5. Encuentro consuelo en los brazos de un monstruo
Grover y Annabeth —que seguía molesta con Percy y conmigo— entraron a la casa después del rubio —que todavía me sujetaba, aún que ya no lo necesitara— y de mí.
—Maya, querida —me llamó la "mujer" abriendo la puerta de lo que pensé que sería la concina—, entra por aquí y siéntate sobre la encimera.
Sentí a Percy tensarse a mi lado, apretando su agarre, me giré hacia mis dos amigos que estaban igual de tensos.
—No me pasará nada —aseguré separándome del rubio como pude—. Estaré bien, no me hará daño.
—¿Cómo estás tan segura? —me preguntó Annabeth con preocupación.
—Simplemente lo sé.
Agarré su mano y la de Grover y les di un apretón. Me alejé de ellos y les sonreí, intentando que se tranquilizaran. Aunque para qué mentir, yo estaba muerta de miedo. Entré a lo que efectivamente era la cocina y aparté un par de botes que parecían medicinas para poder sentarme sobre la encimera.
—¿Tienes miedo de que te guarde rencor por ser hija de Atenea? —escuché decir a Medusa.
No quise escuchar la conversación. Me centré en mirar mis zapatillas Converse rojas, algo sucias. Subí la mirada a mis vaqueros negros, que tenían alguna que otra gota de sangre en la parte de los muslos. Puse una pequeña mueca al mirar ahí.
—Si de verdad quieres que te cure, vas a tener que quitarte la camiseta —dijo Medusa detrás de mí—. Tranquila, Maya, no voy a juzgarte.
Yo fruncí el ceño. Fue como si me hubiera leído la mente.
Con algo de vergüenza me quité la camiseta seguida de la ropa interior. Me estremecí cuando la mano fría de Medusa se posó en mi hombro desnudo.
—Solo eres una niña —murmuró con tristeza.
Yo mordí mi labio inferior, volviendo la vista al suelo cuando Medusa se puso frente a mi para comenzar a curar mis heridas.
Sinceramente, estar semi-desnuda delante de esa mujer no era lo más vergonzoso. Lo que más vergüenza me daba era saber que probablemente mis amigos estuvieran viéndome a través de la puerta. De espaldas pero, las heridas seguían ahí también. Y no me preocupaban Grover o Annabeth, si no Percy. ¿Qué debía pensar de mí? ¿Creería que era un monstruo? ¿Que era horrible?
—¿Por qué haces esto? —pregunté—. ¿Por qué me ayudas? ¿Por qué eres tan buena conmigo?
—Porque eres como yo, Maya. Pagando un castigo por algo que no fue tu culpa. Marcada para siempre solo por...
Creo que dejó de hablar al ver como mis ojos se aguaban. Yo opté por quedarme callada.
—No fue tu culpa, Maya —me aseguró la mujer, rozando el algodón contra mi piel—. No te merecías lo que te hicieron.
—Tampoco fue la tuya —dije jugando con mis manos, me temblaba la voz—. Tú te merecías tu maldición igual de poco que yo mi castigo.
La mujer se quedó inmóvil.
Debiste dejarla de piedra.
—Me convirtieron en un monstruo —murmuró, su voz casi quebrada.
—A mí también —admití. Una lágrima calló por mi mejilla—. No puedo mirarme al espejo sin la ropa puesta. Me doy asco.
Medusa no respondió.
—Lo siento —murmuré.
—Mi pequeña Maya —dijo acariciando mi pelo—, eres una niña hermosa que se convertirá en una mujer hermosa. Por dentro y por fuera. No dejes que los dioses ni que nadie te arrebate eso.
Mis amigos si que debieron quedarse de piedra al verme. Me aferré a la cintura de la mujer, abrazándola. Le pilló un poco de sorpresa pero me devolvió el abrazo, estrujándome contra su pecho y acariciando mi pelo. Lloré y sollocé intentando no gritar por todas las emociones que sentía. Me olvidé por un momento de los dioses, de lo que pudieran pensar e incluso de Percy.
—Me dejó marcada para siempre —sollocé—. Tendré la imagen de ese día en mi mente cada vez que me vea desnuda en un espejo.
Medusa me siguió haciendo caricias en la espalda y en el pelo hasta que dejé de llorar. Porque me hacía falta para entenderlo.
Ella no era un monstruo.
Yo no era un monstruo.
—¿Estás mejor? —me preguntó Medusa aún dejando caricias en mi cabeza, yo asentí con una pequeña sonrisa.
Que bien sienta desahogarse.
