4. Casi me muero en medio del bosque

 Os resumo los hechos más recientes. Las furias aparecieron, salimos del bus por la ventana y yo estaba a punto de desangrarme porque se me habían abierto heridas que debían estar curadas desde que tengo cinco años. 

El sábado más normal de un mestizo. 

Annabeth había hecho que el monstruo se desvaneciera nada más salir del autobús, así que ahora caminábamos por un sendero en medio del bosque sin tener muy claro el rumbo. 

—¿Cómo vamos a encontrar un teléfono? —preguntó Percy como si fuese la cosa más obvia del mundo. 

—¿Para qué quieres uno? —inquirí con una mano sobre mis costillas. 

—Para llamar al campamento. 

—No lo necesitamos —intervino Annabeth—. Estamos bien. 

—Pues a mí no me lo parece —protestó el rubio. 

Yo miré a Grover, que estaba harto de discusiones. El sátiro me sonrió y yo me esforcé por devolverle el gesto, tratando de disimular el dolor que sentía. 

—Se da por hecho que este tipo de misiones son difíciles, por eso solo escogen a unos pocos —explicó la morena—. Si llamamos al campamento y pedimos ayuda parecerá que ha sido un error escogernos.

—A mi me parece bien —respondió Percy—. Todos nos equivocamos. 

Oh, cielos. Acaba de cavar su tumba.

—¿A qué le tienes tanto miedo? —le preguntó, o más bien gritó, Annabeth a Percy. 

—¿Qué? —dijimos el rubio y yo al unísono. Él tenía el ceño fruncido y y yo miraba a mi amiga con confusión. 

—Sabíais que esta ruta la recorrió mi tío Ferdinand al partir de su misión—dijo Grover en un horrible intento de cambio de tema.

—¿A qué te refieres? —preguntó Percy, muy a la defensiva—. No tengo miedo. 

—Claro que sí —respondió Ann—. No eres un niño cualquiera, y lo sabes. Porque un niño cualquiera no podría hacerle lo que tu le hiciste a Clarisse en el baño. 

Buen punto. 

—Un niño cualquiera no tiene a todas la bestias de Hades detrás suya —prosiguió—. Maya, ayúdame un poco. 

Yo estaba apoyada en una roca, tratando de mantenerme al margen. 

—Ann tiene razón —dije enderezándome, haciendo una pequeña mueca por el roce de la ropa con las heridas—. Formas parte de algo mucho más grande que aún no logramos entender. Tenemos que seguir a delante, te guste o no. 

—¿No quieres llamar al campamento?, vale —le dijo Percy a Annabeth—. Llama a tu madre. 

—¿Disculpa? 

Y el señor D decía que yo no apreciaba mi vida. 

—A Atenea, tu madre —repitió el rubio como si fuera la cosa más normal del mundo—. Yo llamaría a mi padre pero, ya sabes, la situación es algo tensa ahora mismo. Pero vosotras parecéis muy unidas, ¿por qué no le pides ayuda? 

—Grover, ¿podrías...? 

La morena se calló cuando me vio sentada en el suelo y a Grover arrodillado a mi lado. 

—Ayudarla a levantarse —les pidió. 

Percy y Annabeth se acercaron a mí con preocupación, incluso parecían haber olvidado la discusión anterior. Percy sujetó mis brazos y me levantó, yo apoyé mi espalda en su pecho en busca de estabilidad. 

—Annabeth, baja la cremallera de su sudadera —le dijo Grover a mi amiga, que hizo acercó su mano a mi pecho. 

—Ni sé te ocurra —dije desafiante. 

Annabeth hizo caso omiso y bajó la cremallera de mi sudadera negra dejando a la vista mi camiseta de tirantes blanca totalmente llena de sangre. Annabeth y Grover me quitaron la sudadera del todo. Podían apreciarse las heridas del pecho, que iban desde mi hombro derecho hasta mi cadera izquierda, y las de la espalda, que tenían la misma dirección. 

—Parecen... —murmuró Percy, mirándome por encima de mi propio hombro—. Paecen marcas de garras. 

Annabeth suspiró y Grover tragó hueso. 

—Díselo —le dije a Grover—, ya da igual intentar que sea un secreto. 

—Maya fue la primera mestiza a la que tuve que proteger —comenzó a explicar—, los monstruos la encontraron siendo muy pequeña y tuvimos que llevarla al campamento de forma muy apresurada. 

—¿Tuvisteis? —preguntó el rubio confundido, que aún me sostenía con fuerza. 

—Mi padre y él. 

—Cuando estábamos a punto de entrar al campamento las furias... Bueno ya lo has visto. 

—Me desgarraron pecho y espalda —intervine yo, la verdad es que odiaba esa historia—. Me llevaron al campamento casi inconsciente, perdía muchísima sangre, nadie pensaba que fuera a sobrevivir. 

Suspiré al ver las caras de pena que todos tenían. Por eso nunca contaba la historia, odiaba que la gente me tuviera lástima. 

—Entonces mi madre se compadeció de mí y envió una especie de pomada que hizo las heridas cicatrizasen. Eso era todo, cicatrices. Al menos hasta que esos bichos han aparecido —finalicé. 

