𝟑𝟏 - 𝐓𝐨𝐝𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐚 𝐛𝐢𝐞𝐧

Capitulo 31

Todo está bien

━━━━━━ •S. XXI• ━━━━━━

Ha transcurrido una semana desde la última vez que el pecoso intentó contactar con el caribeño, quien obviamente no ha intentado hablar con él. ¿Qué está haciendo el ojiverde mientras tanto? Extrañando, extrañando cuando Lafayette era su amigo, cuando no sentía el pecho arder de culpa al ver a Martha, cuando Alexander y él no eran más que unos enamorados más en el mundo.

"Bien dicen que la ignorancia es felicidad"

Deja escapar un suspiro mientras se desliza hacia abajo por el respaldo del sofá. Ha estado pensando en mudarse, las cosas con Lafayette ya no son como antes, se nota que a él le irrita su presencia. De hecho el francés apenas pasa tiempo en el piso ahora, viene únicamente para comer, asearse y dormir.

Laurens apenas tiene veintiún años y siente que su vida se está cayendo a pedazos. ¿Y lo peor? Que no es culpa de nadie más que suya. Apenas duerme, apenas come, se dedica a pensar cómo arreglar todo esto.

Empieza a pensar que tal vez habría sido mejor que él y Alexander no volvieran a encontrarse, así al menos serían felices.

A veces, para darse un poco de esperanza de que todo saldrá bien lee las cartas que Alexander le escribió en su momento; sobre todo la última.

Siempre tuyo

Por breves momentos esa firma logra darle esperanza, esperanza de que todo saldrá bien. Sin embargo se siente asquerosamente hipócrita al pensar que está pidiendo a Alexander que le perdone cuando ni el mismo lo ha hecho.

Aunque hay algo que no entiende, él recuerda perfectamente a su otro yo rompiendo esa carta, entonces ¿Cómo fue que quedó registrada? Se lo preguntaría a Alexander pero, por obvias razones, no puede preguntarle.

Pese a lo que pensó en el piso de Martha, aún no quiere rendirse, no hasta que Alexander le diga, con sus propias palabras, que no quiere saber nada de él, solo en ese entonces se rendirá de verdad. Razón por la que ha dejado las cosas enfriarse y no le ha hablado al caribeño en toda semana, pues quiere pensar bien lo que hará a continuación.

"No luchar por lo que quieres, solo tiene un nombre y se llama perder"

Ha estado haciendo varios dibujos para el menor, dibujos que piensa entregarle junto con unas flores, sin embargo siente que eso no es suficiente; siente que debería hacer algo más, pero no sabe qué.

"Juraría que le escribí más cartas"

Piensa mientras revisa toda la correspondencia que esa página de Internet ha reunido de ellos. Y pensar que cualquiera puede leerlas ¡Qué vergüenza! Al menos así puede leerlas sin problemas, siente que en estas hallará respuesta a la pregunta que se está haciendo.

Al momento de releer la última carta que Alexander le envió la idea le llega de golpe. Él nunca leyó esa carta pero ¿Y si la respondiera ahora? ¿Y si le demostrara a Alexander que ya ha leído esa carta y de verdad le ha llegado? Esa fue la carta que le hizo abrir los ojos después de todo...

¡Si! Esa es una buena idea, eso debe funcionar. Se levanta del sofá y toma una hoja de un cuaderno, se sienta en la mesa. Dará la mejor respuesta de su vida, se esforzará en imitar el rebuscado lenguaje de la época.

[...]

— ¿Inglaterra?

Cuestiona Lafayette sorprendido. Martha, quién está sentada frente a él, asiente.

— Si, he pensado en mudarme ahí.

El francés siente una creciente presión en el pecho. Limpia su boca con una servilleta del local de hamburguesas en el que se encuentran.

— ¿Por qué?

— Hércules me ha hablado de una buena universidad ahí para estudiar diseño de moda.

Lafayette traga pesado. Debería alegrarse, Martha ha encontrado un rumbo en la vida pero ¿Otro jodido país? Inglaterra... ahí fue donde vivió ella antes, tiene sentido.

— ¿Y... cuándo te irías?

— En unos meses. — Repone. — Aunque... no es nada seguro aún, debo hablar con mis padres aún; quien sabe si me dejaran...

El más alto sonríe.

— Espero que te dejen. — Dice y aunque está siendo sincero, en parte se siente hipócrita pues desearía que la rubia se quedara en el país. — Se nota que te gusta mucho eso del diseño de modas.

— Si, aunque hay algo que me da pena...

— ¿Qué cosa?

— No podré estar aquí para cuando te le declares a Adrienne, si eso sucede claro.

Agrega la ojimiel, esperando una reacción por parte de su amigo, sin embargo este solo asiente mientras da un trago a su bebida, haciendo a esta encarar una ceja.

— ¿Se los dijiste a alguien más?

Pregunta el más alto.

— No, sólo a ti, planeaba decirle a John luego.

No pasa desapercibido para la joven Manning el cómo Lafayette se tensa al nombrar al pecoso.

— No creo que le importe mucho... — No es capaz de ocultar su desagrado al decir eso, cosa que extraña a Martha. — Di-digo...

— Lafayette, ¿Acaso están ocultándome algo?

— ¿Qué? — Pregunta Lafayette con la voz aguda, a causa de los nervios. — Claro que no.

La de tez blanca hace una mueca que grita que no le cree.

— Bien, déjame replantear la pregunta. — Apoya la mejilla en su mano. — ¿Acaso están ocultándome "todo"?

— ¿Qué se supone que es "todo"?

— La razón por lo que, literalmente, de la noche a la mañana todas las relaciones y amistades en nuestro grupo se desplomaron. John y Alexander rompieron a las semanas de empezar a salir y tú pareces no soportar a John de golpe.

Espera una respuesta, sin embargo el francés la observa callado y bastante sorprendido.

— Esa... fue una comparativa algo fuerte.

La ojimiel rueda los ojos.

— Entiendes mi punto, no cambies de tema.

— S-si, ehm... — Juega con su bebida, casi vacía. — Son cosas que pasan; las amistades se acaban y... eso.

Las pésimas habilidades para mentir del francés no convencen para nada a Martha, quien suspira y se recarga en el respaldo de su silla, mientras juega con su cabello.

— John me está preocupando; no lo veo tan alegre como antes y apenas está comiendo, espero que no esté cayendo en una depresión.

Depresión. La palabra da un escalofrío a Lafayette, no lo había pensado.

— V-va a estar bien; a las personas no les da depresión por esas razones.

Martha arruga su nariz.

— A las personas les da depresión por varias razones, Lafayette.

El francés hace una mueca.

— Lo defiendes mucho.

— Es mi amigo. — Repone con sencillez la fémina. — Lo está pasando mal, y... creo que soy el único apoyo que tiene ahora.

— También tiene a William. — Corrige el francés algo molesto. — John reemplaza rápido a las personas, ya me reemplazó a mí con ese rubio; de seguro haría lo mismo contigo.

Martha frunce el ceño, sin embargo reserva sus palabras. No quiere empezar a discutir con Lafayette, las cosas ya están bastante jodidas de por sí como para agregar más problemas a la lista.

— Sólo espero que esté bien.

Es lo único que dice, Lafayette suspira internamente.

"Si tanto quieres que esté bien, ábrele las piernas de nuevo y ya verás que risas"

Se golpea a sí mismo mentalmente por ese pensamiento tan sexista, sin creer que haya pensado eso de su propia amiga.

Él está molesto con John, no con Martha, quien únicamente está defendiendo a su amigo. No debe molestarse con ella, su único error es no saber toda la verdad, lo cual es complicado.

¿Algún día ella recordaría? Si ese día llega, a Lafayette le gustaría verlo, ya se imagina la reacción de la rubia. Sería de lo más satisfactorio ver a Martha mandando a la mierda al ojiverde, por una merecida razón.

...espero que no esté cayendo en una depresión.

Esas palabras le borran la sonrisa, aunque no debería ¿Verdad?

— ¿Lafayette? — La voz de su amiga le saca de sus pensamientos. — ¿Nos vamos?

— Ahm, s-si. — Se pone de pie. — Vámonos.

— No ha salido el sol en toda la semana...

Murmura la de tez blanca mientras ella y Lafayette abandona el local de comida rápida en el que habían entrado para almorzar y continúan caminando. Al pasar frente al edificio de Alexander, Lafayette lo mira, preguntándose cómo estará su amigo.

"¿De verdad todo va a acabar aquí?"

— ¿Qué pasa Lafayette? — Pregunta la rubia que está varios pasos adelante a él. — ¿Buscas tu dignidad?

— Bisquis ti dignidid.

Remeda el más alto mientras la alcanza. Aunque sea un golpe a su orgullo, debe admitir que Martha es una pequeña luz en medio de todo este agujero, siempre con esa sonrisa y sus bromas, que aunque pueden llegar a ser algo inapropiados no fallan en animarle o, mínimo, sorprenderlo. No va a admitirlo, pero la extrañará si se llega a ir.

En el interior del departamento del caribeño este se encuentra leyendo un libro.

Dicen que a lo largo de nuestra vida tenemos dos grandes amores; uno con el que te casas o vives para siempre, puede que el padre o la madre de tus hijos, esa persona con la que consigues la compenetración máxima para estar el resto de tu vida junto a ella.

Y dicen que hay un segundo gran amor, una persona que perderás siempre. Alguien con quien naciste conectado, tan conectado que las fuerzas de la química escapan a la razón y te impedirá, siempre, alcanzar un final feliz. Hasta que cierto día dejarás de intentarlo. Te rendirás y buscarás a esa otra persona que acabarás encontrando.

