6. La mami de las bestias

Desperté sobresaltada. Sentía la cara húmeda. Lloraba y no podía respirar.

Me incorporé en mi cama y puse una mano sobre mi pecho, tratando de regular mi respiración. 

—¿Estás bien? 

Me giré hacia el rubio en el suelo, que se había incorporado igual que yo. Me miraba con notable preocupación en su rostro. Yo respiré profundamente, calmándome. 

—Sí —respondí pasando mis manos por mis mejillas—, solo ha sido una pesadilla. 

—Tranquila, yo también las tengo. 

Me quedé en silencio, mirando la luna por la ventanilla. 

—¿Quieres hablar del tema?

—No. 

—Está bien. 

Me volví a tumbar boca arriba. Annabeth y Grover dormían plácidamente. Solo estábamos Percy y yo. 

—Percy —lo llamé, jugando con mis manos.

—¿Sí?

—Sé... sé que al parecer tú y yo nunca seremos amigos pero... —tartamudeé un poco.

—Olvida eso, Maya —me interrumpió—, por favor. 

—¿Puedo dormir contigo? —pregunté rápidamente, cerrando los ojos, esperando el rechazo.

 Sentí mi cara arder más que nunca. Y, a pesar de que esa pregunta iba con toda la inocencia del mundo, no pude evitar imaginarme a Percy enrojeciendo. 

Pensaba que estabas muy muy enfada con él.

Y lo estoy. Pero también tengo miedo. 

Eres una blandengue, Maya Thompson.

—Es que me da miedo dormir fuera del campamento y... —traté de justificarme al ver que no respondía. 

—Ven aquí, anda. 

Me asomé hacia la cama del rubio, el cual se había movido para dejarme un hueco. 

Me acerqué con lentitud y me tumbé a su lado. Por mucho que tratáramos de no rozarnos siempre había algún contacto entre nosotros. Me giré para quedar frente a frente contra Percy, el cual parecía un tomate igual que yo. 

A pesar de odiar el contacto físico, me acerqué a Percy y pasé mis brazos por su cintura, escondiendo mi cabeza en el hueco de su cuello. Percy imitó mi acción y pasó sus manos por mi espalda, rozando mis heridas en proceso de curación con las yemas de sus dedos por encima de la tela. Me estremecí entre sus brazos por el tacto, pero eso no le impidió seguir dejando caricias en mi espalda. 

—¿Por qué no me lo contaste antes si sabías lo que pasaría? —susurró. 

Levanté la cabeza para mirarle, pero no podía competir con la intensidad con la que me miraban sus ojos azules. Volví a esconderme, evitando su mirada. 

—No quería que pesaras que era un monstruo —murmuré en su cuello—. Pero ya lo has visto, soy horrible. 

—Hey, no, mírame —dijo tomando mi barbilla, obligándome a mirarlo—. Eres hermosa, Maya. Cada parte de ti lo es. 

Nuestras caras estaban muy cerca, casi podía sentir su respiración. Percy me miraba con intensidad, pero no se movía. Yo pensé en hacer algún movimiento, si eso era lo que él esperaba. Entre abrí los labios pero volví a bajar la cabeza enseguida, cuando las palabras de Percy retumbaron en mi cabeza. Yo nunca sería amigo de alguien como ella.

Escuché a Percy suspirar, aún que no dijo nada. Si cabeza se mantuvo justo encima de la mía. Sentí sus labios calientes dejando un suave beso en mi frente.

—Buenas noches, May.

May.

¿Tienes un deja vu?, Maya.

—Buenas noches, Percy.

Y fue extraño. 

Porque llevaba mucho tiempo sin sentirme de esa manera. Pero estar entre los brazos de Percy se sintió como volver a casa. 

Como si Percy fuera mi hogar. 

···

Volví a despertarme, creo que de madrugada, pero esta vez no fueron las pesadillas. Esta vez me despertaron las voces de Percy y de Annabeth. Fingí estar dormida para poder escuchar su conversación.

La menos cotilla de su casa.

