𝟐𝟖-𝐂𝐨𝐬𝐞𝐦𝐞

━━━━━━ •S. XXI• ━━━━━━

💬Laff: ¿De verdad Alexander?

💬¡Si! ¡Lo juro de verdad!

💬Hércules: Me gustaría ver la sonrisa de idiota que tienes en tu rostro ahora

💬Buen intento Hércules, pero estoy demasiado feliz como para enojarme

Alexander se encuentra en el aeropuerto, esperando a John ya que este fue a comprar un par de gaseosas, dejando a Alexander sólo y no desaprovechó la oportunidad para contarles a Hércules y Lafayette la gran noticia.

💬Hércules: De seguro a William le alegrará saber esto.

💬DEMASIADO

💬FELIZ

💬Laff: Claro.
💬Laff: Me alegro Alex, de seguro estás más feliz que nunca

La sonrisa de Alexander se ensancha, claro que lo está, justo cuando comenzaba a perder las esperanzas John recuerda. Tal vez Carolina del Sur no sea tan mala después de todo.

¡Tienen de que hablar! ¡Tantos abrazos que darse! ¡Tantos besos que compartir! ¡Tanto que hacer juntos!

— Ya volví.

La voz del castaño, el cual lleva una playera negra con la típica frase "Haters gonna hate" le saca de sus pensamientos, se despide a sus amigos rápidamente y guarda su celular. John le ofrece la lata de gaseosa que fue a comprar, se sienta junto a él mientras abre su propia lata.

— ¿Hablabas con Hércules y Lafayette?

— Si. ¡Están muy felices porque hayas recordado!

"El feliz pareces tu, Alexander"

— Ósea que ellos ya lo sabían. — Alexander asiente. — Parece que fui el último en enterarme.

Dice como si ese hecho le decepcionara.

— Bueno, ya sabes lo que dicen "Lo mejor para el final"

Comparten una risa, luego de la cual John abre su lata y bebe de esta, notando a cada momento la alegre mirada de Alexander sobre él.

— ¿Pasa algo?

Pregunta John bajando su bebida. Alexander se encoge de hombros sin borrar su sonrisa.

— Es que estoy muy feliz, John. ¿No te parece increíble? Tu y yo, juntos... — Recuesta su cabeza en el hombro del mayor. — Después de tanto tiempo...

El castaño asiente en silencio, lo que extraña a Alexander.

— ¿Qué pasa?

Pregunta en caribeño con voz atenta, levantando su cabeza.

— Es que, tú lo dijiste, es increíble. Aun estoy procesando todo esto... — Clava la vista en su lata y la aprieta un poco. — Vidas pasadas en una guerra, una reencarnación donde, contra todas las probabilidades, nos volvemos a encontrar... es... como si fuese algún sueño raro.

— ...

— Lo siento. — Se disculpa el pecoso con la mirada baja. — De seguro tienes muchas preguntas y cosas que decirme pero en estos momentos necesito aclararme.

— No pasa nada, John. — Lo tranquiliza Alexander.
— Se el golpe que es darte cuenta de esto, para mí también fue... irreal.

John sonríe por la compresión de su novio, le da un beso en su mejilla y luego une sus frentes.

— Gracias por ser tan comprensivo.

— De nada, Jack.

Ese apodo... Dios, todo esto es muy bizarro.

Mientras su novio vuelve a recostarse en su hombro, John medita sobre... bueno, sobre todo, prácticamente.

A veces creo que eres un caso perdido, Laurens

Esas fueron las últimas palabras de Alexander, del mismo muchacho que está recostado en su hombro ahora mismo con esa sonrisa.

¿Puede John culparlo acaso? Fue... joder, si que fue horrible en su vida pasada...

No, esa persona no es él, aquel rubio no es él.

— John.

— ¿Si?

— Aquello de que me amas... ¿Lo dijiste en serio?

John da una sonrisa.

— Si, Alex. — Su rostro se vuelve algo triste. — Se que es... difícil de creer por cómo he actuado pero... es la verdad. Te amé hasta el último momento de mi vida y... ese sentimiento permanece aún en mí. Sólo que creía que estaba mal y... — Suspira. — No importa, lo importante aquí es que te amo.

Esa es toda la verdad, la más pura y real.

Esa respuesta hace inmensamente feliz, de verdad ese lazo entre ellos no se ha roto.

— Siento lo mismo. — Toma la mano del pecoso sin borrar su sonrisa. —Te amo mucho Jack, mucho, nunca he dejado de hacerlo

Esa respuesta provoca un cosquilleo en el ojiverde, aunque desearía que Alexander no lo llamará así, ahora se siente sucio cada que lo hace.

Sin embargo no puede dejar pasar una frase en particular...

Nunca he dejado de hacerlo

Sus últimas cartas no dicen lo mismo, la última vez que se vieron no dice lo mismo. Por lo que recuerda de últimos momentos de vida, Alexander amaba a Elisabeth. John había quedado como un amante más, entre los varios que tuvo Alexander... un nombre más en una lista que se detuvo en el nombre de Elisabeth.

En el momento en que John murió, Alexander se había olvidado de él.

Sacude su cabeza, no es el momento de pensar en eso.

— Con razón no querías que viniera a Carolina del Sur.

Comenta John para luego dar un sorbo a su gaseosa, tratando de despejar su mente.

— Si... m-me daba miedo que pasará cualquier cosa.

"No sabes cómo me afectó tu muerte, John"

— Eso explica también ese mal presentimiento que tenía... no sé si querré volver aquí otra vez.

— Bueno... este lugar te hizo recordar, tal vez no sea tan malo. — Hace una pausa — ¿Puedo preguntarte algo?

— Dime.

— Tú... creías que estabas enfermo por... y-ya sabes. — Traga saliva. — ¿Lo sigues...?

— No, Alex. — Le interrumpe John antes de que terminara su frase. — Ahora recuerdo eso y... me siento tan tonto... Discúlpame si alguna vez te hice sentir mal por creer eso.

Esa respuesta tranquiliza a Alexander, uno de sus mayores miedos era que John volviera a creer aquello.

— Está bien, eran otros tiempos y... tu vida fue tan dura...

John asiente con expresión neutra, tira la lata vacía en un bote de basura cercano.

— Así que... ¿Cuánto duró?

— ¿Qué cosa, Jack?

— T-tu matrimonio con Elisabeth.

Responde el mayor en un tartamudeo provocado por ese apodo.

— O-oh... pues... — Corre la vista, rascando su nuca algo nervioso. — Estuve casado con ella hasta que... morí.

Esa respuesta causa que se forme un nudo en la garganta de John. Siente un choque de tristeza y culpa, culpa por aquello que dijo sobre el matrimonio de Alexander...

Te conozco, te conozco mejor que nadie y por eso sé de ese "complejo de héroe" tuyo. Ya me imagino la situación, una joven sin hogar vendrá a pedirte asilo y tu, en tu afán por sentirte el héroe, la acogerás en tu casa y terminarás follándotela en la cama que compartirás con tu espo-

John se pone de pie de repente, sobresaltado a Alexander.

— ¿John?

— Da-dame un minuto.

Se excusa John mientras se frota los ojos, caminando hacia el baño del aeropuerto. Una vez ahí, se acerca a un lavamanos, gira la canilla y lava su rostro, camuflando sus lágrimas con el agua.

Siente una presión en su garganta, pensar que esas0 palabras salieron de su boca...

Mira sus manos, pensar que esas manos golpearon a su amiga... amiga a la que embarazó y abandonó con una hija a la que ni siquiera se dignó en conocer.

"No, no, ese no fuiste tú"

Intenta calmarse, se mira al espejo repitiéndose lo mismo. Ese no fue él, no debe cargar con los errores de otra persona...

...Da igual que creas eso, da igual que esté casado y que tú también lo estés. Yo, Alexander Hamilton, juro que voy a amarte, por el resto de mi vida...

Las últimas cartas de Alex no dicen lo mismo... ¿Y lo peor? Que no puede culpar a Alexander, que no puede reprocharle cómo si hubiera hecho algo malo. Joder, John fue tan... horrible... sólo puede ver a Alexander cómo alguien que hizo lo correcto, alguien que únicamente cortó lazos porque era lo mejor.

Joder, Laurens contrólate, este no es el lugar para esto...

Tiene que hablar con Alexander al llegar a Nueva York, tiene que ordenar su mente, tiene que pensar que sería lo mejor.

Pero tiene clara una cosa, no ha cambiado.

...Yo sólo quiero lo que todo el mundo quiere: Ser feliz y sólo puedo serlo junto a las personas que quiero y que me quieren...

