𝟐𝟕-𝐄𝐠𝐨𝐢𝐬𝐭𝐚
━━━━━━ •S. XXI• ━━━━━━
La mente de Alexander se había detenido de sólo oír esas palabras, de escuchar el nombre de ese condenado Estado, fue cómo sí le hubieran dicho la fecha de su muerte.
— Te pusiste pálido. — Señala John. — ¿Qué pasa?
— ¿Ca-Carolina del Sur?
— Si. — Responde John ligeramente extrañado ante la actitud de Alexander, aunque sin borrar su sonrisa. — ¿Qué te sucede Alex?
¿Qué "Qué sucede"? Sucede que John irá al mismo Estado en el que murió hace más de doscientos años. Ya había mencionado que deberá hacer un viaje ahí, pero con todo lo que había estado sucediendo últimamente, se le había borrado de la mente hasta ahora.
— ¿Po-Por qué debes ir?
— Tengo familiares ahí. — Explica el ojiverde. — Debo ir a verlos por asuntos con e-
— ¿No pueden ir tus padres?
El menor le interrumpe sin calmarse ni un poco, actitud que empieza a inquietar a Laurens.
— Es que suelo ir yo desde hace un tiempo, me gusta verlos y volver a Carolina del Sur.
— Pero... si no es estrictamente necesario ¿Por qué ir?
El rostro del pecoso ahora porta una mueca que no sólo muestra confusión, sino una ligera molestia.
— ¿Qué sucede contigo? — Cuestiona el pecoso algo irritado. — ¿No quieres que vea a mi familia?
— ¡No! ¡No es eso! — Se apresura en negar Alexander para que John no se haga una idea incorrecta. — E-es que...
— Te ofrecí venir conmigo ¿Cuál es el problema?
"El problema es que no quiero que mueras ahí... otra vez"
Alexander humedece sus labios, cada vez nervioso. John está en todo su derecho de ir pero... ¡Carajo! ¡Piensa Hamilton!
— Es que...
— John. — Martha interrumpe la conversación. — ¿Podrías trabajar?
Pide con voz amable pero firme, recordando a ambos que se encuentran en el trabajo del pecoso.
— Claro. — Se vuelve hacia su pareja. — Hablamos luego ¿Si, cariño?
Alexander no tiene más opción que asentir, resignado.
— Claro, te veo a la salida de tu trabajo.
— Gracias por las flores.
Agradece antes de dar un último beso a Alexander, para luego desaparecer por la puerta de empleados, guardaría las rosas para luego llevarlas a su casa.
Alexander lo observa marcharse, suspira con pesar. Si no es una cosa es la otra ¿Cuándo podrá ser feliz junto a John sin ningún obstáculo? Se dirige a la salida.
Cuando Martha vuelve de atender unas mesas, Lafayette la nota algo decaída.
— ¿Estás bien?
— Si, si, sólo...
La expresión de la rubia delata algún malestar o dolor. Lafayette no tarda en hacerse una idea
— Es... ¿Uno de esos días?
Pregunta el francés con cierto cuidado. Martha asiente mientras desvía la mirada.
Lafayette se apiada de su amiga, pese a que Martha no tiene los típicos cambios de humor que otras amigas suyas presentan, sabe que ella no se libra de aquellos dolores. Martha le ha dicho que, para que se haga una idea del dolor de los cólicos, se imaginara como se sentiría que le patearan los huevos desde el interior. Se estremece con esa sola idea.
— Ve a casa.
Ordena el francés de inmediato. Martha lo mira extrañada.
— Pero estoy en el trabajo y hoy me toca limpiar a-
— Yo te cubro.
Asegura Lafayette con la mirada tranquila por lo que Martha, sin mucha más protesta, se dirige a sacarse el uniforme en la sala de empleados.
— ¿Estás seguro?
Pregunta cuando vuelve con ropa más casual, con una chaqueta en de color azul, la cual le queda algo grande por lo que nota Lafayette.
— Claro, es lo mínimo que puedo hacer aparte de pelearme a puñetazos con la Madre Naturaleza.
Martha suelta una risita, que enternece a Lafayette. Él siempre ha visto a Martha como una hermana, siendo él alguien racional y en muchas ocasiones la voz de la razón, la rubia logra sacar su lado infantil y ponerlo a discutir o reír por tonterías, nunca se ha cuestionado el porqué pero desde que ha recuperado sus recuerdos de su vida anterior, ha entendido el porqué...
— Nos vemos mañana, juro que estaré mejor.
Promete la rubia para luego voltear y dirigirse a la salida del local, dejando ver a Lafayette que su chaqueta tiene una inscripción en francés, inscripción que se le hace familiar a él.
— ¡Esa chaqueta es mía!
Exclama el francés ofuscado, sorprendiendo a la joven.
— Tú me la prestaste un día en el que yo no tenía una ¿Recuerdas?
Argumenta la rubia, volteando a verlo de nuevo.
— ¡Eso fue hace meses! ¡He estado buscándola como loco!
— Me queda mejor a mí.
Dice la rubia con voz apenada, tratando de convencerlo de que no se la quite.
— ¡Eso no quita el hecho de que sea mía! ¡Dámela!
— Te la daré cuando invites a salir a Adrienne. — Intenta llegar a un acuerdo. — ¿Trato?
— ¿Qué trato ni que trato? ¡Sólo estoy exigiendo lo mío!
— A-adiós Laff.
Viendo que tiene las de perder, Martha opta por una retirada estratégica.
— ¡Ladrona!
Logra gritar el francés antes de que su amiga salga por la puerta del local, de no ser por la confianza que se tenían tal vez habría llamado a la policía.
━━━━━━ •S. XVIII• ━━━━━━
La batalla de Yorktown ha llegado a su fin, luego de una gran guerra las cadenas de Estados Unidos se han roto y se ha constatado cómo un país libre.
John se encuentra apartado de toda la celebración, no está de humor para celebrar, hace poco había recibido una noticia que le había dejado... no muy bien.
Alexander ve a John desde la lejanía, el rubio se encuentra sólo. Toma una respiración profunda y se acerca a él.
— Hola.
El rubio voltea, algo sobresaltado. Al ver el tierno rostro de Alexander siente un sin fin de emociones: Alegría, nervios, melancolía... culpa.
— Hola.
Saluda con una leve sonrisa ladeada, intentando no bajar la vista hacia la mano derecha de Alexander.
Desde que John llegó a Yorktown habían estado más que atareados con el tema de la guerra, este es el primer momento de privacidad que tienen desde que Alexander se marchó de Filadelfia.
Ambos hombres miran hacia el cielo, el cual muestra señales de que empieza a anochecer, se quedan sentados uno junto al otro, a una distancia prudente. El ambiente entre ambos es un gran contrataste con la celebración por la libertad del país que ocurre no muy lejos, es serio, como si hubiera un vacío entre ellos.
"¿Cómo digo esto?"
