𝗖𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝘂𝗻𝗼 - 𝗜
Una pequeña niña corriendo por el bosque, huyendo de quienes juraron "protegerla".
No miraba atrás, ignoraba los gritos de los soldados que mandaban la orden de capturarla, solo pensaba en una cosa: huir y encontrar a Once. No tenía idea de donde se encontraba la otra chica, solo sabía que se había escapado días antes que ella, y de un modo u otro esa había sido la razón de su escape.
Cada rama rota por sus pequeñas manos dejaba astillas que se clavaban en sus pies, pero la niña no se detenía. La lluvia caía sin piedad, empapando su bata de hospital y haciéndola temblar de frío. Empujaba los arbustos con determinación, saltaba por los pequeños riachuelos con agilidad, buscando desesperadamente un refugio seguro donde ocultarse.
Finalmente, sus ojos avistaron una pequeña choza en medio del bosque. Se acercó recelosa a ella, preparada para atacar en caso de haber algo dentro. Al llegar frente a la choza, sus ojos se encontraron con las palabras "Castillo Byers" escritas en una placa desgastada. Empujó la cortina para meterse dentro, encontrándose con unas mantas, un par de almohadas y una cesta con un par de golosinas y chocolates dentro. No dudó en hacer de ese supuesto castillo su nuevo hogar temporal, y tampoco se privó de comer lo que había en la cesta, que para su sorpresa, estaba mucho más rico que cualquier cosa que hubiese probado en el laboratorio.
Se acurrucó en una bola entre las cálidas mantas, sintiendo su suavidad reconfortante. Con los ojos cerrados y la respiración tranquila, se sumergió en un profundo sueño, entregándose a los brazos del sueño reparador. En aquel refugio improvisado, la pequeña niña encontró un momento de paz en medio de la incertidumbre y la persecución, confiando en que, cuando despertara, volvería a emprender su misión de buscar a Once.
[...]
—Primero desayunas y luego juegas, no me hagas enfadar —le advirtió su madre con voz firme.
—Vale mamá —bufó Will mientras se sentaba a la mesa. Estaba emocionado por probar uno de sus regalos de Navidad, un Atari. Su amigo Dustin ya lo había probado y no dejó de alardear sobre lo genial que era.
—¿No quieres construir la estrella de la muerte? —preguntó Jonathan, señalando la caja de Lego que yacía tirada en la alfombra.
—Sí, la construiré más tarde en el Castillo Byers, no saldré de allí hasta que quede igual que la de Mike —respondió con entusiasmo.
—Espero que salgas para comer —río Joyce.
—No es necesario, he guardado provisiones.
—El chocolate no cuenta cómo comida —se burló su hermano, ganándose una mala pero divertida mirada de Will.
No pasó mucho tiempo antes de que Will terminara su desayuno y corriera hacia el televisor para probar su nuevo regalo. Sin embargo, la suerte no estaba de su lado, ya que el televisor se negaba a funcionar. Después de golpearlo varias veces, llamó la atención de su madre.
—¿Qué haces? —se asomó para ver qué ocurría.
—No funciona —dijo sin dejar los golpes.
—Para, para, para —se acercó él—. Así no se va a arreglar, puede que la antena se haya estropeado, no lo sé, lo miraré más tarde.
—¿Por qué no ahora? —se quejó triste.
—Tengo recados que hacer, pero te prometo que cuando vuelva lo solucionaremos, ¿Te parece bien? —el niño asintió, ganándose un beso en la frente por parte de Joyce—. Jonathan cuida de tu hermano —se dirigió a la puerta, no sin antes despedirse—. Adiós, chicos, os quiero.
—Adiós mamá —dijeron ambos hermanos al unísono.
Al no tener nada mejor que hacer Will cogió la caja de Lego entre sus brazos y salió de casa, yendo hacia el Castillo con la intención de hacer lo que había contado antes, sin saber que sus planes iban a cambiar drásticamente.
Caminó hasta el castillo mientras calculaba cuanto tiempo podría tardar en construir su nuevo juguete, pero al abrir la cortina del Castillo se encontró con una niña de pelo muy corto, casi rapado, que dormía plácidamente en sus mantas.
