𝗖𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝘃𝗲𝗶𝗻𝘁𝗶𝘂𝗻𝗼 - 𝗫𝗫𝗜
—Estaba aquí —dijo Max, estresada—. Justo aquí.
—¿Un reloj de péndulo? —preguntó Nancy.
Max asintió.
—Era muy real —dijo con la voz temblorosa—. Pero al acercarme de repente me he despertado.
—Era como si estuviera en trance o algo así. Lo que dice Eddie que le pasó a Chrissy —mencionó Dustin.
—Eso no es lo peor —dijo con la voz temblorosa.
Decidieron seguir la conversación en el despacho, al menos allí se sentían algo más seguros.
—Fred y Chrissy también veían a la señorita Kelly —dijo Max, quien ya no se molestaba en esconder cuan asustada se encontraba—. Los dos tenían migrañas, de las chungas que no se van con nada. Y luego las pesadillas. No podían dormir, se despertaban con un sudor frío y empezaban a ver cosas malas... de su pasado. Las visiones no pararon de empeorar y empeorar hasta que al final...
Lia bajó su cabeza y se tapó los oídos con la palma de sus manos. Se mordió fuertemente el labio y cerró sus ojos, luchando contra sus emociones. No quería que Max continuase con lo que iba a decir. No quería escucharlo. No podía escucharlo
—Todo terminó —concluyó Max, en un tono cargado de pesar.
—La maldición de Vecna —dijo Robin, mencionando el origen de aquel mal que parecía acecharlos.
—Las migrañas de Chrissy empezaron hace una semana. Las de Fred hace seis días —por cada palabra el malestar general en el grupo solo aumentaba—. Las mías hace cinco días.
Steve llevó la mano a la boca, preocupado. Volvió la mirada y vio a Dahlia con los ojos fijos en un punto aleatorio en el suelo. Quiso brindarle apoyo, pero no tenía la misma cercanía que tenía con Dustin o Max.
—No sé cuanto tiempo me queda —dijo, moviéndose angustiada. Cada vez le costaba más hablar—. Pero sí sé por Fred y Chrissy, que los dos murieron menos de un día después de su primera visión. Y yo acabo de ver el puñetero reloj.
Lia apretó más los oídos en un intento desesperado de no escuchar nada más. Mordía tan fuerte su labio inferior que había comenzado a sangrar. Tenía los ojos cerrados con fuerza, pero eso no era impedimento suficiente para que las lágrimas cayesen lentamente e impactasen contra el suelo, creando un sonido muy leve de cuentagotas.
No lo digas. No lo digas. No lo digas. Por favor, no lo digas.
—Creo que mañana moriré.
Ese mismo dolor en el pecho había vuelto, pero esta ve multiplicado por diez. Imaginar que la vida de Max se reducía a unas horas la ponía enferma.
Alejó sus manos de sus oídos y las cerró en puños. Quería derrumbarse en ese mismo instante, llorar sin cesar y no soltar a Max ni por un segundo, pero en lugar de eso, un grito agudo de rabia escapó de su boca. El sonido del vidrio de las ventanas rompiéndose resonó en el aire, los fragmentos cayendo a su espalda. Todos quedaron impactados ante la escena protagonizada por la rubia.
—Lo siento —se sintió rápidamente avergonzada por la falta de control sobre sus emociones—. Yo...
Sus palabras fueron interrumpidas por un estruendo ensordecedor que retumbó en todo el instituto. Las miradas se centraron en ella hasta que habló de nuevo.
—Eso no he sido yo.
Steve agarró una lampara con firmeza. Si ese ruido no había sido provocado por Dahlia, alguien más había entrado en el instituto.
—Quedaos aquí.
Ese no era el plan de Lia. ¿Quedarse atrás y no luchar?, ¿Dejar a los demás arriesgarse? Ni hablar. Byers fue detrás de Steve, y el resto del grupo pareció tener la misma idea de no dejar a Harrington solo.
Se escuchó una puerta cerrarse que hizo retroceder medio paso a Steve. Lia puso sus manos delante suya, preparándose para lo peor.
Unos pasos rápidos se escucharon, como si la persona que había entrado estuviera corriendo por su vida. Cada vez se escuchaban más cerca. Steve y Lia se pusieron más alerta, compartiendo una mirada de miedo.
La figura giró la esquina y empezó a gritar cuando Harrington también había gritado. Dahlia, que tenía el corazón en la garganta, se relajó un poco al ver que solo era Lucas. Sin embargo, Steve no se dio cuenta porque seguía chillando junto a Lucas.
—¡Soy yo! —gritó el moreno, poniendo sus brazos frente a él.
—¿Lucas? —preguntó Nancy con un tono de molestia por el susto que se había llegado.
—¡¿De que vas Sinclair?! —exclamó Steve indignado.
—Lo siento —dijo Lucas, poniendo sus manos en sus caderas para recuperar el aliento.
—Te podría haber matado con la lampara —volvió a reclamar.
Steve soltó la lampara y se pasó una mano por el pelo para intentar calmar su corazón.
—Lo siento tío. Dame un segundo. Joder. —se giró hacia la pared y alzó un dedo mientras jadeaba—. Tenemos un código rojo.
—¿Qué? —preguntó Steve confuso.
—Dustin, estaba con Jason, Patrick y Andy y están completamente zumbados. Quieren cazar a Eddie y creen que tú sabes donde está —hizo una pequeña pausa para respirar—. ¡Corres un grave peligro!