Eso no ha cambiado en él y no lo hará, da igual su pasado. Y si el recordar todo esto servía para ayudarle a saber qué cosas debe mejorar de sí mismo y que cosas debe evitar para no volver a cometer los errores, pues lo valdrá.

La repentina salida de John le había dado a Alexander un mal presentimiento. ¿Estaba llorando?

Fue... ¿Por el tema de su matrimonio? ¿No habrá pensado que por casarse con Betsey dejó de amarle?

Alexander se preocupa un poco por eso, lo que le recuerda que es hay muchos temas que quedaron pendientes cómo para ignorarlos y ciertas cosas que John, tal vez, debería saber, entre ellas... el cómo engañó a Betsey.

Una mueca de preocupación se posa en su rostro. ¿Cómo reaccionaría John? ¿Se molestaría?

...ya me imagino la situación, una joven sin hogar vendrá a pedirte asilo y tu, en tu afán por sentirte el héroe, la acogerás en tu casa y terminarás follándotela en la cama que compartirás con tu espo-

Esas palabras, que le han estado persiguiendo, resuenan en su mente. ¿Y si... se alegra? Esa idea le aterra, aunque no sabe si más que la idea de John gritándole, regañándole por lo que hizo.

¿Y si John le rechaza al saber eso?

No podría soportarlo, soportar la desaprobación de Laurens, su rechazo, su enojo... no, no puede.

Al salir John del baño ve a Alexander pensativo, cuesta pensar que fueron amantes hace tanto...

Amantes...

William también fue su amante... y él es el compañero de piso de Alexander...

Ese dibujo que William hizo de aquel rubio...

¡Joder, William sabe también! ¡Carajos! ¡De todas las personas del mundo!

Él nunca le dijo a Alexander sobre William, no lo consideró necesario pero ahora ¿Debería?

El llamado hacia su vuelo le sobresalta, se apresura en ir junto a Alexander, pues ahí están sus cosas.

— ¿Estás bien?

Pregunta Alexander, poniéndose de pie al verlo llegar.

— S-si, disculpa, no fue nada.

Toma sus maletas pero Alexander nota sus ojos levemente hinchados, John ha llorado.

— Bebé...

— Oye... — Toma a Alexander de la nuca con suavidad y une sus frentes. — Sólo un mal pensamiento me tomó por sorpresa, lo juro.

Alexander asiente, eso le ha sucedido a veces, aunque eso no quita su preocupación.

Caminan hacia el avión, en silencio. Alexander no deja de mirar a John, ojalá no crea que luego de su matrimonio dejó de amarle.

Cuando Laurens murió, Alexander cerró una parte de él a todo el mundo. Se sentía vacío, como si un agujero se hubiera abierto en él y absorbiera parte de su vida. En cierta forma estaba acostumbrado a perder personas pero la pérdida de John... joder, lo destrozó y logró salir adelante pero sólo fue por su moral, su ideología de no rendirse, por Betsey, sin ellos...

— ¿Alex?

Pregunta John una están sentados en el avión, pues el caribeño se ve distraído.

Alexander lo mira, Dios santo la falta que le hizo...

— ¿Estás bien?

Pregunta John llevando una mano a la mejilla de su pareja, este asiente.

— Mientras esté contigo, todo estará bien.

Asegura mientras se recuesta en su hombro.

John lo abraza, besando su coronilla. Pensar como fueron las cosas antes... todo el daño que le hizo a Alexander, el daño que le hizo Alexander a él...

Recuesta su cabeza contra la ventana del avión sintiendo sueño, pensando en que debería hacer, no había dormido mucho.

Para cuando el avión despegó, John ya estaba dormido.

⋅◈⋅

John se encuentra montando a caballo, camino río abajo junto con cincuenta infantes y sus reclutas esclavos.

Parece increíble que el Congreso por fin haya aprobado su plan, desearía sentirse más feliz pero se siente más que mal. La fiebre no ha bajado ni un solo grado y sólo había dormido dos horas esa noche, se siente horrible.

Como un jodido muerto viviente... de hecho empieza a dudar estar vivo siquiera.

Es decir, sabe que está vivo porque tiene pulso, sabe que está vivo porque respira, sabe que está vivo porque siente su corazón latir, sabe que está vivo porque sangra, sabe que está vivo porque conserva la razón. Sabe que está vivo porque su pesar perdura.

Vive, cansado, pero vive, perdiendo los estribos
y sintiéndose nativo del olvido. Soltando resoplidos porque el tiempo pasa lento. Vive porque llora, solloza hasta reventar, estalla en veinte mil trozos, no se puedo levantar. Vive porque cae al pozo, jura que intenta escalar, pero tropieza y ve esbozos de su triunfo sin final.

Sabe que está vivo porque siente, a secas.

Siente desde rabia, incomprensión, dolor, nervios, tristeza pura hasta asco, desidia, desdén, angustia y amargura.

Sabe que está vivo porque siente el peso de la culpa sobre sus hombros. Culpa por haber abandonado a su esposa, su amiga quién intentó verlo una vez más, por haberla usado para no perder su honor y atarla a él en matrimonio.

Culpa por aquella hija suya, aquella criaturita que trajo a tan podrido mundo de la que apenas sabe su nombre, esa pequeña de la que ni siquiera conoce su rostro.

Culpa por ser tan cobarde y egoísta de no dignarse a ser un padre a esa pequeña pero... ¿Cómo va a verla a los ojos? No puede simplemente llegar y decir "Hola, soy tu padre, no me conoces pero abandoné a tu madre cuando aún no habías nacido"

No, no puede verla.

Frances... nunca se ha puesto a pensar en ese nombre. Martha debió elegirlo, en obvia referencia a aquella falsa amante que creó para encubrir la verdadera identidad de alguien más...

John frunce el ceño ¿En serio Martha había decidido ese nombre?

Sin embargo al recordar el segundo nombre de aquella pequeña de rostro desconocido... Eleanor...
Cómo su madre, así había elegido llamarla Martha.

Su enojo desaparece. Martha no era mala persona, ella sólo estaba enojada... y no puede culparla. Sonará horrible decirlo pero... se alegra de que ella esté descansando en paz, ahora está en un lugar mejor. Cualquier cosa es mejor que una vida con él...

— ¿Coronel Laurens?

— ¿Eh?

El General Mordecai Gist, que cabalga a su lado, le llama.

— ¿Se encuentra bien?

— S-si, sólo... es la fiebre.

Gist arquea una ceja, preocupado. John no "debería" estar ahí, él mismo se había ofrecido, de hecho había dicho al General Greene que si se le negaba ir, él mismo se presentaría como voluntario.

— No entiendo porque vino... — Comenta Gist en tono suspicaz. — Esta operación no es muy importante.

— Sólo... quiero ayudar ¿Qué tiene de malo?

— Nada, sólo... al ser una operación pequeña, no creí que se tomaría las molestias de venir al ser usted un Coronel tan reconocido.

Gist habla como si sospechara algo y es que alguien que buen ojo puede ver que la apariencia de John refleja a alguien no en sus mejores momentos únicamente. Tal vez vino con la intención deliberada de perder la vida ahí ¿Por qué razón? Quién sabe.

John, sintiendo la inquisitiva mirada sobre él, se pone nervioso, como si hubiera sido descubierto. Sin decir más ordena a su corcel apresurar el paso y continuando a solas con sus pensamientos.

Francis, vaya, hace mucho que ese nombre no cruza su mente y se sorprende al percatarse de lo poco que le importa aquel hombre ahora, pensar todo lo que sufrió por él y ahora le ha olvidado.

Ojalá pudiera decir lo mismo de aquel pelirrojo.

— Alex...

Suspira su nombre en tono bajito, muy bajito.

Alexander es una de las razones por las que el rubio sabe que está vivo. Porque aún lo ama.

Aún suspira por el pelirrojo, aún piensa en él hasta dormirse, aún siente dolor al recordar ese pequeño y tierno rostro. Esos preciosos ojos que viven disputando entre el azul y el violeta, su cascada de fuego que cae por sus hombros cuál fuego.

Alexander es cómo una personificación del infierno, un infierno en el que probablemente John acabaría el amarlo, una hermosa encarnación. Tan bello y tentador, y amarlo, joder, amarlo era... un jodido infierno en el pecho.

Hamilton es hermoso y John está consciente de que Alexander lo sabe, él y muchas personas más... amar a Alexander Hamilton implica ponerse a uno mismo en una gran lista.

