𝐇𝐨𝐮𝐬𝐞𝐰𝐢𝐟𝐞𝐲
𝐇𝐨𝐮𝐬𝐞𝐰𝐢𝐟𝐞𝐲
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— Unas vacaciones… ¿a Naboo?
Althea se cruzó de brazos, observándolo. El dulce aroma de las galletas preparándose en el horno inundó la cocina mientras la joven veía a su marido acercarse a ella con una enorme sonrisa después de darle la noticia. No es que no le gustara Naboo, nunca lo había pisado, pero la idea de alejarse de su zona de confort con Anakin tampoco le entusiasmaba.
Anakin Skywalker y Althea Lyx habían decidido casarse en cuanto ambos cumplieron los dieciocho años: Althea adoptó el apellido 'Skywalker' a petición de Anakin y así se convirtió en la secreta Sra. Skywalker. Claro que eso no lo sabía nadie más que ellos mismos.
Porque claro, ¿qué Jedi estaría lo suficientemente loco para incumplir su código casándose? ¿y qué aprendiz de Sith estaría lo suficientemente loca para atreverse a amar a alguien?
Sí, tan solo un año después de haber conocido a Anakin, Althea fue encontrada por un misterioso hombre que prometió entrenarla en la Fuerza. Le aseguró darle poder y dinero a cambio de mantenerla bajo su tutela. Fue un intercambio justo: la tía Circe seguiría con su vida y la pequeña mocosa estaría a salvo y traería dinero a casa mientras se hacía fuerte.
Darth Tyranus fue un ángel caído para ambas.
Althea le ocultó al mundo que estaba siendo entrenada por un Lord Sith, así como también ocultó su relación con el atractivo cazarrecompensas en el que Anakin se había "convertido". A ella no le importaba que su marido se dedicara a ciertas actividades ilegales en el espacio. A Anakin no le importaba que su esposa hubiera decidido ser una bonita "ama de casa" a trabajar en algún otro lugar. De hecho, lo prefería así.
Claro que, ninguno de los dos era consciente de la realidad del otro.
Anakin era un Jedi. Uno cuyo nombre y actos de guerra nunca llegaban a oídos de su esposa, la cual (sin razón aparente) odiaba mucho a los Jedis.
Althea era la aprendiz de un Sith que desaparecía cada vez que su marido también lo hacía. Aquella que ayudaba al misterioso Darth Tyranus desde las sombras, sin ser reconocida por nadie.
¿Cómo sobrevivió una relación de casi seis años a tantas mentiras y secretos? Fácil, no había engaños para aquellos que no querían verlos.
— Mis jefes me han dado una semana de descanso —anunció Anakin, posando las manos sobre sus caderas y atrayéndola hacia él. La diferencia de estatura entre ambos era casi graciosa, él tenía que agachar la cabeza para verla y ella desnucaba su cuello para mirarlo—. Y he conseguido suficiente dinero para alquilar una cabaña en el País de los Lagos. ¿Qué te parece?
— Anakin —Althea apretó los labios—. No sé yo…
Anakin la observó con una sonrisa torcida, notando cómo desviaba la mirada. Algo no encajaba. Por lo general, ella no era tan evasiva. Si bien era cierto que su esposa tendía a dudar cuando se trataba de planes fuera de su rutina, había algo en su postura que ahora lo desconcertaba más de lo habitual.
— ¿No te apetece salir un poco de casa? —preguntó con un puchero, acariciando suavemente su cabello—. Vamos, preciosa... Estás todo el día aquí metida.
Althea se mordió el labio, buscando una excusa que no la delatara. La verdad era que, aunque las vacaciones en Naboo sonaban tentadoras, una parte de ella temía que el descanso interfiriera con su vida secreta. Dooku nunca la dejaría en paz si se enteraba de que estaba relajándose en una cabaña cuando la guerra seguía en marcha. Cada vez que Anakin se iba de misión, ella también desaparecía, pero con motivos completamente diferentes.
Sin embargo, no podía confundir a Anakin con eso. Él pensaba que ella llevaba una vida tranquila, que cuidaba de la casa y se dedicaba a su marido. Jamás sospecharía que, al mismo tiempo, cumplía con las órdenes del tipo al que él y Obi-Wan estaban tratando de desmantelar sin descanso.
— No es eso, es solo que… —Althea paró en seco y trató de organizar sus pensamientos. No podía contarle a Anakin sobre su maestro. No podía decirle que estaba involucrada con la Alianza Separatista ni que sus misiones la mantenían siempre al margen de las verdaderas intenciones de la República. Tenía que hacer un esfuerzo por ser más "normal", por mantener una vida en común, aunque su vida real estuviera hecha de sombras.
