8. Familia un poco disfuncional
Caminábamos por una carretera. Poseidón quería ver a Percy en Santa Mónica. Sabrían los dioses como íbamos a llegar hasta allí, porque yo no tenía ni idea.
—Chicos. Esto está siendo más dificil de lo que pensamos —dijo Percy, rompiendo el silencio.
Yo lo miré con el ceño fruncido. No había hablado con él desde que salimos de San Luis. Realmente, no quería hablar con nadie. Sólo podía pensar en el hilo que habían cortado las Morias, y en el estúpido Oráculo y su estúpida profecía. Y sabía que Annabeth estaba pensando lo mismo que yo.
Aunque siendo sincera, el rubio también estaba ocupado gran parte de mi atención. Pero jamás lo admitiría en voz alta.
—He estado pensando —siguió diciendo el rubio—. Yo no he robado el rayo maestro, y vosotros tampoco. Creemos que Hades tiene el rayo, pero no pudo haberlo robado en persona. Osea, ni siquiera sabemos quién lo robó, ni porqué, ni quién está metido en todo este lío.
Un escalofrío me recorrió la columna al escuchar ese nombre.
—¿A dónde quieres llegar con esto? —pregunté. Realmente, esa información no era nueva para nadie.
Percy miró a todo el grupo. Grover y Annabeth estaban tan callados como yo, y lo miraban sin expresión alguna. Intercambiamos miradas y luego miramos a Percy.
—Soy el último en darse cuenta —dedujo Percy.
—Sí... —respondió Annabeth.
Grover y yo nos limitamos a asentir.
—Vale, quizá al principio no estaba centrado del todo —dijo Percy—, pero desde lo del río... lo veo todo de otra manera.
—Créeme, yo también —murmuré para mi misma, aunque estoy segura de que Grover pudo escucharme.
Me dio un suave golpe en el brazo, tratando de animarme. O de distraerme.
—Me ha salvado —siguió hablando Percy, aunque me daba la sensación de que lo decía para si mismo, en voz alta para que sonara más real—. Mi padre. Supongo que nunca pensé que haría algo así por mí.
Bueno, yo tampoco y aquí estamos.
—Debería tomarme este tema más enserio a partir de ahora.
Percy dejó de hablar cuando un ruido sonó detrás nuestra. Era el sonido de un motor. Nos giramos a mirarlo y avisé:
—Coche.
—No es un coche, es una moto —corrigió Annabeth—. Dejar que pase. Vamos.
Nos escondimos detrás de una especie de muro, uno de esos para evitar que los coches se salgan de la carretera.
—Quiero decir, esto no va solo de recuperar el rayo —dijo Percy, que parecía negado a terminar la conversación—. También tenemos que hacer de detectives.
Me acomodé, algo incómoda, al lado del rubio.
—Mira, Percy —dije con cansancio—. Déjalo ya. Deja de buscarle explicación a las cosas. No le des más vueltas.
Percy frunció el ceño.
—¿Por qué estás así conmigo? —me preguntó—. Pensaba que ya no hacíamos eso.
Tragué en seco. No sabía que responder. Estaba algo distante con él, es cierto, pero no era solo por lo de las Morias.
Desde lo del río, algo era diferente. No me sentía igual al estar cerca de Percy. De hecho, no era igual desde lo del tren, pero en ese momento no era tan fuerte. Tenía la necesidad de estar cerca de Percy, de protegerlo. Pero a la vez no podía ni mirarle, sentía que se me retorcía el estómago cuando lo tenía cerca.
Estaba confundida. Y desde luego el rubio no estaba colaborando para nada.
—Oh, ya entiendo —dijo Percy, suavizando su mirada y su voz—. No deberías darle tanta importancia.
—¿Qué? —pregunté confundida.
—Lo del abrazo. Quiero decir, tampoco era la primera vez.
Abrí mucho los ojos. Vi como Grover se aguantaba la risa. Me cubrí la cara con las manos, muerta de vergüenza.