No supo muy bien que hacer, tal vez se había perdido, así que dejando la caja a un lado se dispuso a despertarla.
—Oye, despierta —dijo sacudiéndola suavemente.
La niña se despertó de un brinco, asustada al ver al pequeño de los Byers mirándola con ojos curiosos.
—¿Qué haces aquí?, ¿Te has perdido? —preguntó al verla asustada.
La niña solo negó, sin moverse del sitio. Entonces Will recordó lo que le habían dicho sus amigos, algo sobre una niña rapada con poderes que había matado al demogorgon. No pudo evitar pensar qué tal vez era ella, solo que esta niña no estaba rapada del todo, tenía algo de pelo crecido pero aún así era más corto que el de Will. Así que acercó su mano a la de ella con intención de buscar el tatuaje del que había escuchado hablar, pero ella no lo permitió, paró su brazo con su telequinesis, provocando que una gota de sangre rodara por su nariz.
—Lo siento, no quiero hacerte daño —habló el chico, ocultando su asombro al ver sus poderes— ¿Eres Once?
La niña volvió a negar sin emitir sonido alguno mientras se limpiaba la sangre, pero sin dejar de estar atenta a sus palabras por la mención de su amiga. En cualquier otra situación habría usado su habilidad de crear ilusiones, pero si ese niño sabía algo sobre su hermana tenía que descubrirlo.
—No... No pretendía asustarte, es que mis amigos me han hablado de una chica parecida a ti —explicó sin salir de su asombro al ver sus habilidades.
—Diez.
—¿Cómo? —preguntó confuso.
—Yo soy diez —dijo señalándose a sí misma.
—Pero ese no es tu nombre real, ¿Verdad?
—¿Nombre real? —cuestionó algo más confiada que antes.
—Sí, ya sabes, el nombre que te ponen tus padres al nacer —explicó señalando lo obvio—. Yo me llamo William, pero todos me llaman Will, es su diminutivo.
—Will —repitió.
—Exacto, entonces, ¿Cuál es el tuyo? —volvió a preguntar.
—Yo soy diez —repitió.
El chico pensó, no podía ser que ese fuese su nombre real, tal vez era como la llamaban en el laboratorio, pero todos tenían un nombre.
—Vale, ¿Que te parece si te ponemos un nombre? Algo que te identifique, no un número.
—¿Identifique?
—Algo que sea como tú, algo tuyo —explicó—. Por ejemplo, ¿Hay alguna cosa que te guste? Nombres geniales, mitología... No lo sé, algo así.
—Algo que me guste... —repitió pensativa— Las flores.
—¿Te gustan las flores? —ella asintió con una sonrisa— Bien, entonces ¿Te parece bien tener el nombre de una flor?
—No conozco ninguno.
—No pasa nada, el profesor Clarke nos ha enseñado todos los tipos de flores que podemos encontrar en Hawkins, seguro que hay alguna que te guste, tengo un libro sobre ellas.
Se dispuso a ir en busca de la enciclopedia, pero unas marcas de sangre seca en los brazos de la niña le llamaron la atención.
—¿Quieres que limpiemos eso? —preguntó señalando sus heridas.
—Vale —respondió algo insegura.
Will salió corriendo hacia su casa, mientras su hermano mayor lo observaba con curiosidad. Registró su mochila hasta encontrar lo que buscaba: un libro sobre flores. Sabía que los abusones de su clase se burlarían de él por tener ese libro, pero para Will, era una fuente de conocimiento. También se apresuró a buscar un pequeño botiquín que su madre guardaba en el baño. Después de eso, regresó rápidamente con Diez, mostrándole el libro con orgullo.
—Ve pasando las páginas y si encuentras una flor que te gusta solo dilo, mientras tanto yo me encargaré de desinfectar eso.
Ella asintió y empezó a hojear el libro, asombrada por todos los tipos de flores coloridas que había en él. Entre tanto el castaño tomó un trozo de algodón y junto con algo de alcohol empezó a quitarle la sangre seca, recibiendo algún quejido por parte de su nueva amiga. Mientras era atendida, continuó pasando páginas hasta encontrar una que le llamó mucho la atención por la exagerada cantidad de pétalos que contenía, la señaló con su dedo índice para que Will la viera.
