I. Su casa

Disclaimer:
Bungō Stray Dogs|文豪ストレイドッグス
y sus personajes, son propiedad intelectual de Kafka Asagiri, ilustrado por Sango Harukawa.

Géneros:
| Fantasía | Sobrenatural | AU |
| Comedia | Bromance | Angst |
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Dazai ha oído historias de terror toda su vida. Y ¿quién no? A muchos, de pequeños les contaron que si se portaban mal se los iba a comer el Coco, que se los iba a llevar el hombre del petate y cuánta cosa más. Por algún motivo esas historias siempre le gustaron, entre más escalofriante y realista, mejor. Así que naturalmente, cuando Kunikida Doppo, el agente de bienes raíces que había contratado para encontrar una casa apropiada para mudarse y que cumpliera con sus metas personales, le avisó que tenía una que quizás fuera lo buscado, el castaño se emocionó.

A primera vista la casona de tres pisos no era cosa de otro mundo. Se notaba algo descuidada a la vista, la pintura azul cielo se veía desgastada, las plantas del jardín estaban secas y parecía que si entrabas y dabas un mal paso el suelo se abriría a tus pies.
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—Esa ventana se ve tentadora para saltar al vacío —comentó para sí mismo. Kunikida lo miró mal con disimulo, con cierto desagrado. Había notado el morbo de su cliente por la muerte desde el primer instante en que compartió el mismo aire con su persona en su oficina. Pero trabajo era trabajo—, ¿qué me puedes contar sobre la casa?

—Han ocurrido varios decesos de anteriores compradores en circunstancias completamente extrañas. Nunca hubo forma de encontrar un posible asesino en serie, a pesar de que todo apuntaba a ello —Doppo se acomoda los anteojos con un rostro serio. Es su deber decir las cualidades de la propiedad que vende, incluidos sus defectos. Suspira antes de continuar—, al final fueron tomados como suicidios, solo el primer comprador sobrevivió pero quedó en coma. ¿Está seguro de que esta casa es lo que busca? Tengo unas más para mostrarle qu-

—Me la quedo —interrumpe el castaño, con un brillo de emoción en sus ojos que le provoca un nuevo escalofrío al agente inmobiliario.

—¿No desea verla por dentro antes?

—Cierto. Vamos entonces, ya quiero encontrar cada rincón peligroso en su interior.
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El pobre hombre siente que tendrá un ataque de nervios con este cliente, pero se limita a sacar las llaves para dejarlo ver la casa que de antemano ha aceptado sin importar la explícita advertencia que ha dado al describirla. La puerta rechina despacio al abrirla, contrario a lo que esperaba Dazai, el interior se ve muy prolijo y limpio en comparación al exterior, incluso transmite ese sentimiento hogareño y cálido que debería profesar cualquier lugar considerado un hogar. Las paredes tienen una pintura beige que se nota hace mucho que fue pintada y ya se empieza a descascarillar, nada que una mano de pintura nueva no pueda arreglar. Los pisos son de madera de nogal, alguna tabla chirriante al pisarla pero nada que llegue a ser incómodo si se considera que la casa está bien apartada del bullicio de la ciudad y que en ese vecindario, entre casa y casa, hay una considerable distancia con metros y metros de bosque detrás y a los laterales. Un lugar bastante íntimo si es lo que se desea para formar una familia feliz o tener un lugar apacible para estar solo.

Dazai pensaba que era perfecto para cometer suicidio sin que nadie le interrumpa.

El primer piso contaba con una amplia cocina, una sala amueblada con todos los muebles cubiertos por sábanas blancas pero empolvadas y un comedor pequeño e íntimo de madera, redondo de cuatro plazas, un librero que atrajo mucho la atención del castaño y una vieja alfombra de tigre de bengala, seguramente artificial. Las escaleras al segundo piso les vendría bien una barnizada. Contaba con dos habitaciones bastante extensas a cada lado, ambas tenían ventanas amplías; en una daban al frente de la casa y parte de los laterales y la otra al bosque tras la casona. Éstas poseían vastos closets con una capacidad impresionante, –algo que podría enamorar el ego de cualquier mujer apasionada por la moda–, pensó Kunikida.

Dazai entonces prestó atención a la "torre" que había visto desde el exterior. Esta contenía una escalera de caracol que daba al tercer piso. Su curiosidad acrecentó enormemente mientras subía con prisas propias de un niño en plena exploración, ignorando por completo la palabrería de Kunikida sobre sus contactos con compañías de remodelación que podrían hacer maravillas con la casa en poco tiempo si así lo deseaba.

El tercer piso era más pequeño de lo que aparentaba. Parecía una tercera habitación pero sin puertas, su cabeza casi rozaba el techo pues podía sentir sus cabellos cosquillearle al caminar y se notaba que era usada con muy poca frecuencia por los anteriores compradores. Estaba algo empolvaba, tenía una especie de diván de aspecto cómodo también tapado por una sábana aunque más translúcida que las anteriores y había señales de que la puertilla en el techo seguramente era la entrada al ático. Doppo lo alcanzó aunque no terminó de subir para no golpearse la cabeza.
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—...Así que si todo eso te parece bien, podrías mudarte en un mes —concluyó, creyendo que Dazai había puesto atención al discurso sobre la remodelación que recomendaba realizar al lugar.

