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CAPÍTULO SIETE
VAMPIRES
PART ONE
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         ARRANCO EL GRAN trozo de carne de su cuerpo mientras succionaba toda la sangre posible ignorando los gritos y llantos de su víctima e inmediatamente un sirviente le acercó una toalla para que se limpiara, a fin de cuentas era una noche de gala.

Giro sobre sus tacones encontrándose con la sonrisa sádica del pelinegro que la observaba con orgullo, ella le regresó la sonrisa mientras se limpiaba con su meñique los pequeños rastros de sangre al filo de sus rojos labios. A fin de cuentas la carne de los niños era la más tierna y deliciosa.

Pero para comprender esto debemos regresar mucho tiempo atrás...


1475, Rumania

En un ya olvidado pueblo de la vieja Rumania, en lo más recóndito de un viejo y embrujado bosque se encontraba una pequeña cabaña por fuera aunque por dentro era todo un santuario de cualquier tipo de hechizos y cuerpos de niños, el alimento preferido de las brujas.

En este lugar habitaba una anciana de dudosa edad, si bien lucia alrededor de sesenta años más esta horrible mujer podría narrar a detalle el nacimiento de la cultura Inca o hasta la batalla de Serres. Esta mujer sumó sus años de experiencia con la magia negra y amistad con cientos de entes malignos para alcanzar su objetivo, buscaba caos y destrucción, una forma de fastidiar a las creaciones de Dios. Al principio parecían ser hechizos simples pero poco después pudo convertirlos en maldiciones que acabaron con miles de personas, pero ella buscaba más, entonces fue cuando llegó lo que sería el principio de los vampiros.

La anciana mujer atrapó varios murciélagos, cuidadores de la noche, según ella. Hizo miles de hechizos con cientos de ellos buscando crear el maleficio perfecto, pero lastimosamente para ella las habladurías del pueblo se extendieron y los niños desaparecidos fueron de gran impacto que era imposible que no se dieran cuenta que aquella mujer era la causante de la mayoría de sus desgracias, fue así como en 1476 condenaron a la mujer a hoguera por el delito de brujería.

Su cabaña quedó desolada y todos los artefactos mágicos fueron quemados junto con ella a excepción de su pequeño experimento con los roedores con alas, a estos pequeños animales decidieron liberarlos y fue así como por obras del destino uno de estos terminó en las redes de un científico local.

Varios experimentos de dieron a cabo en su cuerpo a tal punto que el hombre sin querer logró crear una enfermedad, o mejor dicho: una plaga. A simple vista esto parecía ser simple rabia por parte del animal pero poco a poco fue notando varias inconsistencias, dejó de comer fruta para sólo pedir carne, y no cualquiera, el murciélago parecía sólo querer alimentarse de sangre humana. Y un trágico día un simple accidente en su laboratorio hizo que el mamífero lograra escapar. Pero, por suerte era un pueblo pequeño y no salió de allí hasta que inició la guerra y su conde Vlad Tepes desesperado por la gran pérdida de soldados hizo obligación el enlistamiento de la personas de su querida Rumania.

Lo que el conde no tenía idea era que uno de sus soldados hace varios días fue extrañamente mordido por un murciélago adoptando una extraña enfermedad que este portaba, más esta llegó a ser asintomática en el cuerpo del soldado. No fue hasta que a este miserable hombre se le ocurrió traicionar a su líder y su bandera que Vlad, el sangriento conde mando a empalarlo a las afueras de su castillo y pedir que se sirviera su sangre en la cena.

Como si de una copa de vino se tratase hizo el brindis que llevaría a la victoria su lucha y de un solo trago tomó la sangre de sus enemigos.

El conde fue de los afortunados o condenados que pudo desarrollar la enfermedad y el hechizo de forma beneficiosa. Si bien el vampirismo podría considerarse una enfermedad para este hombre fue la cura de todos sus problemas, ya que puede correr por tu sistema y muertes y tienes tu descanso eterno o al morir te conviertes en uno de ellos.

El conde utilizó esto para su beneficio y convirtió a su ejército en vampiros sedientos de sangre y así ganó la guerra, por su pueblo y lo coronaron el rey de los vampiros al ser el primero en su clase y poco a poco su raza se fue expandiendo hasta convertirse en una sociedad oculta en las sombras.

