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CAPÍTULO DOCE
OUT OF CONTROL
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          PARA TODOS EN el momento la filosofía perfecta siempre fue el creer que Dios era el creador de todos los seres y que cada uno contaba con cierto objetivo para la humanidad. Con ello era suficiente para que el hombre estableciera las normas de conducta que le servirían para el camino de la vida donde podrán juzgar y separar lo bueno de lo extraño.

Pocas personas eran las que tenían el atrevimiento de cuestionárselo, buscaban respuestas a base de preguntas llenas de "¿por qué?". ¿Acaso estaba mal? Claro que no, tampoco funcionaba como ofensa, solo como simple curiosidad. El hombre creó los mandamientos para tener a su multitud controlada con la palabra de Dios. Entonces ¿qué pasaría si a lo largo de la vida se cayera en cuenta de que esas reglas son equivocadas? ¿Si las leyes de Dios condujeran por caminos de espinas obligándonos a quedarnos estancados en sus voluntades tratando de hacerlo feliz y aquellos que las desobedecen caminan felices por senderos de rosas haciendo lo que quieren y cuando quieren? Teniendo en cuenta aquello ¿era justificable abandonar dichas reglas y principios dejándose llevar por la seducción del diablo y sus pecados en lugar de luchar contra ellos? No realmente.

Era necesario proteger la mente de aquellos razonamientos falsos, pues en la filosofía se encuentra la verdad la cual es absoluta por el lado que la proyectes y sino somos capaces de comprender la verdad no debemos culparlo a Él, sino a nuestra limitada inteligencia e ignorancia.

Las personas no nacen con ninguna virtud, ni con maldad, no existe un ser puro pero puedes encontrar la fuerza en un alma corrompida por los múdanos. Aunque Aida preserva los principios de la verdad sabía que su alma ya no podría remendarse al camino del bien y la justicia, las maldades que la acechaban estaban fuera de su alcance y control que terminó dejándose llevar por los placeres de quien la atormentan cometiendo los actos más malignos contra los más preciados valores de los hombres del bien.

Pero como se dijo antes, la verdad absoluta nunca cambiara y se reflejara en las próximas leyendas que cuenten su historia, ella era la víctima que terminó por ser torcida a sus demonios más ocultos.

— ¡La Beldam! — el grito del Padre Growth la hizo dar un brinco en su lugar — ¡Cuiden a sus hijos! ¡Habrá toque de queda! ¡Nadie puede salir! — comenzó a gritar eufórico haciendo que la gente en la iglesia se alborote y asuste — ¡La bruja... viene por nosotros!






























Corría sin razón por el oscuro bosque, no tenía idea del porqué pero algo le decía que estaba siendo perseguida y que debía huir sin importar que. No fue hasta que llegó a un camino cubierto por árboles que desaceleró su paso observando el lugar intranquila hasta que cayó en cuenta que la puerta se encontraba al final de ese lugar.

Tomó la llave colgada en su cuello con fuerza y a pasos temblorosos se acercó titubeante. Conociéndola no se lo dejaría tan fácil. Entre más avanzaba más desprotegida se sentía, casi como nadar en un río lleno de cocodrilos dormidos, sabias que estaban ahí y que en cualquier momento podrían saltar a atacarte.

Sin que pudiera notarlo, algunas de las ramas comenzaron a enredarse en su vestido, jalándolo pero sin fuerza suficiente, pero cada vez que avanzaba más las ramas de los árboles comenzaban a tener más fuerza y los extremos parecían manos queriendo tomarla y alcanzarla. Quiso correr y gritar pero sus piernas se sentían demasiado pesadas casi tiesas y sus gritos desesperados estaban atorados en su garganta de la cual solo podían salir pujidos. No le quedaba de otra más que sufrirlo todo. Los pequeños troncos dejaban de lado su vestido y ahora arañaban su cara arrancándole la piel soltando grandes chorros de sangre bajo sus pies, ahora había sombras gruñendo y burlándose de ella alrededor escondidas en la oscuridad.

