𝘷𝘪𝘪𝘪

Estaba sentado en un escritorio en postura de camarón, de tal manera que solo veía su espalda. Había un librero a su lado, una cama y un armario. Nada más y nada menos. No reaccionó cuando abrí la puerta, pero no sabía que hacer, así que me quedé observando en silencio mientras él escribía.

Se escuchaba el rasqueo de la pluma contra el papel en una canción primitiva. Era agradable e incómodo a la vez. ¿Por qué no hablaba? ¿Por qué yo no hablaba? Después de un rato, volví a tomar aire.

— ¿Hann Arisgo? — pregunté y él levantó la cabeza. Pero no me volteó a ver —. ¿Tú eres Hann Arisgo?

— ¿Shanice? — preguntó mi nombre y mi corazón se encogió. Su voz era suave y hacía que mi corazón palpitara al mil por hora. Respondí con un sí y río —. ¿Enserio viniste? Pensé que habrías estado tirando las cartas y no que — volvió a reír y me puso nerviosa.

Nos quedamos en silencio un tiempo. Él seguía dándome la espalda.

— Lamento haber hecho que la comunicación fuera unilateral. Pensé que así te tomarías el tiempo de leer antes de llamarme lunático.

— Funcionó bastante bien — contesté —. Los primeros meses fueron extraños y mi hermana pensó que eres un acosador, pero realmente me llegaron tus poemas. Te escribía respuestas pero no podía enviarlas, por desgracia — suspiré y él suspiró también.

Entonces se levantó y finalmente entendí lo que ocurría.

Hann era ciego.

Se giró hacia la puerta y pude ver claramente en sus ojos la falta de vista. Fue un momento que mi corazón se paró, pero sonreía. Ambos sonreiamos.

— Tu y tú hermana fueron a un evento de caridad hace exactamente un año. Tu hermana era mandona y repelente, pero tú realmente ayudaste toda la semana que duró — dijo mientras llo me acercaba a él en silencio —. Pensé que sólo era yo aferrándome a cualquier cosa para no sentirme solo, pero después de meses y meses de  pensar en ti, empecé a escribir y— se detuvo abruptamente. Y es que le había abrazado de imprevisto.

De pronto, supe quien era. Ese evento había sido idea de mi hermana pero actuó terrible toda la semana. Los chicos discapacitados le estresaban pero yo incluso llegué a quedarme toda la noche hablando con ellos. Y Hann era uno de ellos. Sabía quién era aunque jamás hubiera escuchado su nombre.

— Tus poemas eran hermosos — murmuré —. Sabía que no eras una mala persona, sabía que sólo alguien increíble podría escribir cosas así.

Me abrazó de vuelta y nos quedamos ahí un rato.

En el escritorio pude ver la estrofa que estaba escribiendo. No estaba terminada, tenía un relieve muy claro y pude ver qué la había estado escribiendo muchas veces en mil hojas. No veía, pero cuidaba cada error. Era hermoso.

“Cartas de amor, perdón.
Mi intención jamás fue escribir una carta de amor.
Quería contarle de lo que arde en mi interior
Pero es imposible contar lo que se siente”.

No estaba completo, no era simétrico, pero era perfecto.

Todo lo era en ese momento.

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