Miedo, tiene miedo de amar a Alexander. Nunca había amado a alguien así y le asusta. Le da miedo lo que pueda pasar. John mataría por recuerdos ajenos a la epidermis del caribeño, moriría pensado nunca haber surcado su pelvis.

Creía que con un poco tiempo olvidaría a Hamilton, dejaría de sentir algo por él. Sin embargo, nada ha cambiado. Aún escucha la voz de Alexander en los arrullos del viento, su piel aún siente la necesidad de sus cálidas manos, sus manos siguen añorando el tacto de su cabello.

Cree que empieza a entender ese para "para siempre" que Alexander le prometía, para siempre es el recuerdo, no la puta realidad.

Irónico, el pelirrojo era quien solía buscar el afecto de John y ahora apenas se acuerda del rubio. Normal, estando casado...

John... y-yo soy tuyo... siempre lo seré

No puede tachar a Hamilton de mentiroso, de seguro él mismo se creía sus palabras.

Es triste que de las pocas cosas que le dan algo de alegría a su vida sean las cartas de Alexander, incluso si estás no son ni la mitad de cálidas, aún le alegra ver que el pelirrojo aún le considera un buen amigo.

Irónico también que sea ahora Laurens quién escriba de forma más cálida, aunque el pelirrojo ya no sienta lo mismo, Laurens quiere que él sepa la verdad de sus sentimientos, después de toda la mierda que pasaron Alexander merece sinceridad en eso. Sin embargo, desde hace poco, John no quiere ver ninguna de las respuestas del pelirrojo, su frialdad duele.

John da una amarga sonrisa, muchas veces lo correcto no encaja con la razón y esta es una de las razones, ni modo, debe seguir con su vida.

Sin embargo... dicen que cuando uno no tiene más motivos para vivir, es cuando de verdad empieza a rendirse.

Y ahí está el problema, pues pese a que John sabe que está vivo, siente que está muerto.

Muerto porque sus arterias parecen desiertos. Muerto porque sus sus ojos están abiertos pero él no estoy despierto, muerto porque está en un vacío existencial, en un hastío demencial, siente que ya no puede más, muerto porque no siente ni hambre ni saciedad. Muerto porque observa su voluntad repleta de suciedad. Muerto porque ve a la Parca hurgando entre sus sombras, al acecho.

Se siente está mal ¡¿Qué coño mal?! ¡Está fatal! Sus ojeras hablan lo gritan, verlo es cómo ver un muerto viviente.

Siente que sigue únicamente por inercia, porque es demasiado cobarde cómo para jalar el gatillo el mismo, no hay honor en eso.

Joder ¿Qué diría William si le viera? Como le extraña, no le vendría mal un abrazo de su parte.

Recordando a sus amigos, recuerda que en poco más de una semana es el cumpleaños de Lafayette, tal vez debería escribirle mínimo una carta, aunque no estén en los mejores términos.

Ni todo el honor del mundo cambiará la mierda de persona que eres, John

En algo Lafayette tiene razón, ni todo el honor del mundo podría curar su enfermedad. Moriría enfermo.

A veces creo que eres un caso perdido, Laurens

Alexander tiene razón, nada podrá curarlo.

Lo de William no es una enfermedad, es mera curiosidad, de seguro sería sólo una etapa. Lo de Alexander tampoco pues, de alguna forma es parte de él, de su esencia, es natural en Hamilton querer probar todo y aceptar cualquier desafío, es propio de él.

Pero lo de John es una mera enfermedad, nada más ni nada menos, no tiene justificación.

La llegada a su destino interrumpe su reflexión, la cual ha sido parte de su día a día desde hace un tiempo.

— ¿Cuál era nuestra misión, Coronel?

Pregunta un joven soldado de tez morena. Ver a esos valientes hombres también motiva a John, ver todo lo que han pasado y que deciden seguir adelante, le motivan a seguir.

Cierto es que anhela la gloria, pero también es cierto que pocas cosas le harían más feliz que ver a aquellos pobres hombres libres, se imagina sus lágrimas de felicidad al ya no ser una propiedad, al saber que su tortura se ha acabado, esa debe ser una de las alegrías más puras del mundo.

"Si ellos pueden continuar, yo también"

— Debemos encargar el reducto que llevamos con noso-

Se interrumpe a sí mismo cuando ve una bala atravesar la frente del joven soldado. Este cae en sus brazos, muerto al instante.

Con horror, John aparta sus orbes de los ojos en blanco del soldado y los dirige en frente suyo, sólo para toparse con que habían caído en una emboscada por parte de los ingleses.

"Esos mal-nacidos hijos de perra"

Piensa John mientras mira con piedad al pobre soldado muerto, acomoda su cadáver en el suelo con toda la delicadeza que le es posible en esta situación.

— Descansa en paz. — Cierra los ojos del esclavo. — Moriste por una buena causa, estás en un lugar mejor.

Otro hombre muerto por su culpa.

Van a perder esa batalla, es obvio. Podría ordenar una retirada, aquello salvaría más vidas que un enfrentamiento, sin embargo John hace caso omiso a la razón.

— ¡Ataquen!

Ordena con la firmeza de la que carece. Sabe que está enviando a esos hombres a una muerte segura pero... están aquí, no pueden retroceder.

Disparos llenan el aire las orillas del río Combahee, John lidera a los esclavos, aferrándose a la más mínima posibilidad de victoria.

Y a cada hombre que ve caer muerto o herido, la culpa en el rubio aumenta.

Culpa por ser un incompetente. Culpa por haber dejado morir aquellos soldados. Culpa por su enfermedad. Culpa por su pequeño hermano. Culpa por no poder olvidar a Alexander. Culpa por haberlo tratado tan mal. Culpa por abandonar a esa pequeña. Culpa por haber dejado morir a Martha.

Culpa, la culpa le está aplastando el alma, es lo único que siente, la única emoción que está presente en él a cada segundo.

"¿Una bala me haría el favor de callar estos pensamientos"?

Cómo si algún inglés le hubiera leído la mente, una bala se clava en sus costillas, estrellándolo en el suelo del impacto. Laurens por mera inercia intenta levantarse pero una pregunta en su mente le detiene.

"¿Por qué?"

¿Por qué debería levantarse? Si logra salir vivo de esa batalla ¿Qué significaría? ¿Qué debería hacer? Debería seguir muriendo en vida por Hamilton, debería cargar con el peso de su hija en su conciencia, debería... seguir luchando.

Lo haría, si tuviera fuerzas.

Ya no tiene fuerzas para hacerlo. No tienes fuerzas para seguir amando a alguien como Alexander, no tienes fuerzas para hacerse cargo de su hija, no tiene fuerzas para luchar.

No se levanta. Ya no encuentra motivo que le mantenga vivo.

Muchos dicen que la vida es hermosa y tienen razón, la vida es hermosa mientras uno sepa cómo hacerla así. Y John no puede, no logra encontrar fuerzas, se deja absorber por lo malo.

"Todo pasa" dice una voz en su cabeza "Todo mejora"

Pero no esto, no él.

"Esa presión en el pecho y ese dolor en tu corazón se van. Esa voz que te dice que no hay otra salida se equivoca. Créeme, todo mejora"

Ve un soldado británico acercarse, patea al rubio como si fuera una bolsa de basura, comprobando su estado.

Laurens es una vergüenza, sólo ve una forma de poder salvar su manchado apellido.

— ¿A qué esperas? — Pregunta al soldado de casaca roja. — Jala el gatillo.

Esta no es la honorable muerte que él había deseado, se imaginaba muriendo en la batalla de Yorktown o en alguna importante batalla por la revolución, no en una pequeña escaramuza post-guerra pero ¿Saben qué? Le da igual, sólo quiere cerrar los ojos de una maldita vez.

— Que valiente, Coronel.

El cansancio y dolor no le permiten al americano distinguir si hay sarcasmo en la voz del inglés pero sabe que no es ningún valiente, es un maldito cobarde que sólo huye de sus problemas y lo haría una última vez.

Moriría como vivió, huyendo.

Mientras la bala perfora su pulmón derecho y el soldado británico se retira John repasa toda su vida.

¿Qué habrá después de la muerte? ¿Serán ciertos los "relatos" del más allá? Joder... no sabe si podrá ver a Martha y... cuando el momento llegué deberá ver a Alexander... joder, ni muerto puede descansar en paz.

Que irónico... ahora será él quien muera amando a Alexander, mientras él está casado con otra mujer, con otra persona ocupando su frágil corazón. Suena raro, pero no se arrepiente de amar a Hamilton, amarlo... a veces le hacía parecer que había un motivo para seguir, pero el amor no puede curarlo.