—Cambiando un poco de tema —dijo con gracia volviendo a poner el algodón sobre mi hombro—. ¿Con qué el hijo de Poseidón?, eh. No está mal, solo espero por tu bien que no sea igual de imbécil que su padre.
—Espere, ¿qué pasa con Percy? —pregunté yo, confusa.
—¿No estáis saliendo?
—¿Qué? —pregunté yo, sintiendo mis mejillas arder—. ¡Claro que no! ¿Qué le hace pensar eso?
—Bueno para empezar me ha amenazado muy seriamente con que me usaría como comida de tiburón si te pasaba algo —yo abrí los ojos, sorprendida.
¿Percy? ¿Por qué haría Percy eso? Eso era algo más típico de Annabeth. Sí que se le veía preocupado pero si hubiera sido cualquier otra persona hubiera reaccionado igual, ¿verdad?
—Además —prosiguió—, no te a quitado ojo de encima desde que te sentaste. De hecho antes tú amigo medio cabra...
—Sátiro —corregí.
—Eso. Tu amigo el sátiro y la hija de Atenea han tenido que sujetarlo para que no viniera corriendo cuando me has abrazado llorando.
Me giré hacia la puerta, tapándome por si acaso, encontrando con la mirada azul de Percy recorriendo mi espalda. Estaba serio. Incluso cuando sus ojos se encontraron con los míos su expresión no cambió. Volví mi vista al frente —más bien al suelo— tragando grueso. Era la primera vez que veía a Percy tan serio pero tampoco parecía enfadado.
Menos mal que no eres un sátiro porque lees las emociones de pena.
—El amor se manifiesta de formas extrañas, pequeña —habló Medusa, esta vez desde mi espalda—. Lo entenderás más adelante.
—Yo no puedo sentir amor por Percy —dije, haciendo una mueca y soltando un pequeño quejido por el contacto de la pomada con la herida—. Lo conocí hace un par de días, además, solo somos niños.
—Tienes razón —asintió ella. No podía verle la cara pero estaba cien por cien segura de que sonreía.
Medusa me dio una camiseta interior casi igual que la que llevaba antes, solo que esta era azul marino en lugar de blanca. Me puse la ropa lo más rápido que pude cuando la tuve en mis manos.
—No tendrás hemorragia ni infección —me explicó—. Los primeros días se te hará costra, mejor no te la toques mucho, y luego...
—Cicatriz —finalicé—. Lo sé.
Medusa me acarició la mejilla con cariño, sentí el impulso de mirarla pero me contuve a hacerlo. Era extraño, sentía una conexión más fuerte con ella que con mi propia madre.
Más que extraño, es triste.
—Toma —dijo dándome un bote de agua oxigenada—, limpia las manchas de sangre del pantalón.
Asentí saliendo de la sala. Lo primero que vi fue a Grover abalanzándose sobre mí, abrazándome con tanta fuerza que me hizo algo de daño, pero no se lo reproché. Luego me tendió mi sudadera de color gris oscuro, que había estado guardando para mí desde que me la quité en el bosque.
—Os dije que estaría bien —dije poniéndome la sudadera.
—No podíamos fiarnos de ella —dijo Annabeth seria—. Es un monstruo.
—No lo es —defendí yo apretando los puños.
—Tiene razón —escuché una voz en mi espalda—. No lo soy.
Todos apartaron la mirada al suelo. Menos Percy, que la tenía fija en mí.
Acosador.
—Si no eres un monstruo entones ¿qué eres? —preguntó Annabeth, parecía ¿enfadada? No sé leer emociones pero su tono era fuerte, autoritario y serio.
—Una sobreviviente —dijo Medusa y colocó su mano sobre mi hombro—. Igual que ella.
La cara de Annabeth era un poema. Yo ya había tenido demasiadas emociones por un día así que decidí ir al almacén para limpiar tranquilamente las manchas de mi pantalón.
Percy me frenó del brazo cuando pasé por su lado. El rubio me miraba con un centello en los ojos que no supe descifrar. No dijo nada, solo se quedó mirándome fijamente a los ojos durante un par de segundos.
—Me alegro de que estés bien —murmuró finalmente, bajando la mirada al suelo con una sonrisa tímida como las que me brindaba cuando le conocí.
—No te vas a librar de mí tan fácilmente, rubito —le pegué un puñetazo suavemente en el hombro, provocando la risa de ambos.
¿Quién diría que hace un día o solo unas horas parecía que os ibais a matar mutuamente?
