1. Me convierto en acosadora y los hijos de Ares se dan un baño
No me desperté hasta dos días después de haber estado en la enfermería. Ni siquiera yo sabía el por qué. Además, me la había pasado teniendo sueños extraños que al despertar era incapaz de recordar. Definitivamente, no estaba de humor.
Cuando estuve lista para ir a entrenar sonó la alarma que indicaba la hora de la comida. Bufé, llevaba dos días sin entrenar y si seguía así iba a perder el ritmo.
Annabeth va a matarte.
Como todos los días, fui la primera cabaña en salir y la primera campista en llegar al comedor.
Ventajas de la Cabaña 0.
Cuando llegaron todos la comida se dio por comenzada. Normalmente no me molestaba comer sola, después de años me había acostumbrado; incluso disfrutaba de la soledad. Pero ese día no. Me sentía observada, más que de costumbre.
Miré a mi alrededor con el ceño fruncido y mis ojos chocaron con una bonita mirada azul en la mesa de Hermes.
El chico rubio de la enfermería, el tal Percy, me miraba fíjamente mientras hablaba con Luke Castellan. El chico se sonrojó cuando se dio cuenta de que le había pillado mirándome y se giró de nuevo para seguir hablando con Luke.
Nunca me agradó Castellan. Era amable con él porque sabía que era una persona importante para Annabeth, pero nunca me dio buena espina. Además, me daba un poco de mal rollo su cicatriz, pero él tampoco tenía la culpa de eso.
Tú tampoco estás para hablar, bonita.
El caso es que, ¿qué hacía el niño nuevo mirándome comer mientras hablaba con el imbécil de Castellan?
Sonó la campana, hora de la ofrenda. Me levanté y tiré un filete de carne y la mitad de mis patatas al fuego. Tampoco tenía mucha hambre. Y como siempre durante más de siete años, no sentí nada. Ni una mínima conexión con mi madre.
•••
Esa noche me dirigí al bosque. Quería recordar mis sueños del día anterior. Una no cae en los brazos de Morfeo durante un día entero sin ninguna razón, ¿verdad?
Me extrañe al ver una pequeña luz, no debería haber nadie allí.
Tu tampoco deberías estar allí.
Yo llevo yendo casi ocho años, es como si ese sitio llevara mi nombre.
Me acerqué un poco más y visualicé unos rizos dorados. Percy —ese era su nombre, ¿verdad?— estaba quemando algo que parecían gominolas ¿azules? Ni idea, pero mi instinto —o mi vena cotilla— me hizo quedarme a observar desde lejos.
—Hola, mamá —dijo el rubio mirando al fuego.
Por favor, no.
—No sé si estoy haciendo esto bien. Espero que puedas oírme —continuó—. Creo que odiabas esto. Cuando el teléfono sonaba la primera noche en un colegio nuevo. Yo te decía que todo eran horribles. Que quería volver a casa, contigo.
Se me encogió el corazón al escucharle. Definitivamente, los niños podían ser lo peor.
—En fin, la buena noticia es... —creo que hasta me brillaron los ojos de felicidad al escuchar buenas noticias, y eso que el chico ni siquiera hablaba conmigo—, que esta no es esa clase de llamada.
Podría dar saltítos de la emoción. Os lo aseguro.
—Espero que estés sentada porque —se podía notar la ilusión en su voz—, creo que aquí he hecho amigos. En plan... amigos de verdad. Creo que les caigo bien... alucina.
Bueno, si quieres que Castellan sea tu amigo quiénes somos nosotras para juzgarte.
—Y hay una chica... —wow, wow, wow, espera, ¿una chica?—. Es preciosa mamá, tendrías que verla. Aún que seguro es incluso más guapa sin el ceño fruncido y esa cara de mala leche. Pero sus ojos... Esa mirada centelleante... Te estoy hablando de una chica que probablemente no sepa de mi existencia, imagínate.
Se quedó unos momentos callado, su sonrisa desapareció y frunció un poco el ceño. Hora de salir de allí.
Cuando iba hacia las cabañas y pasé cerca del baño, donde había reunidos un grupo de hijos de Ares.
Eso no puede ser bueno.
Intenté esconderme cuando sentí como alguien me tapaba la boca. Me giré con el puño en alto dispuesta a golpear a quien fuera el que me había agarrado. Me paré cuando vi que era Annabeth.
—¡Estás loca! —le reproché en un susurro—. ¡Podría haberte hecho daño!
Annabeth me indicó que me callara y me arrastró para escondernos detrás de los baños. Un par de minutos más tarde apareció Percy, que ni siquiera se había percatado de la presencia del resto de campistas.
Clarisse —que conmigo era bastante agradable, pero con los demás...— y dos de sus hermanos arrastraron al pobre novato hasta el cuarto de baño.
Yo mire a Annabeth con cara de te lo dije y me dispuse a ir a salvar al ricitos de oro. Al menos esa fue mi intención.
—¿Qué haces? —le dije a Annabeth que tiraba de mi brazo y no me dejaba avanzar.
—Solo —suspiró—, solo espera un momento.
Yo la miré mal y bufé, soltándome de su agarre. Después de lo que había escuchado no podía evitar sentirme responsable de él, sin contar la promesa que le hice a Grover.