Para controlarlos se fundó el gran consejo vampiro que estableció reglas, entre las cuales se encuentra: no matar humanos, no revelar tu naturaleza y una de las más importantes: no confiar en los licántropos.

Esta última siendo impuesta al rededor de 1815 con la primera batalla entre razas en lo que hoy conocemos como Seabrooke. Y después de ello otros cientos de enfrentamientos llegaron a llevarse a cabo alrededor del mundo.















Seabrooke, 2020


Estaba harta, cansada, triste y a punto de estallar. Mataría a cualquiera que estuviera en frente de ella.

Igual que una fiera dejo aquel museo con la excusa de que se sentía mal pero simplemente llegó a su hogar y se encerró en su habitación a pesar de las constantes preguntas de Dalia del otro lado de la puerta preguntándole por su bienestar, pero ella no podría ayudarla.

Su irritación y cabreo se debía nada más y nada menos a que nuevamente tenía dudas sobre su fin. Ella solo quería saber de que forma murió y quien lo hizo, no para hacer justicia, claro que está, que no podría vengarse de la persona que la mato, seguramente tenía más de doscientos años bajo tierra. Pero quería saber, entender sus razones, el porqué ahora el debía seguir existiendo robando sangre de otros seres, protegiéndose del sol y de los espejos, no era justo.

Soltó un grito de frustración antes de golpear la mesa de su tocador para después levantarse de un salto y tomar un baño para eliminar cualquier rastro de sus lágrimas de sangre, por más que quisiera hoy no era cualquier día como para ponerse a llorar y deprimirse por su antigua vida.

Junto a Dalia debía llegar al cumpleaños de la reina vampiro y el despertar de Vlad. Renegaba internamente del porqué justo hoy hace cientos de años tuvo que ser convertida la bella mujer de cabellos negros.












Las catacumbas vampíricas eran sin duda una de las mejores cosas que podían tener. Eran como madrigueras de conejos, en un momento saltaban de Seabrooke en América y al siguiente segundo te encontrabas en Bucarest en Rumania.

Los tacones de Nicolette resonando por el elegante mármol negro del castillo era lo que menos llamaba la atención entre tanto murmullo de inmortales. Dalia caminaba detrás de ella sin dirigirle la palabra, la conocía perfectamente y entendía que ahora no era buen momento para tener una conversación con ella.

Desde que llegó de la excursión estuvo irritable, indiferente y aislada, lo cual es muy normal en ella y no haría tanto revuelo por ello sino fuera porque llegó a notar los pequeños rastros de sangre en sus ojos que se preocupó.

Recorrían el gran pasillo que las llevaría al círculo de sangre, muy parecido a donde en la antigua Grecia hacían enfrentamientos a muerte.

Justo antes de entrar al gran salón Nicolette se detuvo para después sonreír con burla, no sabía porque se molestaba en seguir intentándolo.

— ¿Estas bien? — preguntó su "hermana" a la ras cuando la alcanzó.

— No — sonrió — , tu tranquila, en un momento te alcanzo. — La ojiazul la miro dudosa pero después de segundos termino por asentir y adentrarse al gran salón.

Nicolette se alejo de la entrada y comenzó a pasearse por el gran lugar meneando su hermoso vestido negro hasta que se detuvo abruptamente, era aquí.

— Tres... dos... uno...


Escuchó un chillido a sus espaldas y giró completamente encontrándose con el rostro desfigurado de su mejor amiga. Sonrió con burla por su intento por asustarla.

— Que gusto verte también, Vanessa. — La pelirroja rodó los ojos y después de escalar unos centímetros en el techo de un salto se posicionó frente a ella.


— ¿Te asuste? — preguntó de forma inocente a lo cual Nicolette hizo una mueca.

— Sigue practicando. — Respondió simple mientras jugaba con sus perlas para después volver a tomar camino al círculo de sangre con la pelirroja detrás de ella.

— ¡Iugh! — hizo una mueca de asco mientras se tapaba la nariz — Apestas ¿por qué? — preguntó sin pelos en la lengua mientras que Nicolette abrió los ojos nerviosa.

— ¿Se nota mucho? — Comenzó a intentar olerse a sí misma.

