𝘷𝘪
“Me armaré de valor, lo juro por Dios.
Se avecina un milagro o se avecina un dolor,
Que quede lo que quede, quedamos los dos.
¿Dónde quedamos los dos? ¿Donde muere el amor?
¿Dónde muere el amor? ¿En los sueños?
¿En la calle? ¿En la pasión?
¿Junto a más gente o encerrado en un cuarto?
Querida Shanice, no permita que fallezca mi amor.”
Abrir esta carta, con la quinta y sexta estrofa, despierta tantos sentimientos en mí como la primera vez que la abrí. Para empezar, lo obvio: no venían palabras nuevas esta vez, en su lugar había un segundo párrafo que me robó el alma. Mi nombre estaba escrito y eso me mató, ¿Por qué?
Había abierto la carta de manera tan apresurada que ni siquiera revisé el sobre. Y es que ahí no solo venía mi nombre y dirección como de costumbre, sino que aparecieron dos elementos nuevos: Una dirección y una fecha.
El poema, la carta interactiva, ya no quería que escribiera respuestas al aire. Ni siquiera quería una respuesta en absoluto: Quería una visita.
En un mes exacto, debo decir, en el momento en que se cumplían seis meses de este desastre. Y a mí me quedaba tiempo para pensarlo.
Por supuesto que lo pensé, y mucho. Pasé noches en vela leyendo las cartas, pensando en las palabras de Lara y en las palabras del cartero. ¿Quién era el poeta? ¿Quién quería verme, por qué quería verme? Mil preguntas me abrumaban y jamás se esfumaban. Mil razones para no ir, una para ir.
Al final, tomé mi decisión el día antes de la fecha. Y, en silencio, me puse a escribir.
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