—Vale, sí, es una mierda pero ahora mismo hay cosas peores que Jason.
Dustin se giró a ver a Max y Lucas lo siguió con la mirada. En parte, supo que significaba algo terrible, pero no se imaginaba que tanto. Lia no se atrevió ni si quiera a mirar a Max.
[...]
—Vale, sed sinceros —pidió Steve mientras leía la antigua noticia—. ¿Vosotros entendéis algo?
—No —dijo Lucas mirando la misma noticia.
—Es muy sencillo —Dustin se encogió de hombros.
—Oh, sí que es sencillo. Claro —ironizó Steve apretando los labios en una fina linea.
—¿Qué es lo que no entiendes? —preguntó el rizado de mal humor—. Hasta ahora a los que Vecna ha maldecido han muerto. Excepto el viejo Victor Creel que Nancy ha encontrado. Es el único superviviente conocido. Si alguien sabe romper la maldición es él.
—Ya, eso si fue maldecido Henderson, todavía no lo sabemos —dijo Steve, ciertamente molesto por el tono del adolescente—. ¿Como es que Vecna existía en los años cincuenta? No tiene sentido —dijo frotándose la frente.
—Que sepamos Once no creó el mundo del revés, ella abrió el portal —explicó con obviedad—. El mundo del revés seguramente existe desde hace miles de años, millones. No me sorprendería que desde hace más que los dinosaurios.
—¿Dinosaurios?, ¿Qué...? —preguntó Steve perdido.
—Vale, vale —dijo Lucas, evitando una pelea innecesaria—. Pero si el portal no existía en los cincuenta, ¿Cómo cruzó Vecna?
Steve señaló a Lucas.
—¿Y cómo ha cruzado ahora? —preguntó Harrington. Dustin rodó los ojos.
—¿Y por qué ahora?
—¿Y por qué entonces? —preguntó Steve— En los cincuenta se carga a una familia en plan: ¡Hola!, ¿Que tal? Y puf, ¿Desaparece? ¿Así? ¿Adiós? —dijo mientras gesticulaba con las manos— ¿Para volver treinta años más tarde y empezar a matar a unos chavales? No me lo trago —se giró para mirar al rizado—. ¿Sencillo? Los cojones. En serio, Henderson, un poco de humildad de vez en cuando no te vendría mal.
—Lo siento —se disculpo de forma irónica.
Steve se sentó en una de las butacas. Miró durante unos segundos a Dustin antes de volver con su lectura. Henderson se inclinó un poco a un lado para poder mirar a Max al otro lado del sótano. Estaba sentada en el escritorio, completamente centrada en lo que escribía. Dustin le dio un leve codazo a Dahlia, quien estaba extremadamente callada a su lado.
—¿Alguna idea de lo que escribe? —preguntó el rizado en general, aunque realmente parecía una pregunta para Lia.
Lucas negó mientras miraba a la pelirroja y Steve se giró para mirarla. Lia no dejaba de mirar al suelo, perdida en sus pensamientos.
—¿Ha dormido? —preguntó Dustin.
—Venga, ¿Tú dormirías? —contestó Lucas.
El grupo se sobresaltó al escuchar la puerta principal cerrarse con brusquedad. Nancy y Robin bajaron las escaleras del sótano rápidamente y tenían cara de buenas noticias. Se miraron entre ellas con pequeñas sonrisas y luego miraron al grupo nuevamente.
—Tenemos un plan —dijo Nancy.
Robin les pasó unas carpetas a Steve y Dustin y se sentó en la butaca para comenzar a explicar el plan.
Lia, en realidad, parecía estar completamente desinteresada. Su mirada se había vuelto a perder en el suelo, y solo escuchaba las voces de Nancy y Robin a lo lejos. En su mente, pensaba intensamente en lo que Max le había revelado. ¿Traumas? Si lo pensaba fríamente, no le sorprendía, considerando todo por lo que habían pasado anteriormente.
Pero lo que realmente la sorprendía era el hecho de que Max nunca le había comentado nada sobre eso. En todas las llamadas que la pareja tuvo, Max nunca mostró signos de tristeza, ni siquiera en sus cartas. Se lo había estado ocultando. Dahlia creía que tenían la suficiente confianza como para confiarse mutuamente sus preocupaciones, ¿Verdad?
La joven Byers sentía una mezcla de emociones. Por un lado, se sentía decepcionada y herida por el hecho de que Max le hubiera ocultado algo tan importante. Se preguntaba si había alguna razón detrás de esa decisión, si Maxine temía preocuparla o si simplemente no confiaba lo suficiente en ella.
Por otro lado, Lia también sentía compasión y empatía hacia Max. Imaginarse a su novia cargando con traumas y sufriendo en silencio le dolía en lo más profundo de su ser. Quería estar allí para ella, apoyarla y brindarle todo el amor y el apoyo que necesitara. Pero para eso, necesitaban abrirse la una a la otra y compartir sus preocupaciones más profundas.
En medio de sus pensamientos, Lia se dio cuenta de que la reunión seguía su curso y que ella no estaba prestando la atención debida. Se esforzó por volver al presente y concentrarse en lo que Robin estaba diciendo, pero su mente aún estaba llena de interrogantes y sentimientos encontrados.
Cuando la explicación por fin terminó Lia se levantó para poder ir al baño a despejarse. Cerro la puerta detrás de ella y se miró al espejo. Se pasó las manos por la cata, frustrada.