Piensa Alexander, buscando cómo tratar el tema ¿Cuál tema? Pues él quiere que John se le una en Nueva York, quiere que estén en la misma ciudad... juntos. Lejos de los peligros de las batallas posteriores de la guerra, otras personas podrían ocuparse de eso pero ese no es el lugar de John.
— Así que... la guerra acabó.
"Oh, sí, que gran comienzo Hamilton"
— Así parece.
Se limita a responder John con esa característica tranquilidad y neutralidad en su voz. Alexander nota la distancia entre ambos, no en sentido literal, sino... sentimental. Tal vez él sea el culpable de aquello, pues en comparación con antes sus cartas al rubio ya no eran tan afectivas. Sacude su cabeza.
"Céntrate Alexander"
— Y... Imagino que irás al Congreso ¿Verdad?
Decide empezar así, dando por hecho que John iría a Nueva York, es lo más lógico ¿No? Sin embargo John no parece opinar igual pues observa a Alexander extrañado.
— ¿Por qué iría yo al Congreso? Ya lidie con bastantes diplomáticos en Francia.
Dice esto último algo molesto, como si estuviera culpando a Alexander de su estadía en Francia, pues fue el pelirrojo quien le persuadió de aquello.
— Es que ahí podrás hacer oír tus pensamientos anti esclavistas y...
— Pffft, ya, al Congreso le importará mucho aquello.
Dice John con obvio sarcasmo en su voz.
— Bueno, no será fácil pero la guerra ha terminado ¿Qué mejor lugar que ir ahora que Nueva York?
John observa al pelirrojo cómo si acabara de decir que la Tierra es plana. ¿Nueva York? ¿Por qué iría él ahí?
— Si, Alexander, la guerra terminó pero no la esclavitud, no puedo darme vacaciones.
— ¡No serían vacaciones, John! ¡La guerra acabó! ¿¡Cuál es el punto en seguir arriesgando tu vida tontamente!?
Adivinen quien volvió a hablar de más... ¡Exacto! ¡Alexander Hamilton!
— ¿Seguir arriesgando mi vida tontamente Alexander? — Inquiere John mientras se pone de pie.
— Tal vez tú lo veas así pero yo no, dime una sola cosa que haya en Nueva York para mí.
"Yo, por ejemplo"
— ¿Entonces qué vas a hacer?
Inquiere Alexander mientras se para.
— Regresaré a Carolina del Sur.
La guerra ya ha acabado, el país es libre y ¿Ese es el "gran futuro" que John ve? ¿Volverá a donde estaba en plena guerra?
— Pero... ¿Por qué no quieres ir a Nueva York?
Los orbes del rubio se dirigen hacia la mano derecha de Alexander, donde este porta su anillo. Ir a Nueva York sería presenciar en primera persona el feliz matrimonio de Alexander, John no podría soportar aquello.
— Tengo... otras responsabilidades.
Se limita a decir Laurens. Alexander arruga el entrecejo.
— ¿Responsabilidades? ¿Vas a hablar de eso ahora? Si quieres hacerte cargo de tus responsabilidades vuelve a Londres para hacerte cargo de tu hija y ve a ver a tu esposa.
John aprieta los dientes, sus ojos se abren de una manera exagerada producto de la rabia, aprieta sus puños con tanta fuerza que sus nudillos comienzan a tornarse blancos.
— ¡No hables de Martha! Para que sepas ella está...
Se detiene, dudoso de si debería continuar, extrañando a Alexander.
— ¿Qué? ¿Ella está qué?
John traga saliva, recordando esa carta.
━━━━━━ •Flashback• ━━━━━━
Hace apenas unos días él había llegado a América, se encontraba en Nueva York de manera temporal cuando recibió una carta de su hermana.
Algo en aquel sobre de papel le daba un mal presentimiento increíble a John, sin saber por qué. Está a punto de llamar a William para que le haga compañía mientras la lee pero recuerda que está en un hotel en Nueva York, no en Filadelfia.
Suspira. Extraña a su amigo.
Resignado, abre el sobre. En el momento en que ve la carta algo manchada y la caligrafía de su hermana, sabe que algo no está bien. Patsy suele cuidar mucho su caligrafía pero esta vez no se ve así. ¿Qué ha pasado?
Mí querido hermano:
Te escribo con la terrible desgracia de tener que darte una horrible noticia.
Permíteme explicarme, en el momento en que nos enteramos de que tú te encontrabas en Francia, Martha solicitó ir a verte junto con la pequeña Frances, yo ofrecí acompañarla debido a que Martha no se encontraba en su mejor estado. Por desgracia en el momento en que llegamos a París, tú ya te habías marchado.
Sin embargo esto no acaba ahí, la salud de Martha empeoró considerablemente, no se recuperó, en el momento en que te escribo esto ella se encuentra descansando en paz. Ella falleció en Francia.
Frances se encuentra bajo mi cuidado, espero que puedas desocuparte y venir a verla.
M. Laurens
La carta acaba sin despedida alguna.
John traga pesado, aunque siente su saliva tan espesa que cree que podría ahogarse, es demasiada información en tan corto comunicando. Martha intentó verle en Francia y ahora, ella está...
Suelta la carta y empieza a retroceder, sin saber porqué, hasta chocar con la puerta de su habitación, se sienta en el suelo, sintiendo un nudo en su garganta y estómago. Se ha puesto más que pálido.
Martha, su esposa, su amiga, la madre de su hija...
Al percatarse de que está empezando a sollozar cubre su boca con su mano.
Culpa.
Culpa por lo horrible que fue con Martha. Por el golpe, por haberle hecho creer que serían una familia, por haberla abandonado.
— D-Dios... — Su sollozo roza el aire. — Martha, Martha lo siento... lo siento tanto.
¡Eres una persona horrible!
Esas fueron las últimas palabras que ella le dijo... tal vez tenga razón.
━━━━━━ •Flasforward• ━━━━━━
— John.
El pelirrojo atrae la atención del rubio que mantiene la mirada perdida.
— Y-yo...
John se pone nervioso, lo que extraña a Alexander.
¿Qué haría Laurens ahora? Podría decirle, podría decirle la verdad.
— Alex, ¡Martha está muerta!
Diría John, lo que horrorizaría a Alexander.
— ¿Q-qué?
Tartamudearía el menor, sólo como alguien tan sensible podría hacerlo.
— Está muerta, Hamilton. — Repetiría John con voz firme. — Mi esposa está muerta.
Esa información estremecería a Alexander, se sentiría horrible por lo que dijo anteriormente, sus ojos se cristalizarían, se sentiría una persona horrible.
— Dios... John, lo siento, no lo sabi-
— ¡Por supuesto que no lo sabías! — Lo interrumpiría John. — No sabes nada sobre mí pero sigues insistiendo en que lo haces ¡Ya para!
Gritaría John molesto. Luego se iría, dejando a Alexander ahí, ganando un punto más en ese juego de "Quien lástima más al otro"
Podría, podría hacer eso.