Entré al almacén y me senté en el escritorio —me encanta sentarme en cualquier mueble que no sea una silla, por si no lo habíais notado— y derramé un par de gotas de agua oxigenada sobre las manchas, haciendo que saliera una espumita blanca que yo esperaba que hiciera a las manchas desaparecer.
Escuchaba a Annabeth discutir y elevar la voz en alguna que otra ocasión. Tal vez debí haber intervenido, o tan solo salir a comer algo —y de paso vigilar a mis amigos—, pero no hice nada de eso. Preferí pasear por el almacén, rebuscar en algunos cajones y de paso robar un par de dracmas.
Hermes debería de estar orgulloso de ti.
No sé cuanto tiempo estaría ahí a mi aire pero de repente escuché un ruido contra la puerta. Me acerqué para abrirla pero no podía, estaba bloqueada. Entonces mi cerebro consiguió hacer clic y entendí su plan, probablemente producto de la mente de Annabeth.
Iban a matar a Medusa.
O peor.
Medusa iba a matarlos a ellos.
—¡Sacarme de aquí! —grité golpeando la puerta— ¡Chicos! ¡Lo digo en serio!
—Oh, Maya —escuché la dulce voz de Medusa desde el otro lado—. Ahí dentro estarás a salvo.
¿A salvo de quién? ¿A salvo de ella?
—¡No les hagas daño! —grité, al borde del llanto. Se que parece que soy una llorona pero cuando me frustro lloro, es inevitable.
Seguí aporreando la puerta muy agobiada. Cualquiera lo habría notado por lo mucho que me costaba respirar.
Escuché un ruido muy cerca de la puerta y me alejé, lista para morir o para matar a mis amigos del susto que me habían dado. Efectivamente, Percy y Annabeth estaban detrás de la puerta. Percy sujetaba algo invisible en sus manos, me entristeció pensar en que era.
—Le he cortado la cabeza a Medusa —me confirmó Percy— y hemos matado a la furia.
Yo debía de estar roja por la rabia que contenía y por las lágrimas del momento anterior.
Hoy no es tu día, Maya.
—¿Y para eso teníais que dejarme encerrada? —grité levantando los brazos, frustrada, enfadada y bastante ansiosa.
—Maya, era la única forma de... —intentó explicar Annabeth, pude notar en su tono de voz lo mal que se sentía por mí.
—Da igual, no quiero oírlo —interrumpí—. Habéis matado a la mujer que me ha salvado la vida, ¡ese monstruo ha hecho más por mí hoy que mi madre en trece años!
Percy y Annabeth miraron al suelo y yo respiré profundamente, tratando de calmarme. Ellos habían echo lo que debían, yo no podía enfadarme por eso.
—Lo siento —murmuré, un poco arrepentida por haberme alterado tanto—, supongo que habéis hecho lo correcto.
—Maya... —murmuró Annabeth acercándose a mí, apartando una lágrima medio seca de mi mejilla.
Yo sonreí por la caricia de mi amiga.
—¿Dónde está Grover? —pregunté al percatarme de que faltaba mi mejor amigo.
Bajamos al sótano de la casa, que estaba repleto de estatuas. Entre la piedra pude divisar a Grover, que miraba una de las estatuas con tristeza. Me acerqué a él y apoyé mi mano en su hombro, él se giró hacia mí y me abrazó con fuerza.
—Lo siento mucho, Grover —susurré acariciando su espalda, ya que se trataba de su tío Ferdinand.
—Aquí es donde acabó su misión —dijo separándose del abrazo y girándose de nuevo hacia la estatua—. Ni siquiera estamos en Treton pero, miradlo.
Percy y Annabeth, que se habían posicionado junto a nosotros, le dieron su pésame a Grover. Que solo miraba la estatua con los ojos llenos de lágrimas.
A veces solo quiero meterlo en un frasquito de cristal para que nadie le haga daño.
—No es como los demás —prosiguió, yo agarré su mano y le di suaves caricias—, él no tenía miedo.
Y Grover tenía razón, se le veía tan tranquilo, tan sereno.
El sátiro carraspeó
—¿Has usado la cabeza para deshacerte de Alecto? —le preguntó a Percy sin mirarlo, él asintióy hice una pequeña mueca.
—Bien. Era la mejor decisión —Grover se giró hacia mí—. Lo siento, Maya. Sé que...
—No importa —interrumpí con una sonrisa, algo triste—. Era lo mejor que podíais hacer.
—Ya pero... —intentó protestar.
—Grover —lo llamé indicando que dejara el tema—. No importa. Está bien.