Pero te aseguro que no pasarás una sola noche sin necesitar otro beso suyo, o tan siquiera discutir una vez más. (Ustedes saben de quien estoy hablando, porque mientras estaban leyendo esto, les ha venido su nombre a la cabeza).

Te librarás de él o de ella, dejarás de sufrir, conseguirás encontrar la paz -le sustituirás por la calma-, pero te aseguro que no pasará un día en que no desees que estuviera aquí para perturbarte...

Porque, a veces, se desprende más energía discutiendo con alguien a quien amas que haciendo el amor con alguien a quien aprecias.

Alexander gruñe frustrado.

— ¡Este libro es una mierda!

Lanza dicho objeto contra uno de los sofás, y se cruza de brazos. William, a paso lento, se acerca al sofá a revisar que el libro esté bien.

— Agradecería que no trataras mis libros así. — Pide con voz firme pero amable a la vez. — O no te los prestaré más.

— Yo ni sé porque estaba leyendo eso. — Espeta el más bajo. — Nunca me gustó Paulo Coelho.

"Ya, cuando empiezas a identificarte con una canción o un libro es cuando deja de ser divertido ¿No?"

Piensa el rubio mientras acomoda el libro en uno de los estantes. Se vuelve hacia su compañero de piso -aún no sabe si puede llamarlo amigo- con el semblante preocupado.

Ha pasado una semana desde que Alexander ha sabido algo de John y, contrario a lo que William esperaba, el caribeño está cada vez más molesto y más sensible.

— No te tomes esto a mal; pero empiezas a preocuparme un poco.

— ¡Ja! — Rie Alexander con sarcasmo. — ¿Acaso yo no me preocupo lo suficiente por mi mismo?

— No, no es eso. — Aclara el ojiverde. — Es que te noto muy... inestable, por ejemplo ayer lloraste viendo una película.

— ¿Y qué? — Pregunta el de ojos oscuros con cierta indiferencia. — No soy la primera persona en hacer eso.

William eleva una ceja.

— Alexander, estabas viendo High School Musical 2

— ¡Era la jodida ruptura de Troy y Gabriella! — Exclama el menor. — ¿Puedes culparme acaso?

Pregunta sintiendo que las lágrimas amenazan de nuevo con salir de sus ojos.

William frota sus ojos con su índice y pulgar mientras suspira.

— ¿Has considerado llamar a... ya sabes?

Pregunta mirándolo de nuevo. Alexander hace una mueca mientras siente la rabia en su pecho crecer.

— ¿Para qué? Él no se ha dignado a, siquiera, llamarme.

Recuerda, sin ocultar su molestia y rabia. William se cruza de brazos mientras piensa las siguientes palabras que dirá.

— Tal vez está pensando en que hará, no quiere agobiarte, quiere darte espacio y dejar que se enfríen las cosas.

Intenta defender a John, seguro de que las intenciones del castaño son buenas, lo sabe pues habla a diario con este.

— Pffft, claro que quiere darme espacio, dijo que desearía no haberme conocido.

Le recuerda el caribeño mientras se pone de pie y se dirige hacia el refrigerador, sin dejar de usar esa voz hostil. William le sigue con la mirada

— Ay, por favor... ¿Nunca has dicho algo, sin pensar, de lo que luego te arrepientes?

Dice William como si fuera una pregunta retórica, pues él sabe muy bien la respuesta, cualquiera que conozca un poco a Hamilton la sabría.

...Lo único que veo frente a mi... ¡Es un niñito asustado que quiere reunirse con su madre!

El caribeño traga saliva con una botella de cerveza en la mano.

— No. — Miente descaradamente. — Para nada.

William resopla mientras coloca las manos en sus caderas.

— Creí que no bebías cuando te sentías mal.

Recuerda el rubio al verle abrir la botella y llevarla a su boca.

— Me siento perfectamente, Jackson.

Asegura mientras se dirige hacia el sofá y se pone a ojear los canales. El ojiverde se peina el cabello hacia atrás, mirando al techo. Alexander insiste en no hablar de eso, lo que preocupa al inglés, teme que termine explotando en algún momento.

— Cómo quieras, estaré estudiando en mi habitación. — Informa mientras se marcha en dirección a dicho cuarto. — Por cierto, creo que están pasando High School Musical 3, para que sepas.

Informa con una ligera risa que molesta a Alexander.

— ¡Fuera, mierda! — Lo echa a gritos. — Ingleses...

Murmura antes de dar otro sorbo a su bebida y se dedica a pasar canales, buscando algo que distraiga su mente pero está solo grita una cosa.

"John..."

¿Cómo se atreve? Primero no deja de enviarle mensajes y llamarlo; y ahora ni los "buenas días" le da. Además... pedir disculpas por celular ¿En serio?

Vino a verte pero no le abriste la puerta de tu habitación

"¿Si tomo suficiente cerveza podré inundarte y hacer que cierres la puta boca?"

No lo sé ¿Lo averiguamos?

"Paso. Lo último que necesito es una jodido problema de alcoholismo o caer en un coma etílico"

Razón por la que, pese a que se ve tentado a buscar otra cerveza, pasa, no quiere caer en adicciones.

— Joder... no hay nada bueno que ver.

Murmura entre dientes luego de ver todos los canales. Podría aprovechar a leer un poco pero viendo como termino el último libro en su poder, lo mejor será que no; lo mejor para los libros, claro.

Desearía estar trabajando, eso despeja su mente, pero no tiene que dar ninguna clase particular hasta mañana. Con que no deba dar nada sobre la Guerra Revolucionaria...

— Tal vez debería hablar sobre cómo los Laurens eran unos imbéciles... libertad para los esclavos, claro John...

No digas eso

"¿Eh?"

Si John hubiera querido simplemente gloria, habría buscado otras formas para conseguirla, formas más sencillas y rápidas. Él de verdad deseaba acabar con la esclavitud

El pelinegro parpadea confuso.

"¿De verdad lo estás defendiendo?"

Tú eres el qué está molesto con él, no yo"

"Creí que éramos la misma persona..."

Lo somos, pero hay dos diferencias fundamentales: La primera es que yo soy mucho más atractivo

"Ajá, claro..."

Y la segunda es que yo estoy muerto; y créeme que al estarlo uno aprende a darle más valor a ciertas cosas

El joven de coleta entre cierra los ojos, antes de que pueda seguir dándole más vueltas, escucha que tocan la puerta. Se levanta para atender pero apenas abre la puerta, desea no haberlo hecho.

— Hola, Alex...

Saluda Laurens con una sonrisa tímida. Siente que hace años no ve a al caribeño.

— Miren quién se dignó a aparecer... — Espeta Alexander con los brazos cruzados y voz cortante. John corre la mirada avergonzado. El caribeño nota que tiene sus brazos tras él. — ¿Qué llevas ahí?

Pregunta sin rodeos. John vuelve la vista a su espalda unos segundos antes de mirar al suelo con un leve sonrojo tiñendo sus pecas, dándoles un color similar al durazno. En cualquier otra ocasión Alexander ya habría saltado hacía él, rodeando su cuello con sus brazos para besar su rostro; pero no en esta ocasión.

— Antes que nada... — John levanta la vista para ver a su ex-pareja. — Gracias por esta vez permitirme hablar contigo y... quiero disculparme de nuevo. Creo que nunca serán suficientes las veces que lo haga. Las cosas que te dije fueron horribles, no sabes cómo lo siento.

— ...

El más bajo le observa expectante.

— Pero sé que sentirlo no es suficiente, tú mismo lo dijiste, debo demostrar que me importas y... — Revela lo que trae tras de sí. — Espero que esto pueda mostrarte cuanto deseo hacer bien las cosas, Alex.

John sostiene frente a él una pequeña canasta, en la que se logra ver varios dibujos de corazones y la frase "te amo", otros del propio Hamilton, otros de aves y plantas. En la canasta también se ven varias flores que John había colocado ahí; rosas, lirios, tulipanes, orquídeas y jazmines entre otros, dando a la canasta un aspecto de lo más colorido. Sin embargo, lo que llama la atención de Alexander es un sobre, adornado con un lazo rojo. John lo puso en el centro de la canasta, de seguro queriendo resaltarlo.

— ¿Qué es esto?

Pregunta el caribeño, sosteniendo el sobre. John sonríe al ver que eso llamó su atención antes que nada.

— Es una carta; yo mismo la escribí para ti.

Responde con una leve sonrisa.

— ¿Sobre qué?

Pregunta el caribeño, refiriéndose a la carta.

— Léela y lo sabrás.

Habla sin poder ocultar su alegría, y nervios. Alexander baja la vista hacia el sobre, está por abrirlo; hasta que una pregunta se le pasa por la cabeza.

— ¿Por qué?

Pregunta con voz seca. Sus manos tiemblan, otra vez ese sentimiento que impide que las palabras de Laurens lleguen a su corazón: Rabia.

— ¿Disculpa?

Pregunta John sin entender la pregunta. Alexander saca la vista del sobre para mirarlo.

— ¿Por qué debería leer tu carta? — Cuestiona con el ceño fruncido. — Tú no leíste la mía.

El ojiverde traga saliva.

Algo me dice que esto salió mal

"No jodas, Sherlock"

Responde Laurens a la voz en su cabeza

 ¿Quién?

— ¿Por esto has estado escondido como un cobarde toda la semana? — Cuestiona Alexander dejando el sobre en su lugar. — ¿Preparando una canasta?

John baja dicho objeto al suelo para explicarse mejor.

— N-no entiendes, me costó mucho hacer los dibujos y quería darte tiempo a...

— ¿¡Acaso doscientos jodidos años no fueron suficiente tiempo?! — Vocifera el más bajo molesto. — ¿Cuando vas a dejar de excusarte?

