𝔱𝔥𝔯𝔢𝔢




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CAPÍTULO TRES
A MAN OR A BEAST?
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EDWARD MIRABA profundamente a Aida, la amaba de verdad lo hacía y le dolía que ella no sintiera lo mismo.

Varias personas del pueblo estaban reunidas en el bar local, pero como era temprano el ambiente no estaba tan mal como a altas horas de la noche, inclusive había niños.

Aida bailaba alegremente con un niño de no más de once años. Mientras varias personas aplaudían y soplaban flautas o silbaban para crear una sintonía alegre; la llegada de los cazadores era motivo de festejar y pronto el invierno comenzaría, por ello era momento justo para volver con muchas provisiones para sobrevivir la estación.

Horas después todos en el pueblo se habían divertido bastante, comieron, bailaron y festejaron y pronto llegaba la hora en que Aida tuviera que regresar a casa, no era digno de una señorita estar a altas horas en un bar lleno de borrachos.

Como le gustaría quedarse hasta tarde divirtiéndose e incluso beber sin que la criticaran, pero era eso o terminar en una sátira de madera a las afueras del pueblo y que la humillaran escupiéndole o gritándole insultos que no merecía por solamente querer divertirse.

Aquellos pensamientos desanimaron a la pelirroja y por ello algo cabizbaja prefirió irse de aquel bar antes de que oscureciera.

Edward al darse cuenta de eso se movió inmediatamente detrás de ella pues desde que llegó no había tenido oportunidad de hablar a solas con su amada.

Aida tomó camino hacia su hogar mientras pateaba una roca molesta, odiaba las reglas, odiaba el sistema y odiaba a cada maldita persona en ese maldito pueblo. Cuando pasaba por el lago accidentalmente pateó con mucha fuerza la roca que llevaba pateando toda tu travesía cayó en el. No le tomó la mayor importancia y siguió su camino hasta que escuchó como una rama de rompía cerca de ella. Detuvo su paso abruptamente y giró alerta y asustada en todas direcciones, casi no podía ver debido a la oscuridad y la mayoría de ese lugar era maleza en mal estado ahí se podía esconder un animal. Comenzó a caminar temerosa de espaldas atenta a cualquier otro sonido hasta que de repente escucha un grito a sus espaldas para que después esa misma persona la tome por la cintura y la cargue un poco haciendo soltar a Aida un grito de terror.

Volteó enojada a enfrentar a aquella persona que le hizo pasar un susto de muerte.

— Maldito seas Edward — lo empujó mientras el reía descaradamente — casi me matas de un susto. — llevó sus manos a su pecho controlando su desenfrenada respiración.

Cuando el por fin paró su risa la tomó de los hombros y le sonrió.

— Tranquila... mira, te traje algo de mi viaje. — De su espalda saco un ramo de flores que nunca había visto en su vida. Ella las miró asombrada y tomó con delicadeza el obsequio — La verdad no recuerdo su nombre pero la mujer que me las vendió me dijo que solo crecen por aquellos rumbos y que eran únicas y especiales... — se acercó a ella y la tomó de la barbilla para mirarla a los ojos — como tú.

Aida sonrió agradecida y se alejó incómoda por la cercanía del gran hombre. Si se las hubiera dado en otras circunstancias hasta saltaría a sus brazos para darle las gracias pero el saber que la cortejaba la ponía un tanto molesta.

— Gracias... supongo que las llevaré con la abuela d investigaré más sobre ellas. — las acerco hasta su rostro para olerlas — Son bellísimas, muchas gracias. — Depósito un pequeño beso en su mejilla y volvió a dar camino hacia su hogar.

Si su madre se entera que le hizo aquella grosería a Edward se molestaría mucho con ella, y tampoco era una malagradecida por eso le dio una pequeña muestra de afecto y aunque para ella no signifique nada para el pelinegro lo significo todo.





Apenas llego a su hogar dejo las flores en la mesa de forma tranquila, no le causaban nada, ni un sentimiento pero había que admitir que eran muy bellas. Giro en la pequeña cocina para buscar un plato para ponerlas en agua pero al voltear se asustó con la otra presencia en la habitación.

— ¡Mamá! — reprochó — No aparezcas así de la nada, me asustaste.

La paso de largo y en un vaso ondo vertió un poco de agua para después colocar ahí mismo el ramo. Su madre miraba atenta cada movimiento de su hija con una sonrisa satisfecha.

— ¿Te las dio Edward, verdad? — Aida fingió una pequeña sonrisa y asintió levemente y su madre chilló emocionada.