—Hablando de Maya —escuché decir a Annabeth. Espera, ¿hablaban de mí?—, ¿qué hace en tu cama?

Definitivamente, eso ha sonado muy mal. 

Sentí a Percy tensarse a mi lado y sentí mi cara arder. Maldita Annabeth. 

—Me ha preguntado si podía dormir conmigo —explicó—, dijo que le da miedo dormir fuera del campamento. 

—Sí, siempre ha tenido problemas para dormir, desde pequeña —dijo la morena y soltó una risita—. Hubo una temporada en la que se colaba en mi cabaña todas las noches porque la suya de daba miedo, hasta que Qurón nos pilló. 

Oh, sí, recordaba eso. A pesar de haber sido reclamada, estuve durmiendo en la cabaña de Hermes hasta que terminaron de construir la cabaña de Perséfone. Cuando tuve que dormir sola no me gustó nada, ya estaba acostumbrada a estar rodeada de personas. Además, no puedes meter a una niña de seis años a dormir en un sitio totalmente desconocido para ella. 

Siempre has sido una miedica. 

—Vaya —comentó Percy, acariciando parte de mi cabello que estaba sobre su pecho—. Yo siempre la había visto como una chica muy segura y valiente.

—No te equivoques, Maya puede tenerle miedo a muchas cosas pero sin duda sigue siendo la persona más valiente que he conocido —rectificó Annabeth.

—Pensaba que esa era Thali... 

Interrumpí a Percy bostezando sonoramente, no quería que tocara un tema tan íntimo para Annabeth. 

—¿Qué os pasa? —pregunté frotándome los ojos.

—Hola, princesa, ¿cómo has dormido? —preguntó Annabeth con burla. 

—¿Te hemos despertado? —me preguntó Percy dulcemente.

Que bonito, no como ayer cuando nos decías cosas feas.

—Claro que me habéis despertado, par de cotorras —me quejé, haciendo reír a Annabeth.

—Se pone de muy mal humor cuando la despiertan.

—Mentirosa —gruñí mientras me giraba para darle la espalda a Percy. Annabeth volvió a reírse. 

Grover hizo un ruidito desde su litera. 

—¿Estás despierto? —le preguntó el rubio. 

—Ahora sí, gracias —respondió Grover soñoliento. 

—¿Estás bien? 

—Él también se pone insoportable cuando no duerme bien —explicó Annabeth divertida. 

—Espera, ¿cómo que "también"? —protesté, Grover se limitó ha hacerle burla a la morena. 

—Vaya —murmuró Percy, me giré hacia él, sonriendo al ver su expresión.

Sonreías por lo guapo que estaba, querida. 

—Nunca habías viajado con él. No tiene nada que ver con vuestro internado finolis. 

Grover protestó ante el comentario de Annabeth, haciéndome reír. Grover se asomó, buscándome, cuando escuchó mi risa. 

—¿Y tú que haces ahí? —preguntó el sátiro confundido viéndome tumbada en la cama de Percy. 

Yo me giré hacia el rubio, que estaba tan sonrojado como yo, y ambos nos percatamos de que me estaba abrazando por la cintura. Nos separamos algo incómodos y evitamos mirarnos en todo momento. Me giré hacia Grover, que nos miraba con una sonrisa coqueta. 

—De acuerdo... —dijo volviendo a tumbarse, sin borrar su sonrisa. 

Se viene interrogatorio por parte de Ann y de Grover.

···

—Faltan dos días para llegar a Los Ángeles —dijo Grover—, tiempo de sobra para llegar al Inframundo. 

Estábamos en el vagón restaurante —o como se llamase el sitio en el que comes cuando vas en tren— esperando para desayunar. 

Nadie había comentado nada del hecho de que Percy y yo hubieramos dormido en la misma cama, pero la tensión entre el rubio y yo era más que obvia. Ni siquiera era capaz de mirarle a la cara, por mucho que sus ojos azules buscasen con desesperación los míos. 

—¿Puedo hacer una pregunta tonta? —dijo Percy, sentado delante de mí. 