— Na-nada, olvida lo que dije.
Pero no lo hará. ¿Por qué? Por una razón muy simple: Respeto. Respeto hacia Alexander y respeto a la que una vez fue su amiga.
— ¿Cómo qué "nada"? Ibas a decir...
— Volviendo a lo de antes, Hamilton. — John desvía el tema. — Volveré a Carolina del Sur, no hay más que discutir. En el Congreso nadie me escuchará, lo mejor que puedo hacer es seguir luchando a mi modo, en el campo de batalla.
Alexander mira a John muy serio. En otro tiempo, él habría tratado de convencerlo, habría sido directo, habría dicho "John, quiero que vengas al Congreso conmigo. Quiero que estemos juntos, en la misma ciudad"
Pero no esta vez.
— A veces creo que eres un caso perdido, Laurens.
Alexander no seguirá insistiendo, ya no seguirá rogando, es inútil. Si John insiste en morir en una batalla, pues allá él, Alexander no estará ahí para cuidarlo.
John le mantiene la mirada unos segundos, no dice nada, simplemente se marcha. Un asfixiante dolor le presiona en el pecho a cada paso, pero debe resignarse, pues Alexander es el Sol y él es la Luna... y esos astros no pueden estar juntos.
— Me encantan los finales felices.
La sarcástica voz de Lafayette le toma de sorpresa, quien no sólo parece haber oído toda su conversión, sino que no parece nada feliz por ello. El rubio da un suspiro.
— Hola Laff.
— No me llames así John.
Le pide con voz sería el francés.
Si el ambiente entre Laurens y Alexander era melancólico, entre John y Lafayette es hasta incómodo podría decirse.
— Imagino que volverás a Francia ¿No?
— Así es... confió en que esta revolución motive al pueblo francés.
El silencio se hace presente, aunque John no tarda en darse cuenta de que Lafayette quiere preguntarle algo en particular.
— ¿En serio no irás a Nueva York?
John rueda los ojos.
— ¿Por qué todos asumen que eso haré?
— Es que es lo más lógico que podrías hacer eso o...
— ¿O?
Lafayette humedece sus labios, nervioso.
— ¿Qué ibas a decirle a Alexander sobre Martha?
John se siente nervioso, el corazón se le acelera con sólo oír ese nombre.
— Son... cosas personales, Lafayette.
— ¿No crees que él tiene derecho a saberlo? ¿No le ocultaste ya lo suficiente?
John frunce el ceño.
— Que fácil es opinar siendo un tercero ¿Eh?
— Que fácil es huir de tus problemas ¿Eh? ¿O qué? ¿Vas a volver con tu esposa pero no tienes los huevos de decirle a Hamilton?
John aprieta los dientes, empieza a perder la paciencia.
— Tú no sabes nada Lafayette.
Espeta, volteando para irse y poner final a aquella conversación antes de que perdiera los estribos pero el agarre en su brazo se lo impide.
— Creo saber lo suficiente John. ¿Vas a seguir ignorando a tu espo-?
— ¡Lafayette, Martha está muerta!
Exclama John, con ojos furiosos, volteando a ver al francés y en el momento en que ve su rostro transformarse por la sorpresa se percata de lo que dijo.
— E-ella... ¿Qué?
Pregunta soltando el brazo del americano, quien suspira.
— Ella... falleció en Francia, intentó encontrarse conmigo ahí pero... yo me fui antes de eso, no tenía ni idea de que ella haría algo así, la subestime... no vivió mucho más luego de aquello.
El francés empalidece con esa información y más aún al notar como ha afectado aquello a John, se nota que está siendo sincero.
— Mi-mierda... John, lo siento, lo siento mucho, no...
— Está bien, no lo sabías.
Lo corta Laurens sin verse mucho más animado.
Ahora Lafayette entiende el porqué el rubio ha elegido no decir aquello a Alexander, de seguro le mintió a Hamilton sobre ir a Carolina del y volvería con su hija.
— Así que, supongo que volverás a Londres ¿No?
John enarca una ceja.
— ¿Por qué piensas eso?
— Bueno, ahí tienes una hija y... en estos momentos lo eres todo para esa pequeña, ella perdió a su madre.
John suspira mientras revuelve su cabello.
— Tal vez pero... no puedo hacer eso.
Las facciones de Lafayette se tiñen de sorpresa y una ligera molestia.
— ¿Por qué no? Ella es tu hija.
"Y tu bien sabes lo que es perder una madre"
¿De verdad John va a abandonarla?
— Lo sé pero... hay otras personas que me necesitan, personas sin voz. Ella está bien, está con mi hermana, los esclavos me necesitan, Lafayette. No puedo...
El rubio es interrumpido por una risa, la risa de su amigo, quién se está carcajeando cómo si hubiera oído el menor chiste del mundo.
— ¿Qué? — Pregunta John molesto con la idea de que Lafayette se esté riendo de él. — ¿De qué te ríes?
— ¡De ti! — Responde Lafayette entre risas. — ¡Me rio para no llorar! Eres una jodida ironía andante Laurens. Aún no entiendo como alguien con ideales tan adelantados como los tuyos es tan... Dios...
— ¿Qué? — Inquiere John. — ¿Tan qué?
— Tan... egoísta.
John hace una mueca de disgusto ante ese calificativo.
— ¿Egoísta? ¿Por qué? ¿Por anteponer las necesidades de otros menos afortunados a las mías?
— ¡No! ¡Porque no te importa lastimar a quien sea! ¡Te excusas con un "Yo soy así"! Dices lo que tienes que decir, actúas como tienes que actuar sin importarte quien esté en tu camino ¡Aplastas y dejas atrás a quien sea necesario!
Algo en esas palabras parece haber irritado a John de sobremanera.
— ¿Qué esperas que haga? — Pregunta con voz baja.
— ¿Qué cambie? ¿Qué me arrodille a pedir el perdón de Alexander? ¿Qué llore desconsolado sobre la tumba de Martha, rezando por que su espíritu me perdone? Pues eso no va a pasar.
— ...
Lafayette le mantiene la mirada.
— Tal vez tienes razón, Lafayette, tal vez soy egoísta pero te tengo noticias: No voy a cambiar. Ni por ti, ni por Hamilton, ni por Martha, ni por mi hija, ni por nadie más.
El francés niega con su cabeza.
— Ni todo el honor del mundo cambiará la mierda de persona que eres, John.
Siente compasión por Martha, quien tuvo que soportar a Laurens y estar atada a él.
John ignora ese último comentario, aunque si había dolido, y se va.
A veces creo que eres un caso perdido, Laurens
Debe sobreponerse, continuar con su vida tal y cómo Hamilton lo está haciendo.
Sin embargo... John comienza a cansarse, cansarse de la vida, de tener que seguir luchando cada día, soportando golpe tras golpe y cada vez el deseo de rendirse es más y más fuerte.