—Además, supongo que ahora somos amigos, ¿no? —Percy seguía hablando, intentando que la situación mejorara, pero no lo lograba—. Los amigos hacen ese tipo de cosas, ya sabes...
—Los hombres nunca entienden nada —murmuré. Suspiré y levanté la cabeza, mirando hacia el bosque—. He visto a las Morias.
El rubio frunció el ceño.
—Y para colmo cortando un hilo.
La imagen del Oráculo recitando la profecía se hizo presente en mi mente. Sentí una fuerte presión en el pecho. Me llevé una mano al corazón al sentir un pinchazo.
—Vale —dijo Percy—, creo que eso es malo.
—Muy malo —concordó Annabeth.
—La Morias tejen el hilo de la vida de los vivos —le explicó Grover a Percy—. Si las ves cortar un trozo de hilo...
—Uno de nosotros va a morir —completó Annabeth, frustrada.
—Todos vamos a morir tarde o temprano —Percy se encogió de hombros.
—Temprano.
—Es una advertencia —dije—. Un presagio.
—Vale, tenemos que hablar sobre vuestra obsesión con el destino —dijo Percy—. Tres ancianas con un ovillo no pueden predecir el futuro, ¿de acuerdo?
Lo miré sin expresión. Pensé en que tal vez podría tener razón, pero fue un pensamiento que se esfumó al instante. Me centré más en el sonido del motor de una moto que se oía detrás nuestra.
—El destino cambia con las decisiones que tomo —siguió hablando Percy—, y yo puedo elegir hacer lo que quiera.
—Percy... —traté de advertir sobre el sonido del motor, pero una voz me interrumpió.
—¿Necesitáis ayuda?
Nos miramos entre nosotros. Eran unas miradas de ¿qué hacemos? y ninguno de nosotros sabía que hacer. Nos asomamos un poco por encima del muro, dejando solo nuestros ojos al descubierto.
En frente nuestra había un hombre sobre una moto —obviamente—, con una cazadora de cuero negra tan larga como una capa y que parecía el típico tío chungo por el cual te cambiarías de acera sólo para no pasar por su lado.
Y me resultaba extrañamente familiar.
—¿Cómo dice? —preguntó Grover.
—Pregunto que si necesitáis ayuda.
—No, gracias —respondió Grover—. Estamos bien, gracias.
—Gracias por su preocupación —le dije—. Adiós.
Volvimos a escondernos detrás del muro.
Todavía no había deducido quién era ese hombre o de qué lo conocía, pero había algo en él que me hacía estar tensa y que el corazón me latiera a mil por hora.
Instintivamente, agarré la mano de Percy.
—Pues no parece que esteis muy bien —dijo el hombre.
—No queremos nada de usted —le respondió Annabeth, tajante.
Miré a la morena confusa. Ella parecía reconocer al hombre pero yo no lo lograba. Annabeth negó con la cabeza, indispuesta a revelarme la identidad del hombre.
—¿Estás segura? —habló de nuevo el hombre, riendo—. Porque a este paso no llegáis ni de broma.
Miré a Annabeth con la boca entreabierta. Nos levantamos y el hombre me miró alegre.
—¡Vaya! —dijo riendo mientras que me miraba— ¡Pero si es mi sobrina favorita!
Me tensé de nuevo y Percy apretó mi mano.
—Ares —susurré para mi misma.
—Faltan pocos días para el solsticio de verano —dijo, esta vez dirigiéndose hacia Percy—. Y por mucho que me apetezca una buena guerra, como primo mayor tuyo, voy a ayudarte.
—Espera, ¿su sobrina? —dijo Percy mirándome. Luego dirigió su mirada al mayor—. ¿Tu primo?
—Ares —dijo Annabeth.
—Tú debes de ser la niña de Atenea —le dijo Ares a la morena—. Siempre siendo la listilla del grupo.
—¿Por qué nos ayudarías? —preguntó ella, haciendo caso omiso a las palabras del dios—. ¿Y cómo sabes qué estamos haciendo aquí?