—Es como si estuvieras suplicando que me ría de ti —dije mirando por la ventanilla. 

—¿Qué pasa? —le preguntó Grover con una delicadeza de la cual yo carecía. 

—Yo nunca he estado en Los Ángeles y supongo que vosotros tampoco —trató de explicar el rubio—, ¿cómo sabemos a donde vamos? 

—Yo sí he estado en Los Ángeles —murmuré jugando con mi collar. 

—¿A sí? —preguntó Percy frunciendo el ceño, confundido. 

Yo asentí, concentrada en mi collar. 

—Mi padre y yo solíamos vivir allí —expliqué sin mucho interés en el tema—. De todas formas, aún queda mucho para eso, no tengas prisa. 

Miré a Percy de reojo, el cual asentía ante mis palabras. 

—Siguiente pregunta estúpida. 

—Joder... —susurré a la par que Annabeth también protestaba. 

—"Al final no podrás salvar lo más importante" —recitó el rubio—. El Oráculo dijo que la misión fracasaría y lo estamos ignorando por completo. 

Yo, que había comenzado a jugar con la navaja que no recordaba que tenía, abriéndola y cerrándola, suspiré y miré al rubio a la cara por primera vez en toda la mañana. 

—No sé, tal vez es algo que debamos tomarnos más enserio —añadió algo nervioso, girándose hacia la ventanilla para evitar mi seria mirada. 

Mira quien no quiere mirar ahora.

—Mirad eso —señaló a un grupo de Centauros que galopaban cerca del tren—. Son... 

—Centauros —completó Annabeth. 

—O la familia de Quirón reuniéndose para las pascuas —dije yo, Grover me miró con una pequeña sonrisa.

Percy los miraba atónito. Se giró hacia el resto de los pasajeros, pero volvió su mirada al frente, decepcionado. 

—Nadie puede verlos. 

—Antes había manadas por todos sitios —comentó Grover. 

—¿Qué les pasó? —inquirió el rubio. 

—Nosotros —murmuré, volviendo a jugar con mi navaja. 

—Hace miles de años, el dios de la naturaleza, Pan... desapareció —explicó Grover con tristeza—. Desde entonces, sin Pan para proteger la naturaleza los humanos se han dedicado a destruirlo. 

—Los sátiros más valientes de ofrecieron como buscadores para encontrarlo —siguió Annabeth, que miró con algo de pena a Grover. 

—Ninguno ha regresado —finalicé, cerrando la navaja. 

Grover miraba por la ventana en silencio. Estaba triste y yo odiaba verlo triste. Sabía que el quería buscar a Pan y él sabía que yo tenía miedo de que se fuera y no volverlo a ver. 

—Tu tío Ferdinand, ¿era un buscador? —le preguntó Percy. Grover asintió lentamente, sin apartar la vista de la ventana.

 Yo agarré su mano encima de la mesa, haciendo que me mirara. No solía mostrar mucho afecto pero, sabía cuando Grover lo necesitaba, ese era uno de esos momentos. Dejé suaves caricias en el dorso de su mano haciendo que Grover sonriera un poco, lo que amplificó mi sonrisa. 

—El Oráculo no te dijo que la misión fracasaría —cambió Annabeth apresuradamente de tema—, las profecías pueden tener muchos significados, ¿verdad?, Maya. 

Maya, la experta en profecías.

Me encogí de hombros, mirando mi mano y la Grover. 

—Supongo —suspiré, recordando cual era mi destino en esa misión—. Así funciona el destino, nunca estás seguro al cien por cien de qué va a pasar. Cuanto más intentes entenderlo más difícil te resultará. A veces solo puedes esperar a ver qué pasa. 

Ahora era Grover el que dejaba caricias en el dorso de mi mano. Él era el único que sabía realmente sobre la profecía, sin contar a Quirón y al señor D. 

—Billetes, por favor —dijo un hombre de seguridad que se había parado junto a nuestra mesa. 

