3. La misión
Ahí estábamos. Percy había recibido la misión de recuperar el rayo robado de Zeus y debía elegir a alguien que le acompañase. Quirón hablaba pero yo no le escuchaba, sólo podía pensar en una cosa.
No me elijas.
Por favor, no digas mi nombre.
Miraba al suelo con los labios apretados, cruzaba los dedos detrás de mi espalda y le rezaba a quién quisiera escucharme que no me dejaran ir.
—Annabeth —dijo Percy cuando Quirón terminó de hablar, no sé qué había dicho el centauro pero supuse que estaban eligiendo a los acompañantes de la misión. Solté el aire que había estado conteniendo al ver que no me había elegido— y Maya.
Se me cortó la respiración por un momento. Levanté la mirada en cuanto escuché mi nombre y miré a Quirón, claramente asustada. El centauro me dio la peor mirada que alguien podía darme jamás.
Me miró con lástima.
—Normalmente se suelen escuchar un par de nombres antes de elegir —le dijo al rubio, intentando hacerle cambiar de opinión.
—Esta es una misión peligrosa y va ha ser difícil de completar —dijo Percy, el centauro solo asentía—. Y yo necesitaré a mi lado a alguien que esté dispuesto a sacrificarme para poder llevar la misión a cabo. Las elijo a ellas.
Quirón suspiró.
—La acompañantes de la misión son Annabeth Chasse y Maya Thompson —anunció.
No, no, no. No podía estar pasando.
Salí de allí lo antes que pude. Necesitaba a Grover. Corrí hasta el campo en el que siempre estaba y me miró preocupado cuando me vio llegar.
—Maya, ¿qué...? —Grover fue interrumpido por mi agresivo abrazo, mi amigo me acarició la espalda mientras yo dejaba las lágrimas caer.
—Voy a ir a la misión —sollocé—. Ha llegado la hora. Es mi destino y debo afrontarlo.
Grover me separó de él y me agarró por los hombros. Se veía en su cara que estaba casi más asustado que yo.
—Habla con Quirón —yo negué con la cabeza—, Maya no puedes lanzarte al vacío de esa manera. Maya, por favor...
Sé que esto puede resultar confuso pero ya lo entenderán.
Yo seguí negando con la cabeza.
—Todo pasa por algo.
Intenté sonreir, pero no puede. No puedo responder todas vuestras dudas aún pero, una cosa estaba clara, yo iba a morir en esa misión. No era una mera coincidencia que mi profecía y esta misión fueran descubiertas casi a la par.
Me senté en la hierva para hacerle compañía a Grover. Era tan tranquilo que me transmitía la calma y la paz que yo no podía darme a mi misma. Apoyé mi cabeza en su hombro y él me contó un cuento, como solía hacer cuando yo era pequeña.
Un rato más tarde vi a Percy acercarse hacia nosotros.
—Quirón quiere hablar contigo, Maya —dijo evitando mirarme.
Yo me giré y le sonreí a Grover.
—Está bien —le dije tranquila, necesitaba que pensara que todo iba bien.
Pero estaba todo mal.
Me fui de allí sin siquiera mirar a Percy. Caminé cabizbaja hasta la Casa Grande, donde me esperaban Quirón y el señor D.
—Hasta a mí me parece una mala idea, Maya —dijo el señor D después de que yo me negara a retirarme de la misión.
—Es mi destino —dije—. Debo aceptarlo.
Quirón me miró con curiosidad.
—Hace unas horas estabas muerta de miedo por salir elegida y ahora que lo has sido parece no importarte, ¿por qué?
—Todo pasa por algo —respondí encogiéndome de hombros—. Además, tarde o temprano pasaría. Era solo cuestión de tiempo.
—¿Eres consciente del riesgo que corres? —me preguntó Quirón, era la conversación más seria que teníamos en años.
—Sí.
—¡Por supuesto que no lo eres! —intervino el señor D, golpeando su mesa—. ¿Eres consciente de lo que pasará en cuanto una de las furias se acerque a ti? ¿Eres consciente de que tendrás que bajar al Inframundo y que tendrás a tu peor pesadilla frente a frente? ¿De verdad eres consciente de eso?