Abrió el grifo y se mojó la cara, sintiendo el agua fresca en su piel. Quería dejar atrás sus pensamientos egoístas y centrarse en lo que realmente importaba. Max estaba a punto de morir y ella se preocupaba por su propia inseguridad. Se sentía estúpida por haber dejado que esas preocupaciones ocuparan su mente en un momento tan crítico.
Cuando salió del baño se dio cuenta de que Nancy y Robin ya no estaban en el sótano. También notó como Steve, Dustin y Lucas tenían la mirada clavada en Mayfield. Frunció el ceño y les dio una mala mirada a los tres.
—Parecéis acosadores —comentó, sin dejar de mirarlos.
—Lo son —afirmó Max—. Sé que me estáis mirando.
—No, solo matamos el rato —excusó Steve.
—¿Es que necesitas algo? —preguntó Lucas.
Los tres chicos intentaron disimular de manera torpe. Lucas agarró una revista, Steve empezó a jugar con una pelota de béisbol y Dustin se sumergió en la lectura de un libro. Lia rodó los ojos y soltó un suspiro de exasperación. Decidió sentarse en la butaca que ocupaba Robin anteriormente, dándole la espalda a Max.
—¿Esperáis que clavándome la mirada en la nuca me protegeréis de Vecna? No lo creo —dijo Mayfield de forma irónica, agarrando varios sobres.
Se levantó de la silla y se acercó al grupo. Los tres chicos seguían tratando de disimular de manera deficiente, y Lia simplemente se negó a mirar a Max. La pelirroja los observó por un momento, esperando que al menos la miraran.
—Ya podéis mirar.
—Gracias, perdón —dijo Dustin dejando el libro.
—Lo siento —se disculparon Lucas y Steve al mismo tiempo.
Max suspiró y dio un paso al frente, extendiendo su mano para entregar el primer sobre a Dustin.
—Para ti —dijo la pelirroja. Dustin lo cogió algo confuso pero no dijo nada—. Para ti —le entregó otro a Steve—. Y... para ti —le entregó otro a Lucas—. Y, uh, para ti —este último fue para Lia.
Lia se atrevió a mirar a Max después de horas de evitar su mirada. Tenía una expresión llena de confusión. Tomó la carta con cierta duda y la examinó durante un buen rato antes de volver a mirar a su novia. Había tantas preguntas en sus ojos, tantos sentimientos que no podía expresar con palabras en ese momento.
—Y dadle estas a Mike, a Ce y a Will, si algún día volvéis a verlos.
No quería una carta. No la necesitaba. Max aún estaba ahí, podía hablar con ella. ¿Es que ya no confiaba en ella como para decirle lo que fuese a la cara?, ¿Un año y medio de relación se desmoronaba de esa manera? Ese pensamiento la hizo angustiarse y enfadarse, pero se quedó callada para tragarse sus sentimientos.
Steve y Dustin trataban de abrir sus respectivas cartas, pero Max los detuvo rápidamente.
—¡Eh!, ¿Qué hacéis? Parad, no es para ahora. No la abras.
—Ah, vale —dio Dustin. Miró la carta por un momento—. Es... Perdona, ¿Qué es?
—Es, uh... —Max tragó saliva. Miró al suelo y luego miró a los chicos de nuevo—. Por seguridad, para después por si las cosas no salen bien.
Dahlia apretó los dientes y apartó la mirada. Sentía una mezcla de frustración y decepción en su interior.
—Espera Max, las cosas se van a arreglar —dijo Lucas, intentando animarla.
—¡No! —exclamó la pelirroja molesta—. No quiero que me consueles ahora y me digas que todo se va a arreglar. Porque es lo que me ha dicho la gente toda mi vida y casi nunca es verdad. Nunca es verdad —se corrigió—. Y como no este cabrón va y me maldice. Debí imaginarlo.
Max tomó algo de aire. Se escuchó tembloroso y tenía los ojos algo llorosos. Se giró hacia la mesa de juegos de Mike.
—¿Si vamos al este de Hawkins esto alcanzará Pennhurst? —preguntó Mayfield, girándose hacia ellos.
—Claro —afirmó Dustin.
—Espera, ¿Por qué hay que ir al este de Hawkins? —preguntó Steve. Max se quedó mirándolo por un rato y Steve comenzó a negar con la cabeza—. No. No. ¡No!
Max agarró su mochila con firmeza y se dispuso a abandonar la casa de Mike. Los demás la siguieron en silencio, a excepción de Steve, quien no dejaba de quejarse mientras corría tras Max. Lia se mantenía al lado de su novia, decidida a no dejarla sola ni por un segundo, a pesar de su enfado.
—¡Max! En serio, no es broma. Mira no voy a llevarte hasta allí —negó Harrington.
—Steve, si crees que voy a pasar lo que podía ser el resto de mi vida en el cuchitril del sótano de Mike, lo llevas claro —dijo sin dejar de caminar—. Así que o me lleváis a donde os diga o tendrás que atarme. Que técnicamente es secuestro de una menor. Y como sobreviva a esto, Steve, te juro por dios que te denuncio.
La pelirroja llegó al coche e inmediatamente trató de abrir la puerta trasera, sin mucho éxito. Lia suspiró exasperada.
—Abre la puerta —demandó la rubia con una expresión seria.
