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Independientemente de lo que quisiera, llegó una carta el mes entrante. La recogí yo misma y la dejé en el escritorio de mi cuarto mucho rato antes de abrirla. No sabía si era lo correcto, pero al final lo hice. ¿Qué más podía hacer?
“Te observo en silencio y no lo notas.
Te sueño convivir, abrazar, llorar con los demás.
Me pregunto qué pasaría si fuera yo a quien amaras.
Me daña pensarte, por favor no me dañes más
Real,
Es tan real.
Ojalá no fuera tan real.”
Estaba a nada de llorar con el poema que casi me olvido de revisar nuevamente el sobre. Afortunadamente, lo hice y me encontré con una sorpresa: Una segunda hoja con tinta violeta en lugar de negra y manchas de esta por todos lados. Me sequé los ojos y comencé a leer.
“Me he enterado que el correo falló el mes pasado. Lamento mucho eso así que te envío el poema que se perdió y el de este mes. Espero no te cause conflicto esto.
A veces me pregunto si lo que siento es real.
El sentirte brillar, perfecta en todo, ¿Es real?
Y si no lo es, ¿Por qué yo lo siento tan real?
Ojalá no fuera real, porque tú no verás jamás mi realidad.
Valor.
Dolor.
Y al final, ¿Dónde quedamos los dos?”
Pese a no querer hacerlo, me encontré llorando por el poema. No solo eso, ¿Había escrito algo directo, fuera del verso? Verle escribir en prosa me hizo sentir que era real, tan real como la visión del poema.
Escribí gracias mil veces y, sin dejar de llorar, me fui a la cama. ¿A eso se refería con lágrimas de amor? ¿A eso se refería con sentirlo en su corazón? El sol salió de nuevo y mi corazón no dejaba de latir con fuerza.
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