No sabe cuánto tiempo más podrá soportar.
Esa fue la última vez que él y Alexander se vieron.
━━━━━━ •S. XXI• ━━━━━━
— De verdad son hermosas, Alex. — John acomoda las rosas en un florero con agua de forma cuidadosa. Voltea a ver a su pareja pero lo encuentra con una expresión pensativa. — ¿Qué pasa, bebé?
Pregunta con voz atenta mientras se acerca al caribeño.
— Es por lo del... viaje.
— Alex, debo ir, ya está todo arreglado. — Explica Laurens. — No lo entiendo ¿Por qué no quieres que vaya? Yo nací ahí ¿Sabes?
"Y también moriste ahí"
El caribeño, nervioso, piensa una excusa que explique su comportamiento.
— Yo... hace un tiempo perdí a alguien que hizo un viaje ahí, Laurens. — Dice, aunque no es una mentira.
— Yo... le quería mucho, mucho y su ausencia me marcó demasiado, me sentía vacío... como si esa persona se hubiera llevado un trozo de mí. Él era mi mundo y... perderlo fue... — Su voz empieza a quebrarse. — Fue...
Esa información es nueva para John, no se esperaba nada de eso.
— Alex, yo no...
— No quiero que eso vuelva a suceder. — Mira a John con ojos melancólicos. — No contigo...
"No quiero volver a perderte"
John lo mira con empatía. Toma las caderas del menor y esconde su rostro en el hueco entre su cuello y hombro.
— No me va a pasar nada, cielo. — Asegura, estremeciendo a Alexander con su aliento al chocar contra su piel. — Me quedaré poco tiempo, tu irás ahí conmigo y si estoy junto a ti nada me va a pasar y si llega a suceder algo, tienes mi palabra de que usaré cada rastro de fuerza en mi ser para salir de esa.
Promete John mientras empieza a balancearse junto a Alexander, bailando un suave valls
La suave voz de John rozando su piel, junto con esos leves movimientos por parte de su novio logra calmar a Alexander, abraza a John sintiéndose más calmado.
— De... acuerdo.
"Por favor... que no pase nada"
[...]
En un par de días ambos partieron hacia Carolina del Sur. Fue un vuelo de un par de horas que a Laurens se le hizo más que corto pero que a Alexander le pareció una tortura pues el caribeño no dejaba de imaginarse catastróficos escenarios en el avión que, por fortuna, no sucedieron. Pese a que su sentido común insistía en que ningún accidente ocurriría, pues los accidentes es aviones son casos de lo más extraños, su paranoia no dejaba de jugarle trucos.
La llegada al hotel fue tranquila y el desempacar fue ligero pues no llevaron mucho. Alexander nota que la habitación tiene dos camas, aunque está seguro de que con una les bastara.
— No nos quedaremos mucho tiempo. ¿Verdad?
Pregunta Alexander algo nervioso mientras desempaca.
— No, si quieres nos iremos apenas termine con lo que debo hacer.
Lo calma John. Él hubiera insistido en quedarse un tiempo más pero decide mostrarse comprensivo teniendo en cuenta lo que Alexander le había contado.
¿Quién habrá sido aquella persona que Alexander había perdido? Cuando habló de él se notaba un inmenso amor y nostalgia en su mirar... ¿Habrá sido un amigo? ¿Alguna pareja? ¿Algún familiar?
El sonido de un video llamado le saca de sus pensamientos, saca su portátil y sonríe al ver que es su madre.
— Alex, ven. — El caribeño obedece, se sienta junto a él en la cama. — ¿Quieres conocer a mis padres?
— ¿T-tus padres?
Tartamudea nervioso. Los recuerdos del estricto padre de Laurens en el pasado le dan escalofríos.
— Es lo justo, yo ya conocí a tu madre.
Explica John.
— Pe-pero eso fue un incidente y...
John no le deja terminar su oración, presiona un botón en su portátil, atendiendo la llamada.
En la pantalla aparece una mujer de rostro amable, con pecas y ojos marrones. Su cabello era liso y castaño pero se nota el parecido con John.
— Jack, cariño ¿Llegaste bien?
— Si, mamá. — Responde el de cabello rizado con una sonrisa y voz cálida. — Por cierto, él es Alexander.
— Ho-hola.
Saluda el caribeño con una sonrisa tímida.
— ¡Lexi! — La sonrisa de la mujer se extiende. — Jack nos ha hablado mucho sobre ti, eres tan guapo como él te describía.
— ¡Mamá!
Reclama Laurens avergonzado, causando una leve risa en Alexander ¿Así habrá sido la relación de John con su madre en el pasado?
— ¿Hablas con Jack, Eleanor?
Esa voz al otro lado de la pantalla hiela la sangre de Alexander, Eleanor era una cosa pero Henry...
— ¡Hola papá!
Saluda John de manera animada, sin ninguna clase de miedo...
La lógica de Alexander entra en juego, si el conocer a sus padres fuera un problema habría buscado retrasar dicho evento.
Alexander ve frente a él a un hombre de ojos verdes, cuyo cabello es corto y enrulado, castaño también, no se parece nada a la imagen de Henry que se imaginaba... se ve como una persona normal, relajada.
— Jack ¿Cómo estás hijo? — Pregunta con tono cortés para luego dirigir su vista a hacia el caribeño. — Tú debes ser Alexander ¿Verdad?
— S-sí señor.
Responde nervioso Alexander, causando una risa en la pareja al otro lado de la pantalla.
— No tienes por qué estar nervioso, pareces un buen chico, Alex. ¿Puedo llamarte Alex?
— S-si.
Pese a que el ambiente es relajado, Alexander no deja de sentirse algo tenso.
— Nos encantaría conocerte en persona alguna vez, Lexi.
Agrega Eleanor. A lo que Alexander asiente mientras John sonríe viendo que sus padres y Alexander se llevan bien, aunque él ya esperaba eso, por como reaccionaban cada vez que él mencionaba al caribeño.
Luego de hablar por unos minutos más, los padres de John se despiden. Pese a que fue una charla corta, dejó a Alexander mentalmente agotado, se recuesta en la cama mientras suspira, aliviado.
— Oh, por favor, no fue tan malo.
Le dice John al ver su reacción.
— No, pero me lo esperaba mucho peor.
Admite mirando al techo.
John sonríe y se recuesta junto a él.
— ¿Qué habrías hecho si no les hubieras agradado?
— Pues... mi relación es contigo, no con ellos. — Rie Alexander. — No quiero sonar agresivo pero... no me habría importado, aunque me alegra caerles bien. — Laurens asiente. — ¿Y tú? ¿Qué habrías hecho si no les agradaba?
— Mmmmm... — John medita. — No me habría rendido hasta que lo hicieran, hasta que vieran lo maravilloso que eres.
Alexander se sonroja.
— ¿D-de verdad?