— ...

Tiene razón.

Alexander tiene razón, una mísera canasta con dibujos y flores no borrarán las palabras que le dijo en su departamento. Es un hipócrita al pedir el perdón de alguien más si ni siquiera él puede mirarse al espejo.

Laurens creía que estaba haciendo lo correcto al darle su espacio al caribeño, pero tal parece que se equivocó, de nuevo.

— Pues... dime ¿Que te gustaría que hiciera?

Pregunta con voz apagada. Alexander aprieta la mandíbula; no puede pensar con claridad. Ver la carta que John había escrito solo le recordó esa discusión y el cómo este había ignorado su carta.

— No lo sé.

Habla con voz cortante, cruzado de brazos, recargándose en el marco de la puerta. John hace una mueca, toma la canasta nuevamente.

— ¿En serio no podemos, al menos, hablar?

Hablar...

— ¿Hablar? Eso quieres ahora ¿No?

— ...

Algo en la voz de Alexander da muy mala espina. Por unos segundos John considera darse la vuelta e irse pero debe enfrentar las consecuencias de sus actos.

— ¡Yo quería hablar contigo! — Vocifera Alexander apretando los puños. — ¡Quería que vieras que tu eres el que hace crecer tus miedos! ¡Quería que tuvieras el valor para contarme sobre William! ¡Quería que me contaras sobre tu vida pasada! ¡Quería estar contigo! ¡Quería que aprendieras de tus errores! ¡Quería que vieras que las cosas no tienen por qué ser como antes! ¡Quería aprovechar esta segunda oportunidad contigo! ¡Quería que cerraras la herida que abriste en mí y dejaras de esconderte! ¡Quería cambiar de aires, no necesitar de ti si quiero respirar también!

— ...

— Y tú... dijiste que desearías no haberme conocido.

Recuerda el menor, siente su sangre hervir de rabia, esa sensación le nubla el sentido. Todos tenemos esa persona que nos hizo mil pedazos y nos dijo "ahora constrúyete" para Alexander esa persona es John. ¿Por qué no devolver el favor?

— L-lo dije sin pensar. — Balbucea John. — Perdóname, Alexander, conocerte fue una de las mayores suertes que tuve en el mundo. S-si me dejaras...

— Basta. — Le interrumpe el menor con voz y mirada tajante. — Ya no quiero más esto.

— ¿N-no quieres qué?

Pregunta John con miedo, sabiendo que la respuesta que viene no le gustará nada. Alexander ve fijo al ojiverde, siente algunas lágrimas de rabia en sus ojos que amenazan con salir.

— No quiero tus dibujos, no quiero tus flores, no quiero leer esa carta, no quiero nada que provenga de tus manos, Laurens. No quiero verte. — Dedica al pecoso una mirada gélida, este se ve asustado, y se le acerca a una distancia alarmante, quedando sus rostros a apenas centímetros. — La vida es demasiado corta como para tenerte en ella siquiera, tú estás muerto para mí.

Sentencia con voz severa y el entrecejo fruncido, diciendo esas últimas cinco palabras una tras otra, como balas saliendo de un arma que impactan contra John.

Apenas Hamilton termina de pronunciar esas palabras se aleja del castaño y se dirige a fuera del edificio, cerrando la puerta de su departamento tras de sí. No quiere oír ni una palabra de John, no quiere ver su rostro. Aun siente sus manos temblar de ira. Aplasta el piso bajo él como si quisiera romperlo a su paso.

Creo que...

"Cierra la puta boca"

Lo calla al instante, no está de humor. Si no le tiró esa canasta a John fue por mero respeto.

John se queda helado en su lugar, sintiendo esas palabras destrozar lo poco de esperanza que había en su ser. Antes tenía un mínimo de ilusión en que podría arreglar todo esto, pero esa esperanza ha quedado rota y esos mismos trozos le están cortando la piel como un cuchillo ardiente. Se había ahogado en su propio oasis.

Tú estás muerto para mí

Da una sonrisa triste. ¿Quería una respuesta clara? Pues ahí la tiene.

— ¡John! — William abre la puerta con el semblante preocupado, sobresaltándole. — ¿Estás bien?

Pregunta agitado, tomando al pecoso por los hombros.

— ¿N-nos oíste? — El rubio asiente, aunque desearía no haberlo hecho. John suspira. — Lo intenté...

Bisbisea más para sí mismo, aunque el inglés logra oírlo.

— ¿Puedo abrazarte?

Pregunta con cautela. John asiente y se deja envolver por los brazos de su amigo; esconde su rostro en el hombro ajeno pero no llorará.

William ve de reojo la canasta que John había traído. No puede culpar a Alexander por más que quiera, es su decisión.

— ¿Quieres que acompañe a tu piso?

Ofrece William con voz atenta, con esa bonhomía que le caracteriza, cuando se aparta. John niega con la cabeza, aún luchando por no llorar.

— No. — Asegura, intentado esconder lo roto que se siente, pese a que sabe que el inglés lo notará. — Pero prométeme algo.

— ¿Qué cosa?

— No hables con Alexander sobre esto, haz como que no sabes nada, él ya tomó una decisión.

— Pero... — William titubea. Últimamente Alexander ha estado demasiado sensible. Acaba de darse el escenario que tanto temía, el de el caribeño explotando de la peor forma, si hablara con él... pero se prometió a sí mismo que no intervendría. — De acuerdo, lo prometo.

Asegura, apartando sus brazos de los hombros de John, aunque aterrado, pues los ojos del pecoso le recuerdan lo fríos y muertos que se veían los de su antepasado rubio.

John agradece a William su comprensión y se marcha, aún con la canasta en mano. Jackson cierra la puerta y apoya su frente contra esta.

"Esta ni siquiera es mi relación..."

Piensa mientras suspira.

Al llegar al exterior, John comprueba que ha empezado a llover de nuevo, pero honestamente le da igual. Camina a paso lento bajo la lluvia, la cual moja sin piedad los dibujos en los que estuvo trabajando pero no le importa.

Se siente como un nefelibata idiota. ¿En serio creyó que Alexander iba a perdonarle?

"No existe el no puedo, tan sólo el no quiero"

Tonterías, él más que nada quiere ser la persona que Alexander se merece, pero no puede si este no le deja...

Está tan centrado en su autocompadecimiento que, al llegar a su edificio, no se percata de Lafayette, quien iba saliendo, lo ignora por completo y se dirige hacia su piso.

El francés queda bastante sorprendido, sólo logró ver a John de reojo pero de verdad luce fatal. La opción de una posible depresión que Martha había barajado vuelve a su cabeza. John... apenas ha estado comiendo.

"¿Debería ir a verlo?"

Niega para sí mismo y abrocha su chaqueta mientras va en busca de su auto.

Al cerrar la puerta tras de sí, John agradece que Lafayette no se encuentre. Deja la maldita canasta sobre la mesa de la sala, se dirige a su cuarto a cambiarse la ropa mojada. Opta por lo primero que encuentra, un pantalón deportivo negro y una playera de mangas cortas, siendo estas azules mientras que el torso y espalda de la prenda es blanca. Deja la ropa mojada en el canasto del baño y, acto seguido se dirige a la sala, toma su celular y abre Spotify

Twenty One Pilots| Migraine

¿Soy el único que sabe

que estoy librando mis batallas detrásde mi cara y encima de mi garganta?Las sombras gritarán que estoy solo

No suele escuchar esa canción a menudo, solo en ocasiones "especiales" y esta es una de ellas.

Deja el celular en el suelo, y él se sienta cerca de este, contra la pared de la sala. Ni siquiera se molesta en encender la luz de la sala.

¿En serio? ¿Qué tienes? ¿Quince años?

— Déjame en paz ¿Quieres? — Pide con la voz quebrada, incapaz de soportar más las lágrimas, desesperado. ¿Es que ni siquiera cuando está solo en su piso puede estar tranquilo? — Solo quiero desahogarme un rato.

Hay unos segundos de silencio.

Lo siento

El castaño flexiona sus piernas, abraza sus rodillas y apoya su frente sobre y deja salir todas esas emociones que había estado conteniendo. Lo bueno de estar solo es que no debe preocuparse porque alguien le escuche.

Tengo una migraña y mi dolor irá desde arriba, hacia abajo y hacia los lados.
Gracias a Dios es viernes, porque los viernes siempre serán mejores que los domingos, porque los domingos son mis días de suicidio

— Alex... Laff... Martha... — Todas esas personas que tanto lastimó. — Lo siento; lo siento muchísimo.

Da igual cuantas veces se disculpe, no tiene perdón alguno. Ya le quedó claro que ni Lafayette ni Alexander e iban a perdonarle; y Martha... de seguro terminará igual que ellos. Apoya la cabeza contra la pared.

No sé por qué siempre parecen tan sombríos

Tormentas, nubes, nieve y una ligera lloviznaYa sea el tiempo o las repisas de mi camaA veces la muerte parece mejor que la migraña en mi cabeza

Y pensar que hace unos meses tenía una vida perfecta que poco a poco se fue desmoronando. Como si no tuviera suficiente con los problemas de su vida actual tiene que cargar con los problemas de una vida anterior.

Que se diga lo que representa el dolor de cabeza

Soy yo defendiendo en suspenso, soy yo suspendido en una prueba indefensa.Siendo probado por un examinador despiadado que es representado mejor por mis depresivos

¿Qué va a hacer ahora? Cada vez está más seguro de que ya no puede vivir ahora en ese piso. Que Lafayette le trate así solo le hace sentir peor, no dirá que no se lo merece pero le está haciendo muy mal a su salud mental.