— Está bien, si necesitas tiempo para pensarlo, podemos esperar. Pero me gustaría mucho que aceptaras. —Anakin se inclinó hacia ella, tocando sus frentes con una expresión tranquila—. Realmente quiero que aprovechemos esta oportunidad para relajarnos juntos.
Althea lo miró por un instante, sintiendo la culpa en su pecho. Se sentía como si estuviera atrapada entre dos mundos, entre la vida secreta que compartía con Anakin y la vida aún más secreta que llevaba con Dooku. No podía mezclar ambos mundos, y esa constante lucha entre lo que debía hacer y lo que realmente quería hacer la consumía poco a poco.
Finalmente, suspiró y le sonrió con algo que intentó ser una expresión sincera, aunque sus ojos delataban una ligera vacilación.
— Está bien, vamos a Naboo —cedió, aunque dentro de ella sabía que estaba aceptando por Anakin más que por ella misma.
Él asintió con entusiasmo, sonriendo más ampliamente mientras besaba su frente con agradecimiento. Su gesto de afecto le hizo sentir un alivio momentáneo, pero en el fondo, Althea sabía que su decisión de ir a Naboo no era más que un paréntesis, un momento fugaz en el que la mentira aún continuaba siendo su única forma de vida.
Anakin la abrazó con fuerza, sintiendo su cuerpo relajarse bajo su toque. — Te amo, preciosa.
Althea se dejó llevar al instante en sus brazos. Sin embargo, él no pudo evitar sentir en la Fuerza lo mucho que le perturbaba la idea de dejar Coruscant para despejarse. Aquella aceptación había sonado de manera un tanto vaga, y en su mente se formó una ligera sospecha. ¿Qué le inquietaba tanto? ¿Qué le pasaba a su esposa cuando no estaba cocinando galletas o esperándolo?
Pero, como siempre, Anakin desechó la duda. Althea nunca le había dado razones para sospechar, y él confiaba profundamente en ella. Así que, con una sonrisa satisfecha, se apartó un paso para empezar a planear los detalles del viaje.
Althea, sin embargo, sintió una ola de nerviosismo recorrerla. Mientras su esposo comenzaba a hablar sobre las fechas y las actividades en Naboo, ella se quedó en silencio, mirando el horno donde las galletas se estaban dorando.
Sabía que, por más que intentara disfrutar de este descanso, la sombra del Lados Oscuro siempre la seguiría.
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La noche había caído, y la ciudad de Coruscant estaba iluminada por las luces titilantes de los edificios, creando un horizonte de neón que nunca parecía apagarse.
Althea miró por la ventana del apartamento, a su reflejo distorsionado en el vidrio. Había pasado todo el día con Anakin, disfrutando de una paz que le resultaba extraña (teniendo en cuenta sus entrenamientos diarios) y, al mismo tiempo, agradable. La idea de tomarse una semana de descanso en Naboo había comenzado a parecerle más atractiva de lo que esperaba. Sin embargo, lo que realmente estaba a punto de hacer la llenaba de ansiedad.
Se había prometido a sí misma que todo lo relacionado con su maestro, Darth Tyranus, debía seguir siendo un secreto. Pero esa noche, mientras su esposo se reunía con su "jefe contrabandista" —como Anakin siempre se refería a su hermano mayor, Obi-Wan—, ella debía enfrentar a su propio maestro. Y esta vez, no era una misión rutinaria ni un simple encargo. Tenía que darle la noticia de que desaparecería durante una semana, un tiempo que nunca había tomado para sí misma desde que comenzó su vida secreta como aprendiz Sith.
Se levantó de la mesa, observando una vez más la fotografía que tenía de Anakin y ella, tomada en su boda secreta. Nadie sabía de su unión, ni siquiera su maestro, ni el hermano de Anakin. La idea de ocultar su matrimonio, de seguir viviendo una mentira, la había mantenido al margen de las emociones que podría haber experimentado de otro modo. Pero ahora, con la cercanía de unas vacaciones, sentía la gravedad de esa mentira más que nunca.
Respiró hondo, recogió su abrigo y salió de la habitación. El apartamento estaba en silencio, solo interrumpido por los suaves zumbidos de los electrodomésticos. Cerró la puerta detrás de ella y, antes de salir al pasillo, tomó una última mirada a la habitación que compartía con Anakin.
