𝙋𝙧𝙤𝙡𝙤𝙜𝙤
Dicen que la infancia o niñez es la mejor etapa del ser humano, yo no tuve, tengo ni tendré la oportunidad de comprobarlo. Desde el inicio de mi vida hasta el final de esta, jamás tuve un momento donde fui feliz de manera genuina, desde que tengo uso de razón en mi vida solo hay destrucción, muerte, tristeza o dolor, las emociones positivas no eran algo común en mi vida.
Desde que nacemos nuestro destino está marcado, yo no lo sabía pero en el mío habría infelicidad, o al menos no me enteré de este hecho hasta que llegue a la edad de siete años, a esa edad la realidad me dio un duro golpe en el rostro, a esa edad comprendí que el mundo es un lugar cruel que te da solo dos opciones.
Comes o eres comido.
La realidad de este mundo tocó mi puerta cuando desarrollé algo que no cualquiera posee, inclusive mi padre,
Desarrollé una habilidad.
Una habilidad no es algo que todos tengan, tampoco trae prosperidad o beneficios solo hace de ti alguien mal de la cabeza.
Yo no pedí tener un poder, no deseaba ser especial o diferente, yo deseaba el amor de mis padres pero este me fue arrebatado tan pronto se descubrió que poseía este poder.
Un poder trae problemas, las consecuencias eran desastrosas y llegaban más rápido de lo que se podría esperar, mi padre, David, decidió que yo no podía ir a la escuela, y esa fue la peor decisión que pudo haber tomado.
Para evitar mi atraso académico, él y mi madre acordaron que llevaría mis estudios en casa.
Yo tenía un cerebro ágil, era inteligente y podía agarrarle el paso a mis estudios, estaba esforzándome en aprender y mis esfuerzos estaban dando sus frutos, David estaba orgulloso de mí, estaba contento de tener una hija prodigio... pero no todo es rosa y yo no era tonta, por el contrario era una pequeña niña observadora, me fijaba en los pequeños detalles, no me perdía nada de mi entorno, siendo de esta forma, para mí era evidente que los ojos aguamarina de mi madre estaban sobre mi, analizando me con ojo crítico, tratando de hallar en su propia hija un atisbo de amenaza.
En mi casa no era mi padre el que tenía control sobre las decisiones, no, era Colette Renard el centro de atención, era ella quien manipulaba cualquier situación, desastre o error que se presentará en el hogar.
David y Colette tenían una relación disfuncional, lo pensé un buen tiempo y llegué a la conclusión de que en nuestra pequeña familia nunca hubo verdadera armonía, no existía un gramo de amor, solo habitabamos en un infierno caliente lleno de agonía, dolor y sufrimiento.
Estaba claro que era ella quien con su habilidad escribía, como en una historia, el rumbo que tomaría cada quien en casa.
Colette era la reina del castillo y mi padre y yo debiamos únicamente servir como sus súbditos, debiamos ser sus vasallos, bufones, debiamos tomar el papel de ignorantes, pero yo no sabía quien ocupaba a la dama y quién ocupaba el puesto de rey.
Mi padre no le guardaba ninguna lealtad y yo podía anticipar sus jugadas, mi madre no podía soportarlo, no tener el control para ella, una persona inestable es algo que no se podía perdonar.
Su cólera estaba próxima a ser desatada y la lluvia de fuego que la acompañaba estaba dirigiendo se a nosotros.
Estaba tan cerca de ser aplastada por Colette que tuve miedo, mi corazón latía tan rápido mi sangre había sido derramada y lo único que deseaba en ese momento era ser ignorante porque aveces es mejor permanecer como ignorante, de ese modo no te das cuenta del infierno del que formas parte.
Pero mi deseo fue escuchado por ella, y me concedió lo que con el miedo y la desesperación tanto había pedido.
Ella no sintió remordimiento, para ella, yo solo era una falla, un error, un ser despreciable, una abominación.
Ella no me amaba, tal vez yo no merecía que me amara, sin embargo, de algo estoy segura y es que yo no merecía saber que mi madre me odiaba.
Ningún niño lo merece.
Lo inevitable sucedió. Su poder tocó mi mente y mi alma, torció mis recuerdos, borro la sensación de dolor, cambio a la fuerza mi punto de vista, se pinto como la buena y distorsionó mi realidad, obligando a mi mente a ver otro problema.
Era esto a lo que temía mi padre, que yo también fuera parte de esta tortura, de esta manipulación mental.
Nada podíamos hacer nada, mi mente y la de David eran solo suyas.
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