¿Soy el único que sabe

que estoy librando mis batallas detrásde mi cara y encima de mi garganta?Las sombras gritarán que estoy soloPero sé que hemos llegado lejos, chico

Su salud mental... joder esa cosa debe estar por los suelos ahora. Se percata de que no ha comido desde ayer pero le da igual. Los muertos no comen después de todo.

No estoy tan bien como parece

Perdóname por gritar, te estoy diciendoque jardines verdes no son lo que están creciendo en mi psique, es un diferente yo.Una bestia complicada comiendo en árboles quemados

Siente los hombros cansados, pesados, conoce ese peso: Culpa, y bien merecida que se la tiene, no sabe hacer otra cosa que dañar a los que quiere. Es una persona horrible.

Congela el fotograma por favor, déjame pintar un retrato mental

Algo que no olvidarás, se trata de mi frenteY cómo es una puerta que retiene los contenidosEso hace que el contenido de la caja de pandora parezca no violento

Todo esto es mi culpa, tu no deberías estar pasando por esto

"Creí que éramos la misma persona..."

Tal vez... tal vez tengamos el mismo nombre y los mismos recuerdos, pero eso no nos hace la misma persona.

"..."

No deberías estar cargando con mis errores, tú eres un buen chico que está intentando arreglar lo que yo rompí. Sólo intentabas ser feliz, lo estabas logrando hasta que llegué yo, solo tratabas de enmendar mis errores y terminaste igual que yo... Lo siento mucho. 

Detrás de mis párpados hay islas de violencia

Mi mente está naufragada, esta es la única tierra que mi mente podría encontrar.No sabía que era una isla tan violentaLlena de maremotos, leones suicidas enloquecidosEstán intentando comerme, la sangre corre por sus barbillas

El castaño limpia las lágrimas que resbalan por su mejilla. Pocas veces se ha sentido así, tan putamente perdido en la vida. Esa sensación de no saber qué hará a continuación... la odia y ahí es donde empiezan los problemas, pues cuando uno no ve nada en su futuro es cuando la "salida fácil" se ve más tentadora que nunca.

Y sé que puedo pelear o

puedo dejar que el león gane.Empiezo a armar las armasque puedo encontrar...

Lleva sus dedos índice y anular a su sien, simulando un arma, y canta el siguiente verso de la canción junto con esta.

— Porque a veces para mantenerte vivo tienes que matar tu mente.

Finge apretar el gatillo, bajando su pulgar. Cierra los ojos fingiendo que de verdad todo acaba ahí para él.

¿Soy el único que sabe

que estoy librando mis batallas detrásde mi cara y encima de mi garganta?Las sombras gritarán que estoy soloPero sé que hemos llegado lejos, chico

Abre los ojos. Sabe que no puede hacer eso. Si, está completamente solo, sin sus amigos, los cuales él mismo ha alejado de nuevo pero se prohíbe estrictamente tomar la salida fácil otra vez. Debe sufrir por haber lastimado a los que quiere, tiene que afrontar las consecuencias.

Y diré que deberíamos tomarnos un

día para separarnos de todo el dolorque nuestro cerebro ha hechoEl juego no se juega soloy diré que deberíamos tomarun momento y sostenerloy mantenerlo congelado y saber queLa vida tiene un trasfondo esperanzador

Alejarse de todo suena bien... tal vez debería irse a Carolina del Sur. Alejarse de todos antes de que los lastime más.

"Oh, eso me recuerda..."

Toma su celular y baja en su lista de contactos hasta ver el de Alexander, le extraña que no lo haya bloqueado aún pero de seguro lo hará luego. Borra el contacto, así se asegurará de no llamarle en un acto de desesperación.

¿Debería hacer lo mismo con los números de Martha y Lafayette?

¿Soy el único que sabe

que estoy librando mis batallas detrásde mi cara y encima de mi garganta?Las sombras gritarán que estoy soloPero sé que hemos llegado lejos, chico

Si te sirve de algo; no creo que lo hayas hecho tan mal, entraste en pánico al principio pero de verdad lo intentaste. Lo hiciste mejor que yo...

Hemos llegado lejos

Lo hemos conseguido...

La canción termina y John sigue debatiendo en sí debería borrar esos números, pero el toque de la puerta le obligan a centrar su atención en otra cosa. Se levanta y limpia sus lágrimas mientras va a abrir.

¿Quién será?

Al abrir la puerta ve a su amiga con un impermeable blanco y un paraguas, ambos bastante mojados.

— M-Martha.

Balbucea nervioso limpiando algún posible rastro de lágrima, pero su amiga aún así nota que está mal.

— John... ¿Cómo te sientes?

Pregunta la rubia con tono sutil y el semblante preocupado, sacándose la capucha, nunca había visto a John tan mal, tan... roto.

— Bien. — Miente. — Pasa.

Se hace a un lado para dejar pasar a la ojimiel, quien se sorprende al ver la sala a oscuras.

— ¿Por qué está tan oscuro?

"Citándote, preferiría estar a oscuras mientras me derrumbó emocionalmente, gracias"

La rubia enciende la luz y se saca su chaqueta mojada, dejándola en el respaldo de una silla, quedando en una blusa blanca con los hombros al descubierto y un jean de color negro. John se pregunta qué hará aquí, justo en este momento...

— Te preguntaras que hago aquí ¿No?

— ...

"¡Deja de leer mi mente!"

Martha saca su celular y lo desbloquea para luego enseñarle a John su chat con Lafayette.

Laff: Deberías venir a ver a John. No se ve nada bien, trata de ayudarlo por favor, tú sabes más de estas cosas que yo.

Laff: PD: Yo no te dije esto, borra estos dos mensajes.

Claro, voy para allá

Laff: Recuerda borrarlos. 

Si, si, relájate

John sonríe, tal vez Lafayette no le odie tanto después de todo.

— No borraste los mensajes.

— No dijo que no podía enseñártelos antes de borrarlos. — Centra su atención en su celular unos segundos. — ¡Listo! Ya los borré, cumplí mi palabra. Benditos vacíos legales.

John vuelve a sonreír, notando que William y Martha son los únicos que logran robarle una sonrisa; y ambos son rubios... irónico.

— Ven, sentémonos.

Ofrece. John asiente y se dirige al sofá para sentarse en este junto a su amiga.

Su amiga... se está aprovechando de ella, del hecho que desconozca toda la verdad para únicamente tener algún consuelo. Eso no está nada bien, para nada.

— Así que... ¿Que sucede?

Pregunta con voz atenta.

— ...

John corre la mirada. Que no sucede...

— ¿Tiene que ver con esa canasta? — Inquiere la fémina, haciendo un gesto con la cabeza hacia dicho objeto. — No creas que no la he notado.

— ...

— ¿Intentaste arreglar las cosas con Alexander y...?

— No es eso... — Murmura mientras frota su rostro, se recuesta en el respaldo del sofá. — Sólo me di cuenta de algo...

— ¿De qué?

— De que soy una escoria, una persona horrible. Solo lastimo a las personas que quiero. Lastimé a Alexander, lastimé a Lafayette y... — Mira a Martha unos segundos y al hacerlo recuerda como la golpeó. La culpa le obliga a apartar la vista con un brusco movimiento de su cabeza, como si lo hubieran abofeteado. — Te lastimé a ti.

Los ojos de la rubia se ensanchan por la sorpresa.

— ¿Por qué dices eso? — Cuestiona sin ocultar su sorpresa. — Tú eres uno de mis mejores amigos, no pienses así.

"Si supieras..."

Piensa el pecoso mientras se apoya sus codos en sus rodillas, mirando al suelo. Martha hace una mueca, siente que hay algo que se le está escapando. Busca en su bolsillo, saca aquel collar blanco y se lo entrega a John.

— ¿Esto no es de Peggy?

Pregunta el ojiverde algo confuso.

— Ella... me lo dio a mí la tarde en que rompieron. Dijo que quería que se lo diera a Alexander, que él debería tener eso.

— ...

Silencio. Martha frunce el ceño y se pone de pie de repente.

— ¡Ya! ¡Mi amiga no rompió contigo por nada! — Exclama con firmeza. Señala a la puerta. — ¡Vas a ir y obligarás a Alexander a hablar y resolverán sus problemas como los jodidos adultos que son!

John la ve con los ojos tristes y niega con la cabeza.

— Lo intenté.

Confiesa desanimado. Martha suspira, creía que lo que John necesitaba era un empujón, pero se equivocó, vuelve a sentarse junto a él. Toma su celular y pone una canción que ella suele escuchar cuando se siente mal.

Cover by Lizz Robinet| Original by Laura Shigihara| Everything's Alright


Pasos cortos, respiración profunda.

Todo está bien.

Barbilla en alto, no puedo
ponerme en el centro
ella dijo "estoy triste"
de alguna forma, sin ninguna palabra
yo solo estaba ahí
buscando una respuesta

— Estoy muerto para él. — Dice John. — Él mismo me lo dijo.

John nota como la respiración de Martha se detiene por un segundo para luego acelerarse. La ojimiel está confundida ¿Qué demonios fue lo que pasó? ¿Que fue tan grave como para que todo se fuera tan a la mierda?

Cuando el mundo ya no sea lo que vemos
la luna será todo lo que veremos
te pediré que vueles lejos conmigo
hasta que las estrellas caigan
dejarán el cielo vacío
pero no me importa
Si estás conmigo todo está bien

John no deja de hacerse las mismas preguntas. ¿Por qué? ¿Por qué está pasando todo esto? Se siente ajeno a su vida en este momento, como si estuviera en los zapatos de alguien más.