Un momento después salieron los tres campistas calados de arriba a abajo. Annabeth y yo nos acercamos a la puerta cuando ya no había nadie, solo nosotras y Percy, que miraba todo el suelo encharcado con los ojos muy abiertos.
Annabeth y yo nos apoyamos con los brazos cruzados en el marco de la puerta, una a cada lado, esperando que reparase en nuestra presencia.
El chico se giró hacia nosotras aún con los ojos muy abiertos.
—Puedo explicarlo —dijo mirándonos algo nervioso.
—No, la verdad es que no —dije yo con una sonrisa burlona, el rubio se sonrojó un poco apartando la mirada.
—De acuerdo... —se fijó en mi amiga—. Espera, a ti te conozco.
—No, no es cierto —reprochó ella.
—Ya pero... estabas allí, aquella noche, en la enfermería.
Yo miré a Annabeth y ella entendió perfectamente lo que quería decirle, pillada.
—A ti también te conozco —dijo mirándome.
—No me extraña, me observas mientras como —dije, haciendo que el rubio se sonrojara como un tomate. Vi a Annabeth mirándome con su típica cara de te has pasado.
—Ya pero... —rascó su nuca nervioso—, eres la amiga de Grover. Él solía hablarme de ti. Oh, y también te vi en sueños, bueno no creo que fuera un sueño solo que...
—Te despertaste en la enfermería y yo estaba allí con Grover —completé—. Sí, soy Maya. —señalé a Annabeth, parada junto a mí—. Y esta es Annabeth.
—Esperar, ¿me estaís acosando?
Tú no eres quien para acusar a nadie, ricitos de oro.
—Sí —dijo Annabeth encogiéndose de hombros.
El rubió me miró, enarcando una ceja.
—A mí no me mires, yo estaba de paso.
—De acuerdo... ¿y por qué me acosas?, Annabeth.
—Estaba esperando que algo como esto pasase y... —la morena se giró hacia mi—. ¿Estás pensando lo mismo que yo?
Entonces algo en mi cerebro hizo clic y supe a lo que mi amiga se refería. Sonreí y me giré hacia el pobre chico, que no entendía nada de lo que estaba pasando.
—Creo que nos vas a ser muy útil.
—¿Útil para qué? —dijo el chico mirándome aún más confundido que antes.
—Para capturar la bandera —explicó Annabeth—. Buenas noches, Maya —y salió de allí dejándome sola con el rubio.
Percy parecía negarse a verme a la cara. Miraba fijamente el suelo y movía el pie de un lado para otro.
—¿Qué te ha contado Grover? —pregunté rompiendo el hielo, Percy me miró pero yo seguía tallando dibujos en la madera del marco con mi navaja de bolsillo.
—Que fuiste la primera mestiza a la que tubo que proteger —dijo, guardé la navaja para prestarle atención—, que eras como su familia y que se sentiría muy culpable si te pasara algo.
Sonreí un poco. Grover se sentía muy culpable de lo que pasó cuando llegue al campamento.
—Grover tiene que aceptar que aquello no fue su culpa —pensé en alto. Miré a Percy y giré sobre mi misma para salir del baño—. Venga —le dije al ver que no me seguía.
Percy aceleró un poco el paso para poder alcanzarme.
—Así que tu madre es...
—Perséfone, esposa de Hades, reina del Inframundo, bla bla bla.
Percy rió un poco por lo bajito.
—Supongo que su esposo no estará muy contento contigo.
Yo negué mirando al suelo. No me gustaba hablar de ese tema, me recordaba a cuando Hades se aparecía en mis sueños cuando solo tenía cinco años. Me entraban escalofríos solo de pensarlo.
—Mi destino es casi peor que el de un hijo prohibido... —murmuré.
—¿Un hijo prohibido? —inquirió Percy, confundido.
—Sí ya sabes. Poseidón, Hades y Zeus no pueden tener hijos —expliqué—, hicieron un juramento o no sé, no me acuerdo.
Percy asintió. Ni siquiera nos mirábamos, sólo caminábamos uno al lado del otro.
Llegamos a la Cabaña 11, Hermes, la cabaña de Percy por el momento.
—Bueno, fin de trayecto —dije sonriendo, girándome hacia Percy.
—Sabes —dijo rascando su nuca—, estás más guapa cuando sonríes y no tienes el ceño fruncido.
Lo miré alzando las cejas, mi pequeña sonrisa se hizo más grande.
—Buenas noches, Perseus.
El rubio me miró confundido.
¿Quién es el que frunce el ceño ahora?
—¿Cómo...?
—He dicho buenas noches.
Percy sonrió negando con la cabeza, sus ojos azules brillaban mucho más a la luz de la luna.
—Buenas noches, Maya.
—Descansa —me acerqué a él y deje un pequeño beso en su mejilla—, mañana será un día duro.
¿De dónde salió ese valor?, Maya.
Ni yo lo sé.
Juraría ver a Percy acariciarse la mejilla donde le había besado por el rabillo del ojo. Sonreí para mí misma y me fui a mi cabaña, que estaba justo al lado de la número 3, la cabaña de Poseidón.
Al llegar me acosté en la cama aún con una sonrisa en mi rostro. Pero la sonrisa se borró en cuanto me quedé dormida.
El señor de los muertos decidió volver a visitarme en sueños esa noche.
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