Intercambiamos miradas confusas mientras que Annabeth sacaba los billetes de su mochila y se los tendía. El hombre miró los billetes y luego nos miró a nosotros, muy serio. 

—Acompañadme a vuestro compartimento —ordenó con seriedad. 

Volvimos a mirarnos con confusión antes de levantarnos y seguir al hombre hasta nuestro compartimento, el cual estaba completamente destrozado e incluso con la ventana rota.

—¿Podéis explicar esto? —nos preguntó. 

—¿De verdad cree que fuimos nosotros? —le dije totalmente indignada. 

—¿Quién iba a ser si no? —dijo el guardia con obviedad. 

—Pero, ¿cómo? —preguntó Percy, agarrando disimuladamente mi brazo y colocándome más atrás que él, alejándome del policía—. Y, ¿por qué?

—Señor, cuando nos fuimos a desayunar todo estaba en perfecto estado —intervino Grover—. No sabemos que ha podido pasar. 

El hombre se giró hacia una mujer hablado con otra guardia de seguridad. 

—Una testigo afirma haber escuchado el cristal romperse y luego voces de niños. 

—Venga ya —protestó Percy, que aún tenía un suave pero firme agarre en mi muñeca. 

—¿A qué hora os fuisteis? —siguió interrogando el hombre. 

—¿Estamos detenidos? —preguntó Annabeth en un tono desafiante. 

—Si yo fuera tú bajaría esos humos, jovencita —le dijo el hombre, algo sorprendido por el tono atoritario de la morena. 

Abrí la boca para responder, enfadada, pero Annabeth se me adelantó. 

—¿Estamos arrestados? —repitió, usando un tono más autoritario que el de antes. 

Y ahí estábamos, sentados en una mesa y vigilados por la policía. Yo estaba sentada frente a Grover, esta vez con Percy a mi lado, cuya mirada podía sentir clavada en mi perfil. 

—Estamos haciendo tiempo hasta que descubramos si es un hombre lobo o algo así, ¿verdad? —preguntó en voz baja, inclinándose hacia delante para que todos pudiéramos escucharlo. 

—No estoy de humor para bromas, Perseus —dije con un tono de voz cansado, recostándome en la ventanilla. Estaba empezando a arrepentirme de haber aceptado la misión. 

Grover y Annabeth se giraron hacia el policía y la "testigo", que hablaban detrás de ellos. 

—No tiene pinta. 

—No sabría decirte —dijo Grover a la par que Annabeth. 

—Pero, si no es un monstruo, ¿qué pasa aquí? —inquirió Percy—. ¿Por qué iban a destrozarlo todo? 

—A lo mejor buscaban algo —propuso Grover. 

—Pero, no tenemos nada. 

—Díselo a los que creen que robaste el rayo maestro de Zeus —comenté con mi deje de sarcasmo habitual. 

—Ya. 

—Escuchad, no van a encontrar algo que no tenemos —dijo el sátiro. 

—De todas formas —habló Annabeth—, no vamos a pasarnos todo el día respondiendo preguntas en la comisaría de San Luis. 

—Ann tiene razón —apoyé—. O salimos de esta rápido o nos retrasaremos en la maldita misión. 

Dije eso último con un discreto tono de desprecio, que solo Percy pudo notar. Pero, de veras que, estaba muy harta de esa misión. Incluso empecé a pensar en cuánto faltaría para que me mataran y acabaran con todo el jaleo que tenía encima. 

Levanté la vista y vi como la "testigo" le tocaba suavemente el hombro a Annabeth . 

—¿Puedo sentarme? —preguntó con dulzura. 

Estuve a punto de negarme, pero una mano en mi rodilla se llevó toda mi atención. Me giré hacia Percy, a punto de reprocharle, pero este me miraba con esos ojos que me suplicaban que me callara. Suspiré y aparté mi vista de Percy a la mujer, el rubio hizo lo mismo, pero su mano no se movió. 