—Eh, no —dijo Steve con la misma seriedad.
—A mí novia le quedan menos de veinticuatro horas de vida. Abre la puerta o lo siguiente que veras será tu cara en el suelo.
Steve solo pudo poner una cara de incredulidad. Sabía que era capaz de hacerlo.
—Conozco un buen abogado —añadió Max, esta vez mirando fijamente a Steve.
—Henderson, ese súper Walkie-Talkie más vale que alcance —dijo el mayor con un tonó amenazador.
[...]
—Vale, date prisa Mayfield —ordenó Steve una vez que aparcaron.
—Veinte segundos —prometió ella mientras bajaba del coche.
Decir que Dahlia estaba estaba asustada era un eufemismo. Rápidamente se arremangó el jersey y empezó a pulsar algunos botones de su reloj.
—¿Qué haces? —preguntó Dustin al escuchar los pitidos.
—Cronometétrarla.
—¿Qué?
—¡Que la estoy cronometrando! No quiero que esté allí más de lo necesario.
Ninguno de los chicos volvió a cuestionarla. Definitivamente hacerla enfadar no sería una buena idea en un momento como ese.
Mientras tanto, Max había dejado las cartas para su familia sobre la mesa del salón. Su respiración era agitada por los nervios que la embargaban. Era surrealista pensar que tu vida podía terminar en cualquier momento del día. Realmente, lo surrealista era saber que ibas a morir. Max miró a por la ventana y vio a su madre tendiendo ropa. Se quedó dudando en sí debería acercarse o no, pero llegó a la conclusión de que debería. Por si acaso. Salió de la casa para dar con Susan.
—Mamá —llamó la pelirroja, bajando las escaleras. Se acercó a ella a paso rápido.
—Hola cariño, creía que estabas con Dahlia —dijo Susan, dejando de tender para mirar a su hija.
—Sí, es verdad. Me esperan —se detuvo frente a la mujer—. ¿No tienes turno?
—El señor Bradly me ha dejado salir antes —dijo con una leve sonrisa—. Estoy con las cosas de casa.
—He dejado unas cartas dentro —dijo con dificultad, luchando por contener las lágrimas—. Para ti, la abuela, el tío Jack, y... Papá. Si las encuentras.
—¿Cartas? No lo entiendo.
Max miró al cielo, tratando de contener el torrente de emociones que amenazaba con desbordarse.
—Es que... Con tantas muertes y todo eso —dijo con la voz entrecortada—. Es una tontería pero me he puesto a pensar. ¿Y si me pasara algo a mí?
—Max, mi vida. A ti no te va a pasar nada —dijo la mujer con una expresión de pena en el rostro.
—Ya lo sé, pero si pasara... —cada vez le costaba más aguantarse las lágrimas— Hay muchas cosas que quiero decir y que tengo que decir.
Susan se cruzó de brazos. Tenía la mirada llena de preocupación.
—Tú prométeme que repartirás las cartas.
—Max me estás asustando.
—No quiero asustarte.
—¿Te ocurre algo malo Maxie?
—No —contestó ella rápidamente.
—Dímelo cariño —pidió con la voz ciertamente temblorosa.
—No, no tranquila —dijo la Maxine tragando saliva—. No pasará nada, que tontería.
—Max cariño.
Susan extendió sus brazos y Max no dudó en abrazar a su madre con fuerza. Su madre le acarició la espalda con ternura.
—Tranquila —dijo la mujer—. No te va a pasar nada mi vida. Te lo prometo.
Max sorbió su nariz sin separarse del pecho de su madre. De pronto el cielo se oscureció.
—Nada que no te merezcas.
La pelirroja frunció el ceño con confusión y miró el oscurecido cielo. Esa voz ya no era la de su madre. Era la misma voz siniestra que había escuchado en el instituto. La misma que le hizo temblar de miedo. Giró la cabeza hacia la ropa que estaba tendida. Ahora estaba completamente llena de sangre. Trató de separarse de Susan, pero ella no aflojaba el agarre
—Mamá suéltame —pidió Max. La mujer no respondió, poniéndola más nerviosa—. ¡Mamá suéltame!
—Así que crees que lo puedes arreglar todo con unas cartas.
Maxine separó su cara de la criatura lentamente, con un rostro repleto de horror.
—Lo has estropeado todo —dijo Vecna mirándola fijamente.
—¡Max!
—Se te está agotando el tiempo.
—¡Suéltame! —gritó desesperada.
Cuando Vecna la soltó, Max cerró los ojos, anticipando el impacto contra el suelo, pero en lugar de eso, sintió unos brazos rodeando su torso, sujetándola con firmeza antes de que su cuerpo tocara el suelo. Abrió los ojos con terror y miró a su alrededor, tratando de recuperar la compostura.
—¡Max! —gritó Dahlia, sujetándola con fuerza— ¿Estás bien? ,¿Max?
La pelirroja no respondió de inmediato. Su respiración era agitada y su rostro estaba pálido del susto. Lia siguió sosteniéndola entre sus brazos, brindándole apoyo hasta que Max se sintiera lo suficientemente fuerte como para ponerse de pie por sí misma.
—Max, ¿Qué ha pasado?, ¿Lo has visto? —preguntó la rubia con nerviosismo— ¿Era él? ,¿Te hizo algo?