Quería descargar todo, la ira, tristeza y frustración. Trataba de mantener todos esos secretos dentro de ella pero pronto explotaría. Sabía que de eso se trataba su juego, enloquecerla hasta poder ser una simple marioneta. Su propia mente se volvió una enfermedad mortal que ahora era más grande que su cuerpo.

La locura estaba en su mente, la oscuridad nublaba su vista y las voces ensordecedoras opacaban sus oídos al igual que los monstruos que la rodean.

Finalmente llegó a la puerta y sin necesidad alguna de usar la llave simplemente la empujó con fuerza terminando por caer al suelo donde levantó la mirada encontrándose con su otra yo en su misma posición al otro lado del espejo con una expresión seria.

Aida se levantó adolorida y sin aire en sus pulmones, estando en cuatro fue cuando por fin pudo tomar la bocanada de aire que tanto necesitaba sintiéndose por poco, más aliviada.

Miró su reflejo y la otra seguía con esa expresión molesta que aún seguía asustándola.

— ¿Q-Qué? — preguntó por fin en un susurro temiendo la respuesta.

— Te dije que te alejarás de Eso. — comenzó con voz dura sin llegar a gritar — Lo quieres humanizar, pero no podrás, te lo digo antes de que caigas en la dura realidad.

— No... Eso no es- — La corto antes de que intentara justificarse con palabras vacías.

— Que no se te olvidé que somos una misma. — le recordó con una mirada completamente insana recargándose en el espejo — No puedes hacerme tonta. — rió con los dientes apretados sin cordura perdiendo el último estribo de Aida.

— ¡Basta, Beldam! — La pelinegra abrió los ojos sorprendida y extrañada por el nombre. Y Aida al darse cuenta de lo que dijo trató de explicarle aunque estuviera tartamudeando — El pueblo está buscando a la persona que cometió los asesinatos, la llamaron Beldam, eres La Beldam. — La nombrada levantó su mirada mientras una pequeña sonrisa maligna se dibujaba en su rostro.

Al final decidió apodarla así, no más Ella. Ahora era La Beldam, era capaz de influir ese terror y capaz de crear daño letal que jugaba con tu mente destrozándola hasta el alma. Inclusive romper su corazón con falsas llamas de amor. Una bruja en su completo.

— No tengo porqué serlo solamente yo... — llamó la atención de Aida más por su voz rasposa e intentó de sonar... elocuente.

— ¿Qué quieres decir? — preguntó en un susurro atemorizada mientras se alejaba del espejo bajo la atenta y desesperada mirada de La Beldam.

Esa noche no era como las otras, había algo diferente en ella. Más locura y desesperación.

— Toca mi mano Aida. — La Beldam colocó su mano en el espejo mientras que la nombrada negó asustada aún creía que su corazón era de oro aunque sus manos fueran frías. Pero no la Beldam.

Ella era un ser sin moralidad o remordimiento, un ser capaz de todo solo para gozar a costo del sufrimiento ajeno. No era un fantasma u espectro, tampoco un demonio y mucho menos un espíritu malévolo, era peor que cualquier cosa que alguna vez pudo imaginar. Un ser con insaciable apetito de carne humana y sediento de sangre y horror.

— ¡Que toques mi mano! — Lágrimas negras comenzaron a salir de su rostro mientras que su otra yo comenzaba a transformarse en una versión mucho más alta y delgada — ¡Tócala! — gritó completamente frustrada hasta terminar por estrellar el espejo con su rostro.

Aida retrocedió viendo con terror la grieta que su otro yo creo con su rostro más las heridas que la Beldam debería tener estaban en su propio rostro. Con sus ojos fuera de órbita volvió a estrellarse en el espejo estaba vez con más fuerza destrozando el reflejo atravesándolo y esparciendo los vidrios por todos lados y Aida observó a su yo oscura en cámara lenta como se abalanzaba sobre ella gritando de forma escalofriante hasta poner sus manos en el cuello de su yo pelirroja.

