𝘪𝘪
Extraño fue que, exactamente un mes después, cuando comenzaba a olvidar la existencia de tan extraña carta en el cajón, llegó nueva correspondencia. De nuevo, el remitente era Hann Arisgo, pero esta vez tenía más contenido la carta.
“A mí gran amor:
Lágrimas saladas,
Lágrimas de amor.
Que Dios bendiga este hermoso don.
Ignición.
Fuego.
Tenga cuidado, se avecina un incendio.”
Esta vez era solo yo quien sabía la existencia de la segunda carta. Y al leer la advertencia final, descubrí que era un acertijo.
No era una carta extraña, era una carta con la que podía interactuar. Una carta que se iba escribiendo con el tiempo, ¿No? Al comparar ambas cartas y entender el significado de la primer parte se me encogió el corazón. Así que, nuevamente, escribí una respuesta para mí.
¿Es que este joven, que envía cartas sin dirección y que no conoce nadie seguirá enviando cartas el siguiente mes? ¿Es que seré afortunada de llegar a conocerle alguna vez? Hann Arisgo, un nombre curioso que suena a otra época, un nombre curioso pero con personalidad. No sabía si lo que me atraía en ese momento era la persona que escribía o lo que escribía.
¿Eran sus cartas lo que quería? ¿El poema completo, ver la aventura de las palabras que se vuelven una obra maestra? ¿O era la mente maestra lo que me atraía? Era confuso, pero esperé. Tal vez por ingenua, tal vez por intensa.
La segunda carta de respuesta también la guardé en el sobre con las segunda carta. También quedaron en el cajón, sobre la carta y la respuesta original.
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