— Estoy ansiosa porque ya te pida matrimonio. — Se recargó en la mesa viendo con atención las flores silvestres — Tu padre en cuanto se jubile trabajará en la granja y solo estaremos yo y tu esposo para seguir manteniéndonos. Además tu papá piensa en dejarle el negocio de herrería a Edward, ¿te imaginas? — preguntó emocionada — Cazador y Herrero, viviremos muy bien...

La mujer de alta edad sonrió feliz imaginando lo bien que estaría su futuro y el de su hija a lado de un buen hombre como el pelinegro, era una de las mejores opciones.

Aida suspiro y agacho la cabeza.

— Mamá... — habló temerosa — ¿y si yo no...? — su voz temblaba mucho al hablar con personas que no fueran Edward, Miranda o su abuela. Antes de si quiera terminar la frase su madre la mando a callar mientras rodaba los ojos.

— No quiero que lo digas. — Su voz se endureció al igual que su mirada — El trato está desde antes que tú nacieras, imagínate la vergüenza que pasaríamos al cancelarlo. Viviríamos en la calle. — La pelirroja mayor se mostró asustadiza ante la idea, pues aunque no siempre fue criada con muchos lujos ya tenía una larga vida disfrutando de estos y no planeaba volver a ser nada.

Eran tradiciones y lo normal casar a sus hijas con quien creían conveniente. No sería el hazme reír de todo el mundo solo porque su hija tuviera ideas diferentes.

Aida no tenía voz ni voto frente a su madre, parecía una recién nacida, como si olvidara el hablar.

— ¿P-Puedo pasar la noche con mi abuela? — preguntó tímida sin querer volver a tocar el tema anterior. Era una tonta por creer que después de intentar decirle más de cien veces que ella no quería casarse esa vez iba a cambiar de idea.

Su madre suspiró pesadamente y asintió simple mientras se tallaba los ojos frustrada. No le gustaba hablarle así a su hija, estaba muy consiente que Aida no quería una vida tradicional como todas las mujeres pero tampoco ella podía hacer algo, era casi por ley, veía por su bien a futuro aunque no le guste lo hacía porque la quería.

Aida estaba por salir nuevamente pero su madre la detuvo para darle un beso en la mejilla haciendo que Aida se quite mirando a su progenitora con rencor. Las palabras no salían pero una mirada decía más que mil palabras.

— Hago esto porque te quiero. — Dijo fríamente.

La pelinaranja salió sin decir nada al hogar de su abuela la cual estaba a unas cuantas casas. No soportaba estar en la suya, se sentía reprimida y con ese sentimiento desagradable por todo el lugar casi no la dejaba respirar.

Necesitaba una salida, cualquiera, lo que sea, con quien fuera.

Cuando llego a la humilde morada toco suavemente la puerta y espero paciente a que la curandera del pueblo le abriera. Con ella se sentía segura.

Su abuela abrió con una sonrisa nerviosa pues no la esperaba en ese momento, aunque Aida siempre fue bienvenida la mayoría del tiempo estaba más con la madre de su mamá que con la antes mencionada.

Aida le dio la mirada de siempre dándole a entender que estaba ahí por las razones de siempre. Su abuela algo indecisa la dejo pasar pero la pelirroja se detuvo cuando apenas dio dos pasos dentro de la choza.

Emilie, una mujer vecina unos cuantos años mayor que ella estaba sentada en la mesa en medio del hogar con el cabello enmarañado y con golpes en el rostro. Aida la observo aterrada e inmediatamente pregunto en voz baja a la anciana.

— ¿Qué le pasó? — la mujer canosa bajo la cabeza con tristeza no queriendo decir el porqué del sufrimiento ajeno.

Pero no pasó mucho tiempo para que Aida se diera cuenta pues la mujer además de llorar también se apretaba su zona íntima y pudo ver en su vestido una mancha de sangre.

Abrió los ojos asombrada y con melancolía. Era obvio que habían abusado de ella, era una de las peores cosas que le podía ocurrir a una mujer, perdías tu honor y absolutamente nadie te tenía el mínimo respeto. Era uno de los peores miedos de Aida, bueno, de cualquier mujer en el pueblo. Uno por el que todas rezaban día y noche para que no se hiciera realidad.

La de vestimenta roja prefirió callar e irse a una habitación de la casa de su abuela.

Ella era una mujer muy buena, no se dejaba guiar por los estereotipos y recibía a quien fuera en su humilde hogar, un claro ejemplo es Emilie, no quería ni pensar lo que se diría de ella por la mañana por culpa de un malnacido que se aprovechó de su vulnerabilidad.

En el camino vio hojas de ruda en la mesa, sabía para que era ese té especial de su abuela y aunque para la iglesia y los demás fuera la peor abominación en el mundo entero para muchas era una salvación incluso para la criatura no deseada.