—Porque yo estoy haciendo exactamente lo mismo que vosotros. Zeus también tiene a sus hijos en busca de el rayo maestro.
Annabeth y yo nos miramos. Ninguna terminaba de fiarse de él.
—Mirad, niñatos —dijo el dios de mala manera—, tengo hambre y hay un sitio medio decente por aquí. Si queréis mi ayuda, no tardéis demasiado... o me piro.
Ares se puso sus gafas de sol , arrancó la moto y salió de allí.
—¿Ese es mi primo? —dijo Percy, que parecía seguir analizando la situación—. Pues vaya familia.
—Y que lo digas —dije yo.
—Ha dicho que eres su sobrina favorita —dijo Percy, mirándome con las cejas alzadas.
—Eso no puede ser bueno.
···
Allí estábamos, en una cafetería en medio de la nada y sentados frente al dios de la guerra. Creo que esa estaba siendo la semana más emocionante de mi vida sin exagerar en absoluto.
No podía dejar de mover la pierna con nerviosismo, mientras veía al dios ver algo en su teléfono sin darnos ninguna importancia.
Sentí una mano sobre mi rodilla. Era Percy. Por alguna razón, él siempre se daba cuenta de cuando estaba nerviosa, o triste, o mal, o simplemente lo necesitaba. Sinceramente, lo que más me sorprendía era que podía darse cuenta incluso antes que la persona que más me conocía en el mundo, antes que Grover.
Instintivamente miré al sátiro de reojo, que también parecía nervioso. Luego miré a Percy y le sonreí, esa fue mi manera de decirle gracias, lo necesitaba. Sólo con aquella sonrisa, Percy supo que estaba mejor, gracias a él.
Cuando Ares terminó su disputa en Twitter, apagó su teléfono y nos miró.
—Vuestra misión va a fracasar —afirmó—. Preguntadme cómo lo sé.
—No va a fracasar —dijo Percy con molestia.
Si tú lo dices...
—Claro que sí.
Ares parecía muy divertido con la situación, al contrario que Percy, que parecía a punto de echar humo por las orejas.
El dios nos mostró un vídeo de las noticias nacionales. No sabía quién era el hombre que hablaba, sólo sabía que estaba relacionado con Percy.
—¿Quién es? —le pregunté.
—Mi padrastro —Percy miró al dios— ¿Qué demonios está haciendo?
—Ya verás —respondió divertido.
En resumidas cuentas, le estaban echando la culpa a Percy de absolutamente todo, empezando por la desaparición de su madre.
—¿Qué? —preguntó Percy confuso.
Puse mi mano sobre la suya, tratando de transmitirle apoyo. Aunque había estado actuando bastante distante con él, no podía evitar preocuparme. Volvió a mí ese sentimiento de necesitar protegerlo.
—Fuerte, ¿verdad? —Ares estaba más que contento con la reacción de Percy—. El FBI ya está difundiendo tu foto.
El padrastro de Percy empezó a hablar de lo mucho que amaban a su coche y comenzó a llorar.
—Lo voy a matar —masculló Percy.
Ares apagó el teléfono.
—Sabía que ibas a caerme bien —dijo con una sonrisa—. Os aseguro que las posibilidades de que cuatro niñatos como vosotros lleguen a Los Ángeles sin que os arresten casi nulas.
—¿Entonces que haces aquí sentado? —intervine—. A ti también te han mandado buscar el rayo, ¿a qué estás esperando?
Ares clavó su mirada en mí, pero no me achanté. No estaba dispuesta a doblegarme ante él.
—No hay rastro de miedo en tus ojos.
Negué con la cabeza.
—Da igual —dijo Ares, volviendo a su historia—. Aparezca o no el rayo maestro, Zeus va a declararle la guerra a Poseidón.
Percy apretó mi mano.
Intercambiamos miradas confundidas. Eso no era lo que debía pasar.