—Quiero mudarme enseguida. Las remodelaciones pueden hacerse poco a poco. No tengo prisas por traer invitados que vayan a notar que esto parece casa embrujada.

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Las últimas cajas fueron desmontadas del camión de mudanzas antes del atardecer, tres días después de que Dazai firmara los papeles pertinentes para la compra de su casa, incluso un molesto seguro de vida que Kunikida prácticamente le obligó a adquirir, por si llegaba a necesitar un funeral mínimamente decente.

El intento de asustar al castaño fue totalmente infructuoso. Había sido una semana completa desde que viera la casa y sentía un alivio inmenso de al fin entrar y ver sus cosas allí. Despidió a la gente de la mudanza agradeciendo a todos por el arduo trabajo de cargar sus pocas pertenencias, siendo sus libros los que en realidad le pasaron factura a las trabajadas espaldas de aquellos hombres. Cinco cajas medianas repletas de libros de toda clase. Al quedarse a solas cerca de las seis de la tarde, antes de que le diera pereza decidió acomodar el lugar donde iba a dormir hasta que llegaran sus amigos al día siguiente para ayudarle con la limpieza y a ordenar un poco el lugar.

Caminó por un rato hasta que se encontró a sí mismo pasando de largo las habitaciones para subir las escaleras de caracol hasta el pre-ático, como había decidido llamarlo por lo reducido de espacio en altura. Destapó el diván con cuidado de no esparcir todo el polvo en la tela y luego volvió con una caja que fue a buscar en el segundo piso, donde se suponía debía desempacar en una de las habitaciones. De esta sacó un par de mantas, cubrió el diván, se acostó y usó la otra para arroparse, pues el frío en la misma empezaba a ser constante a medida que se hacía más de noche.

Antes de notarlo, se sintió extrañamente cómodo con dicha frialdad y silencio sepulcral, y por primera vez en mucho tiempo pudo dormir casi de inmediato, pasando por alto los sonidos a su alrededor y un par de ojos escudriñándolo desde las escaleras, con total seriedad mientras se acercaba con una agilidad silenciosa, misteriosa y escalofriante.

Dazai estaba tan cómodo en su descanso que el sonido del timbre siendo tocado con insistencia lo despertó de golpe, haciendo que brincara hasta quedar sentado en el diván, notando que ya se había hecho de día. Ni siquiera supo en qué momento se durmió, observó su reloj de pulso y notó que eran apenas las seis y treinta de la mañana. Frunció el ceño mientras se preguntaba quién podría ser tan temprano y a su vez, con la duda de por qué ese sueño que había tenido, donde todo se notaba tétrico a su alrededor mientras dormía y alguien se acercaba a estrangularlo, le había parecido tan real que debería sentir miedo. Pero estaba extasiado, al punto que su mal humor mañanero podía irse a la mierda por hoy, pensó mientras abría la puerta.
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—Buenos días, hermanito.
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Corrección. Aún estaba a tiempo para que el mal humor le pasara factura. Hizo una mueca mirando a los dos hombres, sus mejores amigos y peores pesadillas, contando con que uno solía sermonearle cada vez que caía en el hospital por un grave intento fallido de suicidio y el otro era su medio hermano, otro que no podía comprender su gusto por la inminente muerte que algún día tendría que ceder y llevárselo. Oda Sakunosuke, su amigo, comenzó a caminar por el amplio recibidor de la casa, algo que ni Dazai se había atrevido pues se notaba que los tablones del piso estaban algo desvencijados. Lo comprobó cuando dos pasos después el pie del más alto de los tres atravesó la madera más vieja. Dazai soltó una carcajada para nada disimulada mientras Ango intentaba ayudar a Oda a extraer su pie del agujero.
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— ¡Deja de reírte y ayúdame! —reclamó con fastidio, ignorando que el mismo Sakunosuke estaba conteniendo la risa por su pequeño accidente.
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Ango Sakaguchi era ese tipo de hermano. Demasiado serio, algo exagerado la mayor parte del tiempo y siempre preocupándose por los demás. Quizás era parte de su encanto propio, Dazai lo había comprendido años atrás cuando tuvo que asimilar que su amor platónico y mejor amigo, estaba a su vez atraído por Ango. Fue un golpe duro pero lo tuvo que aceptar, en su lugar los apoyó en todo lo que pudo para que hoy en día, su amistad sea aún más fuerte y no se vea afectada por la relación de estos dos, la cual databa ya con año y medio de duración y contando.
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—Parece que se te fuera a caer encima en cualquier momento —comentó el pelinegro una vez adentro, luego de lograr sacar el pie de Oda, optaron por ir directo al grano—. Debiste acceder a la remodelación que te recomendó Kunikida.

—Está perfecta, puedo quedarme mientras remodelan.

