Capítulo 3

7:30 am

El sonido del tenedor contra el tazón cortaba el silencio de la cocina. En ella se encontraba un castaño que trabajaba arduamente preparando su desayuno. Los cascarones de huevo reposaban sobre la mesa mientras el omega vaciaba los huevos revueltos en la sartén.

Parecía concentrado; sin embargo, una sensación extraña llamaba su atención. Era como sentir una mirada penetrante siguiendo cada uno de sus movimientos. Su cuerpo le decía que alguien lo observaba de cerca. Bastó con mirar disimuladamente hacia la ventana para que sus dudas se disiparan: un peliazul lo contemplaba desde una de las ventanas del edificio de enfrente. Parecía que sus intentos por disimular habían fallado, y sus miradas se cruzaron por accidente.

Aioros suspiró pesadamente. "¿En serio no tiene nada mejor que hacer?", pensó.

—¿Por qué suspiras, cielo? —le cuestionó su pareja mientras se acomodaba en el comedor.

—Oh... no me di cuenta de que ya habías salido de la ducha. Solo estaba absorto en mis pensamientos, no es nada—explicó el castaño.

—¿Y qué pensabas?— volvió a cuestionar el peliverde, claramente interesado.

—No, no es nada importante. Sinceramente, ya ni me acuerdo—dijo Aioros apenado.

—Bueno, si tú lo dices -respondió Shura, insatisfecho con su respuesta—. Sabes que, si hay algo que te aqueje, puedes decirlo con confianza.

—Gracias amor— expresó el omega para finalizar la conversación.

Un silencio incómodo se instaló mientras desayunaban, y la tensión causada por la discusión de la noche anterior alimentaba un sentimiento desagradable. Sumado a la pequeña conversación que tuvieron, no sonaba más que los pequeños sorbos al café y el pitido de la tostadora avisando que el pan estaba listo.

—Ese hijo de puta...—Una maldición escapó de los labios de Shura.

—¿Qué ocurre? —preguntó el castaño, desconcertado.

—Ese maldito de Saga sigue espiando. Hace meses que lo hace, y cada vez más descaradamente. ¿¡En serio no te das cuenta!? —vociferó el peliverde, hirviendo de rabia—. ¿Quién putas se cree para estarte mirando? ¡Ahorita me va a escuchar ese idiota!

—Ya, Shura, no te pongas celoso. De verdad no me importa si me mira o no, ¿está bien? Si vas con él, solo habrá más problemas. Además, llegarás tarde —intentó calmarlo el omega.

—¿¡Que no me ponga celoso!? Ese idiota y tú tuvieron una larga relación, y si te mira es porque aún está interesado en ti. Sé lo mucho que significó para ti, no pienso dejar que se meta en nuestras vidas —la voz de Shura temblaba. Una combinación de rabia, celos y un miedo terrible lo acompañaban en cada palabra.

Aioros era todo para él y lo amaba, pero ese amor se estaba volviendo cada vez más dependiente y ansioso. Había días en que los celos aparecían sin razón y lo inundaban con una inseguridad que lo ahogaba y lo hacía estallar. Sabía que poco a poco estaba convirtiéndose en un problema que hacía tambalear su relación. Sabía que Aioros no era la clase de persona que soportaría comportamientos tóxicos, y eso era lo que más le asustaba.

Conocía muy bien a Aioros: si continuaba con esas actitudes, pronto el castaño se cansaría. Y si no cambiaba, Aioros se iría de su vida. Pero ese era el problema más grande: Shura ya no sabía cómo parar.

Entre tantas razones que Shura encontraba para justificar su comportamiento, la única correcta era que no se sentía capaz de hacer que Aioros lo amara tanto como había amado a Saga. Incluso si Aioros le afirmaba que no había nadie más importante que él, Shura continuaría dudando. Quizá porque se comparaba demasiado con Saga, quizá porque se sentía inferior a él, quizá porque había escuchado a Aioros susurrar el nombre de Saga entre pesadillas.

Quizá porque sabía que Aioros no superaba del todo a su antigua pareja. Quizá porque borrar el nombre de otro alfa de su corazón era más difícil de lo que pensaba.