— En serio, Alex. Yo sólo quiero lo que todo el mundo quiere: Ser feliz y sólo puedo serlo junto a las personas que quiero y que me quieren, así que... no habría descansando hasta que te aceptaran.
Esa respuesta enternece a Alexander, atrae a John tomando su rostro para besarlo dulcemente.
Todo esto es demasiado perfecto, es incluso más de lo que podría haber soñado vivir junto con Laurens. Las cosas están bien así, aunque le encantaría que John recuerde...
De pronto Alexander se percata de que tiene al castaño encima suyo, con una mirada dulzona en sus iris verdes.
— Ahora me arrepiento de no haber pedido una cama matrimonial.
Musita John acariciando los labios de Alexander con los suyos.
— Pero no estamos casados, John... aún
Mientras los labios de su novio se deslizan sobre su cuello, Alexander piensa que esta vida es hermosa, que incluso si John no recuerda nunca, estaría bien mientras estén juntos.
━━━━━━ •S. XVIII• ━━━━━━
— ¿Quieres más té querido?
Pregunta la joven Schuyler a su esposo, mientras juegan ajedrez en la sala de su casa poco antes de irse a dormir.
— Claro, Betsey.
Asiente el pelirrojo mientras estudia el tablero de ajedrez. Aún recuerda cuando Elisabeth le pidió que le enseñara a jugar, es increíble como ha aprendido y lo buena que se ha vuelto en ese juego.
Había pasado cerca de un año desde que la guerra acabó y por primera vez en su vida, Hamilton puede decir que tiene una vida buena y estable. Tiene un buen puesto trabajo en el Congreso con el presidente de su lado y hace poco había nacido su primer hijo a quien habían nombrado Philip en honor al padre de Elisabeth.
Y de Elisabeth poco hay que decir que Alexander no haya dicho ya, es la mujer más maravillosa y cálida que el joven pelirrojo haya conocido, posee una luz única que sabe cómo avivar las luces de otras personas.
Elisabeth es más de lo que Alexander creyó merecer en toda su vida, siente que ha encontrado su calma en el huracán de la vida, es cómo una inocente criaturita de luz que había escapado de algún cuento de hadas. Los hermosos ojos negros y los labios color coral de Elisabeth le habían dejado indefenso.
— Jaque mate.
Exclama victoriosa la joven esposa mientras su alfil amenaza al rey de las fichas blancas.
— Nada de "Mate" puedo salir de esta.
Asegura el pelirrojo con seguridad, Elisabeth simplemente permanece sentada a esperar que su esposo admita su derrota.
Hamilton estudia el tablero desde todos los ángulos posibles, buscando una salvar a su ficha pero no logra ver nada, suspira, ha perdido.
— Me tienes contras las cuerdas Betsey.
Admite con un toque de humildad en su voz que sólo usa con ella. Con todo el mundo Alexander eleva su escudo, trata de parecer fuerte pero sabe que con su Eliza eso no es necesario, puede desnudar su alma y corazón sin ninguna preocupación.
— Aprendí cómo derrotar a un rey del mejor, querido.
Retruca la mujer con astucia mientras se cruza de brazos.
Oh si, esa es otra cosa que Alexander adora de su esposa, su inteligencia, se nota que Eliza es una mujer que disfruta de la lectura y eso se ve reflejado en su actitud diaria, no teme mostrar su inteligencia y astucia.
Las suaves manos de la Schuyler acarician las de su esposo. Cada vez que ella hace eso Alexander puede sentir como sus manos también acarician su corazón. Sólo las gentiles y calidad manos de Eliza pueden tocar el corazón de Hamilton sin dañar tan frágil posesión, sólo sus manos pueden atesorar el alma de Alexander como es debido, sin dañarla más de lo que ya está.
Elisabeth es justo lo que Alexander lleva necesitando toda su vida. Eliza es quien Alexander necesita.
De vez en cuando Hamilton recuerda el motivo por el que se casó con tan bella mujer: Por intereses, por su posición, por el apellido de Elisabeth. Y eso sería una mancha en su conciencia que nunca podría borrar y de la que nunca dejaría de sentirse culpable.
El llanto de un bebé resuena por el hogar de la pareja.
— Oh, Philip...
— Yo me encargo, Liz.
Dice Alexander mientras se pone de pie y se dirige hacia la habitación de su pequeño. Eliza le sigue la mirada, sus ojos rebosan de amor con sólo verlo.
A veces a Eliza le gusta jugar consigo misma a adivinar en que está pensando su marido pues sólo
Dios sabe que habría en aquella cabeza.
Ten cuidado con ese, amor. El hará lo que sea para sobrevivir
Había dicho su hermana, aunque Eliza aún no ha logrado descifrar el significado de esas palabras ¿Qué habrá querido decir?
— ¿Qué pasa campeón?
Pregunta Hamilton entrado en su habitación, pues el pequeño Philip aún duerme en la misma que ellos, acercándose a la cuna.
El llanto del pequeño se detiene al ver a su padre, lo que le provoca una sonrisa a este. Philip tiene la costumbre de llorar por atención, cosa que, según Eliza, había sacado de su padre.
El ojiazul carga al bebé entre sus brazos, arrullando al pequeñito, contando sus pequitas y peinando sus cabellos, disfrutando de ese olor a bebé tan característico.
Philip suelta una risita que hace temblar de ternura el interior de Hamilton ¿En serio aquella cosita es su hijo?
Cuando vio a su primogénito por primera vez, Alexander se prometió que sería para ese pequeño todo lo que su propio padre no fue para él: Un amigo, un guía, un guarda.
— Tu nos vas a sorprender a todos ¿No, campeón?
El pequeño balbucea algo y luego lleva su mano hasta la nariz de su padre, apretándola.
— Yo también te quiero. — Responde Alexander al balbuceo de su hijo mientras lo deja en la cuna nuevamente. — ¿Ya puedo irme?
Pregunta con una sonrisa, el pequeño extiende su manito y la agita, como si se estuviera despidiendo de su padre, lo que le causa una risa.
Mientras camina a la sala Alexander toca las paredes de su hogar, sin creer que esta sea su vida, a veces se siente ajeno a todo esto, nunca creyó que alguien como él podría pertenecer a una familia así.
Se mira al espejo, orgulloso de si, de todo lo que ha logrado. Aunque... aún siente un pequeño vacío en su pecho.
Sacude su cabeza, no, no tiene derecho a quejarse, su vida es más que perfecta, joder.
— Sólo quería algo de atención.
Comenta Alexander a su esposa.
— No hay duda de que es tu hijo.
Musita Elisabeth mientras guarda las piezas de ajedrez.
— ¿Qué significa eso?
Inquiere Alexander con fingida molestia.
— Nada, querido...
Hamilton achica los ojos, se acerca a su esposa desde atrás y envuelve su cintura con sus brazos mientras besa su mejilla.
— Te amo.
Susurra contra el oído de Elisabeth.
— Y yo a ti.
Responde sin dudar.