¿Un consuelo? Que al menos Alexander será feliz con Elisabeth, se lo merece y al menos su hija está en buenas manos

Conoció a personas maravillosas, el viaje casi vale el destino.

¿Un deseo? Desearía... una segunda oportunidad, para ser mejor persona, para no huir de sus problemas, para ser un mejor amigo. Para ser lo suficientemente fuerte como para permitirse amar y aceptarse a sí mismo. Para ser mejor.

Mientras cierra los ojos y suelta su último suspiro piensa... que tal vez debería haber leído aquella carta.

⋅◈⋅

John despierta agitado, con el corazón en la garganta, un sudor frío en la frente y lágrimas en sus ojos.

— ¡John! — Exclama Alexander al verlo tan agitado. — ¿Qué sucede?

El castaño mira a Alexander, al verlo recuerda todo lo que sintió en esa pesadilla. Se sentía tan ajeno a sí mismo. Esa sensación de sentirse miserable, toda esa culpa y lo que más le aterró, fue esa indiferencia a seguir vivo o morir, joder ¿Así se siente la depresión? No quiere volver a sentir algo así nunca. Nunca.

— ¿Tuviste una pesadilla? — Pregunta el pelinegro preocupado. John asiente mientras limpia sus lágrimas. Alexander lo mira con empatía. — Ay, bebé...

Alexander se acerca al ojiverde a abrazarlo, él mejor que nadie conoce esas pesadillas sobre la vida anterior.

— Fue horrible... no me sentía como yo mismo.

Murmura el mayor contra el pecho del caribeño.

— Ya, ya. — Acuna su rostro entre sus manos. — Mira, estamos en casa.

Los ojos del pecoso se dirigen a la ventana del avión, el cual está aterrizando, permitiéndole observar como la ciudad de Nueva York preparándose para la noche, las luces de las casas y calles empiezan a encenderse. John lamenta haberse quedado dormido todo el viaje, ver eso desde el cielo debió ser hermoso. Está en Nueva York, donde están sus amigos, su familia, su hogar, su vida.

"En casa..."

— No tienes que preocuparte por el pasado, J. — Dice Alexander con voz gentil. — Céntrate en el ahora.

John asiente. Alexander tiene razón, no debería preocuparse por aquel pasado y no quiere, no quiere tener nada que ver con aquel tiempo.

[...]

Luego de tomar un taxi por una media hora, llegan al edificio del mayor, ya es completamente de noche.

— ¿Pasas a mi piso? — Ofrece John antes de que entren. — Me gustaría hablar contigo de un par de cosas. Si quieres luego te pido un taxi o le pido a Lafayette que te lleve.

— Claro. — Accede Alexander con una sonrisa. — Está bien.

Le agrada que John quiera hablar del tema y no esté evitándolo.

Ambos jóvenes entran en el edificio, suben al ascensor, donde John rie levemente al notar algo.

— Hay cosas que nunca cambian. — Dice mientras compara su altura y la del menor con su mano. — ¿Eh, pequeño?

— Vete a la mierda. — Lo maldice Alexander mientras aparta su mano. — Ya no eres tan alto como antes.

— No me vendría mal un poco más de altura. — Admite John. — Y a ti tampoco.

El caribeño le saca la lengua, no ha cambiado nada.

Llegan al piso del castaño, este saca las llaves y abre la puerta para entrar

— Lafayette. — Llama a su compañero. — Ya volví.

Sin embargo, tal y cómo las luces apagadas sugerían, el piso se encuentra vacío.

— Parece que estamos solos, Alexander.

Dice John mientras deja sus maletas a un lado.

— Interesante...

Murmura Alexander para sí mismo con voz dulzona. Nada le haría más feliz que hacer el amor con John ahora que este recuerda, no tendría que contener sus gemidos llenos de amor por él. Sin embargo John quiere hablar, por lo que eso deberá esperar... por ahora.

— Deja tus maletas junto a las mías. — Pide John. — ¿Te gustaría algo de café?

— Me encantaría.

Dice Alexander mientras se saca su chaqueta y la cuelga en el respaldo de la silla de la sala, luego se sienta en esta.

Mientras John prepara ambas tazas de café mira de reojo al caribeño cada tanto. Aún no lo entiende, Alexander se había olvidado de él entonces ¿Por qué están juntos? ¿Por qué no está con Elisabeth?

"¿Será por culpa acaso?"

Puede ser eso. Tal vez, luego de que John murió, Alexander se culpó a sí mismo por haber terminado su relación, por haberse olvidado de él y se sintió responsable por su muerte. Y ahora... sólo está con él para compensarle, tal vez el caribeño tiene miedo de que si lo deje... Laurens se deprima y se repita la historia.

"En serio... ¿Sólo está conmigo por eso?"

Se pregunta Laurens con cierta tristeza mientras ve al pelinegro usar su celular. John odiaría que esa fuera la razón por la que estén saliendo ahora. A John le encanta estar con él pelinegro pero si descubre que ese es el motivo de su relación, no dudaría en terminarla, por más que él murió amando a Alexander... y este siguió con su vida aún cuando...

...Da igual que creas eso, da igual que esté casado y que tú también lo estés. Yo, Alexander Hamilton, juro que voy a amarte, por el resto de mi vida y aún más

Se lo prometió, aunque no cumplió la primera parte de aquello. Tal vez Alexander sólo está con él para cumplir la segunda parte, tiene sentido, es Hamilton de quien hablamos ¿Por qué otra razón Alexander estaría con un mero flechazo y no con su esposa en la siguiente vida?

Su relación... la relación que él y Alexander tuvieron fue muy disfuncional.

Alexander intentando poner celoso a John, contándole sobre otros amantes, invitándolo a su boda... para al final olvidarse de él. Pero John no fue mejor, siendo tan frío con él, ocultándole tantas cosas... Una relación así de dañina no puede ser buena para nadie.

El pelinegro, al nota la mirada de su pareja desde la cocina, saca su vista desde su celular y le dedica una sonrisa llena de amor. John le sonríe algo melancólico y continúa preparando el café. Esa sonrisa triste preocupa a Alexander ¿Qué estará pensando la luz de sus ojos?

John se ordena dejar de lado las suposiciones, hablará con Alexander y verá que tiene él que decir.

— Aquí tienes. — Entrega su café al caribeño. — Sin azúcar, como a ti te gusta.

— Si que me conoces, Jack.

El ojiverde trata de ignorar ese apodo.

— Bueno... trabajo en una cafetería de la cual eres cliente habitual, es normal que sepa cómo te gusta el café.

Esa explicación tiene sentido, sin embargo Alexander prefiere ignorarla y decir que John sabe cómo le gusta el café gracias al lazo que comparten.

Laurens toma un par de sorbos de su café mientras piensa en cómo empezar aquella conversación.

— Así que... ¿Cómo fue que moriste?

"Oh, sí, que gran comienzo Laurens"

— Bueno... fue en un duelo.

Admite el menor mirando su taza de café, apenado. Se ordena mirar a los ojos a Laurens, quien se ve sorprendido.

— ¿Burr?

Inquiere Laurens, haciendo sonreír a Alex, sí que lo conoce.

— Burr.

Asiente el menor. John siente que no debería sorprenderse.

— No tienes remedio. — Murmura John. — Y... hasta ese momento continuabas casado con Elisabeth ¿No?

Alexander nota al pecoso melancólico al decir eso.

— Bu-bueno si, pero mi matrimonio no fue perfecto ni mucho menos Laurens.

— Claro. — Dice John sin darle mucha importancia. — ¿Cuántos hijos tuvieron?

Pregunta cuál masoquista.

El caribeño nota al pecoso ponerse cada vez más triste, se ve tentado a mentirle por un segundo pero no puede hacer eso, siempre fue sincero con él y no cambiará eso. Recuerda las veces que quiso lastimar a John por algo tan infantil como provocarle celos, sintiéndose ridículo.

— Tu-tuve ocho.

John se tensa ante ese número. Ocho no son pocos, para nada.

— Ya...

Se limita a decir John mientras intenta no empezar a llorar. Tal número no hace más que reforzar los pensamientos que estaba teniendo hace unos momentos.

Elisabeth era la indicada para Alexander y ¿John? Él no es muy diferente a André o cualquier amante de Hamilton. "John Laurens" fue un nombre más en una larga lista de amantes. A lo mucho un crush, un enamoramiento pasajero que Alexander tuvo, un enamoramiento nada sano.

— Pe-pero eran otros tiempos, era bastante común tener familias grandes, Jack.