La mujer empezó a preguntar cosas como si viajábamos solos y ese tipo de cosas, luego se puso ha hablarle al perro que llevaba en el bolso como si fuera su hijo, cosa que me hizo poner una mueca de asco que no me esforcé en disimular. Dijo que entendía que estuviéramos asustados o algo así, tampoco estaba muy atenta a lo que decía. 

¿Quién quiere escuchar a la vieja loca de los chuchos?  

—Puede dejarnos un momento a solas, por favor —le pidió amablemente a la agente de policía—, creo que los pone más nerviosos de lo que ya deben estar.

La agente se retiró y la mujer nos miró con una sonrisa, algo forzada a mi parecer.

—Quiero que sepáis que no creo que seáis los responsables del desastre de ahí atrás —afirmó la mujer, adoptando una pose seria pero familiar—. Pero quería teneros un momento a solas, quería hablaros de...

—Disculpe, tiene algo en su chaqueta —interrumpió Grover, con falta de seguridad en su voz—. Parece... parece cristal. 

Ahhh, con razón.

La sonrisa amable de la mujer se borró en ese instante y se convirtió en una mueca que crecía a medida que Grover hablaba. Miré a Annabeth, nerviosa, que estaba tan tensa como yo.

—No han roto la ventana desde dentro de la cabina —afirmó con sus ojos fijos en la mueca de la mujer—. Alguien la ha roto al entrar desde fuera. 

El perro —si de verdad lo era— empezó a gruñir y a retorcerse dentro del bolso de la mujer. 

—Sí, mi amor —le habló su dueña arrodillándose al lado del bolso, la forma que tenía de hablarle me causaba escalofríos—. Lo sé, lo sé. 

Apreté la mano de Percy que seguía sobre mi rodilla, nerviosa, captando la atención del rubio. Percy me miró con preocupación, le devolvió el apretón a mi mano en un intento de transmitirme seguridad. 

Sorprendentemente, lo logró.

La mujer seguía susurrándole cosas al bolso, cada vez que lo escuchaba gruñir apretaba la mano de Percy. Me sorprendió que no se quejara, ya que debí de hacerle algo de daño. 

—No es vuestra culpa —dijo la mujer poniéndose en pie frente a nosotros, de nuevo con esa sonrisa que hacía que me tensara—. Pero, desgraciadamente, vais a tener que pagar por los errores de vuestros padres.

—Escuche —habló Percy con seguridad, aún sosteniendo mi mano—, no tengo ni idea de quién es pero creo que sí sé qué es. Nos hemos encontrado con otros monstruos como usted y nos hemos librado de todos. 

La mujer soltó una pequeña risa. 

—¿Otros monstruos cómo yo? —se llevó una mano al pecho, aunque no parecía demasiado ofendida—. Bueno, claro que son como yo —fue adoptando un tono más serio a medida que hablaba—. Eran mis hijos. 

Vi a Annabeth tensarse en su asiento.

—¿Hijos? —preguntó Percy confundido—, ¿qué quiere decir? 

Clavé un poco mis uñas en el dorso de su mano, tratando de hacerlo callar.

—La madre de los monstruos —dijo Grover, con algo de miedo en su voz. 

—Equidna —dijimos Annabeth y yo al unísono. 

La bolsa comenzó a gruñir y a sacudirse. La mujer la acarició, calmándola. 

—Monstruo —dijo mirando ha Percy—. Es una palabra curiosa, teniendo en cuenta que mi abuela es tu bisabuela y esto siempre ha sido una historia familiar. Pero... en mi opinión, el semidiós siempre ha sido la criatura más peligrosa. Rebelde, peligrosa... Si existo por algo, es para interponerme en el camino de monstruos como vosotros. 

La criatura dentro de la bolsa cada vez gruñía más fuerte. Equidna volvió ha arrodillarse ante ella para decirle palabras de amor. 

—Vámonos —susurré, casi en una súplica. 

—Hoy, seréis sus presas —afirmó Equidna alejándose de la criatura. Lo dijo con tal naturalidad que me entró un escalofrío—¿Tenéis miedo? —preguntó, pero tenía la vista fija en mí—. Tranquilos, es algo natural. También es esencial para la caza. El miedo, la duda... 