Luego de eso, Alexander se dirige hacia su oficina, responderá su correspondencia.
Revisa las cartas por encima, tiene una de Lafayette, otras de otros amigos y una de...
Suspira cansado al ver una carta de Laurens...
Es extraño para Alexander leer las cartas de John y ver cómo había acabado todo. Él casado y John aún en el campo de batalla, tal y como el rubio quería.
"Parece que siempre obtienes lo que quieres ¿No?"
De alguna manera... John siempre gana.
Sacude su cabeza, no tiene porque seguir pensando ni culpándose por eso. Lo había intentado ¡Dios santo, cómo lo había intentado! El cielo es su testigo, años tras John, intentando de todo. Amó a Laurens con locura pero... eso es cosa del pasado.
Abre la carta y empieza a leerla, nada fuera de lo común, es Laurens relatando la situación actual del campo de batalla.
Alexander no lo entiende, ¿Por qué seguir arriesgando su vida tontamente? Se ordena dejar de pensar en eso, tiene otras cosas de las que ocuparse y no es cómo si le importará.
Continúa leyendo hasta el último párrafo; dónde todo su ser se estremece.
«Adiós, mi querido amigo; mientras que las circunstancias colocan una distancia tan grande entre nosotros, te suplico que no retires el consuelo de tus cartas. Conoces los sentimientos inalterables de tu afectuoso Laurens»
— ...
Un latido.
Un latido golpea el pecho de Alexander, latido que hace temblar sus manos, reconoce ese latido, es el mismo que sintió cuando John dijo que le quería.
Lleva una de sus manos a sus mejillas y se percata de que está sonrojado. ¿Hace cuanto eso no sucede? ¿Hace cuanto que sus mejillas no se tiñen de aquel característico carmesí?
Ese párrafo había acariciado el corazón de Alexander.
Laurens, él...
No.
No.
No, no, no, no, no, no.
Nononononononono.
Esto no está sucediendo.
Alexander ya tiene una familia, una bella esposa, un precioso hijo, un trabajo, una vida formada. Y a él... ya no le importa, ya no siente nada por John, ya se hartó, ya se rindió con él.
Pero entonces... ¿Por qué su corazón late descontrolado de felicidad? ¿Por qué sus mejillas aún arden? ¿Por qué siente que podría bailar de felicidad en estos momentos?
¡No, Alex, no!
Él ya tiene una maravillosa esposa. Betsey no se merece esto, Hamilton ha cometido errores pero hacerle eso a alguien tan pura y leal como Betsey... nunca se perdonaría a sí mismo.
Siente su mente hecha un lío, cómo si todos sus pensamientos se hubieran enredado formando un nudo gordiano.
Mira la carta y lo primero que siente es... enojo. ¿Quién se cree Laurens para venir y decir eso ahora? ¿Acaso está jugando con él? ¿Es esto una mala broma por parte del rubio? Pues Alexander no lo ve nada gracioso, nada.
Toma la carta entre sus manos, va a romperla, no entrará en el jueguecito de John, no caerá en las redes del rubio.
Apenas hace una pequeña grieta en el papel cuando siente su corazón doler. Con horror se da cuenta de que no puede romperla...
No, no se dejará enredar de nuevo. Guarda la maldita carta bajo llave en un cajón, no la sacará de ahí. John ya tuvo su oportunidad, Alexander ya ha avanzado en su vida.
— ¿Ocurre algo querido?
Pregunta Eliza preocupada al ver a su marido tan agitado y sonrojado salir de su oficina. Alexander traga seco sintiéndose algo culpable por siquiera dejar que esa carta le hubiera agitado tanto.
— Na-nada amor, sólo... me agobié con el trabajo, creo... que dormiré temprano.
Se excusa ante su extrañada esposa, quien le sigue con la mirada mientras se dirige hacia la habitación que comparten.
¿Alexander agobiado por el trabajo? Elisabeth será muchas cosas pero no será tonta.
A los pocos minutos la pareja ya se encuentra en su cama, bajo los cobertores, listos para una noche de reposo.
— ¿Seguro de que estas bien Lexi? Te noto algo agitado.
Hamilton sonríe enternecido por la preocupación de su cónyuge y la dulzura en sus ojos negros.
— Estoy perfectamente, Betsey, estaré bien mientras estés conmigo.
Susurra mientras acaricia la suave piel de su pareja.
Elisabeth sonríe mientras asiente, creyendo las palabras de su esposo. Apaga el pequeño farol a su lado y se acurruca junto a su esposo.
— Descansa Alex.
El aludido acaricia los cabellos de Elisabeth.
— Duerme bien, Betsey, te amo.
Extrañamente, Alexander se durmió con facilidad esa noche.
_________________________⋅◈⋅
— Tu esposa es en verdad muy hermosa. — Comenta John con una sonrisa sincera mientras alcanza una taza de té a Alexander. — Mucho más que en aquel dibujo.
— Gracias, John.
Agradece Alexander aceptando la taza. Ambos se encuentran solos en la sala de la casa del menor. El ambiente es de lo más sereno y agradable, un gran contraste con lo tenso que fue su último encuentro.
— Y Philip es adorable. Me apuesto lo que quieras a que al crecer será como tú.
La sonrisa de Alexander se ensancha.
— Que curioso... a mí me recuerda un poco a ti.
El rubio sonríe, aunque Alexander no deja de notar cierto aire melancólico en él.
— Debo admitir que me equivoqué sobre ti, Alex. — Admite. — Haz construido una familia hermosa, y se nota el amor que les tienes.
Un halago sincero por parte de Laurens es algo que siempre logra calentar el corazón de Alexander.
— No eres el único que no se lo cree, a veces pienso que toda esta vida mía es un sueño.
— Debo reconocer que me da algo envidia... me hace desear no haber abandonado a mi esposa.
— Bueno... siempre puedes volver con ella.
John rie con amargura.
— No creo que vaya a recibirme con los brazos abiertos precisamente.
El pelirrojo asiente, es verdad, lo que John hizo no es fácil de perdonar.
— Tal vez ella no... pero estoy seguro de que tu pequeña sí. — Asegura Hamilton. — Es natural en los niños querer ver a sus padres y pasar tiempo con ellos. — Dice con cierta tristeza. — Me apuesto lo que quieras a que ella se alegrará de verte.
El americano sonríe con ternura.
— Desearía ser tan positivo como tú, aunque supongo que a ti te es más fácil.
— ¿Por qué lo dices?
El rubio se encoge de hombros, dejando a Alexander con la intriga aunque decide no preguntar. Continúan bebiendo el té en un agradable silencio.
La situación es bastante irreal para Alexander pero va a quejarse, es lindo estar así con John.
— Así que... — John deja la taza en la mesa. — Ya no nos volveremos a ver.
Esa afirmación tan repentina descoloca a Alexander.
— ¿P-por qué dices eso?