Max se levantó por su cuenta y Lia la soltó al momento. No contestó las preguntas de su novia, simplemente comenzó a irse del lugar con rapidez, aún agitada por lo que acababa de pasar. Lia fue tras ella rápidamente.
—Max, no hagas esto —pidió Dahlia—. ¡Max!
Nada. Mayfield continuó su camino sin si quiera mirar a la joven Byers. Max vio a los chicos fuera del coche, esperándola.
—Han sido más de veinte segundos —dijo Steve—. Dahlia casi nos mata cuando no la dejamos salir y... —se calló al ver a Mayfield con mala cara—. Oye, eh, ¿Estás bien?
—Estoy bien, arranca.
Lia llegó poco después, con los ojos algo enrojecidos. Steve la miró a ella esta vez, esperando alguna respuesta de su parte sobre lo que acababa de suceder. Pero tampoco dijo nada. Dustin notaba la extrema frustración De Lia. Sin embargo, sabía que no podía hacer mucho por ella. O al menos no sabía como.
—¿Ha pasado algo? —preguntó Lucas preocupado— ¿Lia?
La nombrada entró al coche por el otro lado. Lucas miró a la rubia algo confuso, sin entender por qué había decidido sentarse junto a él y no con Max. Ahora estaba en medio de la pareja y el mismo podía notar la tensión entre ambas. Se removió en su asiento incómodamente y miró a Dustin en busca de ayuda a través del espejo. Lia cerró la puerta y se cruzó de brazos. Se quedó mirando por la ventana, negándose a hablar con alguien.
—Sé lo mismo que tú, Lucas —respondió la rubia de mala gana.
Steve miró a Dustin confuso. El menor se encogió de hombros y suspiró.
El siguiente viaje en coche fue terriblemente incómodo y callado. Dahlia aún seguía en la misma posición y Dustin la miraba de vez en cuando por el retrovisor, preocupado por su amiga. Maxine también había estado callada pero parecía más tranquila que hacía unos minutos.
—Gira aquí —dijo Max, rompiendo le silencio.
Los chicos y Lia se dieron cuenta de que estaban llegando al cementerio. Parecía una broma de mal gusto por parte de la pelirroja.
—¿Aquí? —preguntó Dustin.
Max asintió en silencio. Steve hizo lo que se le pidió y giró el coche hacia el cementerio. No fue mucho camino hasta llegar. Al detener el coche, Mayfield se bajó con la carta que le había escrito a Billy. Lia no dudó en hacer lo mismo. Ya había tenido suficiente.
—Max.
La chica se giró para mirarla.
—Dahlia, espera en el coche.
—No, Max. Espera —dijo corriendo hacia ella, ignorando la manera en la que la había llamado por su nombre completo—. Maxie, por favor.
—Dahlia, solo espera-
La rubia se puso justo en frente de su novia.
—Escúchame. Te lo pido.
Max se quedó en silencio.
—Sé que antes ha pasado algo con tu madre —dijo Lia—. ¿Ha sido Vecna?
—Te he dicho que estoy bien —dijo Max. Lia la miró sin creerlo—. Tan bien como alguien que se precipita a una muerte espantosa —trató de bromear, pero al ver las lágrimas de Lia cumularse en sus ojos, se quedó callada de nuevo.
—Max, sé que no he estado aquí últimamente, pero eso no significa que no puedas hablar conmigo.
—Sí, lo sé.
—¿Y por qué siempre me alejas de ti? —preguntó Dahlia. Sacó una carta del bolsillo— Escucha, no necesito una carta, no quiero una puta carta. Habla conmigo, con nosotros. Estamos aquí —dijo sorbiendo su nariz. Agarró la mano de Max—. Yo estoy aquí. ¿Vale? Estoy aquí. No...
Dahlia no hizo caso a la escurridiza lágrima que cayó por su mejilla.
—No me alejes de ti. Somos un equipo. Y no se te ocurra intentar alejarme de nuevo, porque no me voy a alejar de ti por mucho que lo intentes. Joder, te amo.
Max miró intensamente a su novia, su labio inferior tembló ligeramente. Sintió cómo la mano de Lia apretaba la suya, y su corazón se estremeció. No fue un sobresalto de nerviosismo, sino de culpabilidad. Con un suspiro tembloroso, Max soltó la mano de Dahlia.
—Espera en el coche. No tardaré mucho —dijo Max.
Lia se mordió el labio y desvió la mirada. Max pasó por su lado y esta vez no la miró.
Max se sentó frente a la tumba de Billy. Tenía una carta entre sus manos abierta y lista para leerla.
—"Querido Billy: No sé si puedes oírme. Hace dos años habría dicho que era ridículo, imposible. Pero eso era antes de descubrir las dimensiones alternativas y los monstruos. Ya no voy a dar por sentado que lo sé todo" —leyó con la voz rota—. "Todo ha cambiado desde que te fuiste. Tu padre estaba hecho polvo. Y mi madre y el se peleaban... Muy a menudo. Creo que él no soportaba estar aquí sin ti. Y se fue. Dejó tiesa a mi madre" —tomó un poco de aire—. "Tiene otro empleo y nos hemos mudado al precioso parque de caravanas de Kerley. Básicamente, desde que te fuiste todo ha sido un desastre total. La peor parte es que no puedo decirle a nadie porqué moriste. No puedo decirle a nadie que salvaste a Ce. Que me salvaste la vida" —las lágrimas amenazaban con caer de sus ojos—. "Revivo ese momento constantemente. A veces me imagino a mí, corriendo hacia ti, alejándote de él" —se secó una lágrima rápidamente—. "Imagino que de haberlo hecho todavía estarías aquí, y todo sería como tendría que haber sido".