— No tanto... — dijo dudosa — Solo si te acercas mucho e inhalas fuerte. — Hizo lo mismo que narró pero ahora su mueca de asco cambio a una sorprendida. — Iris — comenzó seria llamándola por su antiguo nombre, algo raro en ella — ¿por qué hueles a... ellos?

— Invadieron Seabrooke. — Respondió cortante no queriendo profundizar en el porqué de su peste gracias a los nuevos vecinos.

— ¿Sabes lo que te hará Vlad cuando te huela? — exclamó la pelirroja alterada aun siguiéndola y ante la nula respuesta de su amiga prosiguió — Te asesinara, eso hará.

— Okey... — suspiró — Supongo que para un despertar después de casi quince años no es lo mejor con lo que lo puedo recibir.

Vanessa soltó una risa seca.

— ¿Supones? — bufo y se cruzó de brazos — Igual no creo que el cumpleaños quinientos cincuenta de tu mujer sea suficiente para interrumpir una invernación... — Mencionó dejando salir a flote sus celos.

La pelinegra apretó los labios y desvió la mirada mientras tomaba asiento y observó a los competidores de ese año prepararse para lo que podía ser su fin.

Vanessa era una caja de sorpresas, una vampiresa hermosa sin duda, extrovertida y que le gustaba ser coqueta y juguetona ya sea con las personas o sus víctimas un buen complemento para Nicolette la cual siempre fue muy seria y correcta, no le gustaba aventurar o lanzarse como ella. Pero el último siglo Vanessa llevó su "juego" demasiado lejos.

Hace poco más de noventa años que Vanessa se convirtió en una de las tantas amantes de Vlad, el gran Drácula. Ella sabía que no era nada serio y sólo una simple aventura, su esposa siempre sería Morrigan y eso no cambiaría nunca pero poco a poco Vanessa lamentablemente se fue enamorando y todo se fue al caño.

Pero Nicolette no tenía cabeza en ese momento para preocuparse por ese tipo de problemas.

— Como digas, igual no estará nada contento con esto. — Se señaló a sí misma mientras con la otra mano sobaba sus cienes — ¿Iras al despertar? — cambio de tema.

Pero el puchero de su amiga le dio la respuesta.

— Yo seré quien le cante el feliz cumpleaños a su mujer. — Hizo un levantamiento de hombros y Nicolette asintió con el ceño fruncido.

Era entendible que acudiera a Vanessa para tal acto debido a su poder vampirico el cual consistía en poder gritar a notas altas hasta ensordecer a su oponente, claro que se podía controlar ya que también está el hecho de que en su antigua vida la pelirroja fue una famosa cantante de ópera. Lo que no comprendió es porqué rayos ella había aceptado.

Su amiga soltó un suspiro pesado completamente vacío.

— Debo irme, casi es hora. — se puso de pie hasta que se un salto volvió a terminar en el techo de cabeza — Te veo en un rato.

Ciao...

Nicolette busco con la mirada a Dalia la cual se veía entretenida hablando con otros vampiros, se acercó a ella pero metros antes de llegar uno de los sirvientes se acercó a ella tocando su hombro.

— Disculpe, lady Iris. — Ella levantó su ceja derecha dándole a entender que lo escuchaba — Es hora. — El vampiro le dirigió una sola mirada y supo inmediatamente de lo que hablaba.

Ella simplemente asintió preparándose mentalmente para ver a su amigo después de muchos años y lo peor de todo: oliendo a perro.

Lo siguió hasta llegar a un santuario donde había un ataúd muy elegante en el centro rodeado de varios vampiros ancianos, encargados del consejo vampiro. Poco después escuchó la puerta abrirse y entraron dos sirvientes con una cadena que sostenía a varios humanos en fila.

Se veían magullados, asustados y desaliñados y el olor a miedo volvía locos a varios de los presentes. Era tal su autocontrol que podían estar frente aquellas presas fáciles y vulnerables en espera de que su gran maestro despertara.

Todo despertar tenía su propio ritual y dependía de que tanto duermes o que tan viejo estás. En el caso de Vlad, el primer vampiro, necesitaba humanos recién "cosechados" en cada despertar si quería reponerse en su totalidad.

Nicolette nunca ha invernado pero si lo llegase a hacer calculaba tener que comer mínimo dos humanos al despertar sin importar el tiempo, pero no era algo que quisiera probar por ahora. No con tanta muerda en la cabeza, tomarse un descanso sería como tomarse una píldora para el dolor de cabeza sin preguntarse qué lo ocasionó.