El sátiro me sonrió, algo más calmado que antes.
—Deberíamos irnos —dijo Annabeth rompiendo el silencio—. Pronto anochecerá.
—¿Y qué hacemos con la cabeza? —inquirió Percy—. La he usado para matar a Alecto como si nada. Si la dejamos aquí, alguien podría encontrarla. Le pondremos la gorra y la enterraremos.
Yo lo miré abriendo mucho los ojos. ¿La gorra de la madre de Annabeth? ¿Es enserio? Me giré hacia mi amiga que miraba al suelo apretando los labios.
—Claro —asintió ella, pero pude ver lo molesta que estaba—. Ahora, ¿podemos hablar del otro asunto?
—¿Qué "otro asunto"? —pregunté, confundida.
—¿"Podrías haber salvado a tu madre"? —dijo Annabeth mirando a Percy.
—¿Qué me he perdido? —le susurré a Grover.
—Demasiado.
—Es como si ya lo hubierais hablado —le reprochó la morena.
—Espera —interrumpí, cada vez más confusa—, ¿tu madre está viva?
—Está con Hades —explicó el rubio. Mis ojos se abrieron tanto que pensé que se me salían de las órbitas.
Con nuestro padrastro favorito.
—Gracias por el interés —añadió con un tono sarcástico que me hizo enarcar una ceja.
—Chicos, por favor, ya vale —intervino Grover, que había estado observando a su tío.
—Y tanto que nos interesa —protestó Annabeth—. ¿Cuáles son tus verdaderas intenciones? ¿Y por qué nos enteramos por Medusa?
—Vale, pues ya que sacas el tema —dijo Percy, también molesto—. ¿"Debiste aceptar mi oferta"?¿Qué puede significar? ¿Y por qué nos enteramos por Alecto?
Buen punto, rubio tonto.
—¡Suficiente! —ya hicieron explotar al pobre Grover— Su madre le regaló esa gorra. Es lo único que las une. Deberías pensar en ello —le dijo a Percy. Él rubio y la morena evitaban mirarse mientras que yo me quedaba rezagada detrás de Grover.
—Vale, pero ¿qué hacemos con ella? —preguntó Percy, refiriéndose a la cabeza de Medusa.
—Luego vamos a eso —respondió Grover antes de girarse hacia Annabeth— Y tú. Ya te vale. Su madre está viva. ¿Sabes lo confuso que debe de ser para él saber que tal vez deba elegir entre el destino del mundo y el de la única persona que estuvo a su lado?
Miré a Percy, que miraba a Grover serio, pero podía sentir como sus palabras lo entristecían. En cambio, Annabeth lo miraba confundida.
—¿Por qué te pones así? —le pregunté, también confundida, Grover me miró como si fuera a matarme.
—Cierra el pico, aún no he terminado —murmuró y volvió a girarse hacia Annabeth y Percy—. Por último, ¿os parece bonito molestaros con ella cuando lo único que ha hecho ha sido velar por su vida? Su madre no ha tenido el mínimo contacto con ella desdé que la reclamó, hace casi ocho años. Y si ha encontrado alguien que ha entendido su situación y le ha ayudado ¡deberíais sentiros bien por ella!
Aparté la mirada hacia el suelo, con la mandíbula apretada. Sentía la mirada del rubio quemando mi perfil.
—Y Percy y Maya, lleváis todo el día discutiendo y cuando uno de los dos está a punto de morirse os convertís en mejores amigos, aclaraos de una vez —Grover respiró profundamente, minetras que Percy y yo evitábamos hacer contacto visual— Llevo todo el día intentando que esto funcione sin haceros enfadar a ninguno —Grover tomó aire—. Pero quizá es eso lo que os hace falta antes de continuar —se giró hacia Percy—. Antes te han hecho una pregunta que no has respondido, ¿a qué tienes tanto miedo?
Percy titubeó antes de responder.
—No lo sé.
—Yo creo que sí —vaya, creo que nunca había visto a Grover tan enfadado—. Discutes con Annabeth. Discutes con Maya. ¡Discutes conmigo!
—Porque el Oráculo dijo que uno de vosotros me traicionaría, ¿vale?—admitió Percy con frustración, cogió aire antes de continuar—. "Serás traicionado por quien dice ser tu amigo y al final no podrás salvar lo más importante". Eso es lo que me dijo.
—Elegí a Annabeth porque no es mi amiga y no sé si llegará a serlo —dijo mirando a la morena, para luego girarse hacia mí—. Elegí a Maya porque sabía al cien por ciento que jamás sería mi amiga. Porque yo nunca sería capaz de ser amigo de alguien como ella.