¿Por qué mis palabras
siempre pierden su significado?
entre lo que siento y lo que digo
siempre algo se pierde
Él dijo "no parece que pueda
entenderte de verdad"
yo solo estaba ahí
sin saber que debía hacer

Martha ve a John esconder su rostro entre sus manos, siente que su amigo se está derrumbando poco a poco. A Martha le encantaría ayudar pero no sabe cómo, no sabe lo que está pasando a su alrededor y es frustrante.

— He... estado pensando en ir a Inglaterra. Eso atrae la atención del castaño.

— ¿Inglaterra?

— Para estudiar. — Aclara. — ¿Por qué no vienes conmigo?

John se extraña ante ese comentario.

— ¿Yo?

— A veces lo mejor es alejarse de todo. — Sugiere Martha. Aunque está dando palos de ciego, sin saber toda la historia solo está hablando desde lo poco que sabe. — Antes que nada está tu bienestar y... parece que eso no está aquí de momento.

John ve al suelo. Inglaterra... no estaría huyendo, solo estaría haciendo lo mejor para Alexander y Lafayette pero ¿Con Martha? ¿Puede hacer eso?

— Lo pensaré.

Se limita a responder. Martha asiente y mira al techo, escuchando la lluvia caer.

Cuando el mundo ya no sea lo que vemos
la luna será todo lo que veremos
te pediré que vueles lejos conmigo
hasta que las estrellas caigan
dejarán el cielo vacio
pero no me importa
Si estás conmigo todo está bien

— John.

— ¿Si?

— ¿Recuerdas esa noche hace un año?

Los ojos de Laurens se ensanchan, luego una sonrisa nostálgica aparece en sus labios.

— Claro que la recuerdo.

━━━━━━ •Flashback• ━━━━━━

Crawling in my skin, these wounds, they will not heal...

John se encuentra bebiendo, en su piso, una botella de cerveza con Linkin Park de fondo.

¿La razón de su mal humor? Nada del otro mundo, una relación que había terminado mal, muy mal.

Llegó a su piso hace una media hora, media hora en la que no ha dejado de beber con música depresiva de fondo.

— El amor es una mierda...

Murmura dramáticamente el castaño. Qué bueno que Lafayette no se encuentra, de seguro se burlaría de él. De momento el alcohol había cumplido bien su función de hacerle olvidar el nombre de esa chica que le había engañado. No negará que fue satisfactorio verla rogar por una segunda oportunidad pero él no cedió y la mandó a la mierda.

— No digas eso, solo no conociste a la indicada.

Dice Martha, quién está junto a él, acompañándolo bebiendo, no porque ella también esté mal, sino por petición de su amigo. Según él "eso le haría sentirse menos miserable"

— Siempre dicen lo mismo. — Deja la botella casi vacía en la mesa. — No volveré a enamorarme.

— Todos decimos lo mismo cuando nos han roto el corazón, pero uno no controla sus emociones. —
Murmura la rubia de dieciocho años antes de dar otro trago a su botella. Mientras la amarga bebida baja por su garganta siente la mirada del castaño sobre ella. — ¿Qué?

— ¿A ti te ha pasado?

Pregunta curiosos el castaño.

— Creo que a todos nos ha pasado. Todos nos hemos llevado alguna decepción amorosa.

Concluye con voz tranquila. John la observa curioso, su amiga nunca le ha contado de ningún novio o, si quiera, algún enamoramiento y no entiende por qué. Martha es linda y su personalidad no permite a uno aburrirse.

Continúan bebiendo mientras la poca alegre música del castaño adorna el ambiente. Fue un golpe duro para este, llevaba más de un año con aquella joven pelirroja y descubrir que le había jugado con él así, le había destrozado.

— ¿Verdad o reto?

— Mmh... — John medita. — V-verdad.

Responde con cierta dificultad, cosa que llama la atención de Martha.

— ¿Ya estás ebrio?

Pregunta el rubio, acercándosele para inspeccionar mejor su rostro.

John ríe.

— C-claro que no, t-tengo una toler...ancia al alcohol muy buena.

Martha ve la botella casi vacía de su amigo, es como la quinta que bebe.

— Deberías recostarte.

— N-no, a-aún no termínanos de jugar.

Protesta, arrastrando las palabras a causa de la ebriedad. Martha se extraña de que John encuentre este juego tan entretenido.

— Bien, te toca.

Dice algo resignada, viendo que le queda una larga noche por delante.

— ¿V-verdad o reto?

— Verdad.

Elige y espera a que el castaños lance su pregunta.

— S-si salieras conmigo... ¿Me engañarías?

Pregunta con la mirada clavada en el suelo, sorprendiendo a la rubia, sin mover un solo músculo. Martha se toma un segundo para procesar esa pregunta, estudiando a su amigo hasta que se percatara de que en el suelo hay pequeñas gotas de agua, el ojiverde está llorando.

— John...

Marta se agacha frente a él para ver su rostro.

— ¿P-por qué lo hizo? ¿E-es que quería lastimarme desde el principio? ¿Por... por eso se acercó a mí?

Martha niega y toma el rostro de su amigo entre sus manos para que este le viera.

— No digas eso. Esas... son cosas que pasan. A veces nos lastiman las personas que queremos.

— ...

— Tal vez tuvo sus propios motivos, pero eso no es problema tuyo, tú debes preocuparte de seguir adelante.

Generalmente Martha trataría de ser más flexible e intentaría entender que fue lo que llevó a la ex-novia de John a hacer lo que hizo pero al ver a su amigo así de roto, simplemente no puede.

— N-no me respondiste.

Señala el pecoso. Martha sonríe con cierta ternura.

— Claro que no, ni a ti, ni a nadie. — Besa la frente de su amigo. — Nadie se merece eso.

John mira al suelo. Las manos de su amiga aún sujetan su rostro.

— Es fácil decirlo; pero hacerlo...

— En eso te doy la razón.

Habla la rubia. Intenta apartarse pero John se lo impide.

— Martha. ¿Verdad o reto?

— ¿Qu...?

— ¿Verdad o reto?

Repite, mirándola seriamente. Martha traga saliva algo confundida, tiene un mal presentimiento.

— Verdad.

"Aunque no es tu turno, tramposo"

— ¿Qué harías si te besara?

Pregunta con voz seria, tan seria que tiñe las mejillas de Martha de un tono carmesí.

— ¿D-disculpa?

— ¿Te enojarías? — Inquiere reduciendo la distancia entre sus rostros. — ¿Te sorprenderías? ¿Me corresponderías?

Martha aprietas sus labios, sintiéndose nerviosamente e indecisa, percatándose de que el alcohol le ha afectado a ella y a su sentido común. John no está en sus cabales y ella tampoco, debería...

Los cálidos labios de su amigo se presionan contra los suyos, inundándola de una sensación cálida. Es... raro, nunca ha visto a John como más que un buen amigo, nunca ha sentido más que simple cariño por él.

John se aleja, esperando casi cualquier cosa, excepto a Martha volviendo a besarle, cosa que sucedió.

La rubia se incorpora, sentándose sobre el regazo del castaño, volviendo el beso más intenso, hundiendo sus dedos en el cabello de su amigo, dejando en claro al pecoso que a ella no le falta experiencia. John responde acariciando las piernas de la ojimiel, las cuales están expuestas debido a que ella está usando un short.

John escucha una voz en su cabeza preguntándole "¿Qué estás haciendo?" Pero él la ignora. ¿Qué tiene de malo querer olvidarse de todo por un rato?

Martha se separa lentamente, aún sintiendo la respiración agitada del castaño.

— Siempre me gustaron tus pecas.

Confiesa, acariciándole la mejilla del ojiverde.

— A mí me gusta tu cabello.

Responde, acariciando las hebras de la ojimiel.

Los minutos transcurren mientras retoman aquella sesión de besos que vaya a saber Dios porque mantenían. La situación avanzó de tal manera que John se encuentra recostado sobre su amiga, sin dejar de besarla.

El calor del cuerpo de Martha es agradable, familiar. Una noche...

— A-ah... — La ojimiel levemente gime al sentir los labios de John en su cuello. — J-John...

"Una noche... ¿Qué daño podría hacer una noche?"

Piensa mientras lleva su mano hacia el busto de su amiga, masajeando su pecho, mientras vuelve a unir sus labios.

No lo hagas

— ¿Eh?

John rompe el beso para ver a la sonrojada rubia.

— ¿Qué?

— ¿Dijiste algo?

— No.

Niega Martha. John parpadea algo confuso pero no le toma importancia, vuelve a besarla mientras su mano encuentra lugar bajo la blusa de esta, acariciando su torso.

No lo hagas

"¿Eh?"

Van a arrepentirte por el resto de tu vida, si quieres a tu amiga no lo harás

Esa afirmación estremece a Laurens, quien se aparta algo asustado.

— ¿John?

Cuestiona la rubia aún sonrojada, con su pecho subiendo y bajando. Sus labios rojos a causa del beso y sus mejillas sonrojadas.

Martha es hermosa, de eso no cabe duda y John la quiere mucho.

— N-no puedo.

Y justamente porque la quiere es que no le hará esto; porque algo en él le dice que debe confiar en esa misteriosa voz.

— ¿Eh?

— M-Martha, discúlpame. — Se aparta de su amiga. — Eres una chica preciosa y eres mi amiga pero... no siento esto correcto.

Martha no puede evitar sentirse algo... ¿Decepcionada? ¿Culpable? ¿Aliviada? No lo sabe.

— ¿Hice algo mal?

Pregunta la rubia, abrazando sus rodillas. John se apresura en negar.

— N-no, no es eso. — Traga saliva algo nervioso. — L-lo hiciste bien pero...

— ...

Martha le observa. John suspira y se acerca a ella, acariciando su cabeza.

— Oye, eres una chica bonita y yo... estoy pasando por un mal rato y quería desahogarme, olvidarme de todo por un rato pero no puedo hacer eso, no contigo, no así.