Y por fin despertó.

Pero no fue la única.


Aida toco su cuello sintiendo gran falta de aire y un dolor punzante en su frente mientras híperventilaba tratando de calmarse.

Eso, por otro lado, se removió entre la paja incomodo por la sensación de escalofríos que de pronto lo invadió y lo despertó. Como si su instinto de peligro estuviera alerta. Suspiro agobiado y pronto volvió a buscar una buena posición para continuar su descanso.

En cambio Aida miraba a la nada con un solo interrogante en su cabeza:

¿Quién tenía el control?

Se sentía como un títere siendo manejado por su cabeza, no un ser humano. Ahora viviendo a través de un espejo.

Aunque sus ojos se abrieran y regresara a su mundo, sabía que a partir de ahora ya no podría despertar, porque esto no sería un sueño.




























Estuvo toda la noche deambulando por horas hasta que salió el sol sintiéndose completamente vacía, nada le importaba y eso de alguna forma lograba mantenerla intranquila. Ya no soportaba más a la persona dentro de ella.

Había cubierto y volteado todos los espejos en su casa aterrada ante la idea de encontrarse a La Beldam en uno de ellos, la sentía cerca, era su sombra ahora, como si la estuviera tomando de los hombros todo el tiempo y siguiéndola adonde fuera que vaya. Temblaba de pánico al presenciarla tan de cerca en el mundo real que ya no podía contenerse y tampoco podía evitar tener esa terrible energía.

Dicen que lo que no te mata, consigue cambiarte, quien sabe si para mejor, pero Aida estaba segura que ahora sus tormentos se podrían esparcir sobre el pueblo que alguna vez llamó hogar. Era como una maldición, pero todos eran parásitos acostumbrados al aburrido mundo con una sola creencia impuesta que cuando tenían enfrente algo poco usual se maravillaban. Pero en su caso deberían hacer todo lo contrario.

Salir huyendo y temerle era la mejor opción.

Esto estaba desde mucho antes. No negaba que las miles de fantasías sádicas sobre matar a cualquiera que le daba órdenes o que influía miedo en su casa la amenazaban por las noches más creía que nunca tendría la valentía suficiente para dejarlas salir. Entonces prefería apuntar el dedo en otra dirección ya que nunca asumiría la culpa ni la responsabilidad de sus deseos frustrados.

Nuevamente hacia de las suyas, fingiendo ser controlada por La Beldam saciando su sed de venganza por Emily.

El hombre que había roto su compromiso y que despreció a la pelinegra por su falta de "pureza" había resultado ser viudo justo el día de su boda, patético.

Gracias a Eso había podido desarrollar una increíble habilidad. Los días siguientes a su pequeña discusión —podría decirse— la noto distante aunque siguiera dándole lecciones sobre lectura lo cual agradecía internamente pues eso evitaba su aburrimiento. Pero lo que él no sabía es que sus sueños habían llegado a un extremo de tormento que terminaron por querer no hacerla ni pestañear, vivía una tortura no física pero si mental destruyendo la poca cordura que le quedaba cuando se vio envuelta entre tanto horror desde que lo conoció.

Él a pesar de su evidente enojo por su encarcelamiento seguía explicándole ciertas cosas sobre ambos. Y uno de ellos era que podían cambiar de forma. Mientras que él podía ser miles de figuras y criaturas diferentes ella solo podía cambiar su apariencia física sin dejar de ser una mujer, llegaron a la conclusión de que era porque no era completamente algo como él, aún en su totalidad. Era una clase de híbrida mitad humana y mitad... lo que se que fuera esa cosa.

Pero igual servía para sus planes, todos en realidad.

Decidió tomar la apariencia física de la difunta esposa del hombre y aparecer a su lado en la cama por la madrugada vestida de novia.

Evidentemente el hombre se asustó hasta caer entre las sábanas haciendo que Aida disfrazada soltara una risa "dulce".

