𝘪𝘷
El siguiente mes no hubo un poema.
Estuve sentada en la puerta desde que pasaron los treinta días, esperando al cartero, pero no llegaba ninguna carta. Al menos no para mí. Llegué a preguntar al cartero si no se había perdido la correspondencia, pero se ofendió. Después decidí mostrarle las cartas y me dijo que él no recordaba haber entregado eso.
— No hay ningún Hann Arisgo en esta zona ni en ninguna que conozca — me dijo —. Probablemente sea un seudónimo para tu admirador.
— ¿Mi admirador?
— Puede que me llames loco, pero siento mucho sentimiento en esos sobres. La letra, el sello… todo está hecho con pasión — inevitablemente, me sonrojé —. Que tenga suerte encontrando a su admirador, señorita.
Menos mal que me deseó suerte, porque claramente iba a necesitarla para descubrir quién era este tal Arisgo.
Por un momento, me invadió el miedo a que fueran reales las sospechas de Lara de que el tipo fuera alguien malo. ¿Podía ser? ¿Pero por qué escribía poesía? ¿Por qué me la enviaba a mí? Por todo el mes me sentí observada sin motivo alguno. Giraba la cabeza para encontrar solo una pared vacía o un florero tras de mí. Nada más.
Volví a revisar los sobres y las cartas, tratando de encontrar algo oculto. Un punto, una clave, cualquier cosa, pero no. En las cartas solo estaba el poema progresivo y en los sobres no había nada. Ni siquiera una mancha.
Un tanto harta, escribí mi siguiente respuesta, que en realidad no era una respuesta, era un reclamo. ¿Por qué a mí? ¿Por qué enviaba estos poemas inútiles? ¿Quién era y qué quería? Guardé la carta en un sobre nuevo con mi nombre y el suyo y la dejé en el cajón con todas las demás.
¿Lo peor? No sabía si quería que eso acabara ese mes o quería una nueva respuesta.
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