—Pero, ¿cómo...? —intentó preguntar un rubio muy confundido. 

—Es inútil intentar buscarle explicación —interrumpí—. No merece la pena comerse la cabeza por eso. 

Me apoyé en su hombro para enderezarme y me senté sobre la roca en la que estaba apoyada anteriormente. 

—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Annabeth. 

—Lo de Maya me parece una buena escusa para pedir ayuda. 

—No —dije yo levantándome—. Tenemos que seguir, si nos quedamos aquí nos encontraran. 

—Grover, ¿puedes apoyarme? —preguntó el rubio dirigiéndose al Sátiro. 

—¿Qué te hace pensar que está de tu lado? —protestó Annabeth. 

Miré a Grover que, como siempre, trataba de mantenerse al margen. 

—Uno: Maya es su mejor amiga, supongo que estará preocupado por su bienestar. 

—¡Yo también me preocupo por su bienestar! ¿Ese es tu único argumento? 

¿Así me veo yo también discutiendo? Debo de ser insufrible. 

—No me has dejado terminar. Dos: Grover es mi protector, es su trabajo. 

—¡Fue mi protector primero!

Bum, ya estalló la bomba. 

—¿Qué quieres decir con "primero"? —el rubio se giró hacia Grover—. ¿Por qué no me lo habías contado? 

—Que emocionante es poder seguir los pasos del tío Ferdinand —dijo Grover, como si la conversación no tuviera nada que ver con él—. Algo es algo, ya que no puedo hablar con él. 

Percy miraba el suelo, pensativo.

—Thalía, Luke y Annabeth tenían un sátiro protector —dijo levantando la mirada hacia Grover—. Eras tú. 

Grover apartó la mirada, apenado. De no ser por el dolor corporal que sentía en ese momenyo ya habría golpeado al rubio por hacer sentir mal a Grover. 

—¿Por qué no me lo dijiste? —siguió presionando el rubio. 

—Percy... —murmuré poniendo mi mando en su hombro. 

El rubio se giró hacia mí con preocupación. Yo estaba bien —dentro de lo que cabe—, solo quería que dejara de presionar a Grover. 

—¿Oléis eso? —preguntó el sátiro. 

—Grover, hablo en serio.

Vale, pero no me grites. 

—Cállate, yo también lo digo en serio. 

Grover olfateó el aire. Percy le miraba extrañado, Ann y yo estábamos más acostumbradas a esas cosas que él. 

—Hamburguesas —dijo Grover comenzando a andar hacia la dirección de donde provenía el olor. 

Annabeth lo siguió y yo me dispuse ha hacer lo mismo, con una mano sujetando mis costillas como si eso fuera a ayudarme. 

—¿Necesitas ayuda? —preguntó Percy a mi lado, ofreciéndome su hombro como apoyo. 

Yo lo miré seria. 

—Estoy bien, gracias —respondí con una sonrisa fingida. 

—Vamos, no seas cabezota. 

Yo suspiré, no tenía fuerzas para discutir con él. Me acerqué y dejé que Percy pasara mi brazo por sus hombros. Me tensé un poco cuando me agarró de la cintura, tuve que mirar hacia otro lado para disimular lo roja que me había puesto. 

—Oh, espera —dijo Percy antes de girarse y coger una caja, de la cual no me había percatado hasta ahora. 

—¿Qué es? —pregunté mientras volvía a sujetarme en él como antes. 

—Me lo dio Luke —explicó, haciendo que yo rodase los ojos. 

—¿Te cae mal?

—Sí, no confío en él. 

Percy no protestó ante mi respuesta. Supongo que ambos habíamos tenido suficientes disputas por hoy. 

Caminamos hasta llegar a una especie de ¿tienda de estatuas?

—No fastidies —dijo Annabeth con desdén. 

—¿Qué pasa? —pregunté yo confundida. 

—La tía Eme tiene un jardín lleno de gente petrificada en medio de ninguna parte. 

Eme... M... Mierda. Medusa. 

Nos acercamos a las estatuas. Antes de que alguno pudiera decir que debíamos irnos solté un alarido de dolor y caí al suelo. Percy, que estaba a mi lado, fue el primero en agacharse para comprobar si estaba bien. 

Ya no os lleváis tan mal, eh

—Arde —dije cuando una lágrima cayó por mi mejilla. 

Mierda, ahora estaba llorando. Vaya día. 

Percy y Annabeth me levantaron. 

—Tenemos que irnos —dijo la morena, a lo que todos asentimos. 

Nos dimos la vuelta para volver por donde habíamos ido pero fue inútil, no llegamos a dar dos pasos cuando la furia apareció delante de nosotros. Otra lágrima calló por mi mejilla debido al ardor que sentía en mis heridas, como si les estuvieran echando vinagre. Mordí mi labio con fuerza, haciéndolo sangrar, para evitar sollozar lo máximo posible. 

Percy le pasó la caja que sostenía bajo su brazo izquierdo a Grover y soltó su agarre en mí para sacar su boli-espada. Yo me sostuve en Annabeth lo mejor que pude. 