—¿La Dahlia? —preguntó—. ¿Te gusta esa?
Ella solo asintió, sin dejar de mirarla.
—Bien, puedes llamarte así a partir de ahora, y también te puedes llamar Lia, su diminutivo.
—Dahlia —repitió feliz.
[...]
Will le había llevado algo de ropa y calzado a su nueva amiga, puesto que la suya no parecía muy cómoda y sus pies estaban algo maltratados, sin contar el hecho de que la bata que vestía tenía agujeros por culpa de las ramas con las que se había topado durante su huida.
Al principio el chico le propuso contarle a su madre sobre su situación, para que la ayudara, pero Dahlia se negó rotundamente, "Nada de adultos" fueron sus palabras. Will supo inmediatamente que no venía de un buen lugar, pero tampoco podía averiguar mucho más porque la chica no respondía a sus preguntas, solo se limitaba a comer la comida que él le traía y a ojear el libro sobre flores.
—Amapolas —dijo esta vez señalando una foto en el libro.
—Hay algunas cerca de casa, si quieres te las puedo traer después —se ofreció, viendo cómo al instante una sonrisa se formaba en el rostro de la chica.
—Will —lo llamó.
—¿Sí?
—¿Dónde está Once?
—No lo sé, no la he llegado a conocer, mis amigos dicen que desapareció junto con el demogorgon, nadie la ha vuelto a ver.
—¿Está muerta? —preguntó con miedo.
—No, Mike dice que solo se ha ido, pero que siente su presencia, seguro que sólo está escondida, como tú.
—Escondida...
Will no entendía la extraña manía de la chica de repetir sus palabras, pero lo hacía con casi todas sus frases, era algo que hacían los niños pequeños, pero Dahlia parecía tener su edad. No entendía cuál era su pasado o por qué tenía poderes, pero en cierto aspecto le daba miedo hacerla enfadar o molestarla. No sabía de qué era capaz.
[...]
El niño se apresuró a guardar una manzana del frutero en su bolsillo, con intención de llevársela como desayuno junto a su Magdalena a Dahlia, pero fue interrumpido por una pregunta de su hermano.
—¿A dónde vas?
—Al castillo Byers —respondió queriendo escapar de la situación.
—Últimamente pasas mucho tiempo allí, apenas has tocado el Atari, pensé que estarías todo el día metido en esa consola.
—Es que montar la estrella de la muerte es más difícil de lo que parece —río, mintiendo.
—¿Quieres que te ayude? No tengo nada que hacer —se ofreció sonriéndole.
—¡No! Quiero decir, muchas gracias, pero quiero hacerlo solo, seguro que lo acabaré consiguiendo.
—Como quieras, estaré por aquí si necesitas algo.
—Gracias —dijo antes de salir por la puerta tranquilamente, para después correr hacia el Castillo—. Buenos días.
—Hola —saludó de vuelta la niña, que llevaba un rato despierta.
—Te traigo el desayuno, una manzana y una magdalena, seguro que te gusta, es de mis favoritas —le sonrió.
Lia no tardó en devorar la comida, durante los días en los que había estado con Will no había comido mal del todo, pero deseaba poder comer algo más que sobras.
—Oye... No quiero molestarte, pero no sé absolutamente nada de ti —inquirió el chico, tratando de saber más sobre ella.
—Vengo del laboratorio —dijo terminándose la manzana.
—Eso ya lo sé, pero quiero saber más, ¿Cómo conseguiste tus poderes?, ¿Por qué tienes un tatuaje?, ¿Hay más niños como tú?, ¿Por qué estás rapada? —preguntó todo tan rápido que ni siquiera se percató de que había asustado a la niña.
—El laboratorio es malo —dijo jugando con sus manos—. Once es mi hermana, eso dice papá.
—¿Papá?, ¿Tienes un padre?
—Él es malo. Encerró a Once.
Will solo asentía, queriendo saber más, pero Dahlia no estaba por la labor, algo que lo frustraba.