Shura sabía que, en parte, era culpable. Aioros necesitaba tiempo, y él no estuvo del todo dispuesto a dárselo. Pasaron solo dos meses desde la ruptura, y se aventuró a relacionarse con él. Incluso si Aioros se negaba, Shura insistía hasta que el omega cedió. Pero es que estar con Aioros era como un sueño para él. Desde el primer día que había llegado a su trabajo, quedó cautivado con ese omega tan perfecto.

Shura se levantó abruptamente de la mesa, derramando un poco de café en el mantel.

—¡Ya no puedo más con esto, Aioros! —exclamó con desesperación, llevándose las manos al cabello.

—¡Shura, por favor! —Aioros también se puso de pie, con los ojos llenos de frustración—. No puedes seguir reaccionando así cada vez que Saga o cualquier otro alfa aparece o me ve. ¡No hay nada entre él y yo!

—¡Pero él te sigue mirando! ¡Y lo peor es que tú lo permites!—Shura se dió cuenta de lo que había dicho, era demasiado tarde para disculparse

El silencio se instaló nuevamente, esta vez mucho más pesado que antes. Shura respiraba agitadamente, y Aioros lo miraba con una mezcla de tristeza y agotamiento.

—Shura... -dijo finalmente, con voz temblorosa—. Te quiero, de verdad que sí. Pero no puedo seguir así. Esta relación... no puede sostenerse si no confías en mí, ¿De verdad piensas que yo permito eso?, como si el viniera aquí a preguntarme si me puede ver, enserio, no puedo con esto.

El peliverde lo miró, y por un momento pareció como si todo el aire hubiera salido de su pecho.

—No... no me digas eso, por favor. Yo puedo cambiar, te lo prometo.

—Shura, no es tan fácil. No es algo que puedas cambiar de la noche a la mañana.

—¡Pero lo haré! -insistió Shura, acercándose lentamente hacia él—. Aioros, por favor, no me dejes.

El omega bajó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de esos ojos esmeralda.

—Necesito tiempo para pensar, Shura.

El silencio volvió, tan espeso como una tormenta inminente.

Shura retrocedió lentamente y, sin decir una palabra más, tomó su chaqueta y salió de la casa, dejando atrás un ambiente cargado de decepción, tristeza, promesas y compromisos que se agrietaban y amenazaban con derrumbar todo.

Aioros se dejó caer en una silla, con la cabeza entre las manos, esa discusión lo habían dejado exhausto.

El reloj en la pared seguía su marcha implacable, marcando los segundos de una relación que pendía de un hilo.

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Saga seguía apoyado contra el marco de la ventana, su mirada fija en el edificio de enfrente. El reflejo del vidrio le devolvía una imagen que odiaba: un hombre roto, con ojeras profundas y el arrepentimiento reflejado en ese rostro agotado. Desde ahí podía ver claramente a Aioros, con esa expresión cansada y los hombros levemente caídos, como si llevara el peso del mundo en ellos.

—Idiota... —susurró para sí mismo, apretando los dientes.

No debería estar ahí, no debería estar observándolo, pero ¿Cómo podía alejarse cuando cada fibra de su ser le gritaba que ese era su lugar?, si cada latido de su corazón significaba que su vida solo tenía sentido si estaba a su lado. ¿Cómo podría pedirle que lo perdonara? ¿Cómo podía siquiera acercarme después de haberle fallado?.

Saga cerró los ojos con fuerza, dejando que su frente tocara el vidrio frío. No podía ignorar lo evidente: Shura era mejor para Aioros. Era estable, era firme, y aunque sus celos eran un problema evidente, al menos él estaba ahí, presente, luchando por el amor del castaño. Mientras tanto, ¿qué había hecho él? Destruir todo lo que tocaron sus manos.

"Soy un desastre", pensó.

Pero a pesar de todo, aunque fuera egoísta, aunque fuera lo peor que Aioros pudo tener en su vida, no podía renunciar. Porque había algo dentro de él que aún ardía, una pequeña llama que se negaba a extinguirse: la esperanza de que tal vez, solo tal vez, Aioros podría darle otra oportunidad.

Saga bajó la mirada hacia Atlas, el cachorro que ahora era la excusa perfecta para intentar acercarse. Si tenía que ser patético, si tenía que buscar cualquier pretexto para estar cerca de él, lo haría. Aunque fuera solo por un instante.

—Vamos, Atlas... hora de pasear —murmuró con voz grave mientras tomaba la correa del perro—. Es hora de humillarnos ante la sociedad.

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