— Pues, las cosas ya están como deben. — Explica John. — Tu ya estás casado, tal y como debía ser y estás en el Congreso, donde podrás guiar al país en una dirección correcta.
Alexander se estremece al darse cuenta de que es cierto, la situación actual John la había predicho, él casado pero...
— ¿Y tú?
Pregunta Alexander con miedo de oír la respuesta, conociendo al rubio... aunque tal vez está vez podría pedirle que viniera a Nueva York con él.
John sonríe.
— Eso no es importante Alex.
— ¿¡Co-cómo que no importas?! No digas eso.
— Pero si tú ya estás dónde debes, ya tienes a Eliza, tú mismo dijiste que estarás bien mientras la tengas a ella.
— ...
Si, Alexander había dicho eso.
— Ya te rendiste conmigo, soy parte de tu pasado, sólo seré el nombre de un amante más.
No, no, John no es sólo uno más, él es... ¿Especial?
— Pero... ¿Que harás ahora? Di-dime que harás con tu vida. — Súplica. — ¿Iras a Londres? ¿Te quedarás en Carolina del Sur para siempre o...?
— Alex, yo soy parte de tu pasado, si quieres avanzar no puedes mirar atrás.
¿Quién no miró atrás de reojo mientras iba hacia adelante?
— ...
— Tu mismo lo dijiste, soy un caso perdido.
Caso perdido... si, Alexander dijo eso pues él ya se rindió con Laurens, ya no lo ama.
— Pero... aún me importas, John.
Le importa, claro que le importa, aunque ya no sienta nada por él, aún son amigos.
— Pero no tanto como te importa Elisabeth, Alex.
Esa afirmación pone los pelos de punta a Alexander y no sabe por qué. Debería coincidir con él, asentir sin vacilación pero...
— Ya no me necesitas, Alexander. — John se pone de pie. — Sin duda vas a estar bien. Adiós.
Alexander se queda tenso en su lugar, de espaldas a la puerta de su casa, escuchando los pasos de John.
Debería olvidarlo, no tiene problemas en despedir a persona de su vida, amigos, compañeros, amantes... apenas recuerda a los rostros de otros amantes anteriores que tuvo, no debería tener problemas en olvidarse de John y debería, ya tiene una familia.
Escucha la puerta abrirse y cerrarse nuevamente, indicando que John se ha ido.
Pero aún quiere verlo, aún quiere que estar con él, aún quiere recibir sus cartas, aún quiere pedirle que venga junto con él al Congreso, aún quiere seguir intentándolo, aún siente ese vacío en su corazón por su culpa, aún...
— Aún te amo. — Dice Alexander con algunas lágrimas en sus ojos y una sonrisa. — Aún... te amo, Laurens.
Se pone de pie con rapidez, tirando la silla en el proceso, corre hacia la puerta y se apresura en abrirla y salir para decir a John lo que no le dijo en Yorktown.
— ¡John! ¡Quiero que vengas al Congreso! — Grita una vez está afuera de su hogar, desesperado. — ¡Quiero que te quedes en Nueva York! Quiero... ¡Quiero estar contigo!
Sin embargo no ve al rubio por ningún lado, camina unos cuantos metros más para buscarlo pero es inútil.
Laurens se ha ido.
— John... — Solloza Alexander mientras se deja caer de rodillas en el suelo, abrazado a sí mismo, sintiendo ese vacío en su pecho, más pesado que nunca, absorber cada rastro de luz en él como un agujero negro. — John...
_________________________⋅◈⋅
Cómo es costumbre en él despierta temprano, pero se extraña cuando siente un cálido líquido salir de sus ojos y resbalar por su rostro, está llorando.
Limpia sus lágrimas, mira con a su esposa con una mezcla de dulzura, compasión y culpa, besa su mejilla mientras acaricia sus cabellos.
— Lo siento tanto, Betsey.
Ese sueño le había hecho darse cuenta de la verdad.
Sale de la cama y se viste para un nuevo día. Comprueba que su hijo se encuentre bien como acostumbra y luego se dirige hacia su oficina, saca la maldita carta, toma una hoja, un libro, su tintero y una pluma; sale a tomar aire.
Una vez fuera, en el extenso jardín trasero de su casa, se sienta a los pies de un árbol, dejando que el frío aire mañanero le despierte y le aclare las ideas.
Toma la infame carta de su bolsillo y la lee nuevamente unas cuantas veces y en cada ocasión su corazón se acelera con aquella despedida. Es lo más afectuoso que ha leído por parte de Laurens.
Suspira ¿Quién entiende a John Laurens? Primero le dice que se case y luego...
Resopla, joder... justo cuando está teniendo una vida tranquila Laurens llega a revolverle la mente.
— Eres tan egoísta, John.
Murmura sin sacar la vista de la hoja, intentando calmar sus emociones, aunque sin borrar su sonrisa.
Aunque Alexander no se queda, sin importarle su familia... sigue amando a Laurens, sigue deseando verlo. Aún necesita a John en su vida para ser realmente feliz.
Voy a decirle una cosa: Da igual que creas eso, da igual que esté casado y que tú también lo estés. Yo, Alexander Hamilton, juro que voy a amarte, John Laurens, por el resto de mi vida y aún más.
¿Por qué demonios creyó que ya era inmune a los encantos del rubio? ¿Por que creyó que John le había devuelto esa partecita de "él" que aún tiene?
Alexander está condenado, condenado a amar a John Laurens, tal vez por el resto de su vida.
Apoya la hoja sobre el libro, moja la pluma en tinta y empieza a escribir. No se molestaría en disimular, sería sincero, sincero en lo que siente con él rubio y en lo mucho que desea tenerlo junto a él.
Sabe que debe apresurarse en enviarla, conociendo a John...
Sacude su cabeza, no, no pensará en eso, si mueve sus contactos y suelta algo de dinero podrá hacer que la carta le llegue a Laurens cuanto antes.
Al momento de firmar, se queda paralizado unos segundos pero sonríe mientras firma aquella carta con dos simples palabras, palabras que reflejan la hermosa condena de la que acaba de enterarse.
Siempre tuyo
Y es que tal parece que su corazón nunca sería libre de aquellos ojos azules.
Apenas se seque la tinta la enviará, tiene algunos amigos que harán que la carta llegue cuanto antes.
John no leería aquella carta.
━━━━━━ •S. XXI• ━━━━━━
Tal y como John prometió, la estadía en Carolina del Sur fue breve, al segundo día John ya había culminado con las visitas a sus familiares.
— Tu familia es muy agradable. — Comenta Alexander mientras comen un helado sentados en las mesas de una heladería. — Ahora... entiendo porque te gusta tanto venir aquí.
El ojiverde asiente mientras lleva una cucharada del postre aunque Alexander lo nota algo tenso.
— ¿Qué pasa? ¿Sucede algo con tu familia?
— No, no es eso, es que... — Deja la cuchara en el pote, no tiene muchas ganas de helado. — Desde que llegamos aquí me he sentido... raro.