Intenta decir algo para hacer sentir mejor al ojiverde.

— Si.

Se limita a asentir el mayor pero su mente está en otro lado.

John fue un amante más, por eso Alexander no tuvo problemas en acostarse con André a la vez que estaba con él, porque no le amó como a Elisabeth, a quien le fue fiel todo su matrimonio y tuvo con ella una hermosa familia.

"Pero entonces ¿Por qué está aquí ahora?"

Por culpa. Para cumplir esa promesa. No hay otra razón. ¿Por qué seguir juntos entonces? Sólo... se harán daño, otra vez.

Alexander conoce a John y su expresión habla por sí mismo.

Laurens cree que Alexander sólo amó a Elisabeth y que él sólo fue uno más en la vida de Hamilton.

— Lo siento, Alex.

— ¿P-por qué?

— Por haber dudado de ti, por decir que ibas a engañarla.

Habla John sin valor de verlo a los ojos, sintiéndose miserable.

Alexander se siente acorralado, siente que debería decirle la verdad al pecoso pero ¿Puede hacer eso? ¿Dejar que sepa de uno de los mayores errores de su vida? Joder... ¿Qué diría? ¿Podría él soportar la reacción de John?

— De seguro... la hiciste muy feliz. — Continúa el castaño. — Maduraste y pudiste darle una buena vida, un matrimonio perfecto. Debiste ser un esposo ideal.

"No, no John, te equivocas"

— De seguro te sentías culpable por mi muerte. — Sigue hablando el ojiverde. — No tenías ni tienes porque hacerlo, yo simplemente tenía más motivos para morir que seguir viviendo y...

— Basta.

Ordena Alexander, no puede más con esa tortura.
Alexander lo corta con voz firme, no puede soportar más eso, que John se haga una idea equivocada de su vida. Laurens merece saber la verdad.

— ¿Alexander?

— John, tienes que saber algo.

El caribeño suspira profundamente, no hay vuelta atrás. John parpadea confuso. ¿Qué tiene que decirle Alexander?

━━━━━━ •Flashback• ━━━━━━

Es una cálida noche de verano de mil setecientos noventa y uno, en Filadelfia. Un hombre con la edad de treinta y cuatro años se encuentra en su casa, una de las tantas que posee, sólo, pues su esposa y su familia se encuentran en casa del padre de Elisabeth, en Albany.

Hamilton se quita sus gafas y frota sus ojos, cansado, no ha dormido hace varias noches, no ha estado haciendo más que trabajo en su oficina. Se pone de pie y se acerca a la ventana de la habitación, aspirando algo de aire fresco para sentirse mejor.

Le gusta el verano, le recuerda al Caribe y a su madre, a ella le encantaba el verano.

— Te habría gustado Filadelfia, mamá.

Murmura mientras el viento veraniego acaricia su piel. De seguro a su madre también le habría agradado Elisabeth.

Recordar el nombre de su esposa le hace sentirse nostálgico, la extraña, desearía haber ido a esas vacaciones, pero no se lo puede permitir, tiene demasiado trabajo que hacer.

Vuelve la vista hacia el cielo, esa manto azul le pone nostálgico a veces, le recuerdan a los ojos de...

Su pecho duele, se siente vacío, sale de la oficina.

Escucha tocar la puerta de la residencia, sale de la oficina y se dirige hacia la puerta a atender. Menos mal que había salido de su oficina en el momento en que tocaron, no podría oírlo desde ahí.

Al abrir la puerta, de reojo, ve una cabellera rubia, siente un escalofrío y nostalgia que se van al percatarse de que es una cabellera bastante larga y que se encuentra levemente ondulada.

Frente a los ojos del hombre, se encuentra una delgada figura femenina de larga cabellera de un tono rubio claro, prominente busto y misteriosos ojos castaños, todo esto adornando una piel blanca cual porcelana. Pese a que lleva un llamativo vestido rojo, que combina con su labial, la joven -que no pasa los veintitrés años - se muestra cohibida y reservada a ojos ajenos.

— Buenas tardes.

Saluda con voz profunda y misteriosa que a Hamilton le recuerda a la forma en que muchos viajeros describen el canto de las sirenas.

— Bu-buenas tardes. — Tartamudea Hamilton, sintiéndose como un adolescente inexperto en la vida. — Disculpe la pregunta pero ¿Nos conocemos?

— N-no, permítame presentarme. — Ofrece la joven mujer mientras junta sus manos, enlazando sus dedos. — Mi nombre es María Reynolds.

— Oh, encantado. Yo soy-

— Alexander Hamilton. — Le interrumpe la mujer, aunque sin perder esa capa y timidez. — Lo sé, le conozco, aunque sólo de nombre.

El ego del pelirrojo crece al comprobar que aquella bella mujer le conoce.

— Ya veo ¿En qué podría ayudarle?

La mujer baja su vista, luciendo sus largas pestañas.

— Lamento mucho molestarle pero no se a quien recurrir y al enterarme de que estaba aquí, y sabiendo que es un hombre de buena moral, me vi obligada a molestarle en su hogar.

— ...

Hamilton la observa curioso.

— Verá, yo estoy casada con un hombre mucho mayor que yo con la que tuve una hija que ahora tiene seis años pero... me ha abandonado, llevándose todo el dinero con él, dejándome sola con mi niña.

— Y-ya veo.

Balbucea Hamilton, conmovido por ese breve relato con el que puede sentirse identificado hasta cierto punto.

— Se que es mucho pedir, molestarle a usted que trabaja en el Congreso pero... si está a su alcance ¿Cree que podría ayudarme, señor?

Un extraño escalofrío recurre la columna del ex-militar al oír a esa joven mujer llamarle de esa forma. La rubia se ve tan indefensa, despierta en Hamilton un instinto de protegerla, de salvarla, de ser su héroe.

— Estaría encantado de ayudarle. — Admite el mayor. — Aguarde un minuto.

Hamilton se vuelve hacia su oficina, donde saca algo de dinero, le será más útil a María que a él. Regresa al pórtico de la casa con la joven.

— Tenga, desearía poder darle más pero...

Los castaños ojos de la rubia se abren como platos al percatarse de la cantidad que Hamilton le extiende.

— ¡Tr-treinta dólares es demasiado!

— Baje la voz, por favor. — Pide el mayor, tomando su hombro. — No queremos malentendidos.

Y es que, ver una joven de tan embelesadora apariencia en la entrada de la casa de un hombre mayor, el cual le está ofreciendo dinero, puede dar que imaginar a muchos malpensados.

— Di-discúlpeme.

Hamilton se entristece al ver cómo María se sobresalta ante su tacto ¿Cómo la ha estado tratando su esposo?

— Por favor, acéptelo. — Coloca el dinero entre las manos de María, las cuales aprieta entre las suyas. — Usted lo necesita más que yo.

La joven muerde su labio inferior, gesto que encandilar al pelirrojo, mientras piensa.

— De acuerdo.

Termina por aceptar el dinero.

— Permítame acompañarla a su hogar. — Dice Alexander mientras cierra la puerta de su hogar. — Es de noche, podría pasarle algo.

La rubia estudia el rostro del pelirrojo, se ve gentil. Le hace sentir segura.

— Está bien.

Hamilton enlaza su brazo con el de la rubia, quién al principio se tensa pero se acostumbra. El calor que el pelirrojo emana es tan relajante.

— Podría ayudarla a mudarse a Nueva York. — Ofrece el mayor mientras caminan por las nocturnas calles. — Allí estará más segura que aquí, su esposo podría volver en cualquier momento.

— Eso... estaría bien.

Duda la joven, aún no sabe si está lista para desprenderse completamente de James. Ha estado junto a él por tanto tiempo...

Dejarlo ir... ¿Qué pasará cuando ella y Hamilton lleguen a su pensión? Esté la abandonará y se quedará sola. Su hija... su pequeña Susan no tendrá a nadie.

Ella... lo necesita, necesita a Hamilton, es su única esperanza para seguir adelante.

— ¿Ocurre algo?

Pregunta el mayor al notarla tensa. María niega cortésmente. Hamilton, levemente extrañado, vuelve la vista hacia el frente.

María continúa pensando. Apenas lleguen, de seguro Hamilton se marcharía y no volvería a verle, ella no puede permitirse eso por el bien de su pequeña. Tiene que encontrar una forma de hacer que no la abandone, que se quede pero ¿Cómo?

Las mejillas de la rubia enrojecen cuando su mente barajea una única solución, una única posibilidad... ofrecerle a Hamilton su cuerpo.