— ¿Qué sucede cariño? — fingió preocupación — ¿Estas bien? — se levantó de la cama hasta estar junto a él en el piso pero inmediatamente retrocedió. — ¿Qué sucede, amor? — fingió un puchero — ¿Ya no me amas?

Lord Barbow la observó incrédulo y aunque con temor por la extraña aparición se acercó lentamente con precaución pensando que era un fantasma de su anterior amada.

— ¿En serio eres tú? — acarició su rostro y la falsa mujer tomó su mano acariciándolo y asintiendo mientras lloraba a lo cual el intento limpiar sus lágrimas abrazándola.

Pero pronto sus llantos cubiertos de sollozos fueron reemplazados por risas sádicas y llenas de maldad, intento retroceder asustado al darse cuenta de que sus lágrimas eran de sangre pero Aida mantuvo cautivo al hombre por la fuerza sobre humana aplicada en su muñeca mientras tenía la cabeza gacha.

— Tu no me amas. — Distorsionó su voz por una más oscura, monstruosa y levantó lentamente su cara revelando en la horrible versión de su ex-mujer.

Soltó un grito ensordecedor dejando en completo shock al hombre que no tuvo tiempo ni siquiera para poder intentar defenderse cuando esta se arrojó sobre él expandiendo su boca y dejando salir los millones de colmillos que la acompañaban.

Dreno su vida sin un pizca de remordimiento, hasta que no quedaron más que sus ojos de sangre.













Lágrimas saladas no paraban de brotar de sus ojos mientras jalaba su cabello con una mano y con la otra golpeaba su cabeza rogando por que las voz de la Beldam se detuvieran. Se sentían como pequeños susurros escalando por su nuca terminando por darle pinchazos alrededor de su nuca.

Jamás estuvo tan fuerte y presente, quería solamente paz.

Abrió dando un portazo alertando a su prisionero haciendo que se levantara de un brinco más ella lo ignoró por completo y simplemente lanzó el saco que contenía varias partes del cuerpo de Lord Barbow. Pero apenas y estas tocaron el suelo de tierra y paja Aida sintió una fuerte presión en sus sienes haciendo que cayera de repente soltando fuertes sollozos por el dolor que sentía y de cierta forma asustando a Eso.

La observó extrañado y muy a pesar de su hambre y rencor hacia la pelirroja se acercó por detrás esperando poder calmarla pero Aida gracias a su recién aperitivo y la punzada en su cerebro tenía sus sentidos hipersensibles, entonces sintiendo la presencia a sus espaldas imaginando que se esa cosa se aprovecharía de su vulnerabilidad sacó sus largas garras y soltó un zarpazo al azar hiriéndolo junto en el pecho haciendo que retroceda.

Inseguro se miró la gran herida con algo de asombro, juraría que estaba más curado de lo que en realidad era. Su sangre como normalmente hacía, desafío la gravedad y en lugar de caer comenzó a flotar hasta evaporarse en el aire. Sin prestarle mucha atención a ello ni al profundo rasguño ardiente la observó molesto e incrédulo. No tenía idea de lo que ocurría, estaba actuando tan extraño.

— No paran, no paran, no paran... — murmuró entre lloriqueos.

— ¿Qué quieres decir? — preguntó extrañado en tono hostil — ¿Qué sucede?

— Ella no me dejara tranquila, — Tomó su craneo con desespero — no quiere dejarme. — Sollozó con fuerza hasta sentir dos manos delgadas en sus hombros — Esta en mi cabeza... — susurró calmando su llanto y giró a sus espaldas encontrándose con la criatura comentando miradas — Siempre fui yo y nunca quise aceptarlo... pero si soy buena, te juro por Dios... — volvió a romper en llanto sintiendo un pequeño apretón en sus brazos.