—Debiste aceptar mi oferta cuando tuviste la oportunidad —dijo la furia mirando a mi amiga. 

Yo me giré hacia ella confundida. ¿Qué oferta?, ¿de qué hablaba? Annabeth  se limitó a rehusar mi mirada y mantener sus ojos en la furia. 

—¿Oferta? —preguntó Percy, aún con su espada en alto—. ¿Qué oferta? 

Annabeth no respondió. 

—Hoy no, amigos —dijo la voz de una mujer detrás nuestra. 

La furia se giró al escucharla. Como si no pudiera verla. 

Oh, claro. 

—En mi casa no —volvió a hablar la mujer. 

Me solté del agarre de Annabeth cuando vi el ademán que hacía Percy por girar la cabeza. Agarré las mejillas del rubio y lo forcé a girar su cara, quedando frente a la mía.

Y muy cerca. 

—No apartes la mirada —susurré.

 A pesar de lo nerviosa que me ponía tenerlo tan cerca y mirándome fijamente a los ojos, no quería que se convirtiera en piedra. 

—Necesitáis ayuda, ¿por qué no entráis? —preguntó la voz, cada vez mas cerca—. Alecto, ¿te gustaría unirte? 

La furia, que se cubría con sus alas, hizo un sonido similar al de un ronroneo que me envió escalofríos por toda la espina dorsal. 

—No os molestará mientras estéis conmigo. 

—No queremos nada de usted —dijo Annabeth autoritaria. 

—Oh, yo creo que sí —sentí la voz de la mujer muy cerca, como si la tuviese literalmente al lado, pero no tuve el valor de girarme para comprobarlo—. Puedo ayudar a vuestra amiguita herida. Además, Alecto no se irá si eso significa informar de que no tiene al hijo de Poseidón 

—¿Cómo...? —la pregunta de Percy fue interrumpida por la respuesta de la mujer. 

—Un hijo prohibido ha sido reclamado. ¿Cuánto esperabas que tardase la noticia en saberse?

Vi como Percy apretó los labios. Acaricié su mejilla con mi pulgar en un intento de tranquilizarlo. La intensa mirada azul de Percy volvió del suelo a mis ojos. Azul contra marrón. 

—Es un placer conocerte, hijo de Poseidón. Soy Medusa. 

No entendía por qué estaba siendo tan agradable con Percy. Quiero decir, a mi no me gustaría ver al hijo del tío que tiene la culpa de que sea un monstruo con serpientes en la cabeza y que convierte a personas en piedra. Y ya no hablamos de la hija de la diosa que me maldijo. 

Pero a ti debe de amarte porque eres un sol.

Percy hizo ademán de desviar su mirada hacia ella, provocando que yo le girara el cuello con fuerza para evitarlo. Percy hizo una mueca de dolor. 

—Lo siento —susurré dando me cuenta de que había sido muy bruta. 

—No le miréis —dijo Annabeth—. Es un monstruo. 

—¿De verdad puedes curar a Maya? —preguntó Percy, sus ojos aún fijos en los míos. 

—¿Qué haces? —le pregunté yo en un susurro. 

—De verdad de la buena —respondió Medusa—. Yo curo a vuestra amiga y os ofrezco comida y Alecto os despedazará miembro a miembro en cuanto se le presente la ocasión. La elección es vuestra. 

Oímos los pasos de Medusa alejándose y levantamos la mirada. Cuando me iba a separar de Percy sentí un fuerte pinchazo en el pecho, lo que hizo que me aferrara al cuello del rubio para no caer. Este me sujetó por la cintura igual que cuando caminábamos por la senda. 

Buena escusa. 

—Vamos —dijo Percy comenzando a andar hacia la casa. 

—¿Estás loco? —dijo Annabeth haciéndolo frenar. 

—Puede curar a Maya —dijo Percy, apretando su agarre en mí como si temiera que me fuera corriendo—. Además, creo que deberíamos fiarnos. 

Annabeth y Grover volvieron a protestar. 

—Mi madre me contaba su historia —explicó—. Ella decía que no es como todos piensan. Confío en mi madre. 

—Yo también confío en su madre —apoyé. Annabeth me miró con mala cara, so tomó un poquito personal—. Además, esto empieza a doler de más. 

—Yo... Nosotros vamos a entrar —corrigió Percy mirándome—. Haced lo que queráis. 

En el fondo entendía la confusión de mis amigos. Percy y yo llevábamos todo el día discutiendo y ahora entrábamos a casa de Medusa con mi brazo en su cuello y el suyo en mi cintura. 

Un día realmente confuso.









Holaaaa. Bueno este capítulo me ha quedado bastante más largo que los demás pero después del capítulo anterior tenía que explicar una de las razones por las que tenían miedo de mandar a Maya a la misión. 

Por cierto, he estado pensando en abrirme una cuenta de edits para esta y otras historias. Luego recuerdo que no sé editar y la idea se esfuma. 

Como siempre espero que hayáis disfrutado del capítulo y muchos besos para todas.

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