—Sabes que puedes confiar en mí, ¿Verdad?
Ella no dijo nada.
—No voy a hacerte daño, quiero ayudarte, pero si no me cuentas nada no podré hacerlo.
La chica pareció pensarlo, pero un fuerte ruido acompañado del sonido de la lluvia la asustó, soltando un pequeño grito acompañado de una mirada asustada.
—Tranquila, es sólo una tormenta, se irá en un rato —se paró a mirarla, dándose cuenta de que Lia estaba temblando—. Ten, te daré mi chaqueta.
Se quitó rápidamente el abrigo para después dárselo a su amiga, ayudándola a ponérselo.
—Tengo que irme o Jonathan, mi hermano, se preocupará, pero no te preocupes, volveré más tarde para darte la comida, y te enseñaré mi estrella de la muerte, podemos montarla juntos, mola mucho —dijo rápidamente antes de ir corriendo hacia su casa.
Dahlia no sabía nada del mundo exterior, los truenos la asustaban, también temía por ser encontrada y por poner en peligro a Will. Quería encontrar a Once, tal y como ella lo hacía cuando la ordenaban a buscar cosas, pero no tenía idea de cómo hacerlo sin la ayuda de Brenner, y a decir verdad le daba miedo intentarlo.
[...]
—¿Dónde está la pieza azul? —preguntó el castaño revolviendo todas las piezas.
—La vi aquí antes... —murmuró Dahlia buscando debajo de las mantas.
—¡Aquí! —exclamó Will sonriente levantando la pieza— Si seguimos a este ritmo podremos terminarla para mañana.
—¿Quedará cómo la de la foto? —curioseó la niña cogiendo el libro de instrucciones.
—Si lo hacemos bien, sí.
Ambos niños continuaron montando la estrella de la muerte, hasta que la tripa de Dahlia sonó lo suficientemente fuerte para darse cuenta de que realmente tenía hambre. Miró a su amigo con una sonrisa algo avergonzada, esperando a que dijera algo.
-—¿Quieres comer algo? —ella asintió— Bien, veamos que tenemos en la nevera.
Will se levantó y empezó a caminar hacia su casa, hasta darse cuenta de que la chica no se había movido de su sitio.
—Vamos Lia, ¿no quieres comer algo? —entonces, al ver como la niña miraba el coche aparcado se dio cuenta del problema— Oh, no te preocupes, no hay nadie en casa, se han ido en el coche de Bob, el nuevo amigo de mi madre.
Al tener la casa despejada ambos niños corrieron hacia la misma, buscando algo para merendar.
[...]
No pasó mucho tiempo hasta que Dahlia por fin se atrevió a entrar a casa cuando estaba sola, a pesar de que le diera algo de miedo, se aburría en el castillo Byers. Siempre iba con mucho cuidado, procuraba dejar todo tal y como lo había encontrado, desde luego no quería que la pillaran y la mandarán de vuelta al laboratorio.
Lo primero que descubrió fueron los libros, no como tal el objeto, ella ya sabía de su existencia, si no su contenido. Al ver la increíble cantidad de libros que había la rubia no pudo evitar emocionarse.
Había desde libros de fantasía hasta enciclopedias de cosas que ella no sabía que existían. Lo que más le interesaron desde luego fueron los cómics que Will tenía. Eran todos sobre súper héroes y no podía dejar de leerlos una vez que su amigo le enseñó a hacerlo. Llegó a un punto en el que empezó a pedirle a Will que buscase más, y él los sacaba de la biblioteca para que Lia no se aburriera en casa.
Después de pasar todos los días leyendo todo lo que había en la casa se le acabó muy rápido la diversión, y Will no podía traerle siempre libros de la biblioteca, así que encontró otra cosa en el cuarto de Jonathan. La música, todos los tipos de música que existían. Al principio le costó entender cómo funcionaba la máquina, pero en cuanto lo descubrió iba poniendo cartucho tras cartucho.
A veces incluso hacía ambas cosas a la vez, escuchaba música mientras leía.
Definitivamente la casa Byers era muchísimo más acogedora y divertida que el laboratorio.
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