Max apartó la mirada por un segundo hacia donde estaban sus amigos. Sorbió su nariz y otra lágrima salió de sus ojos.
—"Imagino que nos habríamos hecho amigos. Buenos amigos, como un hermano y una hermana. Ya sé que es estúpido. Me odiabas, y yo a ti, pero creo que tal vez habríamos vuelto a empezar" —hizo una pequeña pausa—. "Pero eso no es lo que pasó. Yo me quedé quieta, mirando" —dijo con amargura—. "Durante un tiempo intenté ser feliz, normal. Pero creo que una parte de mí también murió aquel día. Y no se lo he contado a nadie. Es que no puedo. Pero quería decírtelo antes de que se tarde. Ojalá algún día oigas esto. Lo deseo de todo corazón" —tragó saliva antes de desmoronarse—. "Lo siento. Lo siento muchísimo Billy. Con cariño, tu mierda de hermana, Max".
El cielo volvió a oscurecerse. Max se quedó paralizada en su sitio, sintiendo cada vello de su cuerpo erizarse del miedo.
—Max —dijo una voz oscura.
Lia estaba sentada en el suelo con impaciencia, sin quitar la vista de la melena pelirroja sentada frente a una tumba. Pudo ver como secaba alguna lágrima y como movía su cabeza nerviosamente. Pero sus alarmas se dispararon cuando se dio cuenta de que llevaba demasiados segundos sin moverse.
Se levantó rápidamente y miró a Steve aterrorizada. No hicieron falta palabras para entender que algo andaba mal.
—Vale, ya lleva mucho rato— dijo Steve saliendo del coche mientras caminaba con Lia.
—Dadle más tiempo —pidió Lucas.
—Tarda mucho, ¿Vale, Sinclair? Que contrate un abogado.
Dahlia y Steve corrieron hacia la pelirroja mientras que los otros dos adolescentes se quedaban apoyados en el capó del coche.
—Max, hora de largarse —dijo el mayor una vez llegaron. Pero al no recibir respuesta, se agachó a su lado—. ¿Max?
Lia se agachó delante de su novia. Miró sus ojos atentamente. No eran esos hermosos ojos que adoraba mirar durante horas. Estaban rojos y las pupilas se escondían hacia atrás. Lia entró en pánico al momento.
—Maxie —dijo agitando sus hombros suavemente—. ¡Max!
—Max —dijo la voz de Billy—. Cuanto he esperado escuchar tus palabras, Max.
—¡Despierta! —exclamó Steve. Dio palmadas delante del rostro de Mayfield—. ¡Max!, ¡Despierta!
—¡Maxie!
—¡Max!
—¡Lucas, Dustin! —llamó Steve.
—¡Max, vamos!, ¡Max!
—Pero no es toda la verdad, ¿No, Max? —dijo Billy, acercándose a la asustada Max, Acarició su mejilla con suavidad—. Porque creo que una parte de ti, enterrada bajo esa culpa, deseaba que muriera aquel día. Que incluso se sintió aliviada, y feliz.
Max comenzó a negar con la cabeza, sin dejar de llorar.
—Billy, no. No es verdad —dijo con la voz temblorosa.
—Por eso te quedaste quieta, ¿No Max? —preguntó Billy—. Tranquila, ahora puedes admitirlo. basta de mentiras, basta de esconderse.
—No Billy, eso no es verdad, te juro que no lo es.
—¿No es verdad que desearías que Dahlia hubiese hecho algo más?, ¿Que se hubiese sacrificado?
—No, no. No es verdad.
—¿Segura, Maxie? —dijo otra voz que Max conocía a la perfección, aunque un poco más profunda.
Se giró para mirar a Lia. Tenía la misma ropa de ese traumático cuatro de julio y tenía la cintura y el cuello llenos de sangre. Su rostro también estaba lleno de heridas.
—Vamos Maxie, no mientas —volvió a decir. Pasó su mano por el pecho de Max, ensangrientándolo a su paso—. Por eso ahora la culpa te corroe.
—Lia, no. No es cierto. No quería que nada te pasase —dijo Max entre lágrimas. cada vez le costaba más hablar—. Te juro que no lo quería.
—Por eso te te escondes de tus amigos —dijo Billy esta vez—. Te escondes del mundo.
—No, no —sollozó Max.
—Y por eso en plena noche, a veces desearías haberme acompañado—continuó.
Una lágrima se escapó de Billy y Lia mientras seguían avanzando hacia Max lentamente.
—Acompáñame en la muerte —pidió él—. Sabes que por eso estoy aquí, Max.
—No —dijo Max, negando con la cabeza repetidas veces—. No.
—Para acabar con tu sufrimiento de una vez por todas.
Maxine tropezó y cayó de espaldas al duro suelo. Se levantó un poco para mirar de nuevo a su hermano y a su novia, pero esta vez, ninguno de los dos estaba ahí.
—Es el momento, Max —dijo Vecna—. El momento de unirte a mí.
Max se levantó del suelo velozmente y comenzó a correr para intentar escapar de aquella terrible pesadilla. Corrió ciegamente por el oscuro cementerio, no pensando mucho en los obstáculos que podían aparecerse por estar corriendo sin cuidado.