Descarta la idea automáticamente. ¡No puede! ¡Hamilton es un hombre casado! Y ella no es una "cualquiera" No, no lo hará.

María observa el rostro del pelirrojo, se lo ve tan indulgente y amable. De seguro cumplirá su palabra, él es un hombre honrado.

Aquel pensamiento logran tranquilizar a la rubia, quién se muestra más calmada el resto del camino, el cual no fue muy largo.

— Esta es la mía, señor.

Dice la mujer al llegar frente a la casa de huéspedes en la que ella y su hija se alojan.

— Bien, pase una buena noche.

En el momento en que el mayor suelta su brazo, María entra en pánico y la calma le abandona.

¡Va a abandonarla! Se olvidará de ella apenas llegue a su hogar. Nada le garantiza a la joven Reynolds que Hamilton cumplirá su promesa.

Tiene que... ¡No! Debe pensar en la reputación de Hamilton, en la familia de este, en su pequeña hija que está durmiendo en ese mismo lugar, a ella no le gustaría que su madre hiciese algo así.

Pero... es la única forma de garantizar que Hamilton volverá, aunque sea aferrarse a un clavo ardiendo debe intentarlo.

"Si Susan pierde una buena vida porque yo no fui capaz de abrir las malditas piernas... Lo siento tanto señora Hamilton"

Dios la perdone pero Susan es su prioridad.

— Esperare, señor.

Súplica la rubia, tomando la mano del mayor.

— ¿Si?

María se humedece los labios.

— Suba conmigo, por favor.

Aquella petición extraña al ojiazul, pero el suave tacto de María le obliga a seguirla por escaleras de la construcción.

Un extraño revoltijo en su estómago le dan mala vibra. Comienza a pensar que debería irse cuando está frente a la puerta de del apartamento de la rubia.

María rápidamente abre la puerta de su "hogar" y obliga a Alexander entrar, tomándolo de la mano.

— ¿Do-dónde está su hija?

Balbucea Hamilton, con la esperanza de que María sólo le esté llevando a conocerla.

— Dormida, en su propia habitación.

Responde la más joven. El sexto sentido de Alexander se dispara, debe salir de ahí.

— Oiga, de verdad es tarde y debo irme.

Al momento de darse cuenta, está en la habitación de María, frente a la cama de esta. La rubia de piernas abiertas y su escote abierto, con una mirada entre suplicante y provocadora.

— Quédese.

Dice. Pide. Súplica. Ruega.

"Ayúdeme, no me abandone"

Hamilton traga saliva mientras enrojece. Este es el escenario que tanto temía que llegara, porque sabía sería incapaz de negarse.

Debería irse ¡Joder, debería! Pero esa apariencia indefensa, ese cabello rubio, ese tentador busto, esa apariencia indefensa, esa necesidad de ayudarla...

En el momento en que se encuentra caminado hacia la cama sabe que no puede decir no. Y en el momento en que los carmesí labios de María se posan sobre los suyos, sabe que cometió el error de su vida.

━━━━━━ •Flashforward• ━━━━━━

Alexander se calla luego de contar aquello, mirando su tasa vacía, moja sus labios mientras su pie, inquieto, golpea el piso.

Al tener el valor suficiente de levantar la mirada hacia John, se encuentra con que los ojos de este se encuentran más que abiertos, su boca está siendo cubierta por su mano y su expresión... mierda, Alexander no va a olvidar esa expresión jamás. Sorpresa, dolor, tristeza, decepción... todo aquello manchando tan tierno rostro

La mente de Alexander se encargaría de clavar la expresión de John en su corazón, cómo castigó a sí mismo.

— Engañaste a Elisabeth...

Dice John con un hilo de voz. Resumiendo aquel relato, como si acabara de asimilar ese hecho, cómo si no hubiera querido entenderlo.

— S-si.

Admite el menor, sintiendo que su rostro caerá de la vergüenza.

John trata de asimilar la situación mientras, lentamente, aparta la mano de su boca. Alexander... engañó a Elisabeth, aún cuando se casó con ella, aún cuando la amaba. ¿Por qué?

— La situación no acaba ahí.

Informa Alexander con pena.

"Joder, ¿Y ahora qué?"

— La situación poco a poco se fue convirtiendo en algo más y más grande. El esposo de María, James, se enteró del asunto y... me chantajeó para pagarle con tal de seguir acordándome con ella. Si no le pagaba... me delataría.

— ¿Y tú a-accediste?

Pregunta John con miedo pero también con algo de esperanza, esperanza a que la respuesta sea un "No"

— ...

El caribeño guarda silencio, gesto que John sabe cómo interpretar.

— Ay, Alex...

— ¡Lo siento! — Exclama con ojos cristalinos al oír esa voz cargada de decepción. — Estaba tan cansado y... acorralado. — Suspira. — Pero eso no es lo peor.

"¡Joder Hamilton! ¿No me puedo morir en paz?"

— A... al ver los gastos que tenía, muchos de mis rivales empezaron a lanzar rumores sobre que yo era corrupto. — Esculpe con rabia el pelinegro. — No podía permitir eso, Jack... tenía que defenderme, tenía que salvar mi legado, tenía que luchar todo por lo que había estado luchando, tenía q-

— Alexander. — John interrumpe sus excusas, tomándolo del brazo. — ¿Qué hiciste?

Mientras una lágrima cae por su mejilla, Alexander agacha la cabeza.

— Para desmentir esos rumores, publiqué un panfleto, desmintiéndolos... pero admitiendo mi adulterio.

Al terminar esa oración, Alexander siente la mano de Laurens alejarse. Lo mira. John luce cómo si no lo reconociera.

— Hamilton... tú...

La voz de Laurens se desvanece como agua en un desierto, no sabe que decir.

— ¡Perdóname Laurens! — Súplica cerrando sus ojos con fuerza, volviendo a bajar la cabeza. — Todo se fue a la mierda tan rápido que... ¡Agh! ¡Debería haber hecho caso a Betsey y descansar! ¡Juro que si hubiera estado con ella eso no habría pasado! ¡Lo siento John! ¡Lo siento! ¡Lo siento muchísimo!

Sin subir su cabeza, Alexander empieza sollozar. Aquel engañó fue el error más grande de su intensa vida. Jamás se lo perdonó y nunca lo haría. Nunca.

No puede culpar a Laurens si no le perdona, lo entendería.

Una gentil mano le toma de su humedecida mejilla para obligarle a mirar en frente.

— Alexander, no debes disculparte, porque yo no soy quien debe perdonarte.

— ...

— ¿Elisabeth te perdonó?

— S-si.

John da una sonrisa ladeada, aleja su mano.

— Pues de ella es la última palabra, ella era la encargada de decidir eso, nadie más.

Alexander observa a John incrédulo ¿En serio sólo eso va a decir?

— Ahora... — Laurens retoma la palabra. — Si preguntas por mi opinión...

"Oh, mierda, aquí viene"

— No lo apruebo, no me parece correcto. Sin embargo no soy quién para juzgarte. — Mira a Alexander a los ojos con empatía. — Puedo ponerme en tu posición. Te entiendo.

Esta vez Alexander es quien cubre su boca, conmovido por aquellas simples palabras por parte de Laurens. Siente un peso abandonar su espalda, cómo si John le hubiera sacado una gran cruz que venía cargando desde hace años. Nunca nadie le había dicho que comprendía su posición y que sean Laurens... joder...

— Gracias, Jack. — Toma la mano del ojiverde y la toma entre las suyas con todo el amor que siente por él. — Gracias de corazón.

Agradece sin dejar de llorar, besando la mano del mayor cómo si fuera su mayor tesoro. Tal vez lo sea...

— No tienes nada que agradecer, Alex. — John aparta su mano para limpiar las lágrimas del contrario. — Gracias a ti por ser sincero, tenía un lío en la cabeza y... el que me hayas dicho eso me ayudó a ordenar mis ideas.

El caribeño le mira con todo el cariño que siente. John le sonríe alegre.

— Ve a lavarte el rostro. — Pide John. — Te ves horrible cuando lloras.

Bromea, haciendo reír al más bajo.

— Tú te ves horrible siempre, tonto.

Retruca antes de ir al baño a lavar su rostro. La sensación del agua llevándose sus lágrimas es tan relajante, le ayudan a desestresarse.

Mientras mira su reflejo, sonriente, con alegría se da cuenta de que si John le perdonó eso no hay nada que les separe ya. Que el mundo les arroje lo que sea, ellos lo esquivaran juntos.

Vuelve a la sala igual de alegre, toma asiento nuevamente frente a su pareja.

