Epílogo
Daniel
A veces la vida te da sorpresas. A veces buenas, a veces malas. Otras veces para que ocurra algo bueno debe ocurrir algo malo. Espera… No, esa es una tontería.
Corro como puedo y siento que mis pulmones no me resisten ni una cuadra más. Ayer estuve todo el día en el hospital, haciendo revisiones y revisiones; pruebas y pruebas con el afán de que quizás encontrarían fallos de la operación, o que tal vez la córnea no fuera del todo compatible. Además de cientos de entrenamientos oculares para ir adaptándome al trasplante. Pero estoy bien, todo está bien, y lo más importante: he recuperado la vista.
Después de abrir los ojos poco a poco mi corazón se aceleró solamente al ver ese pequeño rayo de sol que se asomaba por mi ventana. Las luces estaban apagadas y veía todo tan borroso que luego cuando se encendieron me dio mucho dolor de cabeza. Los minutos pasaban, y me ponía más nervioso al notar que mis ojos no enfocaban. Hasta que media hora más tarde distinguí el rostro de mi madre. ¿La sensación? No la sé describir con palabras.
Hoy me he escapado del hospital, he ido corriendo a una tintorería con la esperanza de que hubiera algún traje para ponerme y venir, y al final me he traído un traje ceñido de color azul rey. Sin contar que voy una hora tarde y que fácilmente se haya acabado la ceremonia, así que voy directo al muelle. ¿Que no debería estar haciendo esto? No, pero lo necesito.
Creo que ni me he peinado.
Miro hacia todos lados, y no puedo describir la satisfacción y la necesidad. Siendo sincero, ayer lloré; no sé si fue por la frustración de tantos años, o por el estrés, o porque quizás me siento algo mal de que mi padre haya perdido la vida, y me siento muy raro sabiendo que tengo (literalmente) una parte de él en mí.
Me detengo en la esquina antes de llegar a la fiesta, que desde aquí se escucha la música y me doy cuenta que está comenzando a anochecer.
Termino de correr hacia el inicio del muelle, carpas y carpas se abren paso por todo el ancho muelle que está al lado de la costa. Saludo a algunos de los que me reconocen y paso la pena de pedirles que me hablen para saber exactamente de quién se trata. Me detengo a hablar con cada uno un poco y continúo hacia el medio. Me detengo y distingo en una de las carpas una chica de espalda, de piel oscura con un cabello rizado impecable y de frente hacia mí un chico que al verme comienza a reír emocionado poniéndome nervioso.
—¡Oh Dios mío! — ¿Mattew? —. ¿Daniel? Tío, ¿puedes verme bien? Soy yo, Mattew.
—¡Hostias! —Lo abrazo. Fuerte. Demasiado fuerte y siento como se relaja y vuelve a mirarme una y otra vez.
—Joder, no me lo puedo creer. Dime, ¿cómo te sientes? ¿Te sientes algo incómodo? ¿Cómo es la sensación. ¡Joder! ¡Adriana! ¡Ven enseguida! —Así que aquella es Adriana. Nada mal, Mattew—. Joder, tío. Es… Es… Es increíble. Joder.
—Me siento bien, a veces siento algunas incomodidades en los ojos y muchas veces dolor de cabeza pero nada más. — Adriana se acerca a nosotros y al darse cuenta de quién soy abre la boca de par en par y los ojos se le humedecen.
—Chiquillo, ¿pu-puedes verme? —asiento despacio con la cabeza y esta rompe a llorar. El corazón me da un vuelco y le abro los brazos para que venga hacia mía a abrazarme—. Dios, esto es increíble. —Se separa de repente y me examina de arriba abajo—. ¿Pero te sientes bien? ¿Molestias?
—Le decía a Mattew que alguna que otra incomodidad y dolor de cabeza. También me dijeron que por un tiempo debería usar gafas especiales y graduarlas para irme ayudando a enfocar. Pero me siento muy bien. —Ambos me sonríen encantados y visualizo a lo lejos la mesa de aperitivos—. Chicos voy a ir a tomar algo, siento que me secaré si sigo sin beber agua.
—¡Es cierto! ¿Cómo has venido? —pregunta Mattew en lo que me abre espacio para pasar.
—Corriendo.
Escucho su risa incrédula que me hace reír por lo bajo y camino directo hacia la mesa. Veo como una chica se para delante del ponche y me recreo unos segundos en admirarla bien. Es un poco alta, tiene el cabello medio rizado y largo, recogido en un moño que acompaña a un vestido azul cielo de tirantes que llega hacia sus zapatos de tacón negro. Es muy bonita.
Llego hasta ella y cojo uno de los vasos a espera de que termine cuando de pronto clava sus ojos en mí.
Bum, bum, bum, bum, bum. Bum.
Abre los ojos a todo dar y sin llegar a cuento las lágrimas de un momento a otro resbalan por sus mejillas.
Bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum, bum.
Y así con todo el maquillaje corriéndose, y con sus ojos tan perdidos en mí. Es la chica más hermosa que he logrado ver en mi vida.
Porque lo sé. Porque es ella. Porque es…
—Zoe…
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