Alexander enarca una ceja.
— ¿Raro?
— No se... es cómo un escalofrío constante... un mal presentimiento. — Se sincera con una expresión preocupada. — Creo que empiezo a entender porque no querías venir aquí. — Dice con una media sonrisa.
— No sé si será por aquello que me dijiste.
— Lo siento... no quería preocuparte.
— Está bien, no es tu culpa. — Lo tranquiliza. — Aunque creo que preferiría volver a Nueva York mañana.
— ¿De verdad?
John asiente, lo cual en parte tranquiliza a Alex, mientras menos tiempo pase Laurens en Carolina del Sur, mejor aunque también le hace sentirse culpable ¿Habrá emparoniado a John por aquello que le contó?
— Si así lo quieres. — Termina lo que queda de helado. — Iré al baño, dame un minuto.
John asiente, cuando Alexander ingresa al local, él se pone de pie, luego de eso volverían al hotel.
Pese a que el clima es bastante cálido, John no deja de sentir el cuerpo frío y algo tieso, no sabe qué le pasa, siempre le ha gustado mucho Carolina del Sur pero ahora le da una mala vibra en el cuerpo increíble, quiere volver a Nueva York y no sabe por qué.
Inquieto empieza a caminar en su lugar, intentando pensar en otra cosa, intentando ignorar ese extraño peso en sus hombros y esa presión en su pecho.
Se siente como si hubiera hecho mal... algo, aunque no sabe qué.
Sin darse cuenta ha empezado a caminar, alejándose de la heladería.
¡Eres una persona horrible!
Escucha una voz resonar en su mente que le pone los pelos de puntas, esa es la voz de Martha.
Ni todo el honor del mundo cambiará la mierda de persona que eres, John.
Y aquella en la voz de Lafayette.
Las voces de sus amigos y no suenan nada felices con él y... por alguna razón siente que se lo merece.
Voy a decirle una cosa: Da igual que creas eso, da igual que esté casado y que tú también lo estés. Yo, Alexander Hamilton, juro que voy a amarte, John Laurens, por el resto de mi vida y aún más.
Esas palabras son de Alexander... y aunque debería sonrojarse de sólo oír algo así con la voz de su novio. Por alguna razón las oye vacías y le hacen sentirse triste, melancólico, siente cómo si esas palabras fuesen... falsas.
A veces creo que eres un caso perdido, Laurens.
Alexander suena... cansado, harto, apático, su voz suena vacía, sin sentimiento, suena frío, distante, como si no sintiera nada por él. Siente el látigo de la indiferencia golpearle en cada palabra del caribeño.
¿Qué está pasando?
Continúa caminando hasta llegar a un cementerio en particular. El nombre le hiela la sangre.
— Bien ¿Nos va...? — Al salir de la heladería, Alexander se sorprende al no encontrar a Laurens en su mesa. — ¿John?
Busca en otras mesas pero no ve nada, gira la cabeza para intentar localizarlo pero no encuentra a su castaño en ningún lado.
"De acuerdo, Alex, no entres en pánico"
Aquello no sería tan difícil si estuvieran en cualquier otro maldito Estado pero ¡Claro que tenían que estar en Carolina del Sur!
Empieza a caminar, buscando con la vista a John; llamándolo pero no lo encuentra.
"No le habrá... pasado algo ¿O sí?"
Piensa Alexander con preocupación mientras acelera el paso.
¿Y si le robaron? ¿Y si lo secuestraron? ¿Y si un avión lo atropelló? ¿Y si...?
¿Y si dejas de preocuparte tanto? Sigue buscando, tengo un presentimiento...
Esas palabras confunden al de coleta ¿Un presentimiento?
Toma su teléfono y busca el contacto de John, lo llama pero este no atiende, lo cual sólo le preocupa aún más.
En el momento en que considera llamar a la policía llega a cierto lugar bastante amplio.
Cementerio de la Familia Laurens
Se lee en la entrada, Alexander da una gran bocanada de aire, en ese cementerio... sus pies lo arrastran hacia el interior y apenas entra siente escalofríos, no le gustan nada los cementerios, el horrible silencio no ayuda.
Hablando del rey de Roma...
Alexander logra distinguir, a lo lejos, al castaño. Está arrodillado frente a una tumba con la cabeza gacha. Lo primero que Alexander piensa hacer es acercarse y reclamar que se haya ido sin más, sin embargo por respeto al lugar en que se encuentran no lo hará.
Camina entre las tumbas de los familiares de John, con el cuerpo helado. La tumba en frente a la cual está el castaño no será...
— ¿John?
Pregunta Alexander con voz cautelosa al estar junto al ojiverde. Se sorprende al darse cuenta de que el pecoso está llorando por lo que, de forma automática, dirige su mirada hacia la tumba.
En memoria de John Laurens
Hijo de Henry Laurens y Eleanor Laurens
Nacido el 28 de octubre en 1754
Muerto el 27 de agosto en 1782
Dulce el decorum est pro patria mori
El epitafio da escalofríos a Alexander, cuya boca se abre en busca de aire y sus ojos se ensanchan para comprobar que está leyendo bien.
— Ya lo sabías ¿Verdad?
La voz de John rompe el silencio. Alexander lo mira aún sin borrar la sorpresa de su rostro, el castaño porta una sonrisa mientras lágrimas continúa cayendo de sus orbes verdes.
— John... ¿A-acaso tu...?
Alexander amó a John más que nadie en este mundo, recordó al oír su apellido.
Lafayette era un amigo de Hamilton, recordó al ver el rostro de Alexander en un dibujo.
Hércules fue un hombre de familia, recordó al ver a su hijo.
William fue un gran amigo de Laurens, recordó al probar aquel plato que era tan especial para ellos.
— Ya recuerdo, Alex. — Dice en voz baja mientras se pone de pie. — Lo recuerdo todo.
Laurens vivía para morir, recordó al ver su propia tumba.
Alexander cubre su boca con sus manos, sin saber porque siente el deseo de llorar. John le ve con una sonrisa algo triste.
— T-te estabas tardando.
Dice Alexander con una sonrisa tímida y ojos cristalizados. John se encoge de hombros mientras limpia sus lágrimas.
— Lo siento.
Alexander únicamente lo abraza y John devuelve el abrazo mientras esconde su rostro en el hombro ajeno.
Ahora tantas cosas tienen sentido.
Entonces a la mente de Alexander llega su promesa, se dijo apenas Laurens recordara...
— John.
— ¿Si?
— Te amo.
...diría que lo ama, pues nunca ha dejado de hacerlo.
Alexander nota al ojiverde sorprenderse ante esas palabras.
John traga seco.
— Y... y-yo a ti.
Responde el ojiverde en un tartamudeo. Es lo justo, nunca le dijo la vedad, le debe ese "te amo" a Alexander desde hace más de doscientos años, aunque sea por una cuestión de moral.
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