Tragué grueso. Miré a Quirón en busca de ayuda pero él parecía apoyar la postura del señor D.
—El señor D tiene razón, Maya —dijo el centauro.
—Por supuesto que la tengo.
—Haré lo que tenga que hacer —afirmé—. Correré los riesgos si es necesario.
El señor D se dejó caer en su butaca, pasándose las manos por la cara.
—No sabía que apreciabas tan poco tu vida —dijo muy serio. No solo sus palabras, sino también su semblante me hizo sentir algo estúpida. Me miraba con decepción.
—La profecía dice claramente que no encontraréis la paz hasta que tu sangre sea derramada. Ni tú, ni tu madre —me dijo Quirón. Me había perdido en esa conversación. Sabía como era con el tema de mi madre— . Tal vez debas consultarlo con el Oráculo...
—No —le interrumpí, negando con la cabeza repetidas veces—. Punto número uno: no me importa si esa "mujer" es "mi madre", ella me importa tanto como le he importado yo estos últimos años.
—¿Debo recordarte quién te salvó de la muerte hace unos ocho años?
Apreté los dientes, pero no respondí.
—Y punto número dos —proseguí, ignorando la pregunta de Quirón—, no voy a consultar nada a nadie. Estoy harta de oráculos y de historias estúpidas. Yo... yo cumpliré con mi deber. Iré a la misión.
El hombre y el centauro suspiraron. Sabían que no lograrían hacerme cambiar de opinión, era demasiado cabezota.
—No digas que no te lo advertimos —me dijo el señor D—. Eres la mestiza que más tiempo lleva aquí, esperaba que duraras al menos hasta cumplir los quince.
Yo les dediqué una sonrisa triste a ambos.
—Gracias por todo.
···
Era la hora. Annabeth se despedía de Thalía —que por si no sabéis su historia os la resumo: fue la última hija de Zeus y este la convirtió en pino para salvar su vida—, sabía lo importante que era para ella. Percy cuchicheaba algo sobre Thalía con Grover pero yo evité prestarles atención.
—Fue la semidiosa más valiente que he conocido, luchó como una heroína y murió como una —escuché replicar a Annabeth—. Y como no hagas caso a lo que Maya o yo te digamos acabarás igual o incluso peor que ella.
—Acabó como un pino —dijo Percy con un tono relevante.
Vi a Annabeth cerrar los ojos y suspirar. Admiro su paciencia.
—Vamos —ordenó alejándose de nosotros.
—Espera, ¿ella cree que manda? —preguntó el rubio con indignación.
—¿Quiénes si no lo harían? —respondió Grover con obviedad. Yo le sonreí.
—Pensé que votaríamos.
—No eres más tonto porque no entrenas —murmuré cuando pasé por al lado del rubio, acelerando el paso para alcanzar a Ann.
—¡Te he oído!
—¡Mejor!
···
—No puedo creer que lo sagrado huela así —se quejó Percy por... ¿octava vez?
Llevaríamos una media hora en ese autobús maloliente y yo no podía dormir por las quejas del rubio. Para mi buena o mala suerte, habíamos parado en una gasolinera.
—Ese olor camufla la tu peste a hijo prohibido, rubio tonto —dije frotándome los ojos mientras me levantaba de mi asiento, después de Annabeth.
Percy rodó los ojos.
—Si esta misión es tan importante, ¿por qué Quirón no compró billetes de avión?
Yo puse los ojos el blanco y bufé llamando la atención de mis amigos. Lo siento, ¡pero tenía mucho sueño y él no se callaba!
—Creo que no te lo han explicado —dijo Annabeth. Gracias Ann, dialoga tú con el estúpido—. No solo los monstruos intentarán matarte sino que los dioses también lo harán, Zeus incluido.
—El cielo es su territorio —completó Grover—, subirte a un avión sería como servirte en bandeja de plata.
—Ya, nadie lo había mencionado antes —murmuró Percy cruzándose de brazos, hundiéndose en su asiento.