Mientras tanto, Dahlia, Lucas, Dustin y Steve luchaban por traer a Max de vuelta. Gritaban su nombre innumerables veces y la sacudían con fuerza. Lia lloraba más desconsolada que nunca, sintiendo que de verdad estaba a punto de perder a Max.
—¡Nancy! —gritó Harrington— ¡Llama a Nancy! —empujó a Henderson y este corrió hasta el coche mientras soltaba palabrotas.
—¡Maxie, por favor! —gritó Lia.
—¡Despierta, Max! —Lucas gritaba con la misma desesperación que la rubia.
—No puedes esconderte de mí, Maxine.
—¡Max, vuelve! —volvió a gritar Lia.
—¡Lia! ¡Lucas! ¡Dustin! —gritó la pelirroja con todas sus fuerzas, ahogada en el pánico—. ¡Lia, ayúdame por favor! ¡Lucas!
Dustin llegó corriendo al grupo con el walkman de Max y algunas cintas de la misma. Las dejó entre sus amigos y estos los miraron confusos.
—¿Dustin, Qué haces? —preguntó Lucas alterado.
—¡Su canción! ¡¿Su canción preferida?! —preguntó el rizado mirando a Lia, quien no paraba de llorar.
—¿Por qué? ¿Por qué? —volvió a repetir Lucas.
—Robin dice que si la escucha... —Dustin estaba demasiado alterado como para explicarlo, así que se interrumpió a si mismo— No perdamos el tiempo. ¿Cual es su canción preferida? —chilló— ¡Dahlia!
—Uh, esto... —Lia cerró los ojos, intentando recordar todas las cartas que Max alguna vez le había enviado, pero no recordaba nada de ninguna canción.
—¡Vamos, Lia! —exigió Dustin— ¡No tenemos tiempo!
—¡No lo sé! —gritó ella desesperada.
—¡Running up that Hill! —gritó de pronto Lucas— ¡Kate Bush!, ¡Kate Bush!
Lia sintió una fuerte punzada en el corazón al pensar que no conocía lo suficiente a su novia. Lágrimas de tristeza se mezclaron con las de pánico mientras buscaba entre las cintas.
—¿Qué estás haciendo aquí, Max? —preguntó Vecna.
La pelirroja había llegado a un lugar extraño. El cielo ya no era oscuro, si no de un color rojo vivo. Y por el tono de Vecna, parecía no quererla ahí.
—Vuelve conmigo.
Al pisar, Max sintió que algo crujía bajo sus pies, como si hubiera aplastado un saco de tela de araña repleto de cientos de diminutas arañas. Un escalofrío recorrió su espalda y retrocedió con rapidez, temiendo encontrarse con Vecna. Sin embargo, lo que vio fue aún más aterrador. El cuerpo destrozado de Chrissy estaba enredado alrededor de un imponente pilar. Max soltó un grito ahogado al contemplar aquella horrible escena y retrocedió lentamente. Cuando volvió a girar la cabeza, se encontró con el cuerpo de Fred en una situación similar a la de Chrissy.
—¿Qué te parecen, Max? —preguntó Vecna acercándose a ella— ¿Te gustaría unirte a ellos?
Max trató de huir de nuevo, pero esta vez una enredadera agarró su tobillo, haciéndola caer al suelo.
—¡Joder!
Luchó contra la increíble fuerza de la enredadera, pero era imposible ganarle a una cosa como esa. Vecna tiró de ella y tan solo pudo gritar.
—¡No!
Max quedó atrapada enredada en uno de los pilares que quedaban desocupados. Sus brazos quedaron inmovilizados y una enredadera se enroscó alrededor de su cuello, apretando con fuerza y dejándola sin apenas aire. Mientras Vecna se acercaba, ella luchaba por respirar, sofocada y gimiendo en agonía.
—¿Cual es, Lucas? ¿Cual es? —preguntó Dustin rebuscando entre las cintas.
—¡Ugh! ¿Donde está? ¿Donde está la puta canción de Kate Bush? —gritó Lia—. ¡Joder!
—¡Rápido Lucas! —insistió Dustin.
—¡Está! —dijo Lia cuando vio el nombre escrito en una de las cintas— ¡Ya la tengo!
—¡Dámela!
La rubia se la dio lo más rápido que pudo. Dustin la metió en el reproductor y Dahlia le puso los cascos a la pelirroja.
—¡Ya! —gritó Dustin hacia Steve para que le diese al play.
Max vio como detrás de Vecna, a lo lejos, se abría una especia de portal que permitió ver a sus amigos y a su novia gritar por ella. Vecna también se había dado cuenta
—¡Max!
Esa era la voz de Dahlia. Se escuchaba como eco para Max. Al menos podía escucharla.
—¡Max! ¡Despierta!
—¡Max, tienes que escuchar! —volvió a gritar Lia— ¡Estamos aquí! ¡Vuelve!
—No te pueden ayudar Max —dijo Vecna—. Hay un motivo por el que te escondes de ellos.
—¡Max!
—Tú sitio está a mi lado —La criatura apretó más el cuello de Max.
—Tú no existes —dijo Max con dificultad, pero se notaba la ira en su voz.
—Claro que sí, Max. Existo.
La enorme garra de Vecna se colocó a centímetros del rostro de Max.