— ...

— Adelante, grítame si quieres.

Martha lo observa. John trata de descifrar lo que esconden esos ojos color miel. Finalmente la rubia suspira y se acerca a abrazar a su amigo.

— Eres un imbécil.

John sonríe y corresponde el abrazo.

— Lo sé, pero soy un imbécil con la mejor amiga.

— Si no hubiera bebido... te habría pegado una bofetada antes de que me besaras.

John asiente y besa la coronilla de la rubia.

Acordaron mantener eso en secreto, no se lo dirán ni siquiera a Lafayette. Pocas veces hablaban de aquella noche, no había mucho que decir, sólo había sido un pequeño desliz.

Sin embargo estaban seguros de que habían hecho lo correcto.

━━━━━━ •Flasforward• ━━━━━━

— Cuando Peggy y tú empezaron a salir... me preguntaba si debía decirle lo que pasó esa noche... — Confiesa la rubia. — Tenía miedo de lo que pudiera pensar, pese a que ni siquiera la conocíamos en ese entonces. Pero antes de que pudiera llegar a cualquier conclusión...

John mira al suelo. Ahora sabe perfectamente que era esa voz, y sabe con más seguridad que nunca que hicieron lo correcto. En ese entonces no conocía a Alexander, en ese entonces Lafayette era su amigo, en ese entonces no sabía todo el daño que le había hecho a Martha, en ese entonces... él era feliz

— ¿Por qué sacas ese tema tan de repente?

Cuestiona John.

— Porque recordar los errores, de vez en cuando, es bueno. — Asegura. — Eso pudo haber destruido nuestra amistad pero... tú hiciste lo correcto.

— ...

John aprieta el sofá, el corazón le golpea el pecho por la culpa.

— Tú eres buena persona John, estoy seguro de que...

Martha continua hablando pero John no la escucha, siente su corazón dolerle. La rubia no sabe toda la verdad sobre él y el castaño se está aprovechando de eso, únicamente para tener un mero consuelo.

¿Así se sentía Alexander cuando él hablaba sobre su matrimonio con Elisabeth?

— Si nosotros seguimos siendo amigos después de eso...

— Basta.

John la detiene, ya no puede soportar más esto.

— ¿Qué pasa?

— Martha, espérame un momento. — Se pone de pie.
— Tienes que saber algo.

Ante la mirada curiosa de la rubia. John se dirige hacia su habitación. Siente una nostálgica tristeza al ver la caja en la que guarda su cuaderno de dibujos, la cual tiene escrito "No tocar, te hablo a ti Lafayette"

Toma su cuaderno y busca el dibujo de esa rubia... de la Marcha que fue su esposa.

¿En serio vas a hacer esto?

"Martha tiene derecho a saber la verdad"

Si, pero ¿Ahora?

"..."

El castaño aprieta el cuaderno viendo el dibujo.

Lafayette y Alexander ya te mandaron a la mierda y eso te dejo bastante mal ¿Crees poder soportar que Martha lo haga también?

Los ojos inquietos de John inspeccionan el dibujo.

"No, no creo poder; pero tampoco puedo soportar más que Martha me trate así sabiendo todo lo que le hice"

A paso decidido se dirige hacia la sala. Al ver a Martha respira profundamente. Si funciona, aquí puede acabarse todo.

— John, estás muy extraño. — Dice la fémina cuándo John se sienta a su lado. — ¿Qué pasa?

John le extiende el cuaderno. Martha mira el objeto, luego ve a su amigo quien le indica que lo tome, y luego vuelve a ver el cuaderno, el cual toma.

Ante los ojos color miel de Martha ve el dibujo de una joven rubia, de ojos azules. La joven luce... triste, melancólica. De repente siente el deseo de llorar y no sabe por qué.

— Martha; ese dibujo... ¿Te recuerda a algo?

La fémina traga saliva.

— ¿Re-recordar?

Tartamudea. Recordar... esa palabra suena extraña. Aprieta el cuaderno mientras se pone de pie. Siente su corazón gritarle algo.

"Recuerda"

Siente algo gritarle desde el interior de su ser, pero siente... miedo. Mira a John, de repente lo ve diferente, como si lo desconociera, y él la ve avergonzado.

Vuelve su vista hacia el dibujo, otra vez esas ganas de llorar, esa frustración, ese enojo, esa melancolía, siente... que conoce a la mujer del dibujo.

Una abrupta epifanía la golpea, haciéndole tambalearse mientras empalidece.

Había recordado todo.

— D-Dios...

— ¿Estás bien?

Pregunta John preocupado al verla tambalearse. Se pone de pie sosteniéndola de la mano y su hombro para que no cayera. Ante su tacto Martha rehúye, como si le temiera.

— ¿Jack...?

Pregunta con la voz quebrada, mirándolo. John aprieta sus labios mientras asiente, nervioso.

— Ha pasado tiempo. ¿Eh, Martha?

La rubia se aleja, unos pasos, soltando el cuaderno. John nota su pecho subiendo y bajando a gran velocidad y su expresión... John nunca lo olvidará, tan dolida, tan confundida, tan asustada...

Los orbes de la rubia no se despegan de John, intenta descifrarlo. Siente los recuerdos de su vida anterior golpeando su estabilidad. Su hija, su disfuncional matrimonio con John, su muerte en Francia...

John levanta su cuaderno del suelo y hace un ademán de aproximarse a su amiga.

— ¡No te me acerques!

Demanda furiosa y asustada antes de que John de medio paso. Él asiente, esa reacción es perfectamente normal por lo que se sienta en el sofá mientras ella se queda helada, de pie, a un metro de distancia de él.

El silencio hace eco contra las paredes. Martha se abraza a sí misma, sintiendo temblar cada fibra de su ser. Siente frío, siente que quiere irse de ahí, dejar a John sólo pero algo se lo impide, siente sus pies clavados al suelo.

Recuerda esa noche hace un año, pensar que la historia pudo repetirse...

— Es curioso ¿No? — John intenta alivianar el ambiente. — Volver a vernos...

— Frances...

Murmura Martha.

— ¿Perdo...?

— ¿¡Que pasó con Frances luego de que morí?! — Exclama, con los brazos a cada lado de su cuerpo, apretando los puños para que John no vea que sus manos están temblando — ¡Por favor dime que la cuidaste, John! ¡Dime que dejaste el ejército!

"Martha..."

John intenta tragar la culpa, pero no es posible, siente que ese sentimiento le está consumiendo poco a poco.

— No, no lo hice... — Baja la mirada. — Lo siento, no dejé el ejército.

— ...

Martha siente un trozo de ella romperse.

— Yo... morí un año después que tu. — Se obliga a verla a los ojos. — En un enfrentamiento post guerra, en Carolina del Sur.

Martha siente la garganta seca, una extraña mezcla de rabia y tristeza le abruman.

— ¿P-por qué? — Pregunta la rubia con voz temblorosa. — ¿Por qué me enseñaste ese dibujo? ¿Por qué querías que recordara?

John muerde el interior de su mejilla. Se pone de pie, acercándose a la joven, aunque manteniendo una distancia prudente. Nota a su amiga alterada, lista para salir corriendo o golpearlo si es necesario.

— Porque sólo así puedo decirte esto como es debido. — Respira profundamente. — Martha, te pido perdón.

Suplica con sus orbes verdes llorosos. La rubia contiene la respiración unos segundos sin saber por qué.

— ...

— De todas las personas a las que lastimé, tú eres la que más merece una disculpa, más que Alexander, más que Lafayette... lo que te hice fue horrible, no tiene nombre y si pudiera volver en el tiempo juro que me golpearía a mí mismo. Fui una escoria de primera; y juro que si pudiera darte alguna justificación, te la daría pero... no puedo encontrar nada.

— ...

Martha mira al suelo, tratando de calmar sus emociones.

— No voy a obligarte a que me perdones. — Vuelve a hablar John, limpiando sus lágrimas. — Pues ni yo mismo puedo hacerlo, pero si existe la más mínima posibilidad de tener tu perdón, por más pequeña que sea... me esforzaré en tratar de alcanzarla. — Retrocede hasta sentarse en el sofá. — Pero entenderé que te vayas ahora mismo, si lo haces no volverás a saber nada de este imbécil, no volveré a llamarte, renunciaré a mi trabajo... de todas maneras Lafayette tampoco soporta verme. Puedes irte, no hace falta que digas nada.

Ahora todo tiene sentido, Lafayette y Alexander; debieron conocer a John y por eso... La rubia siente que estar ahí le hace mal. Necesita irse.

Toma su chaqueta a paso apurado, más se detiene al estar a punto de tomar su paraguas. Vuelve la vista hacia John, quien está aún en el sofá, sujetando su cabeza con sus manos con la vista baja, murmurando cosas que ella no logra distinguir.

Deja su chaqueta en una silla. Con pasos lentos se acerca al pecoso, toma su rostro con sus manos y lo observa con una expresión inescrutable. John la observa con algo de miedo, sin ocultar ninguna de sus emociones.

En esos ojos verdes, Martha ve un arrepentimiento sincero, ve a un chico que lo está pasando muy mal, ve a un joven que intenta arreglar lo que rompió. En sus labios aparece una sonrisa, ella está viendo a su amigo.

— Venga, ponte de pie.

John hace caso, aún con miedo. Se sorprende cuando Martha se pone de puntillas para dar un beso en su frente, sosteniendo sus mejillas. La rubia lo ve con una sonrisa que Laurens podría definir como fraternal.

— Eso es por ser mi amigo, y por tu esfuerzo en querer cambiar.

John la ve perplejo.

— Martha, tu...