Sonreí un poco al verlo. Era muy tierno, como un niño pequeño enfurruñado.
En el fondo me da pena.
En el fondo a mí también. Luego me habla mal y se me pasa.
Eres un monstruo sin corazón.
Y tú mi conciencia, ¿quién es peor de las dos?
Tú.
—¿Patatas y refresco está bien? —preguntó Annabeth sacándome de mi trance.
—¿Qué? —pregunté aturdida por el sueño.
—Annabeth va a ir a comprar algo de comer —me explicó Grover con el tono amable y adorable de siempre. Yo asentí con la cabeza y le sonreí, agradecida.
El mejor de todos.
—Sigo sin estar de acuerdo —intervino Percy—. Quiero votar.
—¿Qué eres, el Parlamento? —le pregunté con sarcasmo ganándome una mala mirada de su parte.
—¿Quién piensa que todos deberíamos bajar a tomar el aire?
Como era de esperar, nadie más que Percy levantó la mano.
—No vamos a votar —dijoo Annabeth, su paciencia tenía un límite.
—No creo que tú debas decidírlo —choqué mi mano contra mi frente. Ni siquiera yo era tan cabezota—. Quiero votar si podéis decidir si votamos o no.
—De acuerdo, mucha palabrería para mi pobre cabecíta —dije yo acariciando mi sien— Grover, por favor, ¿puedes pedirle que se calle?
—Yo... no quiero desempatar...
—De hecho no hay desempate, Ann y yo somos mayoría.
Entones Grover empezó a cantar. Oh, no. La estúpida canción del consenso.
—¿Qué haces? —le preguntó Percy.
—Es la canción del consenso —explicó mi amigo—. El siguiente verso os invita a decir cosas agradables el uno del otro.
Annabeth suspiró.
—Vuelvo en seguida —me informó mi amiga, yo le asentí con la cabeza y ella salió del tren.
Ahora estábamos mi amigo el pacífico, mi no tan amigo el quejica y yo solos.
—¿Por qué os lleváis tan mal de la nada ? —preguntó Grover rompiendo el silencio que se había formado.
—Pregúntale a él —dije mirando por mi ventanilla.
—¿A mí? —preguntó el aludido indignado—. Fuiste tú la que me dijo "que te den" y me empujó al río.
—Tú fuiste un grosero conmigo antes.
Vi como Percy se giraba para el lado contrario al que estaba yo por el reflejo de la ventanilla. Escuché como Grover suspiraba y me giré con una mueca de lo siento.
—No pasa nada —pude leer en los labios de Grover. Percy también debió de darse cuenta ya que se giró a mirarme y luego apartó la mirada como si nada.
Más raro que un perro verde.
De repente, sentí un ardor muy fuerte en el pecho. Luego, otro en la espalda. Me incorporé poniendo una mano sobre mi pecho. Dolía, mucho.
—Maya, ¿estás bien? —me preguntó Percy, levantándose de su asiento y acercándose a mi.
Me sorprendió lo preocupado que había sonado y lo rápido que había ido a socorrerme pero no dije nada al respecto, estaba muy ocupada aguantando el ardor inexplicable.
—Me duele —dije cuando la mano de Percy me rozó el hombro.
—¿Dónde? —la preocupación se hacía notoria en su voz.
Grover también se había levantad y se había posicionado en frente de mí.
Percy me apartó la melena castaña de la espalda y la colocó con cuidado sobre mi hombro derecho, casi haciéndome sollozar.
—El pecho y la espalda.
Grover abrió mucho los ojos. Al ver su expresión me di cuenta de qué estaba pasando.
Mierda.
Las cicatrices.
Se estaban abriendo.
Antes de que Percy pudiera preguntar que narices estaba pasando entró al bus una Annabeth muy alterada que nos exigía que abriéramos la ventana.
Esto va a salir mal.
Sé que este capítulo puede ser muy confuso pero ya se van a ir descubriendo cosas del pasado de Maya.
Por cierto, espero que estén disfrutando la historia. Muchos besis de fresi para todas.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top