese hombre con demasiadas dudas existenciales y carente de amor que simplemente no se había visto capaz a sí mismo de dejarse tocar esa fibra sensible en su interior como para alguna vez llorar abiertamente por la razón que sea. Siquiera recordaba haber llorado por última vez, posiblemente, cuando todavía era un infante, un recuerdo muy difuso para su edad actual.
Nunca había tenido la necesidad real de llorar por algo o alguien hasta ahora; creció prácticamente sin la atención de sus padres. Pasó por su divorcio, fue separado de sus hermanas de las cuales no sabía nada hace años. Prácticamente, solo tenía a Ango y no es que se sintiera realmente apegado a este. Chūya se había vuelto en un mes, sin lugar a dudas, en su pequeña ancla a la realidad.
Y esa ancla ni siquiera existía como tal. Su cabeza lo sabía, pero su corazón no lo procesaba.
Antes de darse cuenta, el tacto de Chūya estaba tan helado que Dazai buscó su mirada cobalto con desespero aun estando uno frente al otro, como si no fuese a verla más. El horror recorrió cada fibra de su ser hasta la médula al ver con pánico cómo efectivamente, Chūya se volvía no más que una sombra casi transparente, con una especie de estela blanca cubriéndole.
Y aunque Nakahara sabía que ese era el final, sonrió. Quería que esa fuera la última imagen que Dazai tuviera de él, aunque sus ojos siguieran derramando lágrimas, él le sonreía con una calidez que podría derretir el corazón de cualquiera.
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―Hace frío, Osamu.
―Chūya, espera, no te vayas ―sintió como la mano que antes entrelazaba dejaba de ser palpable entre sus dedos―, t-tienes frío, déjame arroparte.
―Dazai.
―No tardaré, dame un segundo-
―Gracias por todo, babosa de jardín. Cuida mis rosas.
―¡No, Chūya!
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Pero ya no estaba. La sombra de donde se hallaba Nakahara regalándole una sonrisa, se desvaneció en el aire cuando el reloj marcó exactamente las cinco y veintiún minutos de la tarde. Las sábanas seguían arrugadas por el peso previamente allí alojado, confirmándole a Osamu que no estaba loco, y con eso, doliendo aún más en su garganta por los gritos desgarradores que dejó salir de su esófago hasta lastimarlo, durante la siguiente hora. Se durmió sin notarlo, demasiado agotado mentalmente y con el corazón hecho pedazos como jamás lo creyó posible; era demasiado tarde para darse cuenta de que se había enamorado platónicamente de alguien que en primer lugar nunca debió estar ahí, menos entrar en su inexperto corazón. Aún en su sueño, la sombra de Chūya despidiéndose con una sonrisa en los labios y lágrimas en sus ojos, lo atormentó hasta la mañana.
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Oda tocó la puerta por tercera vez en los cinco minutos que llevaba ahí, parado frente a la puerta de Osamu, eso sin contar los múltiples intentos ya realizados con el timbre de la casa. Su visita no era una casualidad; Ango le había advertido que llevaba días tratando de localizarlo sin éxito alguno, no contestaba a sus llamadas, no leía sus mensajes y estaba seguro, de que, si bien escuchaba sonar el teléfono de la casa, deliberadamente lo dejaba caer en la contestadora. El buzón de mensajes estaba lleno de sus intentos de localizarlo, a tal grado que ya estaba llena y no aceptaba ni uno más.
"Tengo miedo de que haya hecho una locura, Oda. Por favor ve a ver que no se haya matado" Fueron las palabras de un angustiado castaño de anteojos que se encontraba en ese momento realizando negocios en el extranjero y no podía acudir por su cuenta a verificar que Dazai no apareciera colgado en su casona como cadáver a medio descomponer. Hasta Oda sentía que tal vez exageraba, pero no perdía nada con irle a visitar. Y la ausencia de respuesta solo ameritaba que tal vez Ango tenía razón en que algo le pasaba.
Estaba considerando entrar por alguna ventana cuando la puerta al fin se abrió. "Pasa" susurró apenas audible mientras arrastraba toda su existencia hasta la cocina de la casa. Oda entró cerrando tras de sí, usando su calma natural para procesar todo lo que sus ojos alcanzaban a ver en alrededor; era como si un tornado y un huracán hubieran tenido un encuentro poco amistoso por el lugar.
La mesita ratona de la sala estaba abarrotada de basura de comida rápida y textos, todo en una mezcolanza nada propia del castaño; hasta él respetaba sus propios libros. La mesa del comedor todavía conservaba una caja de pizza sin acabar, fría y rancia, tal vez tenía un poco más de un día porque todavía no apestaba demasiado. El lavadero lleno de trastes sucios, la nevera vacía, la encimera repleta de botellas de alcohol; algunas vacías y otras no tanto. Destacaban principalmente las de vino, algo que nunca pensó que fuera del gusto de Dazai.
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―¿Vas a decirme qué ocurre? Esto es un desastre, y no hablo solo de la casa.
―No es algo que quieras escuchar ―respondió, de mala gana. Si Oda se sorprendió o no por el tono y el trato, realmente no lo demostró.
―Si te lo estoy preguntando, es porque quiero saber qué te tiene como un muerto en vida. Y créeme, no es un halago.
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Dazai lo miró con sus ojos teñidos de un tinte borgoña, se notaban oscuros, fríos; muertos. Con un gesto de su cabeza le invitó a seguirlo a la puerta que daba al jardín en la parte de atrás, cogió una cajetilla de cigarrillos y un encendedor y salió finalmente, con Sakunosuke siguiéndole el paso. Allí le mostró el rosal en el jardín. Las hojas habían tomado un color verde oscuro, sano, en las puntas, empezaban a formarse pequeños capullos.