Los cuatro adolescentes quedaron atónitos y retrocedieron tambaleándose por la impresión, presenciando cómo Max se elevaba lentamente en el aire. Dahlia fue la primera en levantarse y trató de agarrar su mano, pero Max ya se encontraba demasiado lejos para alcanzarla.
—¡Max! —gritó Lia
—¡Max! —Steve se llevó las manos a la cabeza, creyendo que realmente se acababa allí.
Dahlia seguía gritando su nombre como si su propia vida dependiese de ello. Tenía la cara roja y los ojos hinchados de tanto llorar, y su garganta ardía como el mismísimo infierno. Levantó su mano derecha en un intento desesperado por usar su telequinesis, pero la fuerza de Vecna era mayor.
Vecna estaba cada vez más cerca de clavar sus garras en el rostro de Max.
—¡Max! —Lia había dejado su voz en ese grito desesperado. El pánico se la comió por completo. ¿Es qué no estaba funcionando?, ¿Max Mayfield iba morir así? Dahlia sintió su garganta cerrarse y esta vez no podía respirar.
Maxine escuchó el grito desolado de su novia.
—No quiero una puta carta. Habla conmigo.
La pelirroja cerró los ojos. Una lágrima rodó por el lateral de sus ojos.
—Estamos aquí. Yo estoy aquí.
En un instante, Max presenció literalmente su vida desfilar frente a ella. Vio decenas de recuerdos junto a sus amigos, momentos que guardaba con un cariño inmenso. Como aquel día en que llevó a Ce de compras por primera vez, o la noche de Halloween en la que se divirtió sin parar con Dustin, Lucas y Dahlia. También recordó cuando Once y ella criticaban a Mike en su habitación, y cómo olvidar la ocasión en que vio a Mike reír de verdad gracias a algo que ella dijo. El primer beso con Dahlia se le presentó vívidamente en la mente, al igual que cuando Dahlia le confesó por primera vez su amor. Los numerosos momentos de complicidad en las fiestas de pijamas con Ce y Lia. Las risas compartidas con Lucas y Dustin. Y la sonrisa inconfundible de Lia, que siempre le iluminaba el día. Los momentos de hermandad entre Lia y Will también resurgieron en su memoria. Max recordó cómo Lia siempre estuvo a su lado, apoyándola incondicionalmente y haciéndole sentir que cada instante de su vida valía la pena ser vivido.
Dahlia. Once. Lucas. Dustin. Mike. Will. Steve.
Max abrió los ojos y se liberó de una de las enredaderas. Agarró una parte del cuello de Vecna y la arrancó con fuerza. Vecna se tambaleó hacia atrás, dolorido. La pelirroja cayó al suelo. Sabía que esa era su única oportunidad para escapar de aquel lugar, y no lo iba a desaprovechar.
Salió corriendo, y esta vez, corría por su vida. Vecna trató con todos sus medios evitar que ella escapara. Lo único que consiguió fue que Max tropezase una sola vez.
—¡Max!
—¡Max!
...
...
...
...
Maxine abrió los ojos ampliamente y exhaló. Nada más abrir los ojos se vio a si misma en al aire y a Dahlia con los brazos extendidos. Bajó rápidamente, pero cuando por fin tocó el suelo no pudo mantenerse en pie. Miró a todas partes, aterrada y confusa. No podía parar de hiperventilar, temiendo que aún siguiese atrapada en ese lugar. Lia se tiró de rodillas a su lado y rodeó a Max entre sus brazos, tremendamente aliviada de verla sana y salva. Se agarró a la chaqueta de Max y la apretó contra ella muerta de miedo porque se fuese de su lado nuevamente.
—¡Max! Estoy aquí —dijo Dahlia, aferada a ella—. Tranquila, tranquila —volvió a decir con la voz rota—. Estoy aquí.
Max seguía respirando con dificultad, pero parecía más tranquila después de escuchar su voz. Cerró los ojos y se aferró a Lia para encontrar la calma que siempre sentía en sus brazos. Steve sostuvo a Dahlia por los hombros.
—Creía que te habíamos perdido —murmuró Lia, entre lágrimas angustiadas. Casi no podía hablar por los pequeños sollozos que salían involuntariamente.
—Sigo aquí... Sigo aquí —dijo Max abrumada por lo que había pasado y sin soltar a Dahlia.
—Joder... —dijo Lia sollozando, escondíendose en su hombro.
Max respiró hondo. No tardó mucho en esconder su rostro en el cuello de su novia, con tal de sentirla cerca.
—Sigo aquí —susurró Max.
Ambas inclinaron sus cabezas hasta que sus frentes quedaron a escasos centímetros de distancia. En ese instante de tensión, ninguna de las dos deseaba separarse. Max colocó su mano suavemente sobre la mejilla de Lia, sintiendo el contacto cálido y reconfortante.
Dahlia no pudo contenerse por más tiempo. Levantó su mano y entrelazó sus dedos con los de Max, que permanecían firmes junto a su mejilla. Sus miradas se encontraron, reflejando un profundo alivio en sus ojos. Sin apartar la vista, sus labios se acercaron lentamente, los ojos de ambas desviándose hacia el encuentro inminente. En ese preciso instante, Dahlia se inclinó hacia adelante y sus labios se unieron en un beso cargado de una nueva necesidad, como si anhelaran detener el tiempo y aferrarse a ese momento de paz.
Ignorando por completo la presencia de Dustin, Lucas y Steve, se sumergieron en su propio mundo durante un precioso instante.
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