Tal vez era su mejor intento por... ¿consolarla? No. No lo sabía a ciencia cierta, ninguno. Él de pronto sintió como se encendía ese instinto protector que los machos de su especie tenían con las hembras y aunque fuera algo lejano decidió acercarse pese a los peligros que estuvo expuesto, al principio lo molesto pero cuando estuvo a su lado y sentirla cargada de odio y tristeza su semblante se ablandó por pequeños momentos.

Solo el cielo era testigo de lo que había entre ambos, si tan solo supieran hablar. Ella, sería su último portavoz y legado si algo llegase a ocurrir antes de poder seguir esparciendo el desastre por el lugar. Pero podía contar con un buen aliado, la pelirroja cada día se volvía más sombría con un veneno recién hecho, más él ya había nacido enfermo.

Aida en cambio estaba extrañada y asustada con su actitud no podía hacer nada aunque quisiera, si la iba a matar solo esperaba que fuera rápido para terminar con su tortura y desconsuelo.

Nada de ello pasó, toda la noche el par estuvo despierto, ella intentando callar las voces en su cabeza y él tratando de que ella no lo asesinara. Parecía un animal rabioso dispuesto a acabar con quien estuviera en frente. Y aquello, no era aportación de Eso.






























Estaba totalmente agotada, cansada de no haber pegado el ojo en días tanto como no poder estar en paz ni en su propia mente.

A petición de Olga tuvo que ir a llenar varias cubetas al río ya que la mujer deseaba tomar un baño. Esta era su última vuelta pero cuando las estaba sumergiendo en la extensión de agua sintió una mano en su hombro llamándola.

— ¿Señorita? — giró algo asustada al no haberlo sentido ni oído llegar. — Disculpe usted el atrevimiento pero ¿Vive en el pueblo? — Señaló el camino a sus espaldas que llevaba directamente al centro de su hogar.

Ella asintió algo confusa mientras se ponía de pie y observó de puntas a puntas al elegante hombre. Vestía completamente de negro, era alto y poco robusto, con gafas circulares y un abundante bigote además de un sombrero algo largo. No sabía porqué pero le daba mala espina.

— Bien. — Sonrió minúsculamente — Mi nombre es Robert Gray. — Acercó su mano a la pelirroja en forma de saludo la cual la aceptó algo dudosa — Soy el comisario de la Diputación que el Sheriff mando a llamar desde Washington. — Exclamó orgulloso mientras que a Aida se le dificultó pasar saliva por un momento — Investigaré las muertes en su pueblo. ¿Podría mostrarme el camino hacia la alcaldía?

La pelirroja salió de su trance y asintió algo desorientada comenzando a caminar hacia el pueblo con el hombre siguiéndole los pasos muy de cerca.

Que desgracia para él haber tenido que pedirle indicaciones justamente a ella.

Susurro un "lo siento" inaudible y cerró sus ojos preparándose mentalmente para ejecutar su plan. No tenía de otra, pero si poco tiempo. Si alguien llegaba a ver al detective perdería todo, además de que si era tan bueno como sus aires de grandeza lo mostraban, estaría refundida en una celda condenada a la horca sin derecho a juicio.

Comenzó a tomar otro camino, lejos del pueblo y adentrándose más al bosque sin que este lo notara, no podría pues no tenía idea de que la linda chica que lo estaba ayudando era en realidad a la persona que tendría que buscar.

Caminaron por largos y silenciosos minutos hasta que a lo lejos el hombre mayor pudo diferenciar entre los árboles lo que parecía tener forma de choza, está era de madera y se veía muy descuidada. Frunció el ceño rebasando por unos cuantos pasos a Aida y achinó los ojos enfocando su vista hacia el misterioso lugar.

— ¿Qué es ese lugar? — preguntó con curiosidad más la chica detrás de él no planeaba responderle.

— Se que está haciendo su trabajo. — Comenzó mientras tomaba una gran roca del suelo — Y sé, que es por un bien mayor... — El de vestimenta negra giró en su dirección confundido terminando por abrir los ojos de más al notar su ahora expresión oscura y gran arma en mano — Pero no puedo permitirlo.