Es cortado por una repentina bofetada en su mejilla que le hace ladear el rostro. Martha le había golpeado.

— ¡Eso es por golpearme!

Exclama con las manos en sus caderas. John frota su mejilla enrojecida, volviendo a ver a su amiga.

— No diré que no me l-

Esta vez John es interrumpido por un fuerte y punzante dolor en su entrepierna, lleva sus manos hacia la zona afectada por aquel rodillazo que su amiga le había propinado mientras se dobla sobre sí mismo, soltando quejidos de dolor.

— ¡Y eso es por embarazarme y luego haberte ido a la mierda!

Vocifera aún molesta.

— Agh... me lo merezco pero... joder... — El pecoso se deja caer en el sofá, retorciéndose de dolor. Martha, con una leve sonrisa, se sienta junto a él. — ¿Hiciste que me pusiera de pie sólo para hacer eso?

— Sip, y me siento mucho mejor.

Asegura la rubia alegre. John la ve sorprendido, cuando su dolor se hace soportable se endereza.

— ¿N-no estás molesta?

Martha da una sonrisa difícil de descifrar y mira al suelo.

— Claro que lo estoy, estoy muy molesta, John, molesta, decepcionada y... asustada.

— ...

— Pero no voy a irme. — Asegura con una sonrisa gentil. — No quiero irme.

John siente que esas simples palabras son la luz en estos días tan oscuros que ha tenido.

— N-no es que quiera probar mi suerte pero... ¿Puedo preguntar por qué?

Los nervios de John hacen reír levemente a la rubia.

— Estoy molesta, si, y mi visión sobre ti ha cambiado en algunas cosas pero... sigo viéndote como mi amigo, sigo viendo al castaño con el que me reía de tantas estupideces, al mismo pecoso que intenta arreglar el pasado. — Toma la mano de John con actitud maternal. — Prefiero darle más peso a las cosas buenas que pasamos.

— ...

John permanece atónito.

— Además eso fue hace más de doscientos años. — Agrega la rubia. — ¿Quien le daría tanta importancia a algo que pasó hace tanto tiempo?

John siente un creciente nerviosismo.

— S-si. — Carraspea su garganta, evitando la mirada de su amiga. — Que tontería ¿No?

¿En serio?

"Cállate, mierda"

— Así que; ¿Alexander y Lafayette...? — John asiente y suspira con una sonrisa resignada. Ahora las cosas están un poco más claras para la joven Manning, sólo un poco. — ¿Podrías explicarme bien las cosas?

John siente miedo, tendría que contarle a Martha todo. Todo lo que hizo a sus espaldas en América mientras ella cuidaba a su hija.

"Se lo debo"

Si, Martha Manning merece saber la verdad.

Despídete de los hijos que aún no tienes...

"Prefiero no tenerlos a abandonarlos ¿Sabes?"

Silencio.

Touché

John da una profunda respiración y mira a la joven a sus ojos.

John le contó. Le contó todo. Su inestable relación con Alexander, el cómo Lafayette notaba el dolor del pelirrojo, cómo él creía estar enfermo, como intentaba alejarse de Hamilton, cómo conoció a William y cómo fueron prisioneros en Filadelfia, cómo le dolía saber que Alexander iba a casarse, como este fue a verlo a Filadelfia, como pelearon horriblemente ahí, cómo hicieron las paces, como Alexander iba, poco a poco, olvidándose de él -o eso creía John-, cómo él no tuvo ni idea de que ella se dirigía a Francia para verle, como se sintió horrible al saber de su muerte, como fue tan cobarde de no hacerse cargo de su hija, esa última carta a Hamilton, como eligió morir en una pequeña escaramuza, como volvió a recordar, cómo él y Alexander pelearon otra vez, como Lafayette le mandó a la mierda y como Alexander había hecho lo mismo hace poco más de una hora cuando intentó darle esa canasta.

¿La respuesta de Martha?

— John, ponte de pie un minuto.

Pide ella mientras se para.

— Ehm... de acuerdo. — Accede John, extrañado. — ¿Por q-?

Martha le da un golpe bastante fuerte en su estómago, haciéndole caer en el sofá de nuevo.

— ¡Por engañarme! — Explica la rubia con el ceño fruncido. — ¡Dos veces!

— Joder; el karma duele. — Se lamenta con voz rota a causa del dolor. — Debí haberlo esperado...

— Si, debiste. — La ojimiel vuelve a sentarse. — Debiste hacer muchas cosas ¿No?

John, una vez se recompone, asiente.

— Es verdad. Debí tratarte mejor, debí tratar mejor a Alexander, debí ser mejor esposo, debí ser mejor amigo, debí ser mejor padre, debí... — Suspira — Debí ser mejor persona.

— ...

Martha se acerca a él y lo abraza, este se refugia en su hombro.

— Creí que podía arreglar esto, que podría hacer que Alexander me amase de nuevo, que me perdonará, que Lafayette podría ser mi amigo otra vez; pero fallé, les fallé a todos.

— Pero...si amas a Alexander...

— Amar no es suficiente, a veces nos lastiman tanto que simplemente no podemos perdonar; nos cansamos y simplemente nos rendimos. Aunque... me lo esperaba; ni yo sé como verme al espejo; ni yo mismo me reconozco...

— John...

Martha se preocupa al sentir su hombro siendo mojado por pequeñas lágrimas.

— Siento que mi vida se está cayendo bajo mis propios pies y yo no puedo hacer nada para impedirlo, intento mejorar pero... sólo arruino todo. Lafayette me odia y Alexander también, ninguno quiere verme. No he dormido en noches pensando cómo arreglar esto pero nada funciona. Sólo quiero ser feliz junto a mis amigos y las personas que quiero... no se qué hacer Martha, no sé qué hacer...

John rompe el abrazo para esconder su rostro entre sus manos. Siente que todo se le está yendo de las manos; quiere remediarlo pero... no sabe que más hacer.

"Qué alguien me ayude por Dios..."

Martha ve a su amigo preocupada. Esa es otra razón por la que eligió quedarse, esta situación está matando a John y él de verdad quiere arreglar todo, quién sabe si habría podido soportar que ella se marchara.

Toma la barbilla del pecoso, obligándole a mirarlo. Tiene unas grandes ojeras, sus ojos se ven apagados. Parece haber llorado más está semana que en lo que lleva hasta ahora de vida.

— No quisiera decirlo pero...esta situación te está matando ¿No?

John traga saliva. Odia admitirlo pero es cierto, está perdiendo esta batalla.

— A-ajá...

Es verdad, cada día que pasa siente morir un poco más. Marta muerde el interior de su mejilla, John está gritando auxilio. ¿Qué puede hacer? ¿Cómo puede ayudar a su amigo?

— ¿Has pensado en ir al psicólogo?

John la mira sorprendido.

— ¿Psicólogo?

No, no se le había ocurrido.

Martha asiente.

— Está situación es más fuerte que tú y si no te yergues, puede terminar aplastándote por completo. Yo no quiero eso y sé que tu tampoco.

Intenta razonar ella. John mira al suelo. Psicólogo... no lo había pensado, estaba muy ocupado pensando en cómo arreglar todo pero ¿Qué va a decir? ¿"Mi pasado de hace dos siglos me está destrozando la vida"? Martha, al verlo dudar, retoma la palabra.

— John, si no te perdonas tu, si ni tú mismo puedes aceptar tus errores del pasado como eso, no esperes que nadie más lo haga. Entiendo que quieras enmendar las cosas con Lafayette y Alexander, pero antes que ellos estás tú. Tienes que quererte a ti mismo antes que nadie porque, en este mundo, es el amor más realista que nunca tendrás. La vida nos golpea constantemente y tenemos dos opciones: Dejamos que esos golpes nos maten o nos levantamos y no nos dejamos derrumbar; se que tu eres de los que eligen esa segunda opción. Tal vez puedas enmendar todo con ellos algún día pero si no estás bien contigo mismo, no podrás estar bien con nadie más. Adoro lo alegre que eres y no quiero que pierdas eso. — Acaricia la mejilla de su amigo, deseando que sus palabras le lleguen. — No te apures por querer arreglar las cosas, a la felicidad nunca se llega tarde, no intentes arreglar el futuro si aún lidias con el presente.

Esas últimas frases... William se las había dicho hace ya mucho tiempo. John mira al suelo recordando todas esas veces en que alguien le sugirió alguna ayuda psicológica y él las negó por orgullo o por simple terquedad. Ahora puede recibir la ayuda que no tuvo en su momento.

— Iré.

Tiene razón, por mucho que ame a Alexander, por mucho que aprecie a Lafayette, su bienestar está primero, tiene que ocuparse de eso antes que nada.

Martha sonríe aliviada. Toma la mano del pecoso.

— Yo voy a apoyarte, William también y estoy segura de que Peggy igual. — Asegura. — No estás solo, hay personas que te quieren mucho. Aunque seas un poco tonto...

No es como si ella no estuviera molesta pero lo esté o no, John no deja de ser su amigo y en este momento él necesita mucho apoyo. Luego podrían hablar mejor, cuando el pecoso escape de las garras del pozo que intenta consumirle.

— Soy el tonto más afortunado del mundo. — Bromea. — Bueno... luego de mí anterior vida y comprobar los efectos de la depresión no le temo a un psicólogo. El fuego no asusta tanto si creces entre dragones.

Martha sonríe ampliamente al notar a John más animado. Esa sonrisa da al ojiverde más fuerzas aún. Si, saldrá adelante, por ella, por sus otros amigos y, más importante aún, por sí mismo.

Para sorpresa de ambos, la gata del castaño llega, maullando. John sonríe y acaricia su lomo.

— Si; saldré adelante por ti también. — Murmura a la felina, luego se dirige a su amiga. — ¿Quieres comer algo? Yo no comí desde ayer, debería hacerlo.

