𝘷𝘪𝘪

No iba vestida con mis mejores ropas y había decidido no llevar nada de valor. Dejé a Lara una carta oculta en la que decía a dónde había ido y pedía perdón en caso de no volver. Estaba aterrada, si, pero no podía volver.

En mis manos llevaba una respuesta. Una carta en un sobre nuevo y rezaba a todos los dioses para que no me pasara nada malo. El lugar era un pub lleno de hombres que me miraron como una presa en cuanto entré. Era una idiotez quería salir corriendo pero no me atrevía. Tomé asiento en la barra y oculté mi cabeza hasta que el barman me atendió.

— No se ve bien, señorita — me dijo con una mirada cálida —. ¿Quiere que me comunique con alguien?

— No, gracias — murmuré —. Estoy buscando a alguien. Tal vez esperando, no lo sé — me puse nerviosa pero la mirada cálida del señor me calmó —. Un poeta, se llama Hann Arisgo.

— ¿Hann? — levantó una ceja y yo, un tanto emocionada ante el hecho de que supiera de quién hablaba, asentí —. Vaya, ese chico es extraño, haciendo que chicas de la alta sociedad vengan solas hasta acá — negó y miró a su compañero, pidiendo apoyo. Después me miró y me pidió que le acompañara.

— Hann no es una mala persona si es lo que te preguntas — me dijo mientras me llevaba a la casa sobre el bar —. Es un joven bastante educado, de hecho. Solo que ha tenido mala suerte en todo — esta vez yo levanté la ceja —. Pero si has venido hasta acá probablemente  le ayudes.

¿Ayudar?

Y, sin decir más, me dejó frente a una puerta cerrada. Era mi decisión, si, pero parecía que solo tenía una salida.

Tomé aire y, esperando que no pasara nada malo, gire el cerrojo.

Y entonces ví a Hann Arisgo.

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