Pude ver de reojo como Annabeth sacaba su daga lentamente de su mochila. Traté de no mirarla demasiado para editar que Equidna no pudiera darse cuenta. 

—Necesitaba que entendierais la situación para que pudiera olfatear vuestro rastro. 

La criatura volvió a gruñir y pude ver el miedo reflejado en los ojos azules de Percy. Apreté su mano, haciendo que me mirara. 

—Tranquilo —susurré. 

Nuestra vista fue hacia la bolsa, que se estaba abriendo sola. Equidna hablaba pero dudo que alguno la escuchara, todos teníamos los sentidos centrados en esa estúpida bolsa. 

La bolsa se abrió dejando escapar a una especia de tentáculo con escamas que vino directo hacia Percy y hacia mí. Cuando pensé que mi hora había llegado el pecho de Percy se interpuso entre el tentáculo y mi cuerpo. 

—¡Percy! —lo llamé, viendo como se llevaba una mano a donde el tentáculo le había pinchado con algo como un aguijón.

—Tranquila, estoy bien —me aseguró, aunque fuera mentira. 

Annabeth se abalanzó contra el tentáculo clavándole la daga. 

—¡Corred! —ordenó mientras hacía presión con su daga en el tentáculo. 

La mano de Percy volvió a buscar la mía para tomarla y arrastrarme hacia el pasillo, con Grover y Annabeth siguiéndonos de cerca.

Grover siendo la tercera rueda, parte uno. 

Me giré y vi a los mismos guardias estúpidos de antes seguirnos. Seguimos corriendo hasta que Annabeth paró para cerrar una puerta con una cadena y bloquearles el paso a los agentes. 

Grover le sacó algo del pecho, cerca del hombro, a Percy, el cual aún tenía una mano en su hombro. 

Y la otra entrelazada con la tuya. 

—Parece un aguijón —dijo Annabeth. 

—Grover, ¿qué clase de monstruo tiene un aguijón? —pregunté, un poco angustiada. 

—No lo sé pero, ninguno bueno. 

—Tenía que haber sido yo —murmuré mirando el hombro de Percy. El rubio me miró dispuesto a protestar pero no le dio tiempo. 

—¿Estás bien?  —preguntó Annabeth. 

—Creo que sí, ¿por? —dijo, un poco confundido— ¿Creéis que es venenoso?

—No estoy segura —respondió Annabeth, que también comenzaba a frustrarse. Además, los polis aporreando la puerta no ayudaban con la situación. 

Un gran estruendo llamó nuestra atención, venía de donde habíamos dejado a Equidna. 

—Hay que irse —dijo Grover, todos comenzamos a correr detrás de él. 

El tren paró y al fin pudimos salir de allí, ahora solo quedaba encontrar un sitio seguro para intentar curar a Percy. 

—¿Por qué ya no nos sigue? —inquirió Percy. 

—Es solo un cachorro, no se alejará de su madre —traté de explicar—. Esa cosa está aprendiendo a cazar... y nosotros somos su presa.

Caminamos por un callejón, alejándonos de allí lo máximo posible. 

—No podemos huir por mucho tiempo —habló Grover. 

—No lo haremos —aseguré, solo nos hace falta encontrar un sitio seguro. 

—Muy bien, pequeña genio, ¿tienes alguno en mente?

—Yo sí —intervino Annabeth—. Un santuario dedicado a Atenea construido por uno de sus hijos hace años. 

—¿Hay un santuario ateniense en medio de San Luis? —pregunté sorprendida. 

—Exacto. 

—Me encanta ser mestiza —ironicé, haciendo sonreír al rubio que todavía caminaba agarrado de mi mano. 




¡Volví! Perdón por haber tardado tanto en actualizar. 

Chicas... es mi mente mis niños ya están casados. No puedo más que monos que son. 

Otro recordatorio de que os paseis por mi cuenta de tiktok: dpsgirl. 

Muchos besos, muak muak.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top