Acto seguido en un rápido movimiento estrecho la pesada piedra en su cabeza matándolo al instante y salpicándose algunas cuantas gotas en su rostro.













Entro de repente al establo/cobertizo cerrando la puerta de su "huésped" detrás de ella soltando un suspiro aún planteándose si era buena o una estúpida idea lo que estaba por hacer.

Una parte de ella le gritaba que no lo hiciera, que podría seguía así, soportando toda la mierda y hacer su vida pero está era opacado por la otra voz más imponente y negra ordenándole hacerlo.

Sus demonios querían ver el caos y desmantelar a todos los pecadores en aquel sucio pueblo.

— Te ves pálida, — dijo intentando sonar sarcástico — ¿por qué, eh? — preguntó retórico — Si tú si puedes salir.

Lo observó seria unos cuantos segundos mientras se mordía el labio ansiosa. Una vez que lo soltara ya no habría marcha atrás.

— Eso se acabo... — trago en seco y él frunció el ceño — Saldrás de aquí. — Eso se levantó de entre la paja incrédulo, deseando que no fuera una broma de mal gusto. — Tengo... — siguió con voz temblorosa haciéndola bufar — Tengo el plan perfecto para que nadie sospeche. — explicó rápidamente sin que Eso entendiera nada, pero no le importaba, lo único que logró interesarle era que lo dejaría libre — Tú solo debes seguirme la corriente, tienes que hacer todo lo que te diga. — Ordenó con seriedad y él asintió frenético, lo que sea era mejor que esto.

— ¿Qué te hizo cambiar de parecer? — preguntó emocionado aún sin creerlo mientras ella siguió sin ninguna expresión.

— Él Sheriff quiere investigar todo el pueblo. — relató — Si te llega a ver aquí, estamos muertos.

Enarcó una ceja, él era inmortal, más aún así no podía quedar expuesto, no aún en ese estado de debilidad, además de que su cacería se arruinaría, necesitaba influir miedo y aterrar a sus víctimas, si conocían su verdadera forma perdería la razón del misterio.

— También siempre es bueno tener a alguien infiltrado con el enemigo. — Explicó mientras que Eso frunció el ceño nuevamente sin entender absolutamente nada.


























¿Creen en el infierno?

Ese lugar del que tanto hablan los sacerdotes, un abismo cruel y oscuro donde van a parar las almas de los condenados donde son torturadas por los terribles demonios que allí habitan.

El infierno, donde, una vez que atraviesas el umbral toda esperanza se pierde. Los súbditos infernales embaucan a los pecadores cumpliendo sus deseos más sangrientos.

Nunca nadie creyó que el lugar donde habitaban podría convertirse en aquel lugar tan temido por todos mucho menos que comenzó gracias a una persona común igual a ellos, alguien de carne y hueso pero que pronto sucumbió a sus monstruos internos convirtiéndola en una persona malvada y cruel.

— La mujer del diablo está entre nosotros. — Comenzó el Padre Growth, como siempre, influyendo miedo a lo desconocido — ¡Acechándonos! Lista para atacar hasta arrastrarnos a todos nosotros al fuego ardiente del infierno.

La multitud en la iglesia soltó pequeños gritos de asombro y otros de terror.

— ¿Qué va a ser lo siguiente? — preguntó cómo si no hubiera esperanza — Recemos a nuestro Señor Jesucristo.

— Guíanos, Señor. — Exclamaron todos al mismo tiempo.

— Bebamos la sangre del Señor. — El hombre de avanzada edad sirvió en una gran copa de oro media botella de vino a punto de darle el primer sorbo cuando fue interrumpido con un gran estruendo en el fondo.

La luz mañanera cegó a los pueblerinos por unos instantes hasta que de esta, como si de un ángel se tratase, se dejó ver una pelirroja despampanante con su ya conocida capa y vestido rojo sonriendo triunfal y presumida.