Se preparó para dormir y espero unos cuantos minutos pues quería hablar con la mujer mayor pero tampoco quería interrumpir su consuelo con Emilie, la pobre se veía realmente mal, y no era para menos su vida estaba totalmente arruinada.

Después de largos momentos se caía de sueño y estaba por apagar la vela que iluminaba el pequeño lugar hasta que escuchó rechinar la puerta encontrándose con la canosa mujer que la miraba afligida, también le afectó lo de Emilie.

— A la pobre la echaron de su casa — dijo con voz rota — Lord Barbrow terminó su compromiso con ella, no tiene a nadie ahora... — terminó sollozando y Aida lo único que pudo hacer fue abrazarla sintiendo horrible por aquella mujer.

En lugar de apoyarla por haber pasado de por sí esa horrible experiencia le hacen cosas mucho peores, y supuestamente las personas que la aman.

— Ya... habrá algo que hacer... — intento consolarla pero solo eran palabras vacías, ambas sabían que nada saldría bien de esa situación.

Su abuela penosa de que la viera en ese estado se limpió las lágrimas y sorbió su nariz para después sonreír forzadamente. Aida admiraba su fortaleza en temas fuertes como aquel.

Aida quería preguntar si supo quién fue el desgraciado que arruinó la vida de la pelinegra pero se mordió la lengua antes de decir algo.

— No quiero que te preocupes por cargas que no son tuyas. — masajeo sus hombros calmándola pues Aida parecía estar más nerviosa y asustadiza — Pudo dormir estando tranquila con el té que le di. — Aida asintió no muy convencida.

Le daba pena por el posible bebé que pudo conocer el mundo pero era mejor así. Después de eso nadie querría contratar a Emilie en ningún lado y tampoco es como si las mujeres tuvieran muchas oportunidades.

— Oh y mira, — la mayor camino al fondo de la habitación cambiando radicalmente de tema — termine tus muñecas.

Le extendió la muñeca de trapo con coseduras y botones en sus ojos y la pelirroja sonrió con ternura.

— No tenias porque... — la sostuvo apreciando el gran trabajo.

La pelirroja como pasatiempo le hace muñecas a niñas del pueblo para ganar dinero extra ya que Olga se lo da todo a su madre sabiendo que lo tomaría para los gastos de la casa sin darle un solo centavo por su esfuerzo en la cocina de la amargada mujer mayor.

— Ayer vi como Rosalie te preguntaba por su muñeca y no pude resistirme.

Aida sonrió agradecida y acomodo a la muñeca parecida a la niña de pelo rubio. Eso era lo que hacía especial a las muñecas, trataba de hacerlas lo más parecidas a las niñas a las que se las vendía, eran un éxito pero su madre no estaba enterada, sino también le pediría el dinero que ganaba con ellas.

— Bueno, a la cama señorita que mañana debes ir con Olga temprano. — Demandó la curandera y guió a la más joven a la cama pero ella la detuvo emocionada por un idea.

— ¿Podemos hacer lo de la cera antes, por favor? — suplico y la otra mujer la miró seria pero nadie podía resistirse a los ojos de perrito de la pelirroja por lo que su abuela terminó por suspira rendida.

— Está bien, pero rápido.

Aida brinco emocionada y tomó una taza de su abuela para comenzar a vaciar la cera derretida de la vela que iluminaba el cuarto.

Aquel truco era algo especial para ambas pues su abuela se lo enseñó desde que era una niña. Según la figura que salga en la cera será tu futuro.

Esperaron pacientes unos segundos en la que se secaba por completo y con cuidado la despegó del pequeño molde improvisado. Colocaron la figura enfrente de la luz para observar el futuro de la pelirroja.

Aida enchino los ojos buscándole forma hasta que terminó por fruncir el ceño al no encontrarle significado coherente.

Al principio bufo al ver la silueta de un hombre pero después ladeó la cabeza confundía al ver una bestia a sus espaldas. Como si fueran uno mismo, o dos personalidades. No entendía nada.

— Suficiente — su abuela nerviosa por lo que había visto también terminó por arrebatarle la figura y deshacerla con sus manos — aveces la cera se equivoca — hablo para tranquilizarse más ella misma dejando a Aida muy confundida — a dormir.

Dijo por último y salió apagando las luces que se cruzaban en su camino dejando a su única nieta encerrada.

La vieja no podía creer lo que acababa de ver. Aunque al principio no lo entendió muy bien miles de teorías fueron a parar en su cabeza y ninguna de ellas era buena. Cuidaría a su nieta de todo mal que intente acercársele aunque sea lo último que haga.

Mientras tanto Aida se acostó extrañada por la repentina actitud de su abuela aunque mentiría si dijera que no estaba asustada, pues esa bestia y aquella silueta fina no le decían nada agradable.













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