— ¿Mejor?

Pregunta John.

— Mejor.

Asegura Alexander, haciendo sonreír a John.

Ahora el ambiente es mucho más relajado, lo único que se le ocurre a Alexander que podría mejorar esa noche, sería que hicieran el amor. Pero incluso si esa noche duermen abrazados, será perfecto mientras estén juntos.

— Así que... ¿Qué harás ahora?

Pregunta con voz curiosa el pelinegro. John lo mira de igual forma.

— ¿Qué haré?

Pregunta sin entender lo que Alexander quiere decir.

— Ahora que sabes... lo de tu vida anterior. ¿Piensas cambiar algo de tu vida actual sobre eso?

John asiente al entender la pregunta, humedece sus labios.

— Antes que nada, pedirte una disculpa. — Dice con voz sincera. — Fui una persona horrible contigo, te oculté cosas, fui frío... nadie merece esa clase de trato. Perdóname Alexander.

El menor sonríe.

— Está bien John, pasado pisado.

— En segundo lugar... ¿Recuerdas lo que te dije luego de que conociste a mis padres?

— Ajá.

Asiente el menor sin ocultar lo curioso que se siente.

— Yo sólo quiero lo que todo el mundo quiere: Ser feliz y sólo puedo serlo junto a las personas que quiero y que me quieren. — Repite el ojiverde. — Ni una palabra de eso ha cambiado, Alexander, esa seguirá siendo mi moral, nada la cambiará y, de hecho agradezco haber recordado, porque ahora sé que debo y que no debo hacer.

Hamilton sonríe alegre y satisfecho al ver que John y él piensan de igual forma.

— Tú lo dijiste. — Toma con su mano la del ojiverde.
— No podría estar más de acuerdo contigo, amor.

John, de inmediato, aparta su mano y carraspea su garganta, algo incómodo. Gesto que extraña -y preocupa- a Alexander.

— ¿Amor?

— Alexander. — Mira al aludido serio. — Voy a decirte algo y necesito que me escuches hasta el final.

— ...

Un mal presentimiento golpea el pecho de Alexander, pero aún así asiente. John respira profundamente, preparándose para lo que viene.

— Debemos romper.

[Reproducir para mejor ambientación]
Katawa Shoujo OST| Moment of decision

https://youtu.be/rPakd1q3Q8Y

Esas dos simples palabras aceleran el pulso cardíaco de Hamilton de sobremanera, creyendo que su mundo empieza a partirse en pedazos.

— ¿¡Q-qué?!

Pregunta con tristeza y horror mientras se pone de pie. John, ya habiendo predicho que esa sería la reacción de Alexander, se pone de pie también.

— Escúchame. — Pide el mayor. — Por favor.

No quiere, no quiere oír ni una palabra más de John. Sólo quiere abrazarlo, besarlo, que este le diga que lo ama, sólo quiere amarlo.

— D-de acuerdo.

Termina por acceder el menor, volviendo a sentarse sintiendo que las piernas le tiemblan. Tiene que escuchar lo que dice Laurens para poder rebatirlo.

John, agradece a Alexander su cooperación, y se sienta nuevamente. Deja pasar unos segundos de silencio que a Alexander se le hacen eterno.

—Alexander ¿Qué es el amor para ti?

Pregunta John.

— ¡Amor es lo que siento por ti!

Se apresura en responder el menor, tomando la mano del mayor, este suspira, Alexander no hará esto fácil.

— No... no me refiero a eso.

Dice mientras aparta su mano.

— ¿E-entonces a qué...?

— Alexander, amar a alguien para mi es dar lo mejor de uno mismo por alguien. Querer ser mejor para esa persona. Poder tragarte el jodido orgullo por el otro. Anteponer la felicidad del otro antes que la de uno mismo.

John hace una pausa para ver a Alexander.

— ...

Este luce triste y confundido.

— Y lo nuestro, Hamilton, no era eso. Era....disfuncional. Horrible. — Esas palabras se clavan en el corazón de Alexander como estacas. — Tú con otros amantes y yo siendo tan frío contigo, ocultándote cosas, siendo una persona tan... autodestructiva. Eso no es amor.

— Pero... yo te amo, y tú a mí... me lo dijiste.

John suspira.

— Alexander, esto no es amor, no uno sano al menos. Es algo destructivo, es dañino, es... — Alexander reza porque la siguiente palabra no sea la que él cree que será. — Tóxico.

Una grieta aparece en el corazón de Alexander al oír eso. Así es cómo Lafayette había llamado su relación con John hace tanto tiempo pero que sea el propio Laurens quien la llame así...

— John, bebé, estás cansado, eso es todo. —
Dice el caribeño con voz suave mientras se pone de pie y se acerca a él para tomar sus manos, agachándose a su altura pues el castaño permanece sentado. — Fue un día largo.

— No, Alexander, no es...

John se pone de pie. Alexander le sujeta dulcemente del rostro.

— ¿Quieres dormir lindo? — Sugiere Alexander mientras junta su frente con la de él. — ¿Eso quieres precioso?

— No, yo...

— Ya verás cómo mañana estás más despejado. — Dice mientras roza sus narices. — ¿Quieras que hagamos el amor?

— Hamilton, no hagas esto más difícil...

— Durmamos amor, durmamos juntos. — Intenta besar a John pero este no se deja. — Déjame amarte lindo, déjame amarte y estaremos bien.

— Alexander...

— Amor... Let me love you and we'll be alright

En el momento en que Alexander empieza a cantar esa canción, John siente que perderá los estribos.

— ¡Alexander, pará por favor!

Exclama poniéndose de pie, sobresaltando al menor.

— ...

El menor lo ve dolido por toda la situación.

— Hamilton, sé que es difícil aceptarlo pero lo nuestro era una relación tóxica. Cuánto antes lo admitas, será lo mejor. Sólo somos fuerzas juntas que se rompen.

— Pero nuestra relación actual...

— Todas las relaciones tóxicas empiezan bien.

Tal parece que John está empeñado en decir que su relación con Alexander es algo tóxico.

— Entonces ¿Qué quieres hacer?

Pregunta Alexander.

— Podemos quedar como amigos, si quieres.

Da una opción John, aunque preferiría sacar a Alexander de su vida, tiene el presentimiento de que si permanece a su lado, no podrá verlo sólo como un amigo. Alexander da una leve risa.

— Yo no esperé más de doscientos años para ser tu amigo, Jack.

— ...

El ojiverde guarda silencio, aunque Alexander lo nota algo tenso.

— Jack...

— ¡Deja de llamarme así Alexander! — Ordena ofuscado. — ¡No quiero tener nada que ver con esa vida anterior! Me hace sentir...

La voz del mayor desaparece en el silencio.

— ¿Qué te hace sentir?

El castaño suspira.

— Alexander, en el avión la pesadilla que tuve fue... sobre mí muriendo en mi anterior vida. — Esas palabras impactan en la gente de Alexander. — No sabes lo horrible que fue. Sentía tanta culpa, por ser una persona tan horrible y cada vez que te veo, Alexander, recuerdo todo eso. Me siento así.

— ...

— Recuerdo todo el daño que te hice a ti, todo lo que te oculté, lo frío que fui contigo. Y recuerdo... como te olvidaste de mí.

No...

— No, John, te equivo...

El mayor pasa las manos por su propio rostro para luego dar una triste sonrisa.

— Está bien, Alexander. — Toma al menor por los hombros con actitud amistosa. — Hiciste lo correcto, superaste una relación tóxica, cosa que yo no pude hacer. Ya no tienes que sentirte culpable por mi muerte, no fue tu culpa. Hiciste lo correcto al olvidarme.

No, John se equivoca.

— Laurens. — Alexander toma las manos del pecoso.
— Te reto a verme a los ojos y decirme que no ves el amor más puro que alguien ha sentido por ti.

— Alexan-

— Te reto.

John suspira y mira a los ojos de Alexander, pero no se concentra en sus orbes color chocolate. Si no que piensa, se hace una pregunta, la pregunta que suele hacerse cada vez que tiene dudas sobre alguien.

"¿Cómo sería mi vida sin él?"

¿Cómo sería su vida sin Alexander? En este caso la pregunta es fácil. Tiene una vida anterior para ayudarle a responderla. Alexander no sabe amar, sólo lástima a quienes quiere, no puede ser fiel. El hecho de que engañara a Elisabeth lo confirma. ¿John quiere a alguien así en su vida?

No.

— Discúlpame, Hamilton. — Aparta su mano con el semblante serio. — Pero sé de primera mano que tan fiel eres. No puedo estar con alguien que sólo ama bajo sus propios términos.