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―No tenía idea de que te interesara la botánica.
―No lo hace ―confirmó, llevando a sus labios uno de los cilindros blancos sin filtro―. Un... Amigo me pidió que las cuidara ―finalizó encendiendo el tabaco, enfatizando aquella palabra porque francamente, no sabía cómo debería describir su efímera relación con Nakahara.
―Creí que habías dejado de fumar.
―Lo había dejado, sí.
―Si no me dices qué pasa, no puedo ayudarte, Osamu. Puedes decirme lo que sea, te creeré, confía en mí. Para eso somos amigos.
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Con ello, Dazai cedió. Pasó las siguientes dos horas explicando con pelos y señales todo el asunto, por irreal que fuere, por loco que lo hiciera sonar. Odasaku le dijo que confiase, y Osamu en verdad necesitaba desahogarse. Volvió a llorar desconsolado, haciéndose un ovillo en el sofá que solía compartir con Chūya mientras le ayudaba a leer las primeras páginas de un libro que ninguno de los dos acabaría; Chūya ya no podría y Dazai ya no tenía las ganas. No tenía ganas de nada; era un hombre roto.
Oda también notaba lo demacrado que este estaba. Si bien, se notaba que había estado comiendo por lo menos comida chatarra, era evidente la depresión que lo consumía como a una vela. Tan solo había pasado una semana desde que desconectaran a Chūya Nakahara, pero Dazai estaba a un punto más allá del luto, algo que no era fácil de explicar. Oda le creía cada palabra, por más absurda que eso sonara. Y el castaño le hizo prometer que no le diría nada a nadie, mucho menos a Ango.
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―¿Estás seguro de que vas a estar bien por tu cuenta? ―Oda ya se encontraba en la puerta para irse, prácticamente había sido echado bajo la excusa de que más tarde no pasaban taxis por la zona.
―Solo vete, Odasaku. Puedo cuidar de mí mismo.
―Haz perdido el toque para mentir. Voy a volver uno de estos días. Por favor, regrésale, aunque sea una llamada a Ango, no estará tranquilo hasta oír de ti mismo que estás bien.
―Haré un esfuerzo. Un mensaje de audio deberá bastar.
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Ambos se despidieron con una sonrisa, aunque Oda podía ver la falsedad pintada en los ojos muertos e hinchados de Dazai, intentando demostrar que está bien cuando en realidad se está desmoronando. Se despidió aún preocupado, pero le dio su espacio finalmente al otro.
Al fin estando solo, tomó el celular y le envió una nota de voz a su hermano político, intentando sonar como si nada, con su humor usual para dejarlo tranquilo antes de apagar el aparato y lanzarlo entre el desastre de la sala. Cayendo la tarde observó el reloj. La hora más pesada de todo su día se acercaba. Pero el sentía una sensación parecida al vértigo de solo imaginar que quizás hoy podría sentir, así fuera superficial, la presencia de Chūya vagando errante por la casa.
Sin pensarlo demasiado se lanzó a la cocina, abrió los gabinetes bajo el lavabo y esculcó entre las escasas botellas hasta encontrar la de lejía. Se había prometido alguna vez no volver a intentar ese método; el dolor de estómago era casi insoportable y las náuseas te hacían regurgitar el maldito líquido que parecía quemarte desde adentro. Él odiaba el dolor. Volvió a dejar la lejía en donde estaba y cerró el gabinete de un portazo. Entonces observó los cuchillos acomodados en una práctica base de madera, cada uno de un tipo distinto, con funciones distintas, pero casi todos le servían. Tomó uno de cortar carne y se fue al jardín, sentándose al lado del rosal, con la espalda apoyada en la madera vieja de la casa.
Subió las mangas de su camisa, observó su reloj: cuatro con cuarenta y cinco de la tarde. Retiró lentamente las vendas de sus brazos, con paciencia, observando al final las pequeñas marcas cicatrizadas y casi invisibles en sus muñecas, cortes horizontales que alguna vez fueron parte de sus intentos de suicidio. De alguna forma, nunca tenía el coraje de cortar más profundo, con un corte superficial y tiempo, esperaba que nadie le encontrara antes de enfriarse por completo, y para su propia desgracia, Ango u Oda siempre le rescataban. Esta vez no iban a poder.
Miró las rosas, más bien sus capullos, y se preguntó si florecerían tan rojas como las imaginaba Chūya. Mantuvo su mente distraída mientras el primer corte en sus brazos llegaba. Se quejó en voz baja y repitió lo mismo con el otro. Dos largas y pronunciadas zanjas verticales dejaban brotar aquel líquido carmín y caliente, desbordándose sobre las rosas. Como si no fuera nada, sacó la cajetilla de cigarrillos de su bolsillo y empezó a fumar. Uno por Chūya, otro por su anhelada reunión con la muerte.
Como desearía ver a Chūya una vez más.
Cuál si fuera su último deseo, la imagen de un afectado Chūya arrodillado frente a él, gritándole que no se atreviera a dormirse, le invadió en ese instante. El reloj marcaba las cinco y quince, Osamu sonrió mirando con sus ojos nublados hacia el frente.
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―Hace frío, Chūya.
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¿Alguien más quiere pañuelos? Tendrán que comprar, ya me acabé todos los que tenía a mano escribiendo esto. Permiso *se va al rincón sad*.
Os juro que todo esto tiene una explicación, pero después se las daré. Advertí que esta historia sería muy corta. ;; 💔
Besitos con rosas marchitas. (?)
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