Lo que él no sabía no podía lastimarlo, pensaba
El aire nocturno de Coruscant estaba fresco, y la ciudad parecía moverse a su propio ritmo. Althea caminó con rapidez, sin mirar atrás, hacia el lugar donde su maestro la esperaba. En su interior, un nudo se formaba. Su maestro no debía enterarse de su matrimonio. El mismo hombre que la había entrenado en las artes oscuras de la Fuerza, el hombre que había moldeado su vida, no podía saber que ella había formado una familia con un extraño cazarrecompensas al que conoció con once años.
El encuentro debía ser breve. Solo un informe rápido sobre la semana que estaría ausente. Althea sabía que Dooku podría entender la necesidad de descanso, pero, ¿cómo lo tomaría? ¿Lo consideraría una distracción peligrosa para su misión? ¿Se enfadaría al descubrir que se estaba alejando de la guerra, aunque fuera por tan solo unos días?
Suspiró. Claro que lo haría.
Finalmente, llegó al lugar de encuentro, el trastero abandonado de un edificio apartado de la ciudad, casi escondido entre las sombras del sector de la industria. La puerta se abrió con un leve chirrido, y la figura alta y delgada de Darth Tyranus apareció ante ella, envuelta en la penumbra.
— Althea —le saludó su maestro en voz baja, sin necesidad de que ella dijera una palabra para que él notara su presencia. Era como si pudiera sentir la tensión que llevaba encima, como si sus propios pensamientos oscuros fueran transparentes para él.
— Maestro —respondió ella, tratando de sonar firme, aunque sus manos temblaban ligeramente mientras cerraba la puerta tras de sí.
Darth Tyranus la observó con una mirada penetrante, evaluando sus gestos, sus palabras, como siempre lo hacía. Un leve movimiento de su mano hizo que las luces de la sala se encendieran, revelando el rostro inexpresivo y la postura rígida del Sith. Althea siempre se sentía pequeña a su lado, no solo por la diferencia de estatura, sino por la gravedad de su poder.
Ella jamás había conocido a alguien tan poderoso como su maestro.
— ¿Por qué esta reunión tan tarde? —preguntó burlón, sin preámbulos. Era como si ya supiera que algo no estaba bien, que algo no encajaba.
Althea sintió que su garganta se apretaba. Sabía que tenía que ser cuidadosa. Carraspeó y con una sonrisa tensa, comenzó a habla:
— Maestro —comenzó, tratando de sonar lo más natural posible—, he estado muy ocupada últimamente. Ya sabe cómo es todo esto, ¿verdad? Las misiones, las alianzas, la guerra. A veces es demasiado. —Hizo una pausa, soltando una risita nerviosa ante su mirada seria—. ¿Sabe que es temporada de fresas en Naboo? Estoy segura de que recuerda lo mucho que me gustan las fresas. He pensado que quizás… Un pequeño descanso en Naboo no suena tan mal… para mí.
Darth Tyranus la observó en silencio durante un largo rato, sin hacer un solo movimiento. Althea sabía que no podía mentirle a su maestro, pero también sabía que no podía decirle toda la verdad. Debía ser cautelosa. Finalmente, el Sith rompió el silencio.
— Naboo, ¿eh? —su voz era neutral, pero había algo en su tono que la hizo sentirse aún más pequeña—. Estás fuera de lugar aquí, Althea. ¿Cómo se supone que descansarás si siempre estás distraída por tu vida personal? La guerra no espera. Las alianzas no esperan.
Althea tragó saliva, luchando por mantener la calma. Sabía que sus palabras no podían sonar débiles. No podía darle motivos para sospechar. No podía revelar nada.
— Lo sé, maestro. Lo haré rápido. Solo una semana, y luego volveré a mis… mis obligaciones.
Darth Tyranus la estudió de nuevo, un brillo oscuro en sus ojos. El Sith no era alguien fácil de engañar, pero Althea estaba segura de que él no sospechaba que su ausencia no era solo un descanso, sino un intento de alejarse de la guerra por un tiempo. O al menos, eso esperaba.
Finalmente, el maestro asintió lentamente, sin decir nada más.
— Está bien. Una semana. Pero no olvides lo que realmente está en juego aquí, Althea. Los Jedi no descansan. Y tú tampoco deberías.
A Althea le sorprendió lo increíblemente rápido que había aceptado, pero se apresuró a responder queriendo sellar la conversación:
— No lo haré, maestro. Gracias por su comprensión.
Con esas palabras, el Sith la despidió, y Althea se giró rápidamente, aliviada por la aprobación. Sin embargo, antes de salir, no pudo evitar sentir una extraña sensación. Tal vez era su intuición, pero algo en la manera en que él la miraba la inquietó. Aun así, no dejó que la duda la desbordara. Necesitaba tiempo para sí misma, y eso no podía ser cuestionado.
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