Yo abrí los ojos y busqué los suyos, que me evitaban. ¿Alguien como yo? ¿Qué significaba eso? Bajé mi mirada al suelo. ¿Por qué me había dolido tanto? No debía dolerme. Pero, ¿después de todo no me consideraba su amiga?
¿Quién entiende a los hombres?
—Y te elegí a ti porque creía que tú me apoyarías pasase lo que pasase —finalizó el rubio mirando a Grover, si no estuviera así de cabreada sentiría lástima por él—. Y ahora me siento muy solo. No sé en qué pensar ni quién confiar.
Levanté a mirada cuando escuché a Annabeth suspirar, parecía triste. Yo, al contrario, apretaba los puños y la mandíbula con tanta fuerza que empezaba a hacerse daño. Mi mirada cruzó con la de Grover y luego con la de Percy, que parecía arrepentirse de sus palabras.
—No quería decir eso.
Annabeth respiró hondo.
—Alecto se ofreció a ayudar con la misión si os entregaba —dijo mirando a Percy y luego a mí.
Fruncí el ceño.
—¿A ella por qué? —inquirió el rubio, que también fruncía el ceño. La morena se encogió de hombros.
—Bueno, ¿qué le dijiste? —pregunté, evitando el otro tema.
—Maté a su hermana.
Percy quería decir algo, pero titubeó un poco.
—Medusa me ofreció ayuda para salvar a mi madre si os entregaba.
—¿Y qué dijiste? —preguntó esta vez Annabeth.
—Le corté la cabeza.
Grover nos miró con su cara de sermón.
—No habéis elegido ser semidioses. No hemos elegido esta misión. Pero podemos decidir que, mientras estemos los cuatro juntos... ninguno estará solo.
Hablad por vosotros.
Sentí como Percy buscaba mi mirada, pero yo la mantenía lejos de ellos.
—Y si no somos capaces más nos vale volver al campamento. Porque moriremos.
A mí eso no me preocupa.
—Creo que ya se qué podemos hacer con esto —anunció Percy, provocando que lo mirara con curiosidad.
Se acercó a un escritorio y comenzó a pasar las hojas de un cuaderno.
—Hermes Express —dijo—. Enviaba estas cosas a todos sitios...
—Incluso al Olimpo —murmuré. El rubio asintió mirándome y, de nuevo, rehuí su mirada.
—No puedes mandar la cabeza de Medusa al Olimpo —dijo Annabeth , que tenía un deje de miedo en su voz. Sabía que Percy era capaz.
—¿Por qué no? —preguntó el rubio con inocencia.
—Porque a los dioses les cabreará.
—Muchísimo.
—¿Por qué? Es material peligroso, como las pilas, se mandan al sitio del que salieron —dijo obvio.
—Es una mala idea —dijo la morena,angustiada—. Te tomarán por un impertinente
—Soy impertinente.
—Por fin estamos de acuerdo en algo —dije mirándolo de brazos cruzados, ganándome una mala mirada de su parte.
—Ya, bueno, ¡pero nosotros no lo somos! —volvió ha hablar Annabeth, aún más angustiada al ver a Percy montar una caja.
—Medusa a tratado de detenernos. Se lleva fatal con tu madre —miró a Annabeth—. Si lo miramos de otra forma, será como una especie de tributo. Además —sacó la gorra de la caja y se la tendió—, así podremos quedarnos con una parte de tu madre.
—Gracias —dijo Annabeth mientras cogía su gorra.
Percy cerró la caja.
—Esto no es a lo que me refería con lo de elegir seguir juntos —habló Grover.
Nadie le hizo caso. Percy estaba muy ocupado cerrando la caja y Annabeth admirando su gorra.
—Esto conlleva muchos... —Grover intentó replicar pero se vió interrumpido por las fuertes palmadas de Percy—. Vas a cantar, ¿no?
Yo sonreí un poco, cosa que pareció satisfacer a Percy. El rubio aplaudió más fuerte y empezó a cantar la canción del consenso.
Es tan boyfriend material que me duele.
Créeme, te entiendo.
No sé si me ha quedado demasiado largo o no. ¿Preferís capítulos largos como este o más cortos?
Como siempre, espero que os haya gustado y perdón por la tardanza.
Por cierto, podéis pasaros por mi cuenta de tiktok, dpsgirl , para ver vídeos de la historia. Un beso muy fuerte para todas.
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