—No entiendo tu prisa por quedarte aquí tan rápido —Ango suspiró. Llevo su mano derecha a su rostro para levantar un poco sus anteojos y presionar el puente de su nariz. Parecía mentalmente cansado desde que vio el estado de la casa y se imagino todos los posibles escenarios con su hermano de por medio.

—A mi me parece acogedor, solo necesita algo de limpieza —intervino Odasaku con una sonrisa calmada para Dazai—. ¿Qué tal la primera noche en tu mansión embrujada?
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Dazai empezó a reír y eventualmente, todos lo hicieron. Pasaron el día entero limpiando lo que necesitaba ser limpiado, principalmente el pre-ático que Dazai encontraba más cómodo para ser utilizado como habitación, que las habitaciones mismas. No sabía qué tenía ese espacio reducido en comparación a las demás habitaciones y su altura evidentemente más baja, pero se sentía cómodo allí. Cerca de las siete de la noche, el grupo se dedicó a pedir una pizza y beber un par de cervezas que eran lo único que el castaño tenía para ofrecer hasta hacer un mercado decente; lo cual se sabía que nunca iba a pasar.

Cuando Oda y Dazai entonaban el coro de alguna balada, Ango decidió que era hora de irse a casa.

Y otra vez, solo en su enorme casona. Ahora, con los muebles destapados, la casa aún más limpia que como la recibió y el alcohol trabajando en su sangre, era como volver a su infancia; él solo andando por una casa tan grande como una mansión, alejado de sus hermanas por voluntad propia, viendo como sus padres se divorciaban y enfrentando que pronto un juez decidiría que las niñas se quedarían con la madre y el único varón se iría con su padre. Lo único bueno que podía sacar de esa época es que su nuevo medio hermano, hijo de la mujer por la cual su padre dejaba a su familia y a su madre, era muy bueno con él.

Solo eran dos niños dándose apoyo en un mundo donde los adultos tomaban las decisiones.

Agitó su cabeza un poco para despejar esa idea de su mente, no era momento de auto compadecerse. Solo quería llegar al cómodo diván y dormir hasta que saliera el sol, así que se medio tambaleó escaleras arriba por aquella torre. El sonido de pasos apresurados en la parte superior lo dejaron en alerta haciéndole detener sus pasos un momento. Armado de valor –o idiotez, producto de su estado etílico– terminó por subir despacio observando como fuera posible en la oscuridad del lugar.

— ¿Hola? —el silencio casi sepulcral aún le mantenía alerta, mientras sus orbes avellana se paseaban por cada rincón de forma analítica. Un susurro llegó a sus oídos casi como si fuera la brisa nocturna.

—Sal de mi casa, bastardo —la voz era apenas audible, pero lo suficientemente real para que el alcohol se le bajara de golpe al castaño—. ¿Qué haces en mi casa?

A Dazai no le importó que fuera una locura o un producto de su alcoholizada imaginación, siguió subiendo hasta adentrarse propiamente en el pre-ático para ver con más libertad el origen de aquella voz, con su mirada volviéndose más seria por la extraña situación. Alguien normal habría salido disparado del lugar. Pero Dazai Osamu era de todo menos normal. La figura de alguien frente a él se hizo consistente y difusa desde un rincón de la habitación.  Menudo, delgado y que transmitiría a cualquiera la sensación de peligro que todo humano siente de forma involuntaria. Dazai dedujo en medio de la embriaguez casi disipada por el ligero susto, que se trataba de algún ladrón, o un loco que se había metido, o quizás del famoso asesino serial que rumoran merodeaba esa casa desde hacía tanto tiempo, según historias locales recientes basadas en las misteriosas muertes allí suscitadas.

—Esta es mi nueva casa, dulzura —tentó a su suerte con esa respuesta, esperando la reacción ajena.

—Te voy a patear el trasero hasta que mueras, imbécil... —fueron las difusas palabras que murmuro aquel oculto en la sombra de la habitación antes de irse sobre el castaño. Ante la desventaja de la evidente oscuridad, Dazai vio el interruptor de la luz, lo activó y se preparó para enfrentar a su atacante.

Pero nada. Ya no estaba. La brisa corrió por la habitación moviendo las cortinas, desde una ventana que no notó que estuviese abierta y dedujo que su atacante se había escabullido por ahí. La cerró con el seguro y se sentó en el diván con confusión, sintiendo el mareo característico de la embriaguez y unas repentinas ganas de devolver todo el contenido estomacal sobre la madera del piso. Tomó una pequeña papelera que estaba al lado del modesto escritorio blanco que descubrieron en medio de su limpieza matutina, agradeció mentalmente a Ango por la bolsa de plástico colocada en este y descargó su malestar en ella. Con el mundo dándole vueltas, se acostó sobre el diván completamente perdido en sus ideas y se durmió inevitablemente, pensando en el extraño encuentro cercano con el ¿psicópata? Que al parecer había decidido que tenía que desaparecer de su casa.

Osamu se durmió con una sonrisa decidida en el rostro. Necesitaba encontrarse con esa persona otra vez.

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