Martha sonríe y asiente. John se pone de pie para dirigirse a la cocina, pero antes...

— Martha. — Mira a su amiga. — Gracias.

La aludida asiente.

— Te quiero mucho, lo sabes ¿Verdad?

— Ajá, y yo te quiero a ti. Por cierto... la canción que pusiste antes...

— ¿Si?

— Es cursi e infantil. —... — Ponla de nuevo.

Martha suelta una risita y reproduce la canción nuevamente. John se dirige a preparar algo a la cocina mientras Martha juega con su gata.

Las cosas ya están mejorando.

[...]

Al ver a sus rivales políticos supo que esto iba afectar su imagen, pero no le tomó mucha importancia "El rottweiler casi nunca consigue alcanzar al galgo"

Al ver a sus hijos llorar, supo que esto fue un movimiento drástico pero trató de que no le molestara. "El que no arriesga, no gana"

Pero al ver a su esposa quemar sus cartas, esas cartas que ella tanto adoraba, al ver que todo lo que cantó solo son ahora papeles en llamas, supo que había cometido el error de su vida y que se había vuelto el mismísimo Diablo al querer dárselas de sabio. "Si rompes mi corazón piensa que antes rompí el tuyo, te guste o no, pues el mío es tuyo"

Supo que haber publicado ese panfleto fue una estupidez.

Aquel hombre pelirrojo de cuarenta y dos años se encuentra encerrado en su oficina, derrumbándose en lágrimas, arrepentido, deseando volver en el tiempo y decir no a María o a James por esa enferma oferta.

"Hamilton se folló a una joven diez años menor que él, a espaldas de su esposa"

Jura que puede oír murmullos a través de las paredes de su hogar. ¿Se estará volviendo loco?

— Betsey... mi amor, perdóname... te lo ruego.

Murmura a si mismo desconsolado. Lo que más odia es saber todo el daño que le hizo que esa maravillosa mujer. Si hubiera pensado antes de actuar, si pudiera volver en el sofá...

Un ruido le hace levantar la cabeza, al elevar la vista logra ver a su amado rubio, siendo iluminado por las luces del atardecer que se cuelan por las rendijas de su ventana.

— John...

Murmura el caribeño con una sonrisa, sintiéndose feliz por primera vez en semanas, sintiendo una alegría inefable. El rubio se ve igual de joven que la última vez que lo vio, cosa que hace sentir a Alexander mayor.

— Hola, Alexander.

Saluda con una sonrisa ladeada, aún luego de tanto... esa maldita sonrisa tiene el mismo efecto en Alexander.

— Que bueno que viniste.

Habla mientras limpia sus lágrimas, no quiere que John lo vea mal, ni crea que su visita es lo que le aflige. Aunque no es Laurens el que viene, es Hamilton quien le llama.

— ¿Seguirás recibiéndome?

Pregunta John. Hamilton asiente calmado.

— Claro, sigue viniendo por favor, amo tus visitas.

Alexander está consciente que él se ha entregado al americano. John es dueño de sus sueños y pensamientos, por lo que siempre entra sin llamar.

— Te extraño...

Confiesa el rubio, lo que entristece a Alexander, quién se pone de pie para acercársele despacio pues John es frágil, siempre lo ha sido, pero ahora más que nunca.

— Yo también.

Admite Alexander al estar frente a él. John se ve efímero, traslúcido. Posee cierta luminiscencia que provoca que Alexander lo vea como alguna criatura mágica.

Tantas veces el pelirrojo se ha visto tentado a tocarlo, pero siempre se ha privado de eso pues teme que desaparezca para siempre. Pero con verlo basta, se ve igual de hermoso.

— A veces tu recuerdo me tienta a rendirme. — Confiesa el dueño de la oficina. — A dejar todo, mandar todo a la mierda y reunirme contigo.

— Ambos sabemos que no puedes hacer eso.

Tiene razón. Alexander lo sabe y le pesa.

— No creo que falte mucho de todos modos.

— No digas eso.

— Estoy viejo.

— Yo te veo tal y como en Yorktown.

Le consuela John, aunque eso provoca una ligera tristeza en Alexander, al recordar la última vez que se vieron...

— Oh, eso me recuerda...

El caribeño gira sobre sus talones para alcanzar un pequeño cofre, del cual saca un sobre. John no recibió su última carta, Alexander hizo una copia de esta pues quería asegurarse de que quedasen registradas. Quería, pese a todo, que el mundo supiera sus sentimientos por ese rubio, quería que la historia supiese que él era suyo. Su historia seguramente sería censurada de varias formas, así que deberá esforzarse por mantenerla viva y que llegue a futura generaciones.

— John... — Se vuelve a él. — Me gustaría que leyeras es...

Hamilton se detiene al ver al rubio con una hoja en mano, una hoja del Panfleto Reynolds. John lo mira, él corre la mirada.

— Parece que acerté ¿No? — Alexander aprieta los puños, John va a gritarle, va a regalarlo. Una leve risa sorprende al caribeño. — Te lo dije, Alex, te conozco mejor que nadie.

Alexander traga saliva. Sabía lo que iba a pasar, aquel sueño iba a volverse una pesadilla. Odiaba que ocurriese eso, él quiere que sus sueños con Laurens sean alegres, que sean hermosos, no quiere recordarlo como algo doloroso.

— Y-yo...

— Era obvio que esto sucedería, Alex. — John deja el papel en la mesa. — Tú lo sabías desde el principio...

Alexander aprieta la mandíbula. No, él de verdad quería darle una buena vida a Elisabeth, ella siempre fue tan hermosa y gentil con él...

— No pudiste ni serme fiel a mí. — Continúa Laurens. — ¿En serio creías que podrías ser fiel a alguien más?

El pelirrojo niega.

— T-tú estabas casado. Q-quería hacer bien las cosas, quería arreglar mis errores...

— Pues no pudiste, Hamilton.

Esa voz burlona e irónica... este no es Laurens, Laurens le habría regañado, le habría gritado, se habría enfadado con él. Este no es Laurens, es un sucio truco que su mente le está jugando para castigarlo, porque él se odia más que nadie por lo que ha hecho y él sabe mejor que nadie lo que más le dolería. No es su Laurens.

— Quiero a mi Laurens.

Murmura Hamilton, afligido, arrugando el sobre.

— ...

El rubio permanece callado, a ojos del caribeño se ve como un desconocido. Alexander ya no puede verlo como algo hermoso, lo hermoso no duele.

— ¿Por qué te fuiste? — Pregunta Alexander atreviéndose a mirarlo. — ¿Es que nada había en el mundo que fuera lo suficientemente valioso como para seguir viviendo?

— ...

— ¿Yo no fui motivo suficiente?

— Tienes a Elisabeth.

— ¡Elisabeth no eres tú! — Se apresura en responder, atreviéndose a acercándose. — Yo te necesito...

— Han pasado quince años, Hamilton.

— Yo prometí amarte por el resto de mi vida y lo haré, en honor a la historia que no pudimos contar. Una cicatriz puede cicatrizar pero por más tiempo que pase, nunca desaparecerá. Seguirá ahí, marcando la piel, recordando aquel día en concreto, prohibiéndote olvidar y tú serás testigo de cómo aquella marca te cambió como persona.

— Yo no veo ninguna cicatriz causada por mí en tu cuerpo.

— Eso no quiere decir que no existan.

— Yo ya no existo Hamilton. — Recuerda el rubio. — Estoy muerto.

— Lo sé... sólo desearía que no lo estuvieras. Te diría tantas cosas, te pediría perdón por tanto, hablaría contigo de tanto. — Mira al rubio. — Si pudiera darte esta carta, si solo pudiera hacer bien las cosas...

Comienza a sollozar nuevamente, esta vez con otro motivo: John.

— Quiero verte, a ti, no a este fantasma que mi mente a creado.

El rubio lo mira con empatía.

— Ojalá pudiera ayudar.

Al levantar la vista, no hay nadie, Alexander está solo. Aprieta el sobre, arrugándolo, sin dejar de llorar. Lo que daría por verlo, por hablar con él, por abrazarlo, porque ese vacío en su pecho desapareciera.

— John... mi John...

Alexander... Alexander...

⋅◈⋅

— Alexander...

El irlandés gentilmente despierta al caribeño que se encuentra durmiendo en el mostrador de su tienda.

— ¿H-Hércules?

Balbucea el joven de coleta, enderezándose.

— ¿Estás bien?

— ¿Por qué me preguntas eso?

Pregunta Alexander confundido. El irlandés hace un gesto que indica a Alexander que se toque la mejilla, al hacerlo Hamilton comprueba que está llorando.

El sastre lo ve preocupado. Hace poco más de una hora Alexander llegó a su tienda de lo más alterado y furioso, asegurando que estar con él le calmaría y luego se duerme para despertar llorando.

— Alexander... llevas toda la semana raro. — Dice el sastre. — Me estás preocupando.

— Estoy bien, Hércules. — Se pone de pie. — Y-ya me voy, lamento haber molestado.

Se despide de su amigo, quien lo ve aún intranquilo, y se marcha. Afuera aún sigue lloviendo, él camina bajo la lluvia a paso relajado.

Ese sueño...

"¿Tu tuviste algo que ver?"

Nunca viene mal recordar los traumas y daños emocionales del pasado; sobre todo luego de eso...

Tú estás muerto para mí

El caribeño traga pesado. Ahora, sin la rabia nublando su vista, sin estar tan enojado siente arrepentimiento, ese sentimiento que tan bien conoció al publicar ese maldito panfleto.

Culpa, arrepentimiento, miedo... ¿Así es como se sentía John?

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