—El Oráculo dijo que si recuperábamos el rayo no habría guerra —habló el rubio.
—¿Dijo eso? —preguntó el Dios—. ¿O era eso lo que Quirón dijo que quería decir?
Me incorporé al instante. No iba a dejar que nadie pusiera en duda la palabra de Quirón. Él me había criado desde que tenía cinco años, era casi como un padre para mí.
—No te atrevas a hablar así de Quirón —amenacé.
—¿O qué? —preguntó el dios con burla, sabiendo que yo no tenía ningún poder sobre él.
Lo fulminé con la mirada. Él me sonrió burlón y se giró hacia Percy, que tenía la mirada triste, pensando en que las palabras del dios podrían ser ciertas.
—Mira, chaval —le dijo—Eres nuevo en la familia, así que déjame explicarte como funciona esto. Mucho antes de que yo naciera, mi abuelo, Cronos, se comió a mis tíos y tías.
Puse una mueca de asco al tener que imaginármelo de nuevo. Esa historia me producía nauseas.
—Sí. Y mi padre le obligó a, bueno, vomitarlos. Y luego, lo cortó en un millón de trozitos y los lanzó a un pozo sin fondo. ¡Ese es nuestro nivel!
Suspiré, tenía razón.
—Los dioses luchamos. Traicionamos. Te apuñalamos por la espalda. Empujamos por las escaleras a quién sea con tal de ganar —Ares comenzó a reír—. Y por eso amo tanto a mi familia.
Miré al rubio a mi lado, que estaba tan sorprendido como yo. Más bien parecía incómodo. Aunque, ¿quién lo culpa?, a mí tampoco me hacían gracia esas historias cuando descubrí que era mestiza.
—Mi padre sabe que no recuperará el rayo con misiones absurdas —siguió parloteando Ares—. Sabe que se avecina una guerra. De echo, creo que está de acuerdo. Creo que considera que es el momento ideal para una guerra, así que habrá guerra —hizo una pausa, emocionado. Fingiendo estar a puto de llorar—. ¿No es fantástico?
—No —espeté.
La verdad, me arrepentí de abrir mi maldita bocaza casi al instante. El dios me dedicó una mirada fría, acompañada de un bufido.
—Eres tan insufrible como tu madre —dijo—. Menos mal que solo tengo que soportar sus comentarios la mitad del año.
Le dediqué una sonrisa sarcástica, cruzándome de brazos.
—Completaremos esta misión —dijo Percy con seriedad—. Detendremos esta guerra. Dices que puedes ayudarnos, ¿puedes o no?
Ares suspiró.
—Vale, hay un parque de atracciones aquí al lado —explicó él—. Me dejé allí es escudo. Si me taréis el escudo, mañana a medio día estaréis en el inframundo con un plan para invadir el palacio de Hades.
—¿Te dejaste el escudo? —preguntó Annabeth sarcástica—. ¿Te lo olvidaste en el tiovivo?
Hice un esfuerzo para no reírme.
En cambio, a Ares no le hizo mucha gracia. Se inclinó hacia ella con aire amenazante.
—Mira, y esto va para las dos —me miró de reojo y volvió la vista a Annabeth—, vuestras pullitas me han echo gracia al principio pero estáis empezando a cansarme.
Annabeth enarcó una ceja. No la intimidaba en absoluto.
Sonreí como si fuera una mamá orgullosa.
Pero si tú no sabes qué es eso.
Auch, tía.
Mis traumas, mis chistes.
—Bueno, ¿hay trato o tengo que mataros a los cuatro para que me dejéis comer tranquilo? —gritó el dios.
Percy lo miró con los ojos muy abiertos. Se giró hacia nosotros y asintió.
—De acuerdo.
—Genial —Ares sonrió dulcemente—. Una cosa más. Necesito recuperar el escudo como sea así que me quedaré con el sátiro y con uno de vosotros tres para asegurarme de que no os larguéis.
Genial, Percy y Annabeth van y yo me quedo con Grover.
—¿Nos da un momento?