— ...

— Por favor vete.

Pide el mayor mientras le da la espalda. Alexander frunce el ceño.

— Entonces ¿Eso es todo? — Pregunta a la espalda del castaño. — ¿Vas a huir otra vez?

— ¡No estoy huyendo! ¡Estoy haciendo lo correcto! — Baja la voz. — Contigo en mi vida, yo no podría...

— ¿Qué? ¿No podrías qué?

Inquiere con voz firme.

— Alexander, cada que te veo recuerdo ese sentimiento. — Confiesa mientras se abraza a sí mismo y algunas lágrimas caen de sus ojos. — Ese sentimiento de ser olvidado, de ser sólo "uno más", de haber oído una falsa promesa de amor... Fue horrible, no quiero volver a sentirme así. Nunca. Nunca, jamás.

— ¿¡Y todas las cosas que tú me hiciste a mi?!

— Ya te dije que lo sien-

— ¡No quiero que lo sientas!

Le interrumpe el menor ofuscado.

— ¡¿Entonces qué quieres?!

— ¡Quiero que te importe! — Exclama Alexander enojado. — ¡Quiero que dejes de huir de tus problemas! ¡Quiero que dejes de decir "aquí queda esto" y empieces a decir que te quedas! ¡Quiero que dejes de decir que no necesitas a nadie para hacerte creer a ti mismo que te quieres! ¡Quiero que dejes de decir que no es para tanto porque para mí lo es!

— ...

— ¡Quiero que arregles el daño que me hiciste con tu muerte! ¡Quiero que juntes los trozos de mí que dejaste! ¡Quiero que me devuelvas la llave de ese pedacito de mí que me robaste! ¡Quiero que arregles esa parte de mí que quebraste!

— ...

John guarda silencio luego de que Alexander desnudó su alma para él.

— No puedo arreglarte, Alexander, no estás roto, no eres un espejo.

Si fuera William, tal vez, sólo tal vez John podría considerar la darle oportunidad... pero hablamos de Alexander, de una relación tóxica. Así que la respuesta es no.

El menor da una sonrisa amarga con los ojos cristalinos.

— Que fácil es decirlo. Qué fácil es romper a alguien y luego decir "Ahora constrúyete" — Mira a John con cierto enojo. — Sobre todo cuando no estás vivo para ver ese daño.

— Alexander, ya tomé una decisión: No quiero tener nada que ver con ese pasado. Me gusta mi vida actual y no quiero cambiarlo. Tu mismo lo dijiste, pasado pisado.

— Claro ¡Encontraste un lugar con el pasto más verde! — Vocifera el menor con una alegría falsa. — ¡Esta es tu recompensa porque hiciste lo que debías hacer! ¡Luego de tu valeroso sacrificio en el campo de batalla el mundo te compensó con una mejor vida! ¿Es bueno? ¿Aquí tienes todo lo que yo no te podría haber dado?

— Alexan-

— Espero que lo haya valido y que disfrutes de la recompensa por tu sacrificio. ¡Aquí eres libre de mí ser! ¿Por qué seguir aferrado a algo de tu horrible pasado si esta vida te ofrece algo mejor? ¡Lo siento! ¡Lamento que lo hayas pasado mal! Y lamento no ser suficiente...

En esa última frase la voz del peligro se apaga, haciendo sentir mal a John.

— Yo...

— ¡Qué bien que puedas dejar ir en pasado y decir ser alguien nuevo! No como yo... ¡Me quedaré callado y te dejaré ir! — Exclama usando otra vez ese tono sarcástico. — ¿Eso quieres John?

El castaño sacude su cabeza. No, no caerá en las trampas de Alexander.

— ¡Basta, joder! ¡Haces que me duele la cabeza! — Dice mientras toma los lados de su cabeza. — Desde... desde que llegaste, mi vida es un desastre. ¡Desearía no haberte conocido!

Exclama furioso, mirando a Alexander, pero al ver su expresión de sorpresa, sabe que cometió un error.

— Oh... — Murmura Alexander con voz indignada. — Que fácil es desear cosas ¿No? ¿Quieres jugar a desear John?

— Alex...

El mayor trata de hablar pero Alexander lo toma del cuello de su playera con cierta agresión, acercándose a él.

— ¡Pues yo desearía que no nos hubiéramos conocido en medio de una puta guerra! — John le mantiene la mirada, serio. — ¡Desearía haber logrado que te abras! ¡Desearía que no hubieras creído que estabas enfermo! ¡Desearía que no me hubiera destrozado tu muerte! ¡Desearía que no hubiera tenido que casarme para que descubrieras que me amabas! ¡Desearía que te hubiera llegado esa última carta!

No pasa desapercibido para Alexander que John se tensa con esa última oración.

— ...

— ¿Qué?

Pregunta relajando sus facciones y bajando la voz. John mira al suelo mientras tiene un breve recuerdo.

━━━━━━ •Flashback• ━━━━━━

Está a minutos de partir, se prepara para salir de la tienda, alistándose. La falta de sueño le está pasando factura, al igual que el simple desgano y pocas ganas de continuar.

— Coronel Laurens. — Una voz ajena irrumpe su soledad. — Tiene una carta.

El rubio suspira cansado.

— No estoy de humor para leer cartas, tirela

— Usted no entiende, Coronel. — Dice el joven soldado. — Alguien pagó mucho dinero porque esta carta le llegue lo más pronto posible.

Esa información atrae la atención del rubio.

— ¿En serio?

— Debe ser importante.

El menor mira el sobre que el joven le extiende, algo desconfiado pero termina tomándolo.

— Gracias.

Agradece con cortesía, el joven le sonríe y se marcha.

Laurens mira el sobre, siente un choque de emociones al ver el remitente.

Alexander Hamilton

Joder.

Siente su cara arder de vergüenza. Esa es la respuesta de Hamilton a aquella melosa despedida que le dio en su última carta.

El rubio sabe que eso estuvo mal, sabe que es una enfermedad, que Alexander está casado pero... no pudo evitarlo. Resignado, se dispone a abrir el sobre, pero se detiene.

— ...

Luego de un debate interno, John rompe el sobre con la carta adentro en varios trozos y los tira al suelo. Sin leerla.

Mientras sale de la tienda, les decida una última mirada hasta que voltea y sale de la tienda por última vez en su vida.

━━━━━━ •Flashforward• ━━━━━━

— John. — El ojiverde traga saliva. — ¿Qué sucedió con esa carta?

— Na-nada, no me...

— Dime la verdad, por favor.

John, resignado, accede. Le debe sinceridad a Alexander después de todo.

— La carta si me llegó, Alexander, pero no la leí.

Esa información sacude la realidad del caribeño.

— ¿P-por qué no? ¿No tuviste tiempo?

— N-no. Simplemente no quería leerla.

El corazón de Alexander comienza a caerse en pedazos. John ¿No quiso leer esa carta donde Alexander le entregaba su corazón?

— ¿Por qué n-no?

Pregunta esperanzado a que de una buena respuesta y no una que le destroce aún más.

— Es que... ¿Qué ibas a decirme? "Querido Laurens, te escribo para recordarte que estoy felizmente casado" "Querido Laurens, te informo que tengo un nuevo amante"

— ...

Alexander no puede creer lo que está escuchando. Ni siquiera haber entregado todo su ser fue suficiente para Laurens.

— No quería... seguir leyendo tus cartas. Me dolían.

Esa es la explicación de John da. Así es él.

Alexander siempre estuvo consciente de sus propios fallos y los de John pero siempre eligió ver las cosas buenas en su relación. Pero John no es así.

El caribeño aprieta la playera negra del mayor, mientras baja la vista.

Alexander recuerda todo. John recuerda lo que le conviene.

— Pues vete con William entonces.

Murmura entre dientes, con la vista baja. Al ojiverde se le hiela la sangre.

— ¿Sabes lo de...?

Alexander le suelta con brusquedad, mirando al ojiverde con enojo, cansancio y lágrimas en sus ojos.

— ¡Vete a la mierda John Laurens!

Olvidándose de sus maletas, Alexander se voltea hacia la puerta. Sin dudar ni un segundo, la abre y sale de ahí. Dejando a John sólo con el eco del brusco portazo con el que cerró.

John mira la puerta, sin saber muy bien qué sentir.

Eso pudo haber salido mejor

"Joder, cállate"

Dispuesto a olvidar el tema se dirige hacia el baño para darse una ducha. Sin saber que eso solo fue el inicio de una muy larga noche.

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