Las personas se veían realmente asustadas y lloriqueaban sin cesar. En su mente ellos creían que serían utilizados para un ritual satánico o algo así. Comenzaba a estresar a la pelinegra, ojalá que termine rápido con ellos. Eran siete humanos en total.

De pronto los ancianos comenzaron a recitar un texto antiguo haciendo que el estómago de Nicolette revolotee de nervios.

Nicolette llego a ser tomada en cuenta gracias a su gran poder vampiro y su popularidad por uno de sus primeros círculos de sangre, más no era alguien tan importante como para presenciar un despertar. Pero, debido a su amistad con el conde, él mismo antes de tomar su larga siesta ordenó que ella estuviera presente cuando nuevamente abriera los ojos. No porque tuvieran una relación secreta o él un interés amoroso o sexual, de verdad había una amistad muy sincera entre ambos, cuando Nicolette terminó en el consejo vampiro cuando estaba enojada con la vida el fue su soporte emocional y estuvo ahí para ella tratando de hacerla ver el lado positivo de su inmortalidad. Pero claro que el buscaba algo más, estaba consiente que Nicolette era muy poderosa, demasiado y lo que Vlad buscaba en ella era una cuidadora.

Él era el vampiro más fuerte y poderoso pero con base los siglos siguen pasando las ivernaciones se ven cada vez más necesarias, ya no tenia la misma energía que antes y había muchos que querían ocupar su lugar o pasarse de listos con el régimen establecido, y confiaba plenamente en Nicolette, quería que lo cuidara y también su legado.

De pronto el sarcófago frente a ella se abrió dejando salir una pequeña ventisca con polvo.

Los curiosos — incluyéndola — se acercaron de forma cautelosa hasta ver a su líder con las facciones relajadas, no era lo mismo que hace poco más de una década, por la falta de alimento su piel se volvió grisácea y con una textura rasposa, su forma vampira estaba descubierta ya que sin su energía suficiente durante el sueño le fue imposible seguir ocultándola. Sus orejas tenían un gran tamaño y eran picudas, similares a las de un murciélago, sus uñas eran demasiado largas y filosas al igual que su gran cantidad de dientes los cuales no podían estar al cien por ciento dentro de su boca.

No fue hasta que uno de los ancianos del consejo vampiro tomó fuertemente al primer hombre en la fila a pesar de sus protestas y súplicas le hizo un fino corte en su palma haciendo que la poca sangre que logró salir chorree por esta hasta hacer despertar de golpe al gran Drácula el cual soltó un gran gruñido hambriento.


Sin perder tiempo se levanto de un salto empujando a varios del consejo de forma violenta y listo para atacar a quien sea. Su vista era nublada por la sed de sangre y la gran hambruna que tuvo que pasar, estaba dispuesto a saltar sobre uno de los suyos pero un carraspeo lo interrumpió.

— Vlad, — Nicolette lo llamó con voz dura, casi en forma de regaño — contrólate. — Advirtió la pelinegra mientras jalones a las cadenas que tenían atados a los humanos acercándoselos.

Soltó un gruñido sorprendido y se acercó hasta la pelinegra cautelosamente y cuando estuvo frente a ella acarició su rostro con sus grandes uñas y huesudos dedos con delicadeza. La reconoció al instante. Colette le sonrió tiernamente y él giró su cuello de forma perturbadora fijando su vista a su alimento.

Se lanzó rápidamente al primero devorándolo en un solo instante y así continuó hasta terminar entre gruñidos y sonidos exagerados haciendo rodar los ojos a Nicolette. Su "yo" usual estaba saliendo a la luz.

Pasaron varios minutos en los que la pelinegra tuvo que retroceder y mantener su distancia con el vampiro si no quería salir lastimada o algo peor al invadir su "espacio" mientras comía. Ya hasta que vio al ahora hombre con piel blanquecina y no gris y su creciente cabello negro como la noche acomodarse sobre su cabeza lo llamó.

— Siempre te gusto sobre-actuar. — Exclamó con burla.

El giro lentamente con su boca y cuello chorreando en sangre de sus recientes víctimas mientras miro a Nicolette con una sonrisa presumida dándole la razón.


— Me conoces bien, cariño.






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