— Derry, — llamó la atención de los asistentes de misa — les presentó a Robert Gray, el comisario de la Diputación de Washington.

De pronto, detrás de ella entró un hombre demasiado alto y delgado, vestido completamente de negro elegantemente y con un sombrero largo creando tensión en el ambiente hasta que levantó la mirada dejando a la vista dos bellos orbes verdes brillante.

Ninguno de los presentes dijo algo, no tenían palabras que decir en realidad.

Eso, ahora conocido como Robert Gray observó el radar con deseo y hambre haciendo que Aida tema que esté en cualquier momento salte sobre la primera víctima creando una masacre a ojos del Señor.

Pero sin duda la que se encontraba más congelada que nadie era sin duda Amelie Fïtzch, la abuela de Aida. Miró con los ojos llorosos al extraño reconociéndolo perfectamente, nunca olvidaría esa cara.

Era el hombre que intentó ayudarla hace más de cincuenta años adentrándose a la cueva donde se le arrebataría la vida.

Ahogó un sollozo viendo hacia su nieta la cual seguía sonriente y con esa cara frívola y de superioridad a lado del diablo. Su corazón se rompió sintiéndose completamente inútil, quiso ayudar a Aida pero exponerla solo sería contraproducente pues la encarcelarían y rápidamente la ejecutarían, además, si esa cosa estaba con ella no había forma humana en la que ella pudiera salvarla de sus garras.


































La Beldam había desaparecido de sus sueños, o eso creía, ya no sabía lo que era real y lo que no.

Vagaba descalza por todo su hogar pensando en lo que había hecho, lanzó a los tiburones todo el jodido pueblo, y lo peor de todo es que ni siquiera lo había pensado dos veces cuando ya estaba ejecutando dicho plan... más lo era que no se quería quedar atrás.

Ahora todo se convertirá en un juego de supervivencia donde no importará quien seas o que hagas, caerá en la suerte para que ninguno de los dos los elijan para ser su próxima presa.

De pronto escuchó un chillido, como metal oxidado. Todo estaba a oscuras y lo único que podía mejorar su visión era la luz de la luna. En el fondo de un largo corredor pudo observar la silueta de un niño en un triciclo.

No hacía falta verle la cara para saber que era Usue, el niño que mató hace pocos días dejando solamente su juguete favorito en medio del bosque repleto de sangre.

Cerró los ojos y tapó sus oídos, aquellos fantasmas no la dejaban tranquila. Se sentía un poco a salvo al estar en el pequeño espacio que estaba iluminado más esa sensación de fue al darse cuenta que el muerto se acercaba a ella con potentes y brillantes ojos rojos.

Cuando lo tuvo de frente evitó mirar a los ojos al pequeño niño que le faltaban los dedos de las manos y parte de su caja torácica el cual sonreía en su dirección de forma escalofriante hasta que volvió a las sombras sin dejar rastro.

Poco más adelante había otro pequeño espacio de luz de donde nuevamente volvió a ser visible pero esta vez no era el pequeño castaño. En su lugar estaba el muñeco de ventrílocuo que le pidió mil veces a su madre desechar pero que nunca llegó a hacerle caso.

El horrible títere de cabello negro y blanca piel se detuvo y de repente giró su cabeza por completo en su dirección riendo alocadamente.

— El juego comenzó.

Se le imposibilitó gritar en el momento solo pudiendo soltar pequeños y casi inaudibles quejidos queriendo huir de ahí con su corazón a mil.

Era una señal, estaba segura.

Y fue entonces cuando una oleada de arrepentimiento la arrastró. Acababa de desatar una maldición sobre Derry






















SPAAAAM: Como amo y adoro mi ship de Madeleine con Bill escribí otra historia sobre ellos la cual pueden encontrar en mi perfil llamada "Psycho" por si gustan pasarse, claro.
P.D: AHORA SI YA VIENE LO CHIDOOOOOO y no saben cómo quería escribir sobre todo el transtorno mental de Aida.



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