Percy y Grover se levantaron detrás de Annabeth. Los miré confundida mientras se alejaban.
Bueno, no iba a ir detrás de ellos si era lo que esperaban.
—¿Nos vas con tus amiguitos? —me preguntó Ares.
—No sé ni por qué quieren hablarlo —me hundí en mi asiento con los brazos cruzados—. Annabeth y Percy irán a por el escudo y yo me quedaré aquí con Grover.
Ares enarcó una ceja.
—Vaya, si yo fuera tú, no dejaría que mi novio se fuese de misión con otra chica.
Me incorporé al instante.
—Percy no es mi novio —dije tajante.
—Ya, claro —murmuró—. Has montado un buen revuelo en el Olimpo. Estas en boca de todos.
—¿Yo? —puse mi dedo índice sobre mi pecho, mirándolo incrédula—. Si no he hecho nada.
—Tú madre —balbuceó, llenándose la boca de patatas fritas—, empezó el otro día a chillarle a Poseidón. Que aleje a su mocoso de ti e historias. Afrodita está obsesionada con vosotros dos. Y Deméter, pobre Deméter, entre la hija y la nieta no da para disgustos.
—Eso no tiene ningún sentido. Para empezar, Pery y yo no estamos saliendo...
—Yo que tú lo avisaría —interrumpió el dios—. Porque, por la forma en la que te está mirando, creo que él no piensa igual que tú.
Me giré hacia mis amigos. Mis ojos conectaron con los de Percy por una fracción de segundo, antes de que él volviera su mirada a Annabeth.
Ares comenzó a reír a carcajadas.
—¿Qué?
—Nada, sólo es gracioso ver como te pones celosa de un chico que supuestamente no es tu novio.
—No estoy celosa.
—¿Y por qué pagas tus frustraciones con la servilleta?
Miré mis manos sobre la mesa. Estaba estrujando una servilleta de papel hasta hacerla pedazos de forma inconsciente.
—Ahora me dirás que ni siquiera te gusta, ¿verdad?
Me crucé de brazos y miré hacia el lado contrario. Me parecía subrealista que Ares, el dios de la guerra, se estuviera riendo de mi ¿situación romántica?
—Mira, te voy a dar un consejo —me giré para mirarlo intrigada, no parecía esa clase de dios—. Sé que pensarás que te digo esto porque quiero fastidiar a tu madre, disfruto haciéndolo, no te lo voy a negar. Pero realmente creo que deberías hablar con el chico.
Volví a mirar a Percy, que hablaba con Grover y Annabeth. Me fijé en lo bonitos que se veían sus rizos, no solía fijarme en ese tipo de cosas, pero Percy siempre lograba llamar mi atención.
—Además —añadió Ares—, harías a Afrodita muy feliz si lo hicieras.
No pude evitar soltar una risita.
—No eres tan malo después de todo —dije.
—Sí, bueno —farfulló—. Pero que quede entre nosotros. Tengo una reputación que mantener.
Asentí con la cabeza con una pequeña sonrisa.
—Descuida.
Annabeth, Percy y Grover volvieron ha acercarse a la mesa. Annabeth y Grover se sentaron, pero Percy se quedó de pie frente a mí.
—Vamos —dijo.
—¿Qué?
—A por el escudo, vamos.
Me giré hacia Ares, quien sonreía divertido mientras bebía de su vaso de agua.
—Pero... —me giré hacia Annabeth— Ann...
—He sido yo la que lo ha propuesto —dijo ella—. Ve tú.
Suspiré y volví a mirar a Percy.
—Está bien, vamos.
···
VOLVI.
CHICAS YA SE VIENE LO BUENO DE VERDAD.
Creo que lo digo en todos los capítulos pero de verdad que es cierto.
Siento muchísimo haber tardado tanto en actualizar, no tenía ánimos de escribir.
Pero hoy he actualizado dos historias, pidan un deseo.
Espero que les haya